#dejé la ubicación libre ;-;
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xangelaherrera · 9 days ago
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Tumblr media
El juego de las escondidas se le había salido de las manos cuando no encontró a la infante en el perímetro que se había establecido para jugar, carajo, dijo para sus adentros mientras la buscaba, solo podía pensar en que su primo no le iba a dejar a la niña ni un segundo más si se enteraba que la había perdido "Hey" Se acerca a la primera persona que consigue en su camino "¿Has visto a una niña de cinco años, con rizos y chaqueta rosada?" Hace una pequeña pausa y luego simula la estatura de la menor con su diestra "Como de este tamaño".
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karen-rodriguez · 1 year ago
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Pocos días de felicidad, una espera de 6meses.
A mis 27 años, un embarazo sin planear, fue algo soñado.
Quizás todas las circunstancias no eran las más favorables para mi, por el resto de mi vida.
Aun teniendo la posibilidad de abortar, que quizás estuvo en mi mente, pero jamás en mi corazón, no quería hacerlo y no lo iba a hacer.
En esos pocos días me importaba muy poco las circunstancias, los demás, solo era yo y mi bebé.
No existieron los miedos, más que las fuerzas de leona que me brotaba por los poros de cuidar a mi bebé, no existió ninguna otra persona más importante que mi panza.
No me importaba perder el mundo entero por mi bebé.
Pero bueno, la vida es la vida, las cosas no se dieron así, perdí mi bebé por una mala ubicación. Qué le costaba a Dios ponerlo donde debía. El único plan perfecto era esa criatura.
Uno llega a la edad, que en estas circunstancias o al menos en esta ocasión, o al menos a mí, un embarazo sorpresa hubiera encajado perfectamente en mi vida , hubiera cambiado lo que debía cambiar para que todo gire al rededor de una buena maternidad y una crianza libre de estructuras , ni pensamientos ni sentimientos generacionales. Habría movido cielo y tierra para criar un ser libre de perjuicios, un ser feliz , un ser que no tenga que romper ningún patrón, ni sufrir ningún proceso, porque los hubiera roto a todos yo , antes que mi bebé nazca.
Las fuerzas y lo grande y lo hermosa que me sentí esos días es inexplicable.
Me daba la vida entera por mi hijo.
Me importaba un cuerno si la vida del padre no encajaba con la mia, veía a tantas famosas encontrar al amor de sus vidas aún con hijos, y decía "yo también voy a encontrar el amor de mi vida, aun con mi hijo". El ser tan distintos y elegir tan distintos caminos con el padre, ya no me importaba, el padre en sí ya había dejado de ser mi centro.
Mi centro era alguien mucho más importante que cualquier persona, mi bebé.
Pero bueno. Solo trato de volcar lo gigante que me hizo sentir alguien tan chiquitito.
Saber que desde el cielo, me eligió como su mamá, me emociona. Nunca dejé de agradecerle. Y cuando todas esas ilusiones pasaron después de escuchar "debemos operarte" solo pedí que esa almita que me eligió como mamá vuelva a mi en el próximo embarazo.
De acá a 6 meses voy a mover cielo y tierra porque todo salga bien.
Desde ya me voy haciendo la idea de un tratamiento sola, porque actualmente no cuento con una pareja presente.
Pero al menos se que mi próximo embarazo va a ser deseado, buscado y lleno de amor.
Ya sea con mi actual pareja o con otra persona.
A veces la vida nos sorprende.
La única sorpresa que espero de acá a 6 meses es un "estas embarazada y tu bebe esta bien"
De ahí en adelante, todo en mi vida va a cobrar sentido.
Mi mundo , mi eje, mis fuerzas, mi estabilidad, y todo lo bueno de este mundo va a ser mi hijo.
Obviamente, sin sentimientos de apropiación porque mi hijo no me va a pertenecer, solo voy a ser su mamá, alguien que lo va a guiar por el camino más sano y correcto.
Que el día de mañana cuando mi hijo tenga la posibilidad de elegir entre dos caminos, que sea el bueno el que elija, aquello que lo haga crecer, avanzar, y seguir siendo buena persona.
Que no elija los caminos cortos y momentaneos, que pueda elegir los caminos largos y eternos. Los que son para siempre, que cuestan pero que vale cada minuto la pena.
Sé que así como soy UNA GRAN MUJER, que no me falta absolutamente nada, también voy a ser una GRAN MAMÁ. y me sienta tan bien la palabra "mamá " a mis 27 años.
Creo que de acá en adelante, mi corazón está totalmente abierto a la maternidad.
Me siento completamente preparada para este recorrido, que se que al principio va a costar por el tratamiento, es cansador los hospitales , el viaje, pero que va a valer cada segundo en el que pueda ver crecer sano a mi bebe en mi vientre, y poder tener a mi hijo en mis brazos sano.
Es un recorrido que va a requerir paciencia y constancia. Sólo esas dos cosas.
Y por primera vez en mi vida, es algo que estoy dispuesta a hacerlo sin bajar los brazos.
Hijo, sé que estás en el cielo, te espero dentro de 6 meses, y a mi no me engañas, eras un gran varoncito. Volve igual. Volve a elegirme, yo me voy a ocupar que todo esté en condiciones para cuando vuelvas.
Te amo para siempre, mamá.
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imperiatrixmundi · 3 years ago
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Historia
rFebrero 1917
El crudo invierno ruso todavía estaba en su máximo apogeo, las calles cubiertas de nieve, las construcciones se encontraban vacías en su mayoría, en algunas otras las verdaderas víctimas (mujeres, ancianos y niños) morían por inanición, de infecciones, e incluso, el suicidio. La historia no era tan diferente para el Zar Nikolái II y la familia Románov que caían a manos de un pueblo enfurecido y bravo.
Abril 1917
Zorya Morózov, un joven de 17 años, afiliado al Partido Bolchevique por presión de su familia marchaba como protesta por las malas condiciones de vida, pero en la mente de este muchacho, las cosas eran diferentes, él nunca creyó en las causas del Partido Bolchevique pues había llegado a sus oídos noticias de un país libre.
Septiembre 1917
La situación era insoportable para el joven Zorya, reclutado como soldado, conspiraba contra el Gobierno Provisional, los aires de guerra sofocaban cada vez más al muchacho de cabellos rubios, que terminó por huir como polizón a un destino desconocido.
Llegó a América luego de meses en condiciones precarias, escondiéndose en los rincones de aquella ciudad extraña, con construcciones que nunca había visto y un idioma que ni siquiera conocía, no tenía nombre en aquella ciudad, pero si le atrapaban, estaría muerto.
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Anatoliy Maksimovich Morózov a la muerte de su padre realizó un viaje a tierras asiáticas, solamente para encontrarse a una guapa mujer coreana recogiendo ostras en un humilde barco pesquero, quedó impresionado por sus grandes ojos y figura angelical. No hubo poder humano que le hiciera cambiar de parecer a pesar de, incluso, ser amenazado con quitarle cuanto poseía. Al año siguiente, contrajo nupcias con la humilde mujer, quien en 1989 le dio a luz a una hermosa niña de pálida piel. Aquella perla, como solía llamarle su padre, siguió creciendo en belleza e inteligencia, capaz de robarle el corazón a cualquiera.
—La lealtad de un hombre, mi pequeña, sólo soporta los encantos de una mujer bonita. —Solía decirle su padre al ver como los hombres quedaban impresionados ante el porte y la belleza de su única hija —reconocida—, de su perla.
Anatoliy era, a los ojos del mundo, un hombre honorable, heredero de tercera generación de un banco exclusivo para la élite, pero no todo lo que brilla es oro. A decir verdad, la familia Morózov no era una simple familia poderosa, acaudalada y “recta”, pues en medio de las paredes de su mansión se manejaba el narcotráfico de buena parte de Rusia, Europa y el norte de Asia, el ser banqueros era sólo una forma de justificar la gran fortuna que almacenaban.  Kisa, por su parte, no era una mujer común, se parecía mucho a su difunto bisabuelo, empuñaría un arma si hacía falta y defendería sus intereses con métodos que algunos calificaban de extravagantes. Con una mente hábil como la de ella, no sólo la supervivencia sino el liderazgo de la casa estaba asegurado pues era una estratega impecable, una hábil fiscalista y, además, letal.
Así transcurrían los días en la vida de la rubia, hasta que, hacía meses, Kisa se había reunido con su padre y su hermana menor, no reconocida hasta ese momento.
—Hay algo que tengo que decirles a ambas. —Anatoliy había exclamado con aquella voz profunda y gruesa que podía ponerte los pelos de punta a cualquiera. —Una de ustedes ha de casarse por el bien de nuestros negocios.
La mayor había apretado los labios, sabía que irremediablemente llegaría un momento en el que estaría envuelta en una situación como esa y, de inmediato, se cruzó de brazos pensando en qué clan no estaría interesado en un trato como ese.
—Yo lo haré. —Kisa se giró impactada por la declaración de Sveta, la hermana menor, aunque le pareció ver una sutil sonrisa en el rostro de su padre. —Nunca he ignorado lo que hacen… o hacemos, dejé de ser una niña hace mucho tiempo.
Hubo un silencio, que quedó interrumpido por la carcajada del varón.
—¿Y sabes con quién vas a casarte? ¿Acaso te casarías con un delincuente? —Cuestionó el progenitor—.
—¿No somos nosotros iguales? —Preguntó Sveta con una habilidad que hizo sentir orgullosa a Kisa, ciertamente la impertinencia se llevaba en la sangre.
Anatoliy asintió a manera de aprobación, la pequeña rubia era una opción viable para el trato que estaba delante de sí. No le había sorprendido que la mayor se hubiese quedado en silencio, tenía una personalidad que hacía honor a su nombre. Para Kisa, Sveta seguía siendo una niña y cómo no, si era unos diez años menor y había sido producto de una casualidad en la vida de su padre después de que la madre de Kisa hubiese fallecido. Entre ellas, la relación siempre fue fraternal, aunque la menor había permanecido fuera del foco público por deseo de su madre; la vida había sido más gentil con ella al no compartir el apellido con la mayor.
Meses después del arreglo, Kisa se había mudado de ciudad, con una misión en mente, primero, vigilar el matrimonio de Sveta y asegurarse de que los cargamentos se distribuyeran correctamente. Segundo, adquirir un banco de primer piso en Corea para justificar los exorbitantes ingresos que estaban a punto de conseguir.
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6 a.m
El despertador sonó cuando el sol aún no se había levantado en el horizonte. Los orbes de la mujer se abrieron encontrándose con la profunda oscuridad en la habitación, un peso extraño le impedía levantarse de la cama, a saber, un brazo que atrapaba su cintura. Giró el rostro hasta encontrarse con el rostro de un varón, que dormía plácidamente a su lado, un amante de una noche. Movió ágilmente su cuerpo, apartándose de su lado.
Con gráciles pasos se dirigió a la ducha, donde se perdió entre el vapor y las sales, después vistió el acostumbrado traje sastre que requería su trabajo, abandonando el lugar sin dignarse a volver la mirada.
8:00 a.m
—Ma’am. —Se dirigió a ella un empleado cuando caminó por el lobby del edificio, mientras le extendía una carpeta de cuero. —El señor Mitsuyoshi ha aprobado el contrato de adquisición de la filial en Taiwán y requiere que viaje de inmediato, de última hora se han negado a firmar, exigen que sea usted quien negocie con ellos.
Kisa no detuvo sus pasos, no hasta que estuvo frente al elevador, había comprendido las palabras que aquel joven, bajó la mirada por breves segundos, mientras pensaba rápidamente en todo lo que iba a necesitar, Taiwán era, sin duda, una ubicación estratégica para sus negocios en el sudeste asiático e iba a pelear con uñas y dientes por introducirse en aquel mercado tan rentable en muchos sentidos. Entró al elevador, con un equipo de cuatro personas listas para acatar las órdenes que la rubia diera.
—Asistente Jung. —Musitó firmemente, segundos después obtuvo respuesta del susodicho. —Reserve el jet, salimos en dos horas. —Se dirigió después a una joven menuda, unos cuántos centímetros más baja que ella. —Señorita Young, asegúrese que el intérprete esté presente en la negociación, no quiero malentendidos. El resto —Hizo una pequeña pausa, mirando la pequeña pantalla que marcaba el piso de destino—, necesito un equipo multidisciplinario venga conmigo, encabezaré la negociación y los necesito preparados para todo, no podemos perder el trato.
Dirigió sus pasos a su oficina, sólo para coger los contratos previos y algunas pruebas que le iban a ser de utilidad si el ambiente se ponía hostil. Guardó en su bolso un celular satelital, iba a necesitarlo apenas llegara a tierras extranjeras.
Taiwán, China.
Habían pasado horas desde la llegada de Kisa, horas desde que la ronda había iniciado, habían llegado ya a un punto muerto.
—No podemos aceptar los términos que su grupo nos ofrece, es un trato desigual, hay otros grupos que nos ofrecen un mejor precio. —El hombre, de unos 50 años, le dirigió una mirada fría con un dejo de superioridad que terminó por irritar a la rusa. —Van a tener que ofrecer algo más o nos retiramos.
La rubia trató de mantener la compostura, observó las facciones de cada uno de los presentes a la mesa con una sonrisa que no mostraba menos que malestar, después hizo un gesto con la cabeza, indicándole a su equipo —que hasta ese momento había permanecido callado— que se retirara, era momento de sacar la artillería pesada.
—Parece que su padre la ha sobrestimado, no hay nada de especial en usted. Es sólo una joven libertina que cree tener el mundo a sus pies. —Expresó el hombre a un lado del líder. La joven había entendido cada palabra que salía de los labios del varón, entonces sacó un folder con un montón de fotos y documentos que comprobaban los lazos de su CEO con la mafia local que se extendía por el sudeste del territorio, luego lo aventó hacia ellos que no pudieron menos que ponerse de mil colores.
—No se tome las cosas personales, señor Zhào. —Dijo ella mientras se ponía cómoda, subiendo las piernas sobre la mesa, permitiendo que su cuerpo se relajara. —Estoy segura de que ustedes necesitan más de nuestro grupo que nosotros, miren las fotografías… Si decido entregarlas a las personas correctas, y les aseguro que tengo las conexiones necesarias, ni ustedes ni su grupo van a sobrevivir.
Silencio.
—¿Debería reportar su traición al general Wáng? Seguramente va a enojarse muchísimo si se entera que parte de su cargamento fue a dar a Fiyi, que se distribuyó en parte de Camboya, que tuvieron el descaro de venderlo a la competencia en Europa y, además, enviaron una parte a California. Díganme, una pérdida de cincuenta millones no es algo que pueda ocultarse tan fácil y mucho menos unos ingresos que son más del triple. ¿Cuánto tiempo trabajaron en planear el atraco? ¿Tres o seis meses? Quizás las fechas de las fotografías nos ayuden a saberlo. —La mujer cambió entonces de posición, quitando los tacones de la mesa, luego se puso en pie, caminando por el lugar, mientras meditaba.
Los cuatro hombres se miraron entre sí, tragando duro.
—Quizás estén dispuestos a darme un descuento… ¿cinco por ciento? ¿O quizás un diez por ciento? No, creo que un 20 por ciento es mucho mejor… Claro, no olvidemos las condiciones del contrato y el cambio de sede…
—No, no nos apresuremos señorita Morózova. —Habló nerviosamente el titular, mientras trataba de calmar la clara irritación de la rusa. —Podemos aceptar todo eso, pero el descuento es algo impensable.
—No nos estamos entendiendo. —Kisa fijó sus felinos ojos en los ajenos, presionándole a tomar una decisión. —Descuento del vente por ciento, cambio de sede y nombre, e incluimos las propiedades del grupo… También la bodega del puerto. Todo a cambio de mi silencio y sus despreciables vidas. Tienen cinco segundos para decidir.
La tensión de los varones podía olerse, la rubia sonreía. No, no era sólo una joven libertina, era una mujer inteligente y eso lo sabía.
—Hecho. —Fue la respuesta de aquellos y de inmediato, se procedió a la firma de los documentos.
Al finalizar el día y, con la rusa caminando hacia el jet, sacó el teléfono que anteriormente guardó en su bolso. Por breves segundos su taconeo dejó de oírse.
Tecleó entonces un simple: Thx.
En algún punto del mundo, una morena sonrió al ver el sencillo mensaje.
3:00 am.
La bodega en el puerto parecía como cualquier otra, sumida en la penumbra y el silencio. La bruma marina cubría el horizonte y la débil luz proveniente de un foco lejano luchaba contra la noche. Al interior, cuadro cadáveres reposaban uno junto a otro. 
Haría pues, su gran entrada la Reina. Enfundada en un ceñido vestido rojo que resaltaba su exótica figura, el taconeó de aquella mujer resonaba mientras sus hombres le abrían paso y le rendían pleitesía. Sus gatunos ojos se posaron sobre uno de los cuerpos que estaba boca abajo y, con la punta de su tacón, le dio vuelta, sonrió de lado mientras se inclinaba suavemente. El rubio cabello se encontraba recogido en un elegante peinado, muy apropiado para no dejar evidencia de su presencia ahí. Su delgada mano, enfundada en un guante de piel negra, se dirigió hasta la barbilla de aquel hombre, negó un par de veces y extendió la mano, entonces Baran le extendería un arma corta, su favorita. 
La Reina apuntaría contra aquella barbilla y jalaría el gatillo, terminando el trabajo de sus hombres al desfigurar completamente el rostro de aquel. Las huellas habían sido cortadas y los dientes sacados, la sangre drenada y el cabello cortado. Sólo hacía falta su firma. 
Intercambió la pistola por una de pintura y, en uno de los lienzos más extensos que tuvo, al tratarse de un hombre gordo, dibujó la corona que la identificaba mientras sus hombres comenzaban a retirarse uno a uno. Esa altiva mujer terminaría su obra con una gran sonrisa. Entonces hablaría para romper el pesado silencio que se había formado. 
—Espero que eso le enseñe que conmigo no hay negociaciones. Adiós, señor  Zhào.  —Miró a Baran que permanecía a su lado, sin inmutarse por la crueldad del suceso.  —Nos vamos.
Al amanecer, la policía china se pondría a temblar. Era demasiado tarde para intentar detener a la Reina Roja. Acababa de adueñarse del territorio. 
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Moscú, Rusia.
Otoño. Las hojas de los árboles cubrían el camino de un famoso parque en la ciudad, la brisa casi invernal jugueteaba moviendo las hojas de aquí para allá. La alta rubia se sentía viva apenas regresaba a su tierra natal, definitivamente estaba enamorada de cada pequeño detalle del lugar que la vio nacer, incluso el aire le parecía diferente.
Se encontró, de pronto, frente a un afamado y exclusivo restaurante, se adentró y reconoció una delicada figura femenina, que la hizo sonreír de lado, se acercó a ella mientras tomaba asiento frente a ella.
—Tiempo sin verte. —Musitó la joven mientras sonreía muy amplio.
—Sigues exactamente igual que la última vez que te vi. —Respondió la castaña, aquella había puesto una mano sobre la mesa, alcanzando la punta de las pálidas falanges de la rubia.
—Te he dicho siempre que puedes quedarte conmigo, pero nunca quieres aceptar.
La castaña no respondió nada más, se limitó a esbozar una suave sonrisa, con una expresión como de quien quiere disculparse, pero no sabe cómo.  Su encuentro era algo que siempre las emocionaba, un evento que ninguna cambiaría por nada.
—¿Y bien? —Preguntó Kisa antes de meter un bocado de carne suave a su boca, la castaña se había quedado observándole, sin entender bien a qué se refería. —¿Ya te has decidido por un bando?
—No lo sé… Me está tomando más tiempo de lo que pensé. —Su interlocutora sonrió apenas.
—Te has convertido en una excelente agente doble, si me lo preguntas. Pero creo que la oscuridad te está ganando más porque incluso el hombre que te gusta no pertenece a la CIA.
—Maldición, say no more, no he podido sacármelo de la cabeza desde mi misión en Italia.
—Ew, nasty… Estoy segura de que mojas las bragas apenas te acuerdas de él. —La castaña se rio de la expresión de su amiga—. Ni siquiera sé por qué te gusta tanto si apenas es un niño.
—May I remember you about that nerdy guy? I am not the only one dripping wet, my dear. —Contraatacó, a lo que Kisa hizo una mueca de guardar silencio—. Y, para decir verdad, yo tampoco sé.
Ambas mujeres rieron a mandíbula suelta, entre ellas no había bien ni mal, no había barreras ni secretos, eran algo más que amigas, eran como almas gemelas.
—¿Sabes? Creí que estaba luchando por limpiar al mundo from all that shit, pero ha sido un golpe muy bajo saber que en realidad sólo estaba eliminando a la competencia de mis superiores.
—Es una lástima que te hayas enterado así, pero si de algo sirve, eres una gran mentirosa. No me canso de escucharte hablar sobre cómo reaccionó tu jefe apenas le sugeriste que estaba involucrado en negocios sucios.
—Su expresión fue arte. —Y entonces aquella mujer, hizo alguna mueca casi teatral que provocó la carcajada de su acompañante.
—Maldita sea… —Kisa se detuvo con lágrimas saliendo de sus ojos, le dolía el estómago de tanto reír—. Por cierto, ¿cuál es el nombre que te han puesto ahora?
—Cécile. —Respondió con un perfecto acento francés, luego levantó los hombros.
—Madre mía, ¿quién te pone los nombres?
—No lo sé, yo sólo adopto la nueva identidad… By the way, ¿sabes algo de DuPont? Ese niño es mucho más listo de lo que aparenta.
—Es bastante listo, Sveta podría haberse casado con él de no ser porque es un duquecito y tiene que salvar las apariencias.
—En las mejores familias pasa… —Respondió Cécile con mucho sarcasmo en su voz.
Kisa negó con la cabeza, sonriendo irónicamente. El ameno ambiente quedó interrumpido por el sonido del teléfono de Cécile, esta leyó el texto y luego miró a Kisa.
—¿Tiempo de salvar a mundo, hmm?
—You know it already, baby. —Respondió la castaña mientras se ponía en pie, acercándose a la rubia frente a ella. —Sabes que siempre estoy más cerca que lejos, ¿no? —Susurró a su oído y luego le besó la mejilla.
—Siempre cerca. —Respondió Kisa en un susurro mientras veía como Cécile se alejaba.
Esa mujer valía millones… No sólo por lo que sabía, sino por el valor que tenía a los ojos de Kisa.
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Seúl, Corea del Sur.
Las vacaciones se habían terminado para Kisa, estaba de vuelta al trabajo con energías recargadas después de ver a Cécile, además su mejor amiga le había dado información invaluable a cambio de algunos nombres de cabecillas que ella misma odiaba o simplemente quería desaparecer.
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Norte de China.
La vida de Kisa había cambiado mucho. El mundo de los billonarios es un poco extraño porque, aunque pueden tenerlo todo, carecen de las cosas más simples de la vida. La rusa siempre se había considerado afortunada porque a pesar del dinero, su padre y hermana siempre habían estado cerca de ella, no necesitaba nada más… Entonces había llegado Nate. Un muchacho delgado, extraño, adicto a los videojuegos. Se había enamorado.
Se había enamorado tanto y tan profundo que cuando pidieron un rescate por él, la rusa no dudó ni un segundo en soltar con facilidad 100 millones de dólares, era como quitarle un pelo a un gato. Ahí, en medio del bosque, Kisa había perdido al amor de su vida.
—No… —Susurró la rusa. —Nate está vivo, Jena…. Vivo. —Se repetía la mujer, con la angustia a flor de piel y entonces se desplomó en el suelo, gritando una serie de maldiciones y llevándose las manos a su cabellera que jalaba. Había perdido la cabeza.
—Kisa… —Masculló la americana, buscando acercarse a la fémina. —Kisa, escúchame. Por favor. —La rusa lloraba, se golpeaba el pecho.
Las piernas de Jena apenas se movieron para abrazar la figura rota.
—No. —Dijo Kisa. —Ni un paso más. —Amenazó la rusa, esta vez sosteniendo un arma, apuntándole a Jena con una expresión tal, que la americana se estremeció en medio de su propio duelo. —Todos esos malditos me las van a pagar.
Y entonces, miró a un Baran sumamente preocupado, ordenó:
—Nos vamos y vamos a usar hasta la última bala, aún si yo tengo que morir.
Hablaba en serio. Ahí la americana había recordado que no sólo era Kisa Morózova, su mejor amiga, sino que era la Reina Roja.
Después de ese diálogo, la rusa había tomado cada camioneta, cada bala, cada arma y cada cuchillo en la base, entonces salió en busca de Nate, si estaba muerto quería verlo al menos con sus propios ojos. Si estaba muerto, entonces quería sepultarlo junto a su madre, si estaba muerto, Kisa también quería morir.
“Es mafia rusa.” —Eso decían las personas cuando encontraban cuerpos sin poder reconocer y marcados. —“Esto puede ser resultado de la Reina Roja.”
Kisa había allanado la casa de seguridad con suma facilidad, no porque no fuera, sino porque habían reducido la seguridad a la mitad en menos de media hora. Mató a cada hombre que se puso en su camino y la casa quedó hecha un guiñapo, entonces llegaría hasta el sótano del lugar, encontrándose con una escena espantosa, que la despierta todavía por las noches:
El cuerpo torturado y colgado de su amado. Su precioso rostro marcado por el dolor que sintió hasta el final, sus delgadas manos amoratadas y la sangre manchando el pijama.
En ese momento, la vida de Kisa Morozóva había perdido el sentido.
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Moscú, Rusia.
El cuerpo de Nate ahora reposaba junto al de su madre en el cementerio familiar. Kisa lo visitaba a diario y lloraba por horas sobre su tumba. No tenía más razones para vivir. Ni el dinero, ni el emporio, ni la fama… Nada de eso valía si no tenía a Nate a su lado, con sus ocurrencias tontas, con su obsesión con las chicas 2D (como les llamaba él), con la chatarra que comía…
Kisa Morozóva había dejado de ser hábil manejando los negocios, así que se había tomado un descanso de su puesto, se dedicó a visitar a su hermana que ahora esperaba un niño. Ahora envidiaba a su hermana menor, que, aunque era un matrimonio arreglado, había llegado a amar a su esposo. Ella ni siquiera pudo salvar al chico que le mostró un mundo nuevo.
Una noche fría de diciembre, próxima a su cumpleaños, había decidido que no quería vivir más, que la vida no valía nada y entonces, lo había intentado por primera vez, haciendo cortes en sus muñecas, pero Baran (su secretario) la descubrió a tiempo y la salvó. Ese sería el primero de más intentos: sobredosis, saltar de un acantilado.
Medio año desde que Nate se había ido y entonces un golpe todavía más bajo terminó por hundirla: La muerte de su mejor amiga. Jena había muerto el día de su boda, la americana se había casado con la muerte y no con el italiano que Nate protegió hasta la muerte.
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Montero.
Se había casi rendido, pero Sveta, su dulce hermana menor, le recomendó iniciar de nuevo en una ciudad nueva. Entonces Kisa, en un último intento, se mudó de Moscú, aunque seguía viajando constantemente a la ciudad por sus negocios que había retomado por súplica de su padre que estaba cada vez más angustiado por la salud mental de su perla, que casi había perdido el brillo. El padre no se atrevía a juzgarla, porque él había perdido la cabeza cuando la madre de Kisa había fallecido, el amar profundamente estaba en los genes de la familia Morózov. 
Así, la rusa se había mudado a Montero en el único afán de ganar una ciudad más a su larga lista de dominio, a ver si el poder tenía la fuerza suficiente para darle la voluntad de vivir. 
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lausdv · 5 years ago
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Social media
Me di cuenta de que las apps que más uso son Instagram, Netflix, LinkedIn, Fintonic, Gmail, WhatsApp, Twitter, Facebook, Pinterest y Tumblr en ese orden.
Análisis:
Ig: me encanta ver tutoriales en fotos o videos cortos porque soy sumamente impaciente y no aguanto ver un video completo de YouTube. Amo las historias de The Beauty Effect y de Momiji Beauty, y por ahí se cuelan historias de gente famosa que sigo, sin embargo, también noté que me deprime tanto glam en mi pequeña pantalla de cel y es que mi vida me parece deprimente, ya sea por la falta de libertad, tiempo, experiencias y dinero para hacer todo lo anterior. No se como liberar esa adicción a esta app, porque me entretiene y me deprime a la vez.
Netflix: adicción mil, descargo capítulos de AHS en la ofi porque el IP es de San José Cali, y el Netflix gabacho la tiene para descarga, so, salgo de la ofi y tengo cuidado de no conectarme a ninguna red wifi o de activar accidentalmente mi ubicación para no perder mis descargas. Y esto es a un nivel intenso porque de verdad me siento mal si por accidente me conecto en alguna ip de mi región. Btw, me da un poquis de ansiedad quedarme sin nada descargado para mis trayectos de muchas horas todos los días a la oficina.
LinkedIn: ambición. Todos los días la reviso mil veces para ubicar nuevas vacantes en alguna empresa que en mi mente me va a pagar bien, me va a dejar tiempo libre para mi y que además tendrá el ambiente laboral mas deli del mundo y pues no, la realidad es que me han rechazado de tantos lugares que considero cool que ya perdí la cuenta. Ah, y también la reviso para verificar si de casualidad me contestaron de alguna vacante anunciada o por si algún head hunter me encuentra y me facilita la vida. Plus: me entero del chisme de mis ex coworkers.
Fintonic: obsessed w/financial planning. Desde hace unos meses decidí registras TODOS mis movimientos financieros para educarme en esa materia. Resultó que casi no olvido registrar hasta el último chicle o propina gastada, pero eso no me ha educado en ahorro o en inversión. Need a new plan.
Gmail: tiene todo que ver con LinkedIn, porque reviso constantemente mis correos por si algún head hunter me escribe (kinda hate my job). También aparecen algunas ofertas deli de vez en cuando.
WA: me mensajeo con una o dos personas diario, jamás más de tres, sin embargo, todo el tiempo estoy revisando si hay mensajes nuevos. Creo que aun pretendo ser importante para alguien en el mundo.
Twitter: vómito verbal, mi especialidad. Normalmente la uso para enterarme de lo que pasa en el exterior, o por lo menos en México. 100% de las veces que la uso termino enojada por los Amlovers, o por Chumel, o por Sopitas o por alguna pendejada política que amarga mis días. La uso básicamente para validar mi idea de miserabilidad dentro de mi y en mi entorno.
Fb: costumbre y memes. Dejé de seguir a casi todos mis contactos y la red se convirtió en una fuente inagotable de memes, es como el relax divertido del día. Btw, jamás me siento mal porque no veo la vida de nadie más y no me termino comparando.
Pinterest: básicamente la uso para "inspirarme" en mi outfit del día siguiente, sin embargo termino vistiéndome con casi lo primero que encuentro, muy distante a las fotos de la app. Y también la uso como inspiración para mi mani de la semana.
Tumblr: vómito verbal de más de 140 carácteres. Jamás veo mi newsfeed, solamente escribo, para intentar recuperar esa habilidad adolescente narrativa. De cualquier forma ni es diario ni tampoco constante.
¿Chingona vida no?
Alv.
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rucamu-blog · 4 years ago
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Dos fragmentos de “Parisianas”
Cap. 7: SHAKESPEARE & COMPANY
Nos costó un poco pero al final la encontramos. En el 37 de la Rue de la Bûcherie, en un viejo edificio. Allí estaba “el país de la maravillas” del que hablara Henry Miller.
Parecía que se estaba desarrollando algún tipo de evento. Un recital de poesía o la presentación de un libro.
Eché un vistazo por lo alto. La librería estaba hasta el hocico. Una musiquilla melódica murmuraba desde el fondo. Se trataba de un concierto. Universitarios y turistas despistados observaban el espectáculo desde la calle. Una vieja canosa y arrugada fumaba un pitillo sentada sobre un taburete rodeada de perros. Debía ser uno de los últimos rescoldos del París del 68´ que se olvidaron recoger. Permanecía digna, con la cabeza alta, observando a su alrededor. Se diría que estaba en el salón de su casa.
Unos críos, vestidos a lo hippie, jugaban entre la gente. Sus padres, fumados, seguían el concierto con litros calientes entre sus manos. Estaba animada la pequeña plaza que rodeaba la “Shakespeare”. La gente ojeaba los cientos de libros de ocasión que se acumulaban en cajas y estanterías. Una puerta conducía a un pequeño establecimiento especializado en incunables; otra, a la librería en sí.
Finalizó la función y todos se echaron a la calle.
Un par de jóvenes repartían a los asistentes vino rosado. Clara, en una hábil maniobra, se hizo con dos vasos.
Desde allí podía verse la Ile de la Cité y sobre ella la catedral de Notre Dame. La inmensidad de la noche parisina caía sobre el Sena como un beso eterno y todo se presentaba más que hermoso. Nada de romanticismos. Era como siete tiempos diferentes en un mismo espacio. Paris, más que la ciudad del amor, era la del alma. Andar por sus calles era como ir cogido de las manos de la vida y de la muerte. Podía uno, como hacen los niños, columpiarse en ellas.
Era divertido y a la vez trágico mecerse en aquel éter atemporal. Daba lo mismo caer abatido en cualquier esquina que llorar de alegría, todo iba a parar al mismo sitio; los bajos fondos de la mitología occidental. Allí donde los grandes espíritus de los últimos 500 años de la historia europea habían derrochado energía, ilusiones y penas.
Todo había sido ya pensado, todas las magnas empresas habían sido emprendidas. Todo lo que el hombre un día soñó llegar a ser, había alcanzado en Paris su máximo esplendor. La ciudad parecía no haberse recuperado aún de la partida de Rimbaud.
Entramos.
El lugar era bastante acogedor. Cientos de libros cubrían las paredes. Algunos niños jugaban sobre amplias alfombras esparcidas irregularmente por el suelo. Una chica ojeaba un libro sentada en una banqueta de madera. Otros, simplemente, miraban.
Una serie de pasillos serpenteantes y oscuros conducían a unas escaleras. En la pared que seguía la línea de estas, varios caricaturas de viejos escritores —Hemingway, Joyce, Proust, Apollinaire…— conducían al piso superior.
Extraños juguetes polvorientos y enormes volúmenes se encontraban desperdigados por la sala. En una mesa, en el pasillo que llevaba a la habitación del fondo, había una máquina de escribir. Un cartel señalaba la posibilidad de ser utilizada libremente por cualquier persona que lo necesitase. En esos momentos parecía no haber nadie que tuviese algo que decir.
Llegamos a una extraña habitación. Dos chicas y un chico conversaban en francés. Por sus caras y sus gestos debían estar debatiendo sobre el imperativo categórico o alguna mierda de esas. Se les veía a gusto, en su salsa. Él guapo, desenfadado, con una bonita sonrisa; ellas lindas, con esa belleza que tienen las mujeres que se interesan por la política.
Un piano mohoso y desdentado permanecía en una de las esquinas; junto a el, una puerta cerrada. Sobre la puerta, una foto de un personaje por mí desconocido, pero que debía formar parte de la historia de la librería.
Había algo raro en aquella puerta. Por su ubicación, parecía dar a la calle. Una barra metálica la cruzaba y un cartel junto a ella anunciaba una especie de salida de emergencias.
Las contradicciones se superponían anulando su significado:
«Una salida de emergencias que da al vacío en el que es imposible caer porque está cerrado».
Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Necesitaba tomar el aire. Quizás una copa. Escuchar algo de Jazz.
  Cap. 8: LA CAVEAU DE LA HUCHETTE
 Nos internamos en la Rue de la Huchette.
Se trataba de una calle peatonal, la clásica calle de cualquier ciudad del mundo habilitada para uso y disfrute del turista. Cientos de braseries amuebladas y decoradas exageradamente al estilo parisino, lo que les daba un aspecto de solemne cutréz. Absolutamente prohibitivas. Aquellos carteles de precios apostados a la entrada eran un reclamo para anglosajones de mediana y tercera edad.
           La Caveau de la Huchette se encontraba allí. Había sido utilizada en el siglo XVI como cámara de tortura. En 1946 fue reconvertida en cámara de las delicias, club de Jazz. Estaba compuesta por dos niveles. En el superior se encontraba el bar. En el inferior se desarrollaba el show.
           Aún quedaban quince minutos, así que fuimos a pedir algo.
           Pregunté al barman qué tenía de ron. Me señaló una botella anclada bocabajo a la pared con una especie de dosificador en la punta. Me encogí de hombros indicándole que me daba igual. Clara pidió agua con gas. Cogió un par de vasos de la estantería y los colocó frente a nosotros. No me lo podía creer, el vaso, que se encontraba a una distancia de metro y medio de la barra, no varió su masa en el desplazamiento. Se trataba de una especie de probeta de laboratorio en el que pretendía servirme un ron-cola. Interpuse mi mano entre el vaso y la botella. Me dejé de anglicismos.
           —¿Qué coño es esto? —Se quedó mirándome con el brazo en alto sin saber qué decir—. ¿Me has visto cara de liliputiense?—El gabacho seguía mirándome con porte romano—.
— Ponme de aquellos…—Señalé unos amplios y robustos vasos de agua que se alineaban en las estanterías. Giró la cabeza de un lado a otro mientras señalaba el tubo de ensayo—.
—Dice que no.
—Ya. Bueno. Pregúntale cuanto es la broma.
—15 euros.
           Puse cara de jodido y pagué.
           Bajamos las escaleras y observamos el panorama. Una auténtica cueva de piedra, con gradas a la izquierda, pista de baile y escenario. Al fondo a la derecha, un amplio cubículo abovedado albergaba cuatro o cinco mesas. Pillamos una libre.
           Tenía lo oscuridad precisa y buen ambiente. En el escenario se movían cables y se afinaban instrumentos. El jazzmen era un tal Ron Baker. Avanzaba ya hacia su saxofón para iniciar el show. El grupo se componía además de piano y contrabajo. Miré a Clara y le dí un minúsculo trago a mi petit-suisse. Estaba preparado para una gran noche de jazz. Dos meses, amigacho pacá amigacho payá, habían merecido la pena. Excepto por la mierda cubata que me habían puesto, todo fluía.
           Dijo unas palabras en inglés que arrancaron unas simpáticas sonrisas al público. El bueno de Ron era un negro joven, guapo y apuesto. Con estilo.
           Tocó un par de notas y el show arrancó.
Era un tema de presentación bastante movidito. Apenas había empezado cuando un par de parejas se arrancaron a bailar. Dos octogenarios acompañados de damas de no mucha menor edad. Tenían pinta de ser fijos en el garito. Uno de ellos parecía americano. Imaginé que después del día D aquel simpático vejete había ido alternando por diversos bares de la ciudad y se había enamorado. «Para qué cojones voy a volver a mi tierra», se diría. Y allí seguía con los huesos aún chirriando.
Sonreían y flotaban por la pista. El piano se arrancó con un solo. Yo taconeaba intentando seguir el ritmo, mientras mi copa menguaba violentamente. Solo echaba de menos en el ambiente aquellas maravillosas estelas azules que el humo de los cigarros de los espectadores dejaban hace no más de diez años. Veía el escenario como si estuviese enmarcado en un cuadro. Solo que el marco venía a tener forma de entrada de cueva. La ilusión óptica era desconcertante. Las dos cámaras formaban un espejo cóncavo en el que no se sabía muy bien quien era espectador de quien. No sabía si ellos tocaban y yo sonreía o si los acordes surgían del efecto contrario. El caso es que parecíamos discurrir por el mismo plano vital.
Normalmente no era así. Yo siempre estaba cabreado mientras el mundo podía estar bien, mal o regular. Por unas horas iba a estar donde quería, donde yo había elegido.
Ron atacó con una riada de notas que frenaron en seco para dar paso al solo de contrabajo. Volví a mirar a Clara y le señalé el estómago.
           —¿Sientes como vibra? —Me sentía eufórico, de ahí que me permitiese decir semejantes gilipolleces—.
           La pista empezó a quedarse sin espacios. Todos sabían a lo que venían y todos sabían como moverse. Yo también quería mover el bulla, quería participar de la fiesta. Pero era difícil meterse allí sin saber dar dos o tres pasos. La masa danzaba alegremente sin rozarse unos con otros. Parecía un musical de Broadway.
Acabaron una y empalmaron con otra. Más velocidad. El sudor corría por la cara de Ron que, perfectamente ataviado, empezaba a poner cachondas a las féminas.
           —Es guapo.
           —Joder sí, lo es. —Aplaudía yo—.
           El tema acabó.
Mientras hacían las presentaciones aproveché para ir a por otra copa. Al fondo de nuestro cubículo había una especie de salida. Salté un par de obstáculos de piedra y di con unas estrechas escaleras. Subí y aparecí en el bar. Pedí ron, esta vez —especifiqué— solo. Pagué y volví a bajar.
           El ron sabía a cañerías. No podía verse la marca desde la barra. Parecía destilado en Eslovenia.
           —¿Tú te puedes creer? Qué hijos de puta…
           —Es un clavo.
           —¿Cómo te encuentras?
           —Me sigue doliendo mucho.
           —No te preocupes, me bebo esta bazofia y nos vamos.
           —Está bien.
           Había sido un poco duro con Clara. La obsesión por no perderme un detalle de Paris me había cegado. Estaba allí por mí y yo no me había parado a pensar en ello.
           Por aquel día ya teníamos suficiente, además, aquel ron me estaba empezando a tajar de verdad.
Escuchamos dos temas más y nos fuimos. Cogimos el metro en una parada cercana y volvimos a Montmartre.
           Antes de dormir me asomé a la ventana.
Sí, era Montmartre, la leyenda. Desde donde yo veía, una calle normal, como cualquier otra.
Pero nosotros estábamos en ella.
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ivanncruzzz · 7 years ago
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Con los párpados cerrados y los ojos bien abiertos.
                  Una sensación tersa entre mi frente y yemas de los dedos acompañaba el momento. Y seguía ahí, la misma silueta, el mismo ser, aunque con diferentes tonalidades a mi mirada asombraba y con claridad definía al sentimiento en cuestión: curiosidad. Repentinamente una nube de tonalidad azul claro la seducía con paciencia, hasta fragmentarla en dos partes iguales: calmosamente la nube se divertía con la parte superior al instante mismo que le hacía humedecer la inferior. Fue fácil notarlo, aquella sutil imagen era el placer, apenas perceptible para la vista pero inolvidable para la piel. La misma, se desprendía de sí, y volvía a surgir dentro de la ella. Una y otra vez, hasta evaporarse de tanta pasión. Mientras tanto yo, a la distancia perfecta para poderlo percibir todo, continuaba, reposando de aquel sofá de terciopelo fino observando con calma. Siendo el espectador ideal: aceptando todo sin cuestionar nada. No tardó el sudor en caer sobre mi frente, ojos y boca, como un manantial de cosquillas sobre mí al tocar los labios de una mujer. Cómo olvidar aquella sensación de tranquilidad. Cómo vivir sin ella, pensé en voz alta.                                                                                                                                              Ahora parecía cobrar vida, a cada respiro la silueta emanaba luz. Misma que a mis pensamientos impregnaba, se derretían tan lento que parecía nunca llegar a su fin, tan suave que al sentir el primer haz de luz deslizarse sobre mis pupilas, lo pude desprender de mí sin causarme dolor alguno. Creo fielmente que la luz no ocasiona algún daño a quien la necesita. Lo tomé y camine con él. De la mano, creando una superficie prismática. Silueta tras silueta, formas indefinidas yacían a lo largo y ancho del horizonte. Sin errores, sin imperfecciones. El momento mismo parecía crearse y destruirse al instante, no había porque sentir frustración si al voltear el camino recorrido no había culpa alguna y al mirar al frente la esperanza carecía de sentido.  
                  Todo me asombraba, aunque con desdén al porvenir imaginaba. Sin verla venir, una idea se incierto en mi cabeza, una semilla muy dentro de mí: ¿Qué hago aquí?. Misma que me hizo sentir un poco más humano, y darme cuenta que podía crear pensamientos propios de nuevo. ¿Cómo había llegado hasta ahí?, miré hacia abajo y noté como a cada paso, era yo quien bisecaba al tiempo. Podía sentir la huella impregnada en un recuerdo y visualizando cómo quería dejar marcadas las siguientes. En ambos lugares podía existir.                 Continué ascendiendo y todo se tornaba pesado. El calor gobernaba mi piel, parecía perder el control de mí con cada exhalación y con ella la capacidad de sentir, pensar y percibir. Todo lo habría perdido si dejaba que mi mirada se dejará llevar por aquella perturbación externa que me sofocaba: tan sólo por la vibración de un par de átomos bailando. Ahora el camino se tornaba un poco arenoso, parecía tan inestable al pensar pero firme al sólo dejarse llevar. Todo parecía funcionar como en la vida real. Tras  llegar al último escalón, no había sombras ni contornos o bordes que me permitieran distinguir distancia alguna. Ya no era más sólo un simple espectador, era al fortuito protagonista.
                     Alcé la mano derecha tan alto que pude punzar la silueta en un punto con el haz de luz. De pie y sin movimiento, dejé de respirar para parpadear con más claridad. La pequeña imperfección comenzó a acrecentarse rítmicamente a tal punto de disolver los colores reprimidos a través de la fisura. Aquella implosión me conquistó, quería ser parte de ella: sumergirme en mi interior, perder mi forma definida y volver a comenzar. Veía como los colores se unificaban y desfragmentaban hasta definir siluetas particulares: en forma de rostros, plantas u objetos geométricos conocidos. Como aquella vez en Japón, cuando miles de peces betas yacían colgados el árbol más tranquilo del mundo, y la gravedad me liberaba de su eterna esclavitud, sólo por un momento, para aprender a volar: dejar de ser un pez y ser libre como un ave. Mismas que al interactuar con mis ojos y memoria daban un significado particular. Si, eran mis recuerdos, segmentados unos entre otros por bordes cilíndricos que delimitaban la danza de colores de un periodo particular y alguno distante.
                   Mi pasado y yo. Frente a frente, nos volvíamos a encontrar. En nuestra forma más primitiva pero coherente en esa dimensión. El miedo que sentí al inicio se comenzaba a ir, ya no había marcha atrás. No lo niego, por mucho tiempo quise conocer la ubicación precisa dónde se encontraba, dentro de mi cabeza o en la memoria de las personas. Había recorrido todas las estaciones del tren durante muchos años preguntando a las personas sobre cómo llegar a él, saber cómo es vivir en su mundo y hacerle saber cómo era sólo sentir momento, sin poder más imágenes conservar. Sin preámbulos y con la partida del miedo, se manifestó. Los bordes cilíndricos que delimitaban aquel recuerdo en particular se hacían más delgados, del mismo grosor que la realidad. Una efusión de colores contenidos se tornó de una forma específica en un momento definido.    
                  Aunque el resplandor y todo ello era muy llamativo, para mí sólo eran caricias diluidas y muecas sin emoción. Como besar sin amar. Ahí puede ver las lágrimas de un amigo sobre mi hombro desgarrado de dolor acompañado de una mujer, mis lágrimas desgarradas al ver sobre el hombro de la mujer a un amigo nunca volver, a una mujer y un amigo llorando por verme partir sin dolor: verme sin poderlos reconocer. Ese fue el día, donde sin despedida el pasado huyó, huyó de mi. ¿Qué era yo sin mis recuerdos, una pintura colgada en el museo del olvido?, ¿un recuerdo jamás evocado, o tan sólo una pincelada de emociones en la imaginación de aquellos dos individuos? La mujer se arrodilló frente a mí. Miró mi frente, mejillas y con dulzura fingió secar mis lágrimas. Todo fue tan rápido que me totalmente sentía incapaz de cuestionarla sobre lo que aparentaba sentir, pero puedo asegurar que sólo eran sus ojos quienes emanaban indiferencia, pero su piel clamaba tocar la mía: volver ser parte de la mía.                              
                   Con aquel ademán una sensación de alivio surgió muy dentro de mí. Exhalé. El aire desplazó aquel mechón de cabello que cubría la frente de la mujer, el cual acomodó sobre su oreja izquierda. Incidente que originó una gradiente de distancia, una pequeña sombra entre el cabello y su rostro. De la cual, nació la oscuridad. Con la imagen pausada y la mirada fija, mi cuerpo y todo alrededor en forma de espiral comenzó a diluirse a través de aquella comisura a donde todo partió. Sólo éramos colores a través de una galería de recuerdos. Inhalé una y otra vez, tan hondo. Tanto que el tiempo recorrido a través de mis fosas nasales ya no cabían, así que tuve que toser, eliminar todo lo que se vive pero no vale la pena guardar. Sólo lo vital prevaleció dentro de mí. Entonces retiré mis manos sobre mis párpados y seguía ahí, el reflejo de la persona que no me dejaba de mirar a los ojos a través de aquella silueta de rojo resplandor. Quise tocarle, conocer quién era y porque no me dejaba de mirar. Por qué a pesar de tener los ojos bien abiertos nunca dijo una sola palabra. Impotente, mi cuerpo comenzó a vibrar, mi dedo derecho se levantó y dirigió hacia él y rompiendo la fina barrera de curiosidad me adentre en él. Primero mi mano, brazo, nariz y al final la espalda. Cuadro a cuadro y pensamiento a pensamiento me sumergí, uno detrás de otro, desfilando al mismo ritmo de las olas al salir de la inmensidad del mar para esfumarse en el viento. 
                   Una capa del rojo intensidad cubría mi piel, nada parecía incomodarme: la gravedad y el aire me tenían miedo, huían de mí apenas volteara alrededor o pensara en desplazarme. Una intensa energía se contenía dentro de mí, me impulsaba al movimiento aunque mi pequeño y desnudo cuerpo apenas pudiera sostenerse por sí mismo. Entre pestañas miré detalladamente a mí alrededor. A lo lejos un sendero de bambús dictaba la dirección y sentido por recorrer, a un costado estaba la infinidad del universo cubriendo la inmensidad. Materia oscura y estrellas giraban en torno a su galaxia concebida. Todas ellas aburridas, pero bellas a su manera, con ese eterno girar y expansión constante. Parecía la monotonía nunca acabar. Arriba de aquella superficie plana se encontraba otra realidad, de la cual el horizonte de sucesos desprendió miles de pies gigantes con pantalones brillantes y zapatos relucientes que aparecieron tan pronto fruncí el ceño y comenzaba a caminar. Así, al ritmo de Tiersen, los pies bailaban sobre el universo y con cada estrella aplastada una burbuja de helio, hidrógeno o magnesio eran liberadas de cada una de ellas. El lugar ahora estaba cubierto por burbujas danzando a un ritmo aleatorio e ilimitado.                                                                                                      Siguiendo por el sendero del bambú, y ante la sincronía del índice derecho sobre el primer Re menor y la de un tacón sobre Sirius, una pequeña burbuja azul se desprendió del piso. Aquella fuerza interna que mueve todo ser con vida, la sumergió en su poder y la hizo bailar. Mientras tanto yo con las dudas apagadas y el silencio recorriendo mis venas me encontraba anonadado. Miles de micro sensaciones en forma circular palpitaron en mi frente: la porosidad absorbió aquel líquido azul, y con ella una sensación magenta recorrió todo mi cuerpo, me hizo cerrar los ojos y reclinar mi cabeza hacia atrás. Con la mirada bien en lo alto, comencé a recordar.                                                                                 
               Bien sentado y con las palmas de las manos sobre la cama. De un solo movimiento, un par de dedos se deslizaron sobre mi cabello, rozando el contorno de mi oreja derecha hasta mis labios apretar. Justo antes de que la excitación sobre mi lóbulo se disipara, la otra mano se adueñó de mi cadera, reclinándome con ella hasta sentir la parte interna de sus muslos contra los míos. Dos exhalaciones. Una susceptible onda de placer recorrió cada célula de mi piel, la enchino y con clamor desbordaba mi sentir. Tres inhalaciones. Dentro de mí, una eufórica frialdad humedeció mi piel. Su mano derecha se alejó de mis labios para con una mordida hacerme callar mi culminación. Para ser un solo ser.                                                                                                                Entre puntos y comas, el calor de sus caricias me hizo transpirar su placer magenta. Hasta hacerme lentamente regresar en aquel lugar, no me quedaba otro remedio, no podía vivir por siempre en aquel recuerdo. Di un último respiro y continué con mi camino.    
                  Con los ojos bien abiertos de nuevo, pude ver el tacón del zapato de una mujer esfumando las estrellas Capella. De ellas un par de burbujas amarillas que girando entre sí se elevaron tan alto que apenas pude notar su momento de partir, sin embargo, seguí aquella estela hasta volverlas a encontrar. De repente, una efusión de color dorado fue cubriendo el lugar con su belleza. Con su intensidad a mis párpados dejó caer rendidos, reclinar mi cabeza hacia enfrente y comenzar a recordar.                                                        Mis pies descalzos a la brevedad de las olas podían acompañar, y con su partida sentir la espuma descubriendo la piel de elefante acariciando debajo mis pies. Aquella áspera sensación, a mi cuerpo hacía cosquillas y me hacía morir a carcajadas hasta hablar conmigo mismo. Era mi conciencia que letra a letra iba proyectando a lo largo y ancho de mi soledad interior lo que esa noche tenía que decirme: déjate leer pero se tu quien cambie la página. Al terminar la oración, el punto final comenzó a crecer con el sonido del mar, dentro de él, de nuevo la mujer bailarina con su largo vestido verde y su textura cristalina a mi sonrisa hacia alargarse un poco más. La timidez pero sensualidad de sus movimientos me hicieron olvidar que sólo era un cúmulo de ideas, realidad que no me molesto ahora que no sentía mí cuerpo. Ahora que no había límites para sentir, a su ritmo y con su sonrisa dentro de la mía, me dejé de su mano llevar. La plenitud se apoderó de mí y como si gota a gota quisiera crear un océano. Desde aquel día nunca deseé poseer los colmillos de marfil, vivo feliz con tan sólo sentir al elefante cerca de mí. Sensación que me hace conmigo hablar cada vez que las circunstancias me intentan cambiar para encajar en un nuevo lugar.                                                                                                                                     Al escuchar de nuevo mi respiración, me di cuenta que los bambús a mí alrededor se marchitaban y al parpadear de nuevo que todo se tornaba un poco más oscuro: los vestidos y pantalones ahora eran azul y verde pálidos. El tiempo había hecho lo suyo. Mi cuerpo parecía ganar cada vez más fuerza, ahora podía correr e inclusive volar. Corrí y corrí hasta llegar al final del camino y acompañado de la última onda sonora emanada del piano, del límite del camino me dejé elevar. Con cada respiración pod��a ir más rápido. ¡Quería llegar, conocer el siguiente límite!. Me elevaba tan alto que al voltear abajo, sorpresa me llevé al darme cuenta que no había terminado el camino, sólo era el tramo que a mí me había tocado vivir. Ahora que de arriba lo veía, todo parece depender de la percepción con la que se mira, sin importar que tan profunda sea la capacidad para sentir.                                                                                    
             No llegaba el fin pero quería saber a quienes les pertenecía aquella ropa. Así que extendí ambas manos para poder jalar al pantalón al vestido, tal vez así podría llegar más rápido. Nada de eso funcionó, la distancia axial entre el pantalón, yo y el vestido se reducían cada vez más. Al voltear a ver mi mano la fricción entre ella y el vestido hacía que mi lado izquierdo del cuerpo se fuera diluyendo entre aquella sensación amarilla, a la par la emoción lila gobernaba de igual manera el resto de mi ser. Nunca antes había sentido dos emociones al mismo tiempo. Todo terminaba o comenzaba de nuevo, al dejarme llevar por aquel manjar de emociones. Finalmente había llegado al límite de mi capacidad para sentir, aquella sensación de color blanco comprimió el lugar. Dentro de aquella figura geométrica perfecta se sentía el todo contenerse sin haber nada: sólo pensamientos, sin contornos o trazos de líneas que tuvieran el valor para definir algún sentimiento diferente. Así pues seguí flotando por aquel rumbo azaroso, no quedaba más que disfrutar de la plenitud del lugar.                           Indiferente a la forma esférica, todo lo contenido en paz se comenzó a moverse de forma extraña. Aquellas emociones reprimidas poco a poco hacían que la burbuja que las contenía, comenzaran a fluctuar. A lo cual la expansión inminente hizo que la parte occipital se desprendiera y en la inmensidad del horizonte desapareciera. El resto de las emociones parecían seguir estando unidas, el contorno de aquel resto de burbuja implotó para no dejar escapar a ninguna de ellas. Un destello de lucidez pura existió por un instante, se contrajo hasta dejar que la oscuridad de nuevo prevaleciera ante su ausencia. Ya no había una fuerza tan perfecta para contenerla.                                                            
            Primero mi espalda, nariz, brazo, y al final mi mano. Me alejé dos pasos de la silueta roja, a la vez, el reflejo que no me dejaba de mirar me sonrió y sin decir nada simplemente dio media vuelta para desaparecer en la eternidad del reflejo, así como una imperfección de la sensación roja se quedó plasmada para siempre. De nuevo estaba ahí, solo conmigo mismo, con la mirada perdida en el horizonte y miles de dudas de por medio. Sin voltear abajo, con pleno dominio de sí mismas, las palmas de mis manos se acercaron a mi rostro, nublaron mi vista y cerraron mis párpados. Mi cuerpo teniendo como eje de rotación la nariz y con un desplazamiento fractal hizo que todo comenzara a tomar una forma específica. Una vez más se giró la perilla que abre la puerta al final de la galería de los recuerdos, y en el recorrido fui colocando uno a uno de los recuadros del pasillo.                                                                                                                                   Sin movimiento, me quedé viendo detenidamente como aquel lóbulo sostenía ese singular cabello rubio, y detrás a un desconocido mirándonos con desdicha. No lo entendía. Instintivamente como un niño mira a su madre al nacer para apaciguar todas sus dudas, volteé a ver los ojos claros de aquella mujer que estaba justo frente a mí, pero esta vez no era lo que tranquilidad me daba. No lo entendía. Antes de dejarme contagiar por el sentimiento de la mujer, opté por mirar sobre su hombro derecho, y en el fondo una mirada repleta en curiosidad parecía mucho menos entender lo que estaba pasando. Con la mano derecha: palpé las mejillas y las lágrimas que sobre ella se secaron, apreté fuerte mis labios y seguía sintiendo la misma sensación de cosquillas, todo parecía normal. Con la izquierda: toqué una oreja y un momento de excitación me seguía inundando, rocé un poco mi cabello hasta tocar mi cuello y la piel se me seguía enchinando, pero al tocar la parte trasera de mi cabeza, una sensación acuosa se desplazaba con fervor entre mis dedos. Un caudal de sangre hirviendo no dejaba de brotar sobre mi espalda. Momentos después el contorno de la imagen que proyectaba mi mirada se comenzaba a incinerar. Primero a aquella pareja que me miraba de frente sin poder hacer nada, al cielo y la luna como un trozo de papel se desprendía del resto, y al final entre el restos de las cenizas toda ciudad se comenzaba a desaparecer hacia la eterna oscuridad que volvía a ver.             
              El calor se hacía presente de nuevo, mismo que dilató los bordes cilíndricos, uno a uno se expandían hasta sanar aquella herida de la silueta multicolor. A su vez el sentimiento monocromático ahogaba mi ser en su totalidad. Curiosidad. Ahí estaba, una vez más frente a la eterna silueta, al eterno ser, aquel que cambia de tonalidad si me encuentro en un bosque a la media noche o navego contra corriente debajo una tormenta eléctrica, al deslizar las yemas de los dedos sobre letras en papel.                                     Sin despedirme de ella, bajé cada escalón y recorrí el mismo camino por el que había venido. Volví a mi aterciopelada silla, la acaricié tanto que parecía como si fuera la primera vez que la conocía. Estaba un poco fría por mi ausencia, fue como una eternidad el haberme alejado de ella. Fue raro sentir ese cansancio debajo de mis rodillas de nuevo. A lo cual sólo reí para mí, y asumí de nuevo el papel del eterno espectador con alegría.
            Poco a poco fui reduciendo el tono, expandiendo menos los pulmones y cuerdas vocales. Sereno, fui calmando a las almas danzando con devoción en lo profundo de mi garganta. Apagué por un rato al sonido eterno. Mismo al que recurro cada vez que quiero encontrarme conmigo mismo cuando todos se han ido.
Todo volvía a ser como antes. De aquella primera respiración recorriendo todo mi ser al despertar en la mañana, de las minúsculas gotas que caen antes de comenzar un diluvio, del veloz aletear de un colibrí, del sentir los suaves labios de una mujer para pacificar mis pensamientos, de la fiel descripción de mi apariencia que mi madre me regala para elevar mi autoestima. Del no poder verte una vez más. Del no caminar de nuevo con tu mano sobre la mía. Aprendí a vivir. Aunque por el momento prefiero seguir con las manos sobre mis parpados, y hacerte creer, que sigo dormido.
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dledrm-blog · 7 years ago
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El Caudal
El día que acepté esa propuesta fue el día que empecé a morir. Eran las dos de la mañana y no podía dormir. Todo me daba vueltas. Quizás era por las drogas que me habían metido o el miedo a morir que tenía a cada instante que me interrogaban, que me cuestionaban en dónde estaba “El Caudal”. Me preguntaban cada tanto de él, cómo llegó a mi vida y por qué lo dejé ir en estas situaciones. Porque lastimosamente si te metes con “El Caudal” ya no serás libre. Yo era bailarina en un club nocturno, pero no no era con la esperanza de que algún cliente rico me sacara de ese local de mierda, sino porque le inventaba una historia a cada hombre en la barra, en las mesas. Mientras bailaba, trataba de ver más allá de la lujuria con la que me miraban. Era difícil al principio, sobretodo cuando miraban mis pezones enrojecidos luego de una faena maratónica con Mike, un cliente enamoradísimo de morderme los senos cada vez que me pedía un “servicio”; y por más que Edgar, el dueño del local, le decía que no me “debía” maltratar tanto, Mike lo hacía porque él pagaba, era su derecho. Pero poco a poco fui leyendo o inventando una historia para cada cliente que se sentaba a ver mi show: un viudo que extrañaba tocar el cuerpo de una mujer, un pedófilo oculto que buscaba a la puta más joven para complacer sus más oscuras fantasías, un ninfómano que solo podía venirse con experimentadas porque le aguantaban sus erecciones, un marido que ya estaba aburrido de los camisones rosados y las tetas caídas... todo eso me los imaginaba mientras me desnudaba en la barra, mientras me comían con la mirada. Una noche en el club, mientras trataba de quitarme con pinzas algunos vellos púbicos extras que me salieron en la zona del bikini, Edgar entró de golpe en la especie de camerino que tenía para alistarme; me dijo que me tenía que apresurar porque tenía que hacer el show de Verónica ya que se le veía la barriga de los seis meses de embarazo y la iban a subir al piso de “las fantasías”. Ni modo, pensé. Me puse el vestido del show y salí a la acción. Allí fue cuando lo ví. Y pensé, bueno, no está mal y podría ser un buen cliente, podría conquistarlo y a la vez podría disfrutar de un buen orgasmo, que hace años no me lo permito desde que estoy en este lugar de mala muerte, y lo que hago es solo imaginarme historias de los demás y nada más. Así que me concentré en el, durante todo el transcurso del show. Y él tuvo esa esperanza que rogaba que tuviera mientras me veía desnudándome: tuvo una erección. Se levantó de la barra y caminó hacia la caja de los “servicios” y espero muy pacientemente a que terminara el show. Cuando lo hice, y lo miraba, evité articular en silencio un “gracias”, porque hubiera sido muy ridículo de mi parte, así que esperé pacientemente a que Edgar me informara que tenía un cliente. Cuando estuvimos solos en la habitación, me lo propuso y supe que iba a morir. Me dió diez millones de pesetas, y así fue como empezaron mis horas finales, y, accedí igual porque ya mi vida estaba marchita. Y quizás la de él, porque me tomó de la mano y empezó a desnudarme lentamente. No estaba apurado como otros clientes por metérmela en el culo. Sino que tomó su tiempo de contemplarme y apreciar mi cuerpo. Me penetró despacio, sintiendo poco a poco las paredes de mi vagina con el delgado condón que tenía. Era un va y ven rítmico, lleno de lujuria en sus ojos. Y luego mientras aumentaba, jugaba con mi clítoris buscando mi orgasmo. Y lo hice, estallé tan fuertemente, que no encontraba fuerzas para seguir. Mi vagina se había contraído tanto por el orgasmo, que él quedó sumamente satisfecho y se masturbó hasta venirse en mi cara. Luego del coito me dijo que no me olvidara de él, que él era “El Caudal”. Luego de ello, me quedé profundamente dormida, hasta llegar a el depósito que me tenían amarrada. Me drogaban y experimentaban conmigo. No querían las pesetas del “Caudal”, lo que querían era su ubicación. Querían darlo por muerto, como toda persona que entraba a su vida. Y así fue. Me hallé muerta en ese depósito que me tenían, porque “El Caudal” había pasado por mi vida.
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