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#dosañosochomesesyveintiochonoches
antonioohno · 4 years
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bookaneer · 6 years
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Todos vivimos atrapados en las historias...
Todos vivimos atrapados en las historias, decía ella, igual que acostumbraba a decir su padre, con su pelo ondulado, su sonrisa traviesa y su mente hermosa; cada uno de nosotros es prisionero de su propia narración solipsista, no hay familia que no sea cautiva de su historia familiar, no hay comunidad que no esté encerrada en la historia que cuenta de sí misma, no hay persona que no sea víctima de su propia versión de la Historia, y había partes del mundo donde las narraciones colisionaban y por eso iban a la guerra, donde había dos o más historias incompatibles luchando por conquistar el espacio de la misma página, para decirlo de alguna manera.
Dos años, ocho meses y veintiocho noches, Salman Rushdie.
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bookaneer · 6 years
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Había una vez, en el antiguo Bagdad...
Había una vez, en el antiguo Bagdad —dijo Blue Yasmeen frente al micrófono—, una casa muy muy alta, una casa que parecía un bulevar vertical, rematada por el observatorio de cristal desde el que su dueño, un hombre muy rico, contemplaba los diminutos y abarrotados hormigueros humanos de la gigantesca ciudad que se extendía muy por debajo de él. Era la casa más alta de la ciudad, construida sobre la colina más alta, y no estaba hecha de ladrillo, de acero ni de piedra, sino del orgullo más puro. Los suelos eran de baldosas de orgullo reluciente que jamás perdían su pátina, las paredes estaban hechas de la altivez más noble y de las lámparas de cuentas pendía arrogancia de cristal. Por todos lados había majestuosos espejos bañados en oro, que no reflejaban a su dueño en plata ni en mercurio, sino en el más adulador de los materiales reflectantes, que es el amor propio. Tan grande era el orgullo que sentía el dueño por su nuevo hogar que se lo contagiaba misteriosamente a todos los que tenían el privilegio de visitarlo allí, de tal manera que nadie criticaba jamás la idea de haber construido una casa tan alta en una ciudad tan baja.
Pero después de que el hombre rico y su familia se mudaran allí, empezaron a sufrir el acoso de la mala fortuna. Se rompían el pie por accidente, se les caían jarrones valiosos y siempre había alguien enfermo. Nadie dormía bien. Los negocios del hombre rico no llegaron a verse afectados, porque nunca los llevaba a cabo allí, pero el gafe que sufrían los ocupantes de la casa llevó a la esposa del hombre rico a llamar a un experto en los aspectos espirituales del hogar, y cuando se enteró de que alguien había lanzado una maldición permanente de mala fortuna sobre la casa, probablemente un yinni amigo de la población de los hormigueros, la mujer hizo que el hombre rico y su familia, junto con sus mil y un subalternos y sus ciento sesenta automóviles, abandonaran la casa alta y se mudaran a una de sus muchas residencias bajas, construidas con materiales normales y corrientes, y allí vivieron felices para siempre, incluso el hombre rico, aunque el orgullo herido es la herida de la que más cuesta recuperarse; una fractura en la dignidad y la autoestima de un hombre es mucho peor que un pie roto y tarda mucho más en curarse.
Después de que la familia del hombre rico se marchara de la casa alta, las hormigas de la ciudad empezaron a trepar por sus paredes, las hormigas, los lagartos y las serpientes; la naturaleza salvaje de la ciudad invadió los espacios habitables de la casa, las enredaderas se enrollaron en torno a las camas con dosel y a través de las alfombras de Bujara de valor incalculable comenzaron a crecer las hierbas pinchudas. Hormigas por todas partes, adueñándose del lugar, hasta que el tejido mismo del lugar empezó a verse desgastado por el avance, la codicia, y la presencia en sí de las hormigas, mil millones de hormigas, más de mil millones, y la arrogancia de las lámparas de cristal se hizo añicos bajo su peso colectivo, y los pedacitos de arrogancia se desplomaron sobre los suelos cuyo orgullo ahora estaba sucio y deslustrado, ya que el tejido mismo del orgullo del que estaban hechas las alfombras y los tapices había sido erosionado por aquel millar de millones de patitas, desfilando, desfilando, robando y robando, y simplemente estando presentes, existiendo, estropeando el sentido mismo del orgullo del edificio alto, que ya era incapaz de negar su existencia y se estaba viniendo abajo bajo el hecho de aquella existencia, de sus mil millones de patitas diminutas, de su hormiguidad. La altivez de las paredes se vino abajo, se desprendió como si fuera yeso barato, dejando al descubierto lo endeble que era la estructura del edificio; y los espejos de amor propio se resquebrajaron de lado a lado, y todo quedó en ruinas, el glorioso edificio de antaño se convirtió en agujero de gusano, en insectario, en hormiguería. Y, por supuesto, se acabó derrumbando, se deshizo como si estuviera hecho de tierra y fue barrido por el viento, y, sin embargo, las hormigas siguieron viniendo, igual que los lagartos, los mosquitos y las serpientes, y también siguió con su vida la familia rica, todo el mundo siguió con sus vidas, todo el mundo siguió igual, y muy pronto todo el mundo se olvidó de la casa, hasta el mismo hombre que la había construido, y fue como si no hubiera existido nunca, y nada cambió, nada había cambiado, nada podía cambiar, nada cambiaría nunca.
Dos años, ocho meses y veintiocho noches, Salman Rushdie.
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bookaneer · 6 years
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La Dama Filósofa tenía una vena de estoicismo masoquista...
La Dama Filósofa tenía una vena de estoicismo masoquista, y cuando hacía mal tiempo se la encontraba a menudo a la intemperie, sin hacer caso de la lluvia ni de la llovizna, o mejor dicho, aceptándolas como las representantes genuinas de la hostilidad creciente de la Tierra hacia sus ocupantes, sentada bajo algún roble viejo y enorme leyendo un libro mojado de Unamuno o de Camus. La gente rica nos resulta difícil de comprender, y es que siempre están encontrando formas nuevas de ser infelices cuando les han privado de todas las formas normales de tristeza. Pero la infelicidad había calado en la Dama Filósofa. Sus padres habían muerto a bordo de su helicóptero privado. Una muerte elitista, aunque en el momento de morir todos estamos sin un céntimo. Ella nunca hablaba del episodio. Sería generoso entender su conducta, empecinada, distante y abstracta, como manera de expresar su dolor.
Dos años, ocho meses y veintiocho noches, Salman Rushdie.
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