#Eloísa Solaas
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AL MAESTRO CON CARIÑO
Entre los ruidos de un edificio social que se desmorona inevitablemente, como decía Arlt, nace Puan, retrato de un profesor universitario, homenaje a la educación pública, deja vu de lo que va a venir, toma de posición, bandera y también, sobre todo, una comedia impecable.
En Los misterios de Rosario, César Aira escribe la vida de Alberto Giordano, un profesor de Letras de la Universidad Nacional de Rosario, que da un seminario de especialización a muy pocos alumnos en un primer piso que da al patio del edificio. Alberto camina por la calle Entre Ríos -vive a unas pocas cuadras de la facultad, en la misma calle- con un hastío desmesurado. No tiene camino alternativo, solo debe caminar unas pocas cuadras en línea recta, y esa comodidad agrega monotonía a su jornada. Cuando llega a su clase, mira ansioso por la ventana: son muy pocos alumnos y si falta alguno se sume en una especie de depresión repentina que lo deja un rato en suspenso. Después viene una tormenta de nieve y, como siempre pasa en las novelas de Aira, el naturalismo estalla por los aires para dar el salto a la aventura.
Cuando leí la novela no lo podía creer. El año anterior había cursado el Seminario de Metadiscurso de Alberto Giordano en el aula del primer piso de Letras que daba al patio. Todo lo que pasaba en la novela yo lo había vivido hacía unos meses en ese sucucho de durlock tres por dos donde lo único valioso eran esas clases de los docentes: la vehemencia con la que Héctor Piccoli traducía un verso de Rilke o la abulia con la que Giordano desplegaba su pasión por las Letras. Me excuso por el regodeo con la contradicción. En el caso de Giordano, es un modo en el que intento describir esas clases iluminadas que tomé hace más de veinte años, donde nos regalaba, monótono, un saber paciente y amoroso por el ensayo, que él maneja con maestría, sobre todo amor por Ángel Rama y Roland Barthes, o eso recuerdo.
Al ver Puan, la excelente película escrita y dirigida por Benjamín Naishtat y María Alché, sentí que algo de Alberto Giordano (el personaje de la novela de Aira y el profesor que me había dado el Seminario de Metadiscurso) volvía a presentarse en Marcelo Pena (ay, ese apellido, ay la polisemia) el profesor de Filosofía política de Puan interpretado como los dioses por Marcelo Subiotto (si es que los dioses saben actuar así). En Puan vemos quiénes sostienen con el cuerpo esa frase hermosa que repetimos con orgullo: educación pública.
Las últimas noticias que tenía de los directores de la película, Alché y Naishtat, eran auspiciosas. A ella, una de las niñas de La niña santa, la vi en Las facultades, un documental hermoso de Eloísa Solaas que puede verse en tandem con Puan, como cuando las plataformas estrenan el documental del true crime y la ficción al mismo tiempo. En este caso, como siempre en la artesanía narrativa, todo es más sutil y por eso, creo yo, hermoso, profundo y verdadero. En Las facultades la vemos a María, estudiante, leyendo un texto complejo. El trabajo de lectura se ve con lupa, porque claro, es cosa seria, es la semilla de lo que luego serán los títulos universitarios, los diplomas, las competencias.
De Benjamín Naishtat, el otro director, conozco Rojo, su película de 2018. La vi una vez y no la olvidé más: son los días previos al Golpe de Estado de 1976 en un pueblo del interior del país. La opresión y la violencia se sienten en cada plano. Los diálogos, y más aún los silencios, te van hundiendo bien abajo, en un pozo donde solo puede hundirte la realidad.
Ambos, Benjamín y María, saben de lo que hablan y saben lo que quieren contar. Puan es la historia de Marcelo Pena, un profesor de la carrera de Filosofía de la sede Puan de la Universidad de Buenos Aires que, luego de la muerte del profesor titular de su cátedra, debe luchar por ese cargo contra Rafael Sujarchuk (atinadísimo Leonardo Sbaraglia), ex compañero de clase de Marcelo recién llegado de Alemania. El villano es perfecto: altanero, seguro de sí, grandilocuente, con euros en los bolsillos, o sea, el espejo negativo del pobre Marcelo, tan sobrio, siempre en notas bajas, como con vergüenza de ser, extraño en todos los espacios menos en el aula: ahí Marcelo Pena puede ser quien es, o al menos quien eligió ser. Es una película que en el fondo habla de la identidad. ¿Qué nos define? ¿Cuál es nuestro ser? Pena le cuenta a la señora al borde del sueño que a eso Heidegger lo llama Dasein, y después les cuenta a los chicos de la villa y al gendarme que Platón creía que eso era el alma: aquello que seguía siempre igual a sí mismo. Marcelo Pena todavía sabe de qué se trata eso que a él mismo lo sostiene, aunque conoce la historia completa de la filosofía.
El conflicto dramático es clarísimo: ¿Qué quiere Marcelo? Ser jefe de cátedra. ¿Quién se le opone? Rafael Sujarchuk. Esta claridad estructural permite que la historia sea una comedia dramática y no una sesuda reflexión sobre la condición humana. Al contrario: hay escatología, niños que no dejan de joder con la pelota, parlamentos desubicados en el homenaje a un muerto y hasta hilarantes confusiones racistas. Nada de eso le quita profundidad, al contrario. La vuelve humana, asequible. “Comedia existencial” la llaman los productores en sus redes. Porque así es la vida y sobre todo porque así es el cine: un modo de transformar lo real. Lo que hicieron acá en esta peli ambos directores es devolverle la universalidad al nicho del cual salimos los que pasamos por alguna carrera. Siendo criaturas traidoras, dejamos los nombres de nuestros profesores para el mármol, dentro del claustro (esa palabra es tan patente), como si el adentro y el afuera nunca se tocaran: una cosa es la facultad y otra cosa es la calle. Hay un plano bastante ilustrativo. Parecen dos cromas diferentes.
Lo que el personaje quiere no se parece, como suele pasar en las estructuras de comedia, a lo que necesita. Cuanto más se obstina en su objetivo, más falla. Y cuanto más falla, más se acerca a ese último cascarón que había que romper para que esa verdad se le aparezca. Los espectadores ya la vimos, ya lo sabemos, por eso respiramos cada cachito del aire que respira Marcelo para ayudarlo, para acompañarlo, para no dejar solo a nuestro héroe que amamos en tanto se parece a todos nosotros.
A contrapelo del cinismo de El estudiante, Puan se mete dentro de la facultad con una mirada más amorosa. La película, que empieza con un homenaje al profesor muerto y para mí es también un poco eso, sin ser solemne: homenaje al saber, una defensa de la educación pública sin ser panfletaria y un manifiesto de profundo amor por los docentes sin ser mentirosa ni grandilocuente. Pena no es perfecto ni heroico, no es Robin Williams parándose arriba de los pupitres y cambiándole la vida en el instante a miles de alumnos fascinados (“Oh, Capitan, my Capitan” tiene su versión criolla cuando Sujerchuk le dice: “vos no sos el cacique”), no es Luis Sandrini en “El profesor hippie”. Pena casi no sonríe, tiene miedo, está cansado, es demasiado conservador y cuando le dicen que hable desde la emoción no sabe qué hacer. Es algo autómata. Los libros lo volvieron muy instruido pero también muy torpe. Falla como padre y tiene rencor porque el reconocimiento nunca llega. “Fuera de Puan no soy nadie” dice, y sabemos que lo siente de verdad. En la calle está incómodo, apurado, de paso.
El otro día encontré entre viejos papeles un trabajo práctico sobre Poe que había presentado en Literatura Europea II. No tenía puntos, ni comas, ni mayúsculas. Los conceptos estaban separados por barras. Un mamarracho juvenil. Cuando vi la nota del profesor, escrita en lápiz, me enternecí. Tenía un 7 y una explicación muy certera de por qué, si bien los conceptos eran correctos, el trabajo no estaba bien escrito. Nunca se burlaba de mi pecado de juventud, sino que me lo devolvía con paciencia y lectura respetuosa. De esa belleza del detalle está hecha también la película, ese mismo gesto guía a Marcelo Pena. Junto a su mujer Vicky y su hijito Manolo (Mara Bestelli y Gaspar Offenhenden, brillantes) revuelve papeles como quien busca un tesoro: en esas cajas está su vida académica, la historia que lo llevó de ser “el estudiante de pelo largo de filosofía” a ser “el profesor pelado de filosofía”. El apetito de Marcelo, presente en toda la película (el pancho del barcito de Puan, los sandwichitos en la casa de la viuda de Caselli, el bife con fritas en el bodegón, las masas finas de Amelia) es su modo de conexión más primaria con el placer, un placer que podría ser casi incorrecto -el retrato de un profesor de sueldo magro y hambre voraz- y termina siendo el rasgo que su ternura y también de exceso, sobre el final de la película, en el momento más patético donde, fiel al pathos helénico, lleva una toga y una corona de laureles. Hay ternura también en sus zapatos gastados, la mochila ya aplastada por los años, el libro de Kant deshojado por haber sido tan leído, también con la misma voracidad: es su alimento.
Sucede muchas veces que de esas facultades es difícil salir. Por más calderero político que haya ahí dentro se desdibuja un poco la vida real. Por eso mismo que yo me fui corriendo por más que no tenía nada adelante, Marcelo se queda, atado a la facultad como si ahí se terminase el mundo, como dice el personaje de la Flechner, tan espectacular con su peinado canoso y sus collares. Porque él quiere que ahí se termine, porque esa burbuja lo hace sentir seguro y en paz. Las facultades son un amparo del mundo, un lugar donde el sentido busca su lugar. Hay orden en el saber, hay esperanza. Conocer es un acto de fe, un templo, una apuesta a futuro. Afuera está la tele, las conductoras son horribles y violentas, los gobiernos achican los presupuestos en educación hasta hacerla desaparecer, la derecha arremete y amenaza todo contrato social y Puan, y todas las facultades públicas, son un amparo.
En los noventa la policía era brava. Las calles también. Cerca del 2000 la crisis arreciaba. Y en las facultades estábamos guarecidos. Ahí la cana no entraba. En Puan la crisis también estalla y, como pasó otras veces en la historia del país, los límites, al final, se corren. Esa separación tan marcada entre adentro y afuera desaparece y los pupitres salen a la calle. No es una fiesta sino una catástrofe, como bien dice la decana, Cristina Banegas, brillante como sus aros color plata. Mientras Jazmin, el personaje de Julieta Zilberberg se pregunta cómo le va a pagar a la niñera, la única respuesta que encuentran es tomar la calle, dar una clase pública, prepararse para lo peor, pero juntos. En una distopía cercana y demasiado creíble, la universidad empieza a desvanecerse: no hay fondos públicos que la sostengan pero los cuerpos siguen ahí, sobre todo el de Marcelo, el cacique de esa tribu imperfecta y empobrecida pero tan rica: la gente que quiere enseñar, la gente que quiere aprender. ¿Existe cosa más noble?
Al final de esa catástrofe vemos esperanza. En otro lado, con un paisaje urbano diferente, lejos, en Bolivia, hay otras facultades. A Marcelo le dicen que se presente antes de dar una charla. No sabe cómo. Entonces, al fin, canta el tango más difícil que existe. Yo cada vez que escuche Dos cero uno transas y Niebla de Riachuelo voy a pensar en Marcelo Pena, en Alberto Giordano y en todos los profesores que se pararon delante mío y me dieron una clase. Gente que quiere enseñar, gente que quiere aprender y que busca en un libro de hace miles de años una respuesta que nunca termina de cerrarse. Que vivan ellos, para siempre.
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Las facultades (2019)
dir. Eloísa Solaas
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Film du Jour
Las facultades (2019)
Eloísa Solaas
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Cátedra Bergman: Reinventar los límites
¿Cuál es el margen de acción que tenemos ante un mundo que constantemente está en llamas? ¿Qué herramientas tenemos a nuestra disposición para hacer frente a esta realidad que parece una imparable guerra?
En su décima edición, FICUNAMplantea una hipótesis: si el mundo es un campo de batalla, el enfrentamiento se hará desde la insurrecta celebración. Hay una claridad política en su curaduría,…
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#Ángel Santos#Cátedra Bergman#Chris Fujiwara#Claire Atherton#Eloísa Solaas#FICUNAM#FICUNAM 10#James Lattimer#Lech Kowalski#Mónica Delgado#Odile Allard y Chris Fujiwara#Pedro Costa#Rafael Guilhem#Raquel Schefer#Salvador Amores#Sofía Ochoa#Tania Hernández Velasco
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ALGO CONCRETO Y AUDAZ Las Facultades, Eloísa Solaas. A Punk Daydream Jivko Darakchiev & Perrine Gamo.
No tengo nada en mente más que esperar que termine Mayo, abandonar la facultad, a Marfu, al taller y rajarme. No importa si realmente quiero hacerlo, o si me da pánico; si cada vez tengo menos ganas, o si al revés, a medida que pasan los días se vuelve mi única alternativa. Es, muy a mi pesar, como tener cien agujas filosas sobre el cuero cabelludo. Solo posadas, ahí, una gota podría hundir una, no lo sé.
Que exista como posibilidad hace que todo pueda moverse o temblar en cualquier momento. Digo: ¿Qué hago? ¿Me voy? Es como que sería una gran alternativa a todo esto y, sin embargo, hay algo que subyace y no se trata de irme o no, se trata más de mis alternativas, justamente.
Las opciones que barajo en este momento, así muy a groso modo, son: dormir o no, comer o no, salir a caminar o no, tomar más vino o no, descansar o no, es como si no pudiera sencillamente acostarme y pensar, como si no quisiera pensar en básicamente todo lo que tengo que organizar para tener tiempo para pensar y que esos pensamientos sean solamente el flujo de mi creatividad o emocionalidad.
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Cine Universidad programación jueves 26 de septiembre al miércoles 2 de octubre
Cine Universidad programación jueves 26 de septiembre al miércoles 2 de octubre
Seguimos palpitando la estación más linda del año en la Nave UNCUYO. Esta semana se vienen grandes sorpresas! en primer lugar estrenaremos “Las facultades” y contaremos con la presencia de la realizadora Eloísa Solaas, ganadora del premio a Mejor Dirección en la Competencia Argentina del BAFICI. Continúa, por una semana más, el documental histórico del talentoso director Nanni Moretti «Santiago,…
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