#La casi olvidada música cubana de los 60 y 70
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La casi olvidada música cubana de los 60 y 70
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LA HABANA, Cuba.- En Cuba, cuando se habla de la música de las décadas del 60 y 70, la mayoría de las personas con edades entre los 50 y los sesenta y tantos años tiende a pensar principalmente en números del pop español que ponían profusamente en la radio con tal de no pasar las canciones en inglés, el idioma del enemigo. Pocos recuerdan hoy las canciones e intérpretes nacionales de la época.
Tanto nos quisieron imponer la música cubana –o lo que los mandamases entendían como tal, que lo mismo podía ser el Mozambique que la Nueva Trova – que muchos terminamos haciéndole rechazo. Hoy, a la distancia, comprendemos que nos perdimos alguna buena música -por ejemplo, la que compusieron Marta Valdés, Ela O’Farrill, Meme Solís, José Antonio Méndez, Martín Rojas, Rembert Egues, Juanito Márquez-, que también fue parte de la banda sonora de nuestras vidas y a fin de cuentas, era mejor que la de los Fórmula V y los Mustangs.
Y ya es difícil retomar el hilo. A pesar del catálogo de más de 10 000 matrices del que presume la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (EGREM), mucha de la música que se grabó en Cuba en los 60 y los 70 (la que se pudo y permitieron grabar) es muy difícil de encontrar o sencillamente ya no se conserva: por desidia, porque sus intérpretes fueron prohibidos cuando se fueron del país, porque los comisarios que regían la cultura entendieron que no valía la pena.
Y no cuente con escucharla en la radio. Salvo algunos números de Los Van Van, de Silvio Rodríguez y de Los Zafiros luego del éxito de la película Locura azul, apenas ponen canciones cubanas de las últimas cinco décadas, no importa cuán populares hayan sido en su momento. Un programa de música añeja de una hora de duración, que ponen los domingos al amanecer por Rabio Rebelde, es una de las raras excepciones.
Por suerte, no es mucho lo bueno que nos perdemos. Para nada se extrañan aquellos remedos de la música pop que hacían Mirta y Raúl queriendo asemejarse a Sonny & Cher, la bellísima pero intrascendente Leonor Zamora, Los 5U4 antes de que a Osvaldo Rodríguez le diera por componer himnos para el régimen, María Elena Pena con aquello de “…y una ballena en una pecera”, Luis Nodal apropiándose de las canciones de The Four Seasons como mismo hacía José Valladares con el millón de amigos de Roberto Carlos…
Pero estaban también –y esos sí se echan mucho de menos- el cuarteto de Meme Solís (cuyos integrantes por separado nunca llegaron a ser lo que prometían), La Lupe, Freddy, Martha Strada, Elena Burke, Omara Potuondo (cuando aún no era la Diva del Buena Vista Social Club, la que cantaba “That old black magic” en el disco Magia negra, de 1959)), Moraima Secada, Gina León, Frank Emilio, Felipe Dulzaides.
Será la nostalgia, pero las canciones de esos artistas uno las escucha hoy y tienen un raro encanto. Y eso que los arreglos musicales eran espantosos y las grabaciones horribles.
Y no era para menos. Luego de caer en manos del Estado las firmas Panart y Puchito en 1960, la industria disquera fue administrada durante más de tres años por la Imprenta Nacional. La EGREM, creada en 1964, heredó equipos de grabación que ya eran obsoletos. Muchos de los grabadores se fueron de Cuba. Los que quedaron tuvieron que arreglárselas como pudieron. No fue hasta mediados de los 70, cuando llegó a Cuba el polaco Jerzy Belc, que en los estudios Areito se lograron grabaciones medianamente decentes.
Respecto a los arreglos, la Orquesta del ICRT parecía escapada del Circo Pubillones. Y no era por falta de buenos músicos y arreglistas. El problema fue que para no disgustar a los comisarios culturales, a quienes les repugnaba la “decadente” música beat, directores como Roberto Valdés Arnau y Rafael Somavilla se propusieron hacer arreglos musicales aferrados a la tradición nacional, a contramano de lo que sonaba en el resto del mundo. Y se quedaron atrás. Justo en los años del sonido Motown, de las experimentaciones de Phil Spector con el muro de sonido, de la magia de Michel Legrand, de Paul Mauriat que lo mismo acompañaba a Charles Aznavour que ponía “Love is blue” en los primeros lugares del hit parade, de Ennio Morricone musicalizando los western spaghettis, y de las orquestaciones de lujo de Juan Carlos Calderón, Manuel Alejandro y Augusto Algueró para el pop español.
En 1967, los comisarios culturales permitieron la creación de la Orquesta de Música Moderna, pero pocos años después, en el Decenio Gris, la convirtieron en una orquesta de variedades a la manera de las existentes en los países del bloque soviético.
Teniendo todo eso en cuenta, me explico la reacción de un amigo residente en Miami a quien le regalé el CD “Elena Burke canta a Juan Formell”. Me confesó que no lo pudo escuchar completo. Cuando le pregunté si era porque le traía malas memorias, me respondió: “No, chico, de tan feo que se oye”.
Ese disco contiene canciones preciosas como “Lo material”, “Yo soy tu luz” y “De mis recuerdos”, cantadas como solo podía cantarlas la Señora Sentimiento. Pero, con la grabación digitalmente reconstruida y todo, es verdad que se escucha fatal. Otro hubiese sido el resultado, en ese y otros discos, si se hubieran grabado en condiciones de más normalidad que las que existían en los años del paroxismo castrista. Y ojala no aparezca algún zoquete a decir que también en eso la culpa fue del bloqueo.
La casi olvidada música cubana de los 60 y 70
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