#el odio constante a mi persona es aberrante
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¿Qué está mal en mi?
¿Acaso no soy suficiente?
¿Qué me falta?
¿Qué necesito?
¿Qué soy?
¿Me gusto?
¿Te gusto?
¿Acaso alguna vez me considere bonita?
¿Acaso existe una sola vez en la que no me odiará?
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Evolución Tripartita
Siempre me pregunté de pequeño, ¿cuál era mi rol en este mundo?. Si bien nunca lo pensaba con esa lucidez, siempre me sentí alguien especial, quizás las demás personas no me veían como un ser especial, pero del lado de mi vereda, siempre sentí a mucha gente siendo receptiva conmigo y de alguna forma u otra buscaban protegerme.
Mi niñez no fue fácil, tuve que aprender a ser resiliente en varios aspectos, desde conformarme con no tener las cosas que quería - debido a nuestra situación económica, típica de la clase social media baja de Chile- hasta el aprender a valorar la comida, el bebestible y la ropa. Como decimos en mi familia, tuvimos que vivir muchas penalidades, que finalmente era parte de la columna vertebral del nuestra realidad.
Siempre me pregunté ¿Por qué?. (de hecho siempre me preguntaba mucho las cosas), sin embargo, esta pregunta era una pregunta de inflexión. ¿Por que?, ¿Por que, no puedo tener lo que tienen los demás?, ¿Como es que avanza la tecnología y a nosotros nos cuesta tanto tener las cosas?, ¿Por que mis padres están siempre tan cansados de todo?, ¿Por que no hay humor?, ¿Por que no me siento atendido?.... será que quizás, me siento especial por que soy vulnerable y quizás ¿doy pena?...
Todas esas preguntas bombardeaban mi mente de 9 años y asimismo a lo largo de mi adolescencia, no me explicaba, no entendía.. y bueno, al fin y al cabo todo de trataba de carencias materiales insignificantes ahora, y muy significantes en aquel momento.
Por otro lado, el pilar principal en nuestra familia, siempre fue Dios, los valores y los principios. Aún recuerdo cuando al final del día, en mi cama, partía mi conversación con Dios, primero agradeciendo por mí y por todos y luego pidiendo, con toda la fe que un niño pudiese tener a esos 9 años. Y fue así como es que me sentí siempre protegido.
Llegó mi adolescencia y comencé a tener consciencia de todo lo aberrante que conforma a las religiones, y puedo decir que estuvimos, mi mente y yo, en una disputa religiosa por 10 largos años, dónde busqué entender como poder creer en el Dios de las religiones pero sin ser de una religión. No será mucho 10 años?.... Es demasiado, pero bueno otro dato, soy una persona ansiosa, y hasta hace poco tiempo muy resentido con todas las cosas que me tocó vivir de pequeño y que ahora de adulto comencé a entender mejor, y que en un punto solo fue detonando odio, rencor y resentimiento en mi corazón.
Bueno, bueno..... no nos desviemos. En que estaba?. Ah, sí!. la religión.... Bueno, el resultado de la disputa que tuvimos mi mente y yo fue de como aceptar una mentira como lo que son las iglesias y su religión que profesan, con pastores evangélicos que tienen una vida soñada ganada con el sudor de los religiosos que aportan con su diezmo, o como los curas profanos tan usuales y poco cuestionados. Hasta que finalmente entendí.
Entendí que la religión es la base del orden mundial que sirvió para un planeta con una densidad poblacional bastante menor a la actual, donde las sociedades emergentes aún eran muy ignorantes, y mataban simplemente por que alguien miraba feo, o por desacuerdos de opinión. Y que hoy en día sirve también para aquellas personas que necesitan encausar y darle sentido a su vida con una guía y establecimientos dónde poder aprender el “arte de la espiritualidad”.
Y me di cuenta, que dios finalmente se presenta en los planos Físicos, mentales y espirituales. Y hay algo en lo que hay mucha razón, dios está en todas partes; somos nosotros, los animales, el aire, las montañas, la materia, las células, los átomos.
Los planos físicos, mentales y espirituales son la “tripartita” a la que apuntamos como seres humanos. No es una novedad el hecho de que ocupamos solo una tercera parte de nuestro cerebro, y que el plano físico es el que nos rige, y que los errores que comúnmente cometemos son a raíz de que estamos en constante evolución.
Será que el ser humano está hecho para ser parte de esta tripartita a lo largo de sus años estimados de vida?, será que llegamos a un punto dónde es el espíritu el que nos guíe nuestras decisiones y perspectivas? que pasa luego de eso? trascendemos? yo creo que sí.
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I don’t belong here.
𝑴𝒂𝒓𝒄𝒉 𝟏𝟗, 𝟐𝟎𝟎𝟏. 𝑳𝒊𝒔𝒃𝒐𝒂, 𝑷𝒐𝒓𝒕𝒖𝒈𝒂𝒍. 𝒀𝒐𝒖 𝒌𝒆𝒆𝒑 𝒅𝒓𝒆𝒂𝒎𝒊𝒏𝒈 𝒂𝒏𝒅 𝒅𝒂𝒓𝒌 𝒔𝒄𝒉𝒆𝒎𝒊𝒏𝒈. ⠀⠀ ⠀⠀ El asesinato de sus padres fue la causa para que la angustia, un eterno duelo y la pena se apoderaran de Nathaniel. El primer año fueron llantos, violencia exacerbada y una rebeldía a flote que acabó desencadenando el peor lado del ─ahora─ huérfano. Pasó meses sin ver a Albert Knight, el asesino de Alphonse y Carena y, tampoco quería, no después de haber sido testigo de ello. Sin embargo, el día que supiera de él nuevamente, sería el momento de una verdad que hasta ese momento desconocía pero que fervientemente sospechaba. No sabría el porqué del asesinato, pero sí sabría que su abuela la persona que lo estaba haciendo cargo de él, guardaba más rencor y desdicha de lo que imaginaba. Todo era una fachada frente a los demás y, luego en casa, el demonio personificado. Era la crueldad personificada en el rol más noble de una familia, criando a Nate a su conveniencia, aunque más que la propia, la de Albert Knight; la razón de todos los males del portugués. No era de extrañar ver a Nathaniel con un ojo morado, con rasguños en la cara o moretones en el cuerpo, en su gran mayoría en las piernas y espalda. Golpes de puño y correazos eran pan de cada día. La desesperación de Sabina, su abuela, y el sadismo corriendo por su torrente, hacían del adolescente el blanco perfecto para desquitarse. Sobrellevar la pérdida de su hija Carena y vivir con el vivo recuerdo de la misma, no era la mejor combinación. Lo odiaba y él lo sabía. Siendo un niño en el interior, no lo entendía. ¿No debía protegerlo? ¿No debía cuidarlo? ¿No se supone que debía apoyarse en él y no verlo como un enemigo? Sabina lo consideraba como tal y Nathaniel no tenía opción de respuesta. Escuchó hablar a su abuela desde la cocina, el mismo lugar donde solía ver a Carena como un alma en pena, esperando a Alphonse, regañando a Nathaniel, viviendo sus días en un bucle constante de desolación, pesadumbre y amargura. ─¿Dos años? Es demasiado tiempo, Albert, no puedo tenerlo tanto tiempo… ¿Qué? No, no lo aguanto… Tienes que hacer algo… Es imposible… Llévatelo, por el amor de Dios, llévate a Charles… Lloraba angustiada pero con la rabia latente en cada palabra que eran esfumadas en caladas de su cigarrillo corriente. Nathaniel escuchó la conversación y el nudo en la garganta lo dejó sin respirar. Soportar la pérdida de sus padres hubiese sido más llevadera en cualquier otro lugar; encerrado con su abuela era peor. La conversación acabó por romperlo en un silencioso llanto. ─Albert, debes hacer algo... ¡No lo quiero, no lo quiero! ─repetía Sabina sin parar, desesperada. Fue ahí cuando ella volteó y un semblante de terror se acunó en el rostro, cortando de inmediato la llamada del teléfono fijo. Le costó atinar para colgar, y es que no apartaba la mirada de su nieto. Su abuela mostró un atisbo de dolor, incluso de arrepentimiento pero no por él, sino por ella. Nathaniel en su propia aflicción, ni siquiera se percató de ello. Se quería deshacer de él, era lo único claro. ¿Cómo podía caber tanto odio en una persona? ─¿Por qué…? ─cuestionó Nate. ─Qué escuchaste… El menor movió la cabeza rápido, negando. Sus lágrimas fueron secadas con la manga de la camisa a cuadros que llevaba puesta, reemplazando la congoja por una cara de póquer. Por primera vez en su vida logró apagar sus emociones, sensación que le agradó pero que lo incomodó también. Se sentía raro. Como si de pronto todo desapareciera pero siguiera ahí, a la espera de la próxima explosión. ─¡Qué escuchaste! ─¡Albert los mató! ¡Albert lo hizo! ¡Qué haces hablando con él, avó, qué haces! ─exclamó ignorando la pregunta. La mujer frunció el ceño, acrecentando las marcas de la edad en la piel. El cigarro lo apagó en el cenicero con rabia, machacando la cola del pitillo. A paso lento se fue acercando a Nathaniel, como si le estuviera dando tiempo de que retirara sus palabras. Le daba una tregua, la posibilidad de retractarse. ─Repite eso, Nathaniel, y te juro que… ─¿Qué, juras qué cosa? ¿Que te vas a deshacer de mí? ¿Me vas a pegar? ¿Qué? ¡Albert lo hizo, yo lo vi, yo lo vi, yo lo vi! ─repetía incansablemente y nuevamente las lágrimas adornaron sus mejillas. ─¡Él lo hizo! Lo calló con un grito y Sabina apuró el paso. Sabía lo que se venía por lo que él se dejó, cerrando los ojos con fuerza. Estampó a Nathaniel contra la pared del living y lo tomó de la mandíbula, apretándole con una fuerza que hasta él mismo le sorprendió. Ella era tan alta como Nate. No le costó controlarlo, además, estaba acostumbrada a hacerlo. ─Te vas a callar la boca. No sabes lo que hablas. ─le corrigió. Abrió los ojos y aunque pensó una y mil formas de escapar de sus garras, no hizo nada. Se veía imposibilitado de actuar, como si en cualquier momento fuera aparecer su madre para salvarlo, rescatarlo, o al menos, regañarlo por haber respondido. Pero nunca pasaba. Y no pasaría. ─Conozco a Albert, garoto do caralho, lo conozco y sé que jamás haría algo así, no a mí. ─aseguró a ella. ─No eres más que un niño hablando estupideces, imaginando cosas. ¿Qué consigues con todo esto? ¿Eh? Nada. El agarre no lo cedía ni siquiera un poco y la mandíbula comenzaba a dolerle. Él se quejó pero fue peor. Lo soltó pero lo tomó por el cuello y los largos dedos de su abuela se amoldaron al cuello de Nathaniel. Lo hizo con fuerza aunque no lo suficiente para dificultar la respiración pero sí el habla, sintiendo el filo de las uñas rasgarle la piel. ─Él los mató… ─confesó resignado. ─Cállate, cállate… ─lo reprendió y el hálito de fumadora compulsiva le estalló en la cara. ─No sabes de lo que hablas, pero, ¿sabes algo? Me alivia tanto saber que dentro de muy poco no te tendré que ver más. Tú y yo no nos volveremos a ver. ─aseguró la lengua viperina en una sarcástica risa, escupiendo veneno en cada palabra. El tono era agrio, cargado de malicia. ─ Tú eres la causa por la que mi hija no está… ─y recién ahí su voz se quebró. ─Tú, saco de vacilo, você é a puta razão de toda as merdas da gente. Intentó responderle. Ella se adelantó. ─Él los defendió… ─le contó, convencida de que su versión era la real. ─Tu padre fue un imbécil que se metió donde no debía y Albert los defendió pero era demasiado tarde. Hubiese sido incapaz de hacerles algo, y que te quede claro… incapaz. ─arrastró la última palabra, colocando las manos al fuego por Knight. ─Garoto estúpido. Fue ahí cuando lo comprendió la actitud de su abuela, pero un sinfín de preguntas inundaron su cabeza. Sabina, su abuela y madre de Carena, sabía más de lo que aparentaba y Knight había maquineado todo para callar al único testigo de aquel aberrante acto. Sabía que dejar a Nathaniel con su abuela sería el escenario perfecto; ella lo odiaría y acabaría por desarmar al pequeño, manipulándolo sin siquiera estar cerca de él. Pero, ¿cómo es que no sabía de la verdadera razón del deceso de sus padres? ¿Cómo es que Albert Knight tenía tanto poder sobre ella? Y claro, no era de esperarse que no le creyeran a un niñato que solo sabía de dolor y rabia. Jamás le creería. Y le soltó, no sin antes abofetearlo con todas sus fuerzas. El rostro del chico quedó mirando un punto fijo del suelo, intentando aguantar el ardor en su mejilla. Le dolía pero no tanto como las palabras de la mujer que yacía frente a él sin ningún remordimiento de haberlo dañado. Lo dejó herido, a su suerte, como si un crío de dieciséis año tuviera idea de qué hacer en la vida o, al menos, lidiar con la toxicidad que crecía en él. No obstante, Sabina cumplió. Solo bastarían dos años de maltratos y rebeldías para acabar con ese calvario y empezar otro para salvarse de sí mismo y condenarse para toda la vida; bajo el ala de Albert Knight.
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