#aun suena como un ogro
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Hola como te va
biennn aparte de que me duele todo y al final mañana no me van a poder operar porque tengo fiebre :( pero no pasa nada
#borealiscreep#ikna answers#aughhrgrh me he despertado de una siesta y mi voz sonaba como un ogro#aun suena como un ogro
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¡Hola a todos! Hoy les traje una sorpresa en modo de recompensa por hacerlos esperar tanto por una actualización de esta historia.
He decido publicar el día de hoy otra historia titulada METAMORFOS ( https://my.w.tt/UiNb/2YKDp1h0RH ). Es mi primer historia (al menos publicada) con toques de fantasía, espero disfruten leerla. Por favor ayúdenme compartiendo mis historias con amigos, familiares, enemigos jaja y con todos los que puedan. Siéntanse libres de compartir los links en cualquier blog, me ayudaría mucho.
Sin más que decir, espero disfruten de este nuevo capitulo de Enlazados y de mi nueva historia METAMORFOS. ¡Muchísimas gracias por leerme!
Enlazados: Parte 3
-Llévame contigo, por favor –me pidió Alan después al salir de la ducha.
Admito que fue mi culpa que él estuviera despierto tan temprano, no tuve cuidado en ser silencioso esa mañana mientras me preparaba. Cuando me vio, me preguntó el motivo por el cual estaba tan contento y no pude hacer más que responder: “nada sin importancia”. Él siguió insistiendo hasta que admití que iría a la casa de Tomás a estudiar un poco. Después de haberle dicho la verdad fue imposible sacarle la idea de la cabeza de ir conmigo. A pesar de todas las negativas que le di, logró convencerme.
-Está bien, primero le mandaré un mensaje a Tomás para preguntar si puedo llevarte. Si él me dice que está bien, te llevo ¿de acuerdo?
-¡Sí! –respondió emocionado.
Al encender mi teléfono leí varios mensajes de Lirán con una sonrisa en los labios. “Finges estar molesto con la idea del sexo pero yo sé que no es así ¡ja! Te conozco bien”, decía el primer mensaje. Había un segundo mensaje en el cual se disculpaba por sus bromas, ese me hizo sonreír más que el primero. Él era así: hacía las cosas y después pensaba si era correcto lo que hizo. Con el paso de las semanas me había acostumbrado a eso pero aun así no dejaba de sorprenderme con las cosas que hacía.
Yo (7:50 a.m.): Dejando de lado el sexo (aunque no te hayas disculpado directamente, sí, te perdono), ¿podrías pasarme el número de Tomás?
Lirán (7:59 a.m.): Sólo con una condición. No vas a cancelar la salida ¿verdad? Eso de arreglar citas para ti es lo más complicado que hecho.
Reí un poco al leer su mensaje. Amigos como él deberían tener un lugar en el cielo o cualquier lugar donde se supone debían parar las personas buenas. Ignorando su lado manipulador y chantajista, era una gran persona. O casi una gran persona; después debería de hablar de eso con él.
Yo (8:02 a.m.): No preguntaré porqué estás despierto tan temprano en sábado, lo más seguro es que estés tramando algo y no querrás decírmelo. Y no. No cancelaré nada, sólo quiero enviarle un mensaje. PD: En lugar de estar arreglando citas para los demás deberías preocuparte por conquistar a tu chica. Ahí no eres tan bueno ¿verdad?
Lirán (8:03 a.m.): ¡Auch! Si no fueras mi amigo creería que tratabas de herir mi noble corazón. Fallaste. Por poco pero fallaste :( Consigue el número con alguien más.
Sonreí y lo imaginé frente a mí haciendo uno de sus acostumbrados dramas que solía montar cuando decía algo “hiriente”. Segundos después llegó un segundo mensaje con el número de Tomás y un: “Sólo bromeo. Besos y abrazos y… ¡sexo!” Lirán era un tonto. Un adorable tonto que arreglaba mi vida cuando parecía caerse a pedazos. Rápidamente mandé un mensaje a Tomás, tratando de ser lo más amable, saludándolo, deseándole un buen día y al final preguntándole si podía llevar a Alan con nosotros. Su respuesta llegó varios minutos después, cada palabra expresaba esa característica amabilidad que tenía. Respondió que era libre de llevar a mi hermano, que sería maravilloso conocerlo.
-Tienes máximo treinta minutos para estar listo –advertí a Alan desde el baño-. Lleva todo lo que quieras porque estaremos la mayor parte del día en casa de Tomás.
Escuché el crujido del colchón cuando se levantó de un salto y segundos después el sonido de su mochila al meter varios libros. ¿Cómo no amar a ese niño?
Al considerar que mi cabello estaba ordenado y mis dientes impecables, fui a mi habitación para guardar todo lo que necesitaba para estudiar. Todas mis notas de los que temas que incluiría el examen, lápices, borradores, calculadora, pañuelos para secar mis lágrimas cuando estuviera llorando y rezando porque no entendía nada y no pudiera permitirme reprobar ese examen. Sí. Creo que tenía empacado todo lo que necesitaba.
Bajamos juntos a la sala cuando recibí un mensaje un mensaje de Tomás, avisándome que ya venía en camino. Alan llevaba una mochila repleta de libros y algunos paquetes de galletas que había tomado de la cocina. Sobre su cabeza traía puesto un gorro que le regalé hace varios años en Navidad. Las orejas de lémur que simulaban, caían a los lados, descoloridas. Recordé a ese Alan de hace varios años, siempre sumergido en su imaginación pensando en no sé qué cosa, tan callado y aislado. Una vez, escuché al Ogro mencionarle a mi madre que era muy extraño que sólo quisiera hablar conmigo, que normalmente con nadie lo hacía. ¿Y cómo iba a hacerlo si nadie se molestaba en preguntar qué era lo que le pasaba?
-¿Qué? ¿Por qué me miras así? –cuestionó con el ceño fruncido.
-Por nada, me gusta mucho ese gorro.
-A mí también. Es mi favorito –inconscientemente, llevó su mano derecha a una de las orejas del gorro y la acarició por varios minutos; ahí estaba la razón del mal estado en el que se encontraban.
Estuvimos en silencio por algunos minutos, cada uno pensando en sus asuntos, al menos hasta que escuchamos un auto estacionarse frente a nuestra casa. Alan levantó la vista del libro que leía y se paró a mi lado, junto a la ventana. Ambos observamos por unos segundos el auto de Tomás.
-¿Tu amigo sabe conducir? –preguntó con la esencia del asombro en su voz.
-Eso parece –respondí mecánicamente mientras caminaba hacia la puerta la abría. Un sonriente Tomás esperaba, recargado en la puerta del copiloto con los brazos cruzados. ¡Qué guapo se veía! Con ese pantalón de mezclilla, esas botas negras y su camisa roja a cuadros parecía un modelo digno de las mejores pasarelas… Mierda. Creo que ya me gustaba mucho. Después de cerrar la puerta, caminamos hacia él. Nos sonreía, alternando su mirada entre mi hermano y yo.
-Veo que es de familia eso de ser un estudioso –comentó al ver el libro que Alan llevaba en las manos. Al vernos sonreír al mismo tiempo, agregó:- y lo sonrientes.
Sonreímos aún más. Le dije a Tomás el nombre de mi hermano a modo de presentación y ambos se saludaron con un amigable apretón de manos. Al parecer, ambos se habían caído bien… o eso esperaba.
Después de subir al auto y abrocharnos los cinturones (por sugerencia de Tomás y los datos estadísticos de Alan, que había leído en algún lugar sobre las vidas que se salvaban), emprendimos el camino. Me sorprendí un poco al escuchar la música que sonaba en los altavoces del auto, esta vez no era una canción tranquila y melodiosa como el día anterior, sino todo lo contrario, sonaba lo que parecía ser una banda de heavy metal. ¿Qué iba a saber yo si ni siquiera escuchaba ese género?
-Five finger Death Punch es el nombre de la banda. Puedes atribuirle estos gustos musicales a Chris –respondió a una pregunta silenciosa. Por un momento me pregunté si mi rostro delataba todo lo que pasaba dentro de mi cabeza. Si no era eso, no podría adivinar el motivo por el cual Tomás siempre sabía lo que estaba pensando-. Si gustas podemos escuchar otra cosa.
-No, está bien así –me apresuré a responder. Claro que estaba bien así. Era así como él era, con sus gustos musicales tan contrastantes, con su repetitiva sonrisa que le robaba un poco de brillo al día para lucir hermosa. No cambiaría nada de él.
Pasaron varios minutos en “silencio” mientras el auto avanzaba entre las calles de la ciudad, el único sonido en el auto provenía de la voz rasposa del vocalista y las guitarras eléctricas. Veía, fascinado la emoción con la que Tomás disfrutaba de la música.
Habíamos llegado a una de las colonias más lujosas de la ciudad, donde altos edificios de hormigón se erguían tan alto que pareciera que estaban a punto de tocar el cielo. El auto siguió su camino entre amplias calles, esquivando carros y peatones que deambulaban tranquilamente por la ciudad. Minutos después, los edificios se quedaron atrás y dieron lugar a enormes casas, todas lujosas y con jardines hermosos. Tragué saliva sintiéndome repentinamente incómodo. No encajaría de ninguna manera en este lugar. Se detuvo frente a una casa un poco más pequeña pero no menos lujosa. Lucía enromes ventanas de cristal oscuro al frente, todas situadas simétricamente alrededor de una puerta del mismo color. Su jardín delantero hacía que el nuestro pareciera un insulto a la jardinería, de un inmaculado verde que transmitía vida y dejaba en evidencia todo el cuidado que le daban.
-Tu casa es hermosa –dijo Alan robándome las palaras. Tomás sonrió avergonzado.
-Mis padres están un poco obsesionados con el cuidado de la casa. Alex se encarga de los jardines y Chris de todo el interior. Suena un poco injusto pero así se organizaron –parecía un poco incómodo ante el cumplido de Alan.
Bajé del auto y ayudé a mi hermano a desabrocharse el cinturón que al parecer se había atascado. Tomás ya tenía la pesada mochila en el hombro. Llegamos hasta la puerta siguiendo un angosto camino de piedras que estaban sobre el pasto formando algunas figuras geométricas.
-Me siento un poco nervioso –me sinceré antes de entrar. Tomás me dedicó una sonrisa y me palmeó suavemente el hombro.
-Tranquilo. Alex salió muy temprano, creo que tenía que arreglar algo en la empresa donde trabaja, y Chris seguía dormido cuando salí rumbo a tu casa.
No entendí por qué, pero puse más atención a las últimas palabras. Recordé inmediatamente lo que había dicho sobre su padre: se encontraba muy deprimido después de la muerte de su madre. Se me estrujó el corazón al pensar en el dolor causado por la muerte de un ser tan querido. No conocía a ningún familiar a parte de mi madre, pero si algo le pasaba a ella o a Alan, me moría con ellos.
Tratando de alejar esos pensamientos, entré detrás de Tomás y tomé de la mano a Alan para que entrara conmigo. Aspiré con fuerza al ver la enorme sala que nos recibía, con muebles modernos y fotografías familiares por todos lados. Alan estaba tan sorprendido como yo. Estaba consciente de que Tomás nos estaba dando el tiempo de ver todo lo que nos rodeaba; sentía su mirada divertida sobre mí. Le sonreí cuando nuestras miradas se encontraron.
La ensoñación se vio interrumpida cuando llegó el sonido del cristal al quebrarse de la habitación contigua. La cocina al parecer. Tomás dejó con cuidado la mochila en el sillón más cercano y salió disparado a la cocina. Alan y yo corrimos detrás de él al notar su cara de preocupación.
-¡Papá! ¿Estás bien?
Se acercó a un hombre que estaba inclinado tratando de levantar los restos de lo que antes había sido una tasa. El hombre traía puesto un holgado pants deportivo y un suéter gris unas cuantas tallas más grande. Se levantó con los trozos de la tasa en las manos. Al vernos a Alan y a mí una sonrisa torcida apareció en sus labios, como si el sonreír requiriera usar toda su energía.
-Hola –nos saludó-. El almuerzo está casi listo.
Caminó hasta un bote de basura que estaba detrás de una puerta diferente y que conducía a un amplio pasillo para deshacerse de los cristales rotos. Al estar nuevamente frente a nosotros nos dio un apretón de manos y agitó suavemente el cabello de Alan.
-Estoy bien –esta vez la respuesta era para Tomás. Besó durante unos segundos su frente y la escena me pareció tierna y rara a la vez. Nunca (o al menos no lo recordaba) había visto a un padre tan amoroso, o mejor dicho, nunca había visto un amor paternal que durara hasta esa edad. No sé si me explico, lo que trato de decir es que los padres son amorosos con sus hijos mientras son pequeños y cuando llegan a una edad adulta dejan de dar ciertas muestras de cariño. Los besos por ejemplo. Tonterías mías, quizá. Tomás agarró sus manos y las apretó de forma protectora.
Inconscientemente, empecé a analizar al padre de Tomás. A Chris. Era un hombre que rondaba por los cuarenta años, quizá más, quizá menos. No estaba seguro. La ropa holgada que traía puesta lo hacía ver frágil y pequeño; su rostro estaba cubierto por una ligera barba que no había sido afeitada en varios días. Debajo de sus ojos descansaban unas tenues sombras como consecuencia, tal vez, de varias noches en vela. Parecía un hombre realmente triste.
-Lávense las manos, les iré sirviendo sus platos.
Tomás nos guio a un pequeño baño que estaba al extremo opuesto del pasillo. Alan fue el primero en lavarse las manos y en regresar a la cocina. Alcancé a susurrarle “pórtate bien” antes de que se fuera.
-¿Está bien tu papá?
-Ha estado así desde que murió la abuela, han pasado tres semanas, sé que es poco pero… me preocupa mucho.
Estábamos hombro contra hombro frente al lavamanos. Mantenía la vista abajo como si enjabonarse los dedos fuera algo realmente complicado. A través del espejo pude ver reflejado su semblante de tristeza.
-Si puedo ayudarte en algo, sólo dímelo ¿sí? –atiné a decir.
-No te preocupes.
Nos secamos las manos en una toalla que estaba colgada cerca de la puerta. Salimos y pasó su brazo alrededor de mis hombros… Mierda. Mierda. Mierda. Mis manos empezaron a temblar. Sentía el latir de mi corazón en los oídos y las piernas tan frágiles como dos ramitas de madera.
-No tengo ganas de estudiar, ¿tú sí? –preguntó. ¿Qué tienes ganas de hacer? Me hubiera gustado responder; en cambió respondí:
-Pocas veces tengo ganas de hacerlo, pero no tengo opción.
La sonrisa había vuelto a aparecer en su rostro. Mis sentidos estaban atentos en cada parte de su cuerpo que hacía contacto con el mío. Su brazo firme, su costado sólido que golpeaba suavemente mis costillas con cada paso que dábamos. Su olor… Dios, su olor era exquisito. No sabía si era el desodorante o alguna loción pero ese aroma fresco entraba en mi nariz y me embriagaba.
Deslizó sus manos hasta mis hombros y me cedió el paso para entrar en la cocina. Hizo presión y antes de que su padre volteara a vernos agregó:
-Siempre hay opciones, mi estimado Eric –el tono diplomático y pícaro que usó me hizo sonreír. Pero sonreír de verdad. ¿Eso era una propuesta para hacer algo más que estudiar? Tratando de relajarme, me repetí varias veces que eran solo imaginaciones mías.
Su padre charlaba animadamente con Alan, ambos sonreían y movían sus rostros en divertidas muecas. Una curiosa risa proveniente de Chris sorprendió a Tomás, como si hubieran pasado cien años desde la última vez que rio de esa manera. Nos sentamos alrededor de la mesa, cada uno sentado al lado de su familiar. Sobre la mesa había varios platos llenos de comida deliciosa, y junto a ellos una taza de café con leche. Olía riquísimo. Antes de dar el primer bocado, Tomás preguntó:
-¿Alex no almorzará con nosotros?
Chris, que apenas unos instantes había sonreído, respondió con semblante triste.
-No debe tardar, me mandó un mensaje hace varios minutos y me decía que ya venía en camino.
Al parecer no fui el único que notó ese cambio de expresión en su rostro, su hijo lo observó por unos segundos antes de preguntar:
-¿Está todo bien, papá?
-Tan bien como pueden estar las cosas en estos momentos.
No supe de qué manera interpretar esa respuesta porque… ¿Qué se supone que quería decir? Sopesé por unos instantes el significado de cada palabra, tratando de no olvidar el tono que había empleado. Me rendí al entender que sería imposible descifrar el mensaje sin saber la situación por la que estaba pasando su familia. Por lo visto, Tomás si entendió.
Durante poco más de quince minutos, el único sonido en la cocina era el de los cubiertos al chocar contra la cerámica de los platos, y cada tanto, los murmullos que compartían Chris y Alan. De alguna manera que yo jamás entendería, mi hermano se había llevado mejor con el padre de Tomás que con el mismo Tomás.
Chris giró la cabeza al escuchar el sonido de la puerta principal al abrirse. Mantuvo esa posición, con la mirada fija en la puerta de la cocina hasta que la silueta de un hombre apareció y nos sonrió a todos. Ambos padres eran muy apuestos, pero sus bellezas eran muy diferentes. Chris parecía tener una belleza más delicada, con facciones suaves y un cuerpo delgado y pequeño. Si pudiera hacer una comparación, el cuerpo de Chris sería el de un nadador: esbelto y atlético, y el de Alex, probablemente sería el de un levantador de pesas. Ni de chiste era tan robusto, pero esos hombros anchos y firmes hacían ver un poco más pequeño a su pareja de lo que en realidad era. Alex caminó hasta quedar detrás de Chris y dejó un pequeño beso en la parte superior de su cabeza; éste sonrió con ternura y un débil brillo de amor parpadeó en sus ojos.
-Te levantaste –comentó Alex. Pareciera que se lo estaba diciendo a sí mismo para poder creerlo. Chris respondió con otra sonrisa. La ensoñación con su esposo menguó un poco al notar nuestra presencia.
Ahora que había llegado el otro padre de Tomás, el ambiente era completamente diferente. Hablaba y hablaba sin parar. Le dedicaba tiernas sonrisas a su esposo y cada tanto acariciaba su rostro con el dorso de la mano. Recordé aquella vez que hablaba con Lirán sobre el amor. Él insistía que todos teníamos una persona perfecta destinada para cada uno de nosotros, y yo estaba de acuerdo con eso porque suena lógico ¿no? Sin embargo, él no estaba de acuerdo cuando yo le decía que casi nunca (por no decir nunca) terminábamos con esa persona. Que muchas veces (o siempre) quedábamos con otras mitades que no eran las nuestras, que a su vez estaban buscando a su persona perfecta y al final se quedaban con lo que habían encontrado. Siempre nos enojábamos con charlas como esas.
-Eres como Tom –escuché que le decía Chris a Alan. Traté de salir de mis pensamientos y poner atención a lo que estaba pasando frente a mí-. Desde el primer día que estuvo con nosotros supimos que estaba enamorado de los libros.
-Es que son hermosos, los libros están llenos de vida, de dolor y de sentimientos ¿no es así Alan?
-Son perfectos –concordó Alan, tratando de no atragantarse con la comida. Almorzamos tranquilamente, Alex hacía preguntas sobre todo, sobre la escuela, sobre mi hermano menor que no dejaba de sonreír porque estaba recibiendo toda la atención, sobre la universidad. Prácticamente quería saber todo sobre mí. Y por primera vez, no me sentí incómodo.
El reloj señalaba que eran las seis de la tarde. El sol teñía en tonos dorados la mayor parte de los muebles de la habitación de Tomás, que, conforme pasaban las horas me parecía más familiar. Era tan… él. Todo parecía encajar a la perfección, tener su sitio.
-Maldición, ya no sé qué hacer aquí –susurró desanimado.
Estaba mi lado; ambos sentados frente a un escritorio repleto de cuadernos, hojas sueltas y los restos de algunos bocadillos que había traído Alex en alguna parte de la tarde. Al voltearlo a ver mi concentración se perdió en su desordenado cabello, que a causa del estrés, había despeinado. Cuando no podía resolver algún problema pasaba repetidas veces las manos por su cabello.
-Déjame ver –dije, tomando su libreta y buscando el error que había tenido-. Tienes dos erres de signo, son errores pequeños pero causa resultados negativos y por eso no puedes darla solución a la ecuación.
Borré parte de su procedimiento y corregí los pequeños errores que tenía. Tomás se frotó una vez más la cabeza y se levantó de su silla. Lo escuché dar vueltas detrás de mí a lo largo de toda la habitación, respirando sonoramente tratando de liberar algo de estrés. Sintiendo los hombros adoloridos por la tensión, giré el cuello en pequeños círculos tratando de estirar los músculos.
-Descansemos un poco.
No supe en que momento había llegado hasta mí. Su barbilla descansaba sobre mi cabeza y sus brazos habían rodeado mi cuerpo. Sentía el calor de su respiración en el cabello, mismo calor que se extendía por mi cuerpo desde donde sus brazos me habían tocado. Tragué saliva buscando deshacer el nudo que se formó en mi garganta.
-Ya falta poco –espeté con un hilo de voz.
-Y por eso mismo podemos darnos un descanso. De todos los ejercicios que hemos hecho ninguna vez te has equivocado. Yo debería ser el que esté nervioso.
Tú me estás poniendo nervioso debí haberle dicho. Tratando de no parecer desesperado por ese contacto, alcé las manos y las puse sobre sus brazos. Habría sido una tierna escena romántica como la que sus padres habían montado mientras almorzábamos pero no estaba del todo seguro que le gustara tanto como él a mí.
Me tomó de los hombros y me levantó de la silla. Yo, como un títere dejé que me manipulara y me llevara hasta la cama. Me dejé caer sobre el mullido colchón e instantes después él se desplomó a mi lado. Su cabeza muy cerca de la mía. El silencio reinó en la habitación por algunos minutos.
-¿Qué tal van las cosas en tu familia? –preguntó por fin.
Cada músculo de mi cuerpo se puso tenso al entender de qué iba la siguiente conversación.
-Pues bien –respondí, tratando de parecer distraído.
-¿Sí? ¿Tu padre ya no te ha… ofendido?
Una risa amarga salió de mis labios. ¿Ofendido? ¿Ofender y golpear podían tener el mismo significado? Yo no creía eso. Si Tom quería la verdad entonces se la daría.
-Lo he estado evitando. Lo vi por última vez hace varios días.
Claramente sentí como su cuerpo se encogía ante mi respuesta. Por más de medio minuto el sonido de nuestras respiraciones evitaba que un cruel silencio cayera sobre nosotros. Hice el intento por levantarme pues todo se estaba tornando muy incómodo, pero él con su mano tiró de mi playera y me obligó a recostarme una vez más a su lado. Esta vez su brazo me servía de almohada.
-¿Te incomodan las preguntas?
-Un poco –reconocí. Mi corazón latía desbocado mientras el calor de mi cuerpo aumentaba de forma alarmante. Si no hacía algo comenzaría a sudar como loco-. ¿A ti no?
-Depende de la pregunta y quien la haga –su tono de voz sugería tranquilidad, misma que envidiaba infinitamente en momentos como estos-. Tú puedes preguntarme lo que quieras.
Me moví un poco sobre la cama, rozando suavemente la piel de su brazo con mi rostro; por un momento esperé una queja por mi comportamiento raro pero nunca llegó.
-¿Cómo era tu vida antes de Chris y Alex?
Pensó la respuesta por unos instantes. Seguí atentamente su mano que se deslizaba debajo de su playera; la tela se levantó un poco dejando expuesta una line de piel suave y morena que estaba delimitada por el elástico de su ropa interior. Aunque no quería dejar de hacerlo, me forcé a dejar de verlo. Él parecía no notarlo.
-Estuve en un internado, estuve ahí por más de diez años. Trece para ser más exacto. Quizá pienses que mi vida es una historia triste pero no lo es. Siempre estuve bien, nunca tuve problemas con nadie. Durante los últimos meses me hice amigo de Leonardo, el director y dueño. Resultó ser un gran amigo de mis padres. Cuando era más joven fue psicólogo de Chris. Él y su esposa Areli lo ayudaron. Después mis padres llegaron un día al internado buscando formar una familia. Recuerdo que ese día caí por la ventana por andar de mirón –una risa sueva, lenta y melodiosa hizo vibrar la cama-. Por esa razón fui elegido para ser su hijo.
Traté de imaginar a un Tomás de trece años, viviendo en un internado sin imaginarse que terminaría siendo adoptado por dos hombres realmente hermosos. Había presenciado lo amorosos que eran con él; Chris a pesar de estar sumido en su tristeza se esforzaba por ser un padre ejemplar. Observé su rostro de reojo, Tomás era uno de los pocos que conservaba esa inocencia.
-Tus papás son hermosos –dije al fin, saliendo de mis pensamientos.
-Estoy de acuerdo contigo.
Probablemente se sintió culpable por el padrastro que me había tocado o algo parecido porque de pronto me rodeó con ambos brazos. Sus músculos hicieron una suave prisión en la cual podría vivir de por vida.
-Nadie tiene la opción de elegir a la familia pero sí tenemos la oportunidad de escoger a los amigos. Y créeme que estaré siempre para ti, no importa la hora, el día o la circunstancia. Estaré siempre para ti.
Si mi rostro no hubiera estado contra su pecho habría sido capaz de ver la única lágrima que logró escapar de mis ojos. Emociones contradictorias se agitaron en mi interior, que, momentáneamente me hicieron desear estar en cualquier otro lugar. Solo. Cuando mis brazos se enredaron alrededor de cuerpo y aplicaron más presión él me respondió de la misma manera.
-Gracias –respondí, escuchando mi voz amortiguada por su pecho.
Pasaron varios minutos, tal vez horas. No me hubiera importado si hubiera importado que fueran días, semanas o años con tal de que esa sensación de bienestar y seguridad se mantuviera conmigo.
Una vez más, la vida me demostró que ser feliz no era mi destino. Alex, su padre, subió a su habitación y nos observó desde la puerta. Abrazados. No dijo nada durante quien sabe cuánto tiempo, sólo nos miró.
-Ruth ha llegado, Tom. Está esperándote abajo.
-Mierda, olvidé que la vería hoy por la tarde –dijo para sí-. Dile que ya bajo, papá.
-Claro. Deberías ver a Alan –dijo, esta vez dirigiéndose a mí, que ya me encontraba sentado en la cama a una distancia prudente de Tomás-. Es un experto en los videojuegos. Él y Chris hacer un buen equipo.
-También bajaré enseguida, señor –respondí. Estaba dándole demasiadas vueltas tratando de entender quién era Ruth. Nunca la había mencionado ¿o sí? Cerró la puerta y escuché sus pasos mientras se alejaba por el pasillo-. ¿Quién es Ruth?
-Es mi novia –respondió sin más. Se levantó de la cama y se alisó la ropa. Se dio cuenta que su playera estaba muy arrugada así que caminó hasta el enrome closet y sacó una limpia. Dejó su abdomen plano expuesto ante mí durante varios segundos hasta que se puso la otra playera.
-Tengo que irme –solté, sintiéndome incómodo y adormecido emocionalmente. Sabía que esa sensación antecedía al llanto, me había pasado muchas veces cuando discutía con mi padrastro.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Porque sí.
Me siguió, confundido, hasta el escritorio. Me vio guardar mis cosas dentro de la mochila sin decir nada. ¿No entendía que me dolía lo que había dicho o no quería verlo?
-¿Por qué te vas?
-Porque ya es tarde.
-Apenas serán las siete. Déjame llevarte a tu casa.
-Puedo llegar solo.
Bajé a toda prisa las escaleras con un desconcertado Tomás pisándome los talones. Alan estaba en la sala frente a un enorme televisor de pantalla plana. Movía exageradamente un mando mientras la pantalla proyectaba la imagen de dos soldados invadiendo lo que parecía ser un cuartel general. Parecía que se estaba divirtiendo. Pensé por un momento que me gustaría de cambiar de lugar con él, ser yo el que estuviera jugando videojuegos pero me arrepentí y deseché ese pensamiento al no querer desearle un dolor como el que estaba sintiendo.
-Cúbreme, voy a entrar –gritó Chris, emocionado. Era un hombre totalmente diferente al que vi cuando llegué. Parecía haber recobrado vitalidad.
El soldado que él era en el videojuego entró en una habitación mal iluminada e incineró a los pocos soldados que quedaban con vida. Alan disparaba a los que trataban de escapar o de herir a su compañero de juego.
-Es hora de irnos, Alan.
-Nooo, ya casi llegamos al cuartel –repuso con tono de reproche.
-Anda, es hora de irnos, por favor.
El tono de mi voz transmitió algo que sólo él pudo entender. Giró para verme y al instante dejó el control en el suelo y caminó hasta mí.
-Está bien –respondió sin dejar de verme.
Ambos nos despedimos de los padres de Tomás que tampoco parecían entender la partida tan repentina. Tom estaba en la esquina de la sala con una linda chica que no dejaba de sonreírle, embobada con su apuesto novio.
-Déjame llevarte a tu casa –insistió, acercándose a mí.
-Puedo irme solo, no me perderé.
Me había puesto esa armadura que con el paso de los años había mejorado. Una armadura que me hacía inmune a mis sentimientos y todo lo externo. Una armadura hecha a base de miedo, dolor y crueldad. Salimos de su casa y antes de que pudiera seguirnos cerré la puerta y lo dejé adentro.
Caminamos por varias cuadras en silencio y con respiraciones agitadas por el paso acelerado que llevábamos.
-¿Estás bien? –recuerdo la pregunta de Alan pero no si yo le respondí.
Recuerdo haber enviado un mensaje a Lirán pero no el haber leído su respuesta.
Recuerdo haber aguantado las ganas de llorar pero no por cuanto tiempo resistí. Había entrado en ese estado de ausencia que me aislaba del exterior cuando no podía manejar lo que estaba pasando.
Deseaba no recordar nada de lo que había pasado en el día.
#amor#amor gay#amor es amor#love#love gay#love is love#Another Way of Love#gay couple#gay marriage#gay kiss#gay love
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Guía del soltero feliz. Regla 1: A las bodas siempre lleva pareja
¿Qué hago aquí? Esa pregunta me la he repetido toda la noche. Estoy atorándome con esta corbata, esperando una cita a ciegas y, para colmo de males, el novio no llega. Mi prima se casa. Lleva media hora sin salir del carro porque dice que la novia no debe aparecer antes que su futuro esposo. Yo sigo preguntándome qué hago aquí.
-¿No ha llegado todavía?- me pregunta por teléfono. Le contesto que no y se pone histérica. Dice que no lo va a llamar, que no va a ser la novia desesperada y yo creo que ya es tarde para aparentar lo contrario. También me avisa que vaya hasta donde ella está para conocer a Sara, la madrina. En realidad, ya la conozco: la niña gordita y llorona que le peleaba todas las muñecas a mi prima.
Mientras camino voy pensando en que tal vez su intención sea metérmela por los ojos. No sería la primera vez. Nadie en esta familia soporta verme con treinta años y soltero. Pero, aunque esto sea verdad, una bonita sorpresa me espera. Resulta que Sarita ya no es gorda y es hasta guapa. -Gracias a los dos por estar- nos dice uniéndonos las manos como en las películas. Creo que un subtexto quiere decir algo como: “vayan pensando en un plan B si ese desgraciado no llega”.
El matrimonio debe ser un paso difícil y ese “desgraciado” tal vez no lo tiene claro aún. No lo culpo, quiero mucho a mi prima, pero creo que todavía le falta madurar en cuanto a cómo sostiene sus relaciones. Estoy seguro de que todo lo de la boda ha sido idea suya. Incluso a los padrinos los escogió ella sola. ¿Y si ahora el pobre se arrepintió y no está dispuesto a dejar su soltería? Creo que sería prudente darle mi apoyo. A escondidas por supuesto.
Me siento algo culpable. Probablemente no soy buen ejemplo para la raza masculina al permanecer soltero y promoviendo que otros así se mantengan. No es que odie el compromiso, es que me siento feliz como estoy.
Mientras esto no comienza aprovecho para saludar a mi familia, a la que poco veo. Mi abuela, como en cada ocasión, me pregunta -¿y tú cuándo? Me voy a morir sin ver a tus hijos, y eso sí me va a pesar-. Llevo escuchando eso desde que tengo catorce. Ya ni siquiera tiene sentido, mi abuela es inmortal.
Noto a mi tía algo nerviosa, a punto de llorar. Creo que esta boda también es por insistencia suya. Sus cuatro hijas se han casado por la iglesia, como se debe, y la menor no va a ser la excepción. Estoy seguro de que una plantada en el altar podría matarla de la tristeza.
Desde aquí le puedo leer los labios a mi tío “a mí me parecía raro que ese muchacho estuviera cinco años con la niña sin nada de nada porque ella iba a llegar virgen al matrimonio. Así era antes…pero ahora a los pelaos no les gusta. Yo te lo dije”.
Suena mi teléfono. El novio. –No puedo ir a la iglesia, no encuentro los anillos, tu prima me va a matar. Ya a mi mamá le dio una crisis, dice que eso es mal augurio”. Estos son tal para cual. Le recuerdo que justo anoche, en la práctica, me entregó los anillos porque soy el padrino y que era la tradición de la familia. “Miércoles, verdad” y sale disparado.
Durante la ceremonia, Sara me coquetea varias veces. El escote es como una excusa para que vuelva a mirar y mirar y mirar. Recuerdo verla de niña, mocosa, siempre con trenzas y faldones. De eso no queda nada. Comienza a gustarme. Estoy seguro de que esto es parte del plan.
-Prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad. Amarte y respetarte todos los días de mi vida...-. Desde aquí puedo ver las lágrimas de mi tía; y las de mis primas, las de mi madre, mis hermanas, mi abuela, y sí, también las de mi tío. Es de familia.
La recepción ha estado un poco aburrida. Parece ser que soy el único que no está en pareja. Todos o están recién casados o tienen niños pequeños a los que cuidar. Soy el bicho raro sin una novia que abrazar.
Llaman al lanzamiento de la liga. Soy el único con vello facial real. Estoy rodeado de mis sobrinos y otros primos, ninguno mayor de edad. Jorgito se hace con la liga. A sus doce, eso debe ser un hito. Sarita, por supuesto, se queda con el ramo. Aun así, me llaman para la foto.
-Ay pero ustedes ni han bailado, con lo mucho que te gusta el merengue a ti primito-, nos dice la recién casada y quedo con las manos de Sarita en la cintura. Comenzamos a bailar “Suavemente” y ella que empieza a hablar. Yo me transporto a nuestra infancia. Su voz es la misma. Me parece verla sollozando en la vereda con ganas de llevarse a su casa el nuevo juego de té de mi prima, con los mocos chorreándole hasta el piso.
Ella sigue hablando. Es casi un monologo. Yo sólo contesto “sí” o “ajá”. Ahora sale a relucir un ex novio que era atleta o algo así. Como si yo tuviera la culpa, me cuenta toda su historia. Sarita se tira un cuento largo que inevitablemente me imagino como terminará. La niña llorona no ha podido salir de su cuerpo. Sigo pensando es que es una estrategia para que la consuele.
Cada vez el llanto se hace más pronunciado, hasta el punto en que no se contiene y comienza literalmente a berrear. Es justo uno de esos momentos en que la música se para y todo se detiene alrededor de uno. Solo que en este momento hay una mujer llorando al frente mío y cerca de doscientas personas atentas.
Las caras de terror empiezan a emerger, sobre todo las de las chicas jóvenes. Debo parecer un ogro maltratándola. Yo trato de consolarla, pero el fuego se aviva cada vez más. Así que me la llevo hasta la mesa a esperar que se calme.
¿Qué hago aquí?, sigo preguntándome.
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