Tumgik
#a ver... conocía los ponis <3
cparti-mkiki · 11 months
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MANY!!!!!!!!!!
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THE horse ever. just a perfect little horse
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tatianalucia89 · 3 years
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Día 3 de la BakuKami Week 2021. Música.
Percusión
Pal dolor, pa el mal de amores nada como el repique de mis tambores. Ricky Martin - Pégate.
Katsuki estaba con mal de amores. Hacía dos semanas había terminado con su novio Shoto. Había empezado a retomar su rutina de a poco, iba de camino a comprar ingredientes para preparar su cena, pero tuvo la mala suerte de cruzarse a su ex con su nuevo novio, o lo que sea. La nueva pareja de Shoto era un muchacho bajito, con apariencia de ángel con sus mejillas regordetas llenas de pecas. No se parecía en nada a él. Su dolor volvió con fuerza. La parejita caminaba de la mano, sin darse cuenta de que Katsuki estaba en la vereda de enfrente, se quedó parado en el medio de la vereda sintiendo que la vida era una mierda. Canceló su compra en el supermercado, dio la vuelta y volvió a su casa.
Cuando llegó a la seguridad de su hogar se dirigió a su habitación y se hizo bolita. La sensación de que él no era suficientemente bueno comenzaba a invadirlo. Decidió enviarle un mensaje a su amigo Eijiro para distraerse.
Eijiro Kirishima conocía muy bien a Bakugo Katsuki, habían estudiado juntos toda la secundaria y aunque solo estuvieran chateando sabía reconocer cuándo algo había sucedido. Por lo que la respuesta de Kirishima ante el “qué hay” de Bakugo fue un “¿estás bien? ¿necesitas que vaya?”. Bakugo maldijo ante la perspicacia de su amigo y respondió “trae cerveza”.
Kirishima llegó a su casa media hora después, con varias latas de cerveza y algunos snacks. Katsuki abrió la puerta, dejando ver su rostro rojo y sus ojos hinchados.
—¿Quién se murió? —preguntó Eijiro después de dejar las cosas sobre la mesita ratona del living.
—Yo. —Bakugo se sentó en el sofá mientras abría una lata—. Vi a Shoto con su nuevo novio. Estoy seguro de que el maldito me metió los cuernos. —Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero se esforzó por no llorar.
—¿Cómo sabés que era el novio? —Eijiro había abierto un paquete de papas fritas y estaba comiendo como si no hubiera probado bocado en todo el día.
—Iban de la mano —contestó indignado moviendo su bebida— muy felices los malditos. ¿No trajiste helado?
Kirishima hubiera suspirado si no tuviera la boca llena, por lo que solo rodó los ojos. Se limitó a masticar mientras Katsuki bebía.
—Ok, ¿sabés qué vamos a hacer? —preguntó una vez tragó el puñado de papas.
Bakugo lo miró con el ceño fruncido.
—No vamos a mirar películas de Disney.
—Aburrido. —Bakugo le mostró el dedo del medio y abrió otra lata—. No iba a decir eso.
—Tampoco vamos a ver películas de Barbie.
—¿Qué tal una de My Little Pony? —preguntó Kirishima con una sonrisa juguetona.
Bakugo lo miró molesto y le lanzó un almohadón. El pelirrojo logró apartarlo con una mano antes de que impacte en su rostro, mientras reía divertido. Katsuki bufó para ocultar su risa y siguió tomando su cerveza. Iba a necesitar muchas para emborracharse y probablemente termine con dolor de panza antes de poder lograrlo. Una vez que su risa se calmó, Eijiro volvió a hablar.
—Vamos a un bar. Sero me recomendó uno hace varias semanas y todavía no pude ir.
—No quiero salir y menos a uno de los lugares que frecuenta Sero. Tiene gustos raros. Sobre todo, con la música. —Hizo un gesto de desagrado.
—No seas así, los ritmos latinos son divertidos. Y vamos a ir, aunque no quieras.
Katsuki se puso a gritar como un nene chiquito haciendo un berrinche, pero a Eijiro no le importó. Después de tantos años de conocerlo se había hecho inmune a sus pataletas. Por lo que un viaje en taxi y quince minutos después, habían llegado a un pequeño restaurante llamado “Sauco” que ofrecía cena y show.
Se sentaron en una mesa cerca del escenario. Una moza amable les entregó las cartas, por suerte los nombres de los platos incluían una pequeña descripción debajo. Las comidas eran de distintos lugares de Latinoamérica y ninguno de los dos conocía las preparaciones.
Al final se decidieron por papas a la huancaína para la entrada y mole para el plato principal. Bakugo quedó fascinado con el mole, era un plato bastante exótico para él. Aunque siempre prefirió la comida japonesa, ahora se sentía dispuesto a probar más cosas de origen latino.
El espectáculo de música empezó unos minutos después de haber empezado con el plato principal. Comenzó con calma, la banda tocaba un cover de Smooth versión salsa. Una chica cantaba con voz calmada, pero adaptándose al ritmo movido de la música.
Kirishima mencionó algo acerca del arroz, Katsuki volvió a poner su atención en la comida. La siguiente canción comenzó con el sonido de los bongós, el ritmo alegre fue bien recibido por varias personas que vitorearon. Bakugo levantó su cabeza y miró hacia el escenario. Un chico rubio, delgado y con sonrisa brillante tocaba los bongós con energía. Su vista se quedó anclada a él. Se notaba que el muchacho disfrutaba el momento, verlo era hipnotizante.
La cantante comenzó a cantar, esta vez en español. Conocía la canción porque Sero la había cantado varias veces, pero esta versión sonaba distinta, invitaba a bailar.
—La comida está muy buena, es raro que tenga chocolate. ¿Qué opinas Bakugo?
—No está mal —respondió con seriedad. Kirishima sonrió sabiendo que eso significaba que le había gustado. Se alegraba de que su amigo se veía mejor que hace unas horas. Quizás la comida realmente le había gustado.
Sin embargo, parecía que Katsuki había encontrado algo más que le había gustado mucho. Sus ojos no se despegaban del rubio energético y alegre que movía sus hombros al ritmo de la música.
Dos días después Bakugo volvió solo al restaurante. No podía dejar de pensar en el rubio de los bongós, para su mala suerte, ese día no había espectáculo musical. Preguntó a la moza que lo atendía y le respondió que la banda tocaba los viernes y sábados, pero que los jueves ponían bachata y salsa para quienes quisieran bailar. Recién estaban a lunes, faltaba mucho para el viernes. Se molestó un poco, pero no podía hacer nada al respecto.
El jueves volvió a ir a Sauco, no tenía idea cómo era la música que pondrían para bailar y seguramente el rubio alegre no estaría ahí. Entonces, ¿por qué estaba yendo? Tenía una corazonada. Era ridículo. Sin embargo, ahí estaba. Se había puesto su pantalón favorito que le marcaba la cadera y los muslos, una remera sencilla de color negro y un poco de perfume. Si Kirishima se enteraba de la preparación absurda que hizo por una simple corazonada se burlaría de él hasta el fin de los tiempos.
Al llegar al lugar vio que había happy hour de cerveza, aunque estuviera solo decidió comprar dos chops (de todos modos, uno era gratis) y un bol de nachos con salsa guacamole para comer algo. Al ser un pedido sencillo no tuvo que esperar mucho para que se lo lleven a la mesa.
Empezó a comer con mucha tranquilidad, disfrutando los nachos caseros, eran mucho más ricos que los que vendían en el supermercado. En el espacio que funcionaba como pista de baile había varias parejas bailando de una manera muy erótica. Sus cuerpos estaban completamente pegados y movían sus caderas de una forma muy… sugerente. ¿Serían ciertos los estereotipos de los latinos? Probablemente no, Sero no era así.
Se había terminado su comida y el primer vaso de cerveza. Sin embargo, ya no quería beber más. Estaba considerando irse a su casa cuando alguien se paró frente a su mesa.
—¿Te molesta si me siento acá? Todas las mesas están ocupadas.
Era el rubio de los bongós. Katsuki se quedó mudo un momento, cuando salió de su estupor quiso responder, pero las palabras no salieron, por lo que solo asintió con la cabeza y luego negó. Finalmente soltó un “adelante”. El muchacho agradeció sonriendo, Katsuki volteo su cabeza tratando de ocultar el sonrojo.
Nunca volvería a desconfiar de sus corazonadas. Tenía que aprovechar ese momento fortuito. Volviendo la vista al frente vio que el chico estaba concentrado en su celular. Tenía las uñas pintadas de color naranja, y varios piercings en las orejas. Carraspeó con la intención de llamar la atención de él, pero no tuvo éxito. Sin preocuparse por eso, le preguntó algo.
—Sos el chico de los bongós, ¿no? —El muchacho levantó la cabeza y sonrió mostrando alegría genuina. Katsuki se sintió feliz solo por verlo.
—¡Sí! ¡Es la primera vez que me reconocen! ¿Venís seguido? —Sus ojos brillaban con intensidad. Su efusividad lo había sorprendido, parecía una persona tranquila.
—No, en realidad vine por primera vez el fin de semana pasado.
—Ah. ¿Y te gustó el show? Soy Denki. ¿Cómo te llamas? —Había dejado su celular arriba de la mesa y lo miraba con atención.
—Eh, sí. Me llamo Katsuki.
—Tus ojos son muy lindos Katsuki —dijo Denki en un tono más grave que antes, mientras lo miraba con una pequeña sonrisa.
Bakugo se puso muy rojo, abrió y cerró la boca varias veces como un pez, pero no le salía ninguna palabra. Denki amplió su sonrisa, complacido.
—La música que está sonando es… interesante —dijo finalmente con un carraspeo y tapando un poco su rostro con una mano.
—Sí. Es bachata —Katsuki asintió con la cabeza, realmente no le interesaba mucho la música, pero necesitaba un tema de conversación—. La canción dice “yo solo quiero darte un beso” —Katsuki se ahogó con su propia saliva y empezó a toser. Denki rio divertido—. ¿Querés bailar?
—No, no sé bailar esto. Además, no soy bueno bailando.
—No te preocupes —respondió Denki—. Soy un buen maestro.
Bakugo no quería bailar, la gente bailaba muy apretada y movía demasiado las caderas. Pero quería seguir pasando el rato con Denki. Había algo hipnotizante en ese chico de ojos dorados, lo sintió el día que lo vio en el escenario y ahora que lo tenía más cerca, se sentía más fuerte.
—Bueno. —Accedió al fin—. Pero si te piso no es mi culpa.
Denki sonrió grande y tomó su mano. Se dirigieron a la pista, Bakugo se quedó parado esperando instrucciones.
—Como soy el que más sabe voy a guiar —comentó Denki, Katsuki asintió con la cabeza—. Voy a ir despacio, tratá de seguirme, ¿sí? —Katsuki volvió a asentir con la cabeza—. Vamos a hacer el paso básico en el lugar. Yo salgo con la izquierda y vos con la derecha, porque estamos enfrentados. ¿Vamos bien?
—Sí.
Denki le mostró cómo era el movimiento y Bakugo lo copió. Era bastante sencillo, lo más difícil era mover las caderas. Lo practicaron un par de veces y luego Denki ofreció sus manos para que Bakugo las tome.
—Ya sabés lo básico, con eso podemos bailar un rato.
Denki sonreía contento, se movía con mucha facilidad. Bakugo estaba muy nervioso, no sabía si sentirse aliviado o decepcionado de que sus cuerpos estén separados, cuando el resto de las parejas bailaban casi uno encima del otro. Sin embargo, Denki lo miraba como si quisiera comérselo y eso parecía ser más estimulante que estar bailando pegados.
La canción terminó, empezó otra con el mismo ritmo. Bakugo no podía notar el cambio; pero Denki puso una sonrisa sexy y tironeó de las manos, haciendo de sus cuerpos queden juntos. Una de sus manos se posó en la espalda de Bakugo y él pudo sentir como un escalofrío le recorrió la columna. Denki era un poco más bajo, pero no impedía que se miren a los ojos mientras bailaban.
—Esta canción es para bailarla así —susurró en su oído. Bakugo rogaba que no se dé cuenta del problema que tenía en sus pantalones. Maldecía el momento en que deseo que bailaran así.
—Parece igual que la otra —dijo como pudo, de manera entrecortada.
—No, no es igual. Esta anuncia que después de bailar bachata vamos a terminar en la cama—. Katsuki soltó un gemido sin darse cuenta. Ese chico ni siquiera lo había tocado y él ya estaba llorando por él. Denki emitió una pequeña risa.
—Sos muy lindo Katsuki. —Sus labios rozaron su mejilla
—Vos también sos muy lindo. Bailás muy bien. —Su rostro estaba muy rojo, tenía mucho calor, pero él sabía que no era por estar bailando.
—Quiero llevarte a mi casa —habló Denki poniendo esa voz gruesa otra vez. Sus ojos dorados brillaban con deseo y diversión. Bakugo sostuvo la respiración al escuchar esa declaración y se dijo que se estaba quedando atrás. Él también jugar el papel de seductor.
Lo abrazó por el cuello y sostuvo su nuca, ladeo un poco la cabeza y lo besó con fervor, paseando su lengua por el interior de su boca. Denki rodeó su pequeña cintura con sus brazos y devolvió el beso con las mismas ganas.
—Vamos —dijo Katsuki con la respiración agitada.
Volvieron a besarse con desesperación, acariciando sus cuerpos. Denki se separó, riendo tomó su mano y lo sacó del restaurante.
Al día siguiente Katsuki se despertó en una cama que no era la suya, escuchando el sonido de los bongós. Se estiró todo lo que pudo, pensando en que nunca más volvería a juzgar los gustos de Sero ni a dudar de sus corazonadas.
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I.-
Trabajando tarde sentado en la cama, tecleando y tecleando en el computador hasta altas horas de la madrugada, de pronto alza la vista hacia la pared que tiene enfrente, llena de cosas colgadas sólo para utilizar los ganchos que traía consigo instalado el inmueble. Pasa medio segundo en que las ve y, como si le hubiese molestado desde que puso pie en el lugar, hizo a un lado el computador y el trabajo, se levantó raudo de la cama tropezando al bajarse de ésta –porque claro, ni una levantada dramática de la cama consigue hacerla de manera limpia- y cual energúmeno tiró de los ganchos y todo lo que colgaba de ellos arrojando todo al piso. Mientras la variedad de objetos volaba golpeando a su camino los muebles que obstaculizaban su llegada al piso, se fueron rompiendo algunas de las cosas que él consideraba preciadas. Al piso cayó también una fotografía que guardaba entre las partituras que se sentaban en el reposo del piano y que no recordaba o no miraba hace tanto tiempo, porque por supuesto la carpeta de partituras, sin tener arte ni parte en el asunto de la pared llena de cosas colgando, tocó la mala suerte de ser arrojada con fuerza junto con los demás objetos.
Al caer rendido en el piso y detenerse a observar la fotografía, secaba de sus mejillas las lágrimas que no había notado venir a sus ojos y menos rodar por su rostro. Era su fotografía. Ella, con sus dos pequeños, ¿cómo podía haber dejado ir tanto? ¿cómo podía haberla perdido?
Luego de sollozar y haber perdido la percepción del tiempo, tomó la fotografía con cariño y la posó nuevamente sobre el piano, ignorando el desastre que había causado. Se levantó camino a la cocina por un vaso de agua, luego al baño a lavarse la cara; ni mirarse al espejo quiso. Continuó ignorando el desorden, apagó las luces y se metió a la cama cual niño buscando que alguien lo acurrucase.
Lunes a las 7 de la mañana, suena el reloj como todos los días, ¿ya pasó el fin de semana? Quién lo diría.
A duras penas cuenta en su cabeza hasta tres, cerrando los ojos con fuerza, hasta que se da un empujón para levantase de la cama. Cual piloto automático, todavía ignorando el resultado de su arrebato nocturno, enciende la ducha, mientras el agua se calienta echa a andar la máquina de café, y continúa su rutina. A las 8 estaba ya sentado nuevamente en el computador, el desastre todavía en el piso de la habitación, rodeándolo. Quién sabe cómo habrá hecho para ignorar realmente todo ello por tanto rato, a pesar de la manía de mantener todo ordenado.
Misma rutina, mismas reuniones, mismas planillas que llenar y creando afiches. Hasta que el teléfono lo hace despabilar: número desconocido.
II.-
No era más que un cliente que deseaba saber hasta cuándo lo tramitarían con el envío que solicitó de la cotización el mes anterior. Utiliza su mejor voz carismática, convincente, pidiendo disculpas y ofreciendo una rebaja en la cotización; cliente contento. Terminada la llamada, arroja el teléfono y vuelve a sentarse al computador, tecleando aún más frenético, maldiciendo al hombre que importunó su amarga mañana con más quehaceres.
Eran ya las 6 de la tarde, ¿en qué momento oscureció? Esto del horario de invierno iba a matarlo, le afectaba realmente la cabeza. Después de más tabacos por la ventana de los que podía contar, decidió dejar de engañarse y se dispuso a ordenar el caos que había creado. Al ver el resultado de éste, luego de ignorarlo por más de doce horas, se preguntó realmente a sí mismo qué es lo que le cruzó por la mente para jugarse esta mala pasada.
Tras lo que parecieron horas de ordenar y limpiar, mira el reloj esperando que fuese una hora decente para meterse a la cama y desenchufar su cerebro -¿será posible hacer eso?- las 20.30, wow, gracias por nada, tiempo. Convenciéndose prontamente de que no le quedaba más que deambular un rato por la casa, tomó la taza de café cuya cuenta estaba ya perdida -¿habrán sido unos 5? ¿o 10? Seamos realistas, más de 5 y menos de 10, tiende a exagerar un poco-. Esta vez se lavó la cara mirándose al espejo, viendo cómo sus facciones intentan simular una sonrisa que ni a sí mismo convence; es hora de enfrentar las realidades. Luego de mirar la fotografía de 3 bellas sonrisas sobre su piano, emprendió camino unos pasos más allá; atravesó la casa, sujetó la manilla por al menos unos 3 segundos y abrió la puerta de la habitación que no hizo más que hacerle reventar los ojos en lágrimas y el aliento en suspiros.
III.-
Todo estaba tan inmaculado, tan bello como lo había dejado cuando decidió construirlo todo, justo el día antes de que decidió arruinarlo todo. ¿Cómo pudo fallar tanto y en tan poco tiempo? ¿cómo hizo para tomar lo único preciado y que con tanto amor y esfuerzo construyó y arrojarlo al piso convirtiéndolo en mil pedacitos como el escándalo que había armado en su pieza durante la madrugada anterior?
Pareciera que todo en la habitación se mofara de él; las dos camas que la componían, el color rosado pálido de una mitad de la pared fusionándose con el verde de su complemento, los estantes con libros y juguetes, las letras formando sus nombres a la cabecera de cada una de las camas, en el baño los cepillos de dientes y los shampoo, la cortina de monitos y las toallas ad hoc. Toda la decoración que había planeado para sacarles un par de sonrisas, lo humillaban por su propio actuar, y es que veía en esos momentos pasar la película de su vida frente a sus ojos, ahí mismo en esa habitación, recordándole las malas decisiones que tomó y el peso de ellas con que cargaría por siempre.
Esa noche no logró sacarse de ese escenario, hizo vigilia en una de las camas por un par de horas, y el cansancio lo dejó inconsciente en la otra cama por lo que quedaba de noche. Al despertar en la mañana, abrazado al cojín con forma de pony, notó la fuerte luz que entraba en la habitación haciéndole saber su enorme retraso; los clientes estarían enfurecidos.
Hizo todo más que rápido, echó café en un termo, se puso un elegante traje, agarró el maletín y salió corriendo. Al llegar al ascensor, notó la ausencia de su vicio en el bolsillo; debía volver por su tabaco.
Más que pronto estaba de vuelta en el ascensor que acababa de cerrar sus puertas anunciando el fin de su espera, volvió a apretar el botón, pero la suerte no estaba de su lado; la máquina ya había bajado.
Apretó como 24 veces el botón nuevamente, como si eso fuese a hacer que el ascensor llegase más rápido, pero la ansiedad lo venció y tomó las escaleras.
Se sube a la bicicleta, sujeta firme el maletín y emprende camino a la oficina. Al llegar, adivinen, más mala suerte; el cliente, molesto, ya se había retirado.
Antes de que su jefe pudiese llamarlo a su oficina para reprenderlo, tuvo una revelación; lo arreglaría.
IV.-
Y no se refería al trabajo, a los clientes ni a la oficina. Si algo le quedó de la noche en la habitación preparada para los niños, era que debía volver a tomar riendas de su vida.
Caminó a la oficina de su jefe con el pecho erguido, tocó la puerta no diez veces, pero tampoco una o dos, deben haber sido unas 5 ó 6, pero antes de cuestionarse y dejarse atacar por su cerebro traidor, volvió a tomar aire, espabiló y abrió la puerta.
-Renuncio- fue todo lo que dijo, con una sonrisa que esta vez sí tocó sus ojos. Si hubiese podido mirarse al espejo, habría estado orgulloso de ella.
Dejó el maletín atrás como símbolo de evolución; era un hombre nuevo, determinado, sin importar el resultado que tuviese. Ya bastante tiempo llevaba pateando piedras y lloriqueando internamente –porque claro, tampoco se permitía llorar ni sentir como corresponde- así que era hora de hacer las cosas bien, y si no funcionaban, sería porque así debía ser. Pero de algo estaba seguro: esta vez su cerebro traidor no lo iba a vencer.
Al llegar a la oficina de educación, se encontró con aquella señora que conocía de la infancia, quien lo reconoció e invitó una taza de café para preguntar qué lo llevaba por esos lados. La mujer, al oír la determinación del hombre de volver a su vocación, se sonrió de oreja a oreja, informándole que su antiguo puesto de trabajo se encontraba disponible y esperándole.
V.-
Comenzaba el lunes siguiente. Preparó su material, sacó el polvo a su mochila, su estuche y plumones. Soltó un poco los dedos en el piano que al parecer no había mutado en un mueble de decoración, sino que seguía guardando sus bellos sonidos y envolviendo la casa de sus melodías y acompañamientos.
Y es que tenía una sensación tan grata a pesar de estar hecho un atado de nervios, de estar envuelto en tristeza y decepción de sí mismo, pero no se dejaría vencer; no se rendiría otra vez.
Pasaron los días y ya estaba todo listo, el domingo ya de noche, se sentía recordando su infancia nuevamente, en esos días en que el verano terminaba y no conciliaba el sueño la noche antes de la vuelta a clases. Bueno, nada durmió, pero ni un bostezo atravesó su cara esa mañana, bebió su café, bajó por las escaleras sin prisa y llegó al estacionamiento. Dos sonidos agudos emitidos luego de oprimir el botón para abrir el auto le hicieron ver la realidad; después de 8 meses retomaría su vehículo.
Al llegar al establecimiento, no pudo evitar sentir un nudo gigante en la garganta y el peso en su pecho como si un sumo hubiese aterrizado sobre él cuando vio por primera vez en meses el rostro de la mujer que había cautivado todos sus sentidos. Sintiendo el corazón latir tan fuerte como si fuese a salir volando de su pecho, tragó saliva, se secó el sudor de la frente, respiró profundo y terminó de estacionar el vehículo. Ella aún estaba ahí tan serena, sonriendo al teléfono antes de las 8 de la mañana, sin notar su presencia. Hasta que la traición de su ansiedad sumada con los tics nerviosos de su cuerpo causó el agudo sonido de la bocina.
La adrenalina del susto que le causó el ruido debe haber cubierto el filoso dolor que debe haber aparecido tras alzar cual látigo su cabeza para ver qué la había sacado de su momento. Su quijada parecía llegar al piso, quizá cuál habrá sido la reacción de su interlocutor al no tener respuesta alguna, olvidando por completo que se encontraba al teléfono. Y es que ambos se encontraban congelados en el tiempo y el espacio, dejando nada más que sus miradas clavadas el uno en el otro.
VI.-
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