#Las pesadillas recurrentes de Camila Ramírez Lobón
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Las pesadillas recurrentes de Camila Ramírez Lobón
Imagen de la exposición personal “Pesadilla recurrente”, de Camila Rodríguez Lobón (Foto cortesía del autor)
LA HABANA, Cuba. – La exposición personal El país perdido, de Camila Ramírez Lobón, ha sido inaugurada, casualmente, cuando se cumplen 70 años de la publicación de 1984, la novela política de ficción distópica de George Orwell que nos legó la vigilancia perenne del Gran Hermano.
Si la utopía describe una sociedad ideal, la distopía resulta ser una utopía negativa, el mundo de un atroz contrato social totalitario, la posible consecuencia futura de un modelo social actual. Si la utopía es un sueño ideal, una distopía será la pesadilla perfecta.
Con Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, y Fahrenheit 451 (1953), de Ray Bradbury, 1984 (1949) completa la trilogía de grandes obras distópicas del siglo XX. Aunque muchos ven cierta semejanza entre algunas sociedades capitalistas de hoy y la que describe Orwell, lo cierto es que la novela nació esencialmente de su experiencia directa con el estalinismo.
Ramírez Lobón (Camagüey, 1995), acaba de graduarse de la Facultad de Artes Visuales del Instituto Superior de Arte, con su tesis El país perdido —cuyo tutor fue el artista y estudioso Julio Llópiz-Casal—, un conjunto de obras que hacen el cuerpo principal de la muestra.
La coincidencia con los 70 años de 1984 llama la atención porque el totalitarismo, la sumisión con el engaño y la fuerza y, sobre todo, el horror de las sociedades colectivistas, han sido temas centrales en la creación de esta artista.
Curiosamente también, aunque ha utilizado la fotografía y el video entre sus medios de expresión, el libro ilustrado se ha convertido en su recurso predilecto, equilibrando con eficacia el texto breve y el dibujo descriptivo, como demuestran las exposiciones Personaje de largas orejas y De un fanático de Rockefeller a un discípulo de Krushov, en La Habana, y otras en el extranjero.
Seguramente Ramírez Lobón ha leído esas célebres novelas y las utopías horrendas que se relatan allí le han servido a ella como referencia, aunque resulta del mismo modo indudable que la materia prima fundamental para su obra la encuentra en su propia experiencia como millenial nacida en lo más oscuro del abismo revolucionario.
Pero su visión no se detiene en la tragedia presente o en los paisajes humanos de nuestro surrealismo socialista, y nos sumerge en mundos más pavorosos aún, como advirtiéndonos de que la perversidad de este ahora y este aquí pueden llevarnos a un horror todavía mayor. Porque la pesadilla siempre puede ser aún más perfecta.
En esta exposición personal encontramos los libros en que la artista despliega esos mundos donde el individuo siempre debe enfrentarse a la monstruosa máquina del poder total. El primero, Breve relato de una visita al Zoológico (2017) expone la tiranía engañosa de un Director que puede parecernos muy familiar.
En Mary y los hombres lagartos (2017), unos saurios libertadores llegan para “salvar a la villa de las injusticias y maltratos de los hombres tortugas”. Prometiendo que la tierra y las flores mágicas serán para todos, acaparan finalmente el poder y el placer para ellos solos.
La pesadilla recurrente (2018) nos sumerge en un reino donde prima la ceguera colectiva, donde el individuo que comprende la realidad está condenado. No obstante, es en El país perdido (2019) donde llegamos al horror supremo de la deshumanización, al infierno donde el individuo desaparece.
Puede parecer que, luego, Depósito familiar (2019) sea una especie de remanso, de retorno a una realidad más reconocible. Pero en realidad se trata de una traducción, de una metáfora que nos precisa el argumento de la artista: la historia es la pesadilla de la que tratamos de despertar.
No hallamos aquí dibujos de una sociedad distópica, sino fotos de objetos, reliquias y restos de la utopía que pasó —como un largo episodio de enajenación y estropicio— sobre una familia, marcándola con el fuego de la violencia y de la mitología redentora.
Es de agradecer esta singular muestra en “Avecez Espacio de Arte”, un simple apartamento en un rincón de El Vedado que, sin que deje de ser vivienda habitable, la curadora Solveig Font convierte ocasionalmente en inusual galería para proyectos como el de Camila Ramírez Lobón, que no son de fácil digestión para los espacios institucionales.
Las pesadillas recurrentes de Camila Ramírez Lobón
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