#QuieroContarteAlgo libro cap5
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Quiero contarte algo - Capítulo 5
Capítulo 5 - Cuando fuimos jóvenes
La vida sigue
No, los días que le siguieron no fueron perfectos, fueron normales, la vida siguió y con ella yo también, es difícil de entender cómo puede ser que uno se sienta a morir cuando deja a la persona que le roba el aliento y aún así, la vida deba seguir, sientes que morirás porque tu corazón no quiere latir si no es cerca a ella o él, y aún así la vida debe seguir.
No fueron días, no fueron meses, fueron interminables 6 años los que transcurrieron sin poder volver a verla, y por increíble que parezca, yo pensé haberla olvidado, mis ojos ya veían otros ojos, el rostro pálido de mi niña azul lo cambié por unos del color rojo que tienen las mejillas de quienes viven en el frío de una montaña, ojos negros pero nada profundos, cabellos más claros y hasta rubios, que nada tenían que me recuerden al dorado que tiene la arena quemada por el sol, y entre esos años, entre tantos rostros, conocí a Alejandra.
Una niña linda, de un corazón tan bello, que aún pasados los años puedo contarla como cercana, sus ojos brillaban como el agua al orilla de la playa, un viernes con un cielo despejado, entraba ella en el salón, con su falda de jeans, sandalias color café y una blusa de vuelos blancos, tan bonita era que entre tanta gente destacaba, su cabello tan rizado y largo que al caminar parecía tener vida y ser feliz, ¡quien no lo estaría viviendo junto a ella! Me dije cuando la vi, -Alejandra mucho gusto- dijo al entrar al salón de clases, sentándose junto a mí me miró y preguntó de dónde provenía, -de la costa- respondí, ella sonrió y nos hicimos muy amigos, conversamos todo el día, todos los días. En esos años los niños no llevábamos celulares en los bolsillos, así que era a la antigua, llegando del colegio yo la llamaba, a escondidas para que mis padres no me regañen por la cuenta del teléfono, media hora hablábamos y ella llamaba después, y así la tarde se convertía en noche, y en la mañana nuevamente juntos, nos hablábamos.
Un día, cuando ella faltó por enfermedad, su mejor amiga me preguntó dijo -si tanto pasan juntos, y tan bien se llevan ¿porque mejor no son novios?- ¿porqué no? Dije yo, decidido a pedírselo, desesperando por hablarle pasé el día sin pensar en nada más que en ella, en como pedírselo, como me respondería, en que era lo que pasaría después, y el tiempo pasó, y el timbre sonó, y yo volé a casa para llamarle y contarle todo lo que había pasado; ella contestó y lo hizo con más ánimo del acostumbrado, ¿será que ella también lo siente? Me pregunté, ¿será que ella sabe lo que le preguntaré? Continuaba pensando, -tengo algo que quiero decirte- me dijo muy emocionada, -dímelo por favor- le rogué, el corazón se me quería salir, no sabía qué hacer, cuando su voz tan bonita me dijo, -soy la novia de José-.
¿Es necesario decir cuánto dolió? José era un extraño, un chico de unos años superiores al nuestro, hijo de la directora de aquel colegio, no era alguien con quien ría como conmigo, no conversaba con él como conmigo, no era ella con él, como lo era conmigo. Él era un extraño para ella, y ella era extraña para mí cuando estaba con él, o quizá ella era la misma, y mi tristeza era mayor a su encanto desbordante, en fin dolió y dolió mucho.
Pasaron meses y de a poco nos distanciamos, José no era por obvias razones uno amigo cercano, y yo no iba a mantenerme junto a alguien que me doliera, terminamos el año lectivo y dejamos de hablarnos, incluso de vernos. Llegadas las vacaciones recibí una llamada suya, debo admitir que la recibí con cierta emoción, esperaba que me diga que ya no existía José, que todo era como antes, que ella había vuelto; pero ¿cuándo tendré lo que yo quiero? Nunca al parecer, su llamada fue corta, bastante contundente, como ese golpe que le da la victoria a un boxeador, -me cambié de cole- comenzó diciendo - ya no nos volveremos a ver- sentenció, bastante orgulloso era yo para pedir más información, así que con una voz que no era la mía, con palabras que no eran mías, dije -suerte- y después de un corto e incomodo silencio ambos cerramos la llamada.
Pero las vacaciones no fueron tan tristes, antes de salir nos comunicaron que tendríamos un paseo de fin de año, y como es costumbre en tierras altas, el destino casi siempre es hacia la playa, y ?donde habrá una más bella que la mía? Ninguna lo es, no para mí. Viajamos juntos hacia mi ciudad soleada como ella sola, dorada como si el sol viviera en ella, para el curso una playa increíble, para mí lo increíble era volver.
El hotel donde nos hospedamos era muy grande, con esa elegancia y casi solemnidad que tienen los lugares antiguos, amplia era su entrada, caminar por ella significaba ser visto por todos desde lejos, las habitaciones rodeaban las piscinas, a mis amigos les encantaba esto ya que así podrían verse desde los balcones, mi habitación no, yo no estuve incluido en ningún grupo para compartir cuarto, ya que mis padres me inscribieron tarde como acostumbraban, mi habitación separada de todos mis amigos era pequeña, solitaria, casi una covacha, de las primeras que construyó el hotel según me dijeron, para muchos era fea, perfecta para mí, la vista daba hacia el mar, hermoso mar de mis desvelos, una escalera que bajaba hasta la playa y una puerta pequeña y sencilla pero que para mí era la entrada al paraíso.
Pase gran parte del tiempo contemplando el mar sentado a la puerta de mi habitación, mientras todos disfrutaban el bufete o la piscina, -cuanto te he extrañado- dije entre dientes casi suspirando, horas pasaron mientras el mar parecía inmóvil frente a mí, y yo correspondiendo sin mover un músculo, como queriendo grabar cada segundo, ya que no sabía cuándo podría volver.
Llegada la noche nos convocaron al gran salón para cenar, yo no tenía apuro, así q me tomé mi tiempo, mientras caminaba por los largos pasillos me di cuenta que habían alumnos de otros colegios hospedados con nosotros, lo cual no me importaba en realidad, era la playa de mis sueños y era todo lo que yo esperaba, terminando de cenar y ya con mucho sueño busqué el camino hacia mi habitación, caminando como quien no quiere llegar a ningún lado y viendo cómo quien no quiere ver nada la encontré frente a mí, eran sus ojos, tan oscuros como un abismo, profundos y enigmáticos, tan encantadores, irresistibles para mí, que volví a sentir el misterio que había en ellos, y su piel, ya no era blanca, pálida como la luz cuando la noche se estrella, era ahora dorada como la arena cuando el sol muere en el atardecer, sus labios morados cambiaron a un rojo tan fuerte que era imposible recordar otro color que no fuera el de sus labios, como el mismo sol los hubiera besado, y el frío ya no podía alcanzarla, el azul que veía en ella ya no estaba, ¿has visto la majestuosidad de un atardecer? ¿Te has detenido a contemplarlo? Como si antes de unirse al mar el sol brillara con toda su fuerza, incendiando el azul del cielo, convirtiendo las nubes en brasas, mostrándole al mundo que el más fuerte solo se rendirá ante su eterna dueña, la mar, en un segundo eterno, sublime, glorioso, un beso eterno, el atardecer; y después al morir el día, aunque puedas escucharle, al mar no lo verás como antes, por que su sol ya no está.
Ella entonces era el sol de ese día, mi mundo ardía al verla, solo parada ahí, ya no era una niña mi niña, la mujer que tenía frente a mi opacaba las luces, todas, incluyendo el sol, cuando decidí caminar a su encuentro, cuando decidí decirle que la extrañé como si fuera el primer día de mi vida sin ella, después de una vida juntos, de la nada, como esas casualidades que tiene la vida, y justo después de corresponder su espléndida sonrisa con un intento mediocre de una sonrisa decente por mi parte, alguien tomó su mano.
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