#DRRB in spanish
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bakoswritten · 7 years ago
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                   ● Title: The King and his Angel                     ● Language: Spanish.                    ● Series:  DRRB by Miwashiba (▲●■×).                      ● Pairing: Tsuchiya Akira x Koga Mitsunari.                    ● Tags: Fluff? Angst? Angstly fluff? Alternative end.  
                   ● Word count: 3,216. 
Escondido en lo más profundo de la tierra, entre engranajes ya inservibles, restos de sangre seca y el continuo chillar de roedores, se encontraba la figura de un ángel de largas alas metálicas. Tenía los ojos blancos, dignos de quien llega años sin ver el sol, la piel marchita y cabellos tan largos que cubrían gran parte de su cuerpo, y rostro. Se desconocía el por qué le tenían encadenado o cómo mantenía sus alas relucientes aún encontrándose a centímetros del infierno. Ni siquiera existía un nombre por el que pudiesen llamarle, al menos, no uno que estuviese permitido por... Él.  
Él era su propietario: el único que podía visitarle, el único que podía amarle. Aquel con el derecho de acariciar esas finas facciones, sacándole una sonrisa, aún cuando se encontraba en la miseria misma. Él, el mismo él que prometió amarle hasta el último aliento, aquel que no gustaba de escuchar la descripción de su más preciada pertenencia en labios impuros: ¿cómo podía alguien desear la pureza de tan bella e inocente criatura, de su tan amado ángel custodio? ¿Por qué ansiaban pasar sus asquerosas lenguas por esa piel nívea, acaso, tanto deseaban probar algo parecido al paraíso? ¡Ja! Pobre inútiles, deseando más de lo que podían tener, ¡como si lo merecieran!   
Él era una fiera cuando de su ángel se trataba: había despedazado a todo aquel que pronunciase una palabra al respecto, manteniendo sus cabezas sobre picas hasta que los gusanos eran visibles por las cuentas de los ojos, demostrando que nadie era digno de siquiera conocer de su existencia. 
Pero ahora, parado frente a tan divina criatura, ni él mismo se creía indigno de ser su propietario.
                       « ¿Por qué? —                        se habían preguntado ambos, hace un par de años atrás                        —. ¿Por qué tengo que abandonarte?»
No hubo respuesta: ni aquel entonces y mucho menos ahora. Pero, a esas alturas de la vida, ¿seguían necesitándola? Tenían al otro a su lado, como siempre desearon; entonces, ¿qué importaban las traiciones o las muertes a sus espaldas? El mundo que conocían, en el que podían vivir en la comodidad de la ignorancia, había terminado: la desesperación se había adueñado incluso de los rincones más luminoso del planeta, impregnando hasta la última fibra del mejor de los soldados, destruyendo todo lo que alguna vez quisieron, todo por lo que lucharon. Ni siquiera en las iglesias se podía encontrar un alma despojada de la locura, de hecho, por boca de sus hombres, sabía perfectamente que ese era el lugar predilecto de más desequilibrados. La esperanza... la esperanza no era más que un recuerdo de antaño, ¡una palabra sin valor alguno!
Ni siquiera ellos eran los mismos: Tsuchiya era la viva imagen de quien se auto-proclama el rey de algo que no representa. Estaba aburrido de quienes llamaba sus camaradas, preguntándose cuál sería la manera apropiada de acabar con cada uno de ellos. Su mirada, siempre rebosante del extremo cansancio, se había vuelto más dura y autoritaria. La resequedad en sus labios se transformó en suavidad, acompañada de pequeñas heridas que su ángel se encargada en tratar y cuidar, pacientemente. Su cuerpo, alguna vez débil e inútil, se vio en la obligación de ganar un poco de musculatura mientras su piel cambió el famélico níveo por un delicado tostado que no le lucía tan mal como esperaba, de hecho, hasta ocultaba las permanentes ojeras. Por otro lado, Koga...
Sin que el azulino hiciera ruido alguno, el ángel alzó la naricilla, esbozando una sonrisa al reconocer el aroma que tanto amaba.
— ¿A-Akira-san? — Preguntó casi al borde del llanto, queriendo estirar las manos hacia el susodicho, lloriqueando al ver que seguía preso de dicho par de alas —.Akira-san, volviste a casa, ¡e-eso me hace tan feliz!
Su voz era una burla de lo que alguna vez fue: mucho más delgada y rasposa, abandonando cualquier toque ronco por uno más... ¿femenino? Al menos, así parecía a los oídos de Tsuchiya. Aún así, le era tan hermosa como en antaño, pudiendo escucharla durante todo el día, sin problema alguno.
                                   Koga, oh, su amado Koga.
Acortó la distancia entre ambos, permitiendo que aquellas manos se aferraran a su cuerpo como si la vida dependiera de ello. El rostro ajeno no demoró en acurrucarse contra su pecho, esbozando una sonrisilla que le recordaba que, tal vez, la esperanza no estaba del todo perdida.
—Estás de nuevo en casa, estás de nuevo en casa. — Repetía sin cesar, buscando embriagarse con el aroma de las prendas, usándolas como morfina pura hacia el dolor en sus costados.
Fue entonces cuando los dedos del NEET buscaron la venda que cubría sus ojos, la misma que era imposible de ver entre los cabellos del menor, desatándola y destejando su rostro, perezosamente, para así dejar un beso en la frente de éste. Sonrió: también estaba feliz de verle.
— ¿A-Akira...?
—No hay día en el que no haya pensado en ti.
Si bien sus mejillas ya se colorearon ante el beso, empeoró al escucharle decir tal promesa. ¿Por qué le seguía siendo una novedad? Sabía que no era el hombre más expresivo del mundo, no obstante, cuidaba que el titiritero estuviese al tanto de la evolución de sus sentimientos, después de todo, Koga era la única persona que le mantenía sus pies en tierra.
Besó su nariz, juntando cada cabello en una alta coleta. Gustaba contemplarle sin impedimento alguno.
—He estado tomando todos los remedios que dejaste para mí— comentó, aparentemente, deseando desaparecer el rubor de su rostro —, aunque, puedes estar seguro que he revisado cada uno antes de echármelos a la boca. ¡Eran los correctos! Ha-han hecho que me sienta mucho mejor, gracias.
En sus ojos permanecía la inocencia de tiempos mejores, desteñida, pero latente apenas sus miradas contactaban. Le remontaba a los días en los que podían quedarse en cama: fingiendo que contemplaba en techo del cuarto cuando la verdad sólo luchaba por memorizar cada milímetro de la curvatura en su rostro, tímidamente, acariciando el dorso de su mano con la yema de los dedos. Intoxicándose con esa calma, esa misma calma que ahora le cegaba, obligándole a encerrarle en donde el mundo fuese incapaz de lastimarle, aunque... ¿acaso, él no le lastimaba?
Bajó la mirada hacia aquel torso desnudo, deteniéndose junto donde la piel de las costillas se fundía con el metal de las alas, aliviado al ver que sí, verídicamente, el pus había desaparecido dejando tejidos que luchaban por volver a sanar. Sus dedos igual de curiosos que siempre, tentaron con tocar la tan torpe unión (¿en un silencioso agradecimiento por curar, por permitirle mantener a su amado con vida por un par de días más?); pero un hilillo de voz le obligó a alzar la mirada:
—Por favor, no, aún duele.
Oh, lo sabía: dolería por el resto de su vida, a menos que lograse conseguir con la píldora milagrosa para que su cuerpo aceptase el regalo otorgado en su ejecución.
Cuatro años antes, los traicionó.
Bah, ¿no era eso de lo que estaba hecha la desesperación absoluta? Posibilidades de acariciar la esperanza con la yema de los dedos, creerse capaz de huir del mal con tan sólo apretar un botón e... inconscientemente, colgarte una soga al cuello. Podía morir, ¡por supuesto que sí!, permitir que sus vidas siguiesen en total normalidad. Borrar todo recuerdo de lo ocurrido durante el proyecto y las matanzas, dejando sólo los recuerdos felices, si... así podían llamarse.
Pero, ¿qué había de emocionante en eso? ¿Acaso, alguna de sus palabras alcanzó su corazón? «Somos amigos», ¿lo eran? «La esperanza siempre brillará por sobre la desesperación», entonces, ¿por qué no lo sentía así? Porque sentía el vacío del abandono, nuevamente, agrietando su pecho y queriendo envenenarle en... ¿tristeza?, ¿ira? No lo sabía, no lo sabía, ¡no lo sabía! Pero quemaba: dificultándole el respirar, empeorando el temblar de manos y piernas, ¡llenando su cabeza de las promesas vacías que estaba tan cansado de escuchar! 
       No eran amigos.        Nadie iba a salvarle de la desesperación.        Y morir... morir sólo sería hacerle caer en        el pozo mismo de la desesperación.
 Ya no quería reconocimientos, ni siquiera un poco de amabilidad por un asqueroso programa de computadora, sólo... ¿quería amor? El mismo que estaba obligado a renunciar cuando apenas lo había encontrado. ¿Por qué, por qué la vida era tan injusta con él? Por qué no podía, al menos, darle un último beso antes de despedirse de ese mundo; rodearle entre sus brazos y prometerle que, aunque ya no estuviese en cuerpo, siempre le cuidaría en alma. 
Porque... era el uno para el otro, ¿verdad...? 
Por primera vez en todo el juicio, se atrevió a dirigirle la mirada, sorprendiéndose al notar lágrimas descender por sus mejillas. Dios, no, no podía verle llorar: sentía que algo en su pecho se rompía cada que la amenaza aparecía siquiera, pero cuando lloraba simplemente... simplemente... 
Apartó la mirada, enfurecido consigo mismo. ¿En qué momento llegó a... «enamorarse»? Sonaba tan mal, tan profundo e... importante: algo totalmente prohibido en la posición que se encontraba, pero... aún así tan... ¿necesario? Si tan sólo pudiese decirle una vez más que lo amaba, ¿podía alejar el veneno de su corazón? Aceptar la derrota y abrazar la carga que significaba ser la mente maestra o...
Le observó por el rabillo del ojo, percibiendo cómo su corazón se encogía al ver su mano sobrevolar los comandos. 
                    ¿Koga estaba de acuerdo con asesinarle...? 
Oh, no.
El agujero en su pecho creció más de lo que pretendía, finalmente, cortando cualquier posibilidad de seguir respirando. ¿Qué le hizo pensar que alguien en ese mugroso infierno sería capaz de sentir algo por él? Amistades fingidas, amores fingidos: ¿es que no era jodidamente obvio? Y aunque desease consolarse con la premisa de que sólo lo hacía por protección propia, no dejaba de pensar en todas las palabras bonitas que gastaron en el otro.
¿Dónde quedaron esos «te amo»? O la posibilidad de un futuro juntos, donde nadie supiera sobre sus pasados y los juicios no estuviesen a la orden del día. ¿Dónde estaba la sonrisa de la que alguna vez se enamoró y juró proteger a como dé lugar? Estaba presente, sí, pero apestada por el sabor de la traición: traición en la que sería el único en salir victorioso. 
Así fue como, tras escuchar el veredicto, uno a uno fueron cayendo a sus pies: ejecutados a base de los talentos que tantas molestias le causaban, desapareciendo, siguiendo el destino de cualquiera que quisiera erradicar su potencial. Oh, pero a Koga le tenía un premio especial: algo más que el puesto privilegiado de esa masacre, ¡algo mucho más que corromper la inocencia de la que se enamoró!
Su carcajada se hizo escuchar en toda la habitación, satisfaciéndose de las horrendas imágenes a su alrededor. ¿Este era el poder que la desesperación otorgaba? El poder que tanto había ansiado, pero que se le negó bajo excusas patéticas, ¡¿acaso, no estaba probando que era capaz de desesperar?! A alguien más que a sí mismo, a todo el mundo; él, Tsuchiya Akira, podía llevar con gusto la maltratada corona de Enoshima Junko.
Se volteó hacia el titiritero, deleitándose con el terror en sus facciones. Era tan bello, tan perfecto. Si tan sólo no le hubiese traicionado... ¡¿podrían haber estado juntos por el resto de sus vidas, no?! Amándose, protegiéndose y... ¡bah, un montón de cosas que, a esas alturas, le asqueaban! Tenía que olvidarlas, concentrarse en borrar esa estúpida sonrisa de su rostro, en despedazar y... 
... ¿estaba sonriendo?
Le dio una segunda mirada, sorprendiéndose de hallar la mueca que tanto amaba. La diestra de Koga se movía, despidiéndose como si tan sólo fuese un alejamiento momentáneo, ¿deseándole... suerte en un futuro que él mismo se negó a creer? 
Quiso estirar su mano, salvarle a como dé lugar; pero antes de que pudiese reaccionar, un par de argollas envolvieron su cuello, elevándole hacia el escenario de su ejecución. 
«El ángel marioneta», le llamó, mofándose de la apariencia bobalicona del titiritero; no obstante, no hacía más que parecerle un nombre perfecto a esas alturas. Empezaba bastante aburrida a su parecer: con maquinas que, controladas por Monodora, le llevaba de un lado a otro, rompiendo sus prendas y midiendo las proporciones necesarias para el títere perfecto. Posteriormente, un par de alfileres enormes se enterraban, superficialmente, sobre los muslos: indicando el lugar en donde ya eran innecesarias. Entonces, nuevamente le elevaban en su prisión, ahorcándole por un poco más hasta que sus brazos eran estirados en una cruz y...
                        Su intención nunca fue que muriese                         por las piernas apuntadas, ¿verdad?                         No, él agujeraría sus pulmones.
Sin pensarlo dos veces, corrió al centro de comandos, rezándole a cualquier dios que pudiese escucharle para que, por favor, llegase a tiempo. Por mientras, las máquinas no tenían piedad con su amado: confirmando la altura en la que aquel precioso par de alas metálicas calzasen a la perfección, alejándolas sólo para soldarlas al reglón, previamente, unido a un chaleco de metal que comprendería sus hombros y parte del torso, aquel que luego le abrazaría a la altura de las costillas; afirmado al hueso por un buen número de tornillos que, si no llegaba a tiempo, serían apretados hasta atentar contra los pulmones. 
El final era sencillo, tal vez, hasta aburrido: una enorme sierra eléctrica partiéndole en dos, dejando que todo lo que se hallase de la cintura para abajo cayese al vacío. 
                                                  .   .   . 
Mierda, mierda, ¡ni siquiera sabía si aún estaba a tiempo! Los alaridos de Koga se iban alzando al extremo que eran perfectamente audibles por sobre el rugir de las máquinas, por sobre el latir de un corazón que sólo espera lo peor, haciéndole plenamente consciente de lo que estaba por ocurrir. 
Si llegaba demasiado tarde... ¿qué haría? Le vería morir frente a sus ojos, como siempre deseó, embriagándole de la desesperación necesaria para volver a destruir el mundo. Los pondría a sus pies, grabándose en sus memorias como el inútil capaz de todo por conseguir un par de palmaditas de quien tanto admiraba. No obstante, ¿qué... pasaría después? ¿Reviviría a Enoshima o se quedaría con el poder absoluto? ¿Era capaz de siquiera guiar a tres personas a algo semejante a la gloria? Por supuesto que no, él... él...
Arremetió con todo contra la puerta, aliviándose de no tener que insistir demasiado antes de dar con esa gran computadora. Por mero capricho (¿podía siquiera concederse uno?), observó el televisor que daba con el escenario del más alto, queriendo calcular cuánto le quedaba en lo que sus dedos se movían, impacientes en un intento de desactivar la ejecución.
Si perdía a Koga, ¿qué importaba el mundo? Tenía que ser honesto consigo mismo, más en esas circunstancias, si era consciente del mal que podía causarle a la única persona que pudo amarle, sinceramente, entonces, ¿con qué derecho seguiría viviendo? 
¡Bah, tampoco es como si fuese a hacerlo! Seguramente, le asesinarían, ¿no? Porque estaba sucio, porque lastimó a personas inocentes y, lo peor de todo, porque no se arrepentía de ello... sólo de Koga. 
Entonces, antes de lo predicho, todo quedó en silencio. 
Ni un grito siquiera, mucho menos una señal de vida, sólo el fuerte palpitar de su corazón inundando cada centímetro del cuarto, de su cabeza. ¿Lo logró? Tenía tanto miedo de ver el monitor, nuevamente, pero si no lo hacía, ¿cómo sabría qué decisión seguiría? 
Relamió sus labios, por un instante, tentando al llanto, mas luchando por conservar la calma: todo había terminado, todo había terminado, todo había terminado. ¿Por qué, aunque lo repitiera mil veces, le parecía una vil mentira? Ese fuerte palpitar, el silencio mortal, ¿debía tomarlo como el preludio de la desgracia? De la pérdida y locura. Y aunque fuese así, ¿por qué le dolía tanto?
Se abrazó el pecho, queriendo auto consolarse, sabiendo que eso era imposible para su persona. Tenía que ser fuerte, por ambos, ¿no...? No obstante, aún si deseaba quedarse frente al monitor central el resto de su vida, un fuerte estruendo le sacó de su ensoñación, obligándole a analizar cada uno de los monitores hasta dar con el indicado.
                     La sangre se le heló, presa del más puro pánico.
Desconocía cómo sobrevivió a una caída de seis pisos, especialmente, con el peso de las alas de aquel entonces; de hecho, cualquiera que escuchaba la historia completa no hacía más que persignarse y soltar una alabanza a la deidad que gustase. Por su parte, él sólo se dignaba a beber un poco más, queriendo desaparecer el desagradable sabor de la culpa de su paladar.
Sin embargo, teniendo ese angelical rostro tan cerca, ¿cómo podía darse el gusto de pensar en alcohol siquiera?
Suspiró, cerrando los ojos al apoyar su frente contra la de éste. Desde aquel entonces, nunca volvieron a separarse: Koga optó por quedarse con las alas, aún si le lastimaban al punto de no dejarle dormir por semanas enteras; de igual manera, se rehusó a seguir cualquier tratamiento que le permitiese volver a caminar con normalidad. ¿Era su manera de castigarlo? No lo sabía, mas eso no impedía que tuviesen largas discusiones sobre qué era lo mejor para el menor, las mismas que acababan en noches apasionadas y la posterior imposibilidad de dormir a gusto, observando la tranquilidad de su rostro hasta que se creía capaz de dibujarlo de memoria.  
Optaron por hacer un pequeño «nido de amor» en donde nadie pudiese molestarles, al igual que Tsuchiya le obligó a aceptar el que modificara algunas partes para alivianar la carga y, de paso, volver removibles aquel pesado par de piezas metálicas. Koga pocas veces las sacaba por su cuenta, excusando que gustaba sentirse como el ángel guardián del mayor: «así no siento la distancia cuando estás lejos», decía.
Percibió sus tibios dedos acariciarle, silenciosamente, pidiéndole que volviese a mirarle. Dios, le amaba, le amaba con toda su alma y... aún así, era incapaz de hacer algo bueno por él. Seguía cada una de sus decisiones como si de una verdadera deidad se tratase: teniendo que mirar a otro lado cada que las heridas se infectaban, amenazando con arrebatar la vida de su amado de la peor manera posible. Entonces, cuando finalmente se sentía mejor, mordisqueaba su labio inferior de la misma juguetona manera que lo hacía en aquel preciso instante.
—Akira-san, ¿tan cansado estás? — Refunfuñó, cual infante exigiendo atención —.Pe-pensé que podrías hacer un algo de comer, t-tengo hambre.
Tsuchiya sólo abrió un ojo, esbozando una sonrisilla al verle más caprichoso de lo usual. ¿Acaso, finalmente, se estaba acostumbrando a que podía pedirle lo que quisiera? Rió por lo bajo, dejando que sus dedos se moviesen por el arnés, desvinculándole de tan pesado decorativo. Inmediatamente, abrazó su cintura, apartándole, antes de alzarle en volandas.
— ¿Lo mismo de siempre? — Cuestionó.
— ¿Arroz y verduras hervidas?
—Yup.
—Uhm... — Koga se dejó caer sobre su silla de ruedas, mas no dejó de aferrarse del peliazul, elevando el rostro en la búsqueda del su ansiado beso —, suena tentador.
Sus ojos volvieron a conectar, apareciendo inocentes sonrisas antes de que el deseado roce de labios se transformara en un beso que, por poco, les hace olvidar la cena.
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bakoswritten · 8 years ago
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                    ● Title: Angel’s heroin I.                     ● Language: Spanish.                     ● Words: 502.                     ● Pair: Tsuchiya Akira x Koga Mitsunari.                     ● Published: June 1st, 2017.
                    ● Credits: The characters are from DRRB and belong to Miwashiba (▲●■×).                        I only own the writing.
¿Por qué? Podía escuchar el latir de su corazón, tan pausado y altanero, esperando al veredicto final con una sonrisa en ese rostro desecho: aquel por el que, día antes y en la oscuridad de su cuarto, descendieron lágrimas de genuino arrepentimiento mientras rogaba por una segunda oportunidad, por un poco del amor que le parecía tan desconocido. Sus dedos, los mismos que pronto sellarían el destino indeseado, se habían esmerado en atrapar cada una de las gotas derramadas, como si así pudiese acariciar heridas que se sabía incapaz de curar. Esos labios endulzaron sus oídos con palabras que nunca pensó ansiar escuchar, ¿o tal vez sí?, y sus brazos le rodearon con una necesidad que coloreó sus mejillas.
«Estaremos juntos para siempre, ¿verdad? — Musitó, acurrucándose de manera que sólo eran visible los azulinos cabellos —.Nunca me abandonarás, ¿lo prometes?» Lo prometió, con esa torpe seguridad suya, esperando que fuese la deseada por el mayor. Ambos sonrieron, disfrutando de los tiempos de paz, finalmente, fundiéndose en un beso que jamás podría olvidar.
Lo amaba con incomprensible locura, con tímida dependencia y angustiante necesidad. Tsuchiya era su todo. Entonces, ¿por qué, por qué estaba enviándole a su ejecución?
Para un corazón tan inocente como el de Mitsunari Koga estaba fuera de lo que se creía capaz de soportar: se comprometió a pasar el resto de su existencia junto al de cabellos azules, a ser la razón por la que esos resecos labios se curvaban en sonrisas sinceras y un poco de brillo se encerraba en unos ojos que parecían aburridos de la vida. ¿Acaso, enviaría todas esas fantasías al drenaje? ¿Para qué? ¿Para volver a estar completamente solo?
Porque tenía que ser honesto consigo mismo al menos, ¿no? Nadie lograría comprenderle, no del mono que Tsuchiya lo hacía, no con esa paciencia que le ruborizaba y le robaba el habla. Sus compañeros... ¿por cuánto se quedarían antes de ser conscientes de su inutilidad? ¿Sobreviviría en un mundo consumido por la desesperación? ¿Podría encontrar a sus padres, seguir su vida como si no recordase las matanzas, como si Tsuchiya Akira jamás hubiese existido?
Sollozó, envidiando por un instante la seguridad en los movimientos de Fujimori, en la mirada de Itsuki. Quería poder hacerlo, quería cumplir el sueño tan anhelado por la persona que más amaba, pero... ¿por qué la soledad le embargaba en un momento tan crucial, por qué no podía optar por la lealtad hacia sus amigos? Por qué, por qué, por qué. ¿Era necesario? ¿No podían... detenerlo, tal vez? Encerrarle en donde pudiese cuidar de él, donde no lastimase a nadie más que a su corazón.
En un mundo sólo para ellos dos.
Lentamente, apartó su mano de los botones, esbozando una febril sonrisa. Un mundo sólo para ambos, ¿aún estaba a tiempo de proponerlo? ¿Aún podía salvarlo? Abrió la boca, esperando a que su deseo se verbalizara antes de que fuese demasiado tarde...      
... pero, fue entonces cuando la voz de Monodora, despojada de todo tinte sarcástico, transformó su peor pesadilla en realidad.
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