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[4] EPA CINE (21 al 26 de Mayo 2019)
Domingo; Aquel verano sin hogar; Lluvia en el patio trasero de una casa de barrio; Para probar que realmente existimos; Historia de una casa; Tres valijas (Competencia nacional de cortometrajes)
Diversos y disfrutables
El segundo programa de la competencia de cortos exhibió seis piezas que entusiasmaron tanto por su calidad formal como por las ideas que transitan.
En Domingo, Jazmín Ferreiro presenta una reconstrucción catártica y nostálgica sobre un suceso especial de su existencia, creando un cuento infantil onírico, amable, muy bien ambientado y actuado, incluyendo además una animación que enriquece el relato. En contraste, Aquel verano sin hogar (Santiago Reale) plasma un universo más oscuro y fantasmagórico en los recuerdos de infancia del narrador, colmados de leyendas autóctonas en una historia que se torna, acaso, un tanto hermética. Lluvia en el patio trasero de una casa de barrio (Joel Cortina Suárez) quizás es, de las seis, la producción más sensorial, sensitiva. El registro directo de la lluvia copiosa que cae sobre un patio, plantas y plásticos mojados y un perro que se asoma construyen un registro contemplativo efímero, potenciado por un muy buen trabajo de sonido. Más actual y ensayística resulta Para probar que realmente existimos (Inés Villanueva): el viaje a China de su directora y una indagación sobre la proliferación de las selfies y las fotos como modo de compartir las experiencias. Algo así como un intento de tesis simpático que sin embargo no esclarece si aprueba o rechaza el fenómeno que describe.
Ignacio Masllorens ya había deleitado en Trainspotter con un documental sobre el compositor checo Antonín Dvořák y su fascinación por los trenes. En Historia de una casa, el realizador vuelve a mostrar la misma sobriedad, elegancia y erudición para narrar la relación de una mujer con una vivienda que resultaría legendaria. El arte, nuevamente, como motor de una aventura casi académica que ilustra sobre un tramo importante de nuestro patrimonio cultural y arquitectónico. Por último, Tres valijas (Lara Franzetti, ya proyectada en el BAFICI 2108) es una comedia clásica, entretenida, concisa y cosmopolita, basada en una anécdota del padre de la propia realizadora, sobre equipajes que se entremezclan en un aeropuerto. Un cierre placentero para una muestra muy disfrutable.
Yo tenía 19 (Retrospectiva Konrad Wolf)
Crecer en la guerra
Drama histórico y autobiográfico, este film colosal de Wolf cuenta la historia de Gregor, un joven que volvió a su Alemania natal como subteniente del Ejército Rojo ruso, varios años después de haber abandonado de niño su país de origen a causa del nazismo. La segunda guerra mundial está terminando, Hitler fue vencido, pero todavía perviven los enfrentamientos, las lealtades y el clima de guerra.
Ciertamente, son numerosos los atributos que vuelven al film entrañable. De una calidez inusitada para el conflicto que retrata, el realizador erige un tratado anti-beligerante, pacifista, con un protagonista que funciona como su alter-ego, transmitiendo una pureza e ingenuidad que conmueven sobremanera. Un hacerse grande en el medio de un acontecimiento histórico que Wolf acompaña con planos y encuadres bellísimos de carreteras, ríos, bosques y fortalezas. Hay pugnas y batallas en Yo tenía 19, pero lo que emerge especialmente es su enunciación conciliadora, atenta a la comunión y al diálogo entre ambos bandos. Las secuencias de Gregor con el megáfono convenciendo amablemente a los alemanes para que se entreguen, verlo cantando en soledad en la caja de un camión de guerra o sufrir desesperado las traiciones de los nazis, delinean este pasaje casi forzado de joven a adulto y se encuentran entre los tramos más bellos del largometraje. Dos niños alemanes y su pequeño gato surgen, también, como un contrapunto de ternura en medio del terror más duro.
Con un ritmo narrativo sosegado pero decidido, la obra sorprende además por su gran producción, ambientación, vestuario (la película es del '67) y rigor histórico. Escenas festivas de grandes banquetes con 3000 pelmenis y varios licores o momentos dramáticos como la sumisión de los soldados SS bajo la lluvia, forman parte de esta experiencia a la vez íntima e inmensa que construye Wolf. Una guerra monstruosa que va concluyendo; un joven y una población que deben reconstruirse desde el trauma y la desolación. Una película que es, también, un trabajo de paz.
Playing men (Competencia Internacional de largometrajes)
De la bravura a la sensibilidad masculina
El documental croata/esloveno de Matjaž Ivanišin registra diferentes juegos masculinos tradicionales que tienen lugar en algunos rincones de Turquía, Italia y Croacia; situaciones lúdicas que van desde luchas cuerpo a cuerpo, lanzamientos de quesos por callejones o pleitos desaforados donde se grita el número que elegirá el rival con sus manos. Pero lo que inicia como un desfile de confrontaciones varoniles en las que priman la bravura y la cofradía se transformará en un manifiesto a favor de la sensibilidad del género masculino. En este cambio de tonalidad tiene un lugar preponderante el recuerdo del título de Goran Ivanisevic en Wimbledon y su posterior festejo en Split. Un campeón "que debe permitirse llorar", que es recibido masivamente por sus compatriotas y que entra en la historia del deporte después de sobreponerse a los nervios que le hicieron desperdiciar varios match points con dobles faltas durante la final.
Dentro de esta modificación de intensidades -el propio director se filma en lo que menciona como una crisis creativa durante el rodaje-, la invitación a pensar sobre la forma de relacionarse entre machos y los mandatos que recayeron históricamente sobre los varones es una lectura más que plausible de la obra (en este sentido, la escultura de un pene gigante ridiculizada resulta elocuente). Un universo masculino que va transmutando, del talante impetuoso de las contiendas presentadas en un inicio al relato sensible sobre Ivanisevic y la inclusión de la canción melancólica "My rifle, my pony and me" hacia el desenlace. Transformación que, por qué no, puede interpretarse en consonancia con la crisis actual de la estructura patriarcal.
Female Human Animal (Competencia Internacional de largometrajes)
Una obra maestra gótica y lúgubre
El británico Josh Appignanesi creó en Female Human Animal (2018) una película notable. La realidad y la ficción se entremezclan en la historia de una escritora y curadora de arte que se ve atravesada (¿hechizada?) por la obra de la pintora surrealista que está difundiendo para establecer un film tan oscuro y perturbador como exquisito y original. Todo en este largometraje funciona muy bien. Al contexto verídico de una retrospectiva sobre la artista Leonora Carrington que la novelista Chloe Aridjis debe presentar, Appignanesi suma elementos y situaciones inquietantes que lo convierten en un thriller casi alucinatorio con el mundo del arte como protagonista. Así, diversos segmentos de cuadros que interpelan a la heroína, pasillos vacíos de museos y hasta los plásticos que cubren los bastidores serán portadores del terror mental que impregna cada una de las acciones.
Pero esta película no sería tan grandiosa sin su aspecto formal: presentada con el estilo de un VHS con problemas de tracking y saturación, este semblante ochentoso, acompañado por música enrarecida, edificios altos y primeros planos híper expresivos (el trabajo de Chloe es descomunal) crean una atmósfera gótica, romántica y lúgubre y definen una estética casi tan surrealista como las creaciones de la artista que referencia. Una puesta en abismo sofisticada, en un film hasta feminista que edifica un universo siniestro y singular que recuerda lo mejor de Jacques Tourneur o David Lynch. Un clima tétrico en cada deambular de Chloe que, sin embargo, acompañará la evolución interior luminosa de una protagonista que concluye exitosamente su trabajo derrotando a los miedos y los hombres que la acechaban.
Chinese Portrait (Competencia Internacional de largometrajes)
Postales vivas de una época
El título y la sinopsis del film de Wang Xiaoshuai estrenado en 2018 pueden confundir: efectivamente se trata de un documental que recorre distintos escenarios de China, pero que, lejos de una intención exhaustiva o abarcadora, se enfoca principalmente en las clases trabajadoras y populares del país asiático. El método del realizador es extremadamente singular: escenas breves, la mayoría de un solo plano fijo, a lo sumo dos, de diferentes contextos y espacios de Beijing, Shanghái y Nanjing con algún personaje que mira fijo a la cámara mientras el resto de los retratados actúa con naturalidad. Una composición particular en tanto la presencia de estos sujetos integrados pero a la vez escindidos de la acción, quiebran lo que sería sino un registro cabalmente crudo, casi puro, de las múltiples situaciones filmadas.
Sin un hilo conductor manifiesto, circularán a lo largo del metraje trabajadores de zonas rurales, oficinistas, pasajeros de trenes, distintos edificios públicos, templos, talleres, puertos y más rincones de las ciudades. Una puesta en escena colmada de cemento, llanuras y smog, que devela la superpoblación y la contaminación en China y también la realidad cotidiana de varios de sus habitantes.
Pero Chinese Portrait no es, tampoco, una obra de intenciones turísticas o publicitarias. Casi no hay registro de la faceta más globalizada de ese país como pueden ser la gastronomía, las festividades o las construcciones arquitectónicas más monumentales. En efecto, casi no hay vida nocturna, colores llamativos o cielos despejados en el film, prevaleciendo sobremanera las tomas grises y planas de actividades cotidianas. Un naturalismo total, donde los únicos sonidos o música provienen de las acciones que realizan los protagonistas. Sin estos sujetos prácticamente congelados que miran a cámara y sin los separadores entre glitcheados y grafitteados que dividen las escenas, no habría marca autoral en toda la producción. Y es, justamente, en esta idea de contrastar fijeza y movimiento donde reside la maestría de Xiaoshuai no sólo para darle una forma original a su documental sino también para simbolizar, como una alegoría, la experiencia de un país que se está transformando política y económicamente. En este sentido, no debe ser casual, tampoco, la filmación de una demolición, en uno de los pasajes más enérgicos de la obra. Un mosaico oriental, entonces, en el que se descubre un sentido mucho más profundo que la mera contemplación desnuda.
Terra Franca (Competencia Internacional de largometrajes)
Poema familiar luminoso y existencialista
La primera película de la competencia internacional de largometrajes del festival es un documental bellísimo que bien podría ser una ficción igual de encantadora. En Terra Franca (Leonor Teles, 2018) la directora vuelve a su ciudad natal para retratar la cotidianeidad de la familia Lobo en la localidad costera de Vila Franca, Portugal. Lo que en apariencia comienza como un retrato intimista de Albertino, pescador y padre de familia en este pueblo pintoresco, deriva hacia la contemplación periódica de su grupo familiar en general, incluyendo su esposa, sus hijas, su yerno y su nieta.
La soledad de Albertino sobre el agua, las charlas de mercado de su mujer Dália con sus clientas, discusiones familiares de sobremesa, conflictos políticos, comida local, fiestas, barcos, mascotas y la planificación de una boda, son situaciones y protagonistas triviales que se deslizan con suavidad sobre un paisaje natural que va cambiando al ritmo de las estaciones. La naturaleza y el hombre en estado puro, acompañados por baladas norteamericanas que crean una atmósfera entre melancólica y cálida, replicando el semblante que tiene la película.
Toda esta contemplación serena llega a su punto más conmovedor en el registro de la boda de una de las hijas: secuencias luminosas de bailes, fotos y banquetes terminan de consolidar esta oda familiar que evoca algunas obras de autores como Kim Ki-duk o Claire Denis, especialistas en presentar emociones genuinas, sin acentuar ni manipular la reacción del espectador. Doble mérito de Teles, tratándose de personajes reales que, gracias a su dirección y al montaje, terminan siendo protagonistas de un cuento apacible que encuentra poesía en la realidad más terrenal. "Lo más importante es el respeto, sin respeto la comunidad está perdida" esboza Albertino. Existencialista, humanista, cercana, Terra Franca resulta respetuosa con sus retratados y con los espectadores, a quienes les ofrece una experiencia única donde se disfrutan los bordes, los pliegues, entre el documental y la ficción.
Por Gabriel Yurdurukian.
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[2] EPA CINE (24 al 28 de Mayo de 2017)
Viaje a la luna con musicalización en vivo (Ceremonia de clausura)
Otra joya histórica que deslumbró en el festival
Después de la proyección entrañable de Nanuk, el esquimal, la ceremonia de clausura del evento abrió con otro film legendario del cine, Viaje a la luna (1902), de George Méliès. Si Flaherty es reconocido por los historiadores como el primer documentalista oficial del séptimo arte, Méliès es, a su vez, el fundador del cine de ficción y los efectos especiales. En esta copia restaurada y coloreada puede apreciarse la maestría del innovador francés para la realización de trucos y escenografías, dirección de actores y estructuración de un relato ficticio, todos aspectos que no habían sido explorados hasta ese momento.
El sonido en directo y el coloreado artesanal de la pieza presentada dotaron aún de mayor expresividad a esta obra cumbre y emblemática del mundo cinematográfico.
Nanuk, el esquimal + Música en vivo (Actividades especiales)
El encanto insustituible del cine
Fue una noche conmovedora en el Cine-Teatro Helios de Ciudad Jardín. Por un lado, y pese al frío, cientos de personas confluyeron en una proyección de una película de 1922, demostrando que, en tiempos de torrents, Netflix o donde únicamente parecen tener éxito los grandes estrenos comerciales, todavía hay deseos de acercarse a una sala para disfrutar un clásico del cine mudo de hace casi un siglo. Por otra parte, el film exhibido, Nanuk, el esquimal, representa una obra maestra del séptimo arte, reconocido por muchos críticos como el primer largometraje documental en la historia del cine. Por si esto no alcanzara, la función estuvo acompañada por música en vivo con flautas, piano e instrumentos de percusión. Una celebración audiovisual que confirma la experiencia trascendental de contemplar las películas en pantalla grande y el encanto imperecedero de las obras clásicas.
Robert Flaherty estuvo dedicado más de una década a investigar sobre la vida de los esquimales del norte de Canadá. Atravesando diversas vicisitudes, logró estrenar Nanuk... después de un año de convivencia con una tribu del lugar, recopilando material valioso para su ópera prima. Tanto tiempo de trabajo se ve plasmado en un film glorioso, que no solamente da un testimonio antropológico de la supervivencia de estos individuos en un clima adverso sino que suma gracia, ternura y belleza a su narración. De esta forma, veremos a Nanuk, mujer e hijos, cazar animales, construir iglúes o dormir juntos dentro de un paisaje natural de un blanco imponente, flora y fauna autóctonas y situaciones cómicas que el protagonista potencia con su rostro expresivo en medio de la nieve.
Un registro exhaustivo y detallista (las escenas de construcción del iglú y de la caza de morsas son tan impactantes como extraordinarias) que se ve jerarquizado por el modo en que Flaherty ordena la historia, definiendo personajes y conflictos que vuelven la experiencia más dinámica tornando este documental excelso, por momentos, casi en una ficción. La música en vivo de la proyección reforzó con energía y sensibilidad las andanzas de estos esquimales que, perdidos en un extremo del planeta, entraron en la historia del arte y continúan emocionando a público de todo el mundo.
All the cities of the north (Competencia Internacional de largometrajes)
El reino de los iguales
Los personajes de All the cities of the north (Dane Komljen, 2016) nunca hablan entre ellos. Se abrazan, caminan, duermen, comen y pasan largas horas juntos pero no conversan. Todo lo que se dice de manera manifiesta en este film es por medio de voces en off o palabras escritas en hojas de papel. Enunciados que potencian un discurso subyacente sobre el amor, la lealtad, el orden social y la política retratando a un grupo de individuos que vive en un complejo abandonado de la ex Yugoslavia.
Sin esclarecer si se trata de un documental o una ficción, el director bosnio presenta aquí una obra apaciguada, de una sensibilidad poderosa, colmada de escenas de gran belleza pictórica, sonidos melancólicos y una cámara íntima que por momentos da la impresión de acariciar los cuerpos de sus personajes. Pocas certezas argumentativas en una invitación a que el espectador realice sus propias elaboraciones de la trama a partir de estas imágenes preciosas escoltadas por exiguas palabras alegóricas.
A este espacio desolado que habitan los protagonistas se suma además cierta incertidumbre sobre la situación de estos hombres que se alojan allí. ¿Son vagabundos? ¿Eligen estar ahí? ¿Están solos en el mundo? Una película que delibera sobre las diferencias de clases y la desigualdad entre gobernantes y gobernados, tomando siempre posición por los más débiles. Un largometraje, también, que a su clima de desamparo y orfandad le opone un tono esperanzador y refulgente al exhibir la humanidad de estos cuerpos que se acompañan, abrigan y comparten con serenidad sus días.
Cae la noche en Bucarest (Foco retrospectiva Corneliu Porumboiu)
Romance y distancia en la cotidianidad de un rodaje
Con el estreno de Graduación (Cristian Mungiu) hace un par de semanas, escribía en este espacio sobre el agraciado naturalismo que recubre al actual cine rumano. Y Cae la noche en Bucarest (Corneliu Porumboiu, 2013) se suma a esta serie de obras realistas, sobrias, sin hipérboles actorales ni argumentativas pero con una sensibilidad particular que las vuelve piezas únicas, singulares, verdaderas.
Con un puñado de encuadres fijos, planos medios y sin ningún tipo de música, Porumboiu construye un film tranquilo y reposado sobre un director cinematográfico que tiene un romance con una de las actrices secundarias de su película. Una puesta en abismo que mostrará a protagonistas que viven del cine, ensayan escenas, conversan en un auto y van a cenar a diversos restaurantes sin centralizar ningún conflicto específico. Esta cotidianidad presentada sin estridencias será acompañada por diálogos existencialistas, humor y un fuera de campo aludido con recurrencia en los sonidos de teléfonos que no se atienden. Estas tomas estáticas, la ausencia total de primeros planos y la frialdad de la paleta de colores refuerza a la vez esta idea de austeridad, de no potenciar artificialmente las vicisitudes de los personajes que vemos en escena.
"La sofisticación está en no fijarse primero en las formas, sino en el contenido", le dice Paul, el director, a su actriz/amante Alina mientras comparten comida china. La afirmación destinada a la gastronomía (los chinos serían más elevados porque primero se concentran en la comida y después en los instrumentos para comerla) parece ser también una metáfora del estilo de Porumboiu y sus contemporáneos rumanos. Un arte que jerarquiza las historias y las tramas por sobre cualquier mecanismo formal que pueda contaminarlas.
Nadando en Mar del Plata; Una idea de la vida cotidiana; Trainspotter; Un bosque; La noche de San Juan y El infierno de Beatriz (Competencia nacional de cortometrajes 1)
Ciudades, bosques, diálogos y monólogos interiores
Con seis obras heterogéneas que transitan el documental y la ficción, la primera selección de cortos de la competencia nacional del festival resultó una experiencia reveladora especialmente por producciones como Trainspotter, La noche de San Juan y El infierno de Beatriz.
Es la segunda vez que veo Trainspotter de Ignacio Masllorens tras su proyección en el reciente BAFICI y este documental acerca del compositor Antonín Dvořák y su fanatismo por los trenes cada vez me gusta más. La secuencia del recorrido del tren hasta Praga, los diferentes paisajes de la ciudad y la irrupción en el desenlace de la música del agasajado componen un cuento tan hermoso como sobrio. Otro documental sencillo y expresivo es Nadando en Mar del Plata (Flavia de la Fuente): sonidos de brazadas, agua, horizontes, edificios costeros y una ducha después de nadar construyen esta narración lúdica y personal sobre una de las pasiones manifiestas de la directora.
Continuando con los retratos de ciudades, resulta cautivante La noche de San Juan (Francisco Bouzas), testimonio de una festividad popular en Ciudad Oculta donde vemos el despliegue de distintos rituales de una celebración local que incluye religión, disfraces y fuego. La cámara en picado, casi cenital, de Bouzas presenta con naturalidad y dinamismo a sus homenajeados, acompañándolos en sus movimientos entrando y saliendo permanentemente de la pantalla. La música de Bach de fondo tiñe de un halo de santidad a los integrantes de una comunidad segregada, como transmitiendo un clima de piedad y comprensión por sus protagonistas.
Pasando a la ficción, la oscura Un bosque (Adriano Curci) reconstruye un trauma misterioso con la canción homónima de The Cure como leitmotiv mientas que Una idea de la vida cotidiana (Verónica Balduzzi) tiene en sus diálogos originales y absurdos sus atributos principales.
Por último, El infierno de Beatriz (Marcos Migliavacca) entremezcla realidad y fábula en las vicisitudes y ansiedades de una directora de teatro para poner en escena un pasaje de La Divina Comedia al aire libre. Teatro dentro del cine y una actuación de la dramaturga Beatriz Catani que se vuelve hilarante gracias a su verosimilitud, monólogos internos y reflexiones en torno a su profesión y más allá de su actividad.
By the time it gets dark (Competencia Internacional de largometrajes)
Fragmentos de historia y cine
La directora tailandesa Anocha Suwichakornpong manifestó que su segundo largometraje By the time it gets dark (2016) es su carta de amor al cine. En efecto, esta obra puede pensarse parcialmente como una reflexión singular sobre el arte cinematográfico tanto en su tema como en su representación, conformando una creación única, inclasificable, que seduce con ciertos tramos de climas íntimos muy bien logrados y pasajes visualmente placenteros que impactan en especial por su originalidad.
La filmación de un documental sobre el asesinato de cientos de estudiantes en una Universidad de Bangkok durante el golpe de Estado en 1976 funciona como punto de partida para este recorrido vagabundo que irá atravesando diversos surcos. El comienzo del film es quizás su aspecto más lineal desde lo narrativo presentando la relación de la directora del documental con una de las sobrevivientes de aquella dictadura, un vínculo retratado con respeto, sencillez y admiración en los flashbacks que recrean la juventud de la militante. Una casa en un bosque, árboles, confesiones, comida autóctona, canciones y luces de distinta intensidad cubrirán esta parte inicial de la película que es ya una gran puesta en abismo en tanto la propia Suwichakornpong filma a una realizadora de cine que entrevista con su cámara a una protagonista que dará vida a un largometraje.
Cine dentro del cine en un contenido que, súbitamente, transmutará hacia un relato menos comprensible, más metafórico y que roza lo experimental. Suwichakornpong, con destreza y evocando la modalidad de su colega Hong Sang-soo de repetir las mismas escenas con algunas diferencias, conducirá al espectador del bosque a la ciudad, exhibirá jóvenes y muertes actuales y dejará para el público la tarea de conectar los hechos ocurridos cuarenta años atrás con lo que muestra en el presente. Aquí, y desde la puesta en escena, su miramiento al cine se verá plasmado en el seguimiento de un joven actor de películas, la presencia de un mini-film antiguo en blanco y negro, planos en Súper 8, glitches visuales multicolores y una variedad de estilos que logran un contraste poderoso y magnético.
Destacando esta emancipación artística y poética, queda la impresión que con menos secuencias confusas y hasta crípticas, By the time it gets dark podría haber tenido un resultado todavía más satisfactorio. Con todo, estamos ante una obra atrayente, diversa, que cruza espacios y tiempos valiéndose de la consabida potencialidad del cine para evocar hechos del pasado desde la actualidad pero sumándole una mirada bella, cálida y por sobre todo libre, personal.
Por Gabriel Yurdurukian.
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Comienza EPA CINE, el festival de cine independiente del conurbano
Además de una programación singular que incluye películas independientes de distintos países, quizás el atractivo central del Festival Internacional de Cine Independiente de El Palomar (EPA CINE) resida en acercar este tipo de films a una localidad donde no abundan las ofertas de creaciones diversas, originales, por fuera de los estrenos masivos que se dirigen más a lo espectacular que a lo diferente.
Así, recibir en el conurbano un evento de estas características es en sí mismo un acontecimiento feliz. Más aún si en la grilla de su segunda edición encontramos una competencia internacional con obras de Argentina, Tailandia, Qatar, Países Bajos, Francia, Serbia, Bosnia y Herzegovina, Montenegro, Bolivia, Bélgica, Bulgaria, Portugal y Suiza, 3 secciones de competencia de cortometrajes nacionales (los bellos Nadando en Mar del Plata y Trainspotter entre muchos otros), una sección Panorama con las destacadas El Dorado XXI, Il Solengo y A man returned, un foco de cine experimental con numerosas creaciones vanguardistas y una retrospectiva del premiado realizador rumano Corneliu Porumboiu.
Párrafo aparte para resaltar la proyección de Nanuk, el esquimal (Robert Flaherty, 1922) con música en vivo, película considerada por muchos estudiosos del cine como el primer documental de la historia y la copia restaurada de El habilitado (1971) de Jorge Cedrón, uno de los precursores del cine independiente nacional.
La sede central del Festival será el Cine-Teatro Helios ubicado en la igual de atrayente Ciudad Jardín y también habrá funciones en la sede Caseros II de la Universidad de 3 de Febrero. Las entradas generales cuestan $30, con descuento para estudiantes, jubilados y docentes.
En este link encuentran el catálogo completo del evento que inicia hoy y concluye el Domingo 28: http://www.epacine.com.ar/epa/catalogo/
Por Gabriel Yurdurukian.
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[3] EPA CINE (23 al 27 de Mayo 2018)
Mercado; Mañana los restos; Cuento; La fiebre que espera despertar; En la sorprendente era de la comunicación; Miedo (Competencia nacional de cortometrajes 2)
De la ternura a la comedia, pasando por el naturalismo, el western, el delirio y la confusión
Con más ficciones que en el primer programa, la segunda muestra de la Competencia nacional de cortometrajes incluyó a la ganadora del festival y a otra producción que tuvo una mención especial.
Miedo (2017), de Juan Pablo Menchón, se quedó con el premio del jurado con la historia de Lucas, un niño que cree que se convertirá en lobo luego de sufrir un ataque en un brazo. Su andar apesadumbrado, la compañía fiel de su perro, sus juguetes y el bello paisaje natural son elementos que crean un clima sincero y verosímil dentro de una narración dinámica, colmada de planos y monólogos interiores preciosos que edifican una atmósfera especial entre el temor, la ternura y la valentía.
Otra historia en un pueblo es la de En la sorprendente era de la comunicación (Augusto González Polo, 2017) donde cuerpos fragmentados, diálogos burlescos y un registro entre el documental y la ficción ironizan con gracia y cierta profundidad sobre las conexiones de banda ancha y la tecnología del lugar. También con comicidad y fraccionamiento Cuento (Máximo Ciambella) pone en escena a diversos habitantes de una localidad de Buenos Aires, centrándose en un personaje entre místico y querible. Más clásicas desde lo narrativo resultan Mañana los restos (Juan Hendel, 2017), relato muy bien interpretado que se resignifica hacia el desenlace y La fiebre que espera despertar (Juan Bobbio, 2017),un western en las sierras cordobesas filmado con destreza si bien la trama no queda del todo clara.
Por último, Mercado (Luciano Giardino, 2017, mención especial de los jurados) es un pequeño retrato del proceso de comercialización de frutas y verduras desde su recolección hasta su venta. Los colores de los vegetales, las luces de la mañana en el campo, la gente que compra en el mercado y el registro cabalmente naturalista lo sitúan como una experiencia tan simple como exigua.
No intenso agora (Panorama Internacional de largometrajes)
Reflexiones íntimas sobre el tiempo, la política y la vida
Tres momentos históricos en los que los jóvenes fueron protagonistas son el disparador para este documental tan valioso como personal de João Moreira Salles. La revolución cultural maoísta, el mayo francés del '68 y la primavera de Praga son examinados por el director a partir de un conjunto de imágenes que incluyen tanto cintas familiares como un archivo histórico magnánimo. La voz en off de Salles recorre toda la película con un método que consiste en detenerse exhaustivamente en cada fotograma para esbozar ideas, pensamientos o emociones no solamente de las mencionadas revoluciones, sino también sobre el paso del tiempo, la vida de su madre y las consecuencias anímicas y mentales que trajeron los levantamientos. Este último enfoque establece en la obra una sensibilidad profunda que se desprende de la pregunta del autor sobre el después de la revolución: en el intenso ahora, en plenas protestas y marchas, la efervescencia de los jóvenes emana vitalidad y valentía. Pero cuando la realidad niega los ideales por los que luchan, la desolación puede ser insoportable. Lo social y lo individual nunca están aislados, así como tampoco lo están pasado y presente. Este film notable lo devela con una delicadeza y singularidad asombrosas.
Milla (Competencia Internacional de largometrajes)
El amor y el desamparo retratados con belleza y sensibilidad
No hay un plano antiestético, deslucido o descuidado en Milla (Valérie Massadian, 2017). Todo en esta gran película fluye con belleza y luminosidad, incluso las escenas de dolor y desconsuelo más desgarradoras. Milla y Leo son dos jóvenes solitarios que se instalan en una casa abandonada en Francia y a partir de allí intentan subsistir inmersos entre libros, sándwiches, música y búsquedas de trabajo. La primera mitad del film es de una hermosura avasallante: la relación entre ambos transmite un vínculo tan natural como afectuoso en situaciones mínimas como cantar enérgicamente una canción o jugar a pintarse con esmaltes, siempre con el océano y el bosque de fondo. No se trata aquí de una estilización empalagosa, sino de secuencias que emanan una complacencia casi metafísica y logran retratar, sin forzamientos, la situación de estos adolescentes desamparados que nunca pierden su dignidad.
Tras el golpe argumental que inaugura el segundo tramo del largometraje este placer naturalista tomará un tono más dramático, pero siempre con una enunciación que defiende la vitalidad, la posibilidad de continuar existiendo a pesar de los infortunios más dolorosos. Milla, que odiaba lavar su ropa, termina trabajando de limpieza en un hotel, limpiando y ordenando la indumentaria de otros. Esta situación es una metáfora de la transformación interna que tendrá que experimentar a lo largo del film: el de adolescente a mujer, sin perder la capacidad de sonreír.
Ariel; Pokhot; Miguel Ángel; Cleantime; Próxima; Capococha (Competencia nacional de cortometrajes 1)
Humor, naturalismo y documentales personales
Tan heterogénea como placentera resultó la primera muestra de la Competencia de cortos nacionales en el festival. El programa comenzó con Ariel, de Guido Fisz, un relato cómico entre tierno y absurdo de una joven que comparte departamento con una anciana. Los diálogos, las situaciones, el ritmo y las actrices funcionan a la perfección y denotan a un autor con ideas y talento. También en el género ficción, Cleantime (Sabrina Korn) y Capococha (Tomás Pernich) se destacan con historias originales bien narradas e interpretadas. La primera, representando con naturalismo extremo la cotidianeidad de una mujer que trabaja en limpieza en un gimnasio, la segunda, contando en tono de comedia las vicisitudes de un inmigrante muy particular recién llegado de Perú e inmerso en un ambiente hostil.
En cuanto a los documentales de la selección, Miguel Ángel (Málaga Spirito) se vislumbra como el más clásico, retratando con respeto y elegancia el mundo de un protagonista acumulador que vive rodeado de objetos encontrados. Pokhot (Tomás Faiman, Juan José Pereira), por su parte, es un registro personal sobre un venezolano y un ucraniano residentes en Buenos Aires: la noche, lo marginal, la soledad se harán palpables con una forma experimental que, si bien por momentos impenetrable, consigue buenos climas. Por último, Próxima (Igor Dimitri) comparte esta formalidad vanguardista en las filmaciones de un viaje por Bolivia y Perú exhibiendo imágenes bellas -algunas en cámara lenta- de tradiciones y paisajes locales.
Seis obras diversas, seis momentos disfrutables
Abrázame como antes (Competencia Internacional de largometrajes)
Delicada pero sin riesgos
El largometraje de Jurgen Ureña narra desde un lugar humano la vida de Verónica, una travesti costarricense que ampara a un joven lastimado mientras intenta superar dolores del pasado. Se trata de un film que pone en escena la solidaridad entre minorías marginadas, su ambiente, su jerga y sus vicisitudes pero que ciertamente no suma demasiada originalidad a las representaciones que ya se realizaron sobre el tema. Una producción que se resiente al tropezar con personajes y situaciones estereotipadas (por enésima vez contemplamos la escena de una travesti agrediendo a otra en la calle), que no llegan a transmitir emociones del todo genuinas y que a la vez desaprovecha la ocasión de mostrar la idiosincrasia, la arquitectura o la cultura de un país raramente explorado cinematográficamente como Costa Rica. Entre los aciertos de la película se encuentra sin dudas esta filantropía notable de Verónica que el director pone en escena con respeto, humanidad y sensibilidad. Con menos compostura (los besos, los momentos de sexo no se concretan, apenas se sugieren tímida, casi histéricamente) y menos clisés, el resultado hubiese sido más favorable. Tangerine, de Sean Baker, parece un ideal lejano.
La película infinita (Competencia Internacional de largometrajes)
Restituciones y nuevos sentidos
Está en marcha la tercera edición del EPA Cine, el Festival Internacional de Cine Independiente de El Palomar, un evento que acerca a los vecinos de la Zona Oeste y aledañas de la provincia de Buenos Aires películas de autor que trascienden el mero contenido de espectáculo y entretenimiento que suele predominar en los grandes complejos de la zona.
Tras su función de apertura el miércoles con Piazza Vittorio (2017) de Abel Ferrara, se presentó ayer el primer film de la Competencia Internacional de largometrajes, La película infinita (2018) de Leandro Listorti. Recorriendo ese género fascinante que es el found footage (metraje encontrado), el director construye una película a partir de escenas de producciones argentinas que nunca llegaron a estrenarse, casi como un acto ético que le restituye su dignidad a estos fragmentos ocultos que nunca emergieron. Pero más allá de este valor histórico y documental que incluye planos desconocidos de películas de Agresti, Llinás o Martel, lo más bello de la obra se erige en el mundo particular que se desprende de esta conexión de segmentos tan hermosos como disímiles que, dispuestos en un orden personal, crea un sentido -o una multiplicidad de sentidos- que trasciende la mera concatenación de imágenes.
Así, primeros planos de rostros reconocibles del cine nacional, doblajes incompletos alternados con diálogos inaudibles, paisajes naturales de nuestra geografía y hasta un comercial de propaganda de la dictadura del '76 confluyen para crear un universo tan abierto como intenso que logra momentos de clímax de una preciosura y singularidad inéditas. Una idea loable acompañada de una realización igual de excelsa. Una película que homenajea y a la vez actualiza y da nuevos significados (justamente, infinitos) a un cine escondido pero igual de valioso.
Programación y más información del festival: http://www.epacine.com.ar/epa/
Por Gabriel Yurdurukian.
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