#La Placita de Patricios
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La Placita de Patricios te lleva juegos de plaza al hogar
La Placita de Patricios te lleva juegos de plaza al hogar
Cuando en Buenos Aires y sus alrededores se cumplen 100 días de aislamiento preventivo social obligatorio (ASPO) para ralentizar la propagación de la pandemia del coronavirus, te comparto una iniciativa que procura el bienestar de las familias y en especial de los niños, que están en sus hogares desde hace más de tres meses.
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Alma de cuidad
Conozco más de cincuenta ciudades, y Buenos Aires no deja de ser mi favorita. No es las más linda, pero es la más divertida de todas.
La que no duerme, la de los café con gusto a paraíso y las cervezas con sabor a risa. La amiga de la que habla mal todo el grupo, pero que nadie se atrevería a no invitar a una fiesta, porque sin ella las fiestas son más tristes que las plazas con hamacas vacías.
Si Buenos Aires tuviera teléfono, te atendería incluso a las cuatro de la mañana , esas noches en las que te sentís muy sola y querés hablar con alguien para no morirte de angustia, de alguna pavada, de alguna cosa sin sentido, de algo que se te rompió.
Pero Buenos Aires no tiene teléfono, porque sabe que muchas de esas veces que te sentís muy sola son por culpa de ella. Infierno de cemento, sus secretos son infinitos.
En Buenos Aires las paredes de las calles están graffiteadas, por artistas reconocidos y disimulados.
Tranquilamente, uno puede leer debajo de un cortazariano "andamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos", un no menos poético anónimo "después de los 30, uno tiene la cara que se merece".
Vomita poesía Buenos Aires. En sus colores, en su arquitectura, en su ruido ensordecedor, en los semáforos que no funcionan, cómo no funcionamos los que habitamos su asfalto, gente cansada de correr, corre más rápido y no va a ningún lugar, no vamos.
Grita música Buenos Aires, en las guitarras de los músicos callejeros, en los llantos de bebés en los colectivos, en las bocinas de los miles y miles de autos, qué van apretados como nuestra economía.
Llora alegría Buenos Aires, en el tango, en los chicos pidiendo plata el subte después de hacer unos malabares, en los vagabundos que duermen una fiesta en el colchón gastado, abrazados a su perro.
Buenos Aires, adolescente hostil, que se revela ante las injusticias, y súplica que pinten su congreso, su casa rosada, sus patrulleros violentos.
Buenos Aires, vieja desquiciada, hogar de gatos huérfanos, dueño de un río putrefacto, sucia como los políticos que la gobiernan.
Los cortes de luz en Caballito, los peinados de señoras en Cecoleta, el taxi con la manija de la puerta rota en Pompeya, la locura del microcentro
El cementerio de Chacarita, los cantos de la cancha de la boca, los recitales en Núñez, el verde de Parque Patricios, la comida sospechosa de Constitución, la vulgaridad del lujo en Puerto Madero,
Laguna turística y el falso hippismo en Palermo, la historia abrazando el barrio de Boedo, los puestos callejeros en Once, la placita de San Telmo, la familiaridad de Urquiza,
los trenes que anuncian que no pasa sólo un tren en la vida, qué pasan muchos, y llegan casi todos demorados a la estación de Retiro.
Buenos Aires, como yo, está lleno de inseguridades y fantasmas, que te pueden encontrar en cualquier esquina, sin siquiera esperar que se haga de noche.
Y es por eso que la quiero tanto, porque no la entiendo, pero la necesito.
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