#El secreto regreso de Severo Sarduy
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latikobe · 8 years ago
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El secreto regreso de Severo Sarduy
Severo Sarduy (latercera.com)
LA HABANA, Cuba.- No se tomaba a sí mismo demasiado en serio y se consideraba “un cubano de París”. Hubiera podido ironizar también llamándose “un cubano del Lejano Oriente”, “un cubano de África” o “un cubano de Camagüey”. Su obsesión por la cubanía lo llevó a indagar en las tres raíces que él consideraba que la nutrían: la africana, la europea y la china.
Ahora, sin embargo, el indagado es él. Luego de casi una década de pesquisa, los cineastas Oneyda González y Gustavo Pérez muestran Severo secreto (2016) para abrir la 16ª Muestra Joven del ICAIC. Ya este documental de más de una hora de duración había sido estrenado, pero viene muy bien volverlo a ver cuando el narrador, poeta y pintor Severo Sarduy hubiera cumplido 80 años.
En estos días, en su Camagüey natal, se han expuesto —en una muestra colectiva— algunas reproducciones de cuadros suyos. Si en Cuba es bastante poco conocido como escritor, su faceta como artista plástico —admirado en Europa— lo es más aún, incluso cuando Sarduy ha sido uno de los iniciadores de nuestra poesía visual.
Sucede que, aunque él nunca gustó de la pasión en la opinión política, sí sabía bien lo que no quería. Y por eso, luego de una beca artística en Francia, al conocer el carácter dictatorial que había tomado la revolución, decidió no regresar. Nunca más volvió a poner un pie en Cuba, aunque a veces sentía no haber salido de ella jamás. “Severo, que sabía todo lo que ocurrió en Cuba en los años 60”, dice un amigo suyo en el documental, “no tenía ninguna fantasía sobre las utopías socialistas”.
Tuvo la suerte de conocer en París al filósofo François Wahl, que sería su pareja por el resto de su vida y lo relacionaría con los grandes nombres de la inflamada intelectualidad francesa de los 60. Pero Severo era en persona el antónimo de su propio nombre: “No tengo en lo más mínimo identificación con eso que pudiera ser el personaje de un escritor. El que ustedes ven, en definitiva, es una especie de simulacro. No soy yo. Yo estoy detrás, escondido, riéndome”, lo vemos decir en el documental.
Sin la admiración y el respeto que despierta este cubano cosmopolita y sin la solidaridad que se ganaron los realizadores, el filme no existiría. Los medios en Cuba casi no hablarán sobre esta película, que no será muy divulgada en los cines y no aparecerá en la televisión. Dan testimonio en ella amigos y estudiosos como Orlando Jiménez Leal, Juan Goytisolo, Antón Arrufat, François Wahl, Ambrosio Fornet, Víctor Fowler, Luis Marré y Ramón Alejandro, entre otros.
Fiel a la idea del escritor de que la existencia de un hombre no debe ser relatada en simple orden cronológico, la cinta no avanza linealmente, sino que empieza con su salida de Cuba, continúa con su etapa de estudiante preuniversitario y se extiende más allá de su muerte. Lo principal es que veamos con la mayor nitidez posible al Severo escritor, al Severo dandi y al Severo pintor, que consideraba que “la pintura es una escritura abstracta”, y también al Severo sensual, al Severo amigo, al Severo oral.
Rigurosos, los realizadores Oneyda González y Gustavo Pérez, durante casi diez años, se sumergen en archivos y persiguen las huellas de Sarduy desde Camagüey a La Habana y desde La Habana hasta París, donde se pierde el rastro de su persona y comienza aquello que tanto anhelara el cubano: que su existencia toda se tornara obra de arte, casi independiente de la vida material de su creador.
Si bien su trabajo plástico queda como un legado muy revelador, sin duda su labor de ensayista, de poeta y de narrador seguirá moviéndose en imprevisibles sentidos, seguirá cobrando nuevos significados y alimentando el impulso de nuevos creadores en los que el mito Severo Sarduy seguirá creciendo, aunque no puedan encontrar en una librería su Cobra o su Barroco, su Escrito sobre un cuerpo o su De donde son los cantantes.
En enero de 1959, Sarduy trabajó como periodista en el diario Revolución, como muchos jóvenes escritores, y publicó un artículo donde podemos leer este fragmento: “No llevo mucho más de siete años de ejercicio literario, y esto quiere decir que he hablado muy poco de Martí. Me explico: encontraba ridículo que se mencionara al Apóstol en circunstancias idénticas a aquellas contra las cuales él entregó su vida”.
No pasaría mucho tiempo antes de que circunstancias otras, idénticas o peores, le impedirían retornar desde París a una Cuba que, para el resto de su vida, quedaría como un puñal clavado en sus entrañas: aunque doloroso, tendría que llevarlo de ese modo, pues sacarlo de su pecho habría significado morir. Y nunca lo hizo hasta que fue derrotado por el sida.
François Wahl, que convivió con él durante unos treinta años, aseguraba: “Severo no podía ser viejo, no podía haberse hecho mayor”.
El secreto regreso de Severo Sarduy
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