#ReflexiónSobreElIndie
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¿Por qué el indie es una mierda?
¿Por qué no me gusta el indie? Porque siento que le falta guiso. Es como un rock desnutrido, sin fuerza, incapaz de romper con el tedio del cual pretende escapar. Su minimalismo no grita, no confronta, no se ensucia las manos; en cambio, se esconde detrás de una estética que intenta ser sofisticada, pero se revela vacía, desconectada de cualquier sustancia real. Es el perfecto soundtrack para una generación que confunde la pasividad con el pensamiento. Y ahí está su mayor traición: no solo es incapaz de morder, sino que ni siquiera sabe cómo ladrar. Se entrega al mundo como un susurro insípido, demasiado preocupado por no arrugar su camisa vintage como para atreverse a levantar la voz
El indie, como fenómeno, encarna un problema más profundo que su música: es el espejo de una clase social acomodada que, con aires de alternativa, reproduce dinámicas de exclusión y abuso. No se trata solo de las guitarras limpias ni de las letras monotemáticas —siempre orbitando la misma queja amorosa de “me dejó mi novia, estoy mal”—. Es el trasfondo lo que resulta más irritante: una escena colonizada por quienes, a menudo, trivializan los problemas reales mientras perpetúan actitudes de elitismo y comportamientos cuestionables.
Adorno, en su crítica a la cultura de masas, habló de cómo las expresiones culturales pueden enmascarar jerarquías sociales bajo la apariencia de libertad. El indie es un ejemplo perfecto de esto: una música que se vende como accesible y auténtica, pero que en realidad opera como un club exclusivo, habitado por los “chetos” que pretenden sensibilidad mientras alzan barreras invisibles a su alrededor. No es difícil ver cómo estas dinámicas derivan, incluso, en conductas más oscuras: desde la normalización de la violencia simbólica hasta casos explícitos de abuso encubiertos en nombre de la camaradería artística.
El problema no es el minimalismo en sí, sino el modo en que se presenta. En el indie, lo mínimo no dice nada, no abre mundos ni genera tensiones; se queda en una pose. Es un género que anhela ser profundo, pero se queda en lo superficial, como si no tuviera el coraje de atravesar el conflicto y ensuciarse las manos con lo real. Por eso digo que le falta guiso: carece de sustancia, de esa visceralidad que hace a la música un acto de resistencia o de afirmación vital.
En última instancia, el indie no incomoda. No muerde, no transforma, no exige nada. Su estética de lo frágil y lo contenido no es un gesto revolucionario, sino la huida de un compromiso real con el mundo. Tal vez por eso resulta tan insípido: porque en su afán de parecer diferente, termina siendo la expresión más cómoda y segura de todas.
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