#Alfonso Buitrago Londoño
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Cada uno de ellos había hecho su propio aprendizaje de la libertad, y se mantenían en perpetua vigilancia contra las renuncias y concesiones de los otros. Eran implacables. Sabían que la libertad muere sin el cotidiano alimento de la discusión, de la prueba, de la comparación. Que es preciso en cada momento tocar su carne viva para no olvidar la fuerza de su contacto. Que no hay libertad a solas, sino únicamente libertad en compañía: para reforzarla en el otro, para sentir que, gracias al estímulo del otro, la propia libertad es siempre posible.
Tomás Eloy Martínez.
En El hombre que no quería ser padre, Alfonso Buitrago Londoño.
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Antes de que el tumor le afectara el habla era difícil serle indiferente. Alonso era de palabra suelta y discurso contundente. Tenía una voz ancha y penetrante que algunos recibían como un fuerte abrazo y otros como un ventarrón ofensivo.
El hombre que no quería ser padre, Alfonso Buitrago Londoño.
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Convivir largo tiempo con la muerte sin caer derrotado, con el espíritu intacto y la frente en alto, es una tarea gigante y agotadora. Enfrentarse a ella sin temor, siendo consciente de lo que está pasando alrededor, al mando de la propia vida que se acaba, es un privilegio para el que no estamos preparados.
El hombre que no quería ser padre, Alfonso Buitrago Londoño.
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Fue por eso que pudo existir sin miedos. Porque fue entendiendo que la muerte es el único acto sagrado que culmina la vida del individuo, se acercó a ese misterioso momento de la infinita nada sin hacer caso a los tabúes represivos con los que la religión engalana de mentiras el acto más sublime de la libertad: la absoluta soledad ante la trasformación evolutiva de la materia.
El hombre que no quería ser padre, Alfonso Buitrago Londoño.
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En la geografía del afecto los territorios no se miden por fronteras porque la libertad de querer no admite límites; en el universo del cariño, cerca y lejos son lugares del espíritu que no demarcan distancias sino momentos emocionales.
El hombre que no quería ser padre, Alfonso Buitrago Londoño.
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Uno podría decir que el olor de mi padre era nitzscheano: demasiado humano, como si rezumara ideología.
El hombre que no quería ser padre, Alfonso Buitrago Londoño.
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En Barrio Triste también estaban el tango y el aguardiente y la libertad de vivir sin aparentar. La uñas sucias, el pelo engrasado, la ropa sudorosa y polvorienta, que cada semana lava a mano una mujer humilde con jabón azul y golpe de cepillo. Los mecánicos se la vuelven a poner limpia el lunes y empiezan a ensuciarla para convertirse en sí mismos.
El hombre que no quería ser padre, Alfonso Buitrago Londoño.
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Pocas veces tenemos la oportunidad de imaginarnos a un hombre confrontando su presente inmediato, sintiendo cambios que no puede precisar, conociendo nosotros de antemano lo que va a pasar. Las cartas, a diferencia de la historia o de la literatura, no conocen su desenlace.
El hombre que no quería ser padre, Alfonso Buitrago Londoño.
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Hay rabias, dolores y odios con los que uno debe morirse. No todos los odios prescriben, después de todo. Algunos son la sal que agradecerán los gusanos cuando nos estén devorando o el combustible que avivará el fuego del horno crematorio.
El hombre que no quería ser padre, Alfonso Buitrago Londoño.
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Las fuerzas contrarias que habitaban en su interior confluyeron en el valle de este nuevo río de su vida, fervoroso y pleno de vitalidad, donde encontró en el estudio, la literatura y las preocupaciones sociales esas fuerzas inhibitorias que serían capaces de contener sus pasiones canallas.
El hombre que no quería ser padre, Alfonso Buitrago Londoño.
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El discurso sociológico y la explicación académica terminaban ahogando la narración y de paso su inspiración. Su generación aprendió a ver el mundo como un engranaje lógico, económico, predecible, y pese a que él fue un consumado lector de literatura no encontró la manera de aislar el misterioso microcosmos de la creación del reconfortante paisaje de las explicaciones.
El hombre que no quería ser padre, Alfonso Buitrago Londoño.
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Luego vienen en cadena todas las otras rupturas: la del amor, la de la política, la de la cultura, la de la profesión, la de la amistad. Incluso el encuentro total conmigo mismo, enfrentado a todos y a todo. Momento de plena soledad donde la farsa opresiva de nuestra cultura mitológica del éxito individual se hace añicos.
El hombre que no quería ser padre, Alfonso Buitrago Londoño.
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La enfermedad no nos había robado una sola lágrima todavía, pero esa noche nos sacudió y nos exprimió. “No te preocupes tanto por mí”, me decía, “yo voy a estar bien”. Y a mí me caían terrones de los ojos como si me estuviera desmoronando. Él los recogía de mi cara con caricias, para volverme a armar, pero entonces también se caían los suyos. No nos quedó más que abrazarnos, para no deshacernos en ruinas ahí mismo en las sillas del bar.
El hombre que no quería ser padre, Alfonso Buitrago Londoño.
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Las personas que vivimos muchos años en este valle, llamado de Aburrá, sentimos una poderosa fuerza centrípeta que nos empuja a aplastar al caído, como si fuéramos rocas gigantes que se despeñan montaña abajo –pero entonces no volvemos a subir la roca, permitiéndonos reflexionar en la subida, sino que preferimos esperar a que la siguiente generación conserve la tradición y se deje caer a su vez sobre los que han sobrevivido–.
El hombre que no quería ser padre, Alfonso Buitrago Londoño.
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