#MedicinaYLiteratura(II)
Explore tagged Tumblr posts
Text
EL MEDICO EN LA LITERATURA (II)
FERNÁN CABALLERO
GALDÓS
TRIGO
GÓMEZ DE LA SERNA
JARDIEL PONCELA
CELA
Continuamos con la visión que de la profesión médica tenía la Literatura española del siglo XVIII:
Que los estudios complementarios siempre han puesto a los pacientes “de los nervios” es algo que se ha dado en todas las épocas. Es una reacción que se da en todo tiempo, el doliente se pone bueno para no enfrentarse con una posible prueba (en numerosas ocasiones tuve la experiencia de la visita de un familiar de un paciente para avisar que éste se negaba a asistir a la cita para que se le realizara una biopsia de médula ósea porque “se encontraba mejor”). La idea del enfermo que huye de los médicos ha sido reflejada en varias obras. (Ramón de la Cruz, El enfermo fugitivo, 1780):
…Una jeringa traía
con una punta tamaña,
con unos medios tan gruesos
y capaces, que rematan
en un zoquete torneado
con que ajusta y afianza
la mano derecha toda,
esta máquina inhumana.
Yo, al mirar esta figura,
haciendo mis brazos alas
que resistan de algún modo,
del enemigo la entrada
y pegado a la pared
porque sirva de muralla
del indefenso portillo,
le dije: “Allá te las hayas;
guarde yo el mío, y después
por el que quiera entre y salga”.
El siglo XVIII comienza a distinguir entre el médico bueno y el malo sin poner, como en tiempos de Quevedo a todos en el mismo saco de oprobio, aunque el ejemplo que ponemos a continuación es perverso en su cinismo (Francisco Gregorio de Salas, Epigramas a diversos asuntos, 1750):
A UN MEDICO DE MUY POCOS ACIERTOS QUE ACABABA DE MORIR
La prueba de que la muerte
No perdona hombre nacido,
Es ver que no ha perdonado
Hoy a su mejor amigo.
Las cosas cambian radicalmente en el siglo XIX; la ciencia médica está recobrando la consideración y el respeto que tuvo en tiempos medievales. Entonces era por una admiración casi supersticiosa, a quienes veían capaces de devolver la salud al enfermo. Ahora se enorgullecen de la capacidad científica para curar de un grupo de médicos que van a distribuir la vacuna de la viruela en América en la que fue la famosa expedición del Dr. Balmis y en la que le acompañaron entre otros Isabel Zendal considerada como una de las primeras enfermeras de la historia. (Manuel José Quintana, Obras 1850)
A LA EXPEDICION ESPAÑOLA PARA PROPAGAR LA VACUNA EN AMERICA (frag.)
A Balmis respetad. ¡Oh heroico pecho, que en tan bello afanar tu aliento empleas! Ve impávido a tu fin. La horrenda saña de un ponto siempre ronco y borrascoso, del vértigo espantoso la devorante boca, la negra faz de cavernosa roca donde el viento quebranta los bajeles, de los rudos peligros que te aguardan los más grandes no son ni más crueles. Espéralos del hombre: el hombre impío, encallado en error, ciego, envidioso, será quien sople el huracán violento que combata bramando el noble intento. Mas sigue, insiste en él firme y seguro; y cuando llegue de la lucha el día, ten fijo en la memoria que nadie sin tesón y ardua porfía pudo arrancar las palmas de la gloria. Llegas en fin. La América saluda a su gran bienhechor, y al punto siente purificar sus venas el destinado bálsamo: tú entonces de ardor más generoso el pecho llenas; y obedeciendo al Numen que te guía, mandas volver la resonante prora a los reinos del Ganges y a la Aurora. El mar del Mediodía te vio asombrado sus inmensos senos incansable surcar; Luzón te admira, siempre sembrando el bien en tu camino, y al acercarte al industrioso chino, es fama que en su tumba respetada por verte alzó la venerable frente Confucio, y que exclamaba en su sorpresa: «¡Digna de mi virtud era esta empresa». ¡Digna, hombre grande, era de ti! ¡Bien digna de aquella luz altísima y divina, que en días más felices la razón, la virtud aquí encendieron! Luz que se extingue ya: Balmis, no tornes; no crece ya en Europa el sagrado laurel con que te adornes. Quédate allá, donde sagrado asilo tendrán la paz, la independencia hermosa; quédate allá, donde por fin recibas el premio augusto de tu acción gloriosa. Un pueblo, por ti inmenso, en dulces himnos, con fervoroso celo levantará tu nombre al alto cielo; y aunque en los sordos senos tú ya durmiendo de la tumba fría no los oirás, escúchalos al menos en los acentos de la musa mía.
Cuarenta años después, una escritora, “Fernán Caballero” (La gaviota, 1849) aplaude la milagrosa vacuna contra la viruela. No regateará elogios al héroe de los tiempos modernos, el médico:
“Sereno, con ademán modesto pero imperativo y firme”
“…con tanta agilidad y destreza que todos callaron”
NOTA: médico tan bueno no podía terminar bien… su mujer lo abandona por un torero.
Benito Pérez Galdós representa la máxima admiración por los médicos. Para el Realismo la ciencia médica representa el triunfo del cerebro humano sobre la superstición, sobre la curandería, sobre las manías de los viejos respecto a su salud. Y especialmente se pasma ante la cirugía en un drama sentimental (Marianela) en el que la Cirugía conllevará recuperar la visión a un personaje pero que también acarreará la desgracia de Marianela.
En el Romanticismo, sólo Mariano José de Larra volverá a atacar a los Médicos (El Español, 1937):
“…que las penas y las pasiones han llenado más cementerios que los médicos y los necios; que el amor mata como matan la ambición y la envidia…”
NOTA: curiosamente un mes después de escribir esto se suicidó …por amor.
En el Naturalismo puede ser el mismo médico el que aborde los problemas humanos de su profesión (Joaquín María Bartrina, Obras poéticas, 1870):
…Sé que soy un mamífero bimano
(que no es poco saber)
Y sé lo que es el átomo, ese arcano
Del ser y del no ser.
Sé que el rubor que enciende las facciones
Es sangre arterial;
Que las lágrimas son las secreciones
del saco lagrimal;
Que la virtud que al bien al hombre inclina
Y el vicio, sólo son
Partículas de albúmina y fibrina
En corta proporción;
Que el genio no es de Dios sagrado emblema,
No señores, no tal,
El genio es un producto del sistema
Nervioso cerebral
Y sus creaciones de sin par belleza
Sólo están en razón del fósforo que encierra la cabeza,
No de la inspiración
A lo largo del siglo XIX va cobrando simpatía la figura del médico y a primeros del siglo XX esa simpatía llega a la admiración total, especialmente cuando se trata de los médicos rurales (Concha Espina, La niña de Luzmela, 1909):
“…De la herencia que libremente podía disfrutar sólo tomaba lo preciso para sostener el decoro de la casa y hacer algún viaje a las grandes clínicas extranjeras, en demanda de luces y medios con que extender en el valle la misericordia de su misión.
Así las gentes le adoraban y le bendecían, y él paseaba por los campos su conciencia pura, con la santa simplicidad de un apóstol del Bien, convencido y ferviente”.
Felipe Trigo revive su pasado de médico rural con la desconfianza inicial de un pueblo ante la presencia del nuevo doctor y especialmente ante su juventud (El médico rural, 1912):
“…La gente se fatigaba de tantas inútiles preguntas como él seguía haciendo por darse tiempo a meditar, y empezaban a mirarle recelosos. El maternal afecto que la juventud de Esteban había inspirado a las mujeres creía él que se le iba transformando, al fin, en una condescendencia compasiva. No debía retardar más cualquier resolución. Pálido, temblando, sacó lápiz y papel, y entre aquellos dos remedios eligió…Láudano de Sydenham…”
De José Gutiérrez Solana (Escenas y costumbres, 1918) se dice que escribía al pintar y pintaba al escribir. En ambos casos las descripciones son duras, ásperas, crueles, sin el miedo a herir la sensibilidad del espectador o lector. Del mundo de la medicina le interesa el macabro espectáculo de los cadáveres:
“Desde pequeño sentía yo cierta atracción por todo lo que las gentes calificaban de horrible; me gustaba ver los hospitales, el depósito de cadáveres, los que morían de muerte violenta, yo me metía en todos esos sitios.
…
De pronto oímos fuertes voces en los pasillos; era un médico que entraba acompañado de discípulos.
En un cuarto, aislado de los demás, había un verdadero caso clínico; se trataba de una enferma que llevaba sin salir da la cama y sin comer dos años, y que, por estar siempre encogida, habían llegado los muslos a unirse con el vientre, tomando carne del mismo”.
Las relaciones médico-enfermo fueron expuestas en clave de humor por Ramón Gómez de la Serna (El doctor inverosímil, 1921):
“Los enfermos preguntan tantas cosas que resultan inaguantables sus consultas
-¿Qué será esto que tengo aquí?
-¿Este dolor en el costado será grave?
-¿Qué serán estas palpitaciones que me atacan a este lado como si me latiese una herida?
-Etcétera, etcétera.
Yo para calmar todos esos dolores, no utilizo más que una frase: “ESO ES TODO DE LO MISMO””
El impagable Enrique Jardiel Poncela (Espérame en Siberia vida mía, 1935), rey del humor del absurdo nos dejó una mordaz definición de la Medicina:
“La Medicina es el arte de acompañar con palabras griegas al sepulcro”
Camilo José Cela en La colmena (1972) refleja la vida española de la posguerra. La aparición de las sulfamidas hace que el médico se aterre ante la posibilidad de perder su poder mágico:
“A los enfermos que, llenos de timidez y distingos, le preguntan por las sulfamidas, don Francisco les disuade, casi displicente. Don Francisco asiste, con el corazón encogido, al progreso de la farmacopea.
-Día llegará -piensa- en que los médicos estaremos de más, en que en las boticas habrá una lista de píldoras y los enfermos se recetarán solos”.
……………………………………………………………………………………………
Estamos llegando al final de esta exposición y creo que lo que se puede destacar es que el vínculo entre Literatura y Medicina es tan antiguo como la propia existencia humana. Unas veces respetado, otras criticado u odiado, el médico forma parte de la evolución del ser humano desde sus orígenes (desgraciadamente junto a los hechiceros/sacerdotes). Aquí hemos expuesto la evolución que ha tenido en las letras españolas a lo largo de los siglos. Fernando Diaz-Plaja en El médico en las letras españolas, termina con estas líneas su trabajo de investigación:
Admirados, vilipendiados, apreciados, odiados, los médicos han acompañado al ser humano desde hace siglos y siguen haciéndolo.
El más escéptico sobre su labor reaccionará ante el dolor inesperado, el bulto sospechoso, el malestar vago con una idea urgente: ¡El médico! Hay que llamar al médico… aunque luego vengue esa debilidad con el chiste, la broma y la burla, su dependencia del brujo, del mago del siglo XX, quedará una vez más demostrada.
A esto habría que añadir para terminar de dar contenido a esta profesión – nada de sacerdocio ni zarandajas por el estilo – aquella frase del gran Woody Allen en Desmontando a Harry: Las palabras más bellas que se puede escuchar en la lengua inglesa no son I LOVE YOU (TE AMO) sino IT´S BENIGN (ES BENIGNO).
No hay más intromisión, permitida y agradecida, en la intimidad de una persona que la del médico.
Para concluir he sacado un listado de textos en los que se hace una clara referencia a la actividad médica en el curso de enfermedades, epidemias o con alusiones a la ética médica:
FICCION
NOVELAS
LA MUERTE DE IVAN ILLITCH (L. TOLSTOI)
LA MONTAÑA MÁGICA (T. MANN)
TIEMPO DE SILENCIO (L. MARTIN SANTOS)
CRISTO SE PARÓ EN EBOLI (C. LEVI)
ANA KARENINA (L. TOLSTOI)
EL ARBOL DE LA CIENCIA (PIO BAROJA)
LA PESTE (A. CAMUS)
WASHINGTON SQUARE (H. JAMES)
ENSAYO SOBRE LA CEGUERA (J. SARAMAGO)
EL MÉDICO DE CÓRDOBA (H. LE PORRIER)
LA SEÑORA DEL PERRITO Y OTROS CUENTOS (A. CHEJOV)
FRANKENSTEIN O EL MODERNO PROMETEO (M. SHELLEY)
LOS JEFES. LOS CACHORROS (M. VARGAS LLOSA)
POESIA
LLEGA EL LÍTIO (J. A. GOYTISOLO)
TEATRO
EL ENFERMO IMAGINARIO (MOLIERE)
EL MÉDICO A PALOS (MOLIERE)
TÍO VANIA (CHEJOV)
NO FICCION
UNA MUERTE MUY DULCE (S. DE BEAVOIR)
MONTE SINAÍ (J.L. SANPEDRO)
CONFESIONES DE UN INGLÉS COMEDOR DE OPIO (T. DE QUINCEY)
LA ESCAFANDRA Y LA MARIPOSA (J.D. BAUBY)
MARÍA Y YO (M. GALLARDO)
PRETÉRITO IMPERFECTO (CASTILLA DEL PINO)
EL MÉDICO Y EL ENFERMO (P. LAIN ENTRALGO)
Como estrambote finalizamos con el mismo personaje con el que iniciamos esta crónica. El Dr. Letamendi nos hace unas recomendaciones para llevar una vida sana que no podemos negar que siguen vigentes:
Vida honesta y ordenada, usar de pocos remedios y poner todos los medios de no apurarse por nada.
La comida moderada, ejercicio y diversión, no tener nunca aprensión, salir al campo algún rato; poco encierro, mucho trato y continua ocupación
(AMÉN Y MUCHAS GRACIAS DR. LETAMENDI…)
8/5/2021
2 notes
·
View notes