#NovelChallenge
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#ToDoListTuesday What's on your list this week? Me, since it's a new month, for November I'm committing to writing more so this week I'm launching my participation in ALL of the writing challenges including #nanowrimo #NaMeWriMo #padchapbookchallenge #hopewriters #novelchallenge #SeeJaneWrite #BlogBetterChallenge https://www.instagram.com/p/CVxhr3CLWqB/?utm_medium=tumblr
#todolisttuesday#nanowrimo#namewrimo#padchapbookchallenge#hopewriters#novelchallenge#seejanewrite#blogbetterchallenge
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#NaNoWriMo2017 Day 1.
Palabras: Boda. Coche. Agua. Varita.
Las tenues luces trataban de alargar su brillo en un vano intento de seguir el ritmo del coche. Las ventanas empañadas no eran sino un reflejo de la oscura y gélida noche de noviembre que caía a plomo al otro lado de los cristales. La solitaria carretera era una negra lengua rumbo hacia la cual se encaminaban, adornada por el constante quejido del motor desvencijado. La conversación había muerto varios kilómetros atrás, dando paso al cansado silencio de quienes ocupaban el incómodo habitáculo.
Purpurina, restos de estropeado maquillaje, ropas arrugadas, telarañas artificiales deshechas y enredadas en sus cabellos eran las únicas pruebas que quedaban de la alocada e interminable fiesta que había ocupado todo el fin de semana. Halloween había llegado a su fin. El frío dedo del ocupante del asiento del copiloto se alargó hasta apretar el botón de la radio, llenando el lugar de zumbidos y segundos de melodías que se atropellaban mientras buscaba incansablemente la canción más adecuada. La grave y melancólica voz del cantante más famoso del momento se irguió como el quinto ocupante. Todos estaban aburridos de él, pero ninguno alzó su voz para manifestarse en contra de esa intrusión.
Las líneas blancas discontinuas continuaron deslizándose bajo los neumáticos y, a cada una de ellas, la carretera era cada vez más estrecha, negra y solitaria. Pronto dejaron atrás cualquier rastro y cercanía de humanidad. La música pasó a ser un incómodo y confuso ruido de fondo, distorsionado y caótico. El mismo brazo que había empezado esa interrupción del silencio le puso fin, dándole de nuevo la bienvenida como el verdadero quinto integrante del viaje.
El cartel del lateral derecho del guardarraíl indicaba menos de 23 kilómetros para llegar a su destino cuando el frío comenzó a abrirse paso por sus cuerpos. La temperatura del interior comenzó a descender sin control, provocando protestas y temblores. Las manos que sujetaban el volante pronto comenzaron a agarrotarse. Frente a ellas el vaho que envolvía los cristales desaparecía para instalarse al otro lado de los mismos; las respiraciones se volvieron blanquecinas, visibles.
15 kilómetros era la señal que marcó el fin de su viaje. Un ruido les sobresaltó a todos, provocando que el coche se detuviese. El intercambio de miradas fue breve pero intenso, vacilante pero irremediable. Las puertas se abrieron y, mientras unos se dirigían hacia la parte delantera y el humo grisáceo que escapaba por las rendijas de la carrocería, otros trataban de obtener señal en sus teléfonos. Ambos objetivos fracasaron. La discusión se asentó entre ellos como el nuevo quinto invitado antes de que fuese irremediable la decisión de continuar a pie esos 15 kilómetros. Tal vez menos si lograban comunicarse con alguien.
La puerta delantera volvió a abrirse para dar paso a una figura envuelta en vendajes sanguinolientos, desaliñados, con una herida falsa apenas sujeta a la piel del cuello por unos milímetros. La guantera cedió ante su fuerza. Papeles, envoltorios y polvo se escurrían entre sus dedos que trataban de ceñirse en torno a una linterna que debía haber allí. En su lugar palpó un sobre con un rugoso tacto. Sabía perfectamente de qué se trataba. La invitación a la boda de quien debía haberles acompañado esa noche, ese vacío que habían intentado llenar con alcohol, risas apagadas y desesperadas, atronadora música y silencios pesados. No sabía el motivo por el cual el dueño de ese sobre seguía conservándolo, pero tampoco se sentía con el derecho de preguntar al respecto. El golpe había sido duro para todos, aunque nunca del mismo modo. La ausencia del amigo perdido pesaba un poco menos cada día, pero continuaba estando allí, presente.
Cerró la puerta bruscamente. Pudo ver cómo el resto del grupo había tomado ya una decisión. No tenían linterna pero sí varios mecheros, botellas medio vacías y un par de sucias mantas que habían conocido mejores tiempos. Empujaron el coche muerto hasta el arcén, junto al gran cartel. No pudo evitar pensar cómo estos parecían de menor tamaño cuando se pasaba junto a ellos de camino a algún sitio. Siempre había disfrutado verles alejarse y empequeñecer a toda velocidad desde el retrovisor. Se sentía libre, dueño del tiempo, era el mejor modo de demostrarle al mundo que el espacio, la distancia, era salvable, algo vencible, una derrota para el resto y una victoria para sí.
La ralla blanca volvió a deslizarse y quedar detrás de ellos, esa vez mucho más despacio. La noche les envolvía y se centraba en sus pies y en cómo eran ellos los encargados de lograr esa victoria, al menos por esa vez.
La temperatura continuaba descendiendo y, junto con ella, lo hacía el poco contenido de las botellas. Pronto no quedó nada excepto un cristal vacío. Una empinada curva cerrada apareció ante ellos. Estaban mucho más cerca de su destino. Ante ellos se extendía un puente adornado con columnas metálicas que comunicaban la nada con la civilización. Bajo ellas se deslizaba el agua de un riachuelo prácticamente helado.
Como si de una hogareña lumbre se tratase, los ánimos retomaron su tono festivo y alegre. No había sido más que un infortunio, una incómoda anécdota que narrar en los siguientes días. Con renovadas energías encararon la cuesta. Al llegar a su cumbre comenzaron a divisar las difusas luces y resplandor que emitía la ciudad y sus alrededores. Corriendo, se dejaron llevar hasta el extremo del puente. Decidieron conformar una fila para atravesarlo. Las bromas les envolvían, creando una especie de burbuja que les mantenía ajenos a la realidad. La franja que dividía el puente por su mitad apareció bajo sus pies sin que fuesen consciente de ella.
Durante todo el trayecto, incluso durante todo el fin de semana, habían estado acompañados por algo que llenaba ese hueco que inconscientemente seguían dejando en sus fotografías. Le habían dado muchos nombres diferentes pero ninguno era realmente el correcto. No eran conscientes de la frontera bajo sus pies pero tampoco lo habían sido de ese hueco. Ni del algo que había logrado desvanecerlo.
Sin saber bien cómo, simplemente era así, se encontraron caminando de nuevo por el puente pero no en la dirección adecuada. Sus pasos, los de todos, se encaminaban hacia el lateral, no hacia el frente, hacia la oscuridad, no hacia las luces. Uno a uno se incorporaron sobre la barandilla, encarando el aire frío que acompañaba la corriente de agua que no veían pero sí escuchaban. Ese algo les había hecho suyos, había hecho morir su coche, descender su temperatura y ahora iba a cobrarse una antigua venganza. No tenían que ser ellos pero tampoco había nada que hubiese impedido que lo fuesen. Dieron un último paso, dados de la mano, antes de precipitarse al vacío. Mientras caían no pudo evitar pensar en el sobre abandonado, en las cosas que nunca llegaría a ver, en los errores de su vida, en las gélidas manos de sus amigos junto a las suyas propias. Sus pasos habían dejado de serlo muchos kilómetros atrás pero únicamente en ese momento, mientras caía, fue consciente de ello.
Notó el azote del pelo sobre el rostro una última vez antes de sentir miles de agujas heladas clavarse en cada centímetro de su cuerpo. Poco a poco fue hundiéndose, las agujas cada vez se clavaban más profundamente. Era inútil luchar. A pesar de no verlo sabía que a su alrededor sus amigos corrían su misma fortuna. La única pelea que quería presentar era la de mantener los ojos abiertos y poco a poco la fue perdiendo. La negrura venció al fin.
Sobre ellos, en el puente, en la delgada línea que marcaba el exacto punto medio entre sus dos extremos, abandonada, había un trozo irregular de madera, una varita casera, adorno de uno de los disfraces.. La brisa azotó el puente repentinamente. La varita casera se negaba a ceder, balanceándose. Finalmente, derrotada, fue manejada contra su voluntad, empujada sin control hasta el mismo borde por el cual había desaparecido su dueño. Un último y leve empujón fue suficiente para hacerla caer, silenciosa, hasta sumergirse cortando la corriente a su paso. El último retazo de su presencia, desaparecido. Como ellos.
#NaNoWriMo#NaNoWriMo2017#Day1#Stories#HorrorStory#Terror#Halloween#Literature#WritingChallenge#Writing#NovelChallenge#LostWordsInTheCrystalJar
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It’s been a while but I’m back and I come with a new proyect in my hands (and in my mind).
I’ve been running for NaNoWriMo for 5 years and I have to admit I’ve never been capable of finish one of them. So this year I decided to make a different version of the challenge.
I will be posting here one short story for each day of the month. There will be no conection between them; also there will be no common genre, characters or even style of writing. I want to try new things, to risk it. And I will be happy if anyone wants to follow me in this path.
Welcome to everyone ♡
#LostWordsInTheCrystalJar#YoungAdult#NaNoWriMo2017#NaNoWriMo#WritingChallenge#Writing#NovelChallenge#Novel#Stories#Literature
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#NaNoWriMo Day 3
Words: Love. Concert. Medieval. Justice.
El desagradable olor a leño quemado logró adentrarse en la alcoba a través de las rendijas del desvencijado y podrido suelo. La algarabía recorría los alrededores del ruinoso caserón. Era día de torneo y a pesar de que apenas si había comenzado a amanecer el camino que llevaba hacia el castillo estaba repleto de carros, caballos, vendedores y vecinos que ansiaban lograr una posición privilegiada para ser testigo de las luchas.
Desganado, se incorporó del incómodo camastro en el cual estaba viviendo de modo provisional. El altillo se encontraba en condiciones deplorables, si agudizaba el oído podía escuchar el chirriante sonido de las ratas que habitaban en el interior de la pared trasera. Incómodo sacudió su espalda y cabellera como si algún animal estuviese recorriéndole. Detestaba esas travesías aún sabiendo que proporcionaban la mayor parte del sustento para sí mismo y para las familias de sus acompañantes. El condado se encontraba inmerso en los festejos anuales del fin del estío y eso implicaba feriales como el de ese día; justas, competiciones entre caballeros, bailes y banquetes para la alta alcurnia que se desplazaban a los patios exteriores de los castillos para otorgar a los campesinos y habitantes del burgo la ilusa sensación de poder y clase durante una jornada. El mejor medio de apaciguar a las fieras en su juicio.
Al otro lado de la carcomida puerta pudo distinguir el metálico sonido de algo restallando contra la piedra de la pared. Instantes después el ruido incesante se producía contra la puerta. Cada impacto contra ella parecía empujar ese trozo de madera contra los goznes.
- ¡Holgazán! ¡Es tiempo de continuar la marcha! – Su respuesta no fue sino dejarse caer de nuevo sobre el catre lleno de paja reseca, sintiendo algunos fragmentos clavarse en su piel.
No obstante era consciente que el viejo herrero tenía razón en sus palabras. Debían abandonar el descanso y marchar al castillo a aposentar su tenderete antes de que diese inicio el mercadillo y el torneo. No eran pocos los asistentes que deseaban imitar a los contendientes portando espadas, estoques, cuchillos, dagas e incluso lanzas que imitasen las de los vencedores. También eran buenos tiempos para las herraduras de los corceles y el remedio de carromatos estropeados tras largos recorridos.
- ¡EUDES!
- ¡Ya va!
En ese día además era su responsabilidad hacerse cargo durante la mañana del quehacer ya que su compañero de aventuras y jornal, Miran, había logrado hacerse con una participación en el combate a caballo a pesar de no ser caballero. Llevaba aguardando esa oportunidad desde el comienzo de los festejos, amaneceres atrás. Parte de la corte había hecho aparición en las celebraciones, entre ellos la hija de los duques del condado norte, Aalis. Los padres de Miran, así como los suyos propios, habían sido herreros en su feudo durante toda su vida, y debido a ello habían logrado labrarse una relación estrecha con los señores, criándose ellos con ella y con otros vástagos de la nobleza y caballeros. Si bien la evidente separación no interfería en sus entretenimientos fue la causante de su distanciamiento cuando Aalis alcanzó la edad prudencial. Ella se retiró a su alcoba a educarse y ellos partieron a aprender el oficio familiar.
Él era la única persona que conocía las escapadas nocturnas de su casi hermano para acudir al encuentro de Aalis al caer el anochecer en las cuadras traseras del castillo. En vano había tratado de disuadir a ambos de sus esfuerzos. Ambos sabían los riesgos que amenazaban sus vidas y las de las familias si era conocida su idilio. A pesar de ello nunca fueron descubiertos.
Fue a principios del estío cuando un lujoso carruaje se detuvo frente a la herrería. Él se encontraba forjando un puñal de caza cuando alcanzó a distinguir dos voces que reñían en el pajar. El momento había llegado. Aalis estaba prometida.
Desde ese momento Miran había tratado de trazar una escapatoria para ambos y afirmaba haber encontrado la solución más certera. Patrañas. Al menos eso había creído hasta que Miran había aparecido bajo el roto ventanal junto al cual reposaban sus ropajes con una orden que le habilitaba a participar en el combate del día presente, el que conllevaba una invitación al baile real de puño de Aalis y su prometido, junto con la promesa de una velada, pública, con la dama que eligiese el vencedor, sin impedimentos. Supo en ese instante que su intención era proclamarse vencedor y reclamar a Aalis como su victoria para, en el transcurso del festejo, bailar con ella y relatarle su plan de huida. Era factible que incluyese un corcel blanco, un beso a la luz de la luna y la victoria de la rectitud, la justicia y el romance verdadero. Más patrañas. Era más viable que acabase derrotado sobre la tiesa hierba parduzca en el primer lance de la batalla. Ya aventajaba las mofas y carcajadas a su retorno.
El almuerzo antes de partir consistió en pan duro y un trago de leche rancia. Los anfitriones decían que habían sido hospitalarios acogiéndoles, como si no les hubiese costado dos monedas dormitar allí, o como si el camastro no hubiese sido digno de una cámara de tortura de la Inquisición.
Cargó a la grisácea montura y puso rumbo al camino pedregoso. A medio trayecto se alzó sobre el lomo del animal para arrancar una manzana del árbol junto al cual discurría el traicionero riachuelo que servía de frontera entre el castillo y los campos de labranza. No lograba extraer de sus pensamientos y su nariz el aroma a fuego y ceniza o las ridículas melodías tarareadas una y otra vez en esas reuniones.
Apresuradamente se dirigió hacia el mejor rincón del patio, junto a la puerta que daba al campo de justas, al extremo contrario de la entrada, engarzando a toda velocidad el puesto. A pocos pies de distancia se encontraba la compañía de juglares entonando sus cantos de burla, aventuras y romances inventados a quien pasare por su frente. La gente se reunía a su alrededor y vociferaban sus leyendas predilectas, con la fe de ser escuchados y presenciar una vez más la representación de lo que ya conocían.
El medio día emergió sin que hubiera podido reposar excesivamente. Quien pasaba por allí se detenía a observar y pedirle algo, haciendo que las monedas embistiesen unas contra otras en el interior de los sacos esparto que reposaban engarzados en el cinto sobre el cual reposaba también una espada labrada. Nada vendía más que la envidia.
El tío de Miran vino a suplirle dándole la ocasión de pasearse por el lugar. No encontraba en él nada novedoso. Ajustó su cinturón de cuero a la cintura, ciñendo con firmeza la espada, y se dirigió a buscar a su amigo. El extremo metálico de la funda golpeaba rítmicamente contra su pierna dificultando su acelerado paso de costumbre. Hubiese sido inteligente depositarla junto a la forja y marchar ligero pero sin ella se sentía desnudo, desprotegido. No era necesario protegerse pero tampoco era conveniente pasear desamparado. Se adentró en las cuadras donde reposaban los caballos que iban a participar en el torneo, no solo en el combate de espadas, sino en las carreras, en el lanzamiento de picas y en el tiro con arco sobre montura. Poco a poco los animales eran más majestuosos, vigorosos y con colores más brillantes; también sus monturas eran más opulentas, engarzadas en metales, grabadas con las iniciales de sus jinetes. Las migajas del panecillo untado que había afanado dejaban un rastro a lo largo de su arrugada camisola, cayendo a sus pies.
- Sois despreciable.
La voz provenía de su izquierda.
Del interior de la pequeña cuadra vacía asomaron las cabezas de Miran y Aalis. Por el aspecto de sus ropajes y cabellos tenía una impresión acertada de cuál había sido su ocupación hasta momentos antes. Eran desesperadamente inconscientes.
- Vos sí que sois despreciable.
- Ese no es modo de hablar frente a una dama.
- Verdaderamente. Pero no veo ninguna por estos lares. –Contra su cabeza impactó un fragmento de tela enrollada sobre sí misma a la misma vez que un sonido de desaprobación se hizo paso hasta sus oídos. – Mis señores –Inclinó su cuerpo hacia sus amigos de un modo aparatoso – saben que siempre estoy al servicio de la franquedad.
Antes de poder obtener una réplica resonaron las trompetas que marcaban el comienzo de las pruebas.
- Debo marchar apresuradamente. – Aalis ya se disponía a abandonar el habitáculo cuando escucharon voces provenientes del corredor. – Son mi padre y mi prometido.
Las miradas de terror se sucedieron durante unos breves momentos antes de que su suspiro rompiese el instante. Ya era habitual en él tener que ofrecer la salvación.
- Vos – acompañó sus palabras de un golpe sobre el hombro de Miran – saltad conmigo al otro lado de la cuadra – señaló hacia el exterior de los establos. – y vos – señaló a Aalis – encaramaos al caballo y cuando hagan acto de presencia descended del mismo diciendo que teníais deseos de montar aunque fuese por el interior del lugar.
- Pero…. No es mi menester montar a cab…
- Es eso o la horca para nosotros y la deshonra para vos. Siempre fuisteis más perspicaz que este zopenco.
- Afortunado porvenir en vuestro enfrentamiento. – Aalis usó el mayor honor que se concedía a un caballero antes de la afrenta colocando sobre su mano el pequeño pañuelo que guardaba en el interior de su corsé. – Miran.
- Aalis. – Antes de que se besasen apasionadamente en su presencia y ambos acabasen prendidos, sujetó el cuello de la camisa de su amigo y le instó a saltar la pared de madera.
- Estáis loco.
- Sin duda. Por ella.
- Callad de una vez – Se alejaron a toda prisa del lugar, no deseando arriesgar más su fortuna.
Acompañó a Miran una vez más a la zona donde aposentaban los ropajes para quienes iban a competir.
- Seguís sin haberme relatado cómo lo conseguisteis – Con un golpe de cabeza indicó que se refería al permiso de competición.
- Se lo arrebaté en un envite al hijo de alguien en la taberna, así que me dispongo a actuar en su nombre.
- ¿Eso no es nulo?
- Sabéis que no es la honra lo que ansío.
Antes de poder emitirle su respuesta resonaron de nuevo las trompetas, indicando que el primer juego había concluido y que los contendientes debían disponerse para su presentación. El único modo a través del cual podría continuar allí era si se hacía pasar por el mozo de Miran pero no portaba los ropajes, los modales o la higiene necesaria para que su farsa fuese veraz.
Abandonó el lugar con celeridad, dispuesto a lograr una posición privilegiada en el graderío desde el cual ver el fracaso de Miran. No deseaba verle humillado pero sí confiaba en que la experiencia le sirviese para entrar en razón y olvidarse de Aalis. Ya era una necedad pero ahora estaba prometida y era inequívoco que su futuro casamiento iba a tener como protagonista a un noble de muy alta cuna, poderoso, viejo, carente de cabellera pero también colmado de riquezas y posibles. Ellos nunca podrían luchar contra alguien así. Miran podría declararse vencedor en la justa pero era una fábula confiar en poder darle a Aalis una feliz vida, si es que lograban escapar de los dominios de su familia.
Los duelos se iban sucediendo ante sus ojos y a cada herida y derrota la multitud mostraba más vehemencia y satisfacción. Nunca entendería la afición de la gente por el sufrimiento ajeno. Aalis les había narrado como los antiguos romanos y griegos también realizaban esa clase de juegos y se preguntaba cómo podían haber sucedido tantas cosas y tiempo y continuar del mismo modo.
Miran se encontraba entre los cuatro contendientes que restaban para su sorpresa. Las lecciones de espada no habían sido olvidadas. Los juglares irrumpieron en el campo para amenizar el almuerzo de los espectadores, retomándose la contienda cuando cayese el sol.
Instantes previos a que las trompetas volviesen a llenar el aire con su estridente sonido se desveló cuáles iban a ser los duelos y Miren fue emparejado con un caballero que había mostrado ser tan ágil como despiadado. No había permitido que ninguno de sus contrincantes abandonase sin, al menos, una conveniente cantidad de heridas y sangre derramada sobre su espada. No pudo evitar removerse inquieto cuando se acercó a su posición, desviándose instantes antes, solicitando la atención de una dama. Un giro de cuello le permitió vislumbrar la rubia cabellera que se inclinaba hacia la punta de su espada. Le supuso menos esfuerzo aún distinguir la identidad de la doncella.
Era Aaalis.
Por lo que él debía ser su prometido.
Miran estaba en problemas. No tenía porqué conocer el idilio de ambos pero un mal presentimiento invadió cada esquina de su desgarbado cuerpo. El rostro de la muchacha tampoco auguraba buenos presagios. Ambos conocían a Miran y no se retiraría.
El duelo fue breve pero intenso. Miran hacia gala de su agilidad, habían logrado escabullirse a toda prisa de lugares inhóspitos y aparentemente impenetrables, y era notable su habilidad, pero insuficiente. Tres fintas y ataques después se encontraba desarmado y herido en su pierna derecha. Cojeaba e intentaba eludir la imponente presencia de su contrincante para alcanzar el arma que su mozo le tendía. Haciendo gala de sus últimas energías cargó contra él aprovechando un instante de desconcierto, desestabilizándole. No era el movimiento más elegante pero enfervorizó a la multitud. Apenas había logrado alcanzar su nueva arma cuando todos pudieron escuchar su quejido de dolor.
Trató de apartar la vista pero era demasiado tarde. No había logrado evitar presencia cómo la espada se clavaba en la parte inferior de su torso. El sonido ahogado que acompañó al suyo era el de Aalis. Cualquiera habría podido decir que ese movimiento resultaba desmesurado pero también podía verse como una mala fortuna, dirigida a desequilibrar al contrincante atacando a sus piernas protegidas con la pesada armadura que había finalizado de modo fatal.
Cualquiera menos tres personas.
Cualquiera menos él que vio desde su posición la cruel y vengativa mirada que asomaba bajo el yelmo del superviviente. Pensaron que nadie más sabía qué sucedía. Era evidente que habían sido más necios de lo que jamás había creído.
El cuerpo de Miran pronto cayó desplomado al suelo. El silencio se extendió por el lugar. Era común ver sangre pero nunca muerte. Era una imagen impactante que borrarían con más vino y alimentos en el posterior banquete. Pero nunca podrían expeler de sus ojos o de los de Aalis, que trataba de disimular sus lágrimas.
La sangre de su amigo, su hermano, bañaba la colina, escarlata, brillante, irónicamente similar al color que portaba el banderillero que sujetaba el que era su escudo de armas. Esa misma sangre que bañaría por siempre sus manos y las del verdadero amor de quien yacía frente a ellos; las suyas por no detener su locura y las de Aalis por no desalentarle de ese amor que ambos sabían finalizaría en tragedia.
Siempre había sabido, desde niño, que en su vida encontraría muchas cosas, y que justicia no sería una de ellas, pero nunca esperó aprender esa lección sobre el cuerpo sin aliento de quien mejor le conocía en el mundo. Deseó encontrarse de nuevo en el camastro de paja, acompañado de las ratas, quejicoso por su subsistencia. Pero también sabía que el tiempo no era algo que pudiese moverse. Tal vez en algún lugar, en alguna circunstancia y época desconocida, pero ya siempre sería tarde para ellos.
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#NaNoWriMo Day 2
Words: Rascacielos. Paraíso. Nieve. Flashback.
La áspera sábana colgaba a su espalda a pesar de estar envuelta a su alrededor con firmeza. El sol despuntaba débilmente a lo largo de la línea del horizonte, luchando por adornar el aire con miles de pequeños diamantes y cálidos brillos. A pesar de lo temprano que era a sus pies la ciudad llevaba horas en marcha, tal vez ni siquiera había marchado a dormir.
El aroma a café se filtraba bajo la rendija de la puerta, inundando toda la estancia, despertando a su estómago. El crujido agónico del antiguo colchón fue señal de que su acompañante también había amanecido. Se dejó caer sobre la silla acolchada que presidía la ventana desde la cual observaba el contaminado cielo todas las mañanas y noches. Era su modo de sentirse libre. El cielo sin límites se extendía sobre ella del mismo modo que lo hacía el suelo, pero bajar nunca había hecho feliz a nadie, desde luego nunca funcionaría con ella. Siempre le habían dicho que debía aprender a vivir con los pies firmes, pero ella estaba hecha para fantasear, soñar imposibles. Tal vez por eso no lograba ser feliz.
- ¿Qué miras?
La adormilada voz interrumpió sus caóticos pensamientos. Ni siquiera la reconocía. Giró el cuello para encarar a su dueño. Alto, ojos oscuros, pelo enmarañado, aura atormentada. Era un reflejo de sí misma. Estaba aburrida y únicamente habían pasado segundos. Era lo que llamaba su perfil seguro, la compañía comodín. Era la clase de persona que deseaba hablar con cualquiera de sus problemas y quejas existenciales junto a varias copas en un bar ruinoso que había vuelto a la vida como sitio moderno y alternativo. Decenas de ojos y escenarios semejantes pasaron ante sus ojos, reflejados en los del chico que continuaba mirándola; grandes, alargados, más negruzcos, más inteligentes, inconformistas, cansados… chicos, chicas… estaba hastiada, la humanidad era demasiado humana.
- Nada.
Pasó de largo a su lado, la sábana arrastrando aún a su paso, recogiendo y levantando motas de polvo. Efectivamente debía pensar que estaba loca.
Sobre la mesa, junto a la cocina, quedaban rastros de café y migas de cereales. Su compañera de piso apenas le había dejado los posos para desayunar. El resplandor del mechero acompañó la tenue iluminación. El cigarro descansaba ligeramente sobre su labio inferior mientras observaba atentamente el goteo de la cafetera. Pasados tantos años había empezado a encontrar en esa clase de detalles nimios la verdadera belleza de la rutina.
- Erm… Me voy a ir yendo. – De nuevo la misma voz adormilada, esa vez acompañada de lo que parecía ser un poco de enfado e incredulidad.
Su respuesta fue una nueva calada. Sabía que lo más adecuado en esos contextos era invitar a desayunar o asegurar que volvería a llamar, pero odiaba mentirse a sí misma. No iba a hacerlo. Nunca lo hacía.
La puerta se cerró a su espalda con firmeza. Desde luego que no iba a echarle de menos.
Sin demasiados miramientos se dejó caer sobre el sofá que presidía la estancia. Como todo lo que vivía allí había sido testigo de mejores tiempos. Era una nostálgica empedernida, o al menos eso contaban de ella. Sin duda algo de verdad debía haber en esos relatos, de no ser así no hubiese acudido a ese lugar al regresar a la gran ciudad, décadas de haberla abandonado, el mismo apartamento en el que ya vivió una vez, cuando esos buenos tiempos no eran un recuerdo sino la realidad.
Allí tumbada, con el humo rodeando su rostro y la sábana a su alrededor, se recordó con un vestido blanquecino apagado. Era un lugar muy lejano y diferente. Cuando se asomaba a aquella ventana lo que veía era un horizonte desolado, abierto, arrasado en el invierno por las tormentas y el frío; en verano por el calor y las temporadas de caza y reuniones sociales. Aquella casa era más grande y majestuosa, pero también más dueña de su libertad. Echaba de menos ese vestido. Tal vez por ello se arropaba cada mañana con esa tela.
El agudo y molesto pitido de la cafetera arrancó de su mente los recuerdos, devolviéndola a esa realidad. La luz invadía la sala finalmente.
Mientras caía el líquido oscuro sobre la taza de su compañera, no iba a molestarse en buscar la propia, volvió a dejar su conciencia vagar por el océano del pasado. Los flashbacks fueron manifestándose uno tras otro. Cada sorbo una nueva imagen. Se vio a si misma engalanada y caminando por las calles de un viejo y sucio Londres, camino de cualquier teatro que prometiese una fiesta clandestina tras el telón. Al siguiente instante estaba sentada sobre los cómodos asientos de cuero de un viejo automóvil recorriendo las calles de una Italia que despertaba tras el letargo de la guerra.
El sol presidía la estancia con la vitalidad de la mitad del día cuando su viaje se detuvo en una de las pocas miradas que realmente extrañaba. La decadencia de la eterna juventud había presidido su vida en esos días. Las carreras intrépidas. Los encuentros clandestinos. Los actos prohibidos. Uno de los pocos paraísos que había conocido en su larga vida. Fueron los años de su inmortalidad en que más mortal se sintió, el ritmo frenético de su corazón al saber que el error podría conducir a la muerte. Las noches interminables en brazos y compañía de otra persona, los besos y caricias, la llama de la pasión más humana. El amor.
El fantasma de su pasado apareció frente a ella, invadiendo el lugar y su mente. Era como si estuviese succionando el aire de la habitación. Su brillante sonrisa y sus ojos llenos de promesas volvieron a remover su interior como el primer día. Frente a frente. Deseaba poder entrelazar su mano con la suya y huir hacia el peligro de nuevo. Notó el pelo de su nuca erizarse y supo instantáneamente el motivo. Si él había reaparecido no podía hacerlo solo. La sombra alargada del tercer punto del triángulo se quedó a su espalda. En su cabeza la habitación llena de espejos, oscura, le permitía verse desde todos los puntos. Una presencia calmada al frente. Una tormenta encerrada a su espalda. Los mejores complementos que tuvo su mente y su corazón.
Las sombras de los rascacielos se extendían eternas por las calles. El ocaso acechaba y trataban de confirmar su dominio y presencia sobre las pequeñas personas que caminaban a su alrededor. Era el amanecer de una nueva noche.
La ciudad que nunca dormía hacía honor a su nombre ese sábado. Observaba las pesadas botas aplastar incansablemente el asfalto a su paso. En su cerebro continuaban apareciendo retazos de antiguas vidas. Ralentizó su paso al pasar frente a la puerta de un pequeño restaurante. Había visto ese local nacer de las cenizas, abandonado tras un terrible incendio en los años 30. La puerta se abría y cerraba incansablemente al paso de la gente que entraba y abandonaba aquel lugar. Se vio a si misma allí. Una versión más joven y menos insoportable. Borracha, sonriente, gritaba a su paso a cualquiera que osase mirarla de modo desafiante, sus dos caballeros de brillante armadura guardaban la retaguardia, igual de borrachos e intrépidos. Las calles eran suyas. Les vio dirigirse calle abajo, disolviéndose a cada paso como el tóxico humo que ascendía del tráfico.
Guardó sus manos con rabia en los bolsillos del pesado abrigo gris y continuó su camino. Aún le quedaban varias manzanas hasta su destino de esa noche. Usaba su vasta experiencia para trabajar en los locales nocturnos de cualquier parte. No buscaban nombres, historias, pasados o vidas perfectas. Solamente alguien ágil, inteligente, paciente y que pudiese emborrachar a una multitud. Sus mejores cualidades. O tal vez debía excluir de ellas la paciencia. Aunque había aguantado muchas décadas sin matar a nadie.
Las luces ultravioleta le dieron la bienvenida. Sin demora se dirigió a la parte trasera del pub, abandonando su abrigo en el almacén, como hacía siempre. La cadena metálica que rodeaba su cuello y caía sobre el abierto cuello de su camisa satinada destellaba. El jaleo y la música atronadora se colaron en sus venas. El aire cargado de energía, penas, alcohol y sangre joven era embriagador. Las botellas comenzaron a bailar entre sus dedos como si de una continuación de su cuerpo se tratase; los vasos acristalados centelleaban sobre la barra de madera húmeda, escurriéndose a lo largo de la misma. Era una noche frenética, justamente lo que más necesitaba, distraerse y no pensar.
El antiguo y recargado reloj que descansaba sobre su muñeca, compañero desde los tiempos del vestido blanco, marcaba las tres de la mañana. El ritmo de trabajo había descendido pero aún así continuaba siendo suficiente. Por el rabillo del ojo vio ocuparse la esquina izquierda de la barra. Estiró el brazo para extraer una copa nueva cuando distinguió un olor familiar. Giró a toda prisa, cualquier ojo humano no hubiese sido capaz de detectar su movimiento, pero la persona allí sentada no era mortal. Tampoco desconocida.
La habitación oscura y acristalada de su mente estalló en miles de pequeñas esquirlas, dando paso a un campo abierto. Habían viajado al hogar de su infancia. Los tres. El vasto campo estaba cubierto de un manto blanco helado mientras el viento traía consigo nuevos copos de nieve. Era una despedida y ningún sitio sería más apropiado que el que vio su primer adiós. Había aprendido que era mejor manchar un único lugar con memorias tristes cuando se tenía toda la eternidad para vagar por el mundo. Sus pasos se alejaron por el frío hielo mientras escuchaba la pelea a su espalda. Las voces gritaban su nombre pero sus oídos se negaban a escuchar. Su corazón sangraba a cada paso, acompañando el rojo que bañaba el blanco unos metros más atrás.
Únicamente miro atrás una vez, suficiente para ver un cuerpo tirado y otro arrodillado, luchando por una supervivencia que no lograría.
- Yo… Moriste. Lo vi. Fui yo quién…
- ¿Me mató? – La atrayente y peligrosa sonrisa no había desaparecido a pesar de los años, continuaba allí. Los colmillos asomaron discretamente sobre el labio inferior que tan bien había conocido. – Lo hiciste. O al menos lo intentaste. Pero no lo lograste.
- Con ninguno de los dos. – La voz había sonido claramente junto a su oído a pesar de que allí no había nadie.
Al otro extremo de la barra, justo a su espalda, se encontraba la otra pieza del puzle. Por ello había estallado la habitación en su mente. No era necesario un refugio para el pasado cuando este volvía a manifestarse en su vida real.
Por primera vez en mucho tiempo sintió el latido de su inerte corazón acelerarse. Puede que fuese miedo pero también implicaba volver a vivir.
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