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Disponible en Acceso Abierto el libro «Epidemias y remedios en el virreinato del Perú. Dos tratados médicos sobre el garrotillo y el sarampión (Francisco de Figueroa y Francisco Bermejo)», de Martina Vinatea e Ignacio Arellano (Colección «Batihoja», 88)
Se encuentra disponible en Acceso Abierto (Open Access) el número 88 de la Colección «Batihoja» del Instituto de Estudios Auriseculares (IDEA), el libro Epidemias y remedios en el virreinato del Perú. Dos tratados médicos sobre el garrotillo y el sarampión (Francisco de Figueroa y Francisco Bermejo), de Martina Vinatea e Ignacio Arellano. Martina Vinatea e Ignacio Arellano, Epidemias y remedios…
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#Acceso Abierto GRISO#Ciencia Abierta#Colección Batihoja#Depósito Académico Digital de la Universidad de Navarra (DADUN)#Enfermedades#Epidemias#Estudios Indianos#Francisco Bermejo#Francisco de Figueroa#Garrotillo#Ignacio Arellano#Instituto de Estudios Auriseculares (IDEA)#Literatura del Siglo de Oro#Martina Vinatea#Open Access#Open Science#Sarampión#Tratados médicos#Virreinato del Perú
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Adivinad de dónde era Ramón Sampedro
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“Un regalo para mi Niño” Una mañana destemplada, gris, fría; con un vientito que amenaza convertirse en garrotillo, resolví caminar por mi Tafí del valle en busca de un pañuelo que abrigara mi pescuezo y de un regalo en el día del niño. Me pregunte a mí mismo, si esa conmemoración especial que se celebraba, no era más que un homenaje al consumo y a la egoísta complacencia. Es que, dedicarle un día al jolgorio a la jornada, está bien, pero la sociedad toda, debe estar obligada a contener y educar a nuestros pequeños todos los días. Debe ser un compromiso permanente en desarrollar, enseñar y perfeccionar sus cualidades intelectuales y morales que es una necesidad que clama al cielo. Me pare ofuscado frente a un comercio que parecía un bazar chino. Advertí que con el frio, lo que me hacía falta era un pañuelo tejido en un telar por las manos artesanales de las mujeres del lugar. Es inusual, que en la capital del turismo, no lo hallara en un primer intento. Seguí caminando a través de una escarcha pegajosa que parecía convertirse pronto en una ligera nevasca. Los regalos a los nietos lograban mi penosa travesía. Me plante ofuscado en una local que parecía una tienda del primer mundo y que ofrecían en ingles productos solamente extranjeros. Me indague a mí mismo: ¿Cómo puede haber decaído tanto la industria argentina y nuestra artesanía que para algo de tan simple elaboración como es un pañuelo de algodón, o de lana haya que recurrir a los países campeones de la eficiencia competitiva? No pretendía ninguna obra de arte, como esas maravillas que me tejía mi mujer cuando novios, solamente una linda estola de lana tejida por las manos callosas de mujeres tafinistas que me abrigara mi pescuezo. Siendo tucumano y orgulloso de mi valle, me pareció lógico y natural comprar un pañuelo confeccionado a mano y en telar, con las viejas técnicas caseras que se transmiten de generación en generación. Es que la región siempre ha sido una muestra de la ancestral tradición telera que se esparce por todo el noroeste argentino, la que sigue tejiendo su historia con las mismas técnicas de sus antepasados. En el trayecto, encontré un reducto de artesanos. Allí me metí como un turista. https://www.instagram.com/p/CD9gjPgp54f/?igshid=1m11p72day3cu
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Vacuninis
Sábado, 9 de noviembre de 2019
Lo de Pedro Picapiedra comiendo chuletón de brontosaurio es cosa de los dibujos animados. En realidad, cuando el homínido se descolgó del baobab para aventurarse lejos de África, los dinosaurios ya llevaban extintos varios millones de años.
Prosperaron no poco tiempo, los pobres diablos, pero una serie de desdichas los convirtió en petróleo. Aquello sí que fue un…
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Llegó el garrotillo y Cielito, alias la Cosa del Mal, lo sabe 😼❄☃️ https://www.instagram.com/p/B2AYci_ntUJ/?igshid=rt4le0udqptq
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Cuando sabes que después es a ti a la que van a dar garrotillo.
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Enfermedades respiratorias del siglo XIX
esta vez John Marlott nos ha mandado investigar sobre las enfermedades respiratorias más comunes del S.Respiratorio
La Difteria (garrotillo) es una enfermedad infecciosa aguda epidémica, debida a la exotoxina proteica producida por Corynebacterium diphteriae. Puede afectar a todas las edades pero es más frecuente en la infancia. Se caracteriza por la aparición de falsas membranas firmemente adheridas, de exudado fibrinoso, de color gris, que se forman principalmente en las superficies mucosas de las vías respiratorias y digestivas superiores, pudiendo producir obstrucción respiratoria, ocasionando incluso la muerte por asfixia. Usualmente afecta las amígdalas, garganta, nariz, miocardio, fibras nerviosas o piel. Se transmite de persona a persona por medio del contacto directo de las secreciones emitidas por los estornudos, tos, piel u ojos. No fue hasta 1886 cuando se descubrió el agente causal por Löffler. En 1888 Roux y Yersin descubren la toxina; von Behring y Kitasato elaboran la antitoxina, y en 1923 Gastón Ramón desarrolló el toxoide antidiftérico pudiendo elaborarse la vacuna.
Otra de las enfermedades más comunes es la tuberculosis. La tuberculosis, llamada alternativa e históricamente tisis, es una infección bacteriana contagiosa que afecta principalmente a los pulmones, pero puede propagarse a otros órganos. La especie de bacteria más importante y representativa causante de la tuberculosis es Mycobacterium tuberculosis o bacilo de Koch, perteneciente al complejo Mycobacterium tuberculosis. Los síntomas son Cansancio intenso, Malestar general, Sudoración abundante, especialmente al caer el día, Pérdida de peso, Sangre en los esputos, Tos seca, persistente. Los bacilos de tubérculo o el organismo causativo de la tuberculosis fueron demostrados por Robert Koch en 1882. Las bacterias fueron llamadas el bacilo de Koch. En 1895 Wilhelm Röntgen desarrolló los rayos de X que otros diagnósticos avanzados de la tuberculosis. Esto permitió el diagnóstico precoz y el aislamiento de individuos infectados. En 1908, los científicos franceses Albert Calmette y Camilo Guerin crecieron el bacilo de Koch en varios ambientes para disminuir su virulencia y para aumentar la capacidad de producir inmunidad. Esto llevó a la vacuna famosa del now llamada BCG nombrado después de los dos fundadores. BCG fue introducido en 1921
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"5 años de estar llevando medicina natural puerta a puerta a mis bellos clientes .. les traigo pal palo, pal gallo, pal gallo saltón , pa la virulea, pa el garrotillo, parapalo, pa el gallo que se sale del labio, pa la penca, pa el señor caído.. entre risas"... gran amigo. EL GUAJIRO 🍃🌿 #medicinanatural #salud @narradoresvisuales (en El Pando)
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Publicado el libro «Epidemias y remedios en el virreinato del Perú. Dos tratados médicos sobre el garrotillo y el sarampión (Francisco de Figueroa y Francisco Bermejo)», de Martina Vinatea e Ignacio Arellano (Colección «Batihoja», 88)
Se acaba de publicar como número 88 de la Colección «Batihoja» del Instituto de Estudios Auriseculares (IDEA) el libro Epidemias y remedios en el virreinato del Perú. Dos tratados médicos sobre el garrotillo y el sarampión (Francisco de Figueroa y Francisco Bermejo), de Martina Vinatea e Ignacio Arellano. Martina Vinatea e Ignacio Arellano, Epidemias y remedios en el virreinato del Perú. Dos…
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#Colección Batihoja#Enfermedades#Epidemias#Estudios Indianos#Francisco Bermejo#Francisco de Figueroa#Garrotillo#Ignacio Arellano#Instituto de Estudios Auriseculares (IDEA)#Literatura del Siglo de Oro#Martina Vinatea#Sarampión#Tratados médicos#Virreinato del Perú
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“Un regalo para mi Niño”
Una mañana destemplada, gris, fría; con un vientito que amenaza convertirse en garrotillo, resolví caminar por mi Tafí del valle en busca de un pañuelo que abrigara mi pescuezo y de un regalo en el día del niño. Me pregunte a mí mismo, si esa conmemoración especial que se celebraba, no era más que un homenaje al consumo y a la egoísta complacencia. Es que, dedicarle un día al jolgorio a la jornada, está bien, pero la sociedad toda, debe estar obligada a contener y educar a nuestros pequeños todos los días. Debe ser un compromiso permanente en desarrollar, enseñar y perfeccionar sus cualidades intelectuales y morales que es una necesidad que clama al cielo. Me pare ofuscado frente a un comercio que parecía un bazar chino. Advertí que con el frio, lo que me hacía falta era un pañuelo tejido en un telar por las manos artesanales de las mujeres del lugar. Es inusual, que en la capital del turismo, no lo hallara en un primer intento. Seguí caminando a través de una escarcha pegajosa que parecía convertirse pronto en una ligera nevasca. Los regalos a los nietos lograban mi penosa travesía. Me plante ofuscado en una local que parecía una tienda del primer mundo y que ofrecían en ingles productos solamente extranjeros. Me indague a mí mismo: ¿Cómo puede haber decaído tanto la industria argentina y nuestra artesanía que para algo de tan simple elaboración como es un pañuelo de algodón, o de lana haya que recurrir a los países campeones de la eficiencia competitiva? No pretendía ninguna obra de arte, como esas maravillas que me tejía mi mujer cuando novios, solamente una linda estola de lana tejida por las manos callosas de mujeres tafinistas que me abrigara mi pescuezo. Siendo tucumano y orgulloso de mi valle, me pareció lógico y natural comprar un pañuelo confeccionado a mano y en telar, con las viejas técnicas caseras que se transmiten de generación en generación. Es que la región siempre ha sido una muestra de la ancestral tradición telera que se esparce por todo el noroeste argentino, la que sigue tejiendo su historia con las mismas técnicas de sus antepasados. En el trayecto, encontré un reducto de artesanos. Allí me metí como un turista ansioso de realizar una compra. Entre, mantas, ponchos, fajas, bolsos y alfombras, un enramado revestido con cortezas de quebracho hacia flamear levemente las fajas, chuspas y piezas de barracán y picote en un muestrario artesanal persa llena de colores. A los costados de la calle principal lucían en contrastes, tradicionales casas de artesanías pintadas de fuerte colores que rememoraban las épocas ancestrales, revitalizando el valor cultural de una identidad olvidada. Me hizo recordar a la “petaca” de mi madre un reducto artesanal en donde estudio con enorme placer su carrera de abogacía. Antes de soltar una lagrima, escuche voces. ¿Pase, entre, qué anda buscando? Interpelación incesante en cada puesto al que me acercaba. Hasta que tropecé con un personaje de pelo largo, desaliñado y con traje colorido. Era los que en nuestra infancia llamábamos “hippie” el que seguramente apartado de las grandes ciudades se enamoró del paisaje y se quedó a vivir en el terruño. Le compre de inmediato un pañuelo que me parecía de la zona. Un pañuelo idéntico a los tejidos por nuestros orfebres con su rudimentaria herramienta siempre presente en mi memoria, dibujado en sus urdimbres por distintas tramas, con los tonos de la tierra y en coloridas combinaciones. Me lo puse y sentí un enorme calorcito que me caldeó el ánimo. La diáfana y fresca brisa de los Valles Calchaquíes, engalanados por paisajes de montes y llanuras, iluminan con la luz de la naturaleza las originales casas en donde se producen utensilios, ropas y obras de arte en cuero, lana, arcilla, piedra y otros materiales ancestrales rodeados de un escenario de mantas y ponchos del lugar. Seguí caminando en búsqueda de un juguete para mis nietos, mezclado con artesanos de los valles que conocen su pasado, su lenguaje, sus valores, sus sueños y su tierra y, a través de sus obras, cuentan la historia de sus ancestros, la que logran plasmar en cada una de las piezas que producen. Casi con culpa seguía buscando un regalo para mis niños, inquiriéndome en esa naturaleza en la que la vista al cielo es la contemplación del cuadro más sublime que haya pintado pintor alguno que educar a los niños es darle preceptos, doctrinas, ejercicios, ejemplos. Dedicar solamente un día para inducirlos solamente por horas a la agitación y tumulto de una diversión maquinada y desenfrenada es nada más que una forma de acallar la conciencia que clama por el abandono y la miseria en que se ve sumida una gran parte de la infancia, afligida por el infortunio y la desesperanza. Por supuesto que en todo hay excepciones. Pero en ese tiempo de encontrarme con la naturaleza y caminando por lugares de mi infancia tenia ganar de pedir perdón porque esta celebración se presenta en nuestra aciaga realidad como un homenaje a los niños para arrimar votos y no para cuidar a los indefensos que menos pueden y tienen.
Dr. Jorge Bernabé Lobo Aragón
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“Un regalo para mi Niño”
Una mañana destemplada, gris, fría; con un vientito que amenaza convertirse en garrotillo, resolví caminar por mi Tafí del valle en busca de un pañuelo que abrigara mi pescuezo y de un regalo en el día del niño. Me pregunte a mí mismo, si esa conmemoración especial que se celebraba, no era más que un homenaje al consumo y a la egoísta complacencia. Es que, dedicarle un día al jolgorio a la jornada, está bien, pero la sociedad toda, debe estar obligada a contener y educar a nuestros pequeños todos los días. Debe ser un compromiso permanente en desarrollar, enseñar y perfeccionar sus cualidades intelectuales y morales que es una necesidad que clama al cielo. Me pare ofuscado frente a un comercio que parecía un bazar chino. Advertí que con el frio, lo que me hacía falta era un pañuelo tejido en un telar por las manos artesanales de las mujeres del lugar. Es inusual, que en la capital del turismo, no lo hallara en un primer intento. Seguí caminando a través de una escarcha pegajosa que parecía convertirse pronto en una ligera nevasca. Los regalos a los nietos lograban mi penosa travesía. Me plante ofuscado en una local que parecía una tienda del primer mundo y que ofrecían en ingles productos solamente extranjeros. Me indague a mí mismo: ¿Cómo puede haber decaído tanto la industria argentina y nuestra artesanía que para algo de tan simple elaboración como es un pañuelo de algodón, o de lana haya que recurrir a los países campeones de la eficiencia competitiva? No pretendía ninguna obra de arte, como esas maravillas que me tejía mi mujer cuando novios, solamente una linda estola de lana tejida por las manos callosas de mujeres tafinistas que me abrigara mi pescuezo. Siendo tucumano y orgulloso de mi valle, me pareció lógico y natural comprar un pañuelo confeccionado a mano y en telar, con las viejas técnicas caseras que se transmiten de generación en generación. Es que la región siempre ha sido una muestra de la ancestral tradición telera que se esparce por todo el noroeste argentino, la que sigue tejiendo su historia con las mismas técnicas de sus antepasados. En el trayecto, encontré un reducto de artesanos. Allí me metí como un turista ansioso de realizar una compra. Entre, mantas, ponchos, fajas, bolsos y alfombras, un enramado revestido con cortezas de quebracho hacia flamear levemente las fajas, chuspas y piezas de barracán y picote en un muestrario artesanal persa llena de colores. A los costados de la calle principal lucían en contrastes, tradicionales casas de artesanías pintadas de fuerte colores que rememoraban las épocas ancestrales, revitalizando el valor cultural de una identidad olvidada. Me hizo recordar a la “petaca” de mi madre un reducto artesanal en donde estudio con enorme placer su carrera de abogacía. Antes de soltar una lagrima, escuche voces. ¿Pase, entre, qué anda buscando? Interpelación incesante en cada puesto al que me acercaba. Hasta que tropecé con un personaje de pelo largo, desaliñado y con traje colorido. Era los que en nuestra infancia llamábamos “hippie” el que seguramente apartado de las grandes ciudades se enamoró del paisaje y se quedó a vivir en el terruño. Le compre de inmediato un pañuelo que me parecía de la zona. Un pañuelo idéntico a los tejidos por nuestros orfebres con su rudimentaria herramienta siempre presente en mi memoria, dibujado en sus urdimbres por distintas tramas, con los tonos de la tierra y en coloridas combinaciones. Me lo puse y sentí un enorme calorcito que me caldeó el ánimo. La diáfana y fresca brisa de los Valles Calchaquíes, engalanados por paisajes de montes y llanuras, iluminan con la luz de la naturaleza las originales casas en donde se producen utensilios, ropas y obras de arte en cuero, lana, arcilla, piedra y otros materiales ancestrales rodeados de un escenario de mantas y ponchos del lugar. Seguí caminando en búsqueda de un juguete para mis nietos, mezclado con artesanos de los valles que conocen su pasado, su lenguaje, sus valores, sus sueños y su tierra y, a través de sus obras, cuentan la historia de sus ancestros, la que logran plasmar en cada una de las piezas que producen. Casi con culpa seguía buscando un regalo para mis niños, inquiriéndome en esa naturaleza en la que la vista al cielo es la contemplación del cuadro más sublime que haya pintado pintor alguno que educar a los niños es darle preceptos, doctrinas, ejercicios, ejemplos. Dedicar solamente un día para inducirlos solamente por horas a la agitación y tumulto de una diversión maquinada y desenfrenada es nada más que una forma de acallar la conciencia que clama por el abandono y la miseria en que se ve sumida una gran parte de la infancia, afligida por el infortunio y la desesperanza. Por supuesto que en todo hay excepciones. Pero en ese tiempo de encontrarme con la naturaleza y caminando por lugares de mi infancia tenia ganar de pedir perdón porque esta celebración se presenta en nuestra aciaga realidad como un homenaje a los niños para arrimar votos y no para cuidar a los indefensos que menos pueden y tienen.
Dr. Jorge Bernabé Lobo Aragón
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“…Un regalo para mi Niño…
Una mañana destemplada, gris, fría; con un vientito que amenaza convertirse en garrotillo, decidí caminar por mi Tafí en busca de un pañuelo que abrigara mi pescuezo y de un regalo por el día del niño. Me pregunte a mí mismo si la fecha era una celebración o un homenaje al consumo y a la egoísta complacencia. Sí. Dedicarle un día al jolgorio está bien, pero la sociedad está obligada a pensar y educar a nuestros pequeños todos los días. Enseñar a desarrollar y perfeccionar sus cualidades intelectuales y morales es una obligación que clama al cielo. Me pare ofuscado frente a un comercio que parecía un bazar chino. Advertí que lo que me hacía falta era un pañuelo tejido en un telar por las manos artesanales de las mujeres del lugar. Extraño. En la capital del turismo, no lo encontré. Seguí caminando en el frio por el simple placer de poder andar en medio de extraños recovecos que para nada se identificaba con el valle de mis ancestros. Me plante enojado en una local que parecía una tienda del primer mundo y que ofrecían en ingles productos solamente extranjeros. Me pregunte: ¿Cómo puede haber decaído tanto la industria argentina y nuestra artesanía que para algo de tan simple elaboración como es un pañuelo de algodón, haya que recurrir a los países campeones de la eficiencia competitiva? No pretendía ninguna obra de arte - como esas maravillas que me tejía mi mujer cuando novios -, sino una linda tira de lana tejida por las manos callosas de las mujeres tafinistas que me abrigara el cogote que ya me dolía. Siendo tucumano y orgulloso de mi valle, me pareció lógico y natural comprar un pañuelo hechos por los lugareños. Entonces en búsqueda de un juguete para mis nietas enfile para otra parte y encontré un reducto de artesanos. Allí me metí. Mucho menos lujosos que las tiendas de apariencias inglesas pero con mayor cordialidad. Me hizo recordar a la “petaca” de mi madre reducto artesanal en donde estudió con placer su carrera de abogacía. Antes de soltar una lagrima, escuche voces. ¿Qué anda buscando? Me preguntaban solícitamente en cada puesto que me acercaba. Hasta que di con un personaje de pelo largo, desaliñado y con traje colorido. Era los que en nuestra infancia llamábamos hippie que seguramente apartado de las grandes ciudades se enamoró del paisaje y se quedó a vivir. Le compre de inmediato un pañuelo que me parecía de la zona. Un pañuelo idéntico a los tejidos por nuestros orfebres de un azul machazo, no desteñido. Me lo puse y sentí un enorme calorcito que me caldeó el ánimo. Seguí caminando en búsqueda de un juguete casi con culpa. Es que educar a los niños es darle preceptos, doctrinas, ejercicios, ejemplos. Dedicar solamente un día para inducirlos al jolgorio es nada más que una forma de acallar la conciencia que clama por el abandono y la miseria en que se ve sumida una gran parte de la infancia. Niñez afligida en gran parte del mundo por el infortunio y la desesperanza. Por supuesto que en todo hay excepciones. Pero en ese tiempo de encontrarme con la naturaleza y caminando por lugares de mi infancia tenia ganar de pedir perdón porque esta celebración se presenta como un homenaje a la jarana y no por velar por lo que menos pueden y tienen.
Dr. Jorge Bernabé Lobo Aragón
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Niño…
Una mañana destemplada, gris, fría; con un vientito que amenaza convertirse en garrotillo, decidí caminar por mi Tafí en busca de un pañuelo que abrigara mi pescuezo y de un regalo por el día del niño. Me pregunte a mí mismo si la fecha especial era una celebración o un homenaje al consumo y a la egoísta complacencia. Si… dedicarle un día al jolgorio está bien, pero la sociedad está obligada a pensar y educar a nuestros pequeños todos los días. Enseñar a desarrollar y perfeccionar sus cualidades intelectuales y morales es una obligación que clama al cielo. Me pare ofuscado frente a un comercio que parecía un bazar chino. Advertí que lo que me hacía falta era un pañuelo tejido en un telar por las manos artesanales de las mujeres del lugar. Extraño… en la capital del turismo, no lo encontré… seguí caminando en el frio por el simple placer de poder andar en medio de extraños recovecos que para nada se identificaba con el valle de mis ancestros. Me plante enojado en una local que parecía una tienda del primer mundo y que ofrecían en ingles productos solamente extranjeros. Me pregunte: ¿Cómo puede haber decaído tanto la industria argentina y nuestra artesanía que para algo de tan simple elaboración como es un pañuelo de algodón, haya que recurrir a los países campeones de la eficiencia competitiva? No pretendía ninguna obra de arte - como esas maravillas que me tejía mi mujer cuando novios-, sino una linda tira de lana tejida por las manos callosas de las mujeres tafinistas que me abrigara el cogote que ya me dolía. Siendo tucumano y orgulloso de mi valle, me pareció lógico y natural comprar un pañuelo hechos por los lugareños. Entonces en búsqueda de un juguete para mis nietas enfile para otra parte y encontré un reducto de artesanos. Allí me metí. Mucho menos lujosos que las tiendas de apariencias inglesas pero con mayor cordialidad. Me hizo recordar a la “petaca” de mi madre reducto artesanal en donde estudio con placer su carrera de abogacía. Antes de soltar una lagrima, escuche voces. ¿Qué anda buscando? Me preguntaban solícitamente en cada puesto que me acercaba. Hasta que di con un personaje de pelo largo, desaliñado y con traje colorido. Era los que en nuestra infancia llamábamos hippie que seguramente apartado de las grandes ciudades se enamoró del paisaje y se quedó a vivir. La compre de inmediato un pañuelo que me parecía de la zona. Un pañuelo idéntico a los tejidos por nuestros orfebres de un azul machazo, no desteñido. Me lo puse y sentí un enorme calorcito que me caldeó el ánimo. Seguí caminando en búsqueda de un juguete casi con culpa. Es que educar a los niños es darle preceptos, doctrinas, ejercicios, ejemplos. Dedicar solamente un día para inducirlos al jolgorio es nada más que una forma de acallar la conciencia que clama por el abandono y la miseria en que se ve sumida una gran parte de la infancia, afligida por el infortunio y la desesperanza. Por supuesto que en todo hay excepciones. Pero en ese tiempo de encontrarme con la naturaleza y caminando por lugares de mi infancia tenia ganar de pedir perdón porque esta celebración se presenta como un homenaje a la jarana y no por velar por lo que menos pueden y tienen.
Dr. Jorge B. Lobo Aragón
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