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Cuba y Vietnam: grandes similitudes
Raúl Castro y el líder del Partido Comunista de Vietnam, Nguyen Phu Trong (EFE)
LA HABANA, Cuba.- La semana pasado me llegó por diversas vías un excelente trabajo del prominente economista Elías Amor Bravo. Este compatriota, radicado desde hace años en la ciudad española de Valencia, hace un parangón entre Cuba y Vietnam. La comparación, circunscrita a la especialidad del autor, resulta tan certera e impactante que fueron varios los amigos que, cada uno por su cuenta, quisieron compartirla conmigo.
En verdad, es muy poco lo que en este terreno pudieran aducir en su descargo los jerarcas verde olivo de La Habana. En comparación con la Cuba de 1958, ¡Vietnam no era nada! Con posterioridad, el país asiático, como se sabe, sufrió una guerra devastadora en la que se utilizaron los medios más modernos y participaron cientos de miles de hombres. Nada comparable tuvo que padecer la Gran Antilla.
Terminado el conflicto bélico, los comunistas del Lejano Oriente emprendieron la política llamada Doi Moi (Renovación), basada en el respeto a la libre empresa. Ella ha permitido alcanzar tasas de crecimiento sostenidas de más del seis por ciento anual. En nuestra patria, por el contrario, priman el inmovilismo a ultranza y el control centralizado de la economía. Esto, a su vez, ha implicado el empantanamiento y la falta de perspectivas para los ciudadanos de a pie.
El ensayista asentado en Valencia tiene, pues, absoluta razón en lo que plantea. El solo hecho de que Vietnam esté prestando ayuda a Cuba y condonando sus deudas, es más que elocuente. A la que pregunta que sirve de título a su artículo (“¿Son comparables los comunismos vietnamita y castrista?”), tenemos que contestar con una rotunda negativa.
Pero esto es válido sólo para el terreno económico; el que él aborda, como especialista en esa materia que es. No sería correcto que extrapoláramos nuestra respuesta a otros campos, donde sí existen grandes similitudes y coincidencias entre los “hermanos de ideales” de esos dos países ubicados en las antípodas el uno del otro.
¿Qué decir de la represión brutal contra todo el que discrepa? Olvidar a los disidentes vietnamitas constituiría una injusticia colosal contra esos héroes. También en el país asiático actúan grupos paraestatales de matones, que compiten con las fuerzas oficiales de la policía en las golpizas y otros malos tratos que propinan a quienes demandan que sean respetados los derechos humanos. Se trata de verdaderas “brigadas de respuesta rápida”, sólo que al estilo de Hanói.
Allá, los presos de conciencia exceden asimismo del centenar. Según la agencia británica Reuters, en 2017 fueron condenados, “por sus escritos y su defensa de la democracia y los derechos humanos”, no menos de 24 ciudadanos. Sin embargo, no es raro que los luchadores pacíficos permanezcan privados de libertad durante años sin ser sometidos a juicio.
También en aquellas lejanas tierras son constantes las detenciones temporales para impedir que los activistas participen en protestas pacíficas, debatan sobre derechos humanos, se reúnan con representantes extranjeros o asistan a juicios realizados contra sus hermanos de ideales. No resulta inusual que se les prohíba viajar fuera del país.
Como jurista, no puedo dejar de referirme a una modalidad asiática de la represión, que no ha sido aplicada por los comunistas caribeños, al menos hasta ahora. En Vietnam ha sucedido que los abogados penalistas que se toman muy a pechos el ejercicio de su profesión, terminen entre rejas, haciéndoles compañía a los opositores que acaban de defender…
Toda esta deriva represiva se ha exacerbado bajo el mandato del actual secretario general Nguyen Phu Trong, quien acaba de visitar Cuba. Este “máximo líder” de los comunistas de allá ha agudizado el conservadurismo del partido único. Como declaró hace poco a The Economist el señor Jonathan London, especialista de la Universidad de Leiden, “el estado de ánimo político en Vietnam siempre ha sido duro”, “pero en estos días tiene un toque draconiano”.
En resumen, y para dar una respuesta completa a la pregunta de don Elías: No, los comunismos vietnamita y castrista no son nada comparables en lo económico, donde existen diferencias abismales que los jerarcas de La Habana parecen empeñados en mantener para desgracia del pueblo cubano. Pero sí coinciden en la imposición política y la represión. En este campo, la similitud es total, y las diferencias son de detalles.
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Paralelo 09: entre Wole Soyinka y Gabriel García Márquez
Basta acercarse a mirar las autobiografías de Wole Soyinka (Abeokuta, 1934) y Gabriel García Márquez (Aracataca, 1927) para que uno sienta cosquilleos en la espalda por las similitudes de vida. Los dos ganaron el Nobel en los precipitados años ochenta: 86’ el nigeriano; 82’ el colombiano; los dos exaltaron el valor casi divino de la amistad; los dos tuvieron un acercamiento directo con la Yoruba: uno por la diáspora africana que desembarcó en el Caribe, el otro por haber nacido y crecido en la epítome de tal religión; los dos fueron prodigios niños lectores; y los dos se comprometieron en la política de sus naciones hasta que su cuerpo y mente desistieron.
Aumentan los parecidos. Ambos vivieron en el exilio de sus voluntariosos países. García Márquez tuvo que salir de Colombia en los 50’, tras haber publicado el reportaje novelado “Relato de un náufrago”, en “El espectador”. El dictador Rojas Pinilla quería su cabeza. Soyinka tuvo que salir de Nigeria en los 90’ —y con el Nobel en el bolsillo—, tras haber sido acusado de traición y mantenerse así, tras la publicación de la narración personal “The Open Sore of a Continent: A Personal Narrative of the Nigerian Crisis”. El dictador Sani Abacha quería su cabeza.
Más aún. Uno y otro vivieron —insisto— comprometidos con la política de sus países, no obstante las vicisitudes históricas que presenciaron. A Wole Soyinka le tocó sentir en la piel la independencia de su país del dominio inglés, una guerra civil y tantos golpes de Estado que es difícil llevar la cuenta. Por su lado, además de Rojas Pinilla, García Márquez vio el levantamiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y vivió el ascenso del narcotráfico de la mano de Pablo Escobar, el hipopótamo acairelado.
Tanta violencia, tanta sangre, tanto sufrimiento sin causa cercana acabaron corrompiendo a sus voluntariosas tierras. Y no fueron pocos los casos en que entrambos se comprometieron por un futuro más próspero.
Agréguese algo más. Aracataca está en el paralelo 07° N, en tanto que Abeokuta está en el 11° N. Si mi álgebra no es errada, justo entre ambos está el 09° N, que roza y está en países como Nicaragua, Panamá, Costa Rica, Ghana, Sudán, Etiopía, Somalia, la India, Filipinas y Vietnam.
Todos los previos son países que en el siglo pasado, ni en el más quimérico de sus sueños hubiesen creído ser capaces de destruirse entre ellos no una, sino dos veces. En tanto, los países cercanos al paralelo 42° N no sólo hicieron lo anterior, sino que acumularon tanto poderío económico, político y social que se piensan los dueños del mundo. Ante esto, Gabriel García Márquez fue a Estocolmo a dar su postura fuerte y clara: “América latina no tiene ni debe porque ser un alfil sin albedrío, [...] como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo”.
“Bama, bama” es una expresión que se le solía decir a los niños nigerianos de los 30’ que buscaban aventuras por los senderos lejanos y solitarios de sus pueblos. Se les exhortaba a no ir por aquellos caminos infundiéndoles miedo: “No vayas por ese sendero, ahí está el Bama, bama”, el secuestrador.
Los países del paralelo 42° N son el Bama, bama del paralelo 09° N, así como de casi el resto del mundo. Los dictadores, los golpes de Estado, Pablo Escobar, Rojas Pinilla, Sani Abacha muchos más han sido permitidos en tanto que los intereses económicos, políticos y sociales de los paralelos del norte se han mantenido intactos.
Aún con la violencia, la sangre y el sufrimiento experimentados de cerca, ambos Nobeles no pugnaron por una guerra del sur contra el norte, así como el hijo adolescente quiere acabar con la figura paterna apenas siente un poco de libertad. No. Más bien, como el hijo maduro que descubre las locuras juveniles del padre, se mostraron comprensivos y pugnaron por una autonomía efectiva.
Ante esto, Wole Soyinka fue a Estocolmo a dar su postura fuerte y clara: “[hay] imperativos que desafían nuestro ser, nuestra presencia y nuestra definición humana en este momento, ninguno puede considerarse más generalizado que el final del racismo, la erradicación de la desigualdad humana y el desmantelamiento de todas sus estructuras. El Premio es la consiguiente entronización de su complemento: sufragio universal y paz”.
Meses después de ser nombrado premio Nobel, es decir, con los albores plenos del galardón y la fama, Soyinka conoció a García Márquez en Cuba. “¿Qué tal te va, hermano?”, le preguntó el colombiano. “Es un infierno. Espero que acabe pronto”, le respondió el nigeriano. “No, no se acaba nunca”, sentenció García Márquez. Soyinka pensó que el colombiano exageraba y no tomó precauciones.
Apenas hace 9 años, el africano confesó a El País que García Márquez tenía toda la razón. La fama infernal que causa el premio no se acaba nunca.
Así como el colombiano tuvo razón con lo previo, espero que no se haya equivocado ni una pizca con la realización de su utopía de la vida, donde no sea una cuestión onírica la unión entre los paralelos del norte, del sur y los tropicales, donde nadie pueda ni quiera ser el bama, bama de nadie más, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.
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