#Reflexoputa: Un relato de la Madre Naturaleza
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Reflexoputa
No os riáis, pero en aromaterapia te avisan de que nunca enciendas una vela de limón y canela al mismo tiempo que enciendes una vela de clavo y una vela de cedro y de nuez moscada. Y no te dicen por qué… En el feng-shui nunca lo explican, pero por el mero hecho de poner una cama en el lugar incorrecto, puedes concentrar el bastante chi como para matar a alguien. Puedes provocar un aborto en la última fase del embarazo mediante la simple acupuntura. Puedes usar cristales o manipular el aura para causarle a alguien cáncer de piel.
No os riáis, pero hay formas subrepticias de convertir cualquier cosa New Age en una herramienta para matar. En la última semana de la escuela de masaje, te enseñan a no trabajar nunca la zona refleja transversal del talón del pie. A no tocar nunca el arco del dorso del pie izquierdo. Sobre todo el aspecto de la parte más exterior izquierda. Pero nunca te dicen por qué. Esa es la diferencia entre los terapeutas que trabajan en el lado de la luz y los que están en el lado oscuro de la industria. Vas a la escuela a estudiar reflexología. La ciencia de manipular el pie humano para curar o estimular ciertas partes del cuerpo. Se basa en la idea de que el cuerpo está dividido en diez meridianos de energía distintos. El dedo gordo del pie, por ejemplo, está conectado directamente con la cabeza. Para curar la caspa hay que masajear el puntito que hay justo detrás de la uña del dedo gordo. Para curar el dolor de garganta hay que masajear la articulación media del dedo gordo. Es un tipo de medicina de las que no entran en ningún seguro médico. Es como ser médico pero sin los ingresos de un médico. La clase de gente que quiere frotar el espacio que queda entre los dedos de los pies para curar el cáncer cerebral no suele tener dinero a patadas. No te rías, pero incluso con años de experiencia manipulando los pies de la gente, sigues encontrándote pobre y frotando los pies de gente que nunca ha convertido los ingresos en su prioridad vital. No te rías, pero un día ves a una chica con la que fuiste a la escuela de masaje. Una chica que es de tu edad. Las dos lucisteis cuentas juntas. Las dos trenzasteis salvia seca y la quemasteis para limpiar vuestro campo de energía. Las dos llevasteis ropa desteñida y fuisteis descalzas y lo bastante jóvenes como para sentiros nobles mientras frotabais los pies de gente mugrienta y sin casa que acudía a la clínica gratuita de la escuela. De eso hace muchos, muchos años. Tú sigues siendo pobre. El pelo se te ha empezado a romper en las raíces. Ya sea por la mala dieta o por efecto de la gravedad, la gente cree que estás frunciendo el ceño cuando no es así. Esa chica con la que fuiste a la escuela, ahora la ves saliendo de un hotel pijo del Midtown, y el portero le aguanta la puerta abierta mientras ella sale majestuosamente con un abrigo de piel ondeando y con unos zapatos de tacón alto en los que ninguna reflexóloga metería nunca los pies. Mientras el portero está parándole un taxi, te acercas a ella lo bastante como para decir: —¿Lenteja? La mujer se gira y sí que es ella. En la garganta le brillan diamantes de verdad. Su pelo largo reluce, espeso, agitándose en oleadas de color rojo y castaño. El aire que la rodea despide un suave olor a rosas y lilas. Su abrigo de piel. Sus manos enfundadas en guantes de piel, una piel suave y pálida y más agradable que la piel de tu cara. La mujer se gira, se levanta las gafas de sol y se las coloca en la coronilla. Se te queda mirando y te dice: —¿La conozco? Fuisteis juntas a la escuela. Cuando erais jóvenes… más jóvenes. El portero sostiene abierta la portezuela del taxi. Y la mujer dice que claro que se acuerda. Se mira el reloj de pulsera, lleno de diamantes que resplandecen bajo el sol de la tarde, y te dice que dentro de veinte minutos tiene que estar en la otra punta de la ciudad. Y te pregunta por qué no la acompañas. Las dos os metéis en la parte de atrás del taxi y la mujer le da al portero un billete de veinte dólares. Él se toca la gorra y le dice que siempre es un placer verla. La mujer le da al taxista la siguiente dirección, un lugar un poco más hacia el Uptown, y el taxi gira para sumarse al tráfico. No te rías, pero esta mujer —Lenteja, tu vieja amiga— saca un brazo envuelto en pieles del asa de su bolso, lo abre y el interior resulta estar atiborrado de dinero en metálico. Montones y montones de billetes de cincuenta y cien dólares. Con una mano enguantada, hurga entre los billetes y encuentra un teléfono móvil. Y te dice: —No es más que un momento. Al lado de ella, tu falda ajustada de algodón con estampados indios, tus sandalias estilo chancleta y tu collar con cencerro ya no parecen étnicos ni chic. El kohl que llevas alrededor de los ojos y los dibujos de henna desvaídos que tienes en el dorso de las manos te dan el aspecto de ser una persona que no se baña nunca. Al lado de los pendientes tachonados de diamantes de ella, tus pendientes favoritos de colgantes de plata tienen pinta de adornos de árbol de Navidad comprados en una tienda benéfica de segunda mano. Ella dice por el teléfono móvil: —Estoy de camino. —Dice—: Puedo coger al de las tres en punto, pero solo le puedo dar media hora. —Dice adiós y cuelga. Ella te toca la mano con un guante suave y liso y te dice que tienes buen aspecto. Te pregunta qué has estado haciendo últimamente. Oh, lo mismo de siempre, le dices. Manipular pies. Te has construido una buena lista de clientes regulares. Lenteja se muerde el labio inferior, mirándote, y dice: —Entonces… ¿todavía te dedicas a la reflexología? Y tú dices que sí. No ves muy claro cómo te vas a poder jubilar alguna vez, pero por lo menos te da para vivir. Ella se te queda mirando mientras el taxi recorre una manzana entera, sin decir una palabra. Luego te pregunta si tienes la próxima hora libre. Te pregunta si te gustaría ganar un dinero, libre de impuestos, haciendo una manipulación de pies a cuatro manos para su siguiente cliente. Lo único que tienes que hacer es encargarte de un pie. Nunca has practicado la reflexología con una socia, le dices tú. —Una hora —dice ella—. Y nos sacamos dos mil dólares. Tú le preguntas si es legal. Y Lenteja dice: —Dos mil por cabeza. Otra cosa —dice ella—. No me llames Lenteja —dice—. Cuando lleguemos allí, me llamo Angelique. No te rías, pero esto es real. El lado oscuro de la reflexología. Por supuesto, se conocen algunos aspectos de ella. Sabemos que trabajando la superficie plantar del dedo gordo puedes hacer que alguien se quede estreñido. Trabajando el tobillo alrededor de la parte alta del pie se les puede provocar diarrea. Trabajando la superficie interna del talón se puede volver a alguien impotente o provocarle una migraña. Pero nada de todo eso sirve para ganar dinero, así que ¿para qué molestarse? El taxi se para frente a una mole de piedra labrada, la embajada de algún país petrolero de Oriente Medio. Un guardia uniformado abre la portezuela y Lenteja sale. Y tú sales. Dentro del vestíbulo, otro guardia te inspecciona con un detector manual de metales, en busca de armas de fuego, cuchillos o lo que sea. Otro guardia hace una llamada telefónica desde un mostrador rematado con una losa blanca y muy lisa. Otro guardia mira el interior del bolso de Lenteja, apartando los billetes para encontrar tan solo un teléfono móvil. Se abren las puertas de un ascensor y otro guardia os hace entrar con un movimiento de la mano. Lenteja dice: —Tú haz lo mismo que yo —dice ella—. Este es el dinero más fácil que vas a ganar nunca. No os riáis, pero en la escuela se oían los rumores. Sobre cómo una buena reflexóloga puede ser atraída al lado oscuro. Trabajar ciertos centros de placer en la planta del pie. Hacer cosas de las que solamente se habla en susurros. Lo que la gente coñona llamaría: «reflexopajas». El ascensor se abre a un largo pasillo que lleva a una única puerta doble. Las paredes son de piedra blanca pulimentada. El suelo es de piedra. La puerta doble es de cristal esmerilado y da a una sala donde hay un hombre sentado a una mesa de despacho blanca. Él y Lenteja se besan en la mejilla. El hombre que está detrás de la mesa se te queda mirando, pero solo habla con Lenteja. La llama Angelique. Detrás de él, otra puerta doble da a un dormitorio. El hombre os hace un gesto con la mano a las dos para que entréis, pero él se queda atrás y cierra las puertas con llave. Os encierra dentro. Dentro del dormitorio hay un hombre tumbado boca abajo en una cama enorme y redonda con sábanas de seda blancas. Lleva un pijama de seda, de seda azul brillante, y los pies descalzos le cuelgan del borde de la cama. Angelique se quita de un tirón uno de los guantes. Se quita después el otro guante, y las dos os arrodilláis en la superficie mullida de la moqueta y cogéis un pie cada una. En lugar de la cara, lo único que podéis ver de él es su pelo negro engominado y sus orejas enormes en las que le brotan mechones de pelo negro. El resto de su cabeza está hundido en la almohada de seda blanca. No os riáis, pero los rumores son ciertos. Presionando donde presiona Angelique, trabajando la zona refleja genital del lado plantar del talón, hace que el hombre se ponga a gemir, tumbado boca abajo con la cara hundida en su almohada. Antes de que se te cansen las manos, el hombre ya está gritando, cubierto de sudor, con la seda blanca pegada a la espalda y a las piernas. Cuando se queda callado, cuando ya ni siquiera notas si está respirando, Angelique susurra que es hora de irse. El hombre del mostrador os da a cada una dos mil dólares en efectivo. Fuera, en la calle, un guardia para un taxi para Angelique. Mientras pasa al asiento trasero, Angelique te da una tarjeta de visita. Es el número de teléfono de una clínica de tratamientos holísticos. Debajo del número, escrito a mano, dice: «Pregunta por Lenny». El guante de cuero blando de su mano, el olor a rosas de su colonia, el sonido de su voz, todo ello dice: «Llámame». La gente se mete a reflexoputa por muchas razones. Por la idea de que puedes darle una vida mejor a tu familia. De que puedes darles un poco de comodidad y seguridad a tus padres. Tal vez un coche. Un apartamento en la playa en Florida. El día que les das a tus padres las llaves de ese apartamento es el día más feliz de tu vida. Ese día lloran y admiten que nunca creyeron que su niña acabaría por ganarse la vida frotando los pies apestosos de la gente. Es un día por el que te vas a pasar pagando el resto de tu vida. No os riáis, pero no es ilegal. No estás haciendo más que una simple manipulación de los pies. No pasa nada sexual salvo que tu cliente tiene un orgasmo que lo deja demasiado débil para caminar durante los dos días siguientes. No importa que sea hombre o mujer. Tú trabajas el punto exacto de sus pies y él o ella se corre tan fuerte que parece que tenga un ataque de epilepsia. Tan fuerte que todo empieza a oler cuando pierden el control de sus intestinos. Tan fuerte que la mayoría de los clientes solamente pueden mirarte, con la baba cayéndoles de la comisura de la boca, y hacerte un gesto con el dedo tembloroso para que cojas el fajo de billetes de cien dólares que hay sobre la cómoda o la mesilla del café. Lenny llama desde la clínica y tú coges un vuelo chárter a Londres. La clínica llama y tú vuelas a Hong Kong. La clínica no es más que Lenny, un tipo con acento ruso que vive en una suite del hotel Park Hampton y a quien le das la mitad de tus ingresos. Es la voz con acento de Lenny la que te dice por teléfono qué vuelo tomar y cuál es la habitación de hotel o la isla privada donde espera el próximo cliente. No os riáis, pero lo malo del asunto es que nunca tienes tiempo para ir de compras. El dinero se te acumula. Tu uniforme es un abrigo de piel. Para encajar en este nuevo mundo consigues joyas de oro y platino de ley. Mantienes tu pelo perfecto y resplandeciente. Sentada en el vestíbulo del Ritz-Carlton, puedes ver a algunos chicos y chicas que iban contigo a la escuela de reflexología y que ahora llevan trajes de Armani y vestidos de noche de Chanel. Chicas que solían ser vegetarianas estrictas y que iban de los suburbios al centro en bicicleta, ahora las ves entrar y salir de limusinas. Las ves comiendo solas en mesas individuales de restaurantes de hoteles. Bebiendo cócteles en los bares de aeropuertos privados, esperando al próximo chárter. Personas que antes eran soñadoras idealistas, metidas ahora en el mundo de la reflexoprostitución profesional. Aquellas brujas New Age hippies con rastas y aquellos punks skaters con perillas, ahora los oyes dar órdenes de venta por teléfono a sus corredores de Bolsa. Amontonar dinero en cuentas extranjeras y cajas fuertes de bancos suizos. Regatear por diamantes sin tallar y monedas de oro sudafricano. Todos aquellos chicos que se hacían llamar Trucha y Poni, Lagarto y Ostra, ahora se llaman Dirk. Todas las chicas que se llamaban Ranúnculo ahora se llaman Dominique. Semejante aglomeración de gente que hace reflexopajas hace bajar los precios. Muy pronto, en vez de billonarios del software y jeques del petróleo, estás deambulando en el bar de un hotel, vestida con tu ropa de Prada del año pasado y ofreciendo trucos para los pies a veinte pavos cada uno. Te estás agachando debajo de las mesas para manipular los pies de asistentes a convenciones sentados en los reservados del fondo de los restaurantes. Estás saliendo de enormes pasteles falsos de cumpleaños para hacerles los pies a equipos enteros de fútbol americano, o haciéndolo en despedidas de soltero. Solamente para no retrasarte en los pagos de la casa de jubilación de tus padres. Es una simple cuestión de tiempo que contraigas algún hongo incurable de los que crecen debajo de los dedos de los pies bajo tu manicura francesa enfundada en guantes de seda. Todo esto lo haces solamente para pagar los intereses del dinero que te prestaron Lenny y la mafia rusa. Dinero que cogiste prestado para comprar acciones que cayeron en picado. Acciones recomendadas por Lenny. O para comprar las joyas y los zapatos que Lenny te dijo que necesitabas para encajar. Estás en el bar del vestíbulo del hotel Park Hampton, intentando convencer a un hombre de negocios borracho para que acepte una reflexopaja de diez dólares en el lavabo de hombres. Es entonces cuando la ves a ella, a Angelique, cruzando el vestíbulo, en dirección a los ascensores. Con el pelo resplandeciente. Con sus pieles arrastrando por la alfombra detrás de sus zapatos de tacón alto. Angelique todavía tiene un aspecto estupendo. Tu mirada encuentra la suya y ella te hace un gesto con una mano enguantada para que te acerques. Cuando llega el ascensor te dice que va a la suite que tiene Lenny en el ático. A la clínica. Ella se queda mirando tus tacones altos llenos de rozaduras y tus uñas llenas de muescas y con la pintura saltada, y te dice: —Ven a ver cuál va a ser la próxima industria en alza… El ascensor se para en el piso cincuenta, donde Lenny tiene alquilado con derecho a compra el ático entero. Hay dos trajes con raya diplomática llenos de músculos montando guardia delante de una puerta. Es a estos matones a los que les pagas la parte de Lenny, la mitad de todo lo que ganas. Un guardia dice vuestros nombres por un micrófono que lleva sujeto a la solapa con un alfiler y las puertas se desbloquean con un zumbido estridente. Dentro estáis solamente tú y Angelique y Lenny. No te rías, pero, por solitaria y aislada que sea tu vida de reflexoputa, la vida de Lenny parece peor todavía. Encerrado aquí arriba en el ático, vestido todo el día con albornoz, contando su dinero y hablando por teléfono. No hay más muebles que una silla de despacho con el asiento sucio y lleno de manchas. Hay un colchón tirado en el suelo junto a las paredes de cristal que dominan la ciudad entera. En la pantalla de un ordenador se van desplegando sin parar los precios de las acciones. Lenny se os acerca a las dos, con el albornoz abierto y debajo unos calzoncillos largos a rayas arrugados y unos calcetines blancos que ya están amarillentos. Extiende las manos hacia la cara de Angelique y dice: —Mi ángel, mi favorita. —Le coge la cara con las dos manos y dice—: ¿Cómo estás? Con los tacones altos, Angelique debe de sacarle una cabeza. Sonríe y dice: —Lenny… Y Lenny le da un fuerte bofetón, cruzándole la cara con la mano, y dice: —Me estás engañando, así es como estás. —Levanta una mano, con la palma abierta y lista para darle otro bofetón, y luego dice—: Estás cogiendo encargos de fuera, ¿verdad? Tocándose la cara con una mano enguantada, tapando la huella roja de la mano de Lenny, Angelique dice: —Cariño, no… Y Lenny baja la mano. Le da la espalda. Lenny va a mirar por el ventanal, la ciudad que se extiende debajo de su colchón. —Cariño —dice Angelique—. Déjame que te enseñe algo nuevo. Angelique me mira. Luego va con él y le pone las manos enguantadas sobre los hombros desde detrás, y le dice: —Deja que mamaíta te enseñe cuánto quiere todavía a su nene… Lleva a Lenny hasta el colchón y le hace sentarse. Luego lo tumba de espaldas. Le quita de los pies los calcetines amarillentos. —Vamos, cariño —dice. Se quita los guantes y dice—: Ya sabes que hago unas reflexopajas tremendas… Luego Angelique hace algo que nunca has visto. Se pone de rodillas. Abre la boca, con los labios muy abiertos y tensados, y pasa la lengua por la parte de atrás de la planta del pie de Lenny. Angelique cierra los labios en torno al talón de Lenny y Lenny empieza a gemir. No os riáis, pero hay trabajos peores que el peor trabajo que puedas imaginar. Un magnate de los medios de comunicación sin historial previo de hipertensión es hallado muerto de un infarto en una habitación del Four Seasons. Una estrella de rock con la salud perfecta muere de fallo renal después de un masaje en los pies en el Château Marmot. Tenemos acceso a los pies de presidentes y de sultanes. De presidentes de empresas y de estrellas de cine. De reyes y reinas. Sabemos hacer que un asesinato por dinero parezca una muerte por causas naturales. Esto es lo que te dice Angelique mientras bajáis en el ascensor. Después de que Lenny gima y se retuerza. Después de que Angelique le trabaje el pie con la boca hasta el momento largo en que Lenny se incorpora en el colchón, llevándose las manos al pecho y mirándola boquiabierto mientras ella le sigue chupando el pie. Después de que se le pare el corazón, Angelique lo tapa con las sábanas hasta la barbilla. Le limpia el pintalabios del pie y se repinta la boca. Le desconecta a Lenny los teléfonos y les dice a los guardias que Lenny está echándose una siesta larga. Mientras bajáis en el ascensor, Angelique te dice que esta ha sido su última reflexopaja. Que esta clase de golpes se cobran a un millón de dólares en metálico. Que una agencia rival la ha contratado para que liquide a Lenny y que ahora ella abandona el negocio para siempre. En el bar del vestíbulo, las dos os tomáis un cóctel para que ella se pueda quitar el sabor del pie de Lenny de la boca. Una sola copa de despedida. Después Angelique te dice que eches un vistazo al vestíbulo del hotel. A los hombres trajeados. A las mujeres con abrigos de pieles. Son todos asesinos que usan el masaje Rolf de integración estructural. Asesinos que usan la terapia reiki. Ejecutores mediante irrigación de colon. Angelique dice que en la terapia con piedras preciosas, solamente tienes que poner un cristal de cuarzo sobre el corazón de una persona, una amatista sobre su hígado y una turquesa sobre su frente para inducirle a esa persona un coma que le causa la muerte. Un experto en feng-shui solamente tiene que colarse en una habitación y reordenar los muebles del dormitorio para provocarle una enfermedad renal a su ocupante. —El tratamiento Mokusa —dice, refiriéndose a la ciencia de quemar conos de incienso sobre los puntos acupunturales de alguien— puede matar. El shiatsu también. Se bebe lo que le queda del cóctel y se quita el collar de perlas del cuello. Todas esas curas y remedios que aseguran ser cien por cien naturales, y por tanto cien por cien sanos, dice Angelique riéndose. El cianuro es natural, dice. El arsénico también. Te da sus perlas y te dice: —A partir de ahora, vuelvo a ser Lenteja. Así es como quieres recordar a Angelique, no con el aspecto que tiene en el periódico del día siguiente, después de que la pesquen en el río con su abrigo de visón empapado. Le han quitado los pendientes y el reloj de diamantes para que parezca un robo. Y no la han matado acariciándole los pies, sino a la antigua usanza, con una bala de punta hueca en la parte de atrás de su trenza francesa perfecta. Un aviso a todos los Dirks y Dominiques que estén pensando en cambiarse de chaqueta. La clínica te llama, no Lenny, sino otro tipo con acento ruso, intentando mandarte a visitar a clientes, pero tú desconfías. Los guardias te vieron con Lenteja. En el ático. Deben de tener otra bala de punta hueca lista para dispararte en la nuca. Tus padres llaman desde Florida para decir que hay una limusina negra que no para de seguirlos, y que les ha llamado alguien para preguntarles si sabían cómo encontrarte. A estas alturas, ya estás corriendo de un albergue para vagabundos a otro, haciendo reflexopajas en callejones solamente para poder sobrevivir. Les dices a tus padres que tengan cuidado. Les dices que no dejen que ningún desconocido les dé un masaje. Los llamas desde una cabina y les dices que nunca se metan en la aromaterapia. En las auras. En el reiki. No te rías, pero vas a pasar mucho tiempo viajando, tal vez el resto de tu vida. No lo puedes explicar. Llegado este punto, se te han acabado las monedas, así que les dices adiós a tus padres.
Reflexoputa: Un relato de la Madre Naturaleza, por Chuck Palahniuk. Extraído de Fantasmas.
Chuck Palahniuk (2005). Fantasmas (Trad. Javier Calvo Perales).
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