#aunque menciono como 12 veces que son amigos lol
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家に帰ろう [Let's go home]
Oikawa sabía que era su fin. Y, a pesar de ser un demonio despiadado, le dolío. Le dolió la espada envenenada con agua bendita que atravesó su pecho. Le dolió dejar atrás al único amigo que alguna vez conoció. Le dolió esa expresión en la cara de Haijme. Le dolió ver a su caballero de brillante armadura desmoronándose.
No obstante, su destino ya había sido escrito de esa forma, y no había otra opción más que aceptarlo.
Aunque, nada de eso le dolió más que decirle "Adiós".
El terror en los ojos de su contrario relucía, y a la vez que una pregunta que le aterraba pronunciar rondaba por su cabeza:
¿Qué pasará ahora?
Dado que, en cualquier momento, Oikawa caería muerto, y aquello lo desconcertaba.
Cada parpadeo configuraba una fracción de segundo en la que el castaño continuaba respirando, como también una esperanza de que pudiese salir vivo de esta, aunque en realidad fuese imposible.
A Oikawa no se le daban bien las despedidas. ¿Qué digo despedidas? No conocía lo que era despedirse de alguien. La única persona que él había conocido realmente, la única a la que sintió cercana, la única que había estado a su lado durante más tiempo del que él creía posible que se le permitiera, era el caballero que empuñaba el sable que ahora lo perforaba.
Debido a esto, recurrió a la única táctica que había aprendido en todos estos años para librarse de situaciones serias y delicadas: sonrió. No porque no sintiera el dolor en su carne, tampoco para pretender tranquilizar a su amigo. Sino, porque su Rey se encontraba rodeado, porque se le habían agotado los movimientos para defenderse, y porque no sabía reaccionar de otra manera mas que aceptar su derrota.
Quiso creer que lo único que lo único que dolía era la punzante sensación provocada por la herida en batalla, intentó convencerse de ello.
A lo largo de su vida, asoció el dolor que él mismo provocaba en los demás con la felicidad. A excepción de cuando se trataba de él. A excepción de cuando se trataba de su hermano de distinta naturaleza. Lo más lógico es creer que esa fue la razón por la que, a la vez que sonreía, lloraba.
Las lágrimas que se acumulaban cual manantiales en sus ojos (apacibles, quietas, inamovibles), y la realidad de que estaba a punto de perecer, produjeron que se le iniciara a nublar la vista. Sus manos comenzaban a temblar, y paulatinamente perdía más el equilibrio.
Pese a que trató de disimularlo, fue cuestión de un momento para que la sangre con la que su garganta se estaba ahogando fuera tocida, salpicando así el rostro del moreno
- Lo siento - Oikawa murmuró, exhalando, como si cada respiro fuese uno que no volvería. Asimismo, se cubrió la boca con su mano, para aplacar su necesidad de volver a tocer.
-No seas idiota - Hajime lo reprendió -. Tose, Kusokawa, te vas a atragantar - posteriormente, quitó la mano del castaño de su boca a la fuerza.
Instintivamente, Oikawa desvió lo más que pudo su cuerpo hacia un lado, para así permitirse vomitar la sangre que volvía a acumularse en sus fauces.
-...Nunca - prosiguió, tociendo despacio nuevamente, ahora volviendo a su posición anterior - ... pensé que el sufrimiento fuese tan...
-¿Doloroso? - ante la aparente dificultad del contrario por hallar la palabra correcta, el caballero sugirió.
El Demonio carcajeó.
- Sí - admitió, con sonrisa en boca y la mirada de cierta forma ida, como si su vida hubiese estado proyectándose frente a sus ojos, pero Hajime no podía verla - ... se siente genial.
- ¿Puedes dejar de ser tan masoquista por un momento? - Iwaizumi gruñó, verdaderamente molesto por la actitud de porquería del opuesto, para luego recordarle y plantarle los pies en la Tierra, en un inconsciente mohín por preservarlo allí - Estamos teniendo una situación aquí.
El reproche de su amigo no hizo más que extraerle otra risa, lo que acabó provocando que conjuntamente escupiera gotas de sangre. Algunas de ellas se amontonaron en la comisura de su labio.
- Perdona... - dijo, sin sentirlo para nada - es que es realmente genial. Se siente tan dentro de uno - Pausó por un instante, y derramó lamentos por sus mejillas, todavía sosteniendo la sonrisa, a pesar de que un ojo le palpitaba -... y-y cómo duele...
De esta manera, Iwaizumi concibió que era mejor sentarse, para eludir que el castaño se cansara más rápido de lo que él podía soportar. Sentó a Oikawa sobre su regazo, y extrajo de su pecho su espada. El Demonio vomitó sangre una vez más a un costado de Hajime.
Posteriormente, cuando el contrario hubo finalizado y recostó su mentón sobre su hombro, optó por propiciarle caricias en la espalda, con intenciones de (en lo posible) relajarlo.
- Iwa-chan - el castañó llamó.
-¿Mhm?
- ¿Quién es él? - cuestionó en un cansado suspiro, con sus ojos fijos detrás de Iwaizumi.
- ¿Eh? - intrigado, el moreno dio pie a que se le explicara algo que luego, quizás, se arrepentiría de oír.
- Hay un hombre aquí - el herido especificó, exhalando de forma que connotaba que el aire arrastraba sus palabras fuera de su boca, no él -. D-Detrás
El caballero se volteó, aún con Oikawa sobre sus piernas, y ojeó sus espaldas.
-No hay nadie -totalmente convencido, determinó, tornando de nuevo su mirada y cuerpo al frente.
- Deja de jugar conmigo de una vez, Iwa-chan. Te digo que está ahí, yo le veo - el caprichoso sujeto insistió, después pausando, transmitiendo la sensación de que intentaba concentrar sus sentidos para hallar una respuesta a la situación - No es... ¿No es acaso tu padre?
Ante sus palabras, el caballero abrió los ojos estupefacto, y volvió a girarse en busca del hombre que le había causado tantas penas a su familia. Como si se hubiese visto envuelto en una especie de trance que lo desconectaba de sus conocimientos sobre aquella situación, había olvidado que, realmente, su padre había muerto un par de años atrás, según las palabras de su madre. Cuando cayó en cuentas de este hecho, no pudo contener su impulso por abrazar con firmeza al castaño, ni por esconder la cabeza de este en su pecho, en un desesperado (e inútil) intento por retenerlo, por privarlo, por protegerlo (como ha hecho desde que recuerda) de la realidad.
Tardó menos de tres segundos en percatarse de que su esfuerzo sería en vano, por lo que comenzó a llorar. Ya comprendía...Oikawa estaba literalmente fatal, estaba desvariando. Aquella era la señal de que ya había dado sus primeros pasos en el camino que lo guiaría hacia el otro mundo, de que estaba marchándose.
-¿I-Iwa-chan? - Gracias a la abruptuosidad de sus acciones, Oikawa cuestionó, con su voz notoriamente más débil.
-No lo hagas - Iwaizumi probó si sonar demandante le brindaría el resultado que deseaba.
- ¿Eh? - la lúcida mente de Tooru, a este punto, ya debería haber intuido qué estaba clamando el contrario. Por su duda, desconsoladamente él recurrió a otra alternativa.
- No lo hagas, por favor - le suplicó, algo que había jurado a sí mismo nunca hacer a Oikawa, pero que ahora tragaba por un deseo mayor que el de conservar su orgullo - no te vayas.
El Demonio furnció el entrecejo, algo irritado.
-Ustedes los humanos s-son tan exagerados y ocurrentes - arrastró las palabras con pesadez, obligándose a sí mismo a ser capaz de estructurar correctamente su punto-...Creen que el alma de un ser que fallece pasa por tantos procesos... Pero no hay más que la Vida. La Muerte no es una etapa en la que sigues viviendo. - sus pulmones le exigieron que tomara aire para proseguir, lo cual efectuó, pero más detenidamente - El... el cuerpo se descompone, el corazón se detiene, y-y el cerebro deja de funcionar... - En eso, posó su cabeza de costado sobre el hombro de Iwaizumi, con su rostro encarando su cuello - N-No hay nada más que eso, nada más que esto...
Él tragó en seco.
- No nos volveremos a ver - Oikawa insistió, pese a la dureza que el mismo sentía en su lengua al pronunciar tales frases -. Así que, Iwa-chan, empieza a aceptar que.. que yo voy a desaparecer.
Hajime permaneció callado.
Tenía razón.
Tenía toda la razón, y aquello solo incrementaba el dolor.
Ya que Oikawa Tooru no volvería a vivir nunca más, y porque todo estaba por acabar.
Porque Oikawa no volvería directo a casa, saltando y cantando con su irritante voz, luego de torturar seres.
Porque las ninfas que habitualmente lo rodeaban, lo halagaban y le alimentaban ese colosal ego ya no lo harían.
Porque ese estúpido apodo, con el que solo él lo llamaba, no volvería a pronunciarlo su boca.
Y, sobre todo, porque el odio que Iwaizumi le tendría a Oikawa por irse no sería ni diminutamente comparable al que se tendría a sí mismo por no haber podido evitarlo.
Entonces, sintió cómo los brazos del castaño rodeaban su espalda, abrazándolo, con lo que probablemente fueran sus últimas fuerzas.
-Iwa-chan... - él demandó su atención.
No obtuvo respuesta.
-Iwa-chan -persistió el castaño, mas el moreno aún callaba.
-Hajime - con seriedad y determinación, el Demonio consiguió lo que había anhelado.
-¿Qué?
-Tengo frío... -- admitió, sonando casual.
El caballero sabía que no se encontraban en una ocasión casual, y también sabía lo que significaba el repentino cambio en la temperatura corporal del opuesto. Por lo tanto, no hizo más que abrazarlo con más fuerza, siendo cauteloso de no lastimarlo innecesariamente.
- Tengo mucho frío... -se quejó el castaño, otra vez. Su tono de voz quebradizo, como si estuviese apunto de volver a romper en llanto.
Cuando entre sus brazos lo sintió tiritar, Hajime levantó su cabeza, y unió el cuerpo ajeno más al suyo, en un afán por, por lo menos, brindarle calor una última vez.
Porque sabía que sería la última.
-Tengo muchísimo frío... -Oikawa, retornando a las lágrimas, se apenó; cual niño pequeño sin su madre, cual niño asustado. Y, aunque su inservible orgullo demoníaco no le permitiese admitirlo, así era cómo se encontraba.
Con un agarre que no era siquiera una fracción de su auténtica fuerza, se aferró lo más que pudo a las ropas de su aliado.
-Está helado... -murmuró contra su cuello, aparentemente siendo que la sutil brisa que soplaba por ese campo únicamente constituía dagas que perforaban lastimeramente, cada vez más, su cuerpo.
Iwaizumi alzó su cabeza, en completo silencio. Mordió su labio deliberdamante con fuerza, impidiendo así que cualquier sollozo escapase de su boca mientras batallaba por conservar la lágrimas dentro.
Se encargó de mantener la cabeza de Tooru en posición, para que no cayera. La presión de la gravedad paulatinamente exigiendo con más insistencia que aquello que no puede mantenerse erguido, caiga, nunca antes había resultado tan densa.
-I-Iwa-chan- el castaño volvió a llamar -... Vamos a casa.
La opresión en el pecho del caballero debería haber sido demasiado que soportar para un mortal.
- Tengo frío - musitó llorando -... P-Por favor.
Fue en aquél momento que Hajime supo. El hecho de que Oikawa Tooru, el Rey Demonio, hubiese implorado (algo que jamás en su vida había hecho) corroboraba que, efectivamente, ya no estaba en sus cabales.
Su cuerpo temblaba tanto... Similarmente a una cría de conejo abandonada a la deriva: desprotegida, vulnerable, frágil.
Su agarre perdía fuerza tan rápido que en un momento dejó de sentirse.
Hajime no sabía cuánto tiempo resistiría.
- Vamos... ¿Sí? - repitió, empleando inconscientemente aquella voz cantora que había forjado con los años para asegurarse de conseguir lo que quisiera.
- Tal vez tu madre preparó ese estofado... caliente -divagó entre las sensaciones que aún podía recordar-. y nos quita el... frío - de nuevo tosió tenue, simultáneamente dejando que su cabeza colgara por sobre la espalda de Hajime.
A pesar de estar temblando imparablemente, suspiró en calma.
- Vamos a casa...¿Iwa-chan? - propuso, despacio.
Ante sus palabras, Iwaizumi, quien ya había perdido la contienda contra las lágrimas, pues las había dejado fluir desenfrenadamente por sus mejillas, inhaló y frotó la espalda del castaño.
- Vamos a casa... Tooru - él afirmó, mencionando el nombre de su amigo una última vez para que este lo oyera, y comenzando a sentir una húmeda calidez en su pecho, producto de la sangre del contrario, que ahora se esparcía por sus ropas.
Sin embargo, él sabía por la espiración relajada y callada que Oikawa soltó (y por haber convivido con él durante tantos años), pese a no haber podido ver su rostro en ese momento, que estaba sonriendo con los párpados pesándole.
El cuerpo del Demonio cesó su temblequeo. El dueño de este no continuó quejándose y dejó de hacer ruido.
Cuando fue despavilado de su ensoñación (en donde rogaba a toda deidad conocida que aquello no hubiera sido más que una pesadilla) y tuvo que encarar la realidad, quebró en un llanto áspero, con sollozos desgarrados y crudos. Los gritos y lamentos de desesperación ahogados quemaban su garganta.
Costándole horrores, se forzó a mirarlo, a examinar y recorrer con sus dígitos cada facción de la delicada cara del castaño, a plasmarse su imagen en la piel para no posibilitarse jamás olvidarlo.
Ulteriormente, con una espasmódica mano, baja sus párpados, con esperanzas (que suplica no sean infundadas) de que aquél gesto le permita a su amigo descansar en esa posible "Otra Vida".
En aquél instante, bastante poco le importó el hecho de que allí, rodeándolo, yacían los cuerpos gélidos e inertes de una armada completa. Dado que creyó un millar de veces más significativo que hubiese muerto, por su mano y en sus brazos, lo único que alguna vez él reconoció como "hogar".
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