#COMO ES POSIBLE QUE UN CRIMINAL LLEGUE AL PODER
Explore tagged Tumblr posts
Text
yall… are some of the stupidest mf i’ve ever seen
#this goes for the US and PR#kamala harris#donald trump#juan dalmau#la alianza#us election#elecciones de PR#puerto rico#usa#puerto rico merece ser libre#la gente de USA necesita educarse POR FAVOR#COMO ES POSIBLE QUE UN CRIMINAL LLEGUE AL PODER#LO MISMO CON LA GOBERNADORA CORRUPTA DE PUERTO RICO
7 notes
·
View notes
Text
Corazón de alfa
2/11
Timmy entró en “El cielo del Remolque” de New Braunfels, estacionó su Nissan blanco en el espacio de garaje, justo al lado de un destartalado Chevy, con una ventana lateral llena de cinta, que parecía como si hubiera sido abandonado allí por años, sin importar lo mucho que se quejara en la administración, no hacían absolutamente nada acerca de la monstruosidad en que se había convertido el barrió. Apago el motor de su auto y se quedó observando en dirección a su remolque mientras apretaba los dientes. Luke y sus amigos están “pasando el rato” frente a su remolque, él hombre había sido una amenaza toda su vida, desde que se mudó allí, él realmente desea que el hombre encontrara un nuevo hobby, además de acosarlo, vender drogas y conseguir emborracharse cada maldita noche. Qué desperdicio de vida. —¿Qué tal Tim? — Luke le dio una sonrisa torcida que hizo alarde de su diente frontal astillado, lo último que quiere es tener una conversación con él, hizo todo lo posible para mantenerse a salvo aquí, es mejor mantenerse lejos de los hombres que no hacen más que generar problemas; le dio a Luke una sonrisa tensa mientras caminaba alrededor del grupo de hombres, en dirección a su puerta principal. — No te vayas, tengo un poco de nueva mercancía que puedes probar gratis —Luke lo llamó, él hizo una mueca mientras camina un poco más rápido, para su mala suerte no llegó muy lejos, uno de los amigos de Luke está recargado junto a su puerta principal, masticando en un palillo de manera desagradable. La tentación de llamar a la policía es fuerte, pero no quiere ese tipo de problemas, si los policías se presentan, Luke sabría que fue él quien los llamó. —Buenas noches Tim — Leonardo dijo mientras inclinó la cabeza en su dirección, este jodido hombre lo atemoriza más de lo que Luke lo hace, es demasiado tranquilo, demasiado observador, él hombre permanece en las sombras mientras que Luke es ruidoso y desagradable, es preferible cruzarse con Satanás que con Leonardo. —Disculpe— se movió hacia la izquierda y luego abrió la puerta mosquitera. Abrió tan rápido como pudo antes de entrar en su casa oscura como la boca de un lobo, jodidamente inquietante, después de cerrar y bloquear la puerta, con todos sus seguros disponibles, todavía puede escuchar el alboroto afuera, parecía que el frente de su remolque es el lugar de reunión de esta noche. Dormir simplemente no iba a suceder está noche, estaría de la mano con el nerviosismo nocturno, sucedía en este tipo de barrio, los residentes de mayor edad, tiene rejas en sus ventanas para darles un poco de tranquilidad, él no tiene rejas, nadie había estado a salvo desde que aquellos narcotraficantes comenzaron a infestar el lugar, lo cual es una pena teniendo en cuenta que solía ser un lugar muy agradable para vivir. Renunció a la luz, recorriendo su camino por la casa a oscuras, no quería que Luke o Leonardo pensaran que la luz encendida significa alguna clase invitación a entrar y festejar; cuando llegó a su habitación en la parte trasera, se quedó helado, la ventana trasera se encuentra abierta. Mientras estaba allí parado, reconoció el tenue aroma de loción de afeitar barata y cerveza, él no utiliza loción de afeitar, su vello facial y corporal es inexistente. Joder, cómo le gustaría poder darse el lujo de mudarse a un lugar con mayor seguridad, pero el remolque es barato y las otras viviendas alrededor del condado no lo son, además su padre aún vive al otro lado del parque, pero él no lo iría a molestar, su padre comienza a adentrarse en los años y no sería capaz de manejar a Luke y sus secuaces. Observo su dormitorio con cautela y luego el resto del lugar, pero gracias a Dios no había nadie más ahí, cerró la ventana del y se preguntó quién había estado dentro de su casa. Se encuentra demasiado cansado para sentarse e imaginar los peores escenarios posibles, se quitó los zapatos sólo para darse cuenta que había dejado su celular dentro de su automóvil en el asiento del acompañante, si no lo recupera en este momento, está seguro de que no estaría allí por la mañana y tendría una ventana rota que
reparar. Se coloco los zapatos de nueva cuenta, recogió las llaves del mostrador y tomó una respiración profunda y estable antes de salir; Leonardo ya no está de pie junto a su puerta y no vio a Luke en ningún lugar cercano. Date Prisa. La voz en su cabeza lo alerto, se movió como un criminal en fuga, corriendo hacia su coche, se las arregló para abrir tan rápido como podía y tomar su teléfono, que afortunadamente todavía se encuentra en el mismo lugar, y volver rápidamente hacia el interior de su casa. Su piel se erizo y sus movimientos se detuvieron cuando escuchó a alguien pidiendo ayuda a gritos, sabe que debe volver a su remolque y cerrar con todos los seguros, no es asunto suyo, pero los gritos continuaron, carcomiendo su conciencia. Entrando en las sombras, vio a Leonardo de pie junto a un chico, una pistola en la cabeza del desconocido, apretó las llaves fuertemente en su mano, rezando para que el narcotraficante no pudiera oír su respiración, si se movía ahora, el hombre lo vería. —Entra en el maldito baúl— dijo Leonardo en un tono bajo, amenazador, que hizo que incluso él quisiera obedecer. —Pero yo no te robé— el desconocido declaró sobre sus rodillas —Lo juro, Leonardo, yo no fui. Golpeó una mano sobre su boca cuando Leonardo levantó el arma y la golpeó hacia abajo sobre la cabeza del hombre, el narcotraficante señalo a alguien que ni siquiera había visto de pie allí. El lacayo, tomo el cuerpo inerte y lo metió en el maletero abierto, cerrando la tapa con un ligero clic, antes de que los dos hombres se metieran en el auto para irse, Leonardo giró la cabeza y miró directamente a él, su cuerpo se estremeció. ________________________________ —Se ve bien— dijo el alfa mientras veía a su alrededor, el progreso que Timmy está haciendo, a decir verdad, él había salido de su oficina porque el aroma del pequeño comienza a inquietarlo, se decía a sí mismo que no está interesado en el joven delgado, sin embargo, aquí está, inhalando jazmines mesclados con salvajismo y pasión, se está convirtiendo en su maldita fragancia favorita. Le molesta que el olor le llame, sin embargo, no es capaz de mantenerse alejado de Timmy. —Gracias —Normalmente, el pequeño tendría una gran sonrisa, satisfecha en su rostro, en cambio, parecía distraído, así había sido durante toda la mañana, no está seguro de lo que pasa con el chico, y no quería saber ese no es asunto suyo. Además, la inauguración es en pocos días y todavía hay un montón de cosas que hacer, su agenda de citas ya está completamente llena por los próximos dos meses, comienza a arreglar el transporte de las piezas que espera y está trabajando en lo que los retrasos le podrían costar. Durante el resto de la jornada laboral, encontró razones para estar cerca de Timmy, continúo diciéndose que el chico es su empleado ahora, con la esperanza de que de ese hecho lo disuadiera, pero no lo había hecho. Para su consternación, cuanto más duro luchó para mantenerse alejado, más atraído está por Timmy, necesita examinar su cabeza, no tiene espacio en su vida para el romance, el amor es para los tontos, lo había aprendido de la manera difícil. En el momento en que la jornada de trabajo terminó, termino tan dolorido que está listo para romperse, todo lo que quería es alejarse, todo lo que su alfa quiere es acurrucarse alrededor de Timmy y frotar su aroma por todo el hombre hasta quedarse dormidos. Había sabido desde el principio que contratar a él joven era una mala idea, pero sencillamente no había esperado que fuera una tortura. Se quedó en su despacho hasta que Timmy se fue por el día, una vez que el beta se había ido, bajó las escaleras y se detuvo en el último escalón, aspiró profundamente en el olor persistente de Timmy antes mentalmente reprenderse. Cerró la tienda y se dirigió a casa, pero no es fue allí donde terminó, se encontró yendo al Happy Ending para tomar una cerveza, a pesar de que ya no es copropietario, Nick no lo haría pagar por sus bebidas. —¿Cómo se está manejando Timmy? —Nick preguntó mientras llenaba una jarra con cerveza y se la entregó a alguien esperando en la
barra. —Es un gran trabajador, muy limpio — él admitió que Timmy es realmente bueno— Trabaja las ocho horas completas sin holgazanear. —Eso es algo bueno— dijo Nick. Si tan sólo pudiera dejar de desear al hombre, las cosas serían perfectas, pero por mucho que se dijo que no está interesado en conocer al chico sus acciones sugieren lo contrario, se siente como un idiota por continuamente buscar a Timmy. Lo que realmente lo molesta, sin embargo, es la manera en que él pequeño había estado tranquilo durante todo el día, así no es el hombre, normalmente, él es alegre y lleno de sonrisas, pero hoy había sido reticente y reservado. —¿Cómo va el negocio? — Preguntó cuándo Nick le deslizó otra cerveza. —Un poco ocupado— Respondió, los sonidos en el bar se hicieron más fuertes a medida que más personas llegan, reconoció a muchos de los clientes, algunos no, pero todo el mundo parecía que está teniendo un buen momento— Estoy esperando a que Henry llegue, así me puedo ir a casa. Nick se rió entre dientes —¿Cómo será la vida de acoplado? Henry y Joey habían tenido una ceremonia privada en el patio trasero del rancho hace unas semanas, a pesar de que no tenían que casarse ya que los alfas se acoplaban en su lugar cuando encuentran a su destinado, enlazan sus almas con el que será su omega para toda la vida, era algo en lo que Henry tenía su corazón puesto, quería complacer a Joey en todo, sus votos fueron increíbles y la recepción fue fantástica. Él desea poder encontrar algo así, nunca había visto tan feliz a Henry antes, pero... La verdad lo golpeó con tanta fuerza que casi se cayó de su taburete. Tiene miedo, cuando todo se reducía, la verdad es que teme dejar entrar a alguien, había pensado que solo estaba amargado hacia la noción de romance, pero es el hecho de abrirse y permitir entrar a otra persona de nuevo. Tal vez tenía que pedir algo más fuerte para beber, no le gustaba admitir que Timmy le da miedo ¿Cómo podría ese pequeño beta tenerlo tan enredado por dentro? No debería ser tan difícil jurar renunciar al amor, pero está encontrando más y más difícil luchar contra su atracción, y eso sólo lo molesta. —Dame un trago de vodka. Nick levantó una ceja, pero no dijo ni una palabra, no es la clase de tipo de beber en exceso, en su mayoría se queda con cervezas, pero esta noche... bueno, esta noche necesita la negación y el olvido. Por desgracia, su alfa piensa de otra manera, quiere perseguir a Timmy y reclamar el hombre como su suyo, poder criarlo y llenarlo de sus cachorros. Cuando Nick colocó el vaso frente a él, no dudó en tomarse el trago, bajar de golpe el vaso, y pedir otro, para la quinta copa, el rostro de su antigua amante empezó a aparecer, gruñó mientras miraba a la alucinación de Elizabeth. Debería haber sabido que no podía confiar en la mujer, había estado tan profundamente dedicada a las pasarelas que necesitó un mapa para encontrarla, sin embargo, se había permitido enamorarse. ¿Y en donde lo había dejado eso? En un corazón roto, no está seguro de si Timmy es del tipo despreocupado, pero se negó a permitir que nadie se acerque a él de nuevo, a la mierda con eso, ya tenía su corazón roto para toda la vida. Después del décimo trago, ya no le importa, él decidió ahí mismo que Timothée no es más que un empleado y seguiría siendo así. Sin importar lo que quería su alfa. ____________________________________ Él no iba a entrar en pánico, no lo haría, Timmy iba a actuar como si nunca hubiera visto a Leonardo o algunos matones empujar a un chico en el maletero de un auto, es mejor para su seguridad si fingía que no había sido curioso. —¿Qué te carcome? — Armie le preguntó a la mañana siguiente— Pareces un poco distante. Miró hacia abajo para encontrar que sigue limpiando el mismo lugar y que había estado haciéndolo durante los últimos cinco minutos, no es capaz de concentrarse hoy, había ido a casa ayer por la noche para encontrar a Leonardo unos remolques abajo, observándolo, no había sido capaz de conseguir una noche completa de sueño desde que fue testigo del secuestro y posible asesinato del desconocido. ¿Quién
empuja a alguien en un baúl si no tiene planes diabólicos? Está condenadamente seguro de que Leonardo no había llevado a ese chico a tomar un café y comer pastel —Nada — Él vio a los ojos azul bebé de Armie por un momento antes de tirar el trapo a un lado. El lugar está casi en orden, hay un par de cosas más que tenía por hacer, pero aparte de eso, la tienda se ve genial. Se olvidó de lo que había estado pensando en cuando se dio cuenta de que Armie se había quedado, él hombre no escapo a su oficina, sino que estaba ahí de pie mirándolo, su corazón empezó a latir un poco más rápido con la proximidad de Armie, algo en lo profundo de su corazón anhela sólo un toque de la mano del hombre, un beso, un susurro de reconocimiento de que Armie lo quería tanto como él quería al vaquero. Tenía la garganta seca a medida que avanzaba un paso más cerca, sí Armie solo se permitiera bajar la guardia, entonces tal vez tendría una oportunidad con este hombre guapo y robusto, se muere por pasar los dedos por el pelo rubio oscuro de Armie, por sentir la ligera raspadura de la barba del hombre contra su piel. Están sólo ellos dos en la tranquilidad de la tienda, Nick y Henry no vendrían hoy, pero está aterrorizado de dar el primer paso ¿Y si él estaba leyendo mal las cosas y Armie no está realmente mirándolo con lujuria? él podría ser despedido ¿Estaría dispuesto a correr ese riesgo? Joder sí. Apropósito buscó algo detrás del hombre, asegurándose de que sus cuerpos se tocaran, escucho la aspiración rápida de la respiración de Armie, puede sentir el calor saliendo del hombre, envió una rápida oración para que él no estuviera cometiendo el mayor error de su vida cuando pasó la mano sobre el pecho de Armie, como tratando de mantener el equilibrio, él ni siquiera se movió. Tomando eso como una buena señal, se echó hacia atrás y luego inclinó la cabeza hasta que él estaba viendo esos hermosos ojos azules, la mandíbula de Armie se apretó firmemente, como si el hombre estuviera luchando contra la atracción que hay entre ellos. Al menos él espera que fuera una especie de atracción mutua, había atrapado la forma en que Armie ha estado buscando excusas para estar cerca suyo durante los últimos dos días, había venido buscando las cosas más estúpidas, como un lápiz para escribir o un clip para unir un par de documentos, él no es tonto, sabe cuándo un hombre lo quiere, pero Armie había mantenido su distancia, incluso cuando trata de acercarse, tal vez está esperando a que él hiciera el primer movimiento; bien aquí va todo. Se inclinó y rozó sus labios sobre los de Armie, para un hombre que tiene un cuerpo tan duro, sus labios son tan suaves como plumas, sedosos y lisos, cuando el hombre no se retiró, se atrevió a tomar el beso un poco más profundo, pasó la lengua por el labio inferior, se echó hacia atrás solo un poco, y luego pasó a hundir su lengua en la boca contraría. Jadeó cuando Armie lo empujó en el banco de trabajo, agarrando su cabello, tirando de uno se uno rizos, mientras él gruñía sobre su boca, es el sonido más malditamente caliente que ha escuchado nunca. Algo cayó al suelo cuando Armie lo inclinó sobre el banco, su lengua sondeando, los dientes repiqueteando juntos, quiere envolver sus piernas alrededor de la cintura del hombre y darle lo que sea que el hombre quiera. Su sangre está en llamas, comienza a sentirse mareado, su aroma es masculino, estimulante, y francamente sexy; tiró de la camisa del hombre, queriendo tenerlo aún más cerca, lástima que no están desnudos. Pero para su decepción, Armie se retiró, lo vio a los ojos antes de que él se diera la vuelta y subiera las escaleras, dejándolo jadeante y tan caliente que está listo para gritar su frustración. Escucho al hombre maldecir antes de cerrar de golpe la puerta de su oficina —Bueno, eso salió simplemente excelente — Comenzó a reprenderse, en el momento en que salió del trabajo y se dirigió a casa, pero sus labios se estremecieron con el recuerdo de aquel beso explosivo, quiere más. Estacionando su auto fuera de su remolque, se aseguró de que tenía su teléfono celular antes de
que él mirara a su alrededor, Leonardo no está a la vista. Cuando entró en su casa, sintió que su mundo se tambaleó, su lugar está en ruinas, las cosas volcadas, rotas y destrozadas, la comida sobre el suelo y las latas pisoteadas, la foto de él y su familia rota sobre él marco. Un escalofrío de aprensión corrió por su espina dorsal, en todos los años que ha vivido aquí, nunca tuvo que volver a casa para encontrar algo cercano a este desastre caótico ¿Esto es una jodida advertencia? ¿Leonardo lo está tratando de decirle algo? No podía ser nadie más que el narcotraficante, por lo que él sabe, nadie guarda rencor contra suyo. Caminando a través de los escombros, sintió su estómago torcerse en nudos, no está seguro de quién había hecho esto, Leonardo o uno de sus lacayos, pero el significado es alto y claro. Mantén la boca cerrada sobre lo que viste.
1 note
·
View note
Text
Lidiar con un idiota no es fácil (Robotnik/ Jimbotnik x reader) capítulo 3
Después de tu pelea de poderes con Robotnik que culminó con ustedes dos esposados solo estabas pensando en cómo sobrevivir a la inminente avalancha de ira que se aproximaba, spoiler! Ninguna disculpa será suficiente para el dr!...
Notas: hola otra vez! Gracias por leer, si ya te aburriste esperando a que algo con un poco más de química suceda entre tú y Robotnik, no te preocupes! que pronto ya habrán interacciones menos conflictivas, pero que te puedo decir? Es de Eggman de quien hablamos, no esperes mucho romanticismo, lo más parecido será si a mucho tensión sexual (?
Mini advertencia por un poco de lenguaje sugestivo, bueno son más insinuaciones que otra cosa, al final (?
Disfruta tu lectura!✨
=========
Conforme el aturdimiento se disipaba caíste en cuenta de lo que había pasado, hilaste todo en una milésima de segundo, pensando a la vez como explicarías todo esto a tu superior, tenias que pensarlo muy bien por que tan solo la idea de tener que decirle al secretario “lo siento señor no eran los rusos, ni el estado islamico, el responsable siempre a sido una pequeña bola de pelo azul que por cierto habla!” Pero tus pensamientos fueron interrumpidos por nadie más que Robotnik levantándose rápido y arrastrándote en el proceso, demonios lo habías olvidado, ahora este loco ególatra no va a dejar de echarte en cara todo esto, después de todo fue tu culpa no? Por que claro un súper genio como el nunca se equivoca, no? A la mierda todo! Entonces volteo a verte en el momento Justo en que por la puerta llegaba el agente Stone, demonios... el ambiente ya estaba tensándose de nuevo...
Robotnik: agente Stone has visto a alguien salir de aquí ?
Stone: bueno doctor si, yo-(Robotnik metió su mano en la boca de Stone y lo acercó a su cara, de nuevo jalándote a ti en el proceso)
Robotnik: A donde se fueron? Y por que no los seguiste? No! Mejor solo contesta la primera pregunta
Apenas la boca de Stone estuvo libre se apresuró a contestar
Stone: yo, no lo sé señor pero vine a ver si estaban bie-(de nuevo Robotnik lo interrumpió pero esta vez acorralándolo en la pared más cercana con su mano libre)
Robotnik: no podía esperar mucho de una mente tan limitada como la tuya, cierto? has algo útil y averígualo ahora... pero antes! Quítame esta mierda (dijo alzando el brazo que estaba esposado a ti) no puedo pensar atado a una mujer tan estúpida...
Stone: e-en seguida señor! (Dijo esto y se puso manos a la obra sacando una especie de navaja o algo así de su chaqueta, haciendo esto sin mirar a Robotnik a los ojos)
Una vez estuvieron libres Robotnik solo dijo de manera tan tranquila , sin mirarte directamente y con una sonrisa, cosa que dio más miedo que cualquier gesto de enojo...
Robotnik: Te lo dije al principio, esta será tu advertencia final, no te metas en mi camino, solo eres una carga innecesaria , ya está más que comprobado que tu incompetencia es demasiado peligrosa para esta misión , procura mantenerte al margen asistente de segunda...
Dicho esto, Robotnik se apresuró a la puerta dándoles la espalda a Stone y a ti,no sin antes murmurar “estoy rodeado de idiotas” ambos se miraron y una vez Ivo estuvo lo suficientemente lejos como para no escuchar, el agente Stone se acercó a decirte algo...
Stone: No se qué pasó aquí pero, no te sientas tan mal, creo que le caes bastante bien, se que sueña loco, Pero no todos tienen la suerte de ser “incompetentes” en su presencia sin consecuencias... *dijo mientras con su mano sobaba su mandíbula* creo que se debe a que eres de las pocas mujeres que le han podido hacer frente a su mal genio y actualmente la única que a sobrevivido... (te dedico una sonrisa y salió por la puerta siguiendo a Robotnik)
Te quedaste pensando lo que te acaban de decir, esperando que eso último fuera solo una broma de mal gusto, cuando comenzabas a sentirte menos miserable, recordaste algo... eras la mayor (T/n)! Mano derecha del Secretario de defensa Nacional de los Estados Unidos, Con un largo Historial de misiones concluidas satisfactoriamente, cientos de victorias a tu nombre, y esta misión no iba a ser la excepción, en un principio solo te habían mandado a supervisar y reportar, pero también te habían mandado a intervenir en caso de ser necesario, y ahora , después de haber comprometido la misión era tu deber arreglarlo, por tu bien, el de Robotnik y probablemente del mundo... no había tiempo para sentarte a llorar por un error!
Era hora de hacer unas llamadas...
Después de hablar con tu superior y explicarle todo con detalle, sugeriste exponer al sheriff Tom como un terrorista en potencia para limitar sus movimientos y hacer más fácil su localización, para después darle caza personalmente... y al pequeño alíen claro!
Dejando de lado el auto en el que habías llegado a green hills, decidiste cobrar algunos favores pendientes y así conseguir que te enviaran una motocicleta nueva y algunos cuantos “juguetes” que te serían de utilidad a la hora de capturar a tus objetivos, era hora de poner nuevamente a prueba tus habilidades...Hiciste una última llamada, esta vez a Robotnik personalmente utilizando el número del que te había llamado el agente roca más temprano en la mañana...
—Llamando—
Stone: *susurrando*Hola? Mayor?
(T/n): Hola Stone! Una pregunta, han descubierto en donde se encuentran los fugitivos?
Stone:*susurrando* Aún no, de hecho el dr está interrogando en este momento a uno de los compañeros del sheriff...
(T/n): dile que no se moleste, ya me encargue yo...
-flashback-
Después de que Stone y Robotnik se fueron te quedaste pensando un momento en tu lugar, luego de hacer unas llamadas, investigar más a fondo sobre el tal Tom e inspeccionar un poco el lugar el tiempo suficiente, un teléfono sonó ...estaba en la barra de la cocina, era probablemente el móvil de Tom, seguro lo dejo por huir de prisa o tal vez para no ser rastreado, de cualquier modo te acercaste a tomarlo y leíste el nombre de la llamada... “El amor de mi vida💖” de seguro era su novia, decidiste contestar...
Maddie: TOM! Hola Dios mío! Estábamos viendo las noticias hace un momento y-(la interrumpiste)...
(T/n):hola! Disculpa, eh, no soy tom, soy Silvia, soy amiga de Wade y Tom, estoy ayudándole a buscarlo! El tiene muchos asuntos de los que ocuparse y me dejo este teléfono por si alguien llamaba! Con quien hablo? *dijiste con una voz chillona y simulando ingenuidad*
Dentro de las cosas que habías averiguado estaban, que al parecer tom había dejado un sucesor por que tenía planes de dejar el pueblo, esto lo descubriste al indagar entre los miembros del cuerpo de policía y darte cuenta que solo había alguien más “Wade”...
Maddie: Dios mío! No puede ser posible qué hay olvidado su teléfono! Maldición!, oh disculpa! Mi nombre es maddie, podrías decirme que está pasando? Saben algo?
(T/n): hola Maddie! Mira , Creemos que lo que dicen los medios es mentira! No hay manera de que nuestro sheriff sea un criminal! Pero no tenemos ni idea de a donde puedo haber ido! *dijiste dándole énfasis a la última línea *
Maddie: diablos...bueno Silvina, muchas gracias, llámenme si saben otra cosa o tienen una pista..*dijo como apunto de colgar*
(T/n): espera! Wade me dijo que quiere reunirse contigo, eh... para hablar sobre hacer una especie de manifestación, juntar firmas, para exigir que se limpie el nombre de Tom! O algo así, no me explico mucho...fue a buscarte a tu casa en cuanto se supo que estaba huyendo pero no estabas, dijo qué tal vez habías salido al supermercado cuando pasó todo...regresaras pronto?
Maddie: oh no! Lo siento, yo estoy fuera de la ciudad! En San Francisco más específicamente... apenas llegue ayer *bingo!*, dile que me estoy quedando con mi hermana pero si quieren podría regresar-(la interrumpiste)
(T/n):no! Esta bien, quédate Justo en donde estas, tal vez Tom vaya a verte o te contacte por medio de tu hermana!
Maddie:oh...ok, bien, podrías decirle a Wade que me llame si necesitan o saben algo má*click*
Colgaste de inmediato, soltaste el celular y lo aplastaste con un pie, despedazándolo al instante , tenias un nombre y un lugar, más que suficiente para trabajar...
-fin del flashback-
Stone: oh, bien! Un momento mayor ...
Robotnik: Mayor estoy en medio de un interrogatorio que es lo que quie-(lo interrumpiste)
(T/n): Ah! Hola Ivo, disculpa la molestia , sólo quería que supieras un pequeño detalle sin importancia, se a donde se dirige nuestro objetivo...
Robotnik: Perdón? Nuestro objeti-(lo interrumpiste de nuevo)
(T/n): nos vemos en la salida de green hills en 20 minutos, si quieres atraparlos tenemos que irnos ahora mismo
Robotnik: te dije que no interfirieras de nuevo-(lo interrumpiste una vez más con una molestia evidente en tu voz)
(T/n): nos vemos en 20, mira esto se convirtió en un asunto personal , no te ayudaré mas desde la postura de Mayor, tómalo como una forma de compensación por las dificultades que cause en la mañana, que quede entre nosotros, mi superior no tiene por qué enterarse de que me manche las manos por un error *click*
Colgaste nuevamente, después de sentir el cosquilleo que trae una pequeña victoria te pusiste el casco y los demás aditamentos que constituían ahora una especie de armadura entre rodilleras, coderas, chamarra, espinilleras etc, revisaste nuevamente los maleteros laterales de la motocicleta, que ahora eran un pequeño arsenal con granadas de todo tipo, pistolas, sedantes y cuchillos, una vez todo estuvo listo acomodaste una pistola en el bolsillo de tu chamarra, y te pusiste en marcha rápidamente al punto de reunión...
Mientras tanto...
Robotnik se quedó viendo a Stone y luego volteó a ver a wade, a quien ya no tenía sentido interrogar ahora, regreso su mirada a Stone quien solo lo veía con una sonrisa de oreja a oreja pobremente disimulada
Robotnik: No me mires así! *dijo de un chillido*
Stone: se ve...bastante sorprendido señor...*dijo con una risita entre dientes*
Ivo tenía un fuerte color rojo en mejillas y orejas no específicamente por estar enojado, y Stone estaba en “secreto” bastante feliz de que su teoria hubiera resultado cierta... desde el principio él sintió esa química explosiva que había entre Robotnik y tú cada vez que peleaban, y en cuanto vio que pudiste hacerlo callar al dejarlo sin palabras, sabía que había algo ahí... y ahora después de que casi diera por muertas sus esperanzas de que ustedes dos tuvieran algo, ahí estaba ese sonrojo extraño en la cara de Robotnik, Stone era la única persona en el planeta que sabía los gustos extraños de su jefe, y entre ellos estaban las mujeres que lo hacían sentir “inferior”, bueno el tipo tenía un kink con la sumisión pero eso no era secreto para Stone, que solo se rió por lo bajo pensando en esto...
Robotnik: cierra la boca! Es lo menos que esa segundona del gobierno podía hacer por mi después de haberlos dejado ir en un principio!
Stone: tiene toda la razón señor * dijo intentando suprimir su sonrisa de nuevo*
Robotnik: vámonos, tenemos un alíen que cazar....
======
Fin del capítulo 3 💖
Amiguis si esto se les está haciendo muy Marie sue me avisan para intentar cambiarlo un poco en próximos capítulos y evitarles mucho cringe...
24 notes
·
View notes
Text
Reglas del Challenge Actualizado + Nuevos Packs
Generación 1: Menta
Naciste para ser famoso/a esa es la verdad que te atormenta, por que por más audiciones que hagas, sientes que nadie aprecia tu talento. En este mundo deberás de luchar por ser el número uno y el mejor pagado de Del Sol Valley y para eso deberás tener todos los contactos posibles.
Rasgos: Vegetariano, Celoso, Materialista Aspiración: Celebridad de fama mundial y Fiestera Carrera: Actor / Actriz
Reglas:
Alcanzar el máximo de la carrera
Completar la aspiración
Domina la habilidad de Actuación, Carisma y Canto.
Crea tu propio estudio en casa y gana regalías de al menos 10 de tus creaciones
Tener 20 mejores amigos
Tener 10 enemigos
Hacer que 5 Sims se enamoren de ti
Múdate a una mansión de más de 600K cuando llegues a la edad de anciano
Cásate 2 veces y divórciate de ambos
Ten 2 hijos
Generación 2: Rojo
Eras el hijo consentido de la familia, siempre te dieron todo así que nunca te tuviste que esforzar por nada, tus relaciones con amigos y amantes duraban muy poco por tu falta de empatía con la gente. Los único que siempre te entendieron fueron tus gatos y las redes sociales.
Rasgos: Niñofóbico/a, Fan de los gatos, Extrovertido Aspiración: Amigo de los animales Carrera: Gestor de redes sociales
Reglas:
Completar la carrera
Completa la aspiración
Completar la habilidad de Carisma, Destreza Manual y Adiestramiento
Adoptar 6 gatos
Completa la colección de plumas
Completa la colección de tesoros enterrados
Generación 3: Amarillo
Desde pequeño has pensando que no encajas en este mundo, estabas convencido de la vida en otros planetas y por eso decidiste convertirte en astronauta, pero las cosas no son tan fáciles como pensaste, para llegar al lugar que quieres estar, deberás estudiar mucho y estar abierto a lo desconocido.
Rasgos: Malvado/a, Solitario/a, Amante del arte Aspiración: Académica Carrera: Astronauta
Reglas
Completa la habilidad de Ciencia espacial y la Destreza Manual
Completar la carrera
Completar la aspiración
Debes construir un cohete y visitar Sixam
Nunca tenga amigos cercanos o relaciones que no sean abuelos de la Generación 1 hasta que el abuelo muera
Casarte con un Alien y tener 2 hijos
Completar la colección de alienígenas
Generación 4: Gris / Plata
Salvar vidas siempre su tu mayor sueño, desde aquella vez que salvaste al vecino con CPR te diste cuenta que la vida te esperaba para algo muy grande y cuando decimos grande también nos referimos a la familia.
Rasgos: Fan del reciclaje, Integrada Nata, Familiar Aspiración: Super Mamá / Papá Carrera: Médico
Reglas
Completa la habilidad de Pesca, Aptitud parental y Destreza manual
Atender 10 partos en el hospital
Completar carrera
Completar aspiración
Tener mellizos (puedes usar trucos para esto)
Sé mejor amigo de todos tus 4 hijos (los demás pueden ser adoptados)
Ten una noche de juegos familiares todos los domingos
Uno de tus hijos debe completar la colección de Vacimonstruos
Al menos 1 de tus hijos debe terminar la Universidad
Generación 5: Morado / Lila
Desde aquel día en el que tus padres te llevaron a las ruinas de Selvadorada, tu instinto de la aventura jamás te abandonó. Creciste en una familia muy tranquila de abogados que querían que siguieras el mismo camino, sin embargo tu tenias otros planes. La aventura te esperaba.
Rasgos: Genio, Frigana, Errátiga Aspiración: Arqueólogo académico Carrera: Militar
Reglas
Completar carrera
Completar aspiración
Completar las habilidades de Destreza manual, Ejercicio Físico, Arqueología y Cultura de Selvadorada
Descubrir el misterio de las ruinas de Selvadorada
Divorciarse 2 veces y quedarse soltero (ya estás casado con tu carrera)
Vivir en unión libre con un lugareño de Selvadorada
Adoptar un heredero
Completar la colección de fósiles
Generación 6: Naranja
xxx
Rasgos: Friki, Infantil, Vegetariano/a Aspiración: Botánico autónomo Carrera: Científico
Reglas
Completar carrera
Completar aspiración
Completar la colección de cristales, ranas y peces
Enamórate de 3 Sims pero nunca te cases
Completar la habilidad de Videojuegos, Comedia y Pillería
Vive en dos ciudades durante toda tu vida
Construye un pequeño laboratorio científico en el sótano de tu casa
Generación 7: Rosa
Desde que viste Chicas Pesadas en televisión supiste que tu destino era ser la próxima Regina George, así que no perdiste el tiempo buscando amigos reales, lo único que te ha importado es que todos te amen y se crean lo que dices. Sin embargo vivir así puede ser muy solitario.
Rasgos: Bailongo, Ambicioso/a, Perfeccionista Aspiración: Amigo/a de todos Carrera: Influencer de estilo
Reglas
Colección completa de postales
Dominar las habilidades de Baile, Carisma y Producción multimedia
Completa la aspiración
Completa la carrera
Montar un estudio de producción multimedia en casa
Tener más de 500 mil fans en Redes Sociales
Cuando llegues a la edad de anciano/a deberás mudarte a una mansión de 1M de simoleons
Tener la boda perfecta para poder subir tus fotos y videos a Instagram
Divorciarte después de tener 1 hijo
Tu hijo debe seguir tus pasos, ser el más popular de la Universidad de Britechester
Debe aceptar todas las invitaciones a fiestas / salidas con sus amigos.
Generación 8: Hueso
Desde pequeño te decían NERD por que te encantaba leer, podrías pasar los veranos enteros encerrado en casa con un buen libro, eso te dio mucho conocimiento y siempre te sentiste especial por eso, pero… ¿Cómo llevar esa información a la sociedad Sim?, ¡pues siendo presidente!
Rasgos: Bibliofílo/a, Bueno/a, Seguro/a de sí Aspiración: Cerebrito Carrera: Política
Reglas
Casarse con alguien que conozcas en una manifestación
Completar 50 libros leídos de tu biblioteca personal
Completar las habilidades de Investigación y debate, Escritura Lógica y Guitarra
Completar la carrera
Completar la aspiración
Casarte en la playa
A partir de ser adulto, comprar la versión más cara de cualquier objeto para tu casa
Todos tus hijos deberán tener excelentes calificaciones
Generación 9: Verde
Estás cansado de la contaminación de la ciudad y estás dispuesto a desarrollar la tecnología para tener un mundo más verde.
Rasgos: Fabricante, Fan del reciclaje, Hija/o de las Islas Aspiración: Innovador tecnológico Carrera: Conservacionista
Reglas
Dominar las habilidades de Fitoterapia, Jardinería, Bienestar
Maestría en la carrera de Gurú Tecnológico y aspiración completa de Experto en Ordenadores
Tener al menos cinco buenos amigos y cinco enemigos.
Vivir en una casa Sin Servicios
Generación 10: Azul / Celeste
Rasgos: Cleptómano, Anticompromiso, Familiar Aspiración: Líder de la manada Carrera: Criminal
Reglas
Completar las habilidades de Fotografía, Cocina y Aptitud Parental
Completar la carrera
Completar la aspiración
La pareja con quien te cases debe compartir tu misma pasión por el crimen
Tener una aventura secreta con 4 Sims después del matrimonio
Puedes tener la cantidad de hijos que quieras pero adopta al menos uno
Completar 4 colecciones
2 notes
·
View notes
Text
¿LAS ACCIONES DE UN ARTISTA DETERMINAN SI VALE LA PENA CONSUMIR SU “ARTE”?
Hace unas semanas ocurrió una controversia debido a una publicación de Justin Bieber en su instagram en donde defiende a Chris Brown diciendo que la gente se va a arrepentir de ignorar el talento de este cantante cuando muera solo por un error que cometió en el pasado y por esto se refiere a la agresión física que cometió Chris Brown contra su ex pareja Rihanna. Este caso me lleva a preguntarme con respecto al arte que consumimos en esta época en la que salen a la luz caso tras caso sobre delitos de abuso sexual, misoginia y actos violentos cometidos por figuras influyentes en el mundo del entretenimiento.
¿Hasta qué punto podemos escuchar la música de una persona que ha cometido crímenes por abuso, físico o mental contra otra persona?
Desde mi punto de vista, creo que no se debería escuchar la música de un artista que ha cometido cualquier tipo de abuso contra otra persona, ya que considero que se puede catalogar al arte como un reflejo de quien es el artista. Asimismo muchos interpretan en una canción, el contexto en el que habita el autor y de esta manera es posible que un oyente se llegue a identificar con una canción del artista. Es por esto que cuando nos sentimos identificados por una canción también nos sentimos identificados por quien la escribió. Y este es el motivo por el cual los cantantes se convierten en figuras de admiración para su público, ya que de esta manera se está generando un vínculo con la audiencia. Del mismo modo si alguien escucha Chris Brown puede llegar a sentir admiración o sentirse identificado con una persona que en la realidad de su vida cotidiana resulta ser una persona sin autocontrol ni sentido de la moral, y en resumidas cuentas un monstruo.
Considero que no se puede desligar al artista de su arte, ya que como consumidores debemos que tener en cuenta el contexto en el que se desarrolló lo que estamos consumiendo como oyentes, ya que al consumir arte de un criminal se le está dando dinero o beneficiándose directamente, sin detenernos a pensar en qué lo llevó a hacer lo que hizo. Igualmente, con el dinero que se le da al artista al comprar un álbum o ir a un concierto, se le da poder adquisitivo que le permite seguir viviendo de su música y también seguir dedicándose a eso. De igual forma, no podemos pretender desligar al artista de su arte cuando este es un criminal abusador y mis��gino, ya que de cierto modo parte de su entorno y forma de vida se verá reflejada en sus canciones. Por otro lado, tampoco se puede pasar por alto el hecho de que a estas personas las sigue una audiencia masiva y que hasta cierto punto pueden tener influencia en esta. Y actualmente en la cultura pop, la personalidad de un cantante termina siendo parte de su propuesta artística.
Resumiendo, los artistas de hoy en día son figuras públicas que representan no sólo a sí mismos sino que a marcas o empresas, entonces, las canciones son productos de esas marcas y por este motivo tienen un cierto grado de responsabilidad por sus acciones frente a su audiencia, y aunque no sea su responsabilidad la de educar a quienes los siguen, los artistas como Chris Brown deben tener en cuenta que, hoy en día la juventud también se ve instruida por la cultura pop y la educación no solo es impartida en los hogares y escuelas ya que la cultura pop y el medio en donde se desenvuelven los artistas, está presente en muchos aspectos de las vidas cotidianas de personas del común.
1 note
·
View note
Text
«Mushiriai», 筒井 康隆.
Volvía a casa después del trabajo cuando, para mi sorpresa, me encontré con que las fuerzas policiales estaban rodeando mi vivienda. Un agente me empujó hacia un lado de la carretera diciendo:
—No puede pasar, no puede pasar. Dé un rodeo, es peligroso.
—¿Un rodeo, dice? Pero si no tengo otra forma de llegar. Mi casa es ésa de ahí —dije señalando una parcela con una pequeña vivienda de dos pisos.
—¿Cómo dice? Entonces, ¿es usted el propietario?
Al oír las palabras del joven agente de policía, se me acercaron de repente un montón de periodistas de distintos medios.
—Así que es usted el propietario, ¿verdad? —me dijo uno poniéndome un micrófono en las narices—. Por favor, denos su opinión al respecto.
Confundido, me puse a parpadear:
—Estoy sorprendido.
—Por supuesto, ya me lo imagino. ¿Cuántos años lleva casado?
—Pues siete —dije mientras empezaba a entrarme un temblor en las piernas del nerviosismo—. ¿Ha hecho algo mi mujer? No habrá hecho nada malo, ¿verdad? No es una mujer que cometa acciones temerarias. Es muy seria y buena, además de casta, bella e inteligente.
—¡Ah! Entonces, ¿no sabe nada todavía? —En ese momento hubo un intercambio de miradas entre los periodistas—. No, su esposa no ha hecho nada malo.
—Entonces, ¿ha sido mi hijo? —Por un instante tensé el cuerpo y ladeé la cabeza—. Qué raro, mi hijo sólo tiene cuatro años. No es precisamente una edad a la que se puedan cometer acciones temerarias…
—Sus juicios nos superan, francamente —dijo uno de los periodistas, impresionado—. Un fugitivo ha entrado en su casa y se ha atrincherado.
En un abrir y cerrar de ojos, otro periodista me volvió a poner un micrófono en las narices.
—¿Así que era eso? Bueno, pues eso me tranquiliza —dije dirigiéndome al micrófono para después sobresaltarme—. Pero, pero entonces, ¿mi mujer y mi hijo…?
—Han sido tomados como rehenes —me reveló un periodista con cara de pena—. Por favor, denos su opinión. —Otro periodista le regañó cuando me volvió a colocar el micrófono ante la boca.
—¡Eh, tú! ¡Pero espera un poco, hombre! ¿Cómo le vas a preguntar a alguien por la situación antes de que sepa nada?
Sus colegas empezaron a discutir.
—¡Tú te callas! Tengo que llegar a tiempo para las noticias de las siete.
—¡Déjate de caprichos! Queremos recoger un comentario oficioso más largo.
—Yo no tengo tiempo que perder.
—¡Venga, hombre, que haya paz!
Pero el caso es que no se tranquilizaron.
—¡Un momento! ¡Quítense de ahí! Ya recabarán información después —dijo un hombre que tenía pinta de ser el jefe de policía—. ¿Es usted el propietario de la vivienda? Soy el inspector Dodoyama, de la Dirección de Policía de la prefectura. Le contaré lo que ha ocurrido. Hoy, poco después del mediodía, un asesino llamado Ogoro Gorō[34], condenado a veinte años de prisión, se ha fugado de la cárcel de Utsubo. Este peligroso y sanguinario criminal asaltó la comisaría que había cerca de la cárcel, agarró por el cuello a un pobre agente de policía, le quitó la pistola y lo mató de un disparo. Hacía mucho tiempo que Ogoro quería reunirse con su mujer y su hijo. La esposa de Ogoro es muy guapa y, poco después de ingresar en la cárcel, él se enteró de que pensaba casarse de nuevo. Ahora esa propuesta de matrimonio está en pleno trámite. Cuando a Ogoro le llegaron rumores en la prisión, se molestó mucho, y hoy por fin se ha decidido a cometer este delito. La casa donde vive la esposa de Ogoro está al este del barrio. Estábamos seguros de que Ogoro volvería allí, y por eso le tendimos una emboscada cerca de su vivienda. Sin embargo, el homicida, que había recorrido un largo trayecto para ver un momento a su familia, descubrió a unos agentes que no habían sabido esconderse bien y se puso hecho una furia en un arrebato de cólera. Nosotros lo perseguimos, pero se refugió en la casa de usted. Y entonces tomó como rehenes a su esposa y su hijo. Como lo que Ogoro quería era reunirse con su familia, lo que hizo fue amenazar con matarlos si no se los llevábamos… ¡Eh! —exclamó de sopetón.
Yo pegué un bote:
—Disculpe.
—No, no es que esté enfadado con usted. Es por esos dos cámaras. No pueden acercarse a su casa sin más. El asesino podría cabrearse. ¡Estúpidos! Esto… Veamos, ¿por dónde íbamos? ¡Ah, sí! Fue entonces cuando decidimos traer hasta aquí a la mujer y al hijo de Ogoro. Pero la esposa se asustó muchísimo y nos dijo que antes que acercarse a Ogoro, se pegaba un tiro, y por mucho que intentamos convencerla se negó a salir de su vivienda.
—Y, en definitiva, ¿qué medidas está tomando la policía? ¿En qué situación se encuentran en estos momentos?
—Bueno…, pues ahora estamos en apuros, la verdad.
—Pero entonces, dígame, ¿cómo están mi mujer y mi hijo? —dije, e inmediatamente me puse a llorar ofuscado. Lo único que tenía en la cabeza era que algún día ese criminal me las pagaría todas juntas—. ¿Están bien? ¿Cuántas horas han pasado desde que se atrincheró en mi casa?
—Pronto hará dos horas. Hemos tardado mucho tiempo en conseguir el número de teléfono de la oficina donde usted trabaja, y, cuando por fin hemos contactado con su empresa, usted ya había salido. Hace un momento hemos podido oír la voz de su mujer y su hijo por teléfono. Todavía están a salvo.
—¿Cómo que todavía están a salvo? ¡Vaya una manera brutal de decirlo! —Con lágrimas en los ojos, le pregunté qué quería decir con eso—. Parece que está claro que pronto vayan a dejar de estarlo…
—No, no, disculpe. Han estado a salvo un buen rato.
—Pues, oyéndolo a usted, uno no tiene esa sensación, la verdad.
—Perdóneme. No me he expresado correctamente.
—En fin, no importa. Pero, vamos a ver, ¿es posible hablar por teléfono con ese Ogoro?
—Sí, eso es posible —respondió Dodoyama, el inspector de policía, con un aire sumamente triunfalista—. Para evitar que Ogoro se excite innecesariamente si lo llaman de fuera los curiosos, hemos cortado un extremo de la línea telefónica, pero después hemos instalado un aparato conectado directamente con su casa a través de una centralita. Así que está todo dispuesto para poder hablar con él.
—Y esa centralita, ¿dónde está?
—Dentro de ese coche patrulla, el que está aparcado en ese callejón.
—Bien, pues en ese caso póngame, por favor, en contacto con Ogoro. Voy a ver si lo puedo convencer —dije con elocuencia y confianza—. En mi época universitaria fui capitán del club de oratoria…
—¡Ah!, así que del club de oratoria… —Dodoyama, de repente, mostró un semblante de aturdimiento total y, como quien pide ayuda, echó una mirada a su alrededor—. Verá, si intenta convencerlo con mucha elocuencia, creo que lo que conseguirá será el efecto contrario, y hará que se encolerice enormemente. El caso es que Ogoro es muy tartamudo y tiene un complejo de inferioridad que hace que odie a las personas que hablan y discursean bien. —Dodoyama me echó una mirada indiscreta con ojos airados—. Además, usted es muy apuesto y, para colmo, muy elegante.
—Bueno, eso no se ve cuando se habla por teléfono, ¿no le parece?
Él lo negó rotundamente con la cabeza.
—¡No, qué va! Ese individuo siente una aversión feroz hacia los asalariados como usted, amado por su esposa y su hijo en un entorno feliz. Así que, con sólo llamar por teléfono, montará en cólera y se cargará a su esposa y a su hijo.
—Pero yo no pertenezco a ninguna élite.
—¿Cómo que no? Por supuesto que sí —asintió Dodoyama resueltamente—. Eso se nota al ver su cara y su ropa.
Probablemente, el que tenía un extraño complejo de inferioridad respecto a los trabajadores de empresas era el propio Dodoyama.
—Entonces, ¿no hay nada que yo pueda hacer? —dije con voz turbada. Y a continuación, sin evitar que se me torciera el gesto pregunté—: ¿Es que no se puede hacer otra cosa que permanecer aquí inmóviles mirando lo que sucede?
En los ojos de Dodoyama relampagueó un complejo de superioridad al ver el estado en el que me sumía según iba desplomándose mi yo. Levantó el labio superior con delectación y, con la cara rebosante de felicidad, dijo:
—Confíe en la policía.
Su rostro reflejaba su diversión al pensar que, aunque yo fuera un apuesto trabajador de la élite, me resultaría imposible llevar las cosas a buen puerto. Por un instante sentí que el Dodoyama que tenía delante de mí era un cómplice del autor del crimen. Y estaba seguro de que él, por un momento, había sentido el mismo placer que siente un agresor.
Pensé recriminarle que me hubiese dicho que confiara en la policía, cuando no estaban haciendo más que poner en peligro la vida de las personas, pero el periodista impaciente que momentos antes me había puesto el micrófono en las narices apareció por un costado y se entrometió en la conversación.
—¿Ya han terminado de hablar?
Dodoyama asintió con la cabeza.
El periodista volvió a ponerme el micrófono delante.
—¿Podría dedicarme unas palabras, por favor?
También el resto de informadores se concentraron a mi alrededor, mientras sacaban sus blocs de notas.
—La verdad es que compadezco a ese criminal de Ogoro —dije después de meditarlo mucho—. Entiendo perfectamente que quiera reunirse con su esposa y su hijo. No puedo imaginar la amargura que debe suponer el hecho de que una familia viva separada. Además, también comprendo perfectamente, y me duele, que se haya escapado de la cárcel, puesto que yo también quiero mucho a mi mujer y a mi hijo.
Uno de los periodistas puso los ojos como platos.
—Oiga, ¿eso lo dice en serio?
El periodista que estaba agarrado al micrófono empezó a vociferar salpicando saliva.
—Eso es mentira, hombre. Este tipo está pensando en el momento en que su voz llegue al secuestrador, cuando se retransmita por la radio y la televisión, y está apelando a la compasión ganándose su simpatía. Por eso habla con ese empalago. Está claro que es por eso. Está aprovechándose de los medios de comunicación, menospreciando a los periodistas y a los medios.
Me quedé mirando al periodista, que levantaba los ojos y seguía chillando, y entonces pensé que esos tipejos también se habían convertido en mis agresores. Ahora eran mis enemigos.
Me acerqué a Dodoyama, que daba instrucciones con desenvoltura a sus subordinados, y le dirigí la palabra:
—Usted ha dicho que no hay manera de convencer a la esposa de Ogoro.
—De lo que no hay manera es de que ella acepte intentar convencer a Ogoro.
—Está bien, entonces yo intentaré convencerla para que lo haga —dije—. Si se lo pido a ella, que es la esposa de un criminal, no se podrá negar por responsabilidad y por humanidad, y si Ogoro escucha la voz de su esposa, se desatarán sus sentimientos.
—Pues en eso tiene razón —dijo Dodoyama mirando a su alrededor, y entonces se dirigió al policía que hacía un rato me había apartado a un lado de la carretera—. ¡Eh, tú! Haz el favor de acompañar al señor a la casa de la mujer de Ogoro. —Acto seguido, se volvió hacia mí—. Este hombre se llama Anchoku. Lo va a conducir hasta la casa de Ogoro en un coche patrulla. Así que, una vez que haya convencido a la esposa del tipo, él lo traerá de vuelta.
—Entendido.
—¡Vamos, pues!
Anchoku y yo nos subimos en los asientos delanteros del coche patrulla. Los conocidos del barrio se quedaron mirando el vehículo, contemplándome de arriba abajo como si yo fuera un delincuente escoltado. Todos sin excepción tenían un semblante lleno de curiosidad y de superioridad. Y pensé que también esos individuos eran agresores, enemigos.
Salimos a duras penas de la nueva zona residencial, por entre un hervidero de fuerzas policiales, periodistas y mirones, y el coche patrulla partió hacia la zona este, un lugar con abolengo, que se encontraba separado por una carretera.
—La mujer de Ogoro es una belleza —me dijo Anchoku secándose el sudor de la cara con un pañuelo manchado de color grisáceo—. Tiene montones de admiradores que van detrás de ella. Quiere divorciarse de Ogoro, y parece que no hay nada que hacer. Dice que ya no quiere saber nada de él. Por eso no es probable que vaya a convencer a Ogoro. En resumen, no parece que sea una mujer que va por ahí convenciendo a terceros.
—¿Ah, sí? —dije mientras meditaba sobre el asunto.
Intentar convencer a una mujer así sería una pérdida de tiempo. Quiz�� fuese mejor recurrir desde el principio a medidas drásticas, más directas. Por eso mismo el policía Anchoku era un obstáculo para mí. Seguí absorto en mis pensamientos, a la búsqueda de algún método adecuado a las circunstancias.
Mientras seguía meditando, el coche patrulla se adentró en la zona comercial llena de hileras de casas viejas y se detuvo a la entrada de una callejuela. Anchoku y yo nos bajamos del coche, nos metimos por el callejón sin salida hasta el segundo edificio desde el fondo, donde estaba la casa de Ogoro. Nos paramos delante de una puerta corredera enrejada con cristal esmerilado. Como cabía esperar, allí también había movimiento de medios de comunicación. Al verme escoltado por Anchoku se imaginaron de qué iba la cosa, porque uno de ellos estuvo a punto de hablarme, aunque se contuvo por la presencia del policía.
—Eso después. Esto es un asunto de importancia.
—¡Toma, y lo nuestro también! —espetó exasperado el periodista, y, torciendo el gesto, se separó de nuestro lado.
—¡Con permiso! —dijo Anchoku abriendo la puerta corredera.
—Si son de la prensa, ya pueden irse por donde han venido —contestó una voz chillona de mujer desde el fondo de la vivienda.
—¡Policía!
—Con más motivo aún ya pueden retirarse. Si vienen para ver si convenzo a Ogoro, no pienso hacerlo, así que…
Anchoku me hizo señas con los ojos para entrar de todos modos. Irrumpimos en el piso de hormigón[35] y cerramos la puerta corredera tras nosotros.
La joven mujer, que, aun siendo bella, tenía unas facciones duras alrededor de las cejas, apareció en el vestíbulo.
—¿Qué pasa?, ¿qué es esto? Entrar como Pedro por su casa…
Yo le hice una reverencia con cortesía.
—Disculpe usted. Esto…, ¿es usted la señora de la casa? Eh… —No sabía cómo referirme a su relación con Ogoro, así que de momento me limité a decir—: Esto…, el señor Ogoro…
—No me nombre a Ogoro, por favor. Yo ya no tengo nada que ver con ese tipo.
—Pero usted está casada con él, ¿no es así? —dijo Anchoku medio enfadado—. ¿No son acaso marido y mujer? Por mucho que diga que es un asesino, mientras no se divorcien seguirán estando casados, ¡digo yo!
—¡No somos un matrimonio, y punto! —le respondió a gritos la esposa de Ogoro—. El hecho de que un matrimonio lo sea o no ¿es algo que puedan saber los demás?
—No entiendo lo que me dice, señora.
En ese instante apareció un niño de unos seis años, se colocó al lado de la esposa de Ogoro y nos miró de arriba abajo a Anchoku y a mí.
—Pues…, esto… —me puse a hablar tranquilamente reprimiendo a Anchoku—. Por mucho que odie a Ogoro, parece ser que él no se olvida de usted ni de su hijo. Por eso le digo que…
—Eso no es asunto suyo. Y ahora, si me permiten, tengo que irme a trabajar. Tengo turno de noche y debo cambiarme, así que si me disculpan… —respondió mientras se disponía a meterse en la casa.
Anchoku le gritó:
—¿Por qué no escucha lo que tiene que decirle este hombre? ¡Ogoro tiene retenidos a su mujer y a su hijo!
En el momento en que Anchoku, con gesto totalmente serio, se puso a gritar exasperado, extraje un bate de béisbol para niños de un paragüero, al que le había echado el ojo hacía rato. Lo levanté, apunté a la coronilla de Anchoku y lo estrellé con todas mis fuerzas contra él.
—¡Zaaas!
Se oyó un ruido seco y, por un instante, se me quedó el brazo derecho entumecido y sentí una mezcla de placer y de culpa. Anchoku se cayó hacia delante, en posición de firmes como estaba, y su frente se estrelló violentamente contra la esquina del resalte de entrada a la casa.
—¿Qué ha hecho? —me preguntó la esposa de Ogoro, al tiempo que se sentaba sin esperanzas en medio del recibidor, con los ojos como platos—. U… usted acaba de matar de un porrazo al policía, ¿se da cuenta? Se va a armar una buena.
—Seguro que no está muerto. Con mucho, se habrá desmayado —dije mientras le quitaba la pistola a Anchoku y apuntaba con ella a la esposa de Ogoro.
—Pórtate bien. Venga, échame una mano. Hay que sacar al madero y cerrar la puerta con llave, ¿entendido?
—¿Cómo? ¿Qué piensa hacer? —La esposa de Ogoro se acercó a su hijo, se abrazó a él y empezó a temblar, a la vez que se tambaleaba.
Yo seguía apuntándoles con la pistola, y, con grandes dificultades, le quité a Anchoku el cinturón en el que llevaba su pistolera y me lo coloqué en la cintura.
—¡Vamos! ¡Rápido! ¡Venid aquí! ¡Agárrale las piernas!
La esposa de Ogoro se puso en pie tambaleando y bajó al piso de hormigón. Yo abrí la puerta corredera, cogí a Anchoku por la solapa con una sola mano, le dije a la esposa de Ogoro que lo agarrara por ambas piernas y lo sacamos afuera arrastrándolo hasta el callejón que había a la entrada de la casa. Pesaba lo suyo, todo hay que decirlo. Volvimos a casa, y obligué a la esposa de Ogoro a que cerrara con llave la puerta corredera.
—No me haga nada, se lo pido por favor —me dijo con las piernas temblándole.
Entré en el salón con los zapatos puestos, estiré al niño del hombro y, apuntándole en la carita, le ordené a la esposa de Ogoro:
—Si haces lo que te diga, no te pasará nada. ¡A ver! Cierra todas las puertas exteriores de la casa y enciende todas las luces.
—Se lo ruego, no le haga nada a mi hijo —dijo la esposa de Ogoro entre sollozos.
—¡Qué niño tan precioso para una arpía como tú! Deja de preocuparte y cierra cuanto antes todas las puertas exteriores.
Al fondo del vestíbulo había un salón de seis tatamis[36] y al otro lado, un corredor que daba al jardín posterior. La esposa de Ogoro, con lágrimas en los ojos, empezó a cerrar la puerta del corredor que daba al jardín.
Entretanto, fuera, en la entrada de la casa, se oía un gran bullicio. Hasta había un tipo que llamaba a la puerta corredera.
—¿Qué pasa? ¿Qué pasa?
—¿Ha ocurrido algo?
—¡Eh! ¡Abran! ¡Abran!
—¿Está todo bien?
—¿Qué ha sucedido? Explíquennos la situación ahí dentro.
—Pero ¿qué es lo que ha pasado?
En aquel salón de seis tatamis había una luna de tres espejos que no pegaba nada con la casa, y, sobre la mesita situada a un costado, un teléfono que empezó a sonar. Yo me acerqué mientras seguía de cerca al chiquillo, sin dejar de apuntarle con la pistola en la nuca. Con la mano que tenía libre agarré el auricular.
—¿Sí?, ¿quién es?
—Hace un momento, de la entrada de la casa ha salido rodando un policía al que le han partido el cráneo —me dijo una voz de varón joven—. ¿Ha pasado algo dentro de la casa?
—¿Y tú quién eres?
—Soy uno de los periodistas que están apelotonados como hormigas delante de la vivienda. ¿Es usted el señor Ido? Su mujer y su hijo están retenidos por Ogoro, ¿no?
—¡Y yo no hablo con periodistas! —le repuse gritando—. ¡Vosotros sois mis enemigos!
—Nosotros no somos sus enemigos, hombre.
—Eso es lo que vosotros os creéis. Los periodistas sois los enemigos de todo aquel que se ve envuelto en un delito. Y la policía también. Sin embargo, con la policía sí quiero hablar. Házselo saber a la policía —dije, y colgué el auricular del teléfono como si lo estrellara contra algo. Después me volví hacia la esposa de Ogoro, que estaba a mi espalda, paralizada de miedo—. ¿Hay alguna otra entrada o salida? Si las hay, ciérralas todas. Y sujeta todas las ventanas con clavos. También la del baño. Si entra alguien, tú y tu hijo os vais al otro barrio.
El niño, asustado, empezó a llorar. La esposa de Ogoro juntó las manos para rezar y dejó caer una lágrimas sobre los abultados senos que dejaba adivinar su vestido.
—Se lo ruego. Iré a donde sea para convencer a Ogoro.
—¿Convencer a Ogoro, eh? —exclamé—. Y ¿por qué no has dicho eso desde el principio? Ahora ya es tarde.
Le di un empujón al niño, que se fue corriendo hasta donde estaba su madre y se puso a llorar a todo trapo. La esposa de Ogoro lo detuvo con los brazos y, llorando a gritos, se hincó de rodillas sobre el tatami.
—Si intentáis escapar, os dispararé, ¿entendido?
A esas alturas, madre e hijo mostraban su amor mutuo abrazándose con cariño. Como no sabía hasta cuándo iban a seguir sollozando, chasqueé la lengua y eché un vistazo a la casa. La vivienda de los Ogoro era de una sola planta. Cerré bien todas las ventanas y me dispuse a abrir la puerta del baño.
—¡¡¿¿Eh??!!
En ese instante vi a alguien que parecía un periodista intentando entrar por la ventanita del baño. Sudaba la gota gorda porque se había quedado atascado a la altura del pecho. Me cambié la pistola de mano.
—¡Un momento, por favor! —gritó nervioso el hombre antes de que le estrellara la garganta de la culata en la cabeza.
El tipo profirió un alarido.
—Pare, por favor. Yo no soy nadie sospechoso.
—Eso ya lo sé. El sospechoso soy yo. —Y le volví a golpear aún más fuerte.
—¿Por qué le ha hecho algo así a un policía? —me preguntó el periodista sin perder su condición de informador mientras le caía la sangre por la frente.
Pero en esos momentos mi enemigo era precisamente ese espíritu periodístico. Así que le grité que se callara y le aticé en la boca con la culata. El periodista pegó un gran chillido y se cayó por la ventana con los dientes partidos como si fueran pipas de sandía.
Cuando me disponía a volver al salón de seis tatamis para preguntar dónde tenían un martillo y clavos para remachar la ventana del baño, me encontré con que la madre y el hijo estaban en el piso de hormigón haciendo sonar el candado de la puerta de entrada. Como es lógico, tenían intención de huir sigilosamente. Hasta ese mismo instante, pensé, no habían hecho más que llorar abrazaditos con total afectación. Encendido de cólera, apunté la pistola hacia el techo y disparé.
—¡Pum!
El feroz disparo retumbó por toda la casita, y por un instante me lastimó tanto los oídos que me quedé sordo. La madre y el hijo se cayeron de culo al piso de cemento e, impacientes por ponerse de pie, se pusieron a arañar la puerta corredera. Pensé que las intenciones de la madre y el niño eran las mismas, así que me acerqué a la esposa de Ogoro y le apunté en la nuca con la pistola.
—Te mato.
Nada más decir esto, la esposa de Ogoro se desmayó y al caer se dio un golpe contra la puerta corredera.
En el exterior volvía a oírse el tumulto, y a través de la puerta de cristal se podía ver la sombra de los periodistas que merodeaban por la entrada. Al parecer no habían escarmentado, porque seguía habiendo quien golpeaba la puerta de cristal. Pensé en pegar otro tiro, pero habría sido un desperdicio de balas, así que me lo pensé mejor y lo que hice fue arrastrar hasta el salón el blandengue y pesado cuerpo de la extenuada esposa de Ogoro. El pequeño se hizo pis sentado en el piso de hormigón.
De nuevo sonó el teléfono.
—¿Señor Ido? —En el auricular resonó la voz atropellada de Dodoyama.
—Sí, soy yo.
—¿Ha sido usted quien ha golpeado a Anchoku en la cabeza con un palo duro como un bate, dejándosela abollada y como consecuencia de lo cual ha sufrido un desmayo? —Parecía, pues, que no se había muerto.
—Sí. He sido yo.
—¿Por qué lo ha hecho? —La voz de Dodoyama transmitía su cólera—. A… a mi subordinado. A un buen policía bien educado que no ha hecho nada malo.
—Yo también era un buen ciudadano hasta hace muy poco. Pero, como sucede con un policía que se convierte en agresor, también es posible que un ciudadano normal sea un agresor. Ahora yo me he convertido en un atroz agresor —le dije hablando despacio, dándoselo todo mascado, para que el simple de Dodoyama entendiera, aunque fuera un poco, mi conducta—. Es para estar a la altura de Ogoro. ¿Lo entiende, verdad?
Dodoyama se quedó sin respiración.
—¿Se da cuenta de que si hace así las cosas, usted también es un delincuente?
—¿No se lo he dicho? Ahora yo soy un agresor, amigo.
La esposa de Ogoro, que seguía tendida sobre el tatami, recuperó de repente la conciencia pero fingió que seguía desmayada y aguzó el oído para ver qué decía.
—En lugar de continuar siendo una víctima, se podría decir que he escogido el mismo camino que Ogoro, es decir, el de agresor. Si continuara siendo una víctima, sería más cómodo y más fácil mantener alejados a los medios de comunicación que siguen quejándose nerviosos. Sin embargo, yo soy una persona sin aptitudes para ser una víctima. Por eso mismo he elegido esta postura más difícil. He escogido este camino porque me gusta. Así que no se entrometa.
—¡Claro que me entrometo! —gritó Dodoyama—. ¿Es que piensa que va a mejorar la situación? Quizá crea que para salvar a su familia lo mejor es convertirse en un delincuente, pero es al revés: eso no es nada bueno para los suyos.
—Todavía no me ha entendido, por lo que parece. Para mí, el hecho de salvar a mi familia se ha convertido en estos momentos en lo segundo o lo tercero más importante, desde el instante en que tomé la resolución de ser agresor. Ser agresor es mi principal objetivo en estos momentos.
—¿Cómo? —Dodoyama permaneció callado durante unos instantes sin saber qué decir.
—Es inútil que trate de convencerme —dije yo, tomando la iniciativa.
—Está bien, dígame qué puedo hacer —dijo Dodoyama—. ¿Debo tratar este caso como si tuviera dos escenarios distintos y dos delincuentes distintos, es decir, dos secuestradores? ¿O más bien como un solo caso?
—Le voy a decir lo que va a hacer —le contesté—. Puede considerarlo como un solo caso. Es decir, hasta ahora debía de haber un caso con varios agresores opuestos entre sí, pero aunque no sea así, en un principio para el delincuente y su familia, y para la víctima y su familia tanto la policía como los medios de comunicación son los agresores. Si se produce un incidente, para todas las personas implicadas la sociedad en su conjunto es la agresora. En un principio es fácil invertir los papeles de agresor y víctima, y se hace difícil distinguirlos. ¿Entiende?
—Sí, sí, entiendo. O no. No lo entiendo. Sí, entiendo lo que dice. Ahora bien, lo que todavía no me ha dicho es qué debería hacer yo.
—Allí tiene la centralita, ¿verdad? En el interior del coche patrulla que está aparcado cerca de mi casa.
—Así es.
—Bien, pues allí hay una línea conectada directamente con mi casa.
—Bueno, sí, tiene razón.
—Quiero que la conecte con mi vivienda.
—¿Perdón? —Dodoyama dejó de hablar.
—¿Le pasa algo?
Acto seguido, Dodoyama dijo con miedo:
—Aunque usted renuncie a su obligación de proteger la seguridad de su familia, yo debo seguir protegiendo la vida de su esposa y de su hijo.
—Y eso ¿qué tiene que ver?
—Si usted habla por teléfono con Ogoro, tanto su mujer como su hijo estarán expuestos a una situación de riesgo.
—¿Quiere decir que nos vamos a pelear? —dije yo sonriendo con la voz ronca—. Si no me pone con él, los que estarán expuestos a una situación de riesgo serán la esposa y el chaval de Ogoro.
Pareció que Dodoyama estuviese esperando que yo lo amenazara formalmente con esas palabras.
—Muy bien. En ese caso, no hay nada que hacer —dijo aliviado—. Le conectaremos por teléfono. Espere un rato. ¡Ah! Por cierto… —Y se puso a toser—. ¿No le importará que pongamos un micrófono en el teléfono, verdad?
Me quedé sorprendido.
—Aunque le diga que no, lo van a poner de todos modos, ¿no es así? ¡Esas cosas no las pregunta un policía! ¡A usted le pasa algo!
—Es posible —dijo Dodoyama hablando entre dientes—. Le he hecho una pregunta tonta, ¿verdad? Está claro que me pasa algo. —Y me colgó el teléfono.
Después de eso, le di un puntapié en el costado a la esposa de Ogoro, que se encontraba en el suelo y estaba preocupada por el dobladillo de la falda, que se le había descosido.
—Deja de fingir que te has desmayado. Ve inmediatamente al baño y sujeta la ventana con clavos. A partir de ahora, si entra alguien, me cargo al niño.
Mientras gimoteaba sujetándose el costado, la esposa de Ogoro se fue lentamente hacia la cocina y empezó a buscar el martillo y los clavos. El niño lloraba diciendo que se había hecho pis; subió trepando por el piso de hormigón y empezó a quitarse los pantalones mojados.
—¿Dónde están los pantalones y los calzoncillos del chaval? —grité yo en dirección a la cocina.
—Tú mismo los puedes buscar, ¿no, Rokurō? —respondió la madre con voz chillona, dirigiéndose al niño.
—Me he hecho pis —seguía llorando el pequeño—. ¡Ay! ¡Me he meado!
No habían pasado más de cinco minutos cuando volvió a sonar el teléfono. Era la voz de un hombre que se apresuraba a hablar:
—Tú, tú, tú, qui… qui… ¿quién eres?
—El que ha llamado eres tú. ¿Qué es eso de «quién eres»?
—¿Qué, qué, qué dices? Tú me has llamado.
—Bueno, está bien, como quieras. La policía nos debe de haber puesto en contacto a los dos. ¿Eres Ogoro, verdad?
—A… a… a… así es.
—Yo soy Ido, el dueño de la casa que tú has secuestrado. ¿Lo entiendes?
—Lo, lo, lo…
—Pues si lo entiendes, sigamos hablando. Ahora yo estoy en tu casa. Estoy atrincherado y tengo como rehenes a tu mujer y a tu hijo. Como prueba, vas a escuchar la voz de tu pequeño. —Le puse el auricular al chaval delante de las narices—. ¡Ponte! Es tu viejo.
El niño se puso a llorar a todo trapo mientras gritaba por el auricular a su padre para que lo ayudara.
La esposa de Ogoro, que estaba sujetando la ventana del baño con clavos, vino pitando y le arrebató al niño el auricular del teléfono.
—Oye, ¿me quieres decir por qué te has fugado de la cárcel? ¿Por qué has hecho algo así? Por tu culpa, las estamos pasando moradas. ¿Es que piensas echar a perder mi vida y la de Rokurō?
Como me imaginaba, se puso a dar gritos. De intentar convencerlo, nada de nada. Lo que hizo fue ponerlo verde. Yo no podía imaginar lo que podía pasar si ella seguía insultándolo. Pensé en lo superficiales que son las mujeres.
—¿Qué? ¿Eh? Si te sigo queriendo o no, es algo que ahora no viene al caso. Lo que tienes que hacer es salir de allí. Si no, este hombre nos las va a hacer pasar moradas. ¿Entiendes? Me estás poniendo mala. Eso es. Tiene una pistola. Sí, sí, sí. Te quiero. ¡Qué hombre tan terco! Puesto que te quiero, tienes que salir de ahí cuanto antes. ¿Que si pienso casarme con otro? Eso es algo que ahora no viene al caso. Rokurō está bien. Bueno, eso, que salgas cuanto antes. Pórtate bien, hombre.
Como no hacía más que gritar lo mismo una y otra vez, le quité el auricular de la mano.
—¿Lo has entendido, no?
Ogoro emitió un gemido.
—¡Mierda! ¿Qué piensas hacerles a mi esposa y a mi hijo?
—Si sales de mi casa, dejas que la policía te detenga y los míos salen sanos y salvos, no les haré nada —le dije despacito.
—Eso no lo puedo hacer —gritó Ogoro lleno de furia—. Yo, yo, yo, yo quería ver a mi esposa y a mi hijo, y por eso me he fugado. Si, si, si, si salgo de aquí y me detienen, volveré otra vez a la cárcel. Yo, yo, yo, yo quiero ver a mi mujer y hablar directamente con ella.
—¿No acabas de hablar con ella? —dije, con una risa sardónica—. Me parece que ella no tiene muchas ganas de hablar directamente contigo.
—¿Qué? —Podía oír por el auricular cómo le rechinaban los dientes a Ogoro—. ¡Lo que me temía! ¡Así que mi esposa tiene un amante! Si, si, si, si, si, si es así, con más motivo no pienso volver a la trena. ¡Voy a verla y hablaré largo y tendido con ella hasta convencerla para que se separe de ese tipo! Tr… tr… tr… trae aquí a mi mujer.
—¡Ni hablar! ¡Sal tú de mi casa!
—Si, si, si…
—Si no puede ser, mataré a tu hijo. Y después violaré a tu parienta.
La mujer de Ogoro profirió un grito y se fue huyendo a la cocina, seguida de su hijo.
—Tú, tú, tú, tú, ¿qué, qué, qué, qué tipo de persona malvada eres? —dijo Ogoro a voz en grito—. Si haces eso, estarás cometiendo un asesinato. ¡Un delito de violación!
—Exacto —le respondí riéndome a placer—. ¿O es que piensas que un asalariado serio como yo no es capaz de eso? Te acordarás de hasta qué punto puede ser malvado un trabajador serio.
—Te, te, te lo ruego —me dijo Ogoro con la voz turbada—. No se te ocurra violar a mi mujer.
—Entonces, sal de mi casa —le chillé—. Sal hoy mismo de mi casa. Si no, me cepillaré a tu mujer. Delante de tu crío, en este salón de seis tatamis. ¿Lo has pillado, no? —dije yo estrellando el auricular en el soporte mientras sonreía irónicamente.
Fui a la cocina y vi cómo madre e hijo, insaciables, seguían abrazados lujuriosamente.
—¡Pero bueno…! —dije, pegándole una patada a la papelera que tenía al lado—. ¿Hasta cuándo pensáis seguir lloriqueando? Venga, prepara la cena inmediatamente. Cuando vuelvo a casa después del trabajo, lo primero que hago es cenar. Y no voy a consentir que la cena esté peor que la que hace mi mujer. ¡Date prisa!
—Esto…, yo… Es que tengo que ir a trabajar… —dijo tímidamente la esposa de Ogoro. Sabía que yo no iba a dejarla marchar, pero su naturaleza la obligaba a intentarlo al menos.
—¡Ah! Que quieres irte, dices —respondí dando un paso hacia ella.
Gimió y se volvió a abrazar a su hijo.
—Parece que no te gusta hacer la comida. Está bien, si quieres marcharte, puedes hacerlo. Eso sí, el niño se queda aquí. Para cuando vuelvas, ya habr�� preparado la cena. Un plato de caza «a base de niño asado».
El niño se puso a llorar a mares y volvió a mearse encima.
—Está bien, no me iré.
—Por supuesto que no —dije clavando un cuchillo que había en el fregadero en la tabla de picar—. Ni que decir tiene. Y prepara la cena de una vez, maldita sea.
La esposa de Ogoro empezó a hacer la cena con el odio reflejado en el fondo de sus ojos.
El teléfono volvió a sonar. Como era evidente que sería Ogoro, cogí al chaval por un brazo, lo llevé hasta donde estaba el aparato y descolgué el auricular.
—¿Qué hace mi mujer? —preguntó Ogoro después de comprobar por unos momentos mi reacción.
—Ahora está haciendo la cena.
—Y cuando la haya preparado, ¿qué vais a hacer?
—¿Qué vamos a hacer? Nos la comeremos los tres en este salón de seis tatamis: tu mujer, tu hijo y yo mientras vemos las noticias de la televisión, en las que saldremos nosotros.
—¿Ah, sí? Muy bien. Pues, en ese caso, yo voy a hacer lo mismo. ¡Mierda! Y después, ¿qué haréis?
—Después, esto…, como no hay otra cosa que hacer, nos acostaremos.
—A… Acos… Acos… Acos…
—Sí, acostarnos.
—¿Có… có… có… cómo vais a acostaros?
—¿Que cómo vamos a acostarnos? Pues para eso tendremos que extender el futón, digo yo.
—¿Fu… fu… fu… futón?
—Por supuesto.
—Los…, los…, los tr…
—¡Claro! Los tres juntitos. Si me quedo a dormir en la entrada yo sólito y se escapan, la liamos.
Ogoro volvió a quedarse callado.
Yo me puse a reír:
—No te preocupes, hombre. Hasta mañana por la mañana te garantizo que tu mujer se mantendrá casta. Ahora bien, si mañana por la mañana no te has ido de mi casa…
—¡Un momento! —gritó—. Pe… pe… pen… pensándolo bien, no hay ninguna necesidad de chantajearme. Al fin y al cabo, yo tengo retenidos a tu mujer y a tu hijo.
—En ese caso, ¿qué hacemos?
—Si no me traes aquí a mi mujer y a mi hijo inmediatamente, violaré a tu parienta.
—¡Cuidadito con lo que dices! —repuse como si estuviera furioso—. Basta con que me digas eso para sacarme de quicio. Si lo haces, mataré a tiros a tu hijo sin contemplaciones.
Durante un rato Ogoro estuvo tartamudeando para finalmente contestarme de manera apocada:
—Tú no tienes lo que hay que tener para hacer una cosa así.
Nada más decir eso, le retorcí el brazo al chaval, y éste dio un chillido parecido al de un gato vagabundo.
—¿Qué? ¿Qué le has hecho? —gritó Ogoro, y se quedó de una pieza.
—¿Quieres saber si soy capaz o no de matarlo? —dije riéndome a placer—. Lo siguiente que voy a hacer es estrangularle.
—Ni, ni, ni, ni, ni, ni se te ocurra. Por lo que más quieras. ¡Mi… mi… mi… mi… mi… mierda! Con… con… con… con… con… con… con… con… conque has lastimado a mi pequeño —dijo Ogoro llorando—. Está bien, pues yo también voy, voy, voy a maltratar al tuyo —espetó Ogoro, y puso el auricular del teléfono encima de la caja de música.
A lo lejos se podía oír vagamente la música de El lago de los cisnes en la caja de música junto con los gritos de mi mujer y mi hijo: «¡Mamá, socorro!», «¡Basta!», «¡Basta, por favor!». De repente se oyó un ruido desagradable. Enajenado, le doblé al niño el dedo meñique de la mano derecha. Lloraba y gemía estrepitosamente. La mujer de Ogoro, que estaba de pie a mi lado mirándonos con el alma en vilo, se puso a gritar a voz en cuello: «¡Rokurō!», y me lo arrebató de las manos.
—¿Qué te ha parecido? Le he golpeado a tu hijo en la cabeza con to… to… to… to… to… to… todas mis fuerzas.
Me adelanté a las intenciones de Ogoro al oír su voz. Él estaba sumamente excitado y respiraba ruidosamente por la nariz.
—¡Conque esas tenemos! Pues que sepas que acabo de romperle el dedo meñique a tu chaval. ¡Escucha! ¿Lo oyes?
Le acerqué el auricular para que oyera cómo el pequeño seguía gritando enloquecido a lo lejos, y cómo su madre no hacía más que chillar: «¡Rokurō!, ¡Rokurō!».
—¡Llama inmediatamente a un médico! —gimoteo Ogoro al otro lado del teléfono.
—Si sales de mi casa… Y será mejor que te estés callado. Me vuelvo loco con facilidad.
Durante cerca de cinco minutos estuvieron alternando los sollozos con los gritos. Por fin, vomitó de tanto gimotear y colgó.
La esposa de Ogoro no hacía más que pedir ayuda diciendo que llamara a un médico para que atendiera a Rokurō, así que la tiré al suelo de una bofetada y, cuando le estaba gritando que podía dar gracias de que no la matara, llamó Dodoyama.
—He estado escuchándolo todo clandestinamente —dijo—. Todo parece indicar que ha sido usted el que ha ido intensificando la escala de violencia.
—Me gustaría que esto lo calificara como «ejercer la hegemonía».
—Parece que le ha roto un dedo al niño. Voy a enviar a un médico, así que me gustaría que le dejara pasar.
—No pierda el tiempo —grité—. ¿Quién me asegura a mí que ese médico no es un agente disfrazado? —Como estaba seguro de que Dodoyama iba a seguir intentado convencerme con largas peroratas, enseguida le colgué el teléfono.
La esposa de Ogoro le hizo una primera cura a su hijo entablillándole el dedo con unos palillos de comer y unas vendas, pero como seguía gritando desesperadamente, le dio un montón de analgésicos. Debido a los efectos secundarios, el pequeño se quedó dormido.
Al llegar la noche, la esposa de Ogoro y yo nos pusimos a cenar mientras veíamos las noticias y los programas especiales en los que nosotros éramos los protagonistas. Pensé que en las casas vecinas había demasiado ruido, pero al ver en directo el dispositivo que había fuera, advertí por primera vez de dónde procedía ese follón. Los periodistas habían entrado en la casa de un coreano que vivía al lado y allí, mientras éste estaba ausente, habían montado la sede de recogida de noticias. El coreano estaba protestando porque los periodistas habían estado usando gratis su teléfono. Por eso estaba furioso. Después de echarlos de su casa, le pegó la bronca a su esposa, y su voz se podía escuchar incansable a través de la pared, gritando improperios.
En la televisión se me trataba bastante compasivamente en comparación con Ogoro, pero, aun así, el locutor se refería a mí llamándome Ido a secas, así que estaba claro que me trataban de delincuente. En la pantalla de la televisión iban apareciendo alternativamente las dos viviendas. Delante de la casa de Ogoro, donde yo estaba, y también en mi casa, donde estaba atrincherado Ogoro, habían colocado unos proyectores que se dirigían a las respectivas entradas. Eso hacía que dentro de la casa, en la entrada y en el salón de seis tatamis, si se abrían las puertas correderas, hubiera tanta claridad que parecía que estuviésemos a pleno día.
Por fin, pasadas las once de la noche, se dejaron de oír las voces de la policía, los medios de comunicación, los mirones y demás, y la esposa de Ogoro y yo nos dispusimos a dormir con el niño en medio. Sin embargo, como era previsible, nos resultaba difícil conciliar el sueño, así que, no pudiendo aguantar más inmóvil, me deslicé hasta el futón de la esposa de Ogoro y por fin la violé.
En condiciones normales, ese día me habría acostado con mi mujer. Al acercarme y decirle que cumpliera con su responsabilidad de esposa, la mujer de Ogoro no se resistió: parecía no tener un concepto muy claro de la castidad. En resumen, murmuró dos o tres quejas y se entregó a mí con bastante facilidad. Al pensar que para entonces tal vez mi mujer habría sido violada por Ogoro, no sé por qué, pero me excité a más no poder, y tuve una eyaculación precoz.
A la mañana siguiente, nada más despertarme llamé por teléfono. Cuando intentaba ponerme en contacto con mi colega delincuente, no lo logré, quizá porque así lo habían decidido los altos mandos policiales, o porque Dodoyama no le había pasado la llamada. Pero, por lo que el inspector de policía me dijo, Ogoro seguía sin salir de mi casa. Yo quería hacerle llegar algo, así que le pedí a Dodoyama que enviara a un policía hasta la ventana del cuarto de baño y colgué el teléfono. Pensando que me había ido aproximando al siguiente peldaño de la violencia, me decidí a subirlo. Fue duro, pero si no lo hacía perderían sentido todos mis actos. Así fue como corté de cuajo el dedo meñique del hijo de Ogoro. Era el de la mano derecha, el que le había partido la noche anterior. Cuando manifesté mi propósito de cortárselo tras haber cogido un cuchillo de la cocina, la esposa de Ogoro y su hijo se postraron en el suelo llorando y gimiendo. Pero yo no tuve clemencia. Le corté el dedo meñique de la mano derecha en la mesa del comedor, apretando con todas mis fuerzas, y el crío se desmayó. A la esposa de Ogoro, trastornada, le dio la risa tonta, y como estuvo bastante tiempo sin cortarle la hemorragia de la sección amputada, la sangre fue corriendo a raudales por el suelo de la cocina. Exprimí bien la sangre que manaba del dedo meñique amputado, lo metí en un sobre, me fui al baño para retirar de la ventanita todos los clavos que había puesto el día anterior, y la abrí. Debajo había un policía en posición de firmes. En cuanto me vio, empezó a jugar con las palabras para intentar convencerme, pero yo me limité a entregarle el sobre sin decir ni mu. Tres cámaras situadas a unos metros detrás del poli enfocaron sus objetivos hacia mí. Me imaginaba el pie de foto en los periódicos: «Ido entregando a un policía el dedo pequeño de Rokurō». Pocos minutos después, Dodoyama, estupefacto tras observar el contenido del sobre, me llamó por teléfono profiriendo gritos de qué era aquello, pero para entonces yo ya no tenía oídos para nada. Si hubiera prestado oídos a eso, no habría tenido necesidad de hacer lo que había hecho. Me parecía incomprensible que no lo entendieran ni el poli de antes, ni Dodoyama ni los policías en general. Pedí de nuevo que le entregaran sin falta a Ogoro el sobre con el dedo. Y estaba convencido de que la policía se lo entregaría. El sadismo de toda la sociedad, incluidos la policía y los medios de comunicación, no tenía por qué convencernos, al darse cuenta de la escalada de nuestra lucha. El diario de la mañana no se repartió, y tampoco el vespertino, pero por lo que vi en televisión, el acto cruel de haberle cortado el dedo al crío había generado la opinión de que yo era un criminal más peligroso que Ogoro, cosa que me tranquilizó. Al ver el dedo meñique, Ogoro se habría incendiado de ira, y cada vez que me imaginaba que, como revancha, le estuviera cortando el dedo meñique a mi propio hijo, temblaba de ira, una ira que dirigí contra la sociedad, la policía y los medios de comunicación. Lo que hacía entonces era contemplar el paisaje exterior a través del baño o de la cocina y disparar contra las personas a las que descubría queriendo acercarse hacia mí. Por lo general, no acertaba. Sólo en una ocasión le di en el pie a un locutor micrófono en ristre. Se cayó al suelo y, dejando de lado la serenidad y la apostura de que había hecho gala hasta ese momento, desahogó su cólera gritando impetuosamente por el micrófono. El hijo de Ogoro recobró la conciencia poco después del mediodía y, a partir de entonces, no paró de gritar por el intenso dolor que sentía, dando saltos como si fuera una gamba. La medicación a base de analgésicos ya no le hacía efecto por muchos que tomara, y además se iban agotando. La mujer de Ogoro perdía el oremus de vez en cuando y se ponía a tararear alguna canción pop demencial, o bien se ponía a reír frívolamente levantando la vista. Pero cada vez que recobraba la cordura, se ponía a llorar y abrazaba a su hijo, que sufría un alto grado de excitación. Fue entonces cuando me convencí claramente de que yo no era una víctima. Tanto Ogoro como yo éramos agresores y no víctimas, y la sociedad, a la que pertenecían la policía y los medios de comunicación, ya no era una agresora con respecto a Ogoro y a mí, sino lo mismo que con respecto a los conflictos internos que armaban los estudiantes del nuevo movimiento izquierdista, es decir, algo así como un conjunto de meros espectadores que, en ciertos casos, incluso tenían que adoptar el papel de víctimas. Pero a mí esa sociedad me daba ya lo mismo. Para mí, el mundo exterior se circunscribía a Ogoro y a mi casa, donde estaba mi familia, y lo que se llama «sociedad» no era más que algo útil para transmitir un mensaje a ese mundo exterior. Esa noche volví a hacer el amor con la esposa de Ogoro junto al crío, que seguía sin poder dormir y lloraba y daba alaridos por el intenso dolor que sentía. Cada vez que recuperaba la cordura, la esposa de Ogoro no podía evitar apresurarse a realizar las tareas cotidianas, ya fuera cocinar, poner la lavadora, hacer el amor, etcétera. El caso es que aquella noche me deseó intensamente. Para prolongar en lo posible el acto, intenté distraerme disparando un tiro al techo cuando estaba en mitad del asunto. El estruendo alteró la tranquilidad que había vuelto a la ciudad en aquellas horas de la madrugada. El grito lastimero que profirió la mujer del vecino coreano al oír el disparo repercutió en la pared contigua. A la mañana siguiente, tras darme cuenta de que lo que había conseguido con el disparo no fue más que adelantar la eyaculación, me enteré por la televisión de que Ogoro seguía atrincherado en mi casa, así que me apresuré a amputarle a su hijo el dedo anular de la mano derecha. La esposa de Ogoro se abrazó al crío, que había sufrido una lipotimia y estaba tendido en el suelo sin poder reír ni llorar, con la mirada perdida. Poco después del mediodía, varias horas después de llamar a Dodoyama para que encargara al madero de antes que viniera a recoger el dedo anular, me telefoneó diciendo que Ogoro le había pedido a un policía que me trajera un encargo, y me avisó para que no le disparara al acercarse a la ventana de la cocina. Lo que me trajo el poli fue, como yo esperaba, el dedo meñique de mi hijo. Ogoro había respondido a la provocación. Pensando que todo avanzaba según lo previsto, reí disimuladamente y, al punto, le amputé al crío el dedo corazón de la mano derecha. En el momento en que vi su cara blanca como el papel al perder el conocimiento, me di cuenta de que a esas alturas mi propio hijo estaría en esas mismas condiciones, y eyaculé sin querer, en medio de una enorme tristeza y dolor, mientras le cortaba el dedo con el cuchillo de cocina. La ira hacia la sociedad disminuyó algo con respecto al poli que se limitaba a entregar los dedos. Posteriormente, mi objetivo era mantener mi estoicismo asumiendo plenamente el papel de agresor, y sólo tenía confianza en el principio de mi propio placer, que se supone debía haber terminado sin sentir desagrado mientras siguiera manteniéndolo. Fiel a ese principio, seguí haciendo el amor con la enajenada esposa de Ogoro mientras miraba de reojo al pequeño, que se estaba desangrando desde el mediodía y seguía sin recuperar el conocimiento, debatiéndose entre la vida y la muerte. Y por la noche volvimos a hacer el amor. A la mañana siguiente recibí el dedo anular de mi propio hijo. Enseguida le corté el dedo índice al crío de Ogoro, pero ya no le salía mucha sangre. Tres horas después de haberle entregado el dedo índice al policía, el pequeño murió. Mantuve su cadáver en el interior de la casa. Al fin y al cabo, le quedaban seis dedos sin amputar, y Ogoro no tenía forma de saber si se los había cortado estando vivo o muerto. Cada día Ogoro y yo nos intercambiábamos uno o dos dedos de nuestros hijos y se los confiábamos al poli. En televisión se informaba de que, dada la situación, era de suponer que los niños hubiesen muerto, y llegó el momento en que al hijo de Ogoro sólo le quedaron dos dedos. En la nevera ya no quedaba comida, se nos agotaron hasta las latas, así que tanto la mujer de Ogoro como yo empezamos a tener hambre. Llegué a pensar en comerme el cadáver del crío, pero desistí. No porque fuera carne humana, no, sino porque estaba empezando a pudrirse. Una vez cortados todos los dedos del niño, me quedé sin material que confiarle al poli; por eso decidí amputarle el dedo meñique a la esposa de Ogoro. En el momento en que se lo iba a cortar, llegué a dudar por un instante si se trataba de mi propia esposa o de la de Ogoro, y, al contemplar cómo ésta se miraba fijamente su mano derecha amputada, me excité imaginando la figura de mi esposa, que estaría en la misma situación, y la seduje. Sentía la necesidad de hacer el amor sin parar con la esposa de Ogoro, que estaba sumida en una serena locura. Lo hacía para que no me carcomiera la cordura. Temía que me hubiera sobrevenido una auténtica locura completamente distinta a la forma de ver y de pensar de la sociedad, que ya juzgaba que estaba loco por los actos que había cometido. Poco después me llegó un dedo meñique de mi esposa enviado por Ogoro. Enseguida le amputé a la esposa de Ogoro el dedo anular de la mano derecha. Y empezó el intercambio de dedos de las respectivas esposas. Casi cuando la mujer de Ogoro se estaba quedando ya sin dedos en la mano derecha, falleció. Estaba seguro de que también mi esposa y mi hijo habrían muerto. Ya no quedábamos más que Ogoro y yo, y la sociedad; una sociedad que incluso se iba alejando poco a poco de nosotros. Dejamos de aparecer en las noticias de televisión, y de las inmediaciones de las casas fueron desapareciendo la policía, los medios de comunicación y los mirones. Sólo dos o tres veces al día venía el policía de turno con los dedos, como si se tratara de un cartero. También él llegó a preguntarse poco a poco qué es lo que hacía, y a veces, sólo por curiosidad, inclinaba un poco la cabeza a un lado con aire de duda y se quedaba mirándome desde debajo de la ventana de la cocina o del baño. Cuando se acabaron los dedos que le entregaba, hasta el policía dejó de venir. Debilitado y sin fuerzas en la mano, cogí el auricular y lo apliqué lentamente al oído. Ya no era Dodoyama quien cogía el teléfono, sino Ogoro. Los policías se retiraron y decidieron dejarnos a Ogoro y a mí a nuestro aire, así que pudimos hablar directamente por teléfono. Al escuchar la voz de Ogoro, que había perdido parte de su cordura, me sentí orgulloso de estar cuerdo todavía. Con un sentimiento de superioridad, le manifesté lo siguiente:
—Y bien, lo próximo que voy a hacer es cortarme el dedo meñique, que lo sepas.
Autor: Yasutaka Tsutsui
33 notes
·
View notes
Text
Platón
Experiencias políticas. Algunos datos biográficos.
La carta VII, impresionante documento biográfico, tanto por su sinceridad como por la altza de miras, es un texto inolvidable. Las dudas sobre su autenticidad merecen, hoy, poca atención. La carta no nos da, como el mismo Platón nos advierte en ella, una clave última para acceder al sistema filosófco de su autor. Pero es un buen punto de partida para un acercamiento a nuestro tema.
Cuando yo era joven sentí, el mismo afán que otros muchos; pensé que, apenas llegara a ser dueño de mí mismo, me dedicarían sin más demora a lo asuntos comunes de la política. Pero me afectaron algunas vicisitudes de los sucesos de la ciudad, que fueron los siguientes: encontrándose el gobierno de entonces violentamente criticado por la mayoría, sobrevino un cambio de constitución, y al frente de este gope revolucionario se destacaron como caudillos cincuenta y un hombres: once en la ciudad y diez en el Pireo, que tenían a su cargo administrar los asuntos de la plaza pública y del municipio, y treinta que se instalaron como jefes con poderes absolutos. Y algunos de ellos resultaron que fueron familiares y conocidos míos, y por ese motivo me invitaron a coaborar en actividades que consideraron convenientes para mí. Entonces no sentí yo ningún reparo de extrañeza, a causa de mi juventud; creí que ellos gobernarían la ciudad llevándola desde un modo de vivir injusto a una justa convivencia, de modo que les presté toda mi atención a ver qué hacían.
Y así vi que estos individuos en un breve plazo de timpo hicieron parecer de oro al gobierno precedente. Entre otras fechorías se les ocurrió llevar a mi amigo Sócrates, ya anciano, a quien yo no tendría reparos en calificar como el más justo de los hombres de aquel tiempo, para que, en compañía de otros conciudadanos, fuera a apresar a uno al que querían dar muerte, a fin de que así tomara parte en sus crímenes, tanto si quería como si no. Mas él no les obedeció, y así corrió el riesgo de sufrir cualquier castigo antes que hacerse cómplice de sus criminales actividades. De manera que, al contemplar todo eso, y muchos otros desafueros no pequeños, me indigné y me aparté de los desastres de aquel período. Pero en breve tiempo cayó la tiranía de los Treinta y todo el régimen político de entonces. De nuevo, con menos ímpetu, me impulsó el deseo de dedicarme a los temas comunitarios y políticos. Sucedían, desde luego, en aquellos agitados momentos muchas cosas que uno rechazaría con indignación, y no fue nada extraño que en aquel ambiente turbulento algunos se cobraran venganzas excesivas de sus enemigos; pero aún así los exiliados que entonces volvieron se portaron con una enorme moderación.
Pero, de nuevo, por un desdichado azar, los que entonces ejercían el poder condujeron a nuestro compañero Sócrates ante un tribunal popular, imputándole una acusación criminalísima y la menos adecuada a Sócrates; pues los unos presentaron a Sócrates como impío, y los otros votaron su condena a muerte y ejecutaron a quien en otros días no había querido participar en el arresto criminal de un amigo de los desterrados de entonces, de cuando ellos mismos sufrían los rigores del destierro. Observando yo tales hechos, y a los hombres que actuaban en política, a la par que las leyes y las costumbres, tanto cuanto más los examinaba y avanzaba en edad, tanto más arduo me parecía el gobernar con rectitud los asuntos del Estado. Porque veía que no sería posible hacerlo sin colaboradores amigos ni dignos de confianza, a los que no era facil hallar próximos, pues nuestra ciudad no estaba ya gobernada según los hábitos y disposiciones de nuestros antepasados, y resultaba imposible encontrar a otros nuevos por las buenas, y tanto la letra como el sentir de las disposiciones legales se iban relajando con una asombrosa rapidez.
Así que yo, que al comienzo me encontraba lleno de ímpetus para dedicarme a la política, al observar los acontecimientos y verlos todos zarandeados en todas direcciones por cualquier azar, acabé por sentir vértigos, y, aunque no desistí de examinar cómo alguna vez podría mejorar algo en tales asuntos y, en general, en todo el sistema de gobierno, sin embargo, sí que desistí de aguardar una y otra vez un momento oportuno para actuar, concluyendo por considerar, respecto de todas las ciudades de ahora, que todas están mal gobernadas. Pues en lo que toca a sus leyes, en general, se hallan irremediablemente mal, a no ser por una reforma extraordinaria en un momento de suerte. Me vi forzado a reconocer que, para elogio de la recta filosofía, de ella depende el conseguir una visión de todo lo justo, tanto en los asuntos políticos como en los privados. Por tanto, no cesará en sus desdichas el género humano hasta que el linaje de los que son recta y verdaderamente filósofos llegue a los cargos públicos, o bien que el de los que tienen el poder en las ciudades, por algún especial favor divino, lleguen a filosofar de verdad.
[...]
Platón nace en Atenas hacia 427 a.C., de familia noble y acomodada. Ya ha estallado la guerra del Peloponeso y Pericles ha muerto un año antes de nacer Platón. Morirá en la misma ciudad a los ochenta y un años, en el 347, mientras que sobre la escena política se agiganta la figura amenazadora —para la independencia de Atenas— de Filipo de Macedonia. Cuando muere Platón el hijo del tirano macedonio, Alejandro, cuenta solo siete años. Lo que pasó entre esas dos fechas en la ciudad de Atenas sería excesivo contarlo con precisión; pero podemos destacar que no fue esa una época gloriosa y feliz para la ciudad. La larga guerra del Peloponeso acabó con la derrota lamentable en 404. El joven Platón tuvo entonces ocasión de presenciar cómo, con la ayuda de la victoriosa Esparta, un grupo oligárquico se hacía con el poder y derrocaba la democracia. En ese grupo, que la historia conoce con el nombre de los Treinta Tiranos, figurabas sus parientes Critias y Cármides, hombres de innegable talento, que acaudillaron un gobierno que se hizo detestable por su ferocidad y fue pronto derribado, no sin dejar tras de sí un hondo rastro sangriento. La restaurada democracia quiso restaurar la concordia a la sombra del retorno a las viejas leyes de la constitución patriarcal. Y torpemente vino a condenar a muerte como impío a quien Platón consideró siempre el ciudadano más justo y sabio de la época, a su maestro Sócrates. Ante esos vaivenes Platón perdió su ilusión por la actuación política en aquella ciudad tumultuosa y caótica. Ante los bruscos reveses del azar, que domina tal política, se sintió presa del vértigo, como él mismo confiesa.
[...]
Los únicos intentos de Platón de actuar en política son sus viajes a Sicilia —tres experimentos fallidos, en 388, 366 y 360— en los que Platón se presenta en la corte Siracusana de Dionisio I y de su hijo Dionisio II (ante este en las dos últimas ocasiones), para servir de consejero ilustrado del tirano. Tanto en el primer caso, junto al tirano inflexible y coriáceo, como en el segundo, junto al tirano frívolo y pretencioso, las aventuras del educador de príncipes que Platón intentó encarnar acabaron muy mal, y los déspotas sicilianos no se aproximaron a la pauta del rey filósofo. Sin embargo, no deja de ser significativo el hecho de que el filósofo ateniense acuda a esas llamadas asumiendo los riesgos personales de la aventura. Sobre todo, es revelador el último viaje, que Platón emprende ya viejo y con muy escasas esperanzas de conseguir su programa educativo, a instancias del joven Dionisio II. Pese a todas sus reservas va, un vez más, como para dar un valeroso ejemplo de que el sabio debe sacrificar su tranquilidad a la oportunidad de actuar en política para dirigir a los demás, del mismo modo que el prisionero de la caverna que ha salido a ver la luz deberá retornar a la oscuridad para adoctrinar sobre la verdad a los compañeros de prisión, aun a costa de su propia felicidad. Hay algo de patético en la figura del viejo Platón, que en la carta VII nos relata los motivos de estos viajes y el fracaso de sus esperanzas. Esos desventurados empeños sicilianos le demostraron de nuevo cómo, en los dominios de la política, el azar imperaba en todas las empresas humanas y acentuaron la amargura de sus consideraciones últimas sobre el poder y aquellos que suelen detentarlo.
Sin embargo, y éste es un trazo que no hay que preterir, a pesar de su apartamiento de la política pragmática ateniense y de sus frustradas intervenciones en la corte siciliana, Platón no deja de pensar en la reforma del Estado como un deber del filósofo, Jamás renuncia a la consideración política, nunca cesa en su convicción de que el hombre virtuoso necesita vivir en una comunidad justa y feliz, ya que el individuo no es autosuficiente. Frente a otros discípulos de Sócrates, como Aristipo y Antístenes, que proclaman la autarcí del sabio para la felicidad y la vida auténtica, el ateniense Platón, como su maestro Sócrates, no concibe una existencia completa al margen de la ciudad. La polis constituye el ámbito de la vida más digna y racional.
Teoría política y educación. Los «diálogos» y la actitud del filósofo
De los reproches que Platón tiene que hacer a los sofistas el más grave es el de que no poseen una ciencia auténtica, sino que, presentándose como maestros de un saber, no son más que aduladores de la gente, que aceptan como criterios de valor las opiniones al uso. Ni la retórica es una ciencia, ni la téchne politiké de los sofistas es más que palabrería y adulación a la masa, siguiendo la dóxa inestabke y ambigua. El pasaje en que ese reproche se expresa más rotundamente es el de la República, 493a-c:
todos esos individuos que trabajan a sueldo, a los que la gente llama sofistas y a los que considera rivales (de los políticos) en el arte de educar, no enseñan otra cosa que las opiniones que la gente propala en las asambleas, y denominan a esas opiniones sabiduría. Como si alguien hubiera llgado a conocer los instintos y apetitos de una bestia enorme y poderosa, por dónde acercarse a ella y por dónde agarrarla, y en qué ocasiones y por qué motivos se excita o amansa, y qué sonidos acostumbra a proferir en cada caso y ante que sonidos proferidos por otros se tranquiliza y se enfurece, y tras aprender todo esto a base de tiempo y de contaco con la bestia, ese individuo lo denominará sabiduría (sophía) y adaptándolo como un saber sistemático (téchne) lo utilizará para su enseñanza (didaskalía); y, sin saber en absoluto que hay de hermoso o vergonzoso, bueno o malo, justo o injusto en tales opiniones y apetitos, usará todos esos nombres de acuerdo con las opiniones de esa bestia enorme, llamando bueno a lo que a ella le da placer y malo a lo que le causa dolor; todo ello careciendo de argumentos racionales y limitándose a denominar bueno lo que es impulso irresistible, sin haber captado cuál es la diferencia entre éste y el bien, y sin ser capaz de mostrar tal diferencia a los demás. Un individuo así, por Zeus, ¿no te parece que resultaría un extraño educador?
[...]
Hay una tensión dramática en el pensar de Platón con respecto a la actuación política del filósofo: de un lado, evita la actuación en la vida real, en la Atenas democrática, por los riesgos que tal actuación conlleva; de otro, no postula un ideal del sabio apartado de los asuntos comunes de la ciudad, como propondrán otros socráticos, porque piensa que el deber educativo del filósofo frente a su ciudad es ineludible. Tanto en lo uno como en lo otro resulta decisivo el ejemplo y destino de Sócrates, tanto y más que el propio talante de Platón. Sócrates había demostrado, con su escepticismo y su valor personal, que los conceptos morales están más allá de las valoraciones tradicionales; que el individuo con su razón es la base verdadera de una ética autónoma; pero, a la par, siempre había tratado de mejorar a sus conciudadanos. Lo que Sócrates trató de hacer mediante el trato personal y los coloquios directos, Platón trata de ampliarlo mediante sus diálogos escritos, mediante una enorme obra literaria y filosófica, guiada por un empeño a la par ético y político.
Creo que conviene citar aquí un texto de la Apología, 31c-32a, en el que Sócrates habla de su conducta; no olvidemos, sin embargo, que es Platón quien lo ha escrito:
Quizá pueda parecer extraño que yo privadamente, yendo de una parte a otra, dé estos consejos y me meta en muchas cosas, y no me atreva en público a subir a la tribuna del pueblo y dar consejos a la ciudad. La causa de esto es lo que vosotros me habéis oído decir muchas veces, en muchos lugares, a saber, que hay junto a mí algo divino y demónico; esto también lo incluye en la acusación Meleto burlándose. Está conmigo desde niño, toma forma de voz y, cuando se manifiesta, siempre me disuade de lo que voy a hacer, jamás me incita. Es esto lo que se opone a que yo ejerza la política, y me parece que se opone muy acertadamente. En efecto, sabed bien, atenienses, que yo si hubiera intentado anteriormente realizar actos políticos, habría muerto hace tiempo y no os habría sido útil a vosotros ni a mí mismo. Y no os irriteis conmigo porque digo la verdad. En efecto, no hay hombre que pueda conservar la vida si se opone noblemente a vosotros o a cualquier otro pueblo y si trata de impedir que sucedan en la ciudad muchas cosas injustas e ilegales; por el contrario, es necesario que el que, en realidad, lucha por la justicia, si pretende vivir un poco de tiempo, actúe privada y no públicamente.
[...]
Pero irritar a alguien puede ser, por cierto, el único método de conmoverlo en forma suficiente como para obligarlo a una reflexión filosófica sobre los temas morales...No hay pruebas de que Sócrates haya esperado que la actividad de un tábano intelectual beneficiase a algo más que una pequeña minoría. Además, el método socrático es más comprensible y justificable si se lo entiende más bien como destinado a asegurar un tipo especial de transformación en los oyentes que a obtener una conclusión determinada (A. MacIntyre, op. cit., p. 29)
[...]
Aun cuando el método socrático no proporciona en estos primeros enayos unas respuestas concretas a los problemas éticos planteados, sí que ofrece ya en su mismo planteamiento un enfoque decisivo para el desarrollo de la filosofía platónica. Al preguntarse tal como lo hace: ¿qué es la virtud?, ¿qué es el valor?, ¿qué es la belleza?, etc, da por supuesto que existe una respuest absoluta a tales cuestiones, al margen de las convenciones sociales que hacen que se califique a esto o a aquello de virtuoso, valiente, bello, etc. Protágoras, en el diálogo de su nombre (334 a-c), dice que hay cosas buenas y nocivas, según para quien y cómo; es decir, que bienes y males son relativos. Pero Sócrates rechaza ese planteamiento; el busca un concepto general y una definición universal de «lo bueno», «lo bello», «lo justo», etc. Pone en apritos a Hipias cuando éste le dice que «lo bello s un bella muchacha» (Hip. May., 287e), como a otros interlocutores que andan torpes en remontarse de los ejemplos a la esencia conceptual que hace que las cosas sean bellas, justas, etc., a aquelo que es «lo bello en sí». Las cosas bellas, dirá luego Platón (Fedón, 100c-d) lo son por la presencia en ellas de lo Bello, que las embellece. Mediante esos razonamientos inductivos y sus hábiles silogismos trata de remontarse de los casos o ejemplos concretos a una instancia general, buscando lo que a partir del Eutifrón se denomina el eîdos, la idea o forma, que hace ser a las cosas lo que son.
Desde ese plano lógico Platón parará al ontológico. Y si hay algo que justifica que las cosas sean bellas, o buenas, habrá que afirmar que eso, lo Bello, o lo Bueno, existe por sí mismo. El punto de partida para este proceso se encuentra muy explícito ya en el Eutifrón, donde aparecen por primera vz los términos idéa y de eîdos. «Recuerda —dice Sócrates a Eutifrón—, que yo no te dije que me enseñaras una o dos maneras de piedad, sino aquella idea (‘forma’, eîdos por lo cual son piadosas las cosas que lo son)»[...]
El «Gorgias»: rechazo de la retórica y necesidad de la justicia
[...] El auténtico estadista es, ante todo, un educador de verdad, algo que no son ni los políticos pragmáticos ni los sofistas retóricos, atentos solo a conquistar, como sea, más poder, sin escrupulos morales. Esta convicción socrática se hallaba ya insinuada en otras obras anteriores, pero en el Gorgias se expresa con un nuevo pathos fuertemente dramático.
[...]
[...]Como indica Jaeger (que ha trazado un magnífico análisis del diálogo),
Platón pone ahora en la persona de su maestro su propia convicción pasional de que Sócrates es el verdadero educador que el Estado necesita y hace que Sócrates, con un sentimiento de su propia personalidad y un pathos que no es socrático, sino enteramente platónico, se llame, fundándose en su pedagogía, «el único estadista de su tiempo» (p. 544)
La «república»: una ciudad justa e ideal
El oponente de Sócrates, el violento Trasímaco, nos recuerda el impetuoso Calicles. Sostiene con pasión una tesis cínica y pesimista: que la justicia está dictada por lo que detentan el poder en interés propio. Conviene precisar bien esta posición de Trasímaco, político, pragmático y realista.
Trasímaco elucida el concepto de justicia del modo siguiente. No considera que «justo» significa «lo que sirve de interés al fuerte», pero sí cree que, como hecho histórico, gobernantes y clases gobernantes inventaron el concepto y las normas de justicia pra servir a sus propios propósitos, y que de hecho es más provechoso hacer lo injusto que lo justo. El sondeo inicial de Sócrates sobre la posición de Trasímaco recuerda mucho al Gorgias. Cuestiona el concepto del «más» fuerte como lo había hecho antes, y sostiene que la téchne del gobernar, según la analogía con la téchne de la medicina, es para beneficio de los pacientes, no de los médicos, y gobernar, por lo tanto, debe ser un beneficio del pueblo y no de los gobernantes (A. MacIntyre, p. 43)
[...]
En la República, 592a, Glaucón comenta a Sócrates que el filósofo «no querrá dedicarse a los asuntos políticos». Y Sócrates replica: «No, ¡Por el perro!, tomará parte activa en los de su ciudad interior, y tal vez no en los de su ciudad patria, al menos que se le presente alguna favorable ocasión divina». Glaucón responde: «Comprendo; te refieres a la ciudad cuyo plan hemos trazado y que sólo existe en nuestra exposición, pues no creo que haya otra semejante en ningún lugar del mundo». Y Sócrates: «Pero tal vez haya un modelo de esa ciudad en el cielo para el que quiera contemplarlo y guiarse de acuerdo con él. Por lo demás, poco importa que esa ciudad exista o deba existir algún día. Lo cierto es que en ella, y sólo en ella, consentirá en actuar (el filósofo)».
Como señala E. Cassirer, Platón no trata de presentar un Estado «mejor» —una cuestión ya discutida por otros antes, y replanteada con madura crítica por Aristóteles en su Politica— sino «el Estado ideal», lo cual es fundamentalmente distinto. De acuerdo con este principio, Platón tuvo que recharzar cualquier intento puramente práctico de reforma del Estado. Su tarea era muy distinta: el tenía que comprender al Estado.
No puedo aceptar —dice Cassirer— la tesis de Jaeger según la cual Platón consideró a la República la «verdadera patria del filósofo». Si la República significa «estado terrenal», este juicio lo contradice el propio Platón. Para él, lo mismo que para San Agustín, el lugar del filósofo era la civitas divina, y no la civitas terrena. Pero Platón no permitió que esta tendencia religiosa influyera en su juicio político. Se convirtió en un pensador político y en un estadista, no por inclinación, sino por deber. Y este deber lo inculcó en el ánimo de sus filósofos. Siguiendo su disposición, ellos hubieran preferido con mucho la vida especulativa a la política. Pero hay que inducirlos a que bajen a tierra y, si es necesario, obligarlos a que participen en la vida del Estado. El filósofo, el hombre que mantiene siempre comercio con lo divino, no accederá fácilmente a regresar a la liza política.
[...]
Quien ha advertido la intención educativa de Platón, con su teoría de un conocimiento idealista y una ética orientada hacia valores absolutos, no se extrañará de que el filósofo rechace todo relativismo y liberalismo. El liberalismo se ezplia sobre la base de una teoría relativista de la ética y desde la creencia en la subjetividad del conocimiento y en la igualdad de los ciudadanos por su capacidad intelectual, supuestos que Platón niega. La democracia ateniense, basada en la admisión de tales supuestos, había llegado a una torpe promiscuidad y un extravío colectivo, que en opinión de Platón, la apartaba decididamente del Estado justo, en el que cada persona se halla en el puesto y función que le corresponden según su capacidad y disposición natural. Según Platón, los hombres no son todos iguales, ni mucho menos. Unos han nacido para ser filósofos —y a ellos compete el conocimiento y la dirección de los asuntos comunes—, otros han nacido para guerreros y otros para trabajadores (campesinos, artesanos, etc.). En la nave del Estado los filósofos, con la vista puesta en las Ideas, y en la Idea suprema del Bien, marcan el rumbo de la travesía, y sólo así la nave arribará a un puerto, ordenada y felizmente. Pero no para felicidad de unos pocos, sino para la felicidad de todos. El buen ordenamiento es el fundamento de la justicia, y el buen funcionamiento del conjunto social conduce a la eudaimonía.
La construcción de una sociedad justa está ligada al tema de la educación del ciudadano para la Justicia, que es la armonía del cuerpo social, donde cada uno ocupa el puesto al que le destinaba, según piensa Platón, su naturaleza. Para exponer de un modo plástico, cara al conjunto de la población, la división de la sociedad en tres estamentos: filósofos, guardianes y obreros, Platón recurre a lo que él llama una «noble ficción», y un «relato fenicio», una especie de mito inventado ad hoc. Según este breve relato, narrado en 414d y ss., en el libro III, de la tierra habrían surgido ya los hombres creados con diversa naturaleza: los unos con una porción de oro en su interior, los otros con algo de plata, y otros con una parte de bronce. Platón recoge así una alusión al viejo mito de las distintas razas de hombres sgún las épocas que cuenta Hesíodo, pero lo aplica a los diversos tipos de hombres dentro de una misma sociedad histórica. Se trata de un mito de intención pedagógica, una argucia maquiavélica, que para el filósofo no deja de reflejar la verdad. La palabra griega pseudos, que Platón emplea para calificar tal relato, significa ‘mentira’ y también ‘ficción’. Algunos comentaristas modernos se han escandalizado de que el filósofo recurra a tales medios para xponer su doctrina. Pero se trata de un recurso pedagógico; el mito simplifica y aclara una conclusión filosófica, como en otros diálogos del mismo autor.
[...]
Como A. Koyré apunta:
La ciudad no es (para Platón) un conjunto de individuos. sino que forma una unidad real, un organismo espiritual, y de ahí que entre su constitución, su estructura, y la del hombre, exista una analogía que hace de la primera un verdadero ánthropos en grande, y del segundo una auténtica politeia en pequeño; de modo que, como esta analogía descansa en una dependencia mutua, es imposible estudiar al hombre sin estudiar, a la vez, la ciudad de la que forma parte. La estructura psicológica del individuo y la estructura social de la ciudad se corresponden de una manera perfecta, o, con términos modernos, la psicología social y la individual se implican mutuamente.
El «político»
La atención del filósofo va descendiendo desde el plano ideal y paradigmático a las condiciones reales de su entorno histórico. El político perfecto, que gobernará con pleno saber sin regirse más que por su misma decisión sabia, es sólo un dios o un hombre tan excepcional que sería un milagro su aparición. Como el buen médico o el buen piloto, tal político impondría a la multitud ignorante sus medidas justas en un régimen de poder absoluto, manteniéndose por encima de las leyes. Ya que las leyes son incompletas y una inteligencia superior puede corregirlas o alterarlas.
La ley no podrá abarcar exactamente lo que es lo mejor y lo más justo para todo el mundo a la vez, a fin de confomar con ella sus prescripciones, porque las diferencias que existen entre los individuos y las acciones y el hecho de que ningun cosa humana, por así decirlo, permanezca jamás en reposo, prohíben a toda ciencia, sea cual sea, promulgar en ninguna materia una regla simple que se aplique a todo y en todos los tiempos (294b).
[...]
Muy instructivo es su examen de los tres tipos de gobierno conocidos por los griegos: monarquía, oligarquía y democracia, atendiendo a su imposición por violencia o consenso popular, la riqueza o pobreza de los gobernantes, y la obediencia a las leyes. De acuerdo con sus méritos y en obediencia a las leyes, Platón las ordena, de mejor a peor: monarquía constitucional, aristocracia y democracia. Sin embargo, y de acuerdo con el principio que «lo peor es la corrupción de lo óptimo» —corruptio optimi pessima— la tiranía, degradación ilegal de la monarquía, es lo peor, mientras que una mala democracia resulta lo menos peligroso, por la mediocre capacidad del sistema para el bien y el mal.
Como advierte G. M. A. Grube eso es una pobre defensa de la democracia, pero nodejar de ser una defensa de ese sistema, como el más cauto en un mundo imperfecto. Platón, que ha conocido la tiranía en Sicilia y que siente, con sus muchos años, una tremenda desconfianza en los hombres, parece abandonar su ideal de kos reyes filósofos de la República y sus violentos ataques a la demoracia, que llega a admitir como un mal menor, subordinando siempre el gobierno a las leyes.
La ciudad austera y fortificada por las normas escritas: las «leyes»
En un pasaje citado con frecuencia (Leyes, 875a-d) justifica la preeminencia acordada a las leyes y su recelo respecto a los hombres con poderes máximos (como los tiranos o los filósofos reyes):
Es necesario que los hombres se den leyes y que vivan conforme a leyes o en nada se diferenciarán de las bestias más salvajes. La razón de esto es que no se produce naturaleza humana algun que conozca lo que conviene a los humanos para su régimen político y que, conociéndolo, sea capaz y quier siempre realizar lo mejor. Pues es difícil conocer que mediante el verdadero arte político ha de cuidar no de su bien particular, sino del común —porque el bien común estrecha los vínculos de la ciudad, mientras que el particular los disuelve—, y porque es conveniente a lo común y a lo particular, a ambos, que el bien común esté mejor atendido que el particular. En segundo lugar, si alguno efectivamente incluye en su arte el conocimiento de que eso es así, pero gobierna después a la ciudad sin control y monárquicament (anypeúthymos kai autokrátor), no podrá en ningún caso mantenerse firme en esta doctrina y seguir a lo largo de su vida sosteniendo el bien común para la ciudad y sometiendo lo particular a lo común, sino qe su naturaleza mortal le impulsará sin cesar a la ambición (pleonexía) y al actuar en beneficio ropio, en su fuga irracional del dolor y en su búsqueda de placer. Pondrá estos dos motivos por delant de lo más justo y lo mejor y, produciendo tinieblas dentro de sí, se llenará al final de toda clase de malesy llenará también de ellos a la ciudad entera. Es claro que si hubiera en algún caso un hombre que naciera por una suerte divina con capacidad suficiente para tal empresa, no tendría necesidad para nada de leyes que le rigieran; porque no hay ley ni ordenación alguna superior al conocimiento, ni es lícito que la inteligencia sea súbdita o esclava de nadie, sino que ha de ser la que lo gobierna todo, si es verdadera inteligencia y realmente libre por naturaleza. Pero ahor eso no se da en ninguns parte de ningún modo, a no ser por un breve instante. Por eso hay que preferir al segundo término, la ordenación y la ley, que miran y atienden a lo general, aunque no alcancen a cada una de las cosas.
[...]
Platón ya no habla de la Idea del Bien, luminoso objetivo de todo, sino de lo divino y de Dios. Impregna toda la obra ese sentimiento de que las leyes humanas son un frágil empeño cuyo fundamento es la ley divina. Frente al humanismo relativista de Protágoras, vuelve Platón a proclamar la objetividad de los valores, pero la funda ahora en lo divino.«La divinidad, ciertamente, ha de ser para nosotros la medida de todas las cosas y mucho mejor que cualquier hombre, como algunos afirman» (716c). Esa afirmación puede cobrar acentos de una piedad tradicional —que recuerda la de un Solón, por ejemplo—: «Dios tiene en sus manos el principio, el fin y el medio de todas las cosas, cumpliendo en todo derechamente su camino; le sigue constantemente la justicia, vengadora de todos los que faltan a su ley divina; y siguiendo a la justicia and el hmre que quiere ser feliz, con modestia y templanza» (715e). Frente al optimismo racionalita de Sócrates, nos sobrecoge la desesperanza de algunas expresiones:
Iba a decir que ningún hombre legisla nunca nada, sino que son los azares y sucesos de toda clase los que nos lo legislan todo. La guerra, en efecto, con su violencia derriba las constituciones y cambia las leyes, o lo hace el ahogo de un penosa pobreza. También las enfermedades fuerzan a introducir innovaciones muchas veces, cuando sobrevienen epidemias, o muchas veces las míseras cosechas de largos períodos. Atendiendo todo eso podría uno llegar a decir, como yo dije ahora, que ningún mortal legisla nada, sino que todos los asuntos humanos son, en conjunto, obras del azar.
[...]
Platón aporta muchas sugerencias de interés, sobre todo en lo didáctico. Dedica una gran atención a la educación infantil, a los juegos y canciones adecuadas, a la censura de los mitos, etc. Propone a un magistrado elegido entre los más importantes para velar por la educación (algo así como el primer ministro de educación nacional). Fija un número muy definido de ciudadanos para la polis: los cabezas de familia serán 5040, una cifra simbólica y cómoda. Cada uno de ellos recibirá un lote de tierra inalienable. Los trabajadores serán extranjeros admitidos en función del necesario volumen de obras y controlados por la policía, con el fin de que los ciudadanos no tengan que degradarse dedicando su tiempo a un oficio manual. Las fortunas serán variables, pero el ciudadano más rico sólo tendrá cuatro veces más bienes que el más pobre. Nadie poseerá oro ni plata, sino solo una moneda de metal barato. Nadie podrá exportar nada, y los viajes al extranjero solo se permitirán a gente selecta, de avanzada edad y probada fidelidad y saber.
—Carlos García Gual
Obtenido de “Historia de la ética 1. de los griegos al renacimiento”, editora Victoria Camps, pp 80-135.
#Carta VII de Platón#Platón#Sócrates#Pericles#Filipo de Macedonia#Alejandro de Macedonia#Critias#Parménides#Dionisio I#Dionisio II#Aristipo#Antístenes#Apología de Platón#Hipias#Fedón de Platón#Eutifrón de Platón#Gorgias de Platón#Trasímaco#Calicles#Glaucón#Carlos García Gual
4 notes
·
View notes
Text
CASI PERFECTO CAPITULO 5 PTE 1 -Un Nuevo Sentimiento-
ºwº.........Dejare esto por aquí y me iré a ver ”La Bella y La bestia”
Con dedicatoria especial @haruko48
Fanfiction <--------Disponibl
Después de aquella noticia, las chicas volvieron a su trabajo normal. Esta vez, la forense volvió con Jurina, después de eso no quería verle la cara que tenía Sayaka en estos momentos. Ahora había más dudas en el aire y sabía perfectamente que Jurina en cualquier momento pediría algunas respuestas a los resientes acontecimientos. Por otro lado apresuradamente la agente Sayaka se adelantó en su moto sin decirle nada a nadie solo salió de aquel lugar después de responder una llamada en su teléfono privado.
****En el Auto***
–¿Miyuki, cómo es eso de que el Director es tu Padre? –
–Es una historia muy larga de contar, pero a grande rasgos…– Y ahí estaba la pregunta que estaba esperando desde que encendió el automóvil Jurina – No es mi padre Biológico él se casó con mi madre antes de que ella…– De pronto la forense hizo una pausa y Jurina una conduciendo le volteo a mirar sin perder de vista el camino notando un rostro pensativo por parte de la forense. –Falleciera…– Dijo al fin en un suspiro.
–Tu madre…– Jurina estaba triplemente sorprendida en el día. – ¿Y eso cuando sucedió?–
–Mañana es su sexto aniversario–
–¿Mañana? Eso quiere decir que murió cuando aún estabas… en… la preparatoria– De pronto la mente ágil de Jurina ato uno de tantos cabos sueltos en su cabeza pero aun sin comprender del todo –Lo siento mucho, en verdad–
–Está bien, ya ha pasado bastante tiempo y todo es mejor ahora–
–Me alegra– Jurina no dijo nada más, se reservó sus pensamientos solo para ella y siguió condiciendo con normalidad.
****Departamento de Investigación Criminal***
En una abrir y cerrar de ojos ya se encontraban en sus oficinas tomando cada una el elevador. Uno hacia arriba y otro hacia la planta baja, donde se encontraba la nueva área forense. Al llegar Jurina a su cubículo, asomo su cabeza al de Sayaka, aún no había llegado lo cual era extraño ya que ella se fue mucho antes que la comandante y ellas. No le dio mucha importancia, posiblemente se entretuvo por ahí en algún establecimiento de comida, ya era tarde sería algo normal, pero algo en su interior le decía que estaba evadiéndola para que no le preguntara nada sobre ella y la forense.
Tomo su lugar y continúo con lo que hacía antes de recibir esa llamada del colegio de la pequeña Miku. Así transcurrió un tiempo considerable y la otra agente aun no aparecía. Era extraño e irónico como de pronto se sintió sola, desde hace un par de años, su compañía significaba mucho pues había dejado de ser solo alguien más con quien pasaba sus días en su trabajo, si no que ahora disfrutaba lo que hacía en su compañía. Su línea de extensión del teléfono de su cubículo la distrajo de aquellos pensamientos.
–Si diga–
–Agente–
–¡Oh! Miyuki, ¿Qué ocurre? –
–Necesito de su presencia en el laboratorio–
–Oh, enseguida bajo–
Dejo de hacer lo que hacía y se levantó no sin antes mirar de nuevo aquel lugar vacío preguntándose de verdad donde podrá estar su compañera.
+++++Área forense+++++
Al llegar, pasó su tarjeta por el detector para que la puerta le diera acceso y se dirigió a la oficina de la Doctora forense. Toco la puerta y una voz le dio le dio la invitación para seguir adelante.
–¿Qué es lo que ocurre Doctora? –
La Doctora se encontraba, sentada frente a su computador, e invitaba a pasar de lleno a la agente mientras ella se ponía de pie caminando hasta la puerta.
–Tengo las pruebas finales de los tejidos de la victima de ayer– Dijo con unas hojas en las manos.
–¿Y qué hay de nuevo? – Jurina tomo asiento, y como las sillas giraban seguía sus movimientos, divertida en la silla como niña pequeña.
–Mucho– Le responde fascinada, frenando de lleno los movimientos de la agente.
–¿Así? – La reacción de Jurina fue de extrañeza al ver como los ojos le brillaban a la forense por su descubrimiento.
Estando en esa silla con la forense bloqueando la salida sintió como un escalofrió recorrió su cuerpo al ver tanta fascinación en una sola palabra.
–De acuerdo con los análisis histológicos y las pruebas de ADN, los brazos de esta víctima no le pertenecen– Dijo extendiendo su brazo.
–¿Qué? – Jurina tomo entre sus manos aquellos documentos y lee el informe bien redactado de la Doctora confirmando lo dicho.
–Así, Como lo oye agente, los brazos no corresponden a este cuerpo, ciertamente…–Cruzando sus brazos y pensando en silencio con una mano en la babilla meditaba algo mientras Jurina estaba sorprendida pero con la intriga escrita en toda su cara.
–¿Y cómo fue que se le paso tan pequeño detalle a la mejor de las Doctoras en su rama?–
Cruzada de brazos recargada en el borde lateral del marco de la puerta de la oficina, se encontraba la agente Yamamoto. Jurina despego la vista de aquellos papeles al escuchar su voz y Miyuki hizo muecas en su rostro sin una gota de gracia aun dándole la espalda.
–Hey Yamamoto, ¿Cómo sabias que estaba aquí? –
–Cuando llegue no estabas en tu cubículo y me dijeron que habías bajado al laboratorio–
–Oh ya veo, ¿Y dónde te habías metido? –
–Fui a comer con mi tío, me invito y no pude negarme– Dijo mirando a Miyuki que se dirigió de nuevo a su escritorio, mirando fugazmente a la agente pero aparto la mirada suspirando en frustración, acomodando sus hojas e imprimiendo otro juego con los resultados para entregárselos a las agentes moviéndose por su oficina de un lado a otro.
–Ooh, tu misterioso tío, el cual nunca he visto pero lo mencionas muy a menudo–
–¿Le dijiste que la semana entrante te vas a España? –
–Sí, era de eso de lo que él quería hablar– Al escuchar eso Miyuki hizo una ruido abrupto en una gaveta que hizo que las chicas callaran por un momento cualquier palabra.
–¿Terminaron con su fraternal encuentro? Hay otra cosa que quiero mostrarle agente Jurina– Dijo acentuando solo Jurina y saliendo de ahí dirigiéndose al cuarto frio, con un par de folders en su mano, siendo seguida por ambas chicas aunque no digiera el nombre de una.
Al llegar al cuarto frio, abre la puerta de seguridad con su tarjeta, volteando a ver a Yamamoto. –Tenga cuidado con la puerta agente– Le aclara y entra.
Saca de una de las cámaras frías una bolsa de plástico que contenido a un pequeño corte bien conservado y se los muestra señalándoles el nombre del propietario. Jurina lo toma entre sus manos y frunce el ceño enseguida.
–Esto no es posible, ¿Qué clase de broma es esta? –
–Una de muy mal gusto– Opino Sayaka al ver también.
–Como podrán ver, los brazos que por error le puse al cuerpo que está en la plancha le pertenecen a aquel cuerpo mutilado que encontraron en el auto abandonado– Asombrada con su rostro puro de admiración da aquellos resultados –Fueron tratados de forma magnifica para conservarlos y ponerlos en la escena del crimen–
Su fascinación no tenía límites, las agentes se miraban una a la otra y no tanto por aquellos resultados si no por la actitud de la forense, no cabe duda que dignamente lleva el nombre de Doctora de los muertos.
–¿Alguien está jugando con nosotros? –
–O tal vez alguien quiere decirnos algo–
–Esperen un momento, si este cuerpo no tiene brazos, ¿dónde están? –
–Si este criminal sigue armando escenas de crimen, es posible que la próxima víctima no tenga su cabeza. Doctora, ¿Cuántas partes le faltaban al victima encerrada en el coche?–
–Los brazos, la cabeza y las piernas–
–Bueno ahora tenemos sus brazos–
Entre más preguntas se hacían, menos llegaban a una conclusión, de ser misteriosa paso a ser frustrante por no poder descifrar las intenciones del delincuente desquiciado que desmiembra cuerpos.
–Creo que debemos notificárselo a la comandante–
–Sí, lo sé–
Las agentes se retiran del área forense llevando con ellas el folder de los actuales resultados y la comparación genética de los anteriores resultados del cuerpo encerrado en el coche.
++++Oficina de la Comandante Sae++++
–¿Qué es lo que tratan de decirme? –
–Nada, tampoco nosotras lo entendemos–
–Esto no me gusta nada, y menso ahora que deben salir del país–
–Podemos negarnos y que manden a otros–
–No, es vital que salgan– Dijo la comandante con un aura de misterio envolviéndola.
–Nosotros haremos lo que esté en nuestras manos mientras estemos aquí–
–Eso espero, por lo pronto estén alerta–
–Si comandante– Respondieron las agentes abandonando al oficina.
++++Ascensor+++
Entraron al ascensor, debían bajar algunos pisos ya que la oficina de su jefa inmediata se encontraba en el piso más alto. Fue silencioso todo su camino inclusive dentro de él. Jurina tenía varias dudas en la cabeza pero Sayaka parecía estar normal como todo los días.
–Oye Yamamoto, ¿quieres salir esta noche?–
–Claro, porque no, ¿solo tú y yo?–
–Sí, pero si quieres podemos a la…–
–No, no… no quiero–
Adivinando las palabras que seguramente se formaban en la boca de Jurina, evade cualquier pregunta y solo se limita a aceptar esa invitación. Después de tantas cosas que han sucedido le viene bien un poco de distracción.
–Entonces iré a cambiarme de ropa y a dejar a Miku en casa de mis padres, te veo en el mismo lugar de siempre Yamamoto. No olvides terminar tu reporte–
–Sí, sí, nos vemos al rato–
Se pusieron de acuerdo las chicas al salir del ascensor, Jurina despidiéndose y Yamamoto volviendo a su cubículo. Basto un par de horas para que Sayaka terminara de hacer sus deberes. Con el ultimo [enter] para guardar su documento se recarga en su cómoda silla estirándose lo más que puede para liberar la tensión levantando sus brazos y jalándolos hacia atrás. Contempla por última vez el monitor que esta por apagarse y se pone de pie, toma su chaqueta que anteriormente dejo en el respaldo de su silla y se dirige al ascensor.
Ya es un poco tarde pero aún hay personas del turno de la mañana, es la hora del cambio de personal para los que les toca el turno de la noche. Dos de las puertas de los ascensores se abren al mismo tiempo, y de igual forma dos personas salen.
–Yamamoto–
–Doctora–
–¿Así que esta tarde estuviste con tu tío? –
–Sí, así es–
–Ya que viste a tu tío, me preguntaba si quieres acompañarme a cenar–
–¿Yo? ¿Por qué debería? –
–Tiene razón, olvídalo. Hasta luego–
Miyuki dejo lugar abordando un lujoso auto negro que seguramente la llevara a su destino, Sayaka solo siguió sus movimientos con la vista y en un suspiro haciendo un mueca extraña en la comisura de sus labio, se dirigió al estacionamiento para ir por su moto y regresar a casa para después llegar a su punto de reunión con Jurina.
******Bar****
Era una noche tranquila como nunca, la agente Yamamoto se encontraba en su mesa reservada, mientras esperaba la aparición de su compañera bebiendo de su cerveza negra concentrándose en las gotas heladas que caían por los contornos de la botella mientras la devolvía a la mesa. Repasaba en su memoria aquel sueño de la noche anterior y de lo que sucedió después ¿Por qué Miyuki de la nada la invito a cenar? Su cabeza estaba muy revuelta por los acontecimientos.
Jurina arribo a aquel lugar buscando de entre las personas a su compañera, cuando la localiza la mira encogida de hombros mirando su botella.
–¡Hey! Yamamoto– Dijo llegando al fin hasta ella dándole una palmada amistosa en el hombro –¿Trajiste tu moto? – Pregunta para iniciar con la conversación.
–¡Hey! – Expreso con un poco de desgano –No, la deje en casa–
–Eso es bueno, todo un conductor responsable ¿Qué te ocurre Yamamoto? –
––¿Qué? –
–¿Qué? – Imita su sonido –Últimamente has estado muy ausente, irritable, de mal humor y pues ahora que nos iremos…–
–No me pasa nada– Corto las palabras de Jurina antes de que digiera algo.
–El día es que estuvimos en el campo de minas, Miyuki me dijo que se conocen desde la preparatoria– Comento sin rodeos
–¿Eh? – Sayaka entra en un momento de crisis, la forense le ha dicho algo a Jurina, pero ¿Qué tanto? ––¿A.. Así? ¿Qué te dijo? – Pregunto como si no importara realmente pero un poco inquieta.
–Nada fuera de lo común, algo así como que fuiste una verdadera molestia…–
–¿Eso te dijo? – Ella se sobre salta un poco con un involuntario pero divertido puchero que también divierte a Jurina
–JaJa, no, bueno si, pero también me dijo que eras alguien muy importante en su vida…además, la forma en que reacciono ella y tú en el campo de minas…–
–Es verdad, nos conocemos desde hace tiempo, mucho en verdad– Sayaka vuelve a una expresión pensativa
–Ya sabía yo que había algo extraño aquí…y en preparatoria según Miyuki–
–Nos conocemos desde antes… mucho antes–
–¿Antes? ¿Qué tanto es antes? –
–No sé, desde que aprendió a caminar, que se yo, mis padres eran muy cercanos a los de ella–
–Vaya…–
–Pero ya no importa…– Murmuro dando un trago profundo a su botella.
–¿No? – Jurina veía todo lo contrario en el los gestos de Sayaka, ciertamente es una mujer reservada pero la conoce y sabe cómo obtener lo que busca hoy.
–No. Además, es una historia muy larga y no planeo contártela–
–¿Por qué no? Somos amigas. Sé que eres bastante reservada pero bueno no puedo forzarte. Entonces si no te importa Miyuki pues yo podría…–
–¡Oye! –
–¿Vez? Cuéntame, ¿Quién es ella?–
Sayaka fue muy evidente con su reacción y es consciente de que Jurina lo notó y sabe que esa chica, la Doctora, es alguien muy importante como para no permitir ponga sus garras sobre ella. La misma Jurina lo sabe pero solo debía presionar el botón indicado para que este misterio para ella comience a descifrarse.
–Cuando la vi por primera vez en la preparatoria no supe quién era, la vi en el invernadero de la escuela, era un colegio para chicas…–
–Lo sé, y también sé que eras muy popular–
–¿Qué? ¿También te lo dijo?–
–Algo así–
–¿Qué fue lo que te dijo? –
–Solo eso, ella la presidenta del consejo estudiantil y tú la chica rebelde popular–
–No era rebelde, solo un poco diferente… En fin, la primera vez que según yo la vi, era muy apartada al resto de las chicas, la única en el instituto que aparentemente no le importaba mi presencia, orgullosa y reservada…La mejor–
–Me dijo algo sobre que tuvieron sus diferencias–
–Algo así, la mitad de la escuela la odiaba y la otra mitad la idolatraba–
–Y tu supongo fuiste como la salvadora de las renegadas ¿Cierto? –
–Tal vez, pero yo no la recordaba, un día, cuando debía entregar los cuadernillos de tareas se ofreció a mostrarme el camino hacia la sala de maestros. Yo era nueva desempeñando el papel de representante de la clase–
–¡Wooow! –
–Cállate y escucha, de lo contrario no te diré nada – Le dijo en el mismo tono de juego de siempre.
–Si mi capitán– Siguiéndole el juego Jurina, se acomodó lista para escuchar muy atenta algo que es de su interés.
–Tampoco me ubicaba bien en la escuela, solo sabía llegar a la cafetería y al salón de mi club. En ese momento ella se encargó de recordarme que ya la conocía desde antes– Dijo en medio de un profundo pensamiento –En verdad, mis recuerdos son muy borrosos no recuerdo aquellos días con claridad ya que no lleve una infancia ordinaria–Suspira y le da un trago a su cerveza que progresivamente perdía la frescura y contenido. –Cuando cumplí 5 años me mude a Tokio. Éramos amigas desde pequeñas supongo sin embargo… en la preparatoria algo cambio. –
–¿Qué cambio? –
Sayanee se movió incómodamente sobre su asiento, decir la verdad realmente no le importa, pero aún le es difícil enfrentar algo que inútilmente intento hundir en lo más profundo de ella.
–Simplemente no me acordaba de ella–
–No puedo creer que no la hayas reconocido Yamamoto–
–Bueno, tenía 5 años cuando me fui…–
–y 5 años de retraso mental ¿o qué?, ella a ti si te recordó–
–No es eso, bueno si pero cuando jugábamos en el parque ella…. ella era gordita…– Dijo disminuyendo de forma progresiva su voz.
–¿Qué? – cuestiono Jurina sonriendo pero sin el afán de burlarse Realmente sorprendida, Miyuki es de muy bien ver y si no fuera por Sayaka seguramente ya formaría parte de su lista frecuente.
–En la preparatoria era totalmente diferente y bueno sigue conservando sus cachetes ahora que lo pienso, pero de verdad parecía una pelota–
–Si te escuchara seguramente ahora si te manda a la morgue– Dijo –Creí que no podía ser más despistada, ten cuidado Yamamoto el desinterés te puede costar caro– Le dijo consiente de que por parte de Miyuki sabe un poco más.
–Mira quien lo dice–
–Precisamente por eso te lo digo, a diferencia de ti yo no tengo a nadie especial. Sin embargo, si algún día encuentro a esa persona no concebiría perderla–
–Vaya, después de todo si tienes corazón–
–y uno muy grande–
–jaja si claro–
–oye, ¿pero qué tal ahora? –
–¿Qué tal ahora de qué? –
–Miyuki. Se honesta, no sé qué ha ocurrido a ciencia cierta pero por lo que veo ella fue muy importante para ti, y tú para ella…–
–Define importante–
–En mi lenguaje de importancia, ella es más que una vieja conocida–
–Eso no voy a negártelo, pero hay cosas que no…–
–Comprendo, pero al menos me lo has contado. Ahora Miyuki no está en mi lista–
–Matsui–
–Ja ja ja ¿Y qué va a pasar con el viaje? –
–No lo sé, ¿Debe pasar algo? –
–No, pero solo seremos las tres, ¿ya caíste en la cuenta de eso? –
–SI, ya lo hice– Dice y con una peculiar actitud resignada bebe lo último que le quedaba a la botella, limpia los restos de líquido de sus labios con una servilleta y levanta su mano para que el mesero las atienda.
Después de un par de horas, las chicas disfrutaban de su noche olvidando un poco lo que eran y lo que les rodeaba, tanto que a Yamamoto se le pasaron las copas pero, Jurina era punto y aparte. Mientras las chicas pedían y pedían ronda tras ronda de diferentes tragos, convivían con algunas de las personas que ya conocían del lugar.
Solitaria, disfrazando su felicidad embriagada detrás de una sonrisa seductora y actitud posesiva, como mucha de las veces. Miro a una chica que solo estaba en la barra bebiendo una bebida trasparente, en una copa de coctel mientras volvía del baño.
La chica volteo a todas partes al sentir que alguien la observaba, pero volteo su cara con arrogancia cuando encontró al emisor cosa que, le pareció divertido y provocativo a Jurina. Se acercó sin dudarlo, con toda la experiencia encima. Su primera táctica fue recargarse en la barra a un lado de ella, sonriente mientras veía al bartender hacer su trabajo.
–Hola– Dijo saludando amigablemente pero la señorita la ignoro completamente –Mejor aún– Peso ella con una lasciva sonrisa formada solo en la comisura de sus labios.
–¿Jurina-San le falta algo a su mesa? – Pregunto el bartender que conoce a la perfección a estas chicas.
–No, estamos bien, Gracias–
–¿A usted no se le ofrece nada? – Pregunto Jurina tratando de hacerle conversación a la chica difícil.
–¡No! ¿Qué es lo que pretende? – Pregunto indignada
–Nada, disculpe ¿No eres de por aquí cierto? –
–¿Importa mucho?, este es un lugar libre y cualquiera puede venir a tomar algo– Dijo bebiendo de su copa y volteando su rostro a otro lado.
–Tiene usted mucha razón, y puedo ver que no está de buen humor ¿Alguien la hizo enojar?–
–¿Qué? – La mujer nueva giro su cabeza para encontrar de nuevo el rostro cazador de Jurina.
–¿Me equivoco?, una mujer tan linda como tú no puede tan mala persona–
– ¿Y tú que puedes saber si soy o no una buena persona? –
–Me lo dice tu mirada, vacía y triste. Las personas a menudo vienen aquí para olvidar algo o para ignorar un momento que se sienten vacíos– Dijo haciéndole un análisis como si de verdad le importara, no era más que una de sus muchas tácticas para hacer que la conversación fluyera.
–¿A si? – Cuestiono la chica un poco más interesada girando su cuerpo sobre el asiento y recargando su codo derecho sobre la barra.
–Sí–
–¿Y, usted está intentando olvidar algo? O, ¿se siente vacía? –
Jurina rio inevitablemente ante la pregunta hecha con sus propias palabras, sin embargo esta oportunidad no la va desaprovechar.
–Puede ser ambas, puede ser ninguna–
–¿Cómo es eso? –
–Puede ser que, hoy solo quería conocer a alguien… como tú–
La chica arrogante sonrió como si captara inmediatamente la idea, además no estaba nada mal esa persona que el bartender llamo Jurina.
–Jurina ¿Cierto? –
–Matsui, Matsui Jurina, pero Jurina es perfecto–
–Miyawaki Sakura, Sakura está bien–
–Sakura, que bello nombre, y cuenta me Sakura ¿Qué haces por estos lugares? –
–Nada en especial, soy nueva en la ciudad y, tal vez también quería conocer a alguien…–
–Interesante– Dijo Jurina posando se barbilla sobre su la palma de la mano en forma de puño. –Yo puedo mostrarte la ciudad, si gustas–
–Me gustaría salir de aquí para empezar, la persona que me cito me dejo plantada–
–¿Cómo alguien se atreve a cancelarle una cita, a alguien como tú?– Jurina sonrió ante su éxito rotundo.
–Estupidez por naturaleza– Respondió
Dicho eso, Jurina es distraída por su amiga que estaba cantando a todo lo que le daban sus pulmones las canciones que ponían en el bar y comenzaba a llamar mucho la atención, sabiendo que estaba mucho más mal que ella, volvió su mirada a esa bella chica que acaba de conocer.
–De acuerdo, salgamos de aquí pero primero llevamos a mi amiga a su casa, ¿te parece?
–Está bien–
Jurina liquido la cuenta de su consumo junto con el de Sayaka, pero jamás pensó en que le tomaría mucho más tiempo del planeado convencer a su amiga a dejar el lugar, de la última y nos vamos no salía. Cuando por fin pudo tomar el control sobre ella la llevaron al auto y la subió a la parte atrás donde apenas si podía sentarse poniéndole el cinturón de seguridad para intentar mantenerla erguida.
–Cielos, ¿Por qué bebiste tanto?– Pregunto de forma inútil mientras la manipulaba a ella y a sus tercas manos. –No te vayas vomitar en mi auto Yamamoto…–
Sakura, la chica a acompañante expectante de aquel caos ofreció ayuda con aquellas manos escurridizas que se reusaban a utilizar el cinturón.
–¿Tu amiga siempre se pone de esa forma? –
–No, es la primera vez– responde pensativa y un poco sorprendida– Y le va a costar caro– Dijo con tono de burla por lo que le espera mañana aun si es una día libre, aunque verdaderamente se cuestionaba que fue lo que la orillo a ponerse de esa forma, aun en medio de su propia inestabilidad, ya que ella tampoco estaba al 100%.
Después de asegurar a Sayaka en el asiento trasero, amablemente le abre la puerta del copiloto a su nueva conocida, terminando ella por abordar su auto deportivo y ponerlo en marcha. Conforme pasaban por los lugares, le señalaba algunos de interés a la chica copiloto y conversaban agradablemente mientras Jurina veía por el retrovisor constante mente a su amiga completamente inclinada hacia el frente con el cinturón de seguridad haciendo su trabajo.
Estando ya en el departamento de Sayaka, que no era la primera vez, la llevaba directo a su habitación, pero los planes de la alcoholizada agente eran otros, como pudo hizo que Jurina la llevara al baño. No podía contener más su mareo y apenas si tuvo éxito para no ensuciar el auto y su piso que parecía un espejo de color negro.
Con gestos de desagrado Jurina cuidaba de su amiga en dificultades, dando por hecho que no había nada más que sacar más que jugos biliares. La ayudo a reincorporarse y asearse un poco para llevarla por fin a su cama donde, sin poner resistencia se quedó completamente dormida como una roca boca abajo. Jurina solo le quito su calzado dejándola dormir, saliendo de la habitación para encontrarse con la chica.
–Perdón ¿No vamos? –
Sakura solo asentó con su cabeza y ambas salieron del edificio. Al estar nuevamente en su auto, Jurina confirmo la hora y puso el coche en marcha.
–Creo que, será mejor que te lleve a casa–
–Sí, es verdad. ¿Tu amiga se encontrara bien? –
–Sí sabe cómo arreglárselas, o eso espero, de todas formas mañana vendré temprano sábado y domingo descansamos–
–Ustedes dos son policías ¿Cierto?–
–Oh, viste las fotos–
–Cómo no iba a hacerlo, hay bastantes de ustedes dos y muchos reconocimientos…–
–Bueno, no es lo primero que le cuento a alguien–
–Comprendo– Dijo la chica.
Al llegar a su casa, un poco apartada de la ciudad y casi al otro extremo de la suya, dejo salir del auto a su presa viva lamentando el hecho pero su amiga es primero y necesitaba de su ayuda, ya después le cobrara el favor. Antes de que Sakura pusiera el segundo pie fuera del auto, regresa un movimiento girado el cuerpo.
–Ya es tarde, te gustaría quedarte esta noche–
Una sonrisa bastante misteriosa le hizo la invitación a Jurina, cosa que no desperdiciaría. Si a la chica no le importa a ella mucho menos.
Entro a su casa, lo primero que noto era un sinnúmero de fotografías de diversos paisajes, pero le llama la atención una en especial de una fuente. Hay un achica de espaldas, perecía tener sus brazos hacia el frente como si abrazara algo, por la ropa que lleva daba la sensación de hacer ser frio, invierno, solitaria. No reconoce aquel lugar pero sin duda es una muy buena foto que le hacía sentir la necesidad de estar en aquel lugar.
–Por aquí– Le dijo al oído y tomándole de manera suave su mano y distrayéndola de su apreciación de la foto.
Jurina atiende a ese gesto provocativo sonriendo un poco con la comisura de sus labios mirándola lascivamente –¿Eres fotógrafo? –
–Algo así– La chica le devolvía la mirada ahora sin reservarse ni un poco.
–¿Todas esas fotos las tomaste tú? –
–No creo que estés aquí para hablar de mis fotos– Le dijo de una forma muy regalada poniendo un dedo debajo de su mentón y una mano en su hombro–Tampoco creo que te hayas acercado a mí con buenas intenciones esta noche ¿Cierto?–
–Aparte de hermosa eres muy inteligente– Jurina haciendo uso de su seducción maestra le tomo por la cintura atrayéndola a ella.
–Enséñame que es lo que sabes hacer policía–
Jurina, sonriendo galantemente como siempre, con sus ojos fríos y llenos de sed de venganza, reflejaban una gran necesidad de llenar un vacío. Insaciable, comenzó a besar a aquella chica que encendió sus sentidos sin saber por qué, y algo había diferente a otros encuentros casuales, pero ha estado con tantas que una mas no hará la diferencia así que solo hace lo que sabe hacer muy bien y termino satisfaciendo sus instintos con la mejor compañía que encontró esa noche. Una mujer de muy buen ver qué a pesar de mostrar renuencia, despedía un aura tímida y provocativa. Esa noche se convirtió en la oveja perfecta para ese lobo solitario y con una copas encima, las circunstancias hicieron de las suyas.
++++La Mañana siguiente******
Los primeros rayos del sol se colaban por la ventana de la recamara de Sakura, que progresivamente abre sus ojos y se mueve de una forma lenta mientras despertaba completamente. Se ayuda con uno de sus brazos para sentarse sobre su cama sin salir de ella cubriéndose el pecho con una parte de la sabana que sostenía su otra mano. Supo que se había quedado sola, pero una sonrisa fría en la comisura de sus labios indica que no será la última vez que la ve. Así que con un rostro de satisfacción vuelve a recostarse y de forma placentera se acurruca en su cama para seguir durmiendo.
***Departamento de Yamamoto****
Un sonido hiriente para sus oídos hace despertar de una sobre salto a la agente que se encontraba en la misma posición en la que Jurina la dejo anoche. Sin poder despertar completamente, buscaba a tientas por todas partes ese aparato que no dejaba de sonar, hasta que sus manos torpes lo tiraron al piso al encontrarlo.
–Rayos– Dijo malhumorada escurriéndose por la cama como si de verdad le costara levantarse, hacia el suelo.
Dejándose caer prácticamente al piso, toma su celular y atiende la llamada mientras recarga su espalda en la cama.
–Si, diga– Dijo con una voz ronca.
–¡Yamamoto!– La comandante Sae hablo muy fuerte por el teléfono ignorando las condiciones de la agente. Sayaka por reflejo se retira la bocina de la oreja, y pone el alta voz dejando de lado el celular y tomando su cabeza entre sus manos.
–Comandante, ¿Qué se le ofrece? –
–Necesito de tu presencia en el departamento pero antes debes ir al Parque, en el área de Juegos. Hay indicios de asesinato pero no hay cuerpo y parase ser el modos operandi del psicópata–
–¿Qué? ¿En sábado? –
–Si, en sábado. Es una Orden–
–SI, si, entendido. Voy para allá–
Jamás en la vida se había sentido de esa manera, su estómago le dolía, su cuerpo también. La cabeza sentía que le iba a explotar con el más mínimo sonido y aun se sentía mareada, aparte tiene la boca seca.
–Demonios, ¿Cómo …Como llegue aquí? –Se cuestionó intentando ponerse de pie pero de verdad le costaba trabajo.
Se dirigió inmediatamente a la ducha para tratar de despertar mejor y con la intención de sentirse mejor. Al salir del cuarto de baño, y volver a su habitación se llevó tremendo susto al ver una figura que abría las ventanas dejando entrar una molesta luz.
–¡Jurina!–
–Hola Yamamoto, ¿Qué tal amaneciste? – Pregunto divertida –No sé para qué pregunto basta con verte la cara–
–No me molestes ¿Cómo entraste? –
–Me lleve tus llaves ayer, tuve que traerte y olvide dejártelas. Contrario de molestarte, he venido para irnos juntas, en ese estado no creo que puedas conducir tu moto–
–Oh que considerada– Dijo con desgano yendo a buscar su ropa arrastrando sus pies y vistiéndose sin importarle la presencia de Jurina –¿Y a ti como te fue? –
–¿Eh? –
–Estaba borracha pero no tonta, lo recuerdo todo. Había una chica ayer–
–Oh, la chica. Pues todo normal–
–¿Normal? –
–Pues sí, la lleve a su casa, me invito a pasar y una cosa llevo a la otra, ya sabes–
–No cambias Jurina– Dijo en un suspiro.
–Salí muy temprano esta mañana y no creo que vuelva a verla– Dijo tranquila y sin darle importancia.
–Oh, que fácil. Cómo deseo de verdad que alguien te ponga un alto–
–La mayoría son así. Oye, ponte esto– Le dijo viéndola ya completamente vestida
– ¿Lentes? –
–De otra forma no podrás ni salir a al pasillo–
–Vamos ya–
****Escena del crimen****
Elegantes pero afectadas por la resaca, una más que la otra, llegaron al lugar de los hechos donde les indico su comandante.
–Hay mucha gente hoy–
–Pues claro, es sábado y las familias salen a pasear–
Se aproximaban a la zona acordonada donde había varios curiosos con forme se acercaban veían que de verdad era algo serio.
–¿Jurina? –
Una voz detuvo el andar de las agentes justo antes de pasar del otro lado de la cinta de precaución.
–Sakura…– Murmuro mientras Sayaka miro la sorpresa inusual de su compañera y miro después a la chica que llevaba un bonito traje de vestir con falda un poco más arriba de la rodilla. La chica aparte de su vestimenta, también llevaba una cama fotográfica.
–Nos volvemos a encontrar, eres muy sigilosa– Dijo apuntando con el lente y capturando la imagen de la agente. –Veo que no eres solo policía, eres una Agente–
–Aah…a S…si. No me digas que tú eres…–
–Así es, soy periodista y mi jobeé es tomar fotos– Le dijo en medio de una gran sonrisa.
–No me lo dijiste–
–No me lo preguntaste, además no es lo primero que le dijo a las persona y, había cosas más divertidas que hacer–
Sayaka miro la cara de susto que tenía Jurina y un leve sonrojo. Eso definitivamente es raro. De todas las personas en el mundo con distintas profesiones, eligió precisamente a una periodista. No representa un problema, pero si un pequeño detalle.
–¿Por qué traen lentes oscuros? – Una voz aguda y mandona hace que Sayaka de un salto hasta donde se encontraba la periodista del susto, ya que la forense llego por detrás de ella. Sakura, la reportera miro de cerca a la otra chica intentando reconocerla, con ese uniforme de agentes, hasta Jurina se ve diferente.
–¿Por qué gritas? – Pregunto Sayaka haciendo gestos tomando su cabeza con dos de sus dedos masajeando su sien.
– Es un día soleado – Respondió Jurina mientras Sayaka hacía gestos sabiendo bien que no respondería ella.
–No estoy gritando–
–Si lo haces–Era evidente la sensibilidad que presentaba después de haber bebido sin consideración, no contaba con el llamado de emergencia de esta mañana por parte del departamento, así que no le quedó más que presentarse en esas condiciones
–¿Quién es ella? –
–¡Oh! Miyawaki Sakura, NHK periodista– Saluda presentándose.
–Oh, una periodista, ¿conocida suya Agente? – Pregunta dirigiéndose a Jurina
–Algo así…–
–¡Ah!, tu eres la amiga de Jurina, la que estaba alcoholizada ayer– Sakura de pronto reconoce a la otra persona que acompañaba a su conocida casual.
–Eh…S…Sí, así es– Dijo apenada volteando a otro lado lejos de la mirada de Miyuki.
–Ah, ya veo, se fueron de fiesta– Miyuki de brazos cruzados cuestiono mirándolas como si hubieran cometido un crimen.
–Bueno, fiesta no. De hecho solemos salir los fines de semana, y más a ese lugar…– Respondió Jurina nuevamente.
Sayaka intenta alejarse de esa voz aguda que le lastima la cabeza, y de ese lugar pero en un movimiento rápido y sin esperarlo, antes de que pasara por debajo de la banda amarilla casi aun lado de Miyuki, ésta se interpuso y la tomo de su mentón pronunciado. La examino de cerca levantando con su otra mano los lentes de la agente, la cual arrugo sus ojos por el paso insoportable de la luz.
–¿Qué haces? –
–¿Desde cuando bebes? Que yo recuerde no te gusta el alcohol–
–Lo hago de vez en cuando– Respondió zafándose de la mano de Miyuki de forma vergonzosa y poniendo sus lentes en su lugar.
–Pero no en esas proporciones– Divertida Jurina de lo que veía, le recordaba una verdad que ella misma aun no responde.
–Estas deshidratada– Le dijo la forense como si le preocupara.
–Y como no, paso una buena parte de la noche devolviendo el estómago– Jurina se retira con un poco en burla por ver a su compañera reprendida –Con permiso, debo ir a la escena– Pero también quería huir la periodista.
–Bueno, yo también debo hacer mi trabajo, con permiso– La periodista se puso a hacer lo suyo pero sin dejar de ver insistentemente a la otra Agente.
–¿Por qué bebiste tanto? –Le pregunta Miyuki cuando Sayaka levanto la banda para pasar por debajo de ella.
–No es de tu incumbencia– Dijo después de estar del otro lado y caminando siendo seguida por la forense.
–Tienes razón, acecina a tu hígado y después yo le hago la autopsia–
–Claro te encantaría hacerlo–
–Por supuesto–
–¿Acaso no hay otra cosa que quieras aparte de desear mi muerte? –
–Pues…–
–Hey ustedes dos, dejen de discutir y pónganse a trabajar–
La orden inminente de su comandante interrumpe su discusión, así cada una se dedicó a hacer lo suyo.
–¡Yamamoto, Jurina, Watanabe! –
La comandante Sae las llama para que vean lo que hay escrito en la caja de arena, Al acercarse las chicas Jurina frunce el ceño en automático. Las chicas se miraron unas a las otras en incomprensión, pero algo hace clic en su cabeza de Jurina cambiando aun más sus facciones. “TRAIDOR” era la leyenda Miyuki inmediatamente examino el lugar prácticamente con lupa ante la reacción de Jurina.
–¿Qué es eso? ¿Sangre? – Pregunto Jurina
–No puedo afirmarte nada aún–
Un flash algo distante distrae a la agente e inmediatamente voltea adivinando de quien se trata. La chica le regala una sonrisa que corresponde, sin embargo la periodista nota muy diferente ese gesto a los de ayer. Yamamoto, cargando con su resaca, aun con sus gafas oscuras, detecta algo en la arena.
–¿Qué es eso? – Cuestiono a la forense que parecía no se había percatado de ello.
–No lo sé–
Parecía un hilo apenas distinguible, Sayaka con sus guantes de látex color azul junto a la forense Se acercan a él y lo sigue apenas si rosándolo con la yema de sus dedos sospechando al instante de lo que puede ser haciendo uso de su experiencia como policía y agente.
–¿Qué hacen? – Jurina pregunto al verlas salir de la caja arena y observando como caminaban agachadas y no respondieron a su pregunta.
Decide seguirlas aun sin saber que veían, salen de la zona acordonada y es interceptada por la periodista que también camina junto con ellas.
Aquel hilo llegaba debajo de la figura gigante del Rey pingüino del parque. Sayaka se introdujo por una de las aberturas hechas para los niños, pero abandono el lugar de forma apresurada.
–¡ALEJENCE! – Grito apenas alcanzando a jalar a Miyuki y en su huida cae al piso junto con ella quedando muy cerca del Rey pingüino.
Explosiones simultáneas hacen ruidos estruendosos y salían disparados cantidad de luces y partes de lo que se encontraba ahí dentro. Los reflejos de las agentes aun sin estar al 100% por instinto o por lo que fuera, cubrieron a sus acompañantes. Las personas curiosas fueron movilizadas por lo policías que se encontraban en el lugar sin daño alguno ya que estaban más lejos que las dos agentes, la forense y la periodista.
No fue una explosión grande, al parecer solo fue una gran cantidad de fuegos artificiales ocultos en aquel lugar. Sayaka se encontraba boca arriba con Miyuki encima de ella. Ambas con sus ojos cerrados, única mente los brazos retraídos al frente de Miyuki se interponían entre ambas. Sayaka con su espalda en el piso sostenía la nuca de la forense al mismo tiempo que la rodeaba con su brazo por la espalda.
Por otro lado, Jurina solo tapo de frente a Sakura sin mayores complicaciones, dándole la espalda a los explosivos y sintiendo únicamente el viento y el humo que esparcen.
Al reducir aquel espectáculo dado que la mayoría de los explosivos se habían consumido, ya no había más peligro y solo una nube de humo gris permanecía cerca del Rey pingüino por lo que quedaba al igual que la agente y la forense. Poco a poco las chicas casi al mismo tiempo abrían sus ojos recuperando los sentidos después de estar expuestas a la pirotecnia. Dándose cuenta progresivamente en qué situación se encontraban, aun con sus manos protegiendo el cuerpo de la forense, Sayaka la miraba a escasos centímetros de su rostro, al igual Miyuki miraba los ojos profundos y oscuros de la agente. Con una atmosfera bastante extraña, el lugar que menos se imaginaron, se miraban como recordando algo atrás en el tiempo.
Sayaka retiro las manos de donde las tenía comenzando a reincorporarse con la ayuda de sus codos, la forense de igual forma, quitando lo brazos del frente se ayudaba del piso para terminar aun encima de la agente pero sin dejar de mirarla. Era extraño lo que se sentía, después de todos esos desplantes, la renuencia de Sayaka, sus peleas absurdas por la más mínima cosa, se reducía a un silencio que las invitaba a cerrar la distancia. Cuando menos se lo imaginó la distancia era mínima, ninguna de las dos tomo la iniciativa, ambas se acercaban una a la otra. Con su nariz prácticamente rozándose y cada una mirando los labios contrarios, dejaban en claro la atracción que sentían una por la otra.
De entre aquella nube de humo que progresivamente se disipaba, el personal de seguridad y los criminalistas presentes junto a la otra agente, se movilizaron inmediatamente al lugar de donde provino aquel espectáculo inesperado.
–¡Yamamoto, Doctora! –La comandante llamaba a dos de sus elementos.
Rompiendo ese significativo momento las chicas se ven interrumpidas saliendo de ese trance provocado por sus miradas. Miyuki poniéndose de pie inmediatamente y la agente haciendo lo mismo, quedando frente a frente. Voltearon a ver a su alrededor aun gris buscando a su comandante que las había llamado.
–Vaya, como te siguen los explosivos Sayaka– Dijo Jurina acercándose a ellas y de tras venia la periodista.
���¿Si verdad? – Dijo ella aun ensimismada por lo anterior.
–¿Están todas bien?– Al llegar la comandante al lugar verifico que todas se encontraran bien.
–Si– Respondieron unisonaramente.
–¿Qué fue lo que ocurrió Yamamoto? –
–¿Eh? –
–¿Qué, qué fue lo que sucedió? –
–Pues, localizamos una guía de lo que parecía ser un hilo que salía de la caja de arena. Al seguirlo llegamos hasta aquí y me introduje debajo del Rey pingüino. Había mucho material explosivo, pero no tenía algo que registrara el tiempo–
–Eso quiere decir que, alguien espero el momento justo para detonar– Concluyo la Comandante
–¿Entonces esperaban que alguien o mejor dicho alguna de las dos llegara justo a ese lugar? –
–Puede ser Jurina– Respondió la Comandante Sae.
Dicho esto, miraron a todas partes y justo detrás unos arbustos un sujeto no muy alto es visto por Sayaka.
–¡JURINA!– Grita en alerta a su compañera y sale corriendo detrás de ese sujeto. Siendo seguida por la otra agente.
Así dio inicio a una persecución que no les venía bien a ambas agentes afectadas por una resaca que disminuye su condición física pero no su profesionalismo.
9 notes
·
View notes
Text
Noticias de series de la semana: Anna Faris abandona 'Mom'
Renovaciones
Quibi ha renovado Reno 911! por una octava temporada
Cancelaciones
AMC ha cancelado NOS4A2 tras su segunda temporada
Netflix ha cancelado Desenfrenadas tras su primera temporada
Netflix ha cancelado Ashley Garcia: Genius in Love tras su primera temporada
Netflix ha cancelado The Big Show Show tras su primera temporada
Paramount Network ha cancelado 68 Whiskey tras su primera temporada
Amazon cancela la miniserie sobre Cortés y Moctezuma protagonizada por Javier Bardem antes de su estreno
Noticias cortas
Anna Faris (Christy) abandona Mom. No estará en la octava temporada.
Daniel Kyri (Darren) será regular en la novena temporada de Chicago Fire.
El reparto de The Fresh Prince of Bel-Air se reunirá en un especial para HBO Max.
El reparto de The West Wing se reunirá en un especial que se emitirá en HBO Max.
Andrew Leeds (David), Alice Lee (Emily), Michael Thomas Grant (Leif) y Kapil Talwalkar (Tobin) serán regulares en la segunda temporada de Zoey's Extraordinary Playlist.
Fichajes
Alan Ritchson (Titans, Smallville) protagonizará Jack Reacher.
Gina Torres (Suits, Pearson) se une como regular a la segunda temporada de 9-1-1: Lone Star. Será Tommy Vega, capitán de paramédicos que colgó el uniforme para criar a sus dos hijas gemelas y vuelve para apoyar a la familia tras la crisis en el restaurante de su marido debido al coronavirus.
Ian Alexander (The OA) y Blu del Barrio se unen a la tercera temporada de Star Trek: Discovery. Serán Gray, primer personaje transgénero de la saga; y Adira, primer personaje no binario de la saga.
Roland Møller (Papillon, Atomic Blonde) se une a Citadel. Será Laszlo Milla, operativo jefe de Manticore, la agencia rival de Citadel, encarcelado en Citadel durante años.
Póster
Nuevas series
Arnold Schwarzenegger (The Terminator, Eraser) protagonizará y producirá un drama de espionaje internacional centrado en un padre y una hija y creado y producido por Nick Santora (Scorpion, Prison Break). No hay cadena asociada.
Jamie Foxx (Ray, Collateral) protagonizará y producirá Dad Stop Embarrasing Me, una comedia inspirada en su relación con su hija Corinne, en Netflix. También participan David Alan Grier (The Carmichael Show, Jumanji) y Kyla-Drew (Nicky, Ricky, Dicky & Dawn, No Good Nick). Escrita por Bentley Kyle Evans (The Jamie Foxx Show).
Marisol Nichols (Riverdale, 24) lleva seis años trabajando como infiltrada contra el tráfico sexual junto a agentes del FBI o la policía. Servía como cebo, haciéndose pasar por niños o por padres que ofrecen a sus hijos, tanto en Estados Unidos como internacionalmente. Sony desarrolla una serie que contará su historia. Nichols producirá y posiblemente protagonizará la serie.
Orlando Bloom (Carnival Row) producirá una serie sobre Jared Genser, abogado de derechos humanos, en Amazon.
El príncipe Harry y Meghan Markle firman un acuerdo con Netflix para producir películas, series, documentales y programas infantiles.
Roberto Aguirre-Sacasa (Riverdale, Chilling Adventures of Sabrina) escribirá y producirá un reboot de Pretty Little Liars, con una nueva historia y otros personajes, para Warner. No hay cadena asociada, pero es posible que llegue a HBO Max.
Netflix ha encargado The Three Body Problem, que cuenta el primer contacto alienígena con la humanidad. Inspirada en la novela de Liu Cixin (2008). Escrita por David Benioff y D.B. Weiss, creadores de Game of Thrones; y Alexander Woo (The Terror, True Blood).
Apple TV+ ha encargado Five Days at Memorial, sobre los cinco primeros días en un hospital de Nueva Orleans tras el paso del huracán Katrina. Basada en el libro de Sheri Fink (2013). Escrita y producida por John Ridley (American Crime, 12 Years a Slave) y Carlton Cuse (Lost, Bates Motel). Recordemos que la segunda (y posteriormente la tercera) temporada de American Crime Story iba a contar la misma historia, con Sarah Paulson a la cabeza, antes de ser finalmente descartada. Cuse adquirió los derechos en cuanto estuvieron disponibles de nuevo.
Sony desarrolla una serie live action sobre Silk, la superheroína que obtiene sus poderes de la misma araña que Spider-Man. Lauren Moon (Good Trouble, Atypical) está en conversaciones para escribirla. No hay cadena asociada, aunque parece que han comenzado las negociaciones con Amazon.
FOX trabaja en una comedia de animación spin-off de The X-Files titulada The X-Files: Albuquerque.
Fechas
The Singapore Grip se estrena en ITV el 13 de septiembre
Des se estrena en ITV el 14 de septiembre
Emily in Paris llega a Netflix el 2 de octubre
The Haunting of Bly Manor llega a Netflix el 9 de octubre
La segunda temporada de Sistas se estrena en BET el 14 de octubre
Grand Army llega a Netflix el 16 de octubre
La segunda temporada de The Mandalorian se estrena en Disney+ el 30 de octubre
Tráilers y promos
The Haunting of Bly Manor
youtube
We Are Who We Are
youtube
The Stand
youtube
Criminal: UK - Temporada 2
youtube
Emily in Paris
youtube
Grand Army
youtube
Tehran
youtube
0 notes
Quote
«Mushiriai», 筒井 康隆. Volvía a casa después del trabajo cuando, para mi sorpresa, me encontré con que las fuerzas policiales estaban rodeando mi vivienda. Un agente me empujó hacia un lado de la carretera diciendo: —No puede pasar, no puede pasar. Dé un rodeo, es peligroso. —¿Un rodeo, dice? Pero si no tengo otra forma de llegar. Mi casa es ésa de ahí —dije señalando una parcela con una pequeña vivienda de dos pisos. —¿Cómo dice? Entonces, ¿es usted el propietario? Al oír las palabras del joven agente de policía, se me acercaron de repente un montón de periodistas de distintos medios. —Así que es usted el propietario, ¿verdad? —me dijo uno poniéndome un micrófono en las narices—. Por favor, denos su opinión al respecto. Confundido, me puse a parpadear: —Estoy sorprendido. —Por supuesto, ya me lo imagino. ¿Cuántos años lleva casado? —Pues siete —dije mientras empezaba a entrarme un temblor en las piernas del nerviosismo—. ¿Ha hecho algo mi mujer? No habrá hecho nada malo, ¿verdad? No es una mujer que cometa acciones temerarias. Es muy seria y buena, además de casta, bella e inteligente. —¡Ah! Entonces, ¿no sabe nada todavía? —En ese momento hubo un intercambio de miradas entre los periodistas—. No, su esposa no ha hecho nada malo. —Entonces, ¿ha sido mi hijo? —Por un instante tensé el cuerpo y ladeé la cabeza—. Qué raro, mi hijo sólo tiene cuatro años. No es precisamente una edad a la que se puedan cometer acciones temerarias… —Sus juicios nos superan, francamente —dijo uno de los periodistas, impresionado—. Un fugitivo ha entrado en su casa y se ha atrincherado. En un abrir y cerrar de ojos, otro periodista me volvió a poner un micrófono en las narices. —¿Así que era eso? Bueno, pues eso me tranquiliza —dije dirigiéndome al micrófono para después sobresaltarme—. Pero, pero entonces, ¿mi mujer y mi hijo…? —Han sido tomados como rehenes —me reveló un periodista con cara de pena—. Por favor, denos su opinión. —Otro periodista le regañó cuando me volvió a colocar el micrófono ante la boca. —¡Eh, tú! ¡Pero espera un poco, hombre! ¿Cómo le vas a preguntar a alguien por la situación antes de que sepa nada? Sus colegas empezaron a discutir. —¡Tú te callas! Tengo que llegar a tiempo para las noticias de las siete. —¡Déjate de caprichos! Queremos recoger un comentario oficioso más largo. —Yo no tengo tiempo que perder. —¡Venga, hombre, que haya paz! Pero el caso es que no se tranquilizaron. —¡Un momento! ¡Quítense de ahí! Ya recabarán información después —dijo un hombre que tenía pinta de ser el jefe de policía—. ¿Es usted el propietario de la vivienda? Soy el inspector Dodoyama, de la Dirección de Policía de la prefectura. Le contaré lo que ha ocurrido. Hoy, poco después del mediodía, un asesino llamado Ogoro Gorō[34], condenado a veinte años de prisión, se ha fugado de la cárcel de Utsubo. Este peligroso y sanguinario criminal asaltó la comisaría que había cerca de la cárcel, agarró por el cuello a un pobre agente de policía, le quitó la pistola y lo mató de un disparo. Hacía mucho tiempo que Ogoro quería reunirse con su mujer y su hijo. La esposa de Ogoro es muy guapa y, poco después de ingresar en la cárcel, él se enteró de que pensaba casarse de nuevo. Ahora esa propuesta de matrimonio está en pleno trámite. Cuando a Ogoro le llegaron rumores en la prisión, se molestó mucho, y hoy por fin se ha decidido a cometer este delito. La casa donde vive la esposa de Ogoro está al este del barrio. Estábamos seguros de que Ogoro volvería allí, y por eso le tendimos una emboscada cerca de su vivienda. Sin embargo, el homicida, que había recorrido un largo trayecto para ver un momento a su familia, descubrió a unos agentes que no habían sabido esconderse bien y se puso hecho una furia en un arrebato de cólera. Nosotros lo perseguimos, pero se refugió en la casa de usted. Y entonces tomó como rehenes a su esposa y su hijo. Como lo que Ogoro quería era reunirse con su familia, lo que hizo fue amenazar con matarlos si no se los llevábamos… ¡Eh! —exclamó de sopetón. Yo pegué un bote: —Disculpe. —No, no es que esté enfadado con usted. Es por esos dos cámaras. No pueden acercarse a su casa sin más. El asesino podría cabrearse. ¡Estúpidos! Esto… Veamos, ¿por dónde íbamos? ¡Ah, sí! Fue entonces cuando decidimos traer hasta aquí a la mujer y al hijo de Ogoro. Pero la esposa se asustó muchísimo y nos dijo que antes que acercarse a Ogoro, se pegaba un tiro, y por mucho que intentamos convencerla se negó a salir de su vivienda. —Y, en definitiva, ¿qué medidas está tomando la policía? ¿En qué situación se encuentran en estos momentos? —Bueno…, pues ahora estamos en apuros, la verdad. —Pero entonces, dígame, ¿cómo están mi mujer y mi hijo? —dije, e inmediatamente me puse a llorar ofuscado. Lo único que tenía en la cabeza era que algún día ese criminal me las pagaría todas juntas—. ¿Están bien? ¿Cuántas horas han pasado desde que se atrincheró en mi casa? —Pronto hará dos horas. Hemos tardado mucho tiempo en conseguir el número de teléfono de la oficina donde usted trabaja, y, cuando por fin hemos contactado con su empresa, usted ya había salido. Hace un momento hemos podido oír la voz de su mujer y su hijo por teléfono. Todavía están a salvo. —¿Cómo que todavía están a salvo? ¡Vaya una manera brutal de decirlo! —Con lágrimas en los ojos, le pregunté qué quería decir con eso—. Parece que está claro que pronto vayan a dejar de estarlo… —No, no, disculpe. Han estado a salvo un buen rato. —Pues, oyéndolo a usted, uno no tiene esa sensación, la verdad. —Perdóneme. No me he expresado correctamente. —En fin, no importa. Pero, vamos a ver, ¿es posible hablar por teléfono con ese Ogoro? —Sí, eso es posible —respondió Dodoyama, el inspector de policía, con un aire sumamente triunfalista—. Para evitar que Ogoro se excite innecesariamente si lo llaman de fuera los curiosos, hemos cortado un extremo de la línea telefónica, pero después hemos instalado un aparato conectado directamente con su casa a través de una centralita. Así que está todo dispuesto para poder hablar con él. —Y esa centralita, ¿dónde está? —Dentro de ese coche patrulla, el que está aparcado en ese callejón. —Bien, pues en ese caso póngame, por favor, en contacto con Ogoro. Voy a ver si lo puedo convencer —dije con elocuencia y confianza—. En mi época universitaria fui capitán del club de oratoria… —¡Ah!, así que del club de oratoria… —Dodoyama, de repente, mostró un semblante de aturdimiento total y, como quien pide ayuda, echó una mirada a su alrededor—. Verá, si intenta convencerlo con mucha elocuencia, creo que lo que conseguirá será el efecto contrario, y hará que se encolerice enormemente. El caso es que Ogoro es muy tartamudo y tiene un complejo de inferioridad que hace que odie a las personas que hablan y discursean bien. —Dodoyama me echó una mirada indiscreta con ojos airados—. Además, usted es muy apuesto y, para colmo, muy elegante. —Bueno, eso no se ve cuando se habla por teléfono, ¿no le parece? Él lo negó rotundamente con la cabeza. —¡No, qué va! Ese individuo siente una aversión feroz hacia los asalariados como usted, amado por su esposa y su hijo en un entorno feliz. Así que, con sólo llamar por teléfono, montará en cólera y se cargará a su esposa y a su hijo. —Pero yo no pertenezco a ninguna élite. —¿Cómo que no? Por supuesto que sí —asintió Dodoyama resueltamente—. Eso se nota al ver su cara y su ropa. Probablemente, el que tenía un extraño complejo de inferioridad respecto a los trabajadores de empresas era el propio Dodoyama. —Entonces, ¿no hay nada que yo pueda hacer? —dije con voz turbada. Y a continuación, sin evitar que se me torciera el gesto pregunté—: ¿Es que no se puede hacer otra cosa que permanecer aquí inmóviles mirando lo que sucede? En los ojos de Dodoyama relampagueó un complejo de superioridad al ver el estado en el que me sumía según iba desplomándose mi yo. Levantó el labio superior con delectación y, con la cara rebosante de felicidad, dijo: —Confíe en la policía. Su rostro reflejaba su diversión al pensar que, aunque yo fuera un apuesto trabajador de la élite, me resultaría imposible llevar las cosas a buen puerto. Por un instante sentí que el Dodoyama que tenía delante de mí era un cómplice del autor del crimen. Y estaba seguro de que él, por un momento, había sentido el mismo placer que siente un agresor. Pensé recriminarle que me hubiese dicho que confiara en la policía, cuando no estaban haciendo más que poner en peligro la vida de las personas, pero el periodista impaciente que momentos antes me había puesto el micrófono en las narices apareció por un costado y se entrometió en la conversación. —¿Ya han terminado de hablar? Dodoyama asintió con la cabeza. El periodista volvió a ponerme el micrófono delante. —¿Podría dedicarme unas palabras, por favor? También el resto de informadores se concentraron a mi alrededor, mientras sacaban sus blocs de notas. —La verdad es que compadezco a ese criminal de Ogoro —dije después de meditarlo mucho—. Entiendo perfectamente que quiera reunirse con su esposa y su hijo. No puedo imaginar la amargura que debe suponer el hecho de que una familia viva separada. Además, también comprendo perfectamente, y me duele, que se haya escapado de la cárcel, puesto que yo también quiero mucho a mi mujer y a mi hijo. Uno de los periodistas puso los ojos como platos. —Oiga, ¿eso lo dice en serio? El periodista que estaba agarrado al micrófono empezó a vociferar salpicando saliva. —Eso es mentira, hombre. Este tipo está pensando en el momento en que su voz llegue al secuestrador, cuando se retransmita por la radio y la televisión, y está apelando a la compasión ganándose su simpatía. Por eso habla con ese empalago. Está claro que es por eso. Está aprovechándose de los medios de comunicación, menospreciando a los periodistas y a los medios. Me quedé mirando al periodista, que levantaba los ojos y seguía chillando, y entonces pensé que esos tipejos también se habían convertido en mis agresores. Ahora eran mis enemigos. Me acerqué a Dodoyama, que daba instrucciones con desenvoltura a sus subordinados, y le dirigí la palabra: —Usted ha dicho que no hay manera de convencer a la esposa de Ogoro. —De lo que no hay manera es de que ella acepte intentar convencer a Ogoro. —Está bien, entonces yo intentaré convencerla para que lo haga —dije—. Si se lo pido a ella, que es la esposa de un criminal, no se podrá negar por responsabilidad y por humanidad, y si Ogoro escucha la voz de su esposa, se desatarán sus sentimientos. —Pues en eso tiene razón —dijo Dodoyama mirando a su alrededor, y entonces se dirigió al policía que hacía un rato me había apartado a un lado de la carretera—. ¡Eh, tú! Haz el favor de acompañar al señor a la casa de la mujer de Ogoro. —Acto seguido, se volvió hacia mí—. Este hombre se llama Anchoku. Lo va a conducir hasta la casa de Ogoro en un coche patrulla. Así que, una vez que haya convencido a la esposa del tipo, él lo traerá de vuelta. —Entendido. —¡Vamos, pues! Anchoku y yo nos subimos en los asientos delanteros del coche patrulla. Los conocidos del barrio se quedaron mirando el vehículo, contemplándome de arriba abajo como si yo fuera un delincuente escoltado. Todos sin excepción tenían un semblante lleno de curiosidad y de superioridad. Y pensé que también esos individuos eran agresores, enemigos. Salimos a duras penas de la nueva zona residencial, por entre un hervidero de fuerzas policiales, periodistas y mirones, y el coche patrulla partió hacia la zona este, un lugar con abolengo, que se encontraba separado por una carretera. —La mujer de Ogoro es una belleza —me dijo Anchoku secándose el sudor de la cara con un pañuelo manchado de color grisáceo—. Tiene montones de admiradores que van detrás de ella. Quiere divorciarse de Ogoro, y parece que no hay nada que hacer. Dice que ya no quiere saber nada de él. Por eso no es probable que vaya a convencer a Ogoro. En resumen, no parece que sea una mujer que va por ahí convenciendo a terceros. —¿Ah, sí? —dije mientras meditaba sobre el asunto. Intentar convencer a una mujer así sería una pérdida de tiempo. Quizá fuese mejor recurrir desde el principio a medidas drásticas, más directas. Por eso mismo el policía Anchoku era un obstáculo para mí. Seguí absorto en mis pensamientos, a la búsqueda de algún método adecuado a las circunstancias. Mientras seguía meditando, el coche patrulla se adentró en la zona comercial llena de hileras de casas viejas y se detuvo a la entrada de una callejuela. Anchoku y yo nos bajamos del coche, nos metimos por el callejón sin salida hasta el segundo edificio desde el fondo, donde estaba la casa de Ogoro. Nos paramos delante de una puerta corredera enrejada con cristal esmerilado. Como cabía esperar, allí también había movimiento de medios de comunicación. Al verme escoltado por Anchoku se imaginaron de qué iba la cosa, porque uno de ellos estuvo a punto de hablarme, aunque se contuvo por la presencia del policía. —Eso después. Esto es un asunto de importancia. —¡Toma, y lo nuestro también! —espetó exasperado el periodista, y, torciendo el gesto, se separó de nuestro lado. —¡Con permiso! —dijo Anchoku abriendo la puerta corredera. —Si son de la prensa, ya pueden irse por donde han venido —contestó una voz chillona de mujer desde el fondo de la vivienda. —¡Policía! —Con más motivo aún ya pueden retirarse. Si vienen para ver si convenzo a Ogoro, no pienso hacerlo, así que… Anchoku me hizo señas con los ojos para entrar de todos modos. Irrumpimos en el piso de hormigón[35] y cerramos la puerta corredera tras nosotros. La joven mujer, que, aun siendo bella, tenía unas facciones duras alrededor de las cejas, apareció en el vestíbulo. —¿Qué pasa?, ¿qué es esto? Entrar como Pedro por su casa… Yo le hice una reverencia con cortesía. —Disculpe usted. Esto…, ¿es usted la señora de la casa? Eh… —No sabía cómo referirme a su relación con Ogoro, así que de momento me limité a decir—: Esto…, el señor Ogoro… —No me nombre a Ogoro, por favor. Yo ya no tengo nada que ver con ese tipo. —Pero usted está casada con él, ¿no es así? —dijo Anchoku medio enfadado—. ¿No son acaso marido y mujer? Por mucho que diga que es un asesino, mientras no se divorcien seguirán estando casados, ¡digo yo! —¡No somos un matrimonio, y punto! —le respondió a gritos la esposa de Ogoro—. El hecho de que un matrimonio lo sea o no ¿es algo que puedan saber los demás? —No entiendo lo que me dice, señora. En ese instante apareció un niño de unos seis años, se colocó al lado de la esposa de Ogoro y nos miró de arriba abajo a Anchoku y a mí. —Pues…, esto… —me puse a hablar tranquilamente reprimiendo a Anchoku—. Por mucho que odie a Ogoro, parece ser que él no se olvida de usted ni de su hijo. Por eso le digo que… —Eso no es asunto suyo. Y ahora, si me permiten, tengo que irme a trabajar. Tengo turno de noche y debo cambiarme, así que si me disculpan… —respondió mientras se disponía a meterse en la casa. Anchoku le gritó: —¿Por qué no escucha lo que tiene que decirle este hombre? ¡Ogoro tiene retenidos a su mujer y a su hijo! En el momento en que Anchoku, con gesto totalmente serio, se puso a gritar exasperado, extraje un bate de béisbol para niños de un paragüero, al que le había echado el ojo hacía rato. Lo levanté, apunté a la coronilla de Anchoku y lo estrellé con todas mis fuerzas contra él. —¡Zaaas! Se oyó un ruido seco y, por un instante, se me quedó el brazo derecho entumecido y sentí una mezcla de placer y de culpa. Anchoku se cayó hacia delante, en posición de firmes como estaba, y su frente se estrelló violentamente contra la esquina del resalte de entrada a la casa. —¿Qué ha hecho? —me preguntó la esposa de Ogoro, al tiempo que se sentaba sin esperanzas en medio del recibidor, con los ojos como platos—. U… usted acaba de matar de un porrazo al policía, ¿se da cuenta? Se va a armar una buena. —Seguro que no está muerto. Con mucho, se habrá desmayado —dije mientras le quitaba la pistola a Anchoku y apuntaba con ella a la esposa de Ogoro. —Pórtate bien. Venga, échame una mano. Hay que sacar al madero y cerrar la puerta con llave, ¿entendido? —¿Cómo? ¿Qué piensa hacer? —La esposa de Ogoro se acercó a su hijo, se abrazó a él y empezó a temblar, a la vez que se tambaleaba. Yo seguía apuntándoles con la pistola, y, con grandes dificultades, le quité a Anchoku el cinturón en el que llevaba su pistolera y me lo coloqué en la cintura. —¡Vamos! ¡Rápido! ¡Venid aquí! ¡Agárrale las piernas! La esposa de Ogoro se puso en pie tambaleando y bajó al piso de hormigón. Yo abrí la puerta corredera, cogí a Anchoku por la solapa con una sola mano, le dije a la esposa de Ogoro que lo agarrara por ambas piernas y lo sacamos afuera arrastrándolo hasta el callejón que había a la entrada de la casa. Pesaba lo suyo, todo hay que decirlo. Volvimos a casa, y obligué a la esposa de Ogoro a que cerrara con llave la puerta corredera. —No me haga nada, se lo pido por favor —me dijo con las piernas temblándole. Entré en el salón con los zapatos puestos, estiré al niño del hombro y, apuntándole en la carita, le ordené a la esposa de Ogoro: —Si haces lo que te diga, no te pasará nada. ¡A ver! Cierra todas las puertas exteriores de la casa y enciende todas las luces. —Se lo ruego, no le haga nada a mi hijo —dijo la esposa de Ogoro entre sollozos. —¡Qué niño tan precioso para una arpía como tú! Deja de preocuparte y cierra cuanto antes todas las puertas exteriores. Al fondo del vestíbulo había un salón de seis tatamis[36] y al otro lado, un corredor que daba al jardín posterior. La esposa de Ogoro, con lágrimas en los ojos, empezó a cerrar la puerta del corredor que daba al jardín. Entretanto, fuera, en la entrada de la casa, se oía un gran bullicio. Hasta había un tipo que llamaba a la puerta corredera. —¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —¿Ha ocurrido algo? —¡Eh! ¡Abran! ¡Abran! —¿Está todo bien? —¿Qué ha sucedido? Explíquennos la situación ahí dentro. —Pero ¿qué es lo que ha pasado? En aquel salón de seis tatamis había una luna de tres espejos que no pegaba nada con la casa, y, sobre la mesita situada a un costado, un teléfono que empezó a sonar. Yo me acerqué mientras seguía de cerca al chiquillo, sin dejar de apuntarle con la pistola en la nuca. Con la mano que tenía libre agarré el auricular. —¿Sí?, ¿quién es? —Hace un momento, de la entrada de la casa ha salido rodando un policía al que le han partido el cráneo —me dijo una voz de varón joven—. ¿Ha pasado algo dentro de la casa? —¿Y tú quién eres? —Soy uno de los periodistas que están apelotonados como hormigas delante de la vivienda. ¿Es usted el señor Ido? Su mujer y su hijo están retenidos por Ogoro, ¿no? —¡Y yo no hablo con periodistas! —le repuse gritando—. ¡Vosotros sois mis enemigos! —Nosotros no somos sus enemigos, hombre. —Eso es lo que vosotros os creéis. Los periodistas sois los enemigos de todo aquel que se ve envuelto en un delito. Y la policía también. Sin embargo, con la policía sí quiero hablar. Házselo saber a la policía —dije, y colgué el auricular del teléfono como si lo estrellara contra algo. Después me volví hacia la esposa de Ogoro, que estaba a mi espalda, paralizada de miedo—. ¿Hay alguna otra entrada o salida? Si las hay, ciérralas todas. Y sujeta todas las ventanas con clavos. También la del baño. Si entra alguien, tú y tu hijo os vais al otro barrio. El niño, asustado, empezó a llorar. La esposa de Ogoro juntó las manos para rezar y dejó caer una lágrimas sobre los abultados senos que dejaba adivinar su vestido. —Se lo ruego. Iré a donde sea para convencer a Ogoro. —¿Convencer a Ogoro, eh? —exclamé—. Y ¿por qué no has dicho eso desde el principio? Ahora ya es tarde. Le di un empujón al niño, que se fue corriendo hasta donde estaba su madre y se puso a llorar a todo trapo. La esposa de Ogoro lo detuvo con los brazos y, llorando a gritos, se hincó de rodillas sobre el tatami. —Si intentáis escapar, os dispararé, ¿entendido? A esas alturas, madre e hijo mostraban su amor mutuo abrazándose con cariño. Como no sabía hasta cuándo iban a seguir sollozando, chasqueé la lengua y eché un vistazo a la casa. La vivienda de los Ogoro era de una sola planta. Cerré bien todas las ventanas y me dispuse a abrir la puerta del baño. —¡¡¿¿Eh??!! En ese instante vi a alguien que parecía un periodista intentando entrar por la ventanita del baño. Sudaba la gota gorda porque se había quedado atascado a la altura del pecho. Me cambié la pistola de mano. —¡Un momento, por favor! —gritó nervioso el hombre antes de que le estrellara la garganta de la culata en la cabeza. El tipo profirió un alarido. —Pare, por favor. Yo no soy nadie sospechoso. —Eso ya lo sé. El sospechoso soy yo. —Y le volví a golpear aún más fuerte. —¿Por qué le ha hecho algo así a un policía? —me preguntó el periodista sin perder su condición de informador mientras le caía la sangre por la frente. Pero en esos momentos mi enemigo era precisamente ese espíritu periodístico. Así que le grité que se callara y le aticé en la boca con la culata. El periodista pegó un gran chillido y se cayó por la ventana con los dientes partidos como si fueran pipas de sandía. Cuando me disponía a volver al salón de seis tatamis para preguntar dónde tenían un martillo y clavos para remachar la ventana del baño, me encontré con que la madre y el hijo estaban en el piso de hormigón haciendo sonar el candado de la puerta de entrada. Como es lógico, tenían intención de huir sigilosamente. Hasta ese mismo instante, pensé, no habían hecho más que llorar abrazaditos con total afectación. Encendido de cólera, apunté la pistola hacia el techo y disparé. —¡Pum! El feroz disparo retumbó por toda la casita, y por un instante me lastimó tanto los oídos que me quedé sordo. La madre y el hijo se cayeron de culo al piso de cemento e, impacientes por ponerse de pie, se pusieron a arañar la puerta corredera. Pensé que las intenciones de la madre y el niño eran las mismas, así que me acerqué a la esposa de Ogoro y le apunté en la nuca con la pistola. —Te mato. Nada más decir esto, la esposa de Ogoro se desmayó y al caer se dio un golpe contra la puerta corredera. En el exterior volvía a oírse el tumulto, y a través de la puerta de cristal se podía ver la sombra de los periodistas que merodeaban por la entrada. Al parecer no habían escarmentado, porque seguía habiendo quien golpeaba la puerta de cristal. Pensé en pegar otro tiro, pero habría sido un desperdicio de balas, así que me lo pensé mejor y lo que hice fue arrastrar hasta el salón el blandengue y pesado cuerpo de la extenuada esposa de Ogoro. El pequeño se hizo pis sentado en el piso de hormigón. De nuevo sonó el teléfono. —¿Señor Ido? —En el auricular resonó la voz atropellada de Dodoyama. —Sí, soy yo. —¿Ha sido usted quien ha golpeado a Anchoku en la cabeza con un palo duro como un bate, dejándosela abollada y como consecuencia de lo cual ha sufrido un desmayo? —Parecía, pues, que no se había muerto. —Sí. He sido yo. —¿Por qué lo ha hecho? —La voz de Dodoyama transmitía su cólera—. A… a mi subordinado. A un buen policía bien educado que no ha hecho nada malo. —Yo también era un buen ciudadano hasta hace muy poco. Pero, como sucede con un policía que se convierte en agresor, también es posible que un ciudadano normal sea un agresor. Ahora yo me he convertido en un atroz agresor —le dije hablando despacio, dándoselo todo mascado, para que el simple de Dodoyama entendiera, aunque fuera un poco, mi conducta—. Es para estar a la altura de Ogoro. ¿Lo entiende, verdad? Dodoyama se quedó sin respiración. —¿Se da cuenta de que si hace así las cosas, usted también es un delincuente? —¿No se lo he dicho? Ahora yo soy un agresor, amigo. La esposa de Ogoro, que seguía tendida sobre el tatami, recuperó de repente la conciencia pero fingió que seguía desmayada y aguzó el oído para ver qué decía. —En lugar de continuar siendo una víctima, se podría decir que he escogido el mismo camino que Ogoro, es decir, el de agresor. Si continuara siendo una víctima, sería más cómodo y más fácil mantener alejados a los medios de comunicación que siguen quejándose nerviosos. Sin embargo, yo soy una persona sin aptitudes para ser una víctima. Por eso mismo he elegido esta postura más difícil. He escogido este camino porque me gusta. Así que no se entrometa. —¡Claro que me entrometo! —gritó Dodoyama—. ¿Es que piensa que va a mejorar la situación? Quizá crea que para salvar a su familia lo mejor es convertirse en un delincuente, pero es al revés: eso no es nada bueno para los suyos. —Todavía no me ha entendido, por lo que parece. Para mí, el hecho de salvar a mi familia se ha convertido en estos momentos en lo segundo o lo tercero más importante, desde el instante en que tomé la resolución de ser agresor. Ser agresor es mi principal objetivo en estos momentos. —¿Cómo? —Dodoyama permaneció callado durante unos instantes sin saber qué decir. —Es inútil que trate de convencerme —dije yo, tomando la iniciativa. —Está bien, dígame qué puedo hacer —dijo Dodoyama—. ¿Debo tratar este caso como si tuviera dos escenarios distintos y dos delincuentes distintos, es decir, dos secuestradores? ¿O más bien como un solo caso? —Le voy a decir lo que va a hacer —le contesté—. Puede considerarlo como un solo caso. Es decir, hasta ahora debía de haber un caso con varios agresores opuestos entre sí, pero aunque no sea así, en un principio para el delincuente y su familia, y para la víctima y su familia tanto la policía como los medios de comunicación son los agresores. Si se produce un incidente, para todas las personas implicadas la sociedad en su conjunto es la agresora. En un principio es fácil invertir los papeles de agresor y víctima, y se hace difícil distinguirlos. ¿Entiende? —Sí, sí, entiendo. O no. No lo entiendo. Sí, entiendo lo que dice. Ahora bien, lo que todavía no me ha dicho es qué debería hacer yo. —Allí tiene la centralita, ¿verdad? En el interior del coche patrulla que está aparcado cerca de mi casa. —Así es. —Bien, pues allí hay una línea conectada directamente con mi casa. —Bueno, sí, tiene razón. —Quiero que la conecte con mi vivienda. —¿Perdón? —Dodoyama dejó de hablar. —¿Le pasa algo? Acto seguido, Dodoyama dijo con miedo: —Aunque usted renuncie a su obligación de proteger la seguridad de su familia, yo debo seguir protegiendo la vida de su esposa y de su hijo. —Y eso ¿qué tiene que ver? —Si usted habla por teléfono con Ogoro, tanto su mujer como su hijo estarán expuestos a una situación de riesgo. —¿Quiere decir que nos vamos a pelear? —dije yo sonriendo con la voz ronca—. Si no me pone con él, los que estarán expuestos a una situación de riesgo serán la esposa y el chaval de Ogoro. Pareció que Dodoyama estuviese esperando que yo lo amenazara formalmente con esas palabras. —Muy bien. En ese caso, no hay nada que hacer —dijo aliviado—. Le conectaremos por teléfono. Espere un rato. ¡Ah! Por cierto… —Y se puso a toser—. ¿No le importará que pongamos un micrófono en el teléfono, verdad? Me quedé sorprendido. —Aunque le diga que no, lo van a poner de todos modos, ¿no es así? ¡Esas cosas no las pregunta un policía! ¡A usted le pasa algo! —Es posible —dijo Dodoyama hablando entre dientes—. Le he hecho una pregunta tonta, ¿verdad? Está claro que me pasa algo. —Y me colgó el teléfono. Después de eso, le di un puntapié en el costado a la esposa de Ogoro, que se encontraba en el suelo y estaba preocupada por el dobladillo de la falda, que se le había descosido. —Deja de fingir que te has desmayado. Ve inmediatamente al baño y sujeta la ventana con clavos. A partir de ahora, si entra alguien, me cargo al niño. Mientras gimoteaba sujetándose el costado, la esposa de Ogoro se fue lentamente hacia la cocina y empezó a buscar el martillo y los clavos. El niño lloraba diciendo que se había hecho pis; subió trepando por el piso de hormigón y empezó a quitarse los pantalones mojados. —¿Dónde están los pantalones y los calzoncillos del chaval? —grité yo en dirección a la cocina. —Tú mismo los puedes buscar, ¿no, Rokurō? —respondió la madre con voz chillona, dirigiéndose al niño. —Me he hecho pis —seguía llorando el pequeño—. ¡Ay! ¡Me he meado! No habían pasado más de cinco minutos cuando volvió a sonar el teléfono. Era la voz de un hombre que se apresuraba a hablar: —Tú, tú, tú, qui… qui… ¿quién eres? —El que ha llamado eres tú. ¿Qué es eso de «quién eres»? —¿Qué, qué, qué dices? Tú me has llamado. —Bueno, está bien, como quieras. La policía nos debe de haber puesto en contacto a los dos. ¿Eres Ogoro, verdad? —A… a… a… así es. —Yo soy Ido, el dueño de la casa que tú has secuestrado. ¿Lo entiendes? —Lo, lo, lo… —Pues si lo entiendes, sigamos hablando. Ahora yo estoy en tu casa. Estoy atrincherado y tengo como rehenes a tu mujer y a tu hijo. Como prueba, vas a escuchar la voz de tu pequeño. —Le puse el auricular al chaval delante de las narices—. ¡Ponte! Es tu viejo. El niño se puso a llorar a todo trapo mientras gritaba por el auricular a su padre para que lo ayudara. La esposa de Ogoro, que estaba sujetando la ventana del baño con clavos, vino pitando y le arrebató al niño el auricular del teléfono. —Oye, ¿me quieres decir por qué te has fugado de la cárcel? ¿Por qué has hecho algo así? Por tu culpa, las estamos pasando moradas. ¿Es que piensas echar a perder mi vida y la de Rokurō? Como me imaginaba, se puso a dar gritos. De intentar convencerlo, nada de nada. Lo que hizo fue ponerlo verde. Yo no podía imaginar lo que podía pasar si ella seguía insultándolo. Pensé en lo superficiales que son las mujeres. —¿Qué? ¿Eh? Si te sigo queriendo o no, es algo que ahora no viene al caso. Lo que tienes que hacer es salir de allí. Si no, este hombre nos las va a hacer pasar moradas. ¿Entiendes? Me estás poniendo mala. Eso es. Tiene una pistola. Sí, sí, sí. Te quiero. ¡Qué hombre tan terco! Puesto que te quiero, tienes que salir de ahí cuanto antes. ¿Que si pienso casarme con otro? Eso es algo que ahora no viene al caso. Rokurō está bien. Bueno, eso, que salgas cuanto antes. Pórtate bien, hombre. Como no hacía más que gritar lo mismo una y otra vez, le quité el auricular de la mano. —¿Lo has entendido, no? Ogoro emitió un gemido. —¡Mierda! ¿Qué piensas hacerles a mi esposa y a mi hijo? —Si sales de mi casa, dejas que la policía te detenga y los míos salen sanos y salvos, no les haré nada —le dije despacito. —Eso no lo puedo hacer —gritó Ogoro lleno de furia—. Yo, yo, yo, yo quería ver a mi esposa y a mi hijo, y por eso me he fugado. Si, si, si, si salgo de aquí y me detienen, volveré otra vez a la cárcel. Yo, yo, yo, yo quiero ver a mi mujer y hablar directamente con ella. —¿No acabas de hablar con ella? —dije, con una risa sardónica—. Me parece que ella no tiene muchas ganas de hablar directamente contigo. —¿Qué? —Podía oír por el auricular cómo le rechinaban los dientes a Ogoro—. ¡Lo que me temía! ¡Así que mi esposa tiene un amante! Si, si, si, si, si, si es así, con más motivo no pienso volver a la trena. ¡Voy a verla y hablaré largo y tendido con ella hasta convencerla para que se separe de ese tipo! Tr… tr… tr… trae aquí a mi mujer. —¡Ni hablar! ¡Sal tú de mi casa! —Si, si, si… —Si no puede ser, mataré a tu hijo. Y después violaré a tu parienta. La mujer de Ogoro profirió un grito y se fue huyendo a la cocina, seguida de su hijo. —Tú, tú, tú, tú, ¿qué, qué, qué, qué tipo de persona malvada eres? —dijo Ogoro a voz en grito—. Si haces eso, estarás cometiendo un asesinato. ¡Un delito de violación! —Exacto —le respondí riéndome a placer—. ¿O es que piensas que un asalariado serio como yo no es capaz de eso? Te acordarás de hasta qué punto puede ser malvado un trabajador serio. —Te, te, te lo ruego —me dijo Ogoro con la voz turbada—. No se te ocurra violar a mi mujer. —Entonces, sal de mi casa —le chillé—. Sal hoy mismo de mi casa. Si no, me cepillaré a tu mujer. Delante de tu crío, en este salón de seis tatamis. ¿Lo has pillado, no? —dije yo estrellando el auricular en el soporte mientras sonreía irónicamente. Fui a la cocina y vi cómo madre e hijo, insaciables, seguían abrazados lujuriosamente. —¡Pero bueno…! —dije, pegándole una patada a la papelera que tenía al lado—. ¿Hasta cuándo pensáis seguir lloriqueando? Venga, prepara la cena inmediatamente. Cuando vuelvo a casa después del trabajo, lo primero que hago es cenar. Y no voy a consentir que la cena esté peor que la que hace mi mujer. ¡Date prisa! —Esto…, yo… Es que tengo que ir a trabajar… —dijo tímidamente la esposa de Ogoro. Sabía que yo no iba a dejarla marchar, pero su naturaleza la obligaba a intentarlo al menos. —¡Ah! Que quieres irte, dices —respondí dando un paso hacia ella. Gimió y se volvió a abrazar a su hijo. —Parece que no te gusta hacer la comida. Está bien, si quieres marcharte, puedes hacerlo. Eso sí, el niño se queda aquí. Para cuando vuelvas, ya habré preparado la cena. Un plato de caza «a base de niño asado». El niño se puso a llorar a mares y volvió a mearse encima. —Está bien, no me iré. —Por supuesto que no —dije clavando un cuchillo que había en el fregadero en la tabla de picar—. Ni que decir tiene. Y prepara la cena de una vez, maldita sea. La esposa de Ogoro empezó a hacer la cena con el odio reflejado en el fondo de sus ojos. El teléfono volvió a sonar. Como era evidente que sería Ogoro, cogí al chaval por un brazo, lo llevé hasta donde estaba el aparato y descolgué el auricular. —¿Qué hace mi mujer? —preguntó Ogoro después de comprobar por unos momentos mi reacción. —Ahora está haciendo la cena. —Y cuando la haya preparado, ¿qué vais a hacer? —¿Qué vamos a hacer? Nos la comeremos los tres en este salón de seis tatamis: tu mujer, tu hijo y yo mientras vemos las noticias de la televisión, en las que saldremos nosotros. —¿Ah, sí? Muy bien. Pues, en ese caso, yo voy a hacer lo mismo. ¡Mierda! Y después, ¿qué haréis? —Después, esto…, como no hay otra cosa que hacer, nos acostaremos. —A… Acos… Acos… Acos… —Sí, acostarnos. —¿Có… có… có… cómo vais a acostaros? —¿Que cómo vamos a acostarnos? Pues para eso tendremos que extender el futón, digo yo. —¿Fu… fu… fu… futón? —Por supuesto. —Los…, los…, los tr… —¡Claro! Los tres juntitos. Si me quedo a dormir en la entrada yo sólito y se escapan, la liamos. Ogoro volvió a quedarse callado. Yo me puse a reír: —No te preocupes, hombre. Hasta mañana por la mañana te garantizo que tu mujer se mantendrá casta. Ahora bien, si mañana por la mañana no te has ido de mi casa… —¡Un momento! —gritó—. Pe… pe… pen… pensándolo bien, no hay ninguna necesidad de chantajearme. Al fin y al cabo, yo tengo retenidos a tu mujer y a tu hijo. —En ese caso, ¿qué hacemos? —Si no me traes aquí a mi mujer y a mi hijo inmediatamente, violaré a tu parienta. —¡Cuidadito con lo que dices! —repuse como si estuviera furioso—. Basta con que me digas eso para sacarme de quicio. Si lo haces, mataré a tiros a tu hijo sin contemplaciones. Durante un rato Ogoro estuvo tartamudeando para finalmente contestarme de manera apocada: —Tú no tienes lo que hay que tener para hacer una cosa así. Nada más decir eso, le retorcí el brazo al chaval, y éste dio un chillido parecido al de un gato vagabundo. —¿Qué? ¿Qué le has hecho? —gritó Ogoro, y se quedó de una pieza. —¿Quieres saber si soy capaz o no de matarlo? —dije riéndome a placer—. Lo siguiente que voy a hacer es estrangularle. —Ni, ni, ni, ni, ni, ni se te ocurra. Por lo que más quieras. ¡Mi… mi… mi… mi… mi… mierda! Con… con… con… con… con… con… con… con… conque has lastimado a mi pequeño —dijo Ogoro llorando—. Está bien, pues yo también voy, voy, voy a maltratar al tuyo —espetó Ogoro, y puso el auricular del teléfono encima de la caja de música. A lo lejos se podía oír vagamente la música de El lago de los cisnes en la caja de música junto con los gritos de mi mujer y mi hijo: «¡Mamá, socorro!», «¡Basta!», «¡Basta, por favor!». De repente se oyó un ruido desagradable. Enajenado, le doblé al niño el dedo meñique de la mano derecha. Lloraba y gemía estrepitosamente. La mujer de Ogoro, que estaba de pie a mi lado mirándonos con el alma en vilo, se puso a gritar a voz en cuello: «¡Rokurō!», y me lo arrebató de las manos. —¿Qué te ha parecido? Le he golpeado a tu hijo en la cabeza con to… to… to… to… to… to… todas mis fuerzas. Me adelanté a las intenciones de Ogoro al oír su voz. Él estaba sumamente excitado y respiraba ruidosamente por la nariz. —¡Conque esas tenemos! Pues que sepas que acabo de romperle el dedo meñique a tu chaval. ¡Escucha! ¿Lo oyes? Le acerqué el auricular para que oyera cómo el pequeño seguía gritando enloquecido a lo lejos, y cómo su madre no hacía más que chillar: «¡Rokurō!, ¡Rokurō!». —¡Llama inmediatamente a un médico! —gimoteo Ogoro al otro lado del teléfono. —Si sales de mi casa… Y será mejor que te estés callado. Me vuelvo loco con facilidad. Durante cerca de cinco minutos estuvieron alternando los sollozos con los gritos. Por fin, vomitó de tanto gimotear y colgó. La esposa de Ogoro no hacía más que pedir ayuda diciendo que llamara a un médico para que atendiera a Rokurō, así que la tiré al suelo de una bofetada y, cuando le estaba gritando que podía dar gracias de que no la matara, llamó Dodoyama. —He estado escuchándolo todo clandestinamente —dijo—. Todo parece indicar que ha sido usted el que ha ido intensificando la escala de violencia. —Me gustaría que esto lo calificara como «ejercer la hegemonía». —Parece que le ha roto un dedo al niño. Voy a enviar a un médico, así que me gustaría que le dejara pasar. —No pierda el tiempo —grité—. ¿Quién me asegura a mí que ese médico no es un agente disfrazado? —Como estaba seguro de que Dodoyama iba a seguir intentado convencerme con largas peroratas, enseguida le colgué el teléfono. La esposa de Ogoro le hizo una primera cura a su hijo entablillándole el dedo con unos palillos de comer y unas vendas, pero como seguía gritando desesperadamente, le dio un montón de analgésicos. Debido a los efectos secundarios, el pequeño se quedó dormido. Al llegar la noche, la esposa de Ogoro y yo nos pusimos a cenar mientras veíamos las noticias y los programas especiales en los que nosotros éramos los protagonistas. Pensé que en las casas vecinas había demasiado ruido, pero al ver en directo el dispositivo que había fuera, advertí por primera vez de dónde procedía ese follón. Los periodistas habían entrado en la casa de un coreano que vivía al lado y allí, mientras éste estaba ausente, habían montado la sede de recogida de noticias. El coreano estaba protestando porque los periodistas habían estado usando gratis su teléfono. Por eso estaba furioso. Después de echarlos de su casa, le pegó la bronca a su esposa, y su voz se podía escuchar incansable a través de la pared, gritando improperios. En la televisión se me trataba bastante compasivamente en comparación con Ogoro, pero, aun así, el locutor se refería a mí llamándome Ido a secas, así que estaba claro que me trataban de delincuente. En la pantalla de la televisión iban apareciendo alternativamente las dos viviendas. Delante de la casa de Ogoro, donde yo estaba, y también en mi casa, donde estaba atrincherado Ogoro, habían colocado unos proyectores que se dirigían a las respectivas entradas. Eso hacía que dentro de la casa, en la entrada y en el salón de seis tatamis, si se abrían las puertas correderas, hubiera tanta claridad que parecía que estuviésemos a pleno día. Por fin, pasadas las once de la noche, se dejaron de oír las voces de la policía, los medios de comunicación, los mirones y demás, y la esposa de Ogoro y yo nos dispusimos a dormir con el niño en medio. Sin embargo, como era previsible, nos resultaba difícil conciliar el sueño, así que, no pudiendo aguantar más inmóvil, me deslicé hasta el futón de la esposa de Ogoro y por fin la violé. En condiciones normales, ese día me habría acostado con mi mujer. Al acercarme y decirle que cumpliera con su responsabilidad de esposa, la mujer de Ogoro no se resistió: parecía no tener un concepto muy claro de la castidad. En resumen, murmuró dos o tres quejas y se entregó a mí con bastante facilidad. Al pensar que para entonces tal vez mi mujer habría sido violada por Ogoro, no sé por qué, pero me excité a más no poder, y tuve una eyaculación precoz. A la mañana siguiente, nada más despertarme llamé por teléfono. Cuando intentaba ponerme en contacto con mi colega delincuente, no lo logré, quizá porque así lo habían decidido los altos mandos policiales, o porque Dodoyama no le había pasado la llamada. Pero, por lo que el inspector de policía me dijo, Ogoro seguía sin salir de mi casa. Yo quería hacerle llegar algo, así que le pedí a Dodoyama que enviara a un policía hasta la ventana del cuarto de baño y colgué el teléfono. Pensando que me había ido aproximando al siguiente peldaño de la violencia, me decidí a subirlo. Fue duro, pero si no lo hacía perderían sentido todos mis actos. Así fue como corté de cuajo el dedo meñique del hijo de Ogoro. Era el de la mano derecha, el que le había partido la noche anterior. Cuando manifesté mi propósito de cortárselo tras haber cogido un cuchillo de la cocina, la esposa de Ogoro y su hijo se postraron en el suelo llorando y gimiendo. Pero yo no tuve clemencia. Le corté el dedo meñique de la mano derecha en la mesa del comedor, apretando con todas mis fuerzas, y el crío se desmayó. A la esposa de Ogoro, trastornada, le dio la risa tonta, y como estuvo bastante tiempo sin cortarle la hemorragia de la sección amputada, la sangre fue corriendo a raudales por el suelo de la cocina. Exprimí bien la sangre que manaba del dedo meñique amputado, lo metí en un sobre, me fui al baño para retirar de la ventanita todos los clavos que había puesto el día anterior, y la abrí. Debajo había un policía en posición de firmes. En cuanto me vio, empezó a jugar con las palabras para intentar convencerme, pero yo me limité a entregarle el sobre sin decir ni mu. Tres cámaras situadas a unos metros detrás del poli enfocaron sus objetivos hacia mí. Me imaginaba el pie de foto en los periódicos: «Ido entregando a un policía el dedo pequeño de Rokurō». Pocos minutos después, Dodoyama, estupefacto tras observar el contenido del sobre, me llamó por teléfono profiriendo gritos de qué era aquello, pero para entonces yo ya no tenía oídos para nada. Si hubiera prestado oídos a eso, no habría tenido necesidad de hacer lo que había hecho. Me parecía incomprensible que no lo entendieran ni el poli de antes, ni Dodoyama ni los policías en general. Pedí de nuevo que le entregaran sin falta a Ogoro el sobre con el dedo. Y estaba convencido de que la policía se lo entregaría. El sadismo de toda la sociedad, incluidos la policía y los medios de comunicación, no tenía por qué convencernos, al darse cuenta de la escalada de nuestra lucha. El diario de la mañana no se repartió, y tampoco el vespertino, pero por lo que vi en televisión, el acto cruel de haberle cortado el dedo al crío había generado la opinión de que yo era un criminal más peligroso que Ogoro, cosa que me tranquilizó. Al ver el dedo meñique, Ogoro se habría incendiado de ira, y cada vez que me imaginaba que, como revancha, le estuviera cortando el dedo meñique a mi propio hijo, temblaba de ira, una ira que dirigí contra la sociedad, la policía y los medios de comunicación. Lo que hacía entonces era contemplar el paisaje exterior a través del baño o de la cocina y disparar contra las personas a las que descubría queriendo acercarse hacia mí. Por lo general, no acertaba. Sólo en una ocasión le di en el pie a un locutor micrófono en ristre. Se cayó al suelo y, dejando de lado la serenidad y la apostura de que había hecho gala hasta ese momento, desahogó su cólera gritando impetuosamente por el micrófono. El hijo de Ogoro recobró la conciencia poco después del mediodía y, a partir de entonces, no paró de gritar por el intenso dolor que sentía, dando saltos como si fuera una gamba. La medicación a base de analgésicos ya no le hacía efecto por muchos que tomara, y además se iban agotando. La mujer de Ogoro perdía el oremus de vez en cuando y se ponía a tararear alguna canción pop demencial, o bien se ponía a reír frívolamente levantando la vista. Pero cada vez que recobraba la cordura, se ponía a llorar y abrazaba a su hijo, que sufría un alto grado de excitación. Fue entonces cuando me convencí claramente de que yo no era una víctima. Tanto Ogoro como yo éramos agresores y no víctimas, y la sociedad, a la que pertenecían la policía y los medios de comunicación, ya no era una agresora con respecto a Ogoro y a mí, sino lo mismo que con respecto a los conflictos internos que armaban los estudiantes del nuevo movimiento izquierdista, es decir, algo así como un conjunto de meros espectadores que, en ciertos casos, incluso tenían que adoptar el papel de víctimas. Pero a mí esa sociedad me daba ya lo mismo. Para mí, el mundo exterior se circunscribía a Ogoro y a mi casa, donde estaba mi familia, y lo que se llama «sociedad» no era más que algo útil para transmitir un mensaje a ese mundo exterior. Esa noche volví a hacer el amor con la esposa de Ogoro junto al crío, que seguía sin poder dormir y lloraba y daba alaridos por el intenso dolor que sentía. Cada vez que recuperaba la cordura, la esposa de Ogoro no podía evitar apresurarse a realizar las tareas cotidianas, ya fuera cocinar, poner la lavadora, hacer el amor, etcétera. El caso es que aquella noche me deseó intensamente. Para prolongar en lo posible el acto, intenté distraerme disparando un tiro al techo cuando estaba en mitad del asunto. El estruendo alteró la tranquilidad que había vuelto a la ciudad en aquellas horas de la madrugada. El grito lastimero que profirió la mujer del vecino coreano al oír el disparo repercutió en la pared contigua. A la mañana siguiente, tras darme cuenta de que lo que había conseguido con el disparo no fue más que adelantar la eyaculación, me enteré por la televisión de que Ogoro seguía atrincherado en mi casa, así que me apresuré a amputarle a su hijo el dedo anular de la mano derecha. La esposa de Ogoro se abrazó al crío, que había sufrido una lipotimia y estaba tendido en el suelo sin poder reír ni llorar, con la mirada perdida. Poco después del mediodía, varias horas después de llamar a Dodoyama para que encargara al madero de antes que viniera a recoger el dedo anular, me telefoneó diciendo que Ogoro le había pedido a un policía que me trajera un encargo, y me avisó para que no le disparara al acercarse a la ventana de la cocina. Lo que me trajo el poli fue, como yo esperaba, el dedo meñique de mi hijo. Ogoro había respondido a la provocación. Pensando que todo avanzaba según lo previsto, reí disimuladamente y, al punto, le amputé al crío el dedo corazón de la mano derecha. En el momento en que vi su cara blanca como el papel al perder el conocimiento, me di cuenta de que a esas alturas mi propio hijo estaría en esas mismas condiciones, y eyaculé sin querer, en medio de una enorme tristeza y dolor, mientras le cortaba el dedo con el cuchillo de cocina. La ira hacia la sociedad disminuyó algo con respecto al poli que se limitaba a entregar los dedos. Posteriormente, mi objetivo era mantener mi estoicismo asumiendo plenamente el papel de agresor, y sólo tenía confianza en el principio de mi propio placer, que se supone debía haber terminado sin sentir desagrado mientras siguiera manteniéndolo. Fiel a ese principio, seguí haciendo el amor con la enajenada esposa de Ogoro mientras miraba de reojo al pequeño, que se estaba desangrando desde el mediodía y seguía sin recuperar el conocimiento, debatiéndose entre la vida y la muerte. Y por la noche volvimos a hacer el amor. A la mañana siguiente recibí el dedo anular de mi propio hijo. Enseguida le corté el dedo índice al crío de Ogoro, pero ya no le salía mucha sangre. Tres horas después de haberle entregado el dedo índice al policía, el pequeño murió. Mantuve su cadáver en el interior de la casa. Al fin y al cabo, le quedaban seis dedos sin amputar, y Ogoro no tenía forma de saber si se los había cortado estando vivo o muerto. Cada día Ogoro y yo nos intercambiábamos uno o dos dedos de nuestros hijos y se los confiábamos al poli. En televisión se informaba de que, dada la situación, era de suponer que los niños hubiesen muerto, y llegó el momento en que al hijo de Ogoro sólo le quedaron dos dedos. En la nevera ya no quedaba comida, se nos agotaron hasta las latas, así que tanto la mujer de Ogoro como yo empezamos a tener hambre. Llegué a pensar en comerme el cadáver del crío, pero desistí. No porque fuera carne humana, no, sino porque estaba empezando a pudrirse. Una vez cortados todos los dedos del niño, me quedé sin material que confiarle al poli; por eso decidí amputarle el dedo meñique a la esposa de Ogoro. En el momento en que se lo iba a cortar, llegué a dudar por un instante si se trataba de mi propia esposa o de la de Ogoro, y, al contemplar cómo ésta se miraba fijamente su mano derecha amputada, me excité imaginando la figura de mi esposa, que estaría en la misma situación, y la seduje. Sentía la necesidad de hacer el amor sin parar con la esposa de Ogoro, que estaba sumida en una serena locura. Lo hacía para que no me carcomiera la cordura. Temía que me hubiera sobrevenido una auténtica locura completamente distinta a la forma de ver y de pensar de la sociedad, que ya juzgaba que estaba loco por los actos que había cometido. Poco después me llegó un dedo meñique de mi esposa enviado por Ogoro. Enseguida le amputé a la esposa de Ogoro el dedo anular de la mano derecha. Y empezó el intercambio de dedos de las respectivas esposas. Casi cuando la mujer de Ogoro se estaba quedando ya sin dedos en la mano derecha, falleció. Estaba seguro de que también mi esposa y mi hijo habrían muerto. Ya no quedábamos más que Ogoro y yo, y la sociedad; una sociedad que incluso se iba alejando poco a poco de nosotros. Dejamos de aparecer en las noticias de televisión, y de las inmediaciones de las casas fueron desapareciendo la policía, los medios de comunicación y los mirones. Sólo dos o tres veces al día venía el policía de turno con los dedos, como si se tratara de un cartero. También él llegó a preguntarse poco a poco qué es lo que hacía, y a veces, sólo por curiosidad, inclinaba un poco la cabeza a un lado con aire de duda y se quedaba mirándome desde debajo de la ventana de la cocina o del baño. Cuando se acabaron los dedos que le entregaba, hasta el policía dejó de venir. Debilitado y sin fuerzas en la mano, cogí el auricular y lo apliqué lentamente al oído. Ya no era Dodoyama quien cogía el teléfono, sino Ogoro. Los policías se retiraron y decidieron dejarnos a Ogoro y a mí a nuestro aire, así que pudimos hablar directamente por teléfono. Al escuchar la voz de Ogoro, que había perdido parte de su cordura, me sentí orgulloso de estar cuerdo todavía. Con un sentimiento de superioridad, le manifesté lo siguiente: —Y bien, lo próximo que voy a hacer es cortarme el dedo meñique, que lo sepas. Autor: Yasutaka Tsutsui
0 notes
Text
Entrevista con el Psicólogo.
—A ver si lo he entendido. ¿Me está preguntando por mi vida? En plan ¿Quiere que le cuente mi historia? — No era la primera vez que Wonho asistía a un psicólogo, pero sí con este. — Bueno, no hay mucho que quiera saber en realidad. Mi nombre es HoSeok, tengo veintidós años y soy hijo único.
He nacido en un pequeño pueblo de Canadá, Oakville ¿Lo conoce? Oh, ¿En serio? Entonces le invito a degustar nuestra tarta de pacanas. Sí, se llaman así, no me mire de ese modo, son como las nueces, pero están más deliciosas. He sido criado por mi padre y mi madre, dos personas que debe de conocer bien, sobretodo mi padre, Shin HoSeok Senior. Claro que lo conoce, es uno de los mejores psicólogos de la ciudad. ¿Ha trabajado con él? Creo que no hay doctorado que no lo haya hecho. Mi madre, la señora Shin SunHee, es abogada fiscal y de las mejores, no hay criminal que se le escape.
Ambos son personas un poco…especiales. Mi padre siempre ha estado más preocupado de su trabajo, de las buenas formalidades y presencia en sus conferencias, así que he sido educado, como podrá deducir, bajo buenas normas y estrictos protocolos a la hora de tratar con gente. Mi madre en cambio es todo amor a pesar de ser toda una leona en los tribunales, ella fue quien me dio esa parte dulce que tiene la vida. ¿Sabe que más de una vez ellos han discutido porque mi padre solía levantarme la mano cuando no hacía algo bien? Es algo que ya está superado, el anterior a usted se encargó de ayudarme mucho con ese tema, una pena que no lo disfrutara, era interesante.
¿Qué estudio? Bueno, empecé en un colegio privado desde bien infante, no conozco otra cosa que no sean los buenos modales. Mi padre quiere que llegue a ser como él, es un hecho que aún discuto. Desde los seis años me apuntaron a un montón de deportes; Fútbol americano, tenis, natación, baloncesto, voleibol, béisbol…Bueno, siempre ese sector se me ha dado bien, no hace falta decir que se ve a simple vista que tengo un cuerpo brutal. Me gusta cuidarlo y mínimo dos horas diarias las dedico a ello.
En el instituto era alguien tranquilo, creo que nunca me he metido en peleas innecesarias, ojo, eso no quiere decir que no las haya provocado o no haya participado en ellas por voluntad. No soporto las injusticias, eso lo he heredado de mi madre y no dudo en saltar si alguien lo necesita o se lo merece, y la verdad es que no lo hago de las buenas maneras. Vamos que al diálogo no acudo ¿Entiende? Es un poco contradictorio que diga entonces que era tranquilo, pero es cierto, si no se me molesta, soy muy pacifista.
La secundaria entonces fue algo amarga, porque aunque era cierto que era un buen estudiante, también era el que más veces visitaba el despacho del director por mala conducta. “Mala conducta” yo, quien se ha criado en el seno de una familia casi aristocrática, no doy crédito. Por mucho que explicara el motivo de esa “mala conducta”, me decían que no era problema mío si ocurrían esas desgracias. ¡Pero es que luego ellos tampoco hacían nada! En fin, pasé a la preparatoria por mis calificaciones. Ya le comenté antes que mi padre quería que fuera como él. Bueno, el bachillerato lo pasé estudiando ciencias, pero lo que en realidad siempre me ha gustado, era el dibujo, así que, ahí estaba yo, sacándome dos licenciaturas, una para mantener la paz en mi casa, y la otra por vocación.
Y bueno, llegué a la etapa de la Universidad. Al final he decidido seguir como estaba, me estoy sacando la carrera de psicología, ya mi segundo año, pero a su vez intentaba sacarme la de artes y mi padre lo descubrió, así que creo que llegamos al motivo por el que estoy aquí, hablando con usted. Piensa que estoy enfermo, porque quiere que me saque esas ideas de arte de la cabeza. No sé si eso usted lo va a poder remediar, pero sé que va a hacer lo posible, al fin y al cabo, mi padre le da una buena cantidad de dinero por ello ¿No? Oh, sabe que me refiero a una cantidad alta, no lo mínimo que pide usted por sus sesiones.
¿Cómo me va en el campus? Bastante bien, he entrado en la fraternidad de los jugadores, los populares, por decirlo así, dado que estoy inscrito en el equipo de fútbol. Los chicos son muy agradables, pero muy idiotas también, porque les importa más su físico que su futuro. En mi caso me importan ambas ¿Porqué no pueden tener un poco más de cabeza? A veces lo odio, eso y que tengo a las animadoras detrás, porque les resulto interesante. Yo no estoy interesado en esas cosas, yo prefiero pasar unos buenos años con mis compañeros y realizar buenas fiestas y tener un buen futuro, no tengo tiempo para mujeres.
Lo que sí que considero de utilidad y algo muy necesario, es lo que hago los fines de semana. Asisto a varios refugios de animales, ayudo en la limpieza, los damos de comer y bañamos, jugamos con ellos e incluso los paseo por la urbanización cercana. Son seres tan puros, sin maldad alguna y se ven en esos lugares. Los humanos somos seres realmente crueles, la verdad. Cuando pueda tener mi propio hogar, creo que intentaré adoptar todos los que pueda.
Y creo que no mucho más, señor. ¿Quiere que nos veamos la semana que viene? Claro, salvo el martes que tengo entrenamiento, cualquier día es bueno. ¿Jueves a las seis? Aquí me tiene entonces, ha sido un placer conocerle y nos vemos pronto.
0 notes
Text
El dequeísmo una vez más...
Tema: Dequeísmo (Artículos de Alexis Márquez Rodríguez)
Ya he perdido la cuenta de las veces que he hablado y escrito del llamado "dequeísmo". Pero, aunque hoy es un poco menos frecuente que hasta hace poco tiempo, todavía se incurre en él más de lo que uno quisiera, y muchas personas consultan acerca del mismo, por lo que hay que volver de vez en cuando sobre el tema.
El "dequeísmo" consiste en emplear la locución "de que" cuando no encaja sintácticamente en la frase u oración: "Yo pienso de que las cosas están cada día más feas"; "Yo creo de que tú debes poner de tu parte para evitar problemas"; "Yo opino de que lo mejor es mudarnos a otro apartamento". Como puede observarse a simple vista, en estos ejemplos está de más la preposición "de" antepuesta a la partícula "que", y lo lógico y propio es "Yo pienso que...", "Yo creo que...", "Yo opino que...". Se trata de incluir la preposición "de" en una oración cuyo verbo no lo admite, y hasta puede decirse que lo rechaza. Pero hay casos en que el verbo no sólo admite, sino que exige la preposición "de", como luego veremos. Generalmente se incurre en "dequeísmo" con verbos transitivos, verbos que llevan complemento directo. Para evitarlo basta con observar cuidadosamente la relación entre el verbo y el complemento directo: "Yo pienso algo...", no "de algo..."; "Yo creo algo...", no "de algo..."; "Yo opino algo...", no "de algo...". Es distinto si el verbo es pronominal, con el cual la locución "de que" es obligatoria:"Yo me alegro de que tú me quieras...";"Tú te quejas de que no tienes dinero...";"Ellos se valieron de que yo no estaba para crear problemas". Sin embargo, en estos casos, por temor a incurrir en "dequeísmo" se omite frecuentemente la preposición "de" en forma indebida, cometiendo otro error: "Yo me alegro que tú me quieras..."; "Tú te quejas que no tienes dinero"; "Ellos se valieron que yo no estaba para crear problemas". Es lo que los gramáticos llaman "ultracorrección". Si se observa bien, no es difícil evitar el "dequeísmo", y también el error contrario, al que algunos llaman "queísmo". La clave está en poner atención al verbo, para saber si acepta la preposición "de", o la rechaza. El famoso de que(Con la lengua, Tomo I)
Posiblemente no hay en nuestra lengua, ni ha habido nunca, un villano tan famoso como el de que mal empleado. Todo el mundo lo conoce y habla de él. Incluso hay un flamante ministro del actual gobierno a quien satíricamente apodan “El ministro de que...”(Durante una entrevista en TV, de aproximadamente cuarenticinco minutos, lo utilizó veintisiete veces, sólo tres de ellas bien empleado). Es mucha la tinta que se ha gastado para denunciar y combatir ese uso del de que. Pero sigue tan campante... Es más, al parecer su uso aumenta cada día, a despecho de todo cuanto se hace por desterrarlo del habla común. Tiene, pues, un poder de persistencia verdaderamente respetable... Al principio, el dequeísmo —como se ha llamado al vicio de emplear mal el de que— sólo lo hallábamos inmediatamente después de ciertos verbos: “Yo pienso de que...”; “Nosotros creemos de que...”; “La gente se imagina de que...”. Pero la fórmula se ha ido extendiendo, hasta abarcar los más diversos casos. Hemos leído, por ejemplo, “… es posible de que el bolívar llegue a un tope de veinte por dólar…”. Y también “No está planteado de que haya que reformular el presupuesto…”. E incluso “Parece increíble de que haya que tomar medidas de esa gravedad…”.
Como contrapartida, se ha extendido también la supresión de la posición de antes de que en muchos casos en que dicha preposición sí debe estar presente: “De lo que es casi imposible dudar es que expresa a un autor…”, leemos en un excelente ensayo sobre Mariano Picón Salas, escrito por uno de nuestros más notables críticos literarios. Y en una noticia de “El Nacional” sobre el SIDA se dice: “… se estima que el uso de la tarjeta sería prueba que el portador es alguien que se preocupa y se cuida…”. En ambos casos el sentido común indica la necesidad de que la preposición de preceda a que. Lo mismo ocurre en frases como “Colón estaba seguro de que navegando hacia el Poniente llegaría a Cipango”; “... a condición de que lo encuentre”; “Hasta el punto de que cada uno de ellos...”; “estamos conscientes de que...”. Pero a menudo oímos y leemos frases como éstas sin de. La supresión de la de, por cierto, es más vieja que el dequeísmo. Sin embargo, no tenemos dudas de que la campaña desarrollada contra éste ha provocado, como reacción, el aumento considerable de aquélla como una forma de ultracorrección, ante el temor de caer en el uso indebido del famoso de que.
No es fácil determinar de una manera teórica cuándo debe ir de antes de que, y cuándo no. No hay reglas al respecto. Y si las hubiese, seguramente no serían muy confiables. Insistimos en que como dijimos en nuestra nota anterior, en estos casos la guía más segura es la lógica, la intuición, el sentido común. Hay, sin embargo, un truco muy sencillo, que nos permite orientarnos en este caso con bastante margen de seguridad, y que no es otra cosa, precisamente, que la aplicación práctica del sentido común. Si hemos de emplear, por ejemplo, el verbo decir, es obvio que se trata de decir algo; si ese algo empieza por que, se trata de decir que, y no decir de que. En cambio, si vamos a utilizar el verbo enterarse, lógicamente se trata de enterarse de algo; si ese algo va encabezado por un que, necesariamente habrá de emplearse la forma de que: “Me he enterado de que te botaron del trabajo”; “El pobre Fulano se enteró de que su mujer le era infiel”; “Hasta ayer, nadie se había enterado de que iban a cerrar el estacionamiento”... En una información del diario “El Nacional” leemos: “En el expediente del Tribunal Civil no consta de que la juez lo acordara…”. Y precisamente una juez, muy competente y honesta, además de bella, decía hace poco por la TV: “Tengo entendido de que lo atrasado del Código de Enjuiciamiento Criminal…”. En ambos casos la aplicación del truquito hubiese evitado la construcción defectuosa: consta o no consta algo; se tiene entendido algo. Por tanto: “En el expediente no consta que...”, y “Tengo entendido que…”. Esta manera práctica de orientarnos, desde luego, no es absolutamente infalible, pero nos permite acertar en un alto porcentaje de los casos que se nos presenten. De todos modos, sobre este tema volveremos más adelante. IIEl truco que explicamos la semana pasada para orientarnos en la utilización del famoso de que es muy sencillo, y fácilmente comprensible y aplicable por cualquiera que sea medianamente inteligente y avispado. Sin embargo, nunca se sabe... Por ello vamos a insistir, y a reforzar lo dicho antes. Lo importante, al hablar o escribir, es estar conscientes de ciertas cosas respecto del lenguaje, y aplicar oportunamente eso que todo el mundo conoce como sentido común. Si vamos a utilizar, por ejemplo, el verbo decir, debemos estar conscientes de que se trata de decir algo. Si ese algo que se va a decir comienza por que, entonces la frase que empleemos será, por ejemplo, “Yo digo que esto es muy fácil de hacer…”, y no “Yo digo de que esto es muy fácil de hacer...”. En cambio, si el verbo empleado es, pongamos por caso, lamentarse, debemos estar conscientes de que se trata de lamentarse de algo. Si el algo de que nos lamentamos empieza por que, diremos: “Yo me lamento de que lo hayas sabido por mí…”, por ejemplo. Si por lo contrario, ese algo de que nos lamentamos no empieza por que, entonces no escribiremos de que: “Yo me lamento de habértelo dicho…”. En algunos casos dos verbos fonéticamente parecidos y con el mismo significado, se emplean de modos distintos con respecto al famoso de que. Recordar, por ejemplo, no admite de antes de que: “Él siempre recuerda que yo se lo advertí”. En cambio, acordarse exige la de: “Él siempre se acuerda de que yo se lo advertí”. Si aplicamos el truco, la diferencia se explica fácilmente: “Él siempre recuerda algo: que yo se lo advertí”; “Él siempre se acuerda de algo: de que yo se lo advertí”. El mismo razonamiento puede orientarnos también en algunos casos en los cuales el de que no sigue inmediatamente a un verbo. Es muy común, por ejemplo, suprimir equivocadamente la de que va después de a pesar: “El derrumbe sorprendió a muchos, a pesar que se les advirtió a tiempo del peligro que corrían”. El sentido común nos indica que el hecho (la sorpresa) ocurrió a pesar de algo, y que ese algo, en la frase empleada, empieza por que. En cambio, en la frase “El derrumbe sorprendió a muchos, a pesar de habérseles advertido a tiempo del peligro que corrían”, lo que no tiene cabida es que. A la luz de lo dicho, resulta inexplicable la supresión de la preposición de en casos como los siguientes: “el capitán del equipo australiano de cricket desestimó la posibilidad que la bomba estuviera dirigida a ellos”; “La señora se enteró que iba a ser despedida...”; “Estaba seguro que era cierto...”; “... antes que los mataran...”; “No estaba tan seguro como él que los soldados fueran invencibles”. Igualmente inexplicables resultan frases en que ocurre lo contrario, se inserta una de antes de que en forma que debería resultar chocante al oído: “Decía Tchakotine de que las democracias de hoy no merecen en modo alguno ese nombre...”; “Me llamó la atención de que el español en su exposición pretendía negar que lo real maravilloso fuese exclusivamente latinoamericano...”; “Se equivocaron los que pensaban de que el gobierno iba a perder las elecciones internas de A.D.”; “El Ministro precisó, cuando fue requerido por los periodistas, de que la baja de los precios del crudo en esta ocasión no afectaría el presupuesto…”. Quisiéramos insistir en que estas construcciones defectuosas —que son de las más graves, porque afectan la sintaxis, vale decir, la estructura básica del idioma— son en su gran mayoría producto del descuido que se tiene al hablar o escribir, más que de la ignorancia propiamente dicha. Creemos haber demostrado, o por lo menos puesto al lector en el camino de ello, que se trata de un problema de lógica intuitiva, de sentido común. No de gramaticalismos ni de purismos trasnochados. La lengua tiene que desarrollarse, y es inevitable que cambie. Pero sin perder su propia fisonomía, ni dejar de ser un sistema lógico que sirva de expresión al pensamiento y a los sentimientos. Y no, por cierto, de lógica aristotélica, acartonado y obsoleta, sino más bien de lógica dialéctica.
Este es el link de la página del profesor Alexis Márquez Rodríguez:
http://www.conlalengua.com/
Allí encontrarán información acerca de las actividades de uno de los más prestigiosos académicos de nuestro país y también los artículos que publica en las columnas de prensa que tiene en diferentes periódicos del país (no todas están actualizadas).
0 notes
Text
Audición para Mihail Záitsev (Thomas Hayes)
¡Hola de nuevo, Liv! Primero que nada, tengo que hacer hincapié en lo distinto que resulta ser este nuevo retoño del adorable de Matt, aspecto que demuestra la versatilidad que tienes a la hora de desarrollar historias, así que ¡puntos por ello! Pasando ahora a Mihail, admitiré que, al principio, creí que resultaría ser otra historia de familia adinerada y de padres negligentes, más sin embargo, el hecho de que encontrara en su abuela ese amor que sus progenitores nunca supieron darle me causó mucha ternura, justo antes de que me rompieras el corazón al contarnos acerca de su muerte. Es comprensible que haya intentado llamar la atención de sus padres mediante malos comportamientos, y puedo ver cómo dicha indiferencia por parte de ellos se ve reflejada en su personalidad. ¡¡Y ese plot twist!! Te juro que no me esperaba que su madre decidiera delatar ella misma a su marido, ¡cuántas agallas! Me ha encantado, y, aunque entiendo por qué Mihail guarda resentimiento a causa de haberse visto obligado a dejar la clase de vida a la que estaba acostumbrado, espero que llegue a comprender la valentía que tuvo su madre al tomar su decisión. Ya ansío verlo por acá, siendo todo sassy y viendo a los demás como si fueran plebeyos.
¡BIENVENIDO A LAKEWOOD, MIHAIL! Es un placer para nosotros abrir nuestras puertas para ti durante este nuevo ciclo escolar. Nos entusiasma mucho tu presencia y esperamos que tu estadía entre los zorros de Lakewood se trate de una agradable experiencia. Cuentas con 24 HORAS para enviar la cuenta de tu personaje. De llegar a necesitar más tiempo, ¡no dudes en pedirlo!
INFORMACIÓN OOC
NOMBRE O PSEUDÓNIMO: Liv EDAD: 18 PAÍS Y ZONA HORARIA: México, Zona Centro. NIVEL DE ACTIVIDAD (1 - 10): 8 CONTRASEÑA: Removida
INFORMACIÓN IC
NOMBRE COMPLETO: Mihail Záitsev. EDAD: 21 años. CARRERA QUE CURSA: Ciencia Política. ACTIVIDAD EXTRACURRICULAR: Esgrima / Periódico Estudiantil. FACECLAIM: Thomas Hayes. PERSONAJE: Personaje Original. FRATERNIDAD: Ninguna.
DESCRIPCIÓN CORTA DE SU PERSONALIDAD:
Mihail Záitsev, nacido en cuna de oro. Las dificultades eran inexistentes. Cosa que deseaba, cosa que obtenía. Mihail creció, como era de esperarse, como un niño bastante mimado. Sin costumbre a las negativas, el mundo parecía acabarse cuando la primera frustración se le ponía enfrente; su carácter, sarcástico, frívolo, desobediente, calculador y muy simpático ( cuando era necesario ) — ávida prueba de poder manipulador, son solo algunas de las características que constituyen el misterio en el que después se convertiría el mayor de los Záitsev. El mundo da muchas vueltas, y Mihail es testigo de la veracidad de ese hecho. Y aunque su esencia sigue intacta, por las malas ha aprendido el significado de la empatía, el respeto, la responsabilidad… pero eso no quiere decir que le gusten. Las reglas no fueron hechas para él, y ajustarse a ellas es algo que aún le cuesta trabajo. Lo más semejante a Mihail es una moneda, dos caras. No depende de él cuál se de a conocer primero.
MENCIONA DE TRES A CINCO PUNTOS RELEVANTES DE SU VIDA:
uno. Mihail creció en el seno de una familia acomodada en Moscú, un padre inmiscuído en la política y los negocios más prósperos del país, y una madre proveniente de la familia fundadora de la libre prensa en Rusia. Las prioridades de los Záitsev siempre fueron muy claras, primero el trabajo, después el trabajo, y luego probablemente más trabajo. Mihail se acostumbró al sazón de su abuela y a conversar con los retratos que adornaban la masión en la que habitaba. Para sus progenitores, no tenía quejas, siempre y cuando sus manos jamás se mostraran vacías al llegar al umbral de su habitación. Implícita estaba la idea de que el amor se probaba a base de lujos y regalos, y no de abrazos y preguntas cotidianas, por lo que era de esperarse que desarrollara un carácter frío, donde cualquier afecto era imediatamente rechazado, y no exactamente porque no lo quisiera, sino porque no sabía de qué forma corresponderlo.
dos. Su adolescencia llegó, y con la muerte de su abuela Mihail se encerró en esa coraza de la cual ni siquiera era consciente de haber formado, la distancia con sus padres era enorme, pero ninguno de los implicados parecía notarlo. Extrañando el cariño maternal dado por su abuela, Mihail decidió embaucarse en actividades peligrosas, deseando, inconscientemente, llamar la atención de sus padres de alguna manera; sin embargo, para los Záitsev era sencillo eliminar los problemas. Un faje de dinero para callar los rumores de la vida descontrolada del heredero, una motocicleta nueva, un viaje de estudios o una fiesta privada con sus amigos debía ser suficiente para que Mihail dejara de causar revuelos.
tres. La vida sin rumbo de Mihail acabó cuando se le notificó de la muerte de uno de sus mejores amigos, que si bien también imitaba su estilo de vida, era mucho más moderado que el propio. Decidiendo aprender en cabeza ajena, Mihail dejó sus vicios descontrolados y su afición por desafiar los límites de velocidad, intentando hallar un nuevo hobbie en la fotografía. Corría admirando los paisajes de aires helados todo el tiempo, ¿no era ya hora de conservar esos recuerdos en otro lugar que no fuese su mente? Y así, Mihail encontró el amor a través de un lente, maravillándose ante la claridad con la que podía observar a los demás.
cuatro. Justo cuando todo parecía marchar bien en su vida, una discusión en el despacho de su padre le cambió la vida en cuestión de minutos. A pesar de que la relación que mantenía con su progenitor era prácticamente nula, la admiración que sentía por él era inmedible. Siempre con ideas frescas, hábil para los negocios, perseverante y dedicado; Mihail estaba convencido de que compartía techo con una figura histórica, y sí que lo hacía, pero no pasaría a la historia por las virtudes que él creía, si no por el gran desfalco monetario que realizó en el banco en donde laboraba. Consternado ante semejante descubrimiento, Mihail no encontró otra salida más que compartir las noticias con su madre, quien juró tomar cartas en el asunto lo más pronto posible. Acostumbrado a las salidas fáciles, Mihail pensó que todo se resolvería con algún truque económico, sus problemas se esfumarían y volverían a ser los Záitsev, pero las acciones realizadas por su progenitora le llevarían a sufrir un cambio de ciento ochenta grados. Líder de la prensa en Rusia, la matriarca de los Záitsev no podía encubrir a un criminal, no podía permitirse seguir dando un mal ejemplo a su hijo mediante tratos hechos bajo la mesa, debía, aunque pareciera ya ser muy tarde, enseñarle valores y convertirlo en una persona mejor de la que era. Así fue como Anya Záitsev se echó la soga al cuello, siendo ella quien publicara, en primera plana, el desfalco de su marido. La vergüenza no fue lo único que cayó sobre los Záitsev, también la ley. Con Gavrel Záitsev — su padre, en prisión por una cantidad de años que no merece la pena repetir, y la familia de su madre dándoles la espalda ante semejante escándalo, madre e hijo no tuvieron más opción que iniciar su vida de cero en un país nuevo, y qué mejor que el enemigo Ruso principal: América.
cinco. A los dieciocho años, Mihail Záitsev pisó el suelo Californiano, enamorándose de una de su clima cálido y su precioso mar. Ahí, Mihail encontró consuelo en las olas, tratando de ocultar el rencor creciente que sentía por su padre… Y también su madre. Con su juicio nublado, no entendía las razones de su progenitora en hundirlos. Sentía que había renunciado a su trono, ahora tenía que ajustarse a una vida muy diferente. Trabajos de medio tiempo, escuelas públicas y responsabilidades escolares. Ahora, no podía comprar su pase a la Universidad, tenía que ganárselo. Así fue como terminó inscrito en Lakewood, donde decidió estudiar Ciencias Políticas en un intento por comprender las razones que llevan a un ser humano a perderse entre el dinero y el poder. Inevitablemente, siguió las raíces de su madre al apuntarse para el periódico escolar, pero la vergüenza de lo sucedido en el viejo continente es algo que lo persigue hasta la fecha, deseando deslindarse del apellido Záitsev lo más pronto posible.
0 notes
Text
¡Acúsenme, acúsenme!
Lenier González Mederos (i) y Roberto Veiga González (Foto: CubaPosible)
LA HABANA, Cuba.- Una vez más, los señores Lenier González Mederos y Roberto Veiga González se las han arreglado para sorprendernos. El pasado 12 de julio suscribieron de manera conjunta un documento de título inesperado: “¿Tenemos derecho a trabajar por Cuba?”
La insólita pregunta podrá sorprender a quienes no conozcan la trayectoria de ese dúo de compatriotas. Aunque ella ha estado todo el tiempo a la vista pública: hasta 2014, en la revista católica Espacio Laical; a partir de ese año (cuando el discutido cardenal Jaime Ortega dejó de arroparlos), en Cuba Posible.
Quien acceda a este último sitio web, podrá informarse sobre las exóticas creaciones intelectuales de esos personajes y sus amigos. Entre ellas, en mi opinión, descuella el concepto de “oposición leal”. Contra lo que podría esperar cualquier persona razonable, esa idea no fue concebida para ―digamos― Inglaterra o la fraterna Costa Rica, sino para la Cuba de los hermanos Castro.
Con antecedentes doctrinales como ese, no debe llamarnos la atención que el binomio Veiga-González, para laborar por su país, le pida permiso al régimen de firme vocación totalitaria que impera en nuestra Patria (al cual ambos, en castiza neolengua castrista, siguen llamando “Revolución”).
Los dos integrantes de esta especie de yunta reservaron lo más creativo de su nuevo escrito para el final. Allí ellos solicitan a “la Fiscalía General de la República que inicie un proceso de instrucción” contra ambos. Como si les pareciera poco, piden también “a todas las personas de buena voluntad que exijan a la Fiscalía la apertura inmediata de dicho proceso”.
Truculencias aparte, el solo enunciado de esa petición demuestra de modo irrefutable lo mal que andan las cosas por estos lares: En Cuba, dos súbditos “leales” (de quienes ni siquiera está bien claro que se autocalifiquen como “opositores”) tienen que lamentarse de “la ausencia de mecanismos, instituciones y autoridades establecidas para dirimir definitivamente la legitimidad de posiciones ciudadanas no oficiales”.
Ambos parten de una base: Cuando alguien asume posturas que no son las del gobierno, es necesario que alguna “institución” o “autoridad” dictamine si su actitud es o no legítima. Veiga y González ―pues― están conscientes de no vivir en un país libre. En los que sí lo son, sólo a un loco se le ocurriría que un burócrata defina si una persona tiene o no derecho a discrepar (o a decir “pero”, que es lo que a veces hacen ellos dos).
Paso a otra faceta de la cuestión: Se supone que los medios de represión criminal sean el último recurso de un Estado para enfrentar conductas contrarias a derecho. No ha sido así en los países de marxismo-leninismo y partido único. En éstos, los procesos penales, las cárceles, y aun los paredones de fusilamiento, han constituido medios habituales para lidiar con quien disiente.
Y a veces hasta para enfrentar infracciones leves y muy distantes de la política. En los tiempos de apogeo del castrismo, el flamante “Gobierno Revolucionario” creó la figura delictiva de la “prestación deficiente de servicios”. O sea: que si en un restaurante italiano le servían a usted una pizza quemada, el curso de acción correcto era dirigirse a la estación de policía más cercana, a fin de formular la correspondiente denuncia…
Con esa exacerbación de la represión criminal, no deben causar asombro la actual petición de Veiga-González, ni la gran difusión alcanzada por la chivatería. Como en otros países del “socialismo real”, en Cuba la delación del prójimo adquirió ribetes de deporte nacional. En ese contexto, Roberto y Lenier han alcanzado el cénit. Cada uno de ellos puede ahora decir: “He formulado una denuncia contra mí mismo”.
Conozco de manera directa la actividad de los órganos represivos del castrismo. Primero, por mis lustros de ejercicio como abogado defensor; después, como “no persona” enjuiciada y encarcelada. Así que puedo informar a los autodenunciantes algo que quizás no esté bien claro para ellos.
Pensar que un fiscal cubano de hoy pueda actuar con estricto apego a la ciencia del derecho, es tener la cabeza en las nubes. Lo que prima en su actuación es la política. La misma Constitución establece que la Fiscalía esté “subordinada a la Asamblea Nacional del Poder Popular y al Consejo de Estado”. Y los funcionarios de aquel órgano cumplen gustosamente ese mandato supremo.
Del mismo modo que un perro de presa muerde, sacude o suelta según las voces de mando de su amo, así también los fiscales cubanos incoan expedientes, acusan de modo formal y piden años de prisión (o, por el contrario, archivan la denuncia recibida) de estricta conformidad con las órdenes emanadas de los centros de poder.
Son estos últimos ―pues―, y no los fiscales, los que determinarán qué hacer con los “leales” Roberto y Lenier. No creo que en este caso la sangre llegue al río. Pero aunque me considero una “persona de buena voluntad”, que no cuenten conmigo para que actúe como chivato, ni para que solicite a la Fiscalía castrista que los enjuicie.
Mejor es que le pidan eso a los porristas que, por sus leves desviaciones del discurso oficial, los acusan públicamente de ser “subversivos”, “plattistas” y “traidores”.
¡Acúsenme, acúsenme!
0 notes
Link
La experta en lingüística, Rosa Amelia Asuaje, asegura que en el material que analizó “no hay nada que demuestre” la culpabilidad del dirigente opositor venezolano, Leopoldo López
Rosa Amelia Asuaje, principal testigo y en cuya declaración se basa la sentencia del opositor venezolano, Leopoldo López, afirma en una carta abierta al presidente de la sala penal del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) del país caribeño, que en el material que analizó “no hay nada que demuestre” la culpabilidad del dirigente.
La experta en lingüística estudió cinco discursos del líder de Voluntad Popular en 2014 y plasmó sus conclusiones en un informe de 113 páginas. Sin embargo, Asuaje denuncia que dicho análisis nunca se utilizó por completo ni de la forma debida, sino que se alteraron sus palabras. También recalca que el documento se entregó a tiempo pese a que se le imputa que lo hizo de forma “extemporánea”.
“A partir de mi peritaje lingüístico jamás pudo desprenderse algún juicio de valor, pues no tendría los insumos para afirmar que el ciudadano Leopoldo López hizo llamados a incendiar la fiscalía de nuestro país, lideró, fue miembro de alguna asociación criminal, o manifestó el deseo de que sus posibles seguidores cometieran actos violentos”, recalca Asuaje en su carta. “En el material que me dio el Ministerio Público para analizar, no hay absolutamente nada que demuestre ese accionar”, insiste.
Así, tanto en la condena inicial como en su revisión en la Corte de Apelaciones de Caracas se dan, según explica Asuaje, “contradicciones de forma y de fondo, además de descontextualizaciones, omisiones, tergiversaciones e interpretaciones sesgadas que dan una perspectiva bastante clara de los derroteros actuales de nuestro sistema judicial”.
“En ambas sentencias se me imputan hechos de los que no soy responsable”, explica la experta, quien con su misiva, publicada en exclusiva por Infobae, espera “poder asumir públicamente la responsabilidad” ante un caso en el que se vio involucrada “por realizar una labor de fiel cumplimiento ante el Ministerio Público” de su país. La lingüista Rosa Amelia Asuaje escribió una carta abierta dirigida a uno de los jueces del Tribunal Supremo de Justicia para denunciar la manipulación de su testimonio.
Si bien terminó de escribir este mensaje el 5 de enero, Asuaje no lo había hecho público aún por razones “de seguridad” y aunque reconoce que “ahora el panorama no es distinto” afirma que “es necesario que se evidencie” lo que escribió en su momento “más allá del peligro que pueda correr”.
“Sucede que en Venezuela, en los últimos tiempos, cualquiera puede ser detenido extrajudicialmente sin razón aparente. Asumo que si eso llega a suceder conmigo, hay toda una trayectoria y testimonios escritos por mí que me resguardarán”, recalca.
El TSJ ratificó el pasado jueves la condena de 13 años y nueve meses de prisión a López por los hechos violentos ocurridos en la marcha estudiantil del 12 de febrero de 2014. De esta manera, la defensa del opositor ha agotado todas las vías de apelación en el país latinoamericano, por lo que a partir de ahora recurrirán a acciones en organismos internacionales.
El nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, recibió el pasado miércoles a Lilian Tintori, esposa de López, en la Casa Blanca y pidió la liberación del “preso político” venezolano. Sólo un día después, en Madrid, los ex presidentes Felipe González y José María Aznar arroparon al padre del líder de Voluntad Popular en un acto por la libertad en Venezuela.
Asimismo, Asuaje reclama a organizaciones nacionales e internacionales que sean “testigos del caso de muchos venezolanos que vivimos bajo la presión de no poder expresar libremente, no sólo lo que pensamos, sino las denuncias a un sistema judicial que, en este caso, ha demostrado su incapacidad para estar a la altura de las circunstancias históricas que ha tenido en sus manos”.
La lingüista lanza así una llamada de auxilio porque teme lo que pueda sucederle en el futuro: “Vaya mi exhorto a las organizaciones de Derechos Humanos en Venezuela. Vaya mi voz a UNASUR, a El Vaticano, la OEA, MERCOSUR, ONU. Llegue también mi voz al lugar donde me hice y crecí intelectualmente: la Universidad de Los Andes, lugar que en Venezuela ha guardado en su seno a grandes maestros”.
Texto completo de la Carta de Rosa Amelia Asuaje
Esta carta abierta que dirijo al Magistrado Maikel Moreno, primer Vicepresidente del Tribunal Supremo de Justicia, Magistrado Presidente de la Sala de Casación Penal de la República Bolivariana de Venezuela, tiene fecha de culminación el día 05 de enero de 2017, tiempo antes de que emitiera su fallo contra el ciudadano Leopoldo López Mendoza y por eso el carácter exhortativo del texto es evidente. Muchas razones impidieron que esa carta fuese publicada en su momento, esencialmente ligadas a mi seguridad. Ahora el panorama no es distinto en ese sentido, pero sí es necesario que se evidencie lo que escribí en su momento, más allá del peligro que pueda correr yo, una vez publicado dicho documento. Sucede que en Venezuela, en los últimos tiempos, cualquiera puede ser detenido extrajudicialmente sin razón aparente, pues, bajo el argumento de “Traición a la Patria” todo se admite. Asumo que si eso llegar a suceder conmigo, hay toda una trayectoria y testimonios escritos por mí que, así como podrán ser usados en mi contra por el sistema judicial venezolano, también me resguardarán en tanto que, nada hay escrito por mí que no sea verdad y ella nos proscribe ante la historia ni ante cualquier tribunal internacional.
CARTA ABIERTA AL MAGISTRADO MAIKEL MORENO, PRIMER VICEPRESIDENTE DEL TRIBUNAL SUPREMO DE JUSTICIA. MAGISTRADO PRESIDENTE DE LA SALA DE CASACIÓN PENAL
Dra. Rosa Amelia Asuaje. Experta Lingüista del Ministerio Público de la República Bolivariana de Venezuela en el caso contra Leopoldo López Mendoza
Mi deber es hablar, no quiero ser cómplice. Emile Zola, “J'accuse…!”
(Carta abierta al presidente de Francia, M. Félix Faure, sobre el caso Dreyfus. Diario L'Aurore, 13 de enero de 1898)
Señor Magistrado Presidente de la Sala de Casación Penal, abogado Maikel Moreno: Me dirijo a usted con el mayor de mis respetos debido a la investidura que su cargo ostenta, en ocasión de hacer de su conocimiento hechos medulares, con carácter de pruebas, que podrían incidir en el veredicto que estaría usted pronto a emitir sobre el caso contra el ciudadano Leopoldo López Mendoza, ya que este ha sido elevado por la defensa del imputado a su alto tribunal, según se desprende de lo informado por los medios de comunicación de nuestro país. Cuando uso la expresión potencial del verbo “incidir”, lo hago condicionado a su sentido común para juzgar, no a partir del libre albedrío, sino de evidencias que soporten su veredicto. Como no tengo la más mínima prueba de que haya tenido usted un proceder injusto a lo largo de su ejercicio profesional, presumo que, basado en un buen juicio, usted se acercará a la esencia de la verdad que todo proceso penal debería desarrollar. Como experta lingüista en dicho caso, y basándose dos sentencias condenatorias contra López en la interpretación de mi informe pericial, tengo que asumir ante usted, ante el país, ante el imputado y su equipo de defensa, la responsabilidad histórica de esclarecer, una vez más, mi participación en una condena que, peligrosamente, avizora una judicialización de la política que nada tendría que ver con la justicia.
Me permitiré iniciar este escrito refiriéndome a la vinculación que tuvo la evolución del concepto de justicia en el Derecho Penal Griego en la separación de la noción de venganza de los discursos forenses de la época, pero de manera más clara me circunscribiré a la tragedia griega antigua donde, sobre todo en Esquilo, se mostraban los castigos trágicos y se los acercaba de manera espectral a la insaciable venganza de quien había sufrido algún daño, a la vista de todos, irreparable. “Siete contra Tebas” y la “Orestíada” son ejemplos acordes con lo que le expreso. Seguramente usted habrá estudiado Derecho Romano en la universidad, ya que se cree, aun erróneamente en los curricula de estudio de su carrera, que el Derecho nace en Roma, obviando todo un corpus literario que ofrece la tragedia griega en la imposición de penas, deliberaciones y, precisamente, en el apartamiento sano y paulatino del resarcimiento rencoroso, del sentido de equidad que debe prevalecer en un veredicto y que, tal como su palabra lo refiere, implica objetividad y apego a las evidencias.
Entrando directamente en materia y en cuanto a lo que a mí atañe como experta lingüista en el caso del ciudadano Leopoldo López, debo referirle como evidencias que, a partir de la sentencia número de causa: 28J-810-14, hubo una ausencia de análisis y un silencio inexplicable de los hechos aportados por mi peritaje lingüístico -como órgano de prueba- al momento de redactar la Dra. Barreiros tal sentencia. Dichas falencias se mantuvieron en la sentencia condenatoria No. 3865, a cargo del juez Jimai Montiel Calles. Con el propósito de que el contenido de mi carta sea esclarecedor en pos de ayudarlo en la búsqueda de la verdad, enumeraré cada uno de mis argumentos, sustentados en dos evidencias a las que todos los venezolanos como yo hemos tenido acceso libremente: a) la sentencia condenatoria del Juzgado Vigésimo Octavo de 1ª Instancia en Función de Juicio del Circuito Judicial Penal del Área de Caracas, número de causa 28J-810-14, emitida por la juez Susana Barreiros el 01 de octubre de 2015 y, b) la sentencia pronunciada por la Corte de Apelaciones del Circuito Judicial Penal de la Circunscripción Judicial del Área Metropolitana de Caracas el 12 de agosto del 2016, Expediente No. 3865, y cuyo ponente fue el juez Jimai Montiel Calles. A pesar de no ser abogado penalista, he estudiado en profundidad ambos documentos por dos razones esenciales: en primer lugar porque en sendos legajos se me ha involucrado directamente, subvirtiendo mi testimonio como parte de la realización de un trabajo científico para el cual fui encomendada por el Ministerio Público de la República Bolivariana de Venezuela, además de imputárseme la responsabilidad de haber consignado de manera extemporánea, ante las instancias correspondientes, el peritaje lingüístico que realicé y que fue objeto de discusión oral ante el juzgado que presidía la juez Susana Barreiros para el momento en que se imputara y condenara al ciudadano Leopoldo López; en segundo lugar, y sin ser esta una razón de menor peso que la anterior, he sentido la obligatoria responsabilidad ética de llegar al fondo de un asunto en el que se juega la libertad de un individuo a partir de unas pretendidas pruebas, pues no parecieran gozar, a todas luces, de la claridad que toda evidencia debe poseer.
La responsabilidad a la que me refiero y que se ha convertido en auto interpelación constante desde el momento en que analicé ambas sentencias, debo asumirla ante usted, señor Magistrado, con la solvencia que da el ejercicio diáfano y sin ambages de cualquier disciplina que se realice en la vida. Sé perfectamente que está al tanto de entender lo que le expreso, pues tratándose de la búsqueda de la justicia, la responsabilidad es una razón de Estado que no exime a ningún ciudadano de anhelar hallarla. En el análisis de los dos textos condenatorios me he servido -en el marco de la lingüística- de mis estudios en las áreas de la retórica clásica y de las actuales teorías de la argumentación; disciplinas que se acercan al Derecho mucho más de lo que comúnmente se cree, toda vez que el ejercicio que usted y sus colegas ejercen, se materializa a través del lenguaje, de discursos y en ellos, de pruebas, silogismos, razonamientos y falacias argumentativas, lamentando esto último.
El propósito de esta carta pública es someter nuestro sentido común: el suyo, el mío y el de quienes la lean, a dos argumentos centrales en los cuales me baso y que, tal como le expuse antes, están sustentados en dos hechos materializados en las sentencias condenatorias contra el ciudadano Leopoldo López que cité al inicio.
1.- En la sentencia emitida por la juez Susana Barreiros he sido enfática al exponer, a través de declaraciones públicas (http://ift.tt/1MmgV4E y http://ift.tt/2a6cvqs) que mi testimonio fue alterado, generando una afirmación que ni yo como experta, ni la juez como directora de debate, dijimos. Ello se evidencia en la página 263 de dicha sentencia donde reza: “Se valora la declaración de la ciudadana Rosa Amelia Azuaje (sic) León quien evaluó el contenido de cuatro discursos realizados por el ciudadano Leopoldo López, realizando un estudio de lingüística que la conllevó a enumerar una serie de palabras que estaban destinadas a llevar información a sus seguidores , tomando en cuenta como aspecto (sic) más relevantes el discurso del 12 de febrero efectuado en Plaza Venezuela antes de dirigirse a la sede del Ministerio Público donde a su forma (sic) describe al actual gobierno nacional, a los Poderes Públicos utilizando descalificativos refiriendo el estado delincuente, un estado narcotraficante, el habla de un estado que con sus aviones, con sus fragatas y su armamento no va a poder con nosotros que estamos persiguiendo el cambio (sic). Es evidente que a través de sus discursos envió [Leopoldo López] mensajes descalificativos que desencadenaron las acciones violentas y eminentes (sic) daños a la sede fiscal y cuerpo de investigaciones, en virtud de los discursos emitidos por los medios de comunicación.”
Tal como he reiterado de manera expresa y sin ser obligada por ninguna de las partes interesadas en el caso, a partir de mi peritaje lingüístico jamás pudo desprenderse algún juicio de valor, pues no sólo la disciplina que ejerzo está reñida con la capacidad de juzgar a cualquier sujeto por sus discursos, sino que no tendría -si lo anterior fuese desestimado- los insumos para afirmar que el ciudadano Leopoldo López hizo llamados a incendiar la fiscalía de nuestro país, lideró, fue miembro de alguna asociación criminal, o manifestó el deseo de que sus posibles seguidores -en tanto que operador político- cometieran actos violentos. La razón por la cual carezco de medios de prueba para llegar a la conclusión que sustenta la acusación de la sentencia de la juez Barreiros y de la cual he tomado solo una parte, es que en el material que me dio el Ministerio Público para analizar, no hay absolutamente nada que demuestre ese accionar. Como ya lo he dicho, el habla del ciudadano López se organiza en un discurso propio de la confrontación política que denuncia acciones, que el enunciador estima como verdaderas, sobre el gobierno del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro Moros, incluyendo a los Poderes Públicos, así como hechos de corrupción, desigualdades económicas, sindicales, comunicacionales, inseguridad, desabastecimiento, inflación y narcotráfico permeado en las altas esferas del poder gubernamental. De igual manera, es mi deber exponer que el ciudadano Leopoldo López insiste en toda la muestra discursiva que analicé, en la necesidad de salir a conquistar la democracia de un país que la ha perdido, debido a la inexistencia de independencia de los Poderes Públicos que pudieran impedir el debate democrático. Es importante acotar, señor Magistrado, que estos discursos constitutivos de la muestra de mi experticia fueron emitidos públicamente por el señor Leopoldo López entre los días 23 de enero y 12 de febrero de 2014 y que sólo sobre ellos constó mi investigación.
También sabrá usted que tal peritaje fue expuesto oralmente por mí en el juicio contra el ciudadano mencionado supra. Debe conocer igualmente, debido a su ejercicio profesional, que luego de dicha exposición se dio un interrogatorio y un contrainterrogatorio al que fui sometida por todas las partes involucradas en dicho juicio, y el cual se extendió por unas veintitrés (23) horas repartidas en dos (2) días consecutivos. Ahora bien, ¿Cómo es posible que en la sentencia que publica el Juzgado Vigésimo Octavo de 1ª Instancia en Función de Juicio del Circuito Judicial Penal del Área de Caracas no aparezcan transcritos, tanto el examen como el contraexamen al que fui sometida y que, sin duda, aclaraban meridianamente el tenor de mi informe como un análisis discursivo, divorciado de la investidura de un juez? En mi testimonio oral fui enfática en aclarar que, en el corpus sobre el cual basé mi estudio y que me fue provisto por el Ministerio Público, jamás se mencionan los nombres del resto de los imputados en la causa. Fue así que me centré en el análisis lingüístico del único sujeto enunciador que hallé como investigadora a partir de los datos suministrados; en consecuencia, mal podría yo advertir que el ciudadano Leopoldo López dirigía o formaba parte de una asociación criminal en la que el resto de los “presuntos asociados” no aparecieron nunca en el material audiovisual que me entregó la Fiscalía de la República Bolivariana de Venezuela mediante cadena de custodia. Así pues, si mi informe hubiese sido tomado como prueba inestimable de la culpabilidad del imputado, no hubiese sido posible demostrar mediante mi peritaje el delito de ASOCIACIÓN PARA DELINQUIR previsto y sancionado en el artículo 37 de la Ley Orgánica Contra la Delincuencia Organizada. No quiero culminar este apartado insistiéndole, de igual forma, que mi experticia se circunscribió al estudio de los discursos de un emisor, en este caso del ciudadano Leopoldo López, y no de la repercusión que esos discursos tuvieron en los receptores del mensaje, ya que en ningún momento fui encomendada para la tarea de medir el impacto de un discurso en quienes lo escuchan; esto sería tarea de un psicólogo social, experto en psicología de masas, por ejemplo, quien manejaría las herramientas teóricas para analizar el comportamiento de quienes reciben un estímulo discursivo determinado.
En retórica y teoría de la argumentación una equívoca configuración de la premisa menor del silogismo lógico de cualquier afirmación, sentencia o juicio de valor, conlleva directamente a una errada y hasta nula premisa mayor de ese silogismo lógico que se pretende edificar. En este sentido, es mi deber destacar que mi testimonio oral fue intervenido por la Dra. Barreiros, juez del caso, quien fue extrayendo de contexto y reconstruyendo, a partir de su propia competencia como juzgadora, afirmaciones categóricas que yo no dije. El híbrido que cité en párrafos anteriores y que usted podrá leer en la página 263 de la sentencia emitida por la juez en cuestión, se reconoce en filología clásica como “palimpsestos”, manuscritos que han sido motivo de estudios exhaustivos por parte de expertos que determinan la autenticidad de un discurso atribuido a un autor clásico, extrayendo todas las posibles interpolaciones y ediciones posteriores. Sabrá usted que lo escrito por un autor griego, por ejemplo, y lo que nos llega en el s. XX en lengua española, ha pasado por infinitos tamices de interpretación, especialmente durante la Edad Media, en la que no sólo la lengua griega antigua fue intervenida por el influjo de las lenguas romances, sino por los juicios de valor de los copistas que, históricamente, intervinieron en la transcripción manual de manuscritos antiguos. Ahora bien, señor Magistrado, no estamos hablando de un texto griego antiguo, sino de un testimonio de una experta que hace casi dos (2) años se presentó ante un juzgado para exponer su peritaje lingüístico.
Así pues, nuestro sentido común debería sugerirnos que algo no está claro en un veredicto, que se basa en un testimonio oral que fue objeto de una interpretación alejada del contexto por parte de la juzgadora del caso, quien tampoco supervisó que en la sentencia condenatoria del 01 de octubre de 2015 apareciera la transcripción del interrogatorio y contrainterrogatorio al que fue sometida, bajo juramento, la experta. La comparación del testimonio oral y del informe pericial al cual aludo (y del cual, afortunadamente hay respaldo audiovisual) hubiese permitido a la juzgadora una visión mucho más amplia y cercana a la búsqueda de la verdad. Ello tampoco fue realizado por el juez Jimai Montiel Calles, ponente de la sentencia contra el ciudadano Leopoldo López el día 12 de agosto de 2016. Así pues, es muy difícil, señor Magistrado, sustentar una acusación a partir de un medio de prueba que, no sólo se presenta de manera incompleta, sino que en ningún momento afirma lo que el veredicto expresa. Dígame usted, como especialista del Derecho Penal con probada experiencia laboral, si un discurso forense podría sostenerse a partir de pruebas incompletas o inverosímiles.
2.-En lo atinente al segundo argumento de mi carta dirigida a usted, Magistrado Moreno, y estrechamente ligado a mi anterior demostración, pues se trata de la consignación de mi informe pericial, es mi deber señalar que en la sentencia condenatoria contra el ciudadano Leopoldo López emitida por el juez ponente Jimai Montiel Calles de la Corte de Apelaciones del Circuito Judicial Penal de la Circunscripción Judicial del Área Metropolitana de Caracas el 12 de agosto del 2016 y bajo el expediente No. 3865, hay una afirmación del citado juez que me involucra como responsable de haber entregado de manera extemporánea mi informe pericial, el cual constó de ciento trece (113) páginas y no de las ochenta y cinco (85) que fueron entregadas, junto al documento de acusación del Ministerio Público, a la juez Barreiros en abril de 2014.
Desconozco las razones ulteriores por las cuales mi peritaje completo solo fue consignado ante el tribunal que presidía la juez Barreiros a inicios de 2015, habiéndolo entregado yo al Ministerio Público a comienzos de abril de 2014. A propósito de la consignación de mi informe pericial y del momento en que este fue incluido en la causa, la representación fiscal explicó en la página 136 de la sentencia emitida por dicha juez lo siguiente: “…el Ministerio Público consignó posterior a la apertura del juicio, dicho informe, lo que trajo como consecuencia que esta juzgadora no le diera lectura al mismo como prueba documental, ni se la exhibiera al experto”. Si se lee esta afirmación en un contexto más amplio, la objeción que hace dicha representación a uno de los abogados de la defensa de López reside en que este pide, bajo el argumento de la presentación de una prueba extemporánea, que si se admite la exposición de la perito Rosa Amelia Asuaje sin haberse consignado, en su momento, el respectivo dictamen pericial completo, se estarían cometiendo infracciones en el procedimiento en cuanto a errores de forma (error in procedendo) y a errores de fondo (error in judicando) incurriendo este último en contravenciones del Derecho. Esto es reiterado y ampliado por el abogado Juan Carlos Gutiérrez en el documento contentivo de la sentencia emitida por la Corte de Apelaciones el día 12 de agosto de 2016 (CF. P.10 de la Sentencia de la Corte de Apelaciones; punto 4.2: Sobre la incorporación de la prueba con violación a los principios del juicio oral). Así pues, señor Magistrado, estamos frente a una situación en la que se objeta un informe pericial por no haberse presentado completo (de 113 páginas) en los tiempos estipulados por nuestro Sistema Judicial, sino posterior a la apertura del juicio. Lo que había en el expediente del tribunal de la juez Barreiros en enero de 2015 era una versión reducida de mi experticia lingüística.
Respecto a dicha consignación extemporánea de mi informe pericial al tribunal que presidía la juez Barreiros, debo exponerle que en la respuesta que da el juez ponente de la sentencia de la Corte de Apelaciones, si bien observa en las páginas 109 y 110., que: “…esta sala observa el ofrecimiento de la experticia junto con el Escrito de Acusación ante el Tribunal de Control, a pesar de que la misma no fue consignada junto al acto conclusivo…” alude, para explicar esta incongruencia procedimental, a una jurisprudencia de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia en sentencia número 831, de fecha 18 de junio de 2009, con ponencia del Magistrado PEDRO RAFAEL RONDÓN HAAZ, en la que se estableció que: “…Los objetos que debían ser examinados por los peritos y -por conducto del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas- fueron enviados a éstos, de suerte que sólo a los mismos sería imputable la mora en la evacuación de la experticia. De allí que, si al tiempo de celebración de la Audiencia Preliminar, los informes periciales aún no habían sido incorporados a las actas procesales, de ninguna manera ello podía ser imputado al Ministerio Público, sino a los expertos, quienes, por otra parte, dieron razón fundada de la demora habida en la producción de los peritajes…”
Para mi sorpresa y aturdimiento, el juez Montiel Calles continúa, aludiendo a dicha jurisprudencia al citar de ella que: “Bajo el parámetro establecido por la Sala, no es necesario la incorporación física del resultado de la experticia que se ofrece pues la misma es válida al ser realizada dentro del lapso de investigación y de la misma han tenido control las partes, incluso, la posibilidad de refutar los resultados que la misma arrojare, en todo caso dicho retraso será imputable al experto quien podrá explicar las razones del retraso en la consignación del resultado”. Es decir, señor Magistrado, que la extemporánea entrega de mi informe pericial -que la representación fiscal en la sentencia de la juez Susana Barreiros reconoce haber entregado posteriormente- es imputada a mí como perito.
En este sentido, debo expresarle que dicha disparidad cronológica será un enigma que bien podrá quedar sepultado en los laberintos de la verdad procesal o esclarecido a partir de mi testimonio como perito ante la juez del caso, los fiscales del MP y el equipo de la defensa de los imputados, ello en una audiencia pública, cuyo soporte audiovisual usted como magistrado de la República deberá revisar cuidadosamente, pues infiero que es usted un ciudadano que desea que la justicia pase de ser una entelequia a una realidad que enaltezca la institucionalidad de nuestro país. En esa declaración jurada fui enfática en replicar que mi peritaje lingüístico sobre cinco (5) discursos del ciudadano Leopoldo López constaba de ciento trece páginas (113) páginas y no del extracto que fue consignado en la acusación que elevó la Fiscalía General de la República al juzgado 28° de Control del Área Metropolitana de Caracas, presidido por la Dra. Barreiros. Este “desatino del azar” fue una de las razones por las cuales mi peritaje fuera objetado por la defensa del ciudadano Leopoldo López. Ello produjo una serie de acontecimientos en los que mi experticia fue tomada, injustamente, como un documento presuntamente artero que se mostraba a la defensa de los imputados, casi un año después de mi consignación. Como magistrado y hombre de leyes, usted sabrá comprender la gravedad que implica que un peritaje, proporcionado por el Ministerio Público como una de las pruebas más contundentes en el caso López, haya sido consignado “por entregas” ante el tribunal que presidió ese caso. Ello no solo dejaría en desventaja a la defensa del imputado, quien tenía que conocer en su totalidad el peritaje que suscribí, sino que me investía de una responsabilidad que mal podía imputárseme, enmarañando el caso López de una manera tan compleja que cualquier paso que diera la justicia venezolana a partir de ese yerro estaría permeada por un vacío procesal que podría deslegitimar su transparencia.
Así, involucrada yo en una sucesión de equívocos procedimentales, tuve que declarar por horas -de memoria- toda mi experticia, incluyendo nombres de teóricos del análisis del discurso, fechas, números de páginas donde sostenía alguna afirmación, citas, expresiones del ciudadano Leopoldo López, etiquetas prosódicas asignadas para destacar las inflexiones de la voz del imputado, así como gráficas que estaban en mi informe y a las cuales no tuve acceso durante mi declaración, debido a que mi peritaje estuvo siempre en tela de juicio y se trataba de probar hasta qué punto yo había sido la autora de ese estudio, cuya mutilación -por haber sido consignado incompleto ante el juzgado presidido por la juez Barreiros en 2014- deslegitimaba su procedencia, la disciplina que ejerzo y lo más grave: empañaba la equidad que un caso penal debe ostentar para llegar a la verdad última en la que la justicia se venda los ojos y alza la balanza en perfecto equilibrio.
Quisiera finalizar esta metódica carta afianzando la idea de la necesaria búsqueda de una verdad que se ajuste a la realidad, a los hechos procesales y a las evidencias, más que a los testimonios intervenidos por terceros o a los silencios deliberados por razones que desconozco hasta la presente fecha; en ese sentido, y siendo coherente con mi discurso a lo largo de este recorrido epistolar, le recomiendo, con el mayor de mis respetos, que se atenga no solo a argumentaciones verdaderas como la que he le he proporcionado, sino a la revisión exhaustiva de todos los medios de prueba que sustentaron este caso que ahora tiene usted en sus manos. Haga uso de la hermenéutica y heurística jurídica que bien debió haber aprendido en su paso por la universidad, sea honorable con la verdad y la justicia, pero sobre todo con usted mismo, pues es nuestra conciencia la que nos pedirá cuentas a lo largo de los años. No dudo de su buen sentido para juzgar lo que es necesario aclarar en ese camino empedrado hacia la verdad, no solo procesal sino verdadera.
Diario Las Americas
La entrada Testigo principal del juicio a Leopoldo López asegura que su declaración fue manipulada aparece primero en Noticias Diarias de Venezuela.
0 notes