#Me apetece acariciar tu piel sin parar
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¿Qué llevo puesto?
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• 30/31 de agosto, 2018.
A Eleanor le dio de sí el tiempo que el americano estuvo recluido entre papeles, apuntes y test en el ordenador para salir por las calles parisinas a buscar todo lo necesario para hacer aquella ‘fantasía’ realidad. De tienda en tienda, no tardó en hallar todo lo necesario: fresas, champán, nata, chocolate y algún capricho y/o antojo con el que llenar la despensa de la cocina. (…) Una vez finalizada la preparación del balcón acorde a sus pensamientos: una mesa perfectamente decorada, un par de adornos, el champán en la cubitera, dos copas y una rosa roja tendida sobre el que sería el plato dispuesto para su acompañante. La morena acudió al aseo para darse una ducha rápida y así poder estrenar un precioso y sexy conjunto de ropa interior en tonos rojos. Para cuando escuchó los pasos masculinos aproximarse, ya había servido champán en las copas. Y ella se encontraba recostada sobre una de las sillas, asegurándose de que lo primero que viese el muchacho al introducirse en la terraza fuese sus tacones descansando sobre la silla que había justo delante. ▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬ Apenas la puerta principal se hubo cerrado, cuando el americano se incorporó tranquilamente del asiento en el que había permanecido postrado durante gran parte de la tarde. Consciente del escaso margen de tiempo con el que contaba antes de que Eleanor se encontrase de regreso en el apartamento, penetró en el interior de la ducha sin dejar siquiera que el agua corriera y adquiriese una temperatura más agradable. Se enjabonó con precisión, haciendo uso de un nuevo gel de ducha aromatizado con extractos de fruta: en concreto, de nectarinas y mandarinas. Frotó, lavó y limpió cada pequeño recoveco de su anatomía, con una sonrisa constante adherida a los labios. ¿Sería la morena capaz de distinguir aquel característico aroma sobre su piel? Finalizado el aclarado, el joven abandonó el interior de las mamparas asegurándose, eso sí, de llevarse consigo « la prueba del delito ». (…) Tras pulverizar una pequeña cantidad del perfume que tanto le gustaba reconocer a su pareja en áreas estratégicas (laterales del cuello y núcleo del torso) y todavía húmedas, hizo ascender entre sus piernas una muda limpia e interior, opuesta a cualquier otra que hubiese podido usar hasta la fecha. Un slip ceñido y prieto, en un favorecedor tono blanco-nieve, que contrastaba frontalmente con su bronceado de piel natural. ¿Estaba listo? Podría decirse que había nacido preparado. Coincidiendo con su llegada a la terraza, el muchacho apartó con un lento movimiento de muñeca algunos de los mechones mojados de su flequillo. A partir de ese momento, todo cuanto advirtió; todo cuanto observó y todo cuando percibió, fue a su pareja. Ni las privilegiadas vistas de las que disfrutaban. Ni una mesa colmada de las más exquisitas bebidas y alimentos. En ese momento, para él, sólo existía ella. ▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬ La muchacha aguardó pacientemente. Disfrutando de las maravillosas vistas que tenía frente a ella y, también, de la agradable brisa que corría aquella tarde. Sin embargo, no pudo resistir la tentación de empezar a probar aquel tentempié que había elegido en una de las fruterías que encontró según avanzaba por las calles. Las frases tenían una pinta estupenda, y un color rojo perfecto. Ella, supo reconocer, enseguida, la calidad del producto y lo ratificó al introducirse un pedacito en el interior de la cavidad bucal. Masticó con lentitud y degustó la fruta con una mueca de aprobación dibujada en el rostro. « Mmm… » Pero, no pudo siquiera darle un segundo mordisco cuando supo que el americano había llegado. Antes de levantarse, se remangó hasta la articulación del codo y, justo entonces, procedió a su (casi) inmediata reincorporación. Empezó a dar media vuelta sobre su propio eje, cuando la sonrisa que estaba dibujándose en sus labios, se le congeló en el rostro. « P–pero… » Ni siquiera pudo mirarlo a los ojos. Su mirada había descendido por su perfecta anatomía hasta pararse durante unos segundos (más de los estrictamente necesarios como para conseguir disimular) sobre la prenda que cubría su miembro. Ma-dre. Mía. Cómo. Demonios. Podía. Ser. TAN. Hombre… Eleanor, rompió: pasito a pasito (haciendo resonar sus tacones sobre el suelo que había bajo sus pies y que creía haber dejado de existir) la distancia que hasta entonces los había separado. ¿Cuántos serían? ¿Cinco pasos? ¿Tal vez siete? Ni se molestó en descubrirlo. No importaba. ¿Podría haberle ofrecido una copa de champán? En efecto. ¿Podría haber jugando con la fresa mordida? Absolutamente. No obstante, anduvo como hipnotizada hasta deslizar la palma y yema de sus diez falanges de manera lenta, gradual y ascendente sobre el abdomen masculino hasta apegar la nariz justo en el centro de su pecho; inhalando y captando su aroma. Olía… Jo-der. Olía increíblemente bien. Aquel perfume era su favorito, aunque; según fue arrastrando la punta de su nariz sobre la clavícula derecha, el lateral correspondiente del cuello…, captó algo más. Algo nuevo en el aroma que desprendía. Quizá por esa razón. Tal vez aquel fue el motivo para que la morena no frenase sus pasos allí. Sino que se limitó a rodearlo, como si de una presa se tratara, con lentitud; sin despegar las manos de su imponente cuerpo, ni tampoco la efímera y superficial caricia de sus labios según modificaba la trayectoria de sus pasos. Ya desde atrás, apegada a su espalda y con los labios muy próximos al oído masculino; con el que jugueteó, mordisqueando y golpeándolo suavemente con la lengua el lóbulo, murmuró en tono tan bajo como sensual: — Me gusta como hueles… Detecto mandarina en tu piel, nectarina… Entremezclándose con tu perfume y tu propia esencia, esa que tanto me gusta lamer. Volvió a guardar silencio, a medida que sus manos se deslizaban desde los oblicuos, hasta entrar inmediatamente en contacto con la cinturilla de aquel tentador slip que ocultaba aquella «herramienta» que tanto placer la había causado, y que tanto extrañaba sentir… ▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬ Conforme la mirada del veinteañero se despeñaba sobre la anatomía femenina, en el sentido más estricto y literal de la palabra, un irreflexivo y suspirado comentario brotó de entre sus labios. — No puedes ser real... — Sin embargo, lo era. Para su inmensa fortuna, Eleanor lo era. Nada más la joven hubo suspendido su grácil y femenino caminar, las manos masculinas fueron a parar, irremediablemente, al rostro ajeno. Acto seguido, emprendió sobre él una sucesión de arrastrados…, obscenos e indicativos refregones, concentrándose durante gran parte del tiempo en la boca y sus alrededores, al hacer naufragar las yemas bajo la voluminosa y apetecible superficie de aquellos labios. El simple hecho de poder tocarlos…, de tener un acceso tan libre y tan directo sobre ellos, estaba haciéndole perder la cabeza. Era su jodida perdición. (…) Recibió la nueva ubicación femenina con los párpados móviles descendidos y la nuca ligeramente reclinada, en busca de un hombro sobre el que poder sostenerse, adoptando pasajeramente un rol de sumisión pleno e íntegro al dejarse hacer. Al dejarse acariciar, sin trabas ni frenos. Al cabo de unos segundos, y envuelto en unos prolongados suspiros, terminó retrotrayendo una de las manos hacia la espalda, en busca del cuerpo opuesto. En busca de una cercanía tan urgente como vital. Por el amor de Dios… cómo y de qué manera la necesitaba. Una vez se hubo hecho con ella y la hubo sujetado apropiadamente, procedió a orientarla: permitiendo que sus rostros quedasen, al fin, el uno frente al otro. El silencio se adueñó de la escena cuando el americano alzó, sonora y vertiginosamente, a su chica. En volandas. La calma acústica que durante los últimos segundos había reinado en el ambiente, comenzó a quebrarse como consecuencia del asiento femenino bajo la superficie de la única mesa presente en la terraza. Fresas desparramándose sobre la encimera… Una cubitera impactando abruptamente contra el suelo. El íntimo rumor de unas piernas entreabriéndose, ofreciendo estancia y morada entre sí… Fue entonces, en ese preciso instante, cuando todo encajó. Cuerpo con cuerpo. Boca con boca. Alma con alma. Dando lugar a la producción de un gradual, mojado y flemático beso. Hondo, entusiasta y ardiente, con sus lenguas interpretando el papel protagonista. Cómo la quería. Y, joder… cómo la deseaba. ▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬ ¿Cómo era sexualmente posible que unos simples (aunque notablemente obscenos y necesitados) refregones entre yema y labios pudiesen ocasionar esa perceptible receptividad entre las piernas femeninas? Una serie de sencillos roces en su boca, fueron más que aliciente e incentivo suficiente para que, los labios vaginales, comenzasen a impregnarse y ahogarse en una fina capa de lubricación natural. Era perfectamente capaz de diferenciar la acelerada palpitación en el clítoris, la sangre bombeando con fuerza por sus venas y su humedad propagándose, poco a poco, por un sexo que demandaba con fluidos atención; detalle que, por supuesto, terminó de caldear a la morena. Ya lo sentía y tenía entre las piernas. Estaba ahí. Estaba excitándose. Estaba excitándola. Únicamente con el movimiento reincidente de sus falanges arrastrándose sobre sus labios. Y cómo ansiaba sentirlas deshacerse en otros labios, ¡cómo! Lo supo en el instante en que sintió la imperiosa necesidad de unir los muslos, uno contra el otro, hasta aliviar con aquella opresión el cosquilleo que avivaba y empapaba su entrepierna conforme los segundos transcurrían. (…) La veinteañera permitió la reconducción de su propia ubicación hasta dónde él cesó la trayectoria sin la más mínima muestra de resistencia u oposición ante dicha acción. Igual que el muchacho segundos atrás: se mostró dócil, disciplinada e, incluso, sumisa. A pesar de que el aspecto (tanto físico como facial) de la fémina, no lograse engañar siquiera a un invidente. Cualquiera que pudiese ver su alma, ardería con/por ella. Esa mujer… Joder. Irradiaba femenidad y sensualidad por cada poro de su (ahora) bronceada piel. Y en aquel preciso momento, en aquella jodida situación; cualquier movimiento corporal o, inclusive, oral, denotaba puro erotismo y deseo carnal. Estaba caliente. Estaba cachonda y muerta de ganas. (…) De entre los perfectamente perfilados, maquillados y carnosos labios femeninos, emergió el nacimiento de una sonrisa ladeada; que posteriormente se acentuaría en la comisura derecha tras el repentino y pasional alzamiento de su anatomía sobre la opuesta. Pero qué pequeña y manejable se sentía. Y cómo le gustaba que la cogiera en brazos… Fue automático, las extremidades inferiores formaron un firme anillo alrededor de su cintura en cuanto se sintió segura entre sus brazos. Una efímera opresión procedente de sus manos cuando se aferraron a aquellos hombros tan fuertes enfatizó, más si cabía, su necesidad de sentirse piel contra piel. La temperatura corporal femenina aumentó en cuanto se vio llevada hasta la superficie de aquella mesa que con tanto empeño había preparado en los minutos antecedentes. No le importó que todo se desperdigara o se rompiera en mil pedazos; aquel ruido la azotó con la misma intensidad que la lengua masculina. Separó las piernas tras acomodarse, y lo invitó a hacerse hueco entre ellas. Una vez encajados en cuerpo y alma; se entregó a él. Se entregó a aquel encuentro entre bocas con la misma seguridad, y avidez. Con hambre; con ahínco; con desesperación. Pronto a aquel silencio se sumó el ritmo acelerado de dos respiraciones que se entremezclaban tanto o más que sus salivas. Eran todo, labios. Lenguas… Humedad. Sonoridad. Como era de esperar, las manos femeninas se sumaron a la fiesta. Descendiéndolas por sus extremidades superiores hasta colar ambas entre sus cuerpos y, anclándolas en sus costados, lo empujó con fiereza y arrebato contra sí. Apegándose. Apegándolo. Frotando sus cálidas y suaves pieles. Quería más sonidos llenándoles. Necesitaba el ritmo de su particular banda sonora fluyendo y sonando al compás. — Haz lo que yo te diga, ¿de acuerdo? — Informó al chico, boca contra boca, a medida que sus manos se arrastraban hacia abajo; hacia aquel slip que cubría, lo que ella consideraba, una obra de arte que estaba hecha a su medida; que estaba hecha SOLAMENTE para ella. — V-vamos a tocarnos... Porque necesito que me folles con tus dedos tanto o más de lo que yo necesito hacerte a ti una paja. ¿Estás conmigo, Josh? ¿Estás dentro...? — Cuestionó, con un tono tan apagado como suplicante; mientras sus dos manos sobaban (suciamente) sobre la tela aquella durísima y gran erección. ▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬ « Haz lo que yo te diga, ¿de acuerdo? ». Antes de que las manos femeninas pudiesen alcanzar y acceder al níveo tejido de su muda interior, el americano frustró inesperadamente la acción, rechazando y rehuyendo su calor. — ¿De acuerdo? — Reprodujo la expresión que segundos atrás había abandonado los labios femeninos, con pasmo y extrañeza, al mismo tiempo que comenzaba a rodear las muñecas de su chica con el auge de los dedos. Inmediatamente después, trasladó las manos de la morena contra el bajo de su propia espalda, imposibilitándola el uso de las extremidades superiores. — Pero quién demonios te crees que eres para hablarme de ese modo. — Añadió a lo dicho, con una media sonrisa carente de intensidad y la boca ya dispuesta a medio camino entre el mentón y el labio inferior ajeno. — ¿Eh? — Insistió en saber conforme ejecutaba, a través de los dedos y bajo la dermis femenina, una nítida e intensa presión. Poco a poco la sinhueso del veinteañero comenzó a asomar desde el interior de su boca para, a continuación, transferir la humedad que le revestía, asegurándose de calar la piel de Eleanor antes de acceder directamente a sus labios. Un intercambio mudo de miradas. Una lengua mojada y colmada de sabor… Y una boca, futura víctima de los remolques más sucios que tendrían lugar durante el pleno transcurso de la velada. La mojó, en silencio. Valiéndose en primer lugar, de la punta. No contento con ello, regresó sobre el punto de partida y, reincidente, empujó con el dorso, bañando aquellos labios en su temperatura. ▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬ A pesar de lo receptiva que se había mostrado tan sólo unos minutos antes; la actitud de la morena sufrió una ligera (pero notable) modificación ante las acciones masculinas. Esta vez; sí que se mostró reacia a sentirse dominada o más vulnerable ante la retención de sus manos tras su propia espalda. No era aquello que quería. Podía amoldarse a sus necesidades, pero... No así. De repente, tenía muchas ganas de escupirle, o de conseguir liberar una de sus manos para golpearle. Qué malditas ganas. Por esa razón, impidió cuanto puedo a la lengua ajena deslizarse sobre su propia boca; echando la cabeza hacia atrás, o moviéndola horizontalmente para dificultarle todo cuanto pudiese el acceso. No cesaba a separarse; a imponer una distancia entre cuerpos, a tratar de zafarse de cualquier agarre. Quería sentirse libre. Necesitaba otro tipo de contacto; otro tipo de trato. — ¿Quién te crees que eres tú para limitarme? ¿Eh? — Se limitó a imitarle, con un tono más serio; casi ronco, a medida que incluso sus piernas cesaban a la opresión en torno a su cintura, separándolas incluso de su cuerpo, dejando unos centímetros de distancia mientras, ahora, echaba también su cuerpo hacia atrás. — No todo va a ser siempre como a ti te dé la gana. Pronunció las últimas palabras con mayor énfasis, ladeando el rostro hacia unos de sus lados con una expresión altiva, rebelde, chulesca incluso. ▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬ « ¿Quién te crees que eres tú para limitarme? ¿Eh? (…) No todo va a ser siempre como a ti te dé la gana ». A medida que la joven exteriorizaba y verbalizaba su indiscutible frustración, una dilatada y espaciosa sonrisa comenzó a florecer entre los sonrosados labios del americano. Eleanor daba la sensación de encontrarse… ¿malhumorada? ¿Irritada, tal vez? — Dime… ¿sueles reaccionar de este modo cada vez que te quitan el juguete de las manos? — Se interesó en saber, al mismo tiempo que deshacía a las muñecas femeninas de la opresión que había mantenido sobre las mismas durante los segundos previos. Disconforme con la distancia existente entre ambas figuras, el muchacho emprendió el arrastre de su pareja. La quería de regreso, junto al filo de la mesa. Una vez tuvo a Eleanor situada a unos escasos centímetros de la boca, se aseguró de reconducir las manos ajenas sobre la zona a la que anteriormente le había sido denegado el acceso. ▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬ — Reacciono peor. Mucho peor. De no haber tenido las manos inmovilizadas... — Comenzó a decir, a medida que una de sus manos volvía a restregarse sobre la forma que se abultaba bajo la tela, de arriba abajo. — ..., te habría dado un bofetón. Incluso he pensado en escupirte. Y esta vez... No iba a ser con fines eróticos. — El tono, fue bajando y bajando... Hablando y pronunciando cada palabra casi en un susurro, con complicidad. De nuevo, y tras sentir como redirigía su cuerpo hasta chocar secamente con el ajeno, se sentía receptiva y dispuesta a que pasara lo que tuviera que pasar. Arrastró el trasero sobre aquella superficie un poquito más hasta que sus piernas volvieron a rodear la cintura del muchacho. Una de sus manos se ancló al lateral opuesto al que ahora su boca estaba dedicándole unas suaves y tentadoras atenciones. Comenzó acariciándole lenta y paulatinamente con los labios. Después, fue su lengua la que se paseó con libertad y suciedad por su piel... Un pequeño mordisco, y por último la humedad y sonoridad de un fogoso beso: tal y como si de su boca se tratara. Labios. Lengua. Saliva. Dientes... ▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬ « De no haber tenido las manos inmovilizadas... te habría dado un bofetón. Incluso he pensado en escupirte. Y esta vez... No iba a ser con fines eróticos ». — Y qué te ha impedido hacerlo. — Farfulló con la voz endeble, ligeramente quebrada, ante la estimulación que le producía el simple pensamiento de aquella imagen. Debería haberlo hecho. No sólo tendría que haberle escupido en la cara: también debería habérsela roto. — Adelante, hazlo. — Azuzó con complicidad, incitando a Eleanor a causarle un daño físico, al mismo tiempo que escoltaba visualmente el descenso de su propia mano sobre uno de los flancos femeninos. Recorridas las costillas, la cintura y la cadera… la extremidad superior derecha del muchacho fue reconducida hasta los muslos ajenos. — Párteme la cara, igual que hiciste con mi vida. — Susurró apenas con un hilo de voz, nada más aferrarse con la mano vacante al lateral izquierdo del cuello de su pareja. Fue entonces cuando, con dolorosa tardanza y dilación, las yemas de sus dedos centrales emprendieron un erótico agasajo sobre los genitales de la morena, a través de una prenda lencera que no tardó en reconocer pegajosa. Movimientos sencillos, ejecutados con el máximo respeto y delicadeza. Hacia arriba… y hacia abajo, en un constante y lento vaivén, mientras se escuchaba y reconocía a sí mismo perjudicado como consecuencia inmediata de la presencia de los labios opuestos en su cuello. ▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬ « (…) Adelante, hazlo. Párteme la cara, igual que hiciste con mi vida. » Diferenció la intensidad de esa característica corriente eléctrica recorriéndole la columna vertebral. Aquellas palabras azotaron su piel como si la palma de su mano hubiera entrado en contacto con una de sus nalgas, reconociendo entonces a su piel estremeciéndose; a sus pezones edureciéndose bajo la copa del sujetador. Su mirada se oscureció; sus pupilas se dilataron; su sexo palpitó e, instintivamente, en el interior de su boca comenzó a acumular una cuantiosa cantidad de saliva que, posteriormente, le escupiría. Sin embargo… Aguardó pacientemente durante unos minutos, por dos razones: La primera, deseaba que el movimiento no se lo viese venir, a pesar de que él mismo casi se lo hubiese exigido. Y la segunda, quería recrearse cuánto pudiese, en lo que ambos podían hacerse sentir mutuamente; alargarlo. Unos minutos en los que no sólo disfrutó de aquellos movimientos tan deliciosos sobre su propia ropa interior; sino también en la actividad de su propia muñeca. Eleanor, logró colar su mano entre la tela que cubría su virilidad para envolverla, con la firmeza de sus cinco dedos. Emprendió una serie de movimientos ascendentes y descendentes, arrastrándole la piel... Adaptándose; amoldándose al tamaño y dimensión mientras el pulgar jugaba; trazando círculos sobre el glande. Por otro lado, la mano vacante ascendió hasta adaptarse a la garganta de su chico. Oprimiendo con sus dedos en el momento en que, literalmente, lo obligó a mirarla. Ascendió un ápice el movimiento manual, para arrastrar el pulgar desde el mentón hasta la humedad del labio inferior, instándole a entreabrir la boca mientras amagaba con llenarle de sus fluidos. Entonces... Ni un segundo antes, ni tampoco uno después; esa misma mano con la que había estado sujetando su mandíbula lo liberó del agarre para, acto seguido, colisionar bruscamente contra la mejilla masculina. Rápido. Sonoro. Brusco. Y excitante. Joder. Cómo picaba... Pero qué gusto, qué excitación; qué descontrol... Aunque, no terminó ahí; no. Inmediatamente después, volvió a sujetarlo de la mandíbula (con autoridad) e imitó el anterior movimiento; para que la mirara... Mientras liberaba con suciedad aquella cantidad de saliva que, incluso, la salpicó a ella por el ímpetu con el que aquel escupitajo salió contra la superficie de su boca y sus alrededores. Todo ello, por supuesto; sin cesar el movimiento de muñeca de la otra mano en su polla. Al contrario, fue aumentando el ritmo; subía y bajaba..., subía y bajaba; arrastrándose; deslizándose; imitando unos movimientos de tuerca; rápidas y certeras vibraciones; acompasándose a la intensidad con la que sus dedos oprimían. ▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬ La mano que hasta aquellos momentos había permanecido anclada con solidez al cuello de Eleanor comenzó, poco a poco…, a desmoronarse sobre su lateral. Cayó…, cayó y continuó cayendo, hasta converger con una de las rojizas copas del sujetador. Una vez allí, estrechó y sobeteó el seno con delicadeza, mientras sus labios se descubrían lentamente frente a los femeninos. — Sólo tú sabes hacérmelo como nadie. — Confesó con la voz acalambrada por el placer, nada más hubo concluido el remolque de su lengua sobre la boca ajena. Qué mojada estaba. Qué mojada la había dejado… y qué poco le importaba. Apenas unos segundos después, un ronco y prolongado lamento abandonó los labios masculinos. — Espera… — Solicitó con ahogo y apuro, al mismo tiempo que desviaba el sentido de la vista hacia su propia anatomía. — Espera, por favor. — Necesitaba contemplar, allí y ahora, cómo su pareja le tocaba. Fue así como, sin reparar en la posible presencia de algún vecino, el muchacho comenzó a deshacerse de la ropa interior. El agarre que tuvo lugar sobre su garganta, a la altura de la nuez, coincidió con el áspero y descortés desgarro que sufrió la muda inferior portada por Eleanor. Lo había vuelto a hacer. Antes de que pudiera constituir siquiera una falsa y fingida disculpa, la atención del joven fue redirigida a las facciones femeninas. ¿Estaría molesta ante su nueva falta de miramientos? Sea como fuere… Sea como fuere, estaba preciosa. Radiante. « Pero… ». Aún no se había recobrado por completo del primer e inesperado tortazo, cuando Eleanor volvió a cruzarle enérgicamente la cara. Aquello… Aquello le había tomado, definitivamente, con el pie cambiado. Desprevenido, a más no poder. Sin embargo, y a pesar del intenso dolor que estaba padeciendo, no pudo evitar esbozar una gradual sonrisa. Por el amor de Dios, ¿de dónde habría sacado toda esa fuerza? — Serás put-… — Antes de que pudiese concluir con éxito su particular desahogo, la segunda sorpresa de la noche hizo acto de presencia. Y entonces… sólo entonces, cuando aún podía reconocer la temperatura de aquellos fluidos, innata y candente, escurriéndose junto a los alrededores de su boca, el americano se inclinó por suspender la placentera masturbación que estaba recibiendo. — ¿Alguna vez te has preguntado qué tiene tu saliva para hacer que me corra en cuestión de un par de minutos? — Si la morena aún no lo había hecho, estaba seguro de que juntos podrían resolver aquella incógnita.
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