#Una GUASA ELEGANTE?
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achamocha · 5 months ago
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Y me da rabia que haya gente chilena defendiendo a Chasca porque parece una huasa elegante. Hay que ser weon. En primer lugar, nadie va a pensar eso cuando la vea. Si a mi que soy chilena me lo tienes que explicar con peras y manzanas es porque, como minimo, vale callampa su diseño de "guasa" (la parte de que la pierna desnuda es el falso es, como dicen los gringos, TREMENDO stretch). Y el gorro es 0% guasa y 100% conquistadora. Por favor.
En segundo lugar, que parte de america pre-colonial no entienden? No les da rabia que el personaje supuestamente andino se vea más como una conquistadora española? Y si tiene nombre andino por qué no usaron un diseño más andino, como una diabla? Mirenme a los ojos y díganme que no hubiese sido bacan ver una diabla de la tirana al estilo de Genshin. Que baile como Gaming o YunJin y su burst sea un diablo ojon qué tira fuego.
Si fuera solo la piel blanca, puta, filo. Si fuera solo el traje, puta, filo. Si fuera solo que el nombre no tiene nada que ver con el diseño, puta filo. PERO SON LAS TRES COSAS JUNTAS. DE ESO NOS ESTAMOS QUEJANDO.
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elgranero · 9 years ago
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Cuidan de nuestro silencio con su luz :
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A lo largo de todos nuestros años de travesías disparatadas y hogareñas, hemos tenido la inmensa fortuna de convertir nuestro barco en una nave de locos gracias a quiénes recibieron nuestras cartas de invitación o nos abordaron en mitad de la meseta.
Todos ellos se han convertido en brújulas irrompibles, y gracias a sus segundos de luces y silencios, nos guían y guiarán en todas nuestras aventuras.
Ellos son y serán nuestros remos cuando no haya viento a favor.
¡ Gracias capitanes !
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JOTA BARROS
www.jotabarros.com
Archi-reconocido y conocido entre todas las callejuelas de cada uno de los puertos que visitamos, es el primero en bajarse de nuestra nave en cuanto divisa sombras chinescas o muescas de luz apostadas por las esquinas. Quizá le podréis reconocer por su deambular despistado cual pájaro loco pero no se engañen: su mirada es más rápida que su disparo. Nadie a bordo sabe todavía por qué compuerta vuelve a embarcar y siempre parece tener los poderes mágicos de estar metido en cada uno de nuestros fregados.
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DAVID JIMÉNEZ www.david-jimenez.com
De corazón sureño, cabeza loca de poeta y cuerpo de tirador sin arco, nuestro querido cronopio se pasea por las bodegas tirando líneas imposibles y buscando siempre una conexión en cada átomo. Nadie sabe cómo embarcó, pero nadie desea que se nos baje del barco. En más de una noche de confesiones nos ha contado cien versiones distintas de todas las posibilidades dentro de lo infinito. Sabemos que gran parte de nuestra tripulación, desde su llegada, anda buscando en cada travesía su aura. Por tanto hasta ahora y por todo lo que haya de llegar, vayan siempre con mil ojos, porque a la que te descuidas, él levita.
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MATÍAS COSTA www.matiascosta.com
Un elegante marinero que ya llevaba recorridos interminables diarios de intensas bitácoras el día que lo vimos aparecer en mitad de todos los océanos. Desde aquel lejano encuentro, ahora gasta gorra de capitán y anda cada día en el puente de mando, dirigiendo rumbos, derivas y fabulaciones él solito. No hay nadie más preparado para transcribir nuestras señales al azar ni encontraréis a nadie tan sonriente a bordo. Pero tengan cuidado : registra todo lo que se mueve a cubierta en su cuaderno de campo actualizado hasta la médula.
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LEAFHOPPER www.leafhopper.eu
Dos soñadores de corazón tranquilo y mirada eléctrica, capaces de hacer temblar todos nuestros mástiles y orquestar durante cada travesía un concierto de luciérnagas por la borda. Llegaron con la misión de mantener llenas nuestras calderas de ilusiones y ahora también tenemos los armarios de confianza a reventar.  ¡ Ojo y cuidado ! : a la que te despistas, este par de silenciosos duendecillos, ademas de prepararte siempre el té, te cambian toda la biblioteca, tu conciencia y la despensa entera de sitio.
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FERNANDO MAQUIEIRA www.fernandomaquieira.com
El Tigre de los Austrias, Kid Descubrimiento o el chico perdido la mayor parte del tiempo: llegó en su propio bote salvavidas y quedamos plenamente conquistados por sus ojos increíbles de gato. Le tenemos en plantilla como aprendiz de patrón, conseguidor de cualquier técnica visual y también y por supuesto, como nuestra fiel brújula. Aún no comprendemos sus deambulares nocturnos en busca de historias minúsculas, así que tengan mucho cuidado: colecciona todas las tormentas a babor y se alimenta de desgastadas diapositivas.
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ISRAEL ARIÑO www.israelarino.com
Aunque a primera vista y con gafas de sol nos pareció temblor y pirata, gasta guasa y curiosidad como buen niño grande que es. Lo reclutamos como encargado de nuestro depósito de inagotables abrazos, aunque él se empeña en inventar artilugios hechos de plata y arroz y para más sorpresa, hasta nos los enmarca. Aviso a navegantes: en cubierta es escurridizo cual erizo de mar, pero al entrar en toda bodega y con vino mediante, da siempre en el mejor clavo.
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ENRIC MONTES www.enricmontes.com
Más conocido como el alquimista de la luz y sus huellas, quedó reclutado en este barco para el diseño y análisisde nuestras pócimas más secretas y sus múltiples utilizaciones en casos de pérdidas y derivas adversas. Gracias a él tenemos un consejero visual inigualable, aunque sólo disponible, cual polilla, en horarios añejos y nocturnos. Cuidado: puede convertirse en pastor de estrellas en invierno o hasta mudar su piel por conseguir melocotones en verano.
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Jueves, 15 de marzo
Esta tarde en el metro se ha metido un tipo curioso: un «lumpen vieja escuela» de los que ya casi no quedan... Era un pelín joven para ser «vieja escuela» de verdad, y eso lo sé no solo por la pinta física que exhibía, sino porque él mismo nos ha anunciado a todos, en un determinado momento, que acababa de cumplir cuarenta y ocho. Bueno, nació entonces en el 70... O sea, que la adolescencia le pilló con los ochenta ya mediados, y el grueso de sus andanzas juveniles tuvieron lugar a finales de esa década, y bien entrada la de los noventa. Era, en todo caso, un espécimen bastante llamativo. Al principio se le veía más o menos tranquilo —aunque iba liándose porros—, porque estaba hablando por teléfono con un colega, con el móvil hábilmente enchufado entre uno de los hombros y la cara, en voz no demasiado subida de vatios. Luego se ha quedado sin cobertura y sin conversación y ha empezado a ponerse un poco nervioso... Era evidente que se moría por montar el numerito. Quería organizar un show, y eso mismo ha terminado haciendo, con la excusa de que una señora le había dado un empujón... Ahí ha dado comienzo la diatriba. Lo que más gracia me ha hecho ha sido que después de poner verde a la señora, que por cierto era francesa (como su acento daba claramente a entender), recordándole «la importancia de los valores» y la «buena educación», y espetándole «que no se hiciera la sueca» («¡No se haga la sueca, señora! ¡No se haga la IKEA!»), se ha encasquetado unos auriculares y se ha puesto a escuchar a todo trapo a La Polla Records, mientras coreaba y repetía una y otra vez, a voz en graznido: «¡Dale, Evaristo! ¡Dale! ¡Dale, Evaristo, que vas muy bien!». Evaristo —para aquellos que no lo sepan— era el cantante del mencionado grupo pospunk vasco, un combo mítico que yo mismo escuché, en su día, hasta la saciedad, y del que todavía conservo varias cintas y hasta un par de vinilos, que incluyen precisamente los temas con que se estaba deleitando por los cascos nuestro personaje, a un volumen tan generoso que se oían perfectamente por buena parte del vagón...
¡Ah! ¡Qué hubiera dicho el colega, de haber sabido que in illo tempore compartía yo algunos de sus gustos musicales! Probablemente me hubiera echado una mirada penetrante y conocedora, de «enrollada» aprobación, para luego exclamar: «No, ¡si ya lo sabía yo! ¡Ya sabía yo que tú eras fetén! ¡A mí el traje y la corbata, y el abrigo, no me la dan! ¡Chachi! ¡Venga esos cinco, tío! ¡Chócala, men!»... Y después me hubiera querido sacar del metro, para irnos a tomar unas garimbas y fumarnos juntos unos mais... La cosa, si lo pienso, tiene su guasa. Y eso que el tipo no era exactamente agradable, y la señora de marras no se merecía el chaparrón...; que a todo esto —nadie tema, el sujeto era inofensivo, a pesar de su verborreico histrionismo— no ha sido excesivo ni preocupante (luego ha repartido diversos hisopazos más, algunos de ellos hilarantes, entre la mayoría de los presentes).
Son vislumbres, historias apenas entrevistas, que te devuelven al pasado en el momento más insospechado. Yo iba de traje y corbata, y envuelto en elegante abrigo largo, porque me dirigía a hacer un trabajito en las afueras de Madrid... Y he tomado la precaución de no alzar demasiado la vista del kindle, ni establecer en ningún momento contacto visual directo con el individuo, porque me conozco el percal..., ¡vaya si me conozco el percal!
«Hay idiotas para todo», solía decir una mujer que conocí una vez; una persona sumamente inteligente y perceptiva, que tenía la rara habilidad de encapsular cualquier situación con la perfecta frase inapelable y definitiva, normalmente teñida de fina y mordiente ironía. No sé qué hubiera dicho ella en esta ocasión; tal vez se hubiera reído. ¡Quién sabe si hubiera salido en defensa de la pobre señora francesa, acusada de «hacerse la IKEA»! (Lo de «hacerse el IKEA», por cierto, es nuevo... ¡Eso sí que no es de los ochenta! ¡Ni siquiera de los noventa! Pero este tío ya he dicho antes que era un pelín joven para ser lumpen de la más clásica vieja escuela.) Es cierto que hay idiotas para todo, y que la mayor parte de la gente no sabe ya qué hacer para llamar la atención. Pero este hombre no era exactamente idiota; no le faltaba inspiración, ni estaba enteramente desprovisto de vis cómica y humor, y me ha caído bastante mejor de lo que tal vez cabría suponer. Sabe Dios dónde habrá ido a parar esta noche. Por teléfono con su colega, durante la primera parte del show (antes de quedarse sin cobertura), andaba haciendo planes para ver un partido, hemos de suponer que de fútbol, con su interlocutor, que se llamaba Charly, y la novia de este último, una tal Manoli... A Charly le ha pedido que no invitara a nadie más, y le ha dejado caer que a ver cuándo se ponía un poco espléndido y le regalaba un «barril» de tabaco de liar...
El vagón en que viajábamos se ha quedado prácticamente vacío en Colonia Jardín, y en esa estación me he bajado también yo. Cuando me alejaba por el andén he vuelto un momento la cabeza, y allí he visto al menda otra vez, metido en el metro todavía, gesticulando y hablando solo al otro lado del cristal. Y se me ha ocurrido que no estaría de más dedicarle unos parrafitos... en honor a los viejos tiempos, por decirlo así.
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guardialobo · 7 years ago
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Sueño de una noche de primavera
–Recuérdame por qué he accedido a esto –dijo Marrok con el hocico arrugado, rascándose el cuello y holgándose la ropa como si esta le picase.
Arduinna sonrió. La diligencia pegó un bote y ambos golpearon el techo con sus cabezas.
–Grrrr –gruñó Marrok–. ¿Es que no teníamos coches más amplios?
–No te quejes –lo amonestó Arduinna, cuya forma de huargen era considerablemente más pequeña que la de él y quien, por consiguiente, entraba bien en la carroza–. Marley te sugirió que te transformases en humano para estar más cómodo y mírate...
Marrok estaba encorvado, con la testa gacha, las uñas clavadas en los asientos como si en cualquier momento fuese a salir volando y un gesto enfurruñado.
–Pareces un perro yendo a la peluquería para recibir un baño –ironizó la huargen–. Un perro al que NO le gusta que lo laven –matizó–, ¡ja, ja, ja!
–Yo prefería viajar a pie –protestó el guerrero–. O en lobo. O en caballo, lo mismo da. Y llevar mi armadura y no un… traje de gala. ¿Era necesaria toda esta pompa?
Arduinna sonrió con picardía y se encogió de hombros. Ella venía ataviada para la ocasión con un hermoso vestido largo, de color pistacho, con guantes y encaje alrededor de los hombros, exponiendo una bella pátina de pelo marrón madera que, en conjunción con su mirada azulada, transmitía los primores del bosque primaveral. No se había ceñido ningún corsé, en su reivindicación de un estilo galante pero natural, y había prescindido de las enaguas y del aparatoso polisón, tan a la moda en la Gilneas de antes de la rebelión de la Puerta del Norte.
De su parte, el señor Lobonegro llevaba un atuendo simple y majestuoso, compuesto de una chaquetilla ajustada, una camisa, una corbata permanentemente torcida, en signo de rebeldía contra las convenciones del vestuario, y pantalones de talle alto, en negro, el color de su pelaje, en contraste neto con la tonalidad celeste de sus ojos. Se había olvidado, eso sí, a propósito del sombrero de copa: una cosa era ir elegante; otra distinta, hacer ostentación.
–Sabes qué día es hoy. Y lo que significa.
El coche dio otro salto.
–Grr.
–Te puedes convertir en humano.
–No, gracias. Estoy mejor así –se burló él. Sonrió con amplitud, mostrando los dientes.
–Y que lo digas.
Marrok se inclinó hacia adelante. Le empezaba a complacer el rumbo que estaba adquiriendo la conversación.
–Y dime, querida –Hablaba mientras deslizaba su garra por encima de la rodilla de esta–, ¿en qué consistía toda esta pijada del día de san Valentine?
–No eras muy religioso, ¿verdad?
–Estudié filosofía empirista en la facultad. ¿Qué te esperabas?
Arduinna suspiró. Sabía perfectamente que el Señor Lobo se estaba tirando un farol: como a ella y a otros hijos de buena familia antes que a ambos, también le había seducido el hálito de lo popular, y eso incluía la devoción. Especialmente en su vertiente legendaria y fabulosa.
–Eres un romántico, Marrok –replicó, refiriéndose, por si las dudas, al movimiento literario–. No me tomes el pelo.
–Solo soy romántico a la luz de la luna –contestó él rápidamente, acariciándole el muslo–. O cuando me quito la ropa. ¿Quieres que sea todavía más romántico, Arduinna?
–Tal vez a la luz de la luna –respondió ella. Afuera estaba lloviznando, como siempre, y el astro de plata se había atrincherado tras una barricada de nubes.
–¿Vas a contármelo? Mis conocimientos sobre san Valentine están algo desfasados; como esta ropa. ¿Lo ves, Arduinna? Sí que poseo sentido de la moda: me he vestido a juego –Humorizó.
Arduinna no le hizo caso y principió su relato:
–Sobre San Valentine existen diversas historias –Notó cómo la garra del huargen le trepaba por la pierna. Se calló brevemente–. Algunos dicen que era un brujo de la cosecha que presidía rituales de la fertilidad, al más puro estilo de la madre del cubil, y que la Iglesia de la Luz resignificó el mito para darle una orientación religiosa –Paró otra vez. La mano de Marrok descendía hacia su tobillo–. Otros afirman que se trataba de un padre de Lordaeron que oficiaba matrimonios a los soldados en una época en que estaba prohibido que estos contrajeran nupcias –Las nupcias las hacía el huargen por dentro de su falda, escalando tramo a tramo de piel sedosa con sus dedos ásperos de esgrimir las armas–. Y otros… otros –Suspiró. Los dedos del señor Lobo le rozaban la ingle, estaba a punto de…
La diligencia paró en seco. Los corceles relincharon.
El Señor Lobo se enderezó.
–¿Debo entender que no te interesan mucho los orígenes de san Valentine?
–Solo a la luz de la luna. Cuando llueve, me interesas más tú.
El teniente Marley, su cochero, abrió la puerta.
–Ya hemos llegado, mis señores –anunció–. ¿Todo bien por ahí atrás? Creí haber oído suspiros.
Desde luego, el comentario era malintencionado. Marrok aceptó el reto.
–El otro día, cuando pasaba frente a tu tienda de campaña, yo también escuché suspiros. No sé, Marley, han debido de ponerse de moda otra vez.
–Debe de faltarnos el oxígeno con tanta actividad como realizamos últimamente –apuntó Arduinna, prolongando la guasa.
–Sí, sobre todo dentro de las tiendas de campaña –Se rio Marley.
El Señor Lobo y su acompañante bajaron del vehículo y enfilaron rápidamente a la catedral. Marley se dirigió a las tiendas: él no iba engalanado, sino con su armadura de soldado.
–Recuérdame por qué él se libra de la misa y yo no.
–¿No se debía a que habían expulsado a la intendente Lily de por vida de la catedral?
–¿Ah, sí? Tendré que preguntarle cómo lo consiguió –Bromeaba el huargen.
La druida apoyó las manos en sus caderas, regañona. No pudo evitar, no obstante, sonreír.
–Digo yo que al Cónclave Gris le gustará ver a su líder de vez en cuando. Han estado trabajando muy duro para fabricar equipamiento sagrado que nos ayudará a derrotar a los Renegados. Además, ¿tú no querías hacerles una “visita cortés”?
–Solo una cuestión: ¿la visita incluye cantos gregorianos?
–Posiblemente.
–Por el bien de mis oídos, espero que el padre Cristóbal no vuelva a desafinar.
–¡Ja! Yo también.
Entraron en el claustro para refugiarse de la llovizna. No se empaparon mucho, solo lo justo para empezar a desprender esencias que se afincaban más en su naturaleza bestial que en la humana.
Por un acto reflejo, Marrok amagó sacudirse. Le contagió el conato a Arduinna.
–Ahora entiendo a Cerbero. ¡Con lo fácil que es liberarse de la humedad!
–¿Qué maneras de comportarse son esas? –se mofó la huargen, consciente de que, pese a la burla, Marrok haría –como de costumbre– lo que le viniera en gana.
–Las más elegantes y sutiles.
Llegaron a la nave principal y observaron que la iglesia estaba vacía. Unas tenues velas alumbraban los bancos y a lo lejos, el altar estaba sumido en sombras rojizas.
–¿Mmm? ¿Hemos llegado antes de tiempo? –Se interrogó Arduinna.
–Pensaba que me habías dicho que la ceremonia era a las diez.
–A las once.
–Mea culpa. Te entendí mal.
–Nos sobra una hora, entonces.
–Sí.
Los huargen se quedaron parados sobre la alfombra, mirando la parafernalia eclesial con expresión anodina. Arduinna aprovechó para estudiar el viejo órgano al que a veces los beatos arrancaban notas que inspiraban misericordia. En cuanto a Marrok, paseó de aquí a allá con los brazos cruzados tras la cintura, husmeándolo todo y aburriéndose como una ostra.
–Entonces, ¿cuál era la última historia acerca de san Valentine? –Inquirió Lobonegro.
–Que es un invento de los goblin para vender artículos amorosos, por aquello del inicio de la primavera, la alteración de la sangre, los enamoramientos juveniles… Y que la Iglesia de la Luz se la apropió, como en la primera historia, para reforzar la fe del pueblo.
–En Ventormenta no desperdician una oportunidad para prestigiar al culto de la Luz, ¿eh?
–¿Y acaso importa?
–¿Mm?
Arduinna anduvo pausadamente hacia él. El huargen estaba repasando el altar con el dedo, en busca de polvo (que había en abundancia). La contempló, intrigado.
–El origen influye en el significado, pero no lo determina. Muchas de las cosas que hacemos o en las que creemos tienen orígenes ridículos, de los que hoy nos reiríamos si los oyésemos. ¿Y qué más da, mientras haya gente que crea en ellos, que los celebre y que los utilice? –Declaró–. San Valentine, o el Festival del Amor, como lo llaman al sur, podría ser solo un pretexto para recordarles a las personas que no importa dónde estén, ni las guerras que ocurran, ni las amenazas globales o locales; que no importa todo eso, porque hay algo más: el amor de sus maridos y esposas, de sus familias, y la esperanza de vivir felices en el futuro.
Lord Lobonegro estaba atónito; o mejor, gratamente sorprendido. Sonreía con júbilo.
–Un discurso magnífico. ¿Te importa que te lo plagie?
Arduinna bufó, divertida, volviendo el rostro. Pero Marrok no se lo consintió. La enganchó por la cintura y la atrajo hacia él.
–Entonces… amar a alguien es tributar a san Valentine, ¿verdad?
–Imagino que sí –dijo ella, fingiendo resistirse.
–Ya veo. Y nosotros… tenemos que honrar a san Valentine, ¿no? Por el Cónclave Gris.
–Sí –contestó con rotundidad.
El Señor Lobo sonrió. La trampa estaba tendida. Se relamió lujuriosamente.
Acercó su morro al oído de ella. Sintió su aliento fragante silbándole en la oreja. Oyó sus pulsaciones, cada vez más desbocadas, a pesar del porte estoico que procuraba conservar.
–Luego hacer el amor implica honrar a san Valentine.
Arduinna frunció las cejas. Fue a responder, pero el huargen se le adelantó de nuevo.
–Así que, si lo hacemos aquí… y ahora… –La druida se mordió los labios–, si lo hacemos aquí y ahora san Valentine estaría alegre. Y el Cónclave Gris también. Y la Guardia del Lobo. Y Gilneas, Goldrinn, la Luz y todo lo demás.
–No creo que a Gilneas le importe si hacemos el amor –acertó a puntualizar ella, en tanto que los dientes del huargen se hundían en su clavícula–. Mm.
–Eso dependerá de lo escandalosos que seamos, cariño.
Arduinna iba a carcajearse, pero el embate del Señor Lobo la cogió de improviso. Asiéndola, la subió al retablo. Principió a lamerla por la cara, a mordisquearla en las orejas y a palpar sus relieves por encima del vestido. Ella le correspondía con mordidas apasionadas, clavándole las garras en la crin.
Marrok estuvo a punto de aullar de la excitación, pero se contuvo y tosió.
–¿Qué estás haciendo, Marrok? –Le preguntó Arduinna, quien sabía perfectamente lo que se proponía su pareja.
–¿No es obvio? Venero a san Valentine… y a tus pechos también.
El huargen metió la zarpa por dentro del escote.
–Marrok.
El Señor Lobo no se detenía: iba a más. Le levantó las faldas en un arrebato.
–Marrok…
El susodicho continuaba ignorándola. Estaba hincando las uñas en la lencería asombrosamente modesta de la druida.
–¡Marrok!
Paró. Alzó la mirada, jadeante. En sus ojos latía un instinto primordial. De su garganta manaba un sonido áspero, indicativo de su estimulación sexual.
–¿Mm?
–Tómame ya.
–¡Justo lo que quería oír! –exclamó este, con sus ansias avivadas por la aprobación de Arduinna.
Así empezó el baile de los cuerpos en horizontal: abrazados, primero; después con las espaldas arqueadas; y luego por detrás… Los músculos de los dos se relajaban y se contraían en un tempo armonioso, y notas melódicas –casi tan dulces como el son del arpa de Arduinna– afloraban de los labios de los amantes, transmutadas en gañidos animales de intenso placer.
...
Las extremidades de Arduinna ya vibraban, trémulas, así como las rodillas de Marrok, cuando, de pronto, se escucharon voces en la entrada de la catedral.
Como dos fuegos fatuos, los huargen se vistieron precariamente y se ocultaron tras el sagrario.
La sala se llenó de soldados en menos de cinco minutos y ellos dos, confinados, tan solo podían rezar a san Valentine para que a nadie le diese por hurgar tras el altar.
Afortunadamente, no lo hicieron. Después de un breve sermón, empezaron los cantos gregorianos tan temidos por el Señor Lobo. Aquella era, sin embargo, su oportunidad para salir del escenario discretamente.
–Marrok –Lo llamó Arduinna–. He sentido una corriente de aire, así que debe de haber una trampilla cerca. Debemos escabullirnos cuanto antes.
–¿Y dónde está?
–Ahí delante. A un par de metros, creo. Cuando hagan el crescendo, la abrimos y nos colamos.
–¿Y cuándo viene el crescendo? Mi formación musical no es tan extensa como la tuya.
La druida elevó los dedos de su zarpa. Cuatro, tres, dos, uno…
Se oyó un chirrido atronador por toda la catedral. Los hermanos del Cónclave Gris clavaron sus miradas iracundas en un confundido padre Cristóbal, quien se disculpó con las manos –aun siendo inocente– por aquel misterioso gorjeo del cual todos lo estimaban responsable.
Tras caminar un rato por un pasadizo subterráneo, el Señor Lobo y su compañera dieron con el final del pasillo y salieron al exterior.
–No hay nadie –aseveró Marrok, observando a ambos lados–. Bien. Nuestro arranque pasional ha pasado inadvertido.
La druida abatió los hombros y se dispuso a proferir una risilla de alivio cuando…
–¡Pero si son lord Lobonegro y lady Rosewood! –Exclamó Marley, siempre chistoso con su viejo amigo–. ¿Cómo vosotros por estos pagos? ¿Ya ha finalizado la ceremonia?
Agudizaron el oído. Se escuchó un horrendo trino, un desafino –ahora real– muy seguramente imputable al desventurado padre Cristóbal.
–Parece que no –Resolvió Marley–. Entonces, ¿he de presuponer que los festejos del Festival del Amor están siendo un desastre? ¿O quizá no tanto?
Marrok y Arduinna cambiaron miradas cómplices. Su indumentaria estaba desarreglada y estaban al corriente de ello. Se sonrieron.
–Ah, conozco esas caras. Mi curiosidad alcanza hasta ese punto –Concluyó el teniente–. Y bien, ¿regresamos a Castronegro?
–Sí, Marley. Prepara la diligencia.
Ya de vuelta en el vehículo, cuando la Ciudad de Gilneas quedaba en el horizonte, difuminada bajo una capa de lluvia que se había intensificado a su partida, la druida chasqueó la lengua, acordándose de un minúsculo pero vital detalle…
–Mi amor –dijo, melosa.
–¿Mm? –Gruñó este, interrumpiendo su cadencia de lametones.
–Somos idiotas.
Así comenzó, o terminó –según se juzgue–, el día de san Valentine para Marrok y Arduinna, y también para la Guardia del Lobo. O mejor dicho: así habría concluido, ya que al repicar las campanas que anunciaban el fin de la misa, el Señor Lobo se despertó.
Estaba solo en un lecho que no era el suyo. Miró por la ventana: llovía en la Isla de Avalonia, igual que aquella noche que nunca llegó a existir.
–¡El Barghest! –Cayó en la cuenta.
Había soñado, a pesar de los tónicos y de las drogas que amordazaban sus fantasías nocturnas. Y al hacerlo, había transgredido las reglas y le había abierto las puertas a aquel monstruo.
¿Por qué lo había hecho? O más bien: ¿cómo?
Sobre el cabezal de la cama flotaba el atrapasueños de Arduinna. Despedía un tenue fulgor.
Marrok lo acarició, alucinado por su ondulación onírica. Y entonces, de súbito, la intuición de lo que acababa de suceder traspasó su mente con la ligereza de un cuchillo.
–Este sueño no ha sido solo mío.
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