#El Secreto del Viejo Reloj: Un viaje a través del tiempo y la memoria
Explore tagged Tumblr posts
Text
youtube
0 notes
Photo
Kag0m4_n:[Mensaje automático]Hola USUARIO #15077 ¿Cuál es su confesión?
USUARIO#15077: Hola, saludos «Kag0m4_n» soy [CENSURADO] y tengo un secreto que necesito revelar, aunque, el solo acto de recordarlo me genera ganas de vomitar.
Se podría decir que crecí en una “cuna de oro”, no me cuesta hacer memoria para poder afirmar que, en donde vivíamos era costumbre ver descomunales mansiones tapar el horizonte, cada una mas imponente e irreal que la anterior.
Mi familia no se quedaba atrás, nuestra residencia era envidiable, la había planificado uno de los mejores arquitecto de aquellos tiempos, cada centímetro de aquel palacio estaba perfectamente encuadrado, cada rincón precisamente posicionado y cada ventanal y muralla gozaba de un estilo codiciable, nuestro hogar podía fácilmente haber sido nombrada la novena maravilla del mundo, por eso mismo me parecía tan extraño que mi familia haya decidido silenciarla detrás de unos desproporcionales muros.
Era verdad que las familias de la zona eran tan adineradas que se encerraban a través de rejas y muros para convertir así su vivienda en una especie de paraíso privado. Pero lo nuestro era enfermizo, mis padres nunca interceptaban con los demás vecinos, excepto en contadas ocasiones que mayoritariamente ocurrían por extrañas coincidencia.
Aquel hermetismo era tan desmesurado, que fui educado en casa hasta cumplir los 8 años.
Edad con la que concluiría aquella pesadilla.
Pero primero, empieza a los 4 años, edad de la que tengo el primer recuerdo de cómo era mi infancia. Cuando era niño pensaba que estar aislado en la propiedad de tu familia era lo que todos los niños hacían.
Ya formaba parte de la rutina, que cada vez que mis padres se dirigiesen al trabajo, yo suplicara por acompañarlos, pero su respuesta era siempre la misma, rechazarme con un gesto de cabeza argumentando que solo los adultos tenían el privilegio de salir de casa. Fuera de aquel berrinche, jamás se me considero un niño “problemático”, al contrario, mi personalidad siempre fue pasiva y mansa. Jamás lloré para obtener un juguete o algún otro capricho de la edad, aunque contaba con un montón de cachivaches, siempre fue mi propia imaginación la que me mantenía divertido. Disfrutaba de una infinidad de amigos imaginarios, interpretaba aventuras quiméricas e inventaba extensos universos en mi cabeza.
Mi creatividad e ilusión llego a tal punto, que los mismos muebles del hogar se habían transformado en entidades, algunos convirtiéndose en grandes compañeros de viajes y otros haciendo el rol de infames villanos en contra de mis peripecias.
Tal vez tuve que detenerme cuando empecé a entablar relaciones más intimas con aquellos muebles, mi línea de lo real empezaba a difuminarse, mantenía largas conversaciones con ellos en todo horario, me pasaba horas admirando a otros, inclusive les puse nombres a todos y a cada uno de ellos.
Mis progenitores parecían deleitarse con mi apasionada imaginación más y más, incrementando alarmantemente el número de muebles que habitaban la casa. Mi padre siempre tuvo el don de la creación, su habilidad motriz era admirable, cuando no estaba en el trabajo, era habitual encontrarlo encerrado en el sótano de la casa, perfeccionando sus obras y a menudo me comentaba acerca de su gusto de fabricar cosas y de cómo gran parte de los objetos que decoraban la casa eran maquinaciones suyas.
Y así pasaron 4 años de una insondable relación socioafectiva que desarrollé con los muebles de mi casa, pero como toda relación, siempre tuve a mis favoritos.
Mario era el gran sillón del living, que parecía acunarme de arriba hacia abajo según me apoyara encima de él para leer libros, como si intentara calmarme.
Amanda era mi cama, que al sentir mi cuerpo acostarse, se hundía en el cómodo jergón simulando un cálido abrazo eterno que me acompañaba hasta que caía dormido, en diversas ocasiones podía incluso oírla murmullar tenuemente.
A veces cuando tenía que estudiar en el escritorio de mi habitación, a quien había bautizado con el nombre de Cupido, sentía el suave palpitar de un corazón al momento de posar mi cabeza sobre él.
Constantemente hablaba con Estela, un pequeño taburete de la cocina, era excesivamente risueña, ya que a lo largo de nuestras extensas conversaciones producía pequeños sonidos y vibraciones extrañas, que en su momento me causaban mucha gracia.
Pero como dije antes, siempre existe un favorito, y ese era William, un enorme reloj de péndulo que ocupaba casi toda la altura del pasillo, su tamaño era intimidante, pero si te acercabas a una de las paredes laterales y lo abrazabas podías escuchar como trataba de copiarte el ritmo de la respiración.
Para mí, todos los muebles eran únicos, indescriptiblemente suaves, insólitamente cálidos, cada uno emanaban carisma y personalidad. Para mí, cada mueble estaba vivo.
Era un lunes, la celebración de mi octavo cumpleaños y mis padres se habían encerrado en el sótano para construirme un presente, algo que les había pedido hace un tiempo, un triciclo. En paralelo al festejo de mi cumpleaños, una anónima mujer se había extraviado conduciendo a través de la cuidad y, aunque nuestros portones estaban bien cerrados, el destino se encargo que llegara a la entrada de mi casa.
Sonó el timbre de la entrada, melodía que nunca había escuchado, por lo cual me sobresalté, además, no había oído a nadie acercarse a la casa nunca. Abrí con miedo la puerta y pude ver como las facciones de su rostro se deformaban para gesticular una angustiante mueca de horror y espanto. El vomitó no tardo en ser expulsado de sus temblores labios, llenándome la cara de aquella espesa y tibia bilis, aun con mis ojos cerrados y manchados con restos de comida podía escuchar como aquella mujer se ahogaba producto de las fuertes arcadas que estaba teniendo, supongo que fue por el fétido olor que se desprendía de mi casa, que era una fragancia potente y repugnante, aunque, con el pasar de los años me había acostumbrado. Aun cegado por el vómito ajeno, podía escuchar todo a mi alrededor, como se abría la puerta del sótano y mis padres gritaban, como aquella mujer intentaba desesperadamente pedir ayuda, se escuchaban golpes y el crujir de mis cosas. Minutos después alguien me tomaría en brazos y saldría de aquel lugar.
Actualmente me encuentro viviendo solo, en una pequeña habitación de estudiante, confesándote todo esto a través de un viejo portátil, mañana cumplo mis 22 años y estoy intentando decidir si debiese asistir a la ejecución mis padres. En todas las redes sociales del mundo, tanto públicas como privadas los han tachado de monstruos inhumanos. Jurídicamente nunca fueron clasificados como asesinos porque nadie murió, pero fue mucho peor que eso.
183 personas para hacer 53 muebles, esas son aproximadamente 732 extremidades reensambladas de formas que nadie debería imaginarse, 366 brazos torcidos bestialmente, 3660 dedos arrancados y reposicionados en lugares oscuros a la naturaleza, 5856 dientes reventados, 65880 articulaciones sádicamente reorganizadas por mis padres cirujanos.
Aquel descubrimiento marcaría un antes y después en la gente, la policía mando a que la casa fuera inmediatamente vaciada y se empeñaron, dentro de todo lo humanamente posible, dar una muerte digna a todos los muebles de la casa ya que se intentó reconstruir los cuerpos, pero el trabajo que habían hecho mis padres era tan milimétricamente perfecto, que aquellos cuerpos deformados aun sentían dolor. Por lo que el Estado ordeno una eutanasia a los 183 cuerpos.
A todos, menos a uno.
En mi habitación me invade la penumbra, es normal sentirse vacío puesto que está libre de cualquier mueble, pero siempre puedes contar con tus amigos.
Gabriel es mi amigo, mi única compañía, mi triciclo.
[USUARIO#15077 ha dejado el grupo]
~En honor a un relato Anónimo.
0 notes