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[4] EPA CINE (21 al 26 de Mayo 2019)
Domingo; Aquel verano sin hogar; Lluvia en el patio trasero de una casa de barrio; Para probar que realmente existimos; Historia de una casa; Tres valijas (Competencia nacional de cortometrajes)
Diversos y disfrutables
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El segundo programa de la competencia de cortos exhibió seis piezas que entusiasmaron tanto por su calidad formal como por las ideas que transitan.
En Domingo, Jazmín Ferreiro presenta una reconstrucción catártica y nostálgica sobre un suceso especial de su existencia, creando un cuento infantil onírico, amable, muy bien ambientado y actuado, incluyendo además una animación que enriquece el relato. En contraste, Aquel verano sin hogar (Santiago Reale) plasma un universo más oscuro y fantasmagórico en los recuerdos de infancia del narrador, colmados de leyendas autóctonas en una historia que se torna, acaso, un tanto hermética. Lluvia en el patio trasero de una casa de barrio (Joel Cortina Suárez) quizás es, de las seis, la producción más sensorial, sensitiva. El registro directo de la lluvia copiosa que cae sobre un patio, plantas y plásticos mojados y un perro que se asoma construyen un registro contemplativo efímero, potenciado por un muy buen trabajo de sonido. Más actual y ensayística resulta Para probar que realmente existimos (Inés Villanueva): el viaje a China de su directora y una indagación sobre la proliferación de las selfies y las fotos como modo de compartir las experiencias. Algo así como un intento de tesis simpático que sin embargo no esclarece si aprueba o rechaza el fenómeno que describe.
Ignacio Masllorens ya había deleitado en Trainspotter con un documental sobre el compositor checo Antonín Dvořák y su fascinación por los trenes. En Historia de una casa, el realizador vuelve a mostrar la misma sobriedad, elegancia y erudición para narrar la relación de una mujer con una vivienda que resultaría legendaria. El arte, nuevamente, como motor de una aventura casi académica que ilustra sobre un tramo importante de nuestro patrimonio cultural y arquitectónico. Por último, Tres valijas (Lara Franzetti, ya proyectada en el BAFICI 2108) es una comedia clásica, entretenida, concisa y cosmopolita, basada en una anécdota del padre de la propia realizadora, sobre equipajes que se entremezclan en un aeropuerto. Un cierre placentero para una muestra muy disfrutable. 
Yo tenía 19 (Retrospectiva Konrad Wolf)
Crecer en la guerra
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Drama histórico y autobiográfico, este film colosal de Wolf cuenta la historia de Gregor, un joven que volvió a su Alemania natal como subteniente del Ejército Rojo ruso, varios años después de haber abandonado de niño su país de origen a causa del nazismo. La segunda guerra mundial está terminando, Hitler fue vencido, pero todavía perviven los enfrentamientos, las lealtades y el clima de guerra.
Ciertamente, son numerosos los atributos que vuelven al film entrañable. De una calidez inusitada para el conflicto que retrata, el realizador erige un tratado anti-beligerante, pacifista, con un protagonista que funciona como su alter-ego, transmitiendo una pureza e ingenuidad que conmueven sobremanera. Un hacerse grande en el medio de un acontecimiento histórico que Wolf acompaña con planos y encuadres bellísimos de carreteras, ríos, bosques y fortalezas. Hay pugnas y batallas en Yo tenía 19, pero lo que emerge especialmente es su enunciación conciliadora, atenta a la comunión y al diálogo entre ambos bandos. Las secuencias de Gregor con el megáfono convenciendo amablemente a los alemanes para que se entreguen, verlo cantando en soledad en la caja de un camión de guerra o sufrir desesperado las traiciones de los nazis, delinean este pasaje casi forzado de joven a adulto y se encuentran entre los tramos más bellos del largometraje. Dos niños alemanes y su pequeño gato surgen, también, como un contrapunto de ternura en medio del terror más duro.
Con un ritmo narrativo sosegado pero decidido, la obra sorprende además por su gran producción, ambientación, vestuario (la película es del '67) y rigor histórico. Escenas festivas de grandes banquetes con 3000 pelmenis y varios licores o momentos dramáticos como la sumisión de los soldados SS bajo la lluvia, forman parte de esta experiencia a la vez íntima e inmensa que construye Wolf. Una guerra monstruosa que va concluyendo; un joven y una población que deben reconstruirse desde el trauma y la desolación. Una película que es, también, un trabajo de paz.
Playing men (Competencia Internacional de largometrajes)
De la bravura a la sensibilidad masculina
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El documental croata/esloveno de Matjaž Ivanišin registra diferentes juegos masculinos tradicionales que tienen lugar en algunos rincones de Turquía, Italia y Croacia; situaciones lúdicas que van desde luchas cuerpo a cuerpo, lanzamientos de quesos por callejones o pleitos desaforados donde se grita el número que elegirá el rival con sus manos. Pero lo que inicia como un desfile de confrontaciones varoniles en las que priman la bravura y la cofradía se transformará en un manifiesto a favor de la sensibilidad del género masculino. En este cambio de tonalidad tiene un lugar preponderante el recuerdo del título de Goran Ivanisevic en Wimbledon y su posterior festejo en Split. Un campeón "que debe permitirse llorar", que es recibido masivamente por sus compatriotas y que entra en la historia del deporte después de sobreponerse a los nervios que le hicieron desperdiciar varios match points con dobles faltas durante la final.
Dentro de esta modificación de intensidades -el propio director se filma en lo que menciona como una crisis creativa durante el rodaje-, la invitación a pensar sobre la forma de relacionarse entre machos y los mandatos que recayeron históricamente sobre los varones es una lectura más que plausible de la obra (en este sentido, la escultura de un pene gigante ridiculizada resulta elocuente). Un universo masculino que va transmutando, del talante impetuoso de las contiendas presentadas en un inicio al relato sensible sobre Ivanisevic y la inclusión de la canción melancólica "My rifle, my pony and me" hacia el desenlace. Transformación que, por qué no, puede interpretarse en consonancia con la crisis actual de la estructura patriarcal.
Female Human Animal (Competencia Internacional de largometrajes)
Una obra maestra gótica y lúgubre
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El británico Josh Appignanesi creó en Female Human Animal (2018) una película notable. La realidad y la ficción se entremezclan en la historia de una escritora y curadora de arte que se ve atravesada (¿hechizada?) por la obra de la pintora surrealista que está difundiendo para establecer un film tan oscuro y perturbador como exquisito y original. Todo en este largometraje funciona muy bien. Al contexto verídico de una retrospectiva sobre la artista Leonora Carrington que la novelista Chloe Aridjis debe presentar, Appignanesi suma elementos y situaciones inquietantes que lo convierten en un thriller casi alucinatorio con el mundo del arte como protagonista. Así, diversos segmentos de cuadros que interpelan a la heroína, pasillos vacíos de museos y hasta los plásticos que cubren los bastidores serán portadores del terror mental que impregna cada una de las acciones.
Pero esta película no sería tan grandiosa sin su aspecto formal: presentada con el estilo de un VHS con problemas de tracking y saturación, este semblante ochentoso, acompañado por música enrarecida, edificios altos y primeros planos híper expresivos (el trabajo de Chloe es descomunal) crean una atmósfera gótica, romántica y lúgubre y definen una estética casi tan surrealista como las creaciones de la artista que referencia. Una puesta en abismo sofisticada, en un film hasta feminista que edifica un universo siniestro y singular que recuerda lo mejor de Jacques Tourneur o David Lynch. Un clima tétrico en cada deambular de Chloe que, sin embargo, acompañará la evolución interior luminosa de una protagonista que concluye exitosamente su trabajo derrotando a los miedos y los hombres que la acechaban.    
Chinese Portrait (Competencia Internacional de largometrajes)
Postales vivas de una época
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El título y la sinopsis del film de Wang Xiaoshuai estrenado en 2018 pueden confundir: efectivamente se trata de un documental que recorre distintos escenarios de China, pero que, lejos de una intención exhaustiva o abarcadora, se enfoca principalmente en las clases trabajadoras y populares del país asiático. El método del realizador es extremadamente singular: escenas breves, la mayoría de un solo plano fijo, a lo sumo dos, de diferentes contextos y espacios de Beijing, Shanghái y Nanjing con algún personaje que mira fijo a la cámara mientras el resto de los retratados actúa con naturalidad. Una composición particular en tanto la presencia de estos sujetos integrados pero a la vez escindidos de la acción, quiebran lo que sería sino un registro cabalmente crudo, casi puro, de las múltiples situaciones filmadas.
Sin un hilo conductor manifiesto, circularán a lo largo del metraje trabajadores de zonas rurales, oficinistas, pasajeros de trenes, distintos edificios públicos, templos, talleres, puertos y más rincones de las ciudades. Una puesta en escena colmada de cemento, llanuras y smog, que devela la superpoblación y la contaminación en China y también la realidad cotidiana de varios de sus habitantes.      
Pero Chinese Portrait no es, tampoco, una obra de intenciones turísticas o publicitarias. Casi no hay registro de la faceta más globalizada de ese país como pueden ser la gastronomía, las festividades o las construcciones arquitectónicas más monumentales. En efecto, casi no hay vida nocturna, colores llamativos o cielos despejados en el film, prevaleciendo sobremanera las tomas grises y planas de actividades cotidianas. Un naturalismo total, donde los únicos sonidos o música provienen de las acciones que realizan los protagonistas. Sin estos sujetos prácticamente congelados que miran a cámara y sin los separadores entre glitcheados y grafitteados que dividen las escenas, no habría marca autoral en toda la producción. Y es, justamente, en esta idea de contrastar fijeza y movimiento donde reside la maestría de Xiaoshuai no sólo para darle una forma original a su documental sino también para simbolizar, como una alegoría, la experiencia de un país que se está transformando política y económicamente. En este sentido, no debe ser casual, tampoco, la filmación de una demolición, en uno de los pasajes más enérgicos de la obra. Un mosaico oriental, entonces, en el que se descubre un sentido mucho más profundo que la mera contemplación desnuda.
Terra Franca (Competencia Internacional de largometrajes)
Poema familiar luminoso y existencialista
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La primera película de la competencia internacional de largometrajes del festival es un documental bellísimo que bien podría ser una ficción igual de encantadora. En Terra Franca (Leonor Teles, 2018) la directora vuelve a su ciudad natal para retratar la cotidianeidad de la familia Lobo en la localidad costera de Vila Franca, Portugal. Lo que en apariencia comienza como un retrato intimista de Albertino, pescador y padre de familia en este pueblo pintoresco, deriva hacia la contemplación periódica de su grupo familiar en general, incluyendo su esposa, sus hijas, su yerno y su nieta.
La soledad de Albertino sobre el agua, las charlas de mercado de su mujer Dália con sus clientas, discusiones familiares de sobremesa, conflictos políticos, comida local, fiestas, barcos, mascotas y la planificación de una boda, son situaciones y protagonistas triviales que se deslizan con suavidad sobre un paisaje natural que va cambiando al ritmo de las estaciones. La naturaleza y el hombre en estado puro, acompañados por baladas norteamericanas que crean una atmósfera entre melancólica y cálida, replicando el semblante que tiene la película. 
Toda esta contemplación serena llega a su punto más conmovedor en el registro de la boda de una de las hijas: secuencias luminosas de bailes, fotos y banquetes terminan de consolidar esta oda familiar que evoca algunas obras de autores como Kim Ki-duk o Claire Denis, especialistas en presentar emociones genuinas, sin acentuar ni manipular la reacción del espectador. Doble mérito de Teles, tratándose de personajes reales que, gracias a su dirección y al montaje, terminan siendo protagonistas de un cuento apacible que encuentra poesía en la realidad más terrenal. "Lo más importante es el respeto, sin respeto la comunidad está perdida" esboza Albertino. Existencialista, humanista, cercana, Terra Franca resulta respetuosa con sus retratados y con los espectadores, a quienes les ofrece una experiencia única donde se disfrutan los bordes, los pliegues, entre el documental y la ficción.          
Por Gabriel Yurdurukian.   
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[3] EPA CINE (23 al 27 de Mayo 2018)
Mercado; Mañana los restos; Cuento; La fiebre que espera despertar; En la sorprendente era de la comunicación; Miedo (Competencia nacional de cortometrajes 2)
De la ternura a la comedia, pasando por el naturalismo, el western, el delirio y la confusión
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Con más ficciones que en el primer programa, la segunda muestra de la Competencia nacional de cortometrajes incluyó a la ganadora del festival y a otra producción que tuvo una mención especial.
Miedo (2017), de Juan Pablo Menchón, se quedó con el premio del jurado con la historia de Lucas, un niño que cree que se convertirá en lobo luego de sufrir un ataque en un brazo. Su andar apesadumbrado, la compañía fiel de su perro, sus juguetes y el bello paisaje natural son elementos que crean un clima sincero y verosímil dentro de una narración dinámica, colmada de planos y monólogos interiores preciosos que edifican una atmósfera especial entre el temor, la ternura y la valentía.
Otra historia en un pueblo es la de En la sorprendente era de la comunicación (Augusto González Polo, 2017) donde cuerpos fragmentados, diálogos burlescos y un registro entre el documental y la ficción ironizan con gracia y cierta profundidad sobre las conexiones de banda ancha y la tecnología del lugar. También con comicidad y fraccionamiento Cuento (Máximo Ciambella) pone en escena a diversos habitantes de una localidad de Buenos Aires, centrándose en un personaje entre místico y querible. Más clásicas desde lo narrativo resultan Mañana los restos (Juan Hendel, 2017), relato muy bien interpretado que se resignifica hacia el desenlace y La fiebre que espera despertar (Juan Bobbio, 2017),un western en las sierras cordobesas filmado con destreza si bien la trama no queda del todo clara.
Por último, Mercado (Luciano Giardino, 2017, mención especial de los jurados) es un pequeño retrato del proceso de comercialización de frutas y verduras desde su recolección hasta su venta. Los colores de los vegetales, las luces de la mañana en el campo, la gente que compra en el mercado y el registro cabalmente naturalista lo sitúan como una experiencia tan simple como exigua. 
No intenso agora (Panorama Internacional de largometrajes)
Reflexiones íntimas sobre el tiempo, la política y la vida
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Tres momentos históricos en los que los jóvenes fueron protagonistas son el disparador para este documental tan valioso como personal de João Moreira Salles. La revolución cultural maoísta, el mayo francés del '68 y la primavera de Praga son examinados por el director a partir de un conjunto de imágenes que incluyen tanto cintas familiares como un archivo histórico magnánimo. La voz en off de Salles recorre toda la película con un método que consiste en detenerse exhaustivamente en cada fotograma para esbozar ideas, pensamientos o emociones no solamente de las mencionadas revoluciones, sino también sobre el paso del tiempo, la vida de su madre y las consecuencias anímicas y mentales que trajeron los levantamientos. Este último enfoque establece en la obra una sensibilidad profunda que se desprende de la pregunta del autor sobre el después de la revolución: en el intenso ahora, en plenas protestas y marchas, la efervescencia de los jóvenes emana vitalidad y valentía. Pero cuando la realidad niega los ideales por los que luchan, la desolación puede ser insoportable. Lo social y lo individual nunca están aislados, así como tampoco lo están pasado y presente. Este film notable lo devela con una delicadeza y singularidad asombrosas.        
Milla (Competencia Internacional de largometrajes)
El amor y el desamparo retratados con belleza y sensibilidad
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No hay un plano antiestético, deslucido o descuidado en Milla (Valérie Massadian, 2017). Todo en esta gran película fluye con belleza y luminosidad, incluso las escenas de dolor y desconsuelo más desgarradoras. Milla y Leo son dos jóvenes solitarios que se instalan en una casa abandonada en Francia y a partir de allí intentan subsistir inmersos entre libros, sándwiches, música y búsquedas de trabajo. La primera mitad del film es de una hermosura avasallante: la relación entre ambos transmite un vínculo tan natural como afectuoso en situaciones mínimas como cantar enérgicamente una canción o jugar a pintarse con esmaltes, siempre con el océano y el bosque de fondo. No se trata aquí de una estilización empalagosa, sino de secuencias que emanan una complacencia casi metafísica y logran retratar, sin forzamientos, la situación de estos adolescentes desamparados que nunca pierden su dignidad.
Tras el golpe argumental que inaugura el segundo tramo del largometraje este placer naturalista tomará un tono más dramático, pero siempre con una enunciación que defiende la vitalidad, la posibilidad de continuar existiendo a pesar de los infortunios más dolorosos. Milla, que odiaba lavar su ropa, termina trabajando de limpieza en un hotel, limpiando y ordenando la indumentaria de otros. Esta situación es una metáfora de la transformación interna que tendrá que experimentar a lo largo del film: el de adolescente a mujer, sin perder la capacidad de sonreír.
Ariel; Pokhot; Miguel Ángel; Cleantime; Próxima; Capococha (Competencia nacional de cortometrajes 1)
Humor, naturalismo y documentales personales
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Tan heterogénea como placentera resultó la primera muestra de la Competencia de cortos nacionales en el festival. El programa comenzó con Ariel, de Guido Fisz, un relato cómico entre tierno y absurdo de una joven que comparte departamento con una anciana. Los diálogos, las situaciones, el ritmo y las actrices funcionan a la perfección y denotan a un autor con ideas y talento. También en el género ficción, Cleantime (Sabrina Korn) y Capococha (Tomás Pernich) se destacan con historias originales bien narradas e interpretadas. La primera, representando con naturalismo extremo la cotidianeidad de una mujer que trabaja en limpieza en un gimnasio, la segunda, contando en tono de comedia las vicisitudes de un inmigrante muy particular recién llegado de Perú e inmerso en un ambiente hostil.
En cuanto a los documentales de la selección, Miguel Ángel (Málaga Spirito) se vislumbra como el más clásico, retratando con respeto y elegancia el mundo de un protagonista acumulador que vive rodeado de objetos encontrados. Pokhot (Tomás Faiman, Juan José Pereira), por su parte, es un registro personal sobre un venezolano y un ucraniano residentes en Buenos Aires: la noche, lo marginal, la soledad se harán palpables con una forma experimental que, si bien por momentos impenetrable, consigue buenos climas. Por último, Próxima (Igor Dimitri) comparte esta formalidad vanguardista en las filmaciones de un viaje por Bolivia y Perú exhibiendo imágenes bellas -algunas en cámara lenta- de tradiciones y paisajes locales.
Seis obras diversas, seis momentos disfrutables
Abrázame como antes (Competencia Internacional de largometrajes)
Delicada pero sin riesgos
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El largometraje de Jurgen Ureña narra desde un lugar humano la vida de Verónica, una travesti costarricense que ampara a un joven lastimado mientras intenta superar dolores del pasado. Se trata de un film que pone en escena la solidaridad entre minorías marginadas, su ambiente, su jerga y sus vicisitudes pero que ciertamente no suma demasiada originalidad a las representaciones que ya se realizaron sobre el tema. Una producción que se resiente al tropezar con personajes y situaciones estereotipadas (por enésima vez contemplamos la escena de una travesti agrediendo a otra en la calle), que no llegan a transmitir emociones del todo genuinas y que a la vez desaprovecha la ocasión de mostrar la idiosincrasia, la arquitectura o la cultura de un país raramente explorado cinematográficamente como Costa Rica. Entre los aciertos de la película se encuentra sin dudas esta filantropía notable de Verónica que el director pone en escena con respeto, humanidad y sensibilidad. Con menos compostura (los besos, los momentos de sexo no se concretan, apenas se sugieren tímida, casi histéricamente) y menos clisés, el resultado hubiese sido más favorable. Tangerine, de Sean Baker, parece un ideal lejano.
La película infinita (Competencia Internacional de largometrajes)
Restituciones y nuevos sentidos
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Está en marcha la tercera edición del EPA Cine, el Festival Internacional de Cine Independiente de El Palomar, un evento que acerca a los vecinos de la Zona Oeste y aledañas de la provincia de Buenos Aires películas de autor que trascienden el mero contenido de espectáculo y entretenimiento que suele predominar en los grandes complejos de la zona.
Tras su función de apertura el miércoles con Piazza Vittorio (2017) de Abel Ferrara, se presentó ayer el primer film de la Competencia Internacional de largometrajes, La película infinita (2018) de Leandro Listorti. Recorriendo ese género fascinante que es el found footage (metraje encontrado), el director construye una película a partir de escenas de producciones argentinas que nunca llegaron a estrenarse, casi como un acto ético que le restituye su dignidad a estos fragmentos ocultos que nunca emergieron. Pero más allá de este valor histórico y documental que incluye planos desconocidos de películas de Agresti, Llinás o Martel, lo más bello de la obra se erige en el mundo particular que se desprende de esta conexión de segmentos tan hermosos como disímiles que, dispuestos en un orden personal, crea un sentido -o una multiplicidad de sentidos- que trasciende la mera concatenación de imágenes.
Así, primeros planos de rostros reconocibles del cine nacional, doblajes incompletos alternados con diálogos inaudibles, paisajes naturales de nuestra geografía y hasta un comercial de propaganda de la dictadura del '76 confluyen para crear un universo tan abierto como intenso que logra momentos de clímax de una preciosura y singularidad inéditas. Una idea loable acompañada de una realización igual de excelsa. Una película que homenajea y a la vez actualiza y da nuevos significados (justamente, infinitos) a un cine escondido pero igual de valioso.
Programación y más información del festival: http://www.epacine.com.ar/epa/
Por Gabriel Yurdurukian. 
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