#Abadía de los Hombres de Caen
Explore tagged Tumblr posts
Text
𝔗𝔥𝔢 𝔄𝔟𝔟𝔢𝔶 𝔬𝔣 𝔖𝔞𝔦𝔫𝔱-É𝔱𝔦𝔢𝔫𝔫𝔢 𝔦𝔫 ℭ𝔞𝔢𝔫, 𝔯𝔢𝔟𝔲𝔦𝔩𝔱 𝔣𝔯𝔬𝔪 ℜ𝔬𝔪𝔞𝔫𝔢𝔰𝔮𝔲𝔢 𝔱𝔬 𝔊𝔬𝔱𝔥𝔦𝔠, 𝔥𝔞𝔰 𝔫𝔦𝔫𝔢 𝔱𝔬𝔴𝔢𝔯𝔰 (յՅ𝔱𝔥 𝔠𝔢𝔫𝔱𝔲𝔯𝔶)
#Abadía de los Hombres de Caen#St Etienne church#goth architecture#gothic aesthetic#goth aesthetic#gothic architecture#architecture#cathedral#Abbey of Saint-Étienne#Caen#Abbaye aux Hommes (“Men's Abbey”)
59 notes
·
View notes
Text
El aullido del silencio
MANUEL LLORENTE Madrid (El Mundo.es)
El claustro del Monasterio de Silos. JOSÉ AYMÁ
Convertido en alivio, contrapunto místico o mito, el silencio se ha convertido en un hambre y un tema para músicos, artistas y escritores.
El aviso de maitines llega desde una campanilla que suena al final del pasillo a las seis menos veinte de la mañana. Si bajas las escaleras de madera del edificio, das la vuelta a un patio acristalado, subes unos escalones de piedra, atraviesas el claustro aún dormido y te adentras en la iglesia, a las seis podrás escuchar el primer canto. «Señor, ábreme los labios y mi boca cantará Tu alabanza». Al salir, ya clarea. El ciprés del Monasterio de Silos ha recibido la primera luz y podría pensarse que todo es una metáfora, que la palabra bautiza la jornada, disipa las tinieblas de la noche y surge el conocimiento. Todo está a punto de comenzar, se inicia el día, la labor. «Ora et labora».
Todo está en silencio, dentro y extramuros de la abadía, aún no se oyen los primeros trinos, todo es una promesa, un desafío. El huésped está desconcertado, no sabe cómo conducirse en medio del silencio. ¿Le abruma, le ahoga? No es fácil vivir en el silencio, estar instalado en él, ser parte de él.
El documental El gran silencio (2005), de Philip Groning, muestra el quehacer de los monjes cartujos del monasterio Grande Chartreuse, en los Alpes franceses, y fue un pequeño acontecimiento que removió de los asientos a quienes asistieron a la vida cotidiana de unos hombres entregados al silencio más absoluto. El gran silencio se empezó a fraguar en 1984, tuvo dos años de preparación, uno de rodaje y otro de postproducción. La película fue vista en una proyección por los monjes de Silos. Aquellos cartujos observan un silencio aún más severo que los monjes benedictinos del monasterio de la provincia de Burgos, ubicado entre Salas de los Infantes y Lerma, cerca del desfiladero de Yecla, donde discurre un riachuelo entre una fina garganta de paredes verticales de piedra blanca. Hasta allí se han ido acercando Federico García Lorca, Gerardo Diego, José Ángel Valente, Raúl del Pozo, Ramón Tamames, Cristino de Vera...
El monje Moisés Salgado tiene 66 años, de los que 52 los ha vivido aquí, dentro de Silos.
~¿Qué aporta el silencio?
~El silencio, físicamente, es un descanso. El silencio, psicológica y espiritualmente, es un encuentro consigo mismo, con Dios y los hermanos. Pascal ya dijo que la gran desgracia del ser humano es su incapacidad para estar una hora solo en una habitación.
~¿Tenemos miedo a estar solos?
~El crecimiento del ser humano tiene que ir por el lado espiritual. Ya hemos crecido, si nos fijamos en cómo vivían en Atapuerca. En el plano técnico, en la medicina, se han producido verdaderos milagros. Pero el hombre, a nivel ético, ¿ha crecido? Borges dice que no. Bueno, Borges ya sabemos que es muy pesimista. El hombre sigue dominado por sus pasiones. Sí, se ha avanzado en los Derechos Humanos, por ejemplo; pero, ¿y el aborto? En esto el hombre tiene un comportamiento infantil y cruel.
El paseo del pasado domingo por la huerta del monasterio con el padre Moisés es un bálsamo. El sol ilumina las berzas heladas y la enorme secuoya traída desde las Américas hace mucho, pero no calienta. Hace un frío de cuchillo que él no siente. Camina despacio y se detiene mientras habla como desde el más allá, con una tranquilidad y desapego que asombra y tranquiliza. Ha subido hasta su celda para mostrar un ensayo que recomienda, La fuerza del silencio. Frente a la dictadura del ruido, de Robert Sarah, cardenal de Guinea. «Ahí está todo». Puede que también lo esté aquí, donde se desconoce el significado de la prisa; puede que todo esté escondido entre la observancia de las reglas de la orden, en la rutina de los cantos y los rezos, en el comer lentejas y lechuga y beber vino o agua en jarra de barro en el refectorio mientras un monje lee desde un pequeño púlpito textos religiosos o seglares; puede que todo se halle en los pequeños quehaceres para mantener vivos unos ritos milenarios.
Detalle de una columnata de Silos. JOSÉ AYMÁ
~El hábito también hace al monje, como la liturgia de las cosas.
El padre Moisés Salgado Gómez, que es de un pueblo cercano, Gumiel de Izán, ya ha publicado los libros Vivir con sabiduría y ¿Quién es el monje? y está escribiendo Otra forma de vivir es posible, donde plantea que, como el hombre tiene una herida moral, interior, de ruptura, sólo la puede curar un médico espiritual, que él considera es Jesucristo.
~Quizá no estemos acostumbrados a cultivar, si es que se cultiva, el silencio.
~Cuando llega algo duro, el silencio devuelve al hombre a sí mismo.
~¿El silencio puede llegar a abrumar?
~Nunca. Lo necesito como el comer. Lo dice san Benito [fundador de la orden benedictina], el monje busca a Dios en el silencio y en las Sagradas Escrituras. También en los grandes maestros.
~Dígame tres.
~Después de Jesús de Nazaret, Gandhi: todo un gigante. Y Sócrates.
~¿El silencion le colma?
~Cuando estoy de hospedero y ya puedo irme a mi habitación, a mi celda, me dedico a leer libros de espiritualidad, y leyendo me aíslo. Me da pena que no se cultive el silencio, invito a la gente a que lo busque porque lo necesitamos. La lectura es una buena forma de estar en silencio. Cada uno que lea lo que le diga algo. Estamos muy confundidos con la concepción hedonista de la vida, con ese vacío espiritual. Hoy no existe la esclavitud pero sí existe de otros modos.
Cristino de Vera. JOSÉ AYMÁ
En la mañana del pasado domingo en Silos acudieron tres autocares repletos de turistas que llenaron la iglesia en la misa de once, donde entre los cantos gregorianos sobresalían toses, muchas toses, bolsos que se caen y voces de niños. Después vino la visita al claustro entre risotadas y chavales jugando al balón. Y más tarde, la compra caprichosa y voluptuosa en la tienda del monasterio, esta postal, aquel chocolate, esa miel. Un envoltorio de papel de seda para la jornada de fotos en grupo para compartir y mucho selfi.
El silencio o lo no dicho. Ni sugerido. El silencio o el color blanco. La nada y el todo
El pintor Antoni Tàpies escribió: «Un día traté de llegar directamente al silencio». Al artista le dedicó José Ángel Valente Cinco fragmentos (Ediciones de la Rosa Cúbica), el segundo de los cuales dice así: «Mucha poesía ha sentido la tentación del silencio. Porque el poema tiende por naturaleza al silencio. O lo contiene como materia natural. Poética: arte de la composición del silencio. Un poema no existe si no se oye, antes que su palabra, su silencio».
El pintor Cristino de Vera vive no sólo en silencio, sino en el silencio. Habita una casa en el centro de Madrid con las persianas bajadas leyendo a sorbos una y otra vez las páginas que ha ido subrayando durante años de Conocer el silencio y Por los caminos del silencio, de Marià Corbí.
~¿Me los puede prestar?
~No, no. Si se los lleva me quedo solo.
Cristino de Vera no vive solo, pues comparte sus 88 años de preguntas e incertidumbres con Aurora, su mujer, psicóloga y silla de Cristino. Pero casi, vive en sus mundos.
Cristino de Vera ha pintado vanitas, monjes, lámparas y Cristos crucificados en tonos suaves y a plumilla con la dedicación de un asceta y el silencio de un estilita. Es su mantra.
~Al amanecer y al atardecer es cuando pinta Dios, la dulzura del azul es inexplicable. Mi paisano Luis Feria decía «Designio de la luz, no te acabes». Contemplar una nube es un milagro. Leonardo da Vinci está en el amanecer. El mediodía es casi pesado. Los grandes artistas son silenciosos. Miguel Ángel... el arte es una alabanza a Dios.
Cuando Cristino caminaba lo suyo, se acercaba hasta los alrededores del Parador de Sigüenza. Lo hacía «para calmar mis nervios, para dormir bien. Mientras, oía una sinfonía de pájaros que es el coro más bello que se pueda imaginar».
Marce Cunningham y John Cage. PETER HUJAR ARCHIVE / FUNDACIÓN LOEWE
~Dígame tres pintores silenciosos.
~Zurbarán, Sánchez Cotán, Mark Rothko. Esos carmines oscuros que tiene Rothko, esos azules profundos... Qué misterio.
Y cuenta Cristino cómo el arquitecto Philip Johnson diseñó la capilla Rothko para albergar y contemplar algunas de las enormes pinturas del artista judío. Esto también lo ha contado el actor Juan Echanove sobre las tablas del Teatro Españolhasta el pasado 30 de diciembre a través de la obra Rojo, de John Logan. En ella, el actor encarnaba a Rothko, puntal del expresionismo abstracto, y cómo se enfrentaba en su estudio a las telas, a su significado: cómo las miraba una y otra vez hasta conseguir los tonos y la textura que tenía en mente, su batalla interior. En esa obra, Rothko/Echanove decía en un momento dado: «Hay precisión en el silencio».
~Cristino, ¿y músicos?
~Mompó, Satie... Me los descubrió Juan Manuel Bonet, que es un sabio. Ellos utilizan el silencio, de ellos surge la melodía pura.
~Cuando pinta, ¿escucha música?
~Escucho a Mozart, a Händel y sobre todo a Bach. La pasión según san Mateo. Dios se justifica con Bach.
A Cristino se le alarga la cara en la mañana silenciosa cuando pronuncia Bach.
~He ido a Silos y a otras iglesias a escuchar el silencio. El arte del románico de Cataluña y Francia... También escuché el silencio en las cuevas de Altamira, cuando nos llevaba allí Camón Aznar en los años 60. Nos invitaban a los cursos de verano de la Magdalena de Santander durante 20 días y en las cuevas recitaba sus poemas Gerardo Diego. Yo paseaba por las cuevas silenciosas y miraba una cierva preñada, un búfalo. Imaginaba la vida de los hombres entonces, cuando salían a matar animales para comer y luego los pintaban con su sangre. Qué soledad, qué silencio en la oscuridad de la noche. El cielo es la caligrafía divina. El hombre no sabe si hay otros habitantes en el universo, el hombre no sabe nada. La respuesta está en el silencio. En las cuevas de Altamira meditaba sobre el silencio, sobre el cosmos. Las cometas en noches como las de Segovia son mensajes de Dios que no entenderemos nunca. Dios y el silencio... El silencio es la voz de Dios.
Todo lo que aquí se oye viene a cuento porque se acaba de publicar Tacet. Un ensayo sobre el silencio (Siruela), de Giovanni Pozzi (1923-2002), un italianista suizo que en este libro breve e intenso como un zumo de limón escribe: «Hay que imponer silencio al trajín del propio pensamiento, calmar el sosiego del corazón, la agitación de las preocupaciones, eliminar toda clase de distracción. No hay nada como la escucha, la verdadera escucha, para comprender la correlación entre el silencio y la palabra. Por analogía, la música se escucha plenamente cuando todo calla a nuestro alrededor y dentro de nosotros».
Pablo d'Ors. ANTONIO HEREDIA
De la música y el silencio trata 4' 33'', de John Cage, la experiencia más extrema que se conoce: una absoluta ausencia de sonido. Fue compuesta o ideada por Cage y estrenada el 29 de agosto de 1952 en Woodstock (Nueva York) por el pianista y compositor David Tudor. Si acudimos a Youtube podemos contemplar cómo otro intérprete, el pianista William Max, impecable en su chaqué, se acerca a todo un Steinway, saluda al público inclinando la cabeza, toma asiento, se coloca unas gafas, abre la partitura, acciona algo que no se aprecia (¿un metrónomo?, ¿un secundero?), sube la tapa del teclado, alza la mano derecha y... la mantiene durante 33 segundos. Fin del primer movimiento. Segundo movimiento: vuelve a abrir la tapa de madera negra, la cierra y levanta la mano que mantiene suspendida durante dos minutos y 40 segundos. Fin del segundo movimiento. Tercero: lo mismo durante un minuto y 20 segundos. William Max se quita las gafas, las coloca cerca del teclado, se levanta, saluda al público inclinando la cabeza y desparece por la izquierda del escenario. Fin de la obra de John Cage. Duración, la del título de la composición: 4' 33''. La versión de William Maxwell tiene 4.230.908 visualizaciones por internet.
¿Farsa, genialidad? Cage amó el silencio, no en vano fue maestro zen, estudió el budismo y tuvo el I Ching a su vera durante décadas. También fue un pionero de la música electrónica, además de discípulo de Schönberg. Y nadó entre las aguas revueltas de la música aleatoria. Bien, pero ¿qué quiso decir? ¿Necesita esta pieza explicación, debe tenerla? Al parecer quiso demostrar que el silencio absoluto no existe pues, comentó después, «se podía oír el viento golpeando fuera durante el primer movimiento. Durante el segundo, las gotas de lluvia que empezaron a golpear el techo, y durante el tercero los sonidos de la gente mientras hablaba o salía de la sala. El púbico no entendió el objetivo de la obra».
¿Existe el silencio absoluto? No, según John Cage. Él mismo se introdujo en una cámara aislada (anecoica) y sintió un sonido grave y otro más agudo. Le explicarían después que el primero corresponde a la circulación de la sangre por las venas y que el segundo provenía del sistema nervioso. Hay un libro de John Cage titulado, cómo no, Silencio (Árdora ediciones).
«Hablan los manantiales en la noche, hablan en los imanes del silencio», ha escrito el poeta Antonio Gamoneda en su Libro del frío. «Vuelvo a casa atravesando el invierno: olvido y luz sobre las ropas húmedas. Los espejos están vacíos y en los platos ciega la soledad», dice en otro poema.
Habla ahora Pablo d'Ors, autor de Biografía del silencio (Siruela). De este libro se han vendido cerca de 150.000 ejemplares, lo que indica el interés que suscita en la sociedad actual el silencio. O su necesidad. Este sacerdote, filósofo y escritor, además de consejero cultural del Vaticano nombrado por el papa Francisco y fundador de la asociación Amigos del desierto, escribe en este ensayo: «El silencio, tal y como yo lo he vivido, no tiene nada de particular. El silencio es sólo el marco o el contexto que posibilita todo lo demás. ¿Y qué es todo lo demás? Lo sorprendente es que no es nada, nada en absoluto: la vida misma que transcurre, nada en especial. Claro que digo nada, pero también podría decir todo».
~¿Qué oye usted en el silencio?
~Lo esencial es que nos oímos a nosotros mismos. Hay una fascinación por el misterio, que está mitificado, necesitamos un mito. Y esto revela una necesidad espiritual que está en el ser humano. Pero no nos han enseñado la práctica del callar, y menos del escuchar, no es tan sencillo.
~¿No nos aguantamos a nosotros mismos y por eso el silencio puede convertirse en peligroso?
~Por supuesto que puede convertirse en peligroso. Si no te conoces a ti, no te amas ni a ti ni a los demás. Yo distingo entre el silencio y el silenciamiento. El silencio exterior ahí está. El silenciamiento es el silencio interior.
~¿El silencio puede abrumar?
~Es una de las posibilidades más factibles. A mayor movilidad externa, menor movilidad interior. El silencio está de moda porque tenemos que parar. Como un coche, que si está encendido constantemente acaba por quemarse. Por eso invito a que la gente se encuentre consigo misma a través de la Asociación del silencio.
~El silencio, ¿hay que ir a buscarlo, hay que recibirlo?
~Primero hay que ponerse en predisposición, si no lo rehuiremos. Luego hay que recibirlo. El silencio es lo que hay, es lo que queda; el resto pasa. Las nubes pasan, el cielo permanece.
~Pudiera parecer que con el silencio llevamos la contraria a la vida, a la inmediatez, al ansia de poseer, de viajar...
~La vida no es eso. Con eso tapamos la vida. En el hombre hay un impulso a la apropiación, tiene una dinámica voraz, vertiginosa. Pero esto no nos construye, no nos hace más personas. Además la meditación no fomenta el egocentrismo. La sabiduría y la compasión van de la mano.
~¿Qué libros tiene de cabecera?
~Leo mucho a Franz Jalics, sus Ejercicios de contemplación, y las sentencias de Carlos de Foucauld. Y a Kafka.
~¿Franz Kafka?
~Sí, es el más grande. Porque no escribe desde la cabeza sino desde las entrañas. Se le utiliza como paradigma de lo oscuro pero está el Kafka luminoso, liberador. Su escritura es un ejercicio espiritual. Me interesan sobre todo sus diarios y las narraciones cortas.
~¿Vio el documental El gran silencio?
~Sí, pero no soy un entusiasta. Está bien hecho, con rigor... Te puede despertar paz, pero también ponerte nervioso. Puedes equiparar la contemplación con lo lento. Nos puede pasar como con las películas de Ingmar Bergman, que hoy pueden resultar demasiado metafísicas.
~¿Y la película Silencio, de Martin Scorsese?
~Tiene una tesis simple.
~El silencio, parafraseando a Santa Teresa, ¿puede estar en lo más pequeño, en todas partes?
~El misterio está en todas partes. Nada se puede comprender en plenitud. La práctica del silencio nos enseña a aprender a estar en la vida y no huir de ella. Hay que volver a lo que hay. Hay que saber estar en lo que estás, ahí está la vida. Podemos hablar de Dios desde la vida, partiendo de la vida, apreciar que hay algo palpitante.
«No digas nada, no preguntes nada./ Cuando quieras hablar quédate mudo/ que un silencio sin fin sea tu escudo/ y al mismo tiempo tu perfecta espada». (El silencio, Jorge Luis Borges).
2 notes
·
View notes
Text
18 de Agosto 2020 (I): Caen
Visitamos Caen porque mañana va a llover y vamos a dedicarlo a museos.
Antiguo recinto fortificado del castillo de Guillermo el Conquistador, William the Conqueror, el normando que conquistó Inglaterra en el año 1066 en la batalla de Hastings.
Dentro están los museos de Bellas Artes y de Arqueología.
Ya en el exterior, paseo por la ciudad visitando iglesias mientras recorremos calles del centro, peatonalizadas para favorecer el comercio y la convivencia. Impecable.
Por el camino, la Iglesia de S. Pierre y del Salvador.
Llegamos a la Abadía de los Hombres (Abbaye Aux Hommes), que fundó William the Conqueror junto con su esposa Mathilde. Por ser primos les amenazaron con la excomunión y fundaron dos abadías, una para monjes y otra para monjas, donde estaban destinados a reposar sus respectivos cuerpos. William no acabó de conseguirlo: tras sucesivos avatares sus huesos se perdieron y sólo se conserva el fémur izquierdo, sacado del río y vete tú a saber de su autenticidad.
El edificio se puede visitar en parte (el claustro y algunas salas de exposiciones), porque el resto del complejo lo ocupa el Ayuntamiento.
La iglesia abadial, como hemos dicho, alberga los restos de William.
Después de visitar la Abbaye Aux Hommes donde “descansa” William the Conqueror, paseamos por la ciudad hasta el extremo opuesto, donde está la Abbaye Aux Dames, la abadía donde reposan, esos sí, los restos de Mathilda. Pero antes, un almuerzo de picnic en el jardín de la Abadía, que ahora es también la sede de la Región de Normandía.
0 notes
Text
Biografía de San Anselmo de Canterbury, conmemorando un año más de su aniversario.
Fue predicador y reformador de la vida monástica.
Nació el año 1033 en Aosta (Piamonte). Ingresó en el monasterio benedictino de Le Bec, en Normandía, y enseñó teología a sus hermanos de Orden, mientras adelantaba admirablemente por el camino de la perfección. Trasladado a Inglaterra, fue elegido obispo de Canterbury y combatió valientemente por la libertad de la Iglesia, sufriendo dos veces el destierro. Escribió importantes obras de teología. Murió el año 1109.
Donar
Es cierto que los normandos oprimieron a Inglaterra; pero con ellos llegaron al país algunos de sus hombres de Iglesia y de Estado más eminentes. Entre ellos, están dos arzobispos de Canterbury: Lanfranco y su sucesor inmediato, San Anselmo. Este nació de noble familia en Aosta del Piamonte hacia el año 1033. De jovencito fue encomendado a un profesor muy riguroso, regañón y humillante y el niño empezó a perder la alegría y a volverse demasiado tímido y retraído. Entonces lo llevaron a los Padres Benedictinos y estos por medio de la bondad y de la alegría lo transformaron en un estudiante alegre y entusiasta. Todos los ratos libres los dedicaba a estudiar y a escribir. Más tarde Anselmo diría: "Mis progresos espirituales, después de Dios y de mi madre, los debo a haber tenido unos excelentes profesores en mi niñez, los Padres Benedictinos".
A los 15 años intentó ingresar en un monasterio, pero el abad, sabiendo que el padre de Anselmo, Gandulfo, se oponía a ello, no quiso admitirle. Mientras el papá lo animaba a ser un triunfador en el mundo, la madre le mostraba el cielo azul y le decía: allá arriba empieza el verdadero reino de Dios. El papá lo llevaba a fiestas y a torneos. Pero, aunque Anselmo participaba con mucho entusiasmo, después de cada fiesta mundana sentía su alma llena de tristeza y desilusión. Y exclamó: "El navío de mi corazón pierde el timón en cada fiesta y se deja llevar por las olas de la perdición". Entonces, Anselmo se fue inclinando más a ganarse el cielo que las glorias humanas.
Anselmo olvidó durante algún tiempo su vocación, descuidó la práctica religiosa y vivió una vida mundana de la que no dejó de arrepentirse más tarde hasta el último día de su vida. Anselmo no se entendía con su padre. Tan severo era éste, que Anselmo no tuvo más remedio que abandonar la casa paterna, después de la muerte de su madre, para proseguir sus estudios en Borgoña. Tres años más tarde, pasó a Bec, en Normandía, atraído por la fama del gran abad Lanfranco. A los veintisiete años, en 1060, Anselmo ingresó en el monasterio de Bec, donde se convirtió en discípulo y gran amigo de Lanfranco. Este fue nombrado abad de San Esteban de Caen, tres años más tarde y Anselmo pasó a ser el prior de Bec. Algunos monjes murmuraron contra la elección de Anselmo, quien era todavía muy joven; pero su paciencia y bondad acabaron por ganarle los ánimos de sus más acerbos críticos. Entre éstos se contaba un joven muy rebelde, llamado Osberno, a quien San Anselmo convirtió poco a poco a la observancia y asistió tiernamente en su última enfermedad.
San Anselmo era gran devoto de la Virgen María y decía que no hay criatura tan sublime y tan perfecta como ella y que en santidad sólo la supera Dios.
San Anselmo fue sin duda el mayor teólogo de su tiempo y el "padre de la escolástica". Como tal, es precursor de Santo Tomás de Aquino. La Iglesia no había tenido un metafísico de su talla desde la época de San Agustín. Al mismo tiempo su piedad permitía que Dios lo orientara hacia la Verdad Suprema. Con corazón e inteligencia se acercó a los misterios cristianos: "Haz, te lo ruego, Señor que yo sienta con el corazón lo que toco con la inteligencia"
"Es necesario, decía él, impregnar cada vez más nuestra fe de inteligencia, en espera de la visión beatífica". Sus obras filosóficas, como sus meditaciones sobre la Redención, provenían del vivo impulso del corazón y de la inteligencia.
Siendo todavía prior de Bec, compuso sus dos obras más conocidas que ayudaron a integrar la filosofía y la teología: El Monologium, (modo de meditar sobre las razones de la fe", en el que daba las pruebas metafísicas de la existencia y la naturaleza de Dios, y el Proslogium (la fe que busca la inteligencia) o contemplación de los atributos de Dios. Igualmente compuso los tratados de la verdad, la libertad, el origen del mal y el arte de razonar, llegando así a ser uno de los autores más leídos en la Iglesia Católica. Durante siglos los maestros de teología han leído y citado las enseñanzas de este gran sabio.
Eadmero, un monje inglés, discípulo y biógrafo de Anselmo, cuenta que tenía éste un método muy personal de instruir, empleando comparaciones muy conocidas, de suerte que aun la gente más sencilla podía entenderle. A un abad que se quejaba del pobre fruto de sus esfuerzos pedagógicos, dijo San Anselmo: "Si plantas un árbol en tu huerto y lo cercas por todos lados, de suerte que no pueda extender sus ramas, tendrás al cabo de un tiempo un árbol inútil de ramas torcidas… Pues así es como tratas a tus hijos, con amenazas y golpes y privándoles del privilegio de la libertad". Al mismo tiempo, nadie como San Anselmo insistía en la importancia de buscar la verdad y ser fiel a ella.
San Anselmo fue un hombre de singular encanto. Su simpatía y sinceridad le ganaron el afecto de hombres de todas clases y nacionalidades. La caridad del santo se extendía aun a los más humildes de sus fieles. Él fue uno de los primeros que se opusieron a la esclavitud. En el concilio nacional de Westminister, que reunió en 1102 para resolver algunos asuntos eclesiásticos, el arzobispo obtuvo la aprobación de un decreto que prohibía vender a los esclavos como animales.
Una anécdota de su vida pone en relieve la humanidad de San Anselmo. Eadmero cuenta que el santo encontró un día a un niño que había atado un hilo a la pata de un pájaro y se divertía dejándole escapar y volviéndole a coger. Anselmo, lleno de indignación, cortó el hilo, y dijo: "ecce filum rumpitur, avis avolat, puer plorat, pater exultat - "el pájaro escapa, el niño llora y el padre se alegra".
En 1078, después de quince años de priorato, Anselmo fue elegido abad de Bec. Eso le obligaba a viajar con frecuencia a Inglaterra, donde la abadía contaba con algunas propiedades.
Anselmo fue a Inglaterra en 1092, tres años después de la muerte de Lanfranco. El rey Guillermo el Rojo mantenía vacante la sede de Canterbury para disfrutar de sus rentas. Como San Anselmo le exhortase a nombrar un arzobispo, Guillermo juró "por la Santa Faz de Lucca" (tal juramento popular se refiere al "Volto Santo") que ni Anselmo ni otro alguno sería arzobispo de Canterbury mientras él viviese. Pero una enfermedad que le puso a las puertas de la muerte le hizo cambiar de opinión. Lleno de temor, el rey prometió que en adelante gobernaría de acuerdo con las leyes y nombró arzobispo a San Anselmo. El buen abad alegó en vano su avanzada edad, su falta de salud y su ineptitud para el gobierno. Los obispos y todos los presentes le obligaron a tomar el báculo pastoral y le condujeron a la iglesia, donde cantaron un "Te Deum".
Pero el corazón del rey no había cambiado en realidad. Apenas acababa de instalarse el nuevo arzobispo, cuando Guillermo, quien quería arrebatar a su hermano el ducado de Normandía, empezó a exigirle dinero. Anselmo le ofreció quinientos marcos, suma importante en aquellos tiempos; pero el rey le pidió mil como precio de la elección. El santo se negó rotundamente a pagarlos y exhortó al rey a proveer las abadías vacantes y a sancionar la convocación de los sínodos necesarios para reprimir los abusos de los clérigos y los laicos. El rey replicó ásperamente que defendería las abadías como si se tratase de su propia corona y, desde entonces, no tuvo otro pensamiento que el de arrojar a Anselmo de su sede. Consiguió, en efecto, que cierto número de obispos le negasen la obediencia; pero los barones no aceptaron condenar a San Anselmo. El mismo legado pontificio llevó a Anselmo el palio que le hacía inamovible.
Viendo que el rey oprimía a la Iglesia siempre que podía cuando el clero no se plegaba a su voluntad, San Anselmo le pidió permiso de ir a Roma a consultar a la Santa Sede. El rey se lo rehusó dos veces; a la tercera, le respondió que podía salir del país, pero que confiscaría todas sus rentas y no le permitiría volver a entrar. A pesar de ello, San Anselmo partió de Canterbury en octubre de 1097, acompañado por Eadmero y otro monje llamado Balduino. En el camino se hospedó primero con San Hugo, abad de Cluny y después con otro Hugo, arzobispo de Lyon. En Roma expuso el asunto al Papa, quien no sólo le prometió su protección, sino que escribió al rey exigiéndole que restituyese a San Anselmo sus derechos y posesiones. San Anselmo se retiró a un monasterio de Campania por razones de salud y ahí terminó su famosa obra Cur Deus homo, que es el más famoso tratado que existe sobre la Encarnación. Convencido de que podría hacer más bien en la vida oculta que en su sede en Canterbury, Anselmo rogó al Papa que le descargase de su oficio, pero el Pontífice, se negó. Sin embargo, dado que no podía volver por el momento a Inglaterra, el Papa le dio permiso de quedarse en Campania. Anselmo asistió al Concilio de Bari, en 1098, y se distinguió por su manera de abordar las dificultades de los obispos grecoitálicos sobre la cuestión del "Filioque". El Concilio acusó al rey de Inglaterra de simonía, de opresión a la Iglesia, de persecución al arzobispo y de vida viciosa; sin embargo, no llegó a condenarle solemnemente gracias a la intervención del mismo San Anselmo, quien persuadió al Papa Urbano de que se contentase con la amenaza de excomunión.
La muerte de Guillermo el Rojo puso fin al destierro de San Anselmo, quien entró en Inglaterra entre las aclamaciones del pueblo. Pero la paz no fue duradera. Las dificultades surgieron en cuanto Enrique I se arrogó el derecho de reconfirmar la elección de San Anselmo. Eso se oponía a los decretos del sínodo romano de 1099, que había suprimido los derechos de investidura de los laicos sobre las abadías y catedrales. San Anselmo se negó, pues, a obedecer al rey. Pero en ese momento Inglaterra estaba bajo la amenaza de una invasión de Roberto de Normandía, a quien muchos barones ingleses no veían con malos ojos. Deseando ganarse el apoyo de la Iglesia, Enrique prometió total obediencia a la Santa Sede en el futuro, y San Anselmo hizo cuanto pudo por evitar la rebelión. Aunque, como lo hace notar Eadmero, Enrique debía en gran parte al santo el hecho de no haber perdido la corona, reclamó de nuevo su derecho de investidura en cuanto pasó el peligro. Por su parte, el arzobispo se negó a consagrar a los obispos nombrados por el rey, a no ser que hubiesen sido canónicamente elegidos. La oposición entre el rey y el arzobispo fue agravándose de día en día. Finalmente Anselmo decidió ir personalmente a Roma a exponer el asunto al Papa y Enrique envió por su parte a un delegado personal. Después de madura consideración, Pascual II confirmó la decisión de su predecesor. Al saberlo, Enrique prohibió a San Anselmo que volviese a Inglaterra y confiscó sus bienes. Más tarde, el rumor de que San Anselmo iba a excomulgar al rey parece haber alarmado al monarca, quien fue a Normandía a reconciliarse con el arzobispo. En un consejo real que tuvo lugar en Inglaterra, Enrique I renunció al derecho de investidura sobre las abadías y los obispados y Anselmo, con el consentimiento del Papa, aceptó que los obispos prestasen homenaje al monarca por sus posesiones temporales. El rey observó realmente el pacto y llegó a tener tal confianza en el arzobispo, que le nombró regente durante el viaje que hizo a Normandía en 1108. Pero la salud de San Anselmo, que era ya muy anciano, se había debilitado mucho. El santo murió al año siguiente, 1109, entre los monjes de Canterburry. Sus últimas palabras antes de morir fueron:
"Allí donde están los verdaderos goces celestiales, allí deben estar siempre los deseos de nuestro corazón"
San Anselmo fue declarado Doctor de la Iglesia en 1720, aunque no había sido canonizado. Dante le pone en el paraíso entre los espíritus de luz y poder de la esfera solar, junto a San Juan Crisóstomo.
Se cree que el cuerpo del gran arzobispo descansa en la catedral de Canterbury, en la capilla de su nombre, del lado sudoeste del altar mayor.
Oración a San Alcemo de Canterbury
¡Oh bendita entre todas las mujeres,
que vences en pureza a los ángeles,
que superas a los santos en piedad!
Mi espíritu moribundo aspira
a una mirada de tu gran benignidad,
pero se avergüenza al espectro
de tan hermoso brillo.
¡Oh Señora mía!,
yo quisiera suplicarte que,
por una mirada de tu misericordia,
curases las llagas y úlceras
de mis pecados;
pero estoy confuso ante ti
a causa de su infección y suciedad.
Tengo vergüenza,
¡oh Señora mía!,
de mostrarme a ti
en mis impurezas tan horribles,
por temor de que tú
a tu vez tengas horror
de mí a causa de ellas,
y sin embargo, yo no puedo,
desgraciado de mí,
ser visto sin ellas.
Amén.
Si queremos conocer más sobre su vida ingresar al siguiente link.
https://www.aciprensa.com/recursos/san-anselmo-de-canterbury-4540
0 notes
Text
El Museo de Arte, Studio Museum de Harlem presentó una interesante exhibición donde la moda del gran diseñador Patrick Kelly fue celebrada por su ingenio y por su aportación al pret a porter.
En 1988, Kelly fue el primer estadounidense, afroamericano en convertirse en miembro del celebrado Chambre Syndicale du Prêt-à-Porter, que gobierna la industria francesa del prêt-à-porter.
Esto le permitió ser parte del calendario general de la Semana de la Moda de París y presentar sus espectáculos en el Museo del Louvre. En ese momento, París fue tomada con la vanguardia de diseñadores japoneses como Yohji Yamamoto y Comme Des Garcons de Rei Kawakubo. Kelly irrumpió en la escena con una apariencia posmoderna con siluetas simples.
“I want my clothes to make you smile.” -Patrick Kelly
Sus vestidos en jersey adornados en ocasiones con miles de botones y cintas era audaces y fueron capaces de romper con el molde de la moda ochentera.
PARIS, FRANCE – CIRCA 1988: Fashion Designer Patrick Kelly in his Paris studio circa 1988 in Paris, France. (Photo by PL Gould/IMAGES/Getty Images)
Evocó la llamarada y la sofisticación de épocas pasadas en sus colecciones totalmente innovadoras. Además, elevó los estilos de ropa usados por las mujeres negras que vio durante su crianza en el sur de los Estados Unidos. Como dijo la iconogra feminista Gloria Steinem cuando lo elogió, “Kelly unió a la mujer a través del uso de botones, arcos, borlas y flecos en sus vestidos”.
Este espectáculo de arte presentado por el Studio Museum de Harlem presentó los vestidos de Kelly preferidos lucidos por Pat Cleveland, la gran actriz Bette Davis quien fue su fiel gran clienta y le ayudó a convertirse en toda una celebridad.
Cabe mencionar, esta exhibición contó con 11 nuevos collages del artista multidisciplinario Derrick Adams que están directamente inspirados en la moda y la vida de Kelly.
Adams fue el artista perfecto para asumir la tarea de reinterpretar a Kelly, debido a su interés en explorar la experiencia del hombre negro, formalmente a través de la moda y el deconstructivismo.
Su nuevo arte, que considera “mood boards”, explora temas importantes para Kelly, como la teoría del color, la abstracción social, los textiles y la identidad racial.
PARIS, FRANCE – CIRCA 1988: Naomi Campbell at the Patrick Kelly Spring 1989 show circa 1988 in Paris, France. (Photo by PL Gould/IMAGES/Getty Images)
En 1972, cuando Kelly tenía 18 años, finalmente escapó del pequeño pueblo de Mississippi que lo vio nacer, y se mudó a Atlanta.
Su primer trabajo relacionado con la moda fue como decorador de vitrinas en la Boutique Yves Saint Laurent Rive Gauche.
Después de un tiempo el modisto fue aceptado a estudiar en la Escuela de Arte y Diseño Parsons.
Kelly intentó conseguir trabajos en la industria de la ciudad, pero los diseñadores de la Séptima Avenida se negaron a contratarlo. “No podían creer que un afroamericano estuviera solicitando un trabajo de diseño de moda”, dijo Amelan. Así que, para ganarse la vida, Kelly comenzó vender bolsos vintage de Louis Vuitton, vestidos que cosía a mano y botones antiguos. Esto lo hacía en las calles de Nueva York. “
Pero las cosas finalmente cambiaron para Kelly en 1979. Después de quejarse de la falta de oportunidades en la ciudad de Nueva York, su amiga y modelo Pat Cleveland le compró un boleto de avión de ida a la Ciudad de la Luz y lo envió a la peluquería de Willie Thompson donde Kelly se instalo.
Durante sus primeros años en Francia, Kelly luchó para encontrar su equilibrio.
En 1983, se ganaba la vida vendiendo abrigos fuera de la iglesia de la Abadía de Saint-Germain-des-Prés en la margen izquierda. Durante este periodo Patrick se enamora. Conoció a su alma gemela, Bjorn Amelan, en una cena.
Estaban sentados uno al lado del otro. En ese momento, Amelan estaba trabajando como agente de fotógrafos de moda.
Ellos inmediatamente se caen bien. “Él era un apasionado de su trabajo, y me intrigó”, exclamó Amelan. “Tuve la gran satisfacción de ver el sueño del hombre que amaba hacerse realidad”.
El primer desfile de moda de Kelly ocurrió en marzo de 1985, en un antiguo apartamento de París.
Debutó una colección femenina de prêt-à-porter de algodón con vestidos tubo y modelos en jersey, en colores brillantes que había cosido a mano.
Un vestido que mostró esa noche fue su boleto a la fama en París. Era un mini vestido sexy y abrazado al cuerpo cubierto juguetonamente con botones coloridos.
Los deslumbrantes adornos en el vestido se convirtieron en su firma y ayudaron a asegurar el ascenso de Kelly en la moda de París.
Lo que es fascinante es que los botones que colocó en el vestido no formaban parte de algún homenaje al diseño europeo pasado.
En cambio, fueron influenciados directamente por su abuela en Mississippi, con quien Kelly creció viendo cazando botones poco convencionales en la ropa que cosía para las mujeres del barrio.
Los botones le dieron al diseño una especie de feminidad sureña, negra y desenfrenada que se convirtió en uno de sus legados perdurables.
Como dijo una vez la diseñadora parisina Sonia Rykiel a Fashions of the Times, “La forma en que jugaba con botones todavía es imitado en todo el mundo “.
Kelly irrumpió en la escena con una apariencia de silueta posmoderna, con siluetas simples que según André Leon Talley fueron ejecutadas “por una sofisticación de la moda similar a la que en la década de 1930 Elsa Schiaparelli, utilizó para crear piezas adornadas unicas”.
Patrick Kelly celebrado en Nueva York por su moda inimitable El Museo de Arte, Studio Museum de Harlem presentó una interesante exhibición donde la moda del gran diseñador…
0 notes
Text
Testimonio en escarlata
Hacía solo veinticuatro horas desde que la Guardia del Lobo se había encastillado en la Isla de Fenris y el trabajo para acondicionarla era ingente. Quizá los esbirros de los Donfield estuvieran dispuestos a vivir en unas ruinas incomunicadas, pero los huargen necesitaban garantías de que aquel lugar resistiría un asedio.
—Los muros se caen a pedazos, lord Lobonegro —Había objetado Marley—. El agua del lago está estancada y contaminada. Las provisiones no son suficientes para una estancia prolongada. Si pasa una fuerza aérea Renegada, nos avistará…
Tras solucionar punto por punto la mayoría de las quejas de su teniente, instalando una alberca, diseñando una ruta de vuelo segura para el traslado de suministros y elaborando un complicado plan de ocultación y defensa, Marrok se desplomó, agotado, en una de las esteras. Llevaba casi dos días sin dormir y el cansancio, sumado a su reciente lesión, le comenzaba a pasar factura.
“No puedo mover un músculo”, pensó. Y era verdad: le dolía hasta al respirar. A pesar de que se había medicado abundantemente, la herida del costado aún le molestaba.
Entonces vio la bolsa que había traído consigo. La tanteó con la garra y sacó un pequeño estuche en el que guardaba sus medicinas… y otras sustancias no tan saludables. En uno de los frasquitos dormía una sustancia de color rojizo, destilada por él mismo. Lo cató fijamente, lo acarició con los dedos, y cuando estaba a punto de ingerirlo…
—¿Señor? —inquirió el teniente Marley.
Marrok Lobonegro escondió el bebedizo en su palma y fingió buscar un inocente remedio.
—¿Estás bien, Marrok? —preguntó.
—Sí. Buscaba algo para dormir. Eso es todo —mintió—. ¿Qué ocurre?
El teniente Marley lo miró con escepticismo, mas no siguió por esa ruta.
—El prisionero ha despertado y está lúcido. Lo hemos alimentado y dado de beber, como ordenaste. Desea hablar contigo de inmediato. Quizá no aguante mucho en pie: está muy débil.
—Gracias por avisarme, Marley.
El Señor Lobo ocultó los estimulantes en un bolsillo, se incorporó con pesadez y caminó hacia los calabozos.
Un viejo sacerdote le esperaba allí abajo. Le habían proporcionado una silla y una alfombra roñosa con un cojín y una manta para que reposase. Tenía un cántaro de agua a su diestra y algunas viandas envueltas cerca. Estaba arrodillado, en actitud piadosa, orando con voz queda.
—Me alegra que hayas recobrado las fuerzas —Lo saludó Marrok—. Hablemos, padre.
El hombre concluyó su plegaria y tomó asiento, despacio. Era considerablemente más mayor que Marrok. Observaba al líder de la Guardia del Lobo con un sosiego increíble, cual si no supiera que su destino dependía de la información que podía proporcionar, o como si no le importase lo más mínimo.
—Por eso he pedido que te buscasen, joven. Siéntate conmigo: tú tampoco estás para muchos trotes, precisamente.
El Cruzado Escarlata dirigió la vista con perspicacia al flanco de Marrok. Este enarcó las cejas.
“¿Tan obvio es”, se interrogó a sí mismo.
—No, descuida, no soy médico. No del cuerpo, al menos, sino del alma. Pero puedo sentir tu turbación, la lucha feroz que estás librando con una dolencia. No sé cuál, pero sí sé que se concentra en uno de los costados.
—No serás médico, mas eres bastante observador.
—Me he dedicado a la contemplación piadosa desde antes de que nacieras. He aprendido mucho sobre los misterios de la Luz… y de los hombres. Por ejemplo, sé que estáis aquí por el Libro de los Siete Sellos, ¿me equivoco?
Aquellas muestras de inteligencia inquietaban a Marrok. ¿Cómo iba a llevar la delantera en la conversación si su oponente ya conocía cuáles eran sus intenciones y sus intereses? Suspiró y sonrió. “Entonces estamos en tablas”. Se sentó frente a él.
—Mucha gente busca el Libro de los Siete Sellos estos días —afirmó vagamente el Señor Lobo.
—No tanta. Aunque sí la orden de la Muerte Pálida.
—Veo que estás muy bien informado, padre. ¿Por eso te capturó esta banda de maleantes?
El Cruzado Escarlata frunció el entrecejo y sonrió con extrañeza.
—¿Capturarme? Yo los acompañé motu proprio. Dijeron que querían recuperar el Libro de los Siete Sellos. Supongo que para vendérselo a esos caballeros de la Muerte Pálida: no han dejado de aparecer una y otra vez en las charlas del joven Donfield con su esposa.
—¿Los conocías? —preguntó Marrok, realmente intrigado.
—Y tanto. Fui el confesor de su padre durante algunos años. ¿Sabes que fue él quien nos donó el pergamino? Qué ironía que ahora el hijo pródigo quisiese reclamarlo; aunque sus fines no fueran para nada honestos.
El Señor Lobo miró arriba, abajo, a las cuatro paredes de la mazmorra. “¿Quién es este viejo?”.
—Soy el padre James Lightwell, lord Lobonegro —El interpelado alzó las orejas con asombro—. Tú y la Guardia del Lobo gozáis de cierta reputación entre los Cruzados Escarlata: hay quien piensa que no sois mejores que los monstruos con los que combatís; otros creen que seríais grandes aliados circunstanciales; y alguno incluso se ha planteado desertar para sumarse a vosotros, pero ese es un secreto que confío que me guardes.
Marrok tuvo un acceso de hilaridad. Aquel anciano, James Lightwell, con su verdugo delante de él, no temía a nada y hasta se permitía bromear. Le caía bien. Sonrió.
—¿Por qué no le revelaste dónde se encontraba el Libro de los Siete Sellos?
—¿No es evidente? Porque me engañó. Traicionó mi fe en él al traficar con los siervos de la Sombra. Aparte, porque no lo sé con certeza.
El Señor Lobo arqueó el cuello. Lo miró con escepticismo.
—Los padres del Monasterio Escarlata hicimos un pacto, hace años: en vista de que la Plaga estaba a punto de arrasar la región, decidimos mantener todas las reliquias posibles lejos de su alcance. Algunas podíamos protegerlas en la abadía, pero no es astuto dejar todos los huevos en una misma canasta, ¿verdad, Señor Lobo?
—Si atacaban la abadía, a la postre se apoderarían de todos los tesoros de la misma. Como un zorro hurgando en un nido —razonó Marrok. Era estrategia militar del nivel más elemental.
—Eso es. Tú y los tuyos tenéis más luces que el pobre Maurice. Por eso me he determinado a ayudaros —Tosió.
—¿Por qué? ¿No recelas del uso que haremos del Libro de los Siete Sellos?
El padre Lightwell rio a carcajadas, tan solo correspondidas por el eco de la estancia.
—��Pues claro que lo hago! Pero tengo que elegir entre dos males y os prefiero a vosotros. Algunos, por esta razón, me consideran un hereje. Solo soy un hombre práctico.
—¿Dónde habéis ocultado el Libro de los Siete Sellos, James?
—En una cripta de los Claros de Tirisfal, elegida al azar. Los hermanos que trasladaron el pergamino se arrebataron voluntariamente la vida para que nadie más conociera el secreto.
Marrok Lobonegro estuvo a punto de aullar una risotada. “Esto parece una puta conspiración”, meditó para su fuero interno. Y quizá lo fuese.
—¿Y cómo vamos a reconocerla? Pues será que no hay cementerios en los Claros de Tirisfal.
—De eso hablaremos más tarde, Señor Lobo —Tosió de nuevo. Las energías lo abandonaban. Alargó la mano hacia una manta y se vistió con ella—. Antes de nada he de contarte algo relevante sobre la naturaleza del Libro de los Siete Sellos.
—Muy bien, adelante —Accedió Marrok.
—Durante siglos, la Iglesia de la Luz creyó que un poder así no debía ser desatado —Principió a narrar—. Algunos pretendieron olvidarlo o lo tildaron de superstición, tranquilizando así sus conciencias y rebajando el evangelio de santa Johanna a la categoría de un papel viejo y arrugado. Originariamente, el Libro de los Siete Sellos poseía siete sellos, como dice su nombre, siete sellos que lo resguardaban e impedían su lectura. Todo aquel que trató de retirarlos por la fuerza fue contestado por la propia Luz, castigado a arder en sus llamas de justicia.
“Vaya con los religiosos”, discurrió Marrok, que nunca había sido devoto.
—Con todo, cuando llegó a nuestras manos, uno de los sellos ya había desaparecido —Lord Lobonegro torció el hocico—. No sabemos cuál ni en qué circunstancias, pero no estaba. Tras examinar las inscripciones del resto de sellos minuciosamente, pudimos indagar sus nombres: “peste, guerra, engaño, terror, muerte y renacimiento”.
—Parece una oda a la Plaga —apuntó Marrok.
—Una premonición, ¿verdad? Durante muchos años he supuesto lo mismo. Santa Johanna poseía una claridad de visión que aún a día de hoy me aterra. Pero no es ahí donde quería llegar…
—Te escucho.
—Un sello más se esfumó en el transcurso de la invasión de la Plaga: “peste”. Parece ser que los acontecimientos externos tienen algo que ver con la forma en que los sellos se desvanecen.
“Interesante”, pensó Marrok.
—Entonces quedan cinco sellos —dedujo—. A no ser que ya hayan sustraído el pergamino.
—Sí, eso es… —afirmó el padre Lightwell, aclarándose la garganta.
—¿Por qué no lo empleasteis en su momento?
—No estábamos seguros de cómo funcionaba. Incluso hubo quien acusó al Libro de los Siete Sellos de ser una especie de presagio maléfico. Yo era partidario de utilizarlo, pero los demás padres convinieron en que era peligroso usarlo sin más estudio. Ahora la mayoría de ellos descansan en el seno de la Luz; que ella los ampare —agregó, y casi se podía percibir un deje de sorna, o de revancha, en el acento exageradamente afligido del padre.
—Así que para posibilitar la lectura del Libro de los Siete Sellos primero hay que realizar lo que se dice en cada uno de los mismos —resumió Marrok—. O tal vez…
—¿O tal vez…? —Repitió el padre, esbozando una tímida sonrisa.
—O tal vez sea una profecía destinada a cumplirse, mal que nos pese, y estemos condenados a sufrir las calamidades que pronostica de un modo u otro.
La sonrisa del Cruzado Escarlata se afianzó en su rostro. Asintió.
—Piensas igual que yo, lord Lobonegro. Cuidado: la Cruzada Escarlata me calificó de apóstata precisamente por ese tipo de ideas.
—Padre Lightwell, te confesaré un secreto: no soy un huargen de fe. Así que lo que la Cruzada Escarlata, la Iglesia de la Luz Sagrada o los propios naaru opinen de mí, me resulta indiferente.
—Te estimas más huargen que humano, ya veo.
—¿Hay algún problema con eso?
—Varios. Pero incluso las bestias pueden servir a la voluntad de la Luz. En otras circunstancias, el Señor Lobo lo habría golpeado. Le habría arañado su semblante avejentado y fanfarrón, extrañamente apacible, o incluso lo habría obligado a transformarse en huargen con el objeto de hacerle pasar por el mismo trance. Pero no fue el caso: todavía lo juzgaba lo suficientemente útil como para matarlo y no se fiaba de él tanto como para otorgarle un don tan bendito.
Por su lado, al anciano le entró un acceso de tos que lo tiró al suelo. Marrok no hizo ademán de asistirlo, sino que se quedó contemplándolo altivamente, sonriendo.
—Estoy bien, estoy bien.
—Cuidado, padre. Has adoptado la postura de las bestias: a cuatro patas —Se burló—. No quiera la Luz que pronto te conviertas en una.
El padre Lightwell no pudo replicar. Se ahogaba con sus toses.
—Haré que venga alguien a atenderte —intervino el huargen—. Ya reanudaremos la conversación más tarde y me referirás exactamente cómo localizar esa tumba.
El Señor Lobo se levantó y le dio la espalda, abandonándolo a una fragorosa y enfermiza tos, y ascendió por las escaleras. Cuando ya estuvo en los dormitorios, notó que el pulso le temblaba a él también y que su lesión no era menos grave que la del sacerdote.
“Estás al límite”, se dijo.
Abrió la botellita que antes había guardado y la condujo a su morro. En el último segundo, cuando el líquido apenas si había rozado sus labios con su sabor agrio, dudó. Recordó la expresión preocupada de Fauna, la solicitud que le hizo y la promesa que contrajo él: “no tomaré más estimulantes de los indispensables, Fauna”. Aquel era un momento crítico: debía organizar batidas de los Aterranoche por los Claros de Tirisfal e incluso liderar él mismo alguna. No podía consentirse flaquear. No debía.
A la imagen de Fauna se sobrepuso otra: la del caballero Renegado que le había insertado su acero por una hendidura de la coraza. Se acordó de su frialdad, de la impasibilidad con que había atado a Comehuesos a su corcel para arrastrarlo por la tierra, como un bulto, quitándole la vida de una manera sucia, desmoralizadora y espectacular…
Se descubrió a sí mismo sonriendo. Él habría actuado justamente igual y por eso lo aborrecía. Su enemigo era como él y no iba a tolerar que lo derrotase de nuevo.
Con decisión, aferró la ampolla y tragó todo su contenido. Se sintió rejuvenecer, extasiado, pletórico de energía por el efecto de las drogas.
Metió el recipiente vacío en el estuche y se dio la vuelta. Fauna, la Fauna de verdad, lo observaba con ojos tristes desde el umbral de los aposentos.
—Fauna…
La líder del Cónclave Gris ladeó la cabeza, se dio la vuelta y se marchó pausadamente.
Y entonces, Marrok Lobonegro, señor de la Guardia del Lobo, comprendió que las sustancias almacenadas en un cristal no podían arreglarlo todo. Media hora más tarde, halló el entendimiento que le faltaba en una amarga copa de güisqui, trocando así el vidrio mentiroso de la redoma por la certeza inapelable de la botella de alcohol.
0 notes