#AHHHHHHH AQUI MI CONTRIBUCIÓN DEL DIAAAA
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Acsensor
Fanfic: Acsensor
Fandom: Latin Hetalia
Autor: EClover
Personajes: Francisco Burgos/Ecuador y Miguel Alejandro Prado/Perú
Genero: BL, Shonen-ai, EcuPer, PerEcu.
Era por la tarde en la oficina, después de un largo día de trabajo Francisco estaba por salir, claro no sin antes pasar por la de Miguel para molestarlo un rato ya que el peruano se quedaría a trabajar unas horas más.
―Toc, toc ―se anunció Francisco al llegar.
Miguel se hallaba frente al monitor escribiendo con una mano y con la otra sostenía una hoja con alguna clase de información. Al ver llegar al Ecuatoriano Miguel despegó la vista de la pantalla y lo miró con cara de "¿Y ahora qué quieres huevón?", lo que hizo reír a Pancho.
―Pucha no te rías oh, no es bonito quedarse hasta tarde, especialmente ahora que andan los raqueteros sueltos ―le dijo Miguel volviendo a escribir en su teclado.
Francisco se apoyó en el escritorio a ver a Miguel un rato, por alguna razón siempre que veía a Miguel una sonrisa se dibujaba en su rostro, ¿sería porque estaba enamorado de él o por el aura tan alegre que desprendía?.
―¿Qué haces ahí riéndote como sonso? ―le preguntó Miguel sonriendo un poco.
―Nada, pensando en cosas de la vida.
―¿Tú pensando?, vaya milagro, se te va a fundir el cerebro, basta... que me llenas la oficina de humo.
―Lo dice quien no puede escribir un simple informe ―contratacó Francisco.
―Ya cállate y pásame esas hojas sobre el estante ese ―Francisco se paró sonriente y se dirigió al estante.
Le extendió los documentos a Miguel, quien los recibió, agradecido y volvió a su trabajo.
―Oye Migue, ¿tienes tiempo mañana después del trabajo? ―preguntó Pancho tratando de sonar casual.
―¿Y eso? ―preguntó Miguel desviando la mirada por un segundo ante la pregunta.
―Solo... Quería invitarte a tomar un rato ―Francisco trató de ocultar su leve rubor y vergüenza fijando la mirada en el tapete color marrón del piso de la oficina y llevando su mano derecha a la nuca.
―Siii, creo que tengo tiempo ―respondió Miguel mientras seguía escribiendo.
―¿Seguro? ―Francisco preguntó un poco emocionado.
―Sí, ¿Por qué no? es viernes.
―Bien, ya me voy entonces, no demores mucho... Hasta mañana.
―Si, adiós ―sonrió Miguel mientras alzaba mano en señal de despedida sin despegar la vista del monitor.
Francisco se dirigió a su hogar, feliz porque el chico que le gustaba había aceptado una cita con él.
Ahhhhh cómo esperaba el día de mañana, pensaba mientras alimentaba a sus reptiles y luego se iba a regar sus plantas en el balcón de su departamento. Aunque por el momento lo único que habitaba su mente era Miguel.
Miguel y su sonrisa, Miguel y sus ojos, sus miradas llenas de energia, sus labios, caderas, piel canela y ese cabello color azabache que Francisco tanto adoraba.
Cada que lo veía en el trabajo le provocaba tirarlo al suelo y besarlo hasta saciar sus ganas de él, así de ardoroso y vergonzoso era su amor por el peruano. Desde el día en el que él llegó como trabajador nuevo y Miguel se dio el afán de ayudarle y enseñarle todo lo que debía hacer y lo que no, sabía que estaba perdido; el virus de aquella enfermedad llamada "amor" había sido implantado.
Luego aparecieron los síntomas: taquicardias al verlo, dislexia leve al hablarle, sonrojos, fiebre y sudoración excesiva al tacto, deseos de poseer lentes de rayos x para ver debajo de su traje de oficina y bajos niveles de serotonina al darse cuenta que se enamoró de alguien que probablemente no le correspondería nunca o mejor llamado "mal de amores".
Se fue a la cama con esos pensamientos, un poco triste y un poco alegre, después de todo mañana sería un día importante para él y quería verse bien descansado.
A la mañana siguiente Francisco despertó temprano como siempre, alimento a sus mascotas, desayuno y partió rumbo a la oficina. Entro al ascensor, que quedó repleto en un momento, no se dio cuenta que entre la multitud que había subido se encontraba Miguel también.
Ya saben cómo es esa cosa de los ascensores, todos apachurrados e incómodos, algunos hasta terminan en poses nada favorecedoras, esto último fue lo que le paso a Francisco. Había un chico de pelo negro más bajo que él que lo estaba acorralando en una esquina con su espalda, Francisco tuvo que acomodarse como pudo, de alguna forma el muchacho le recordaba a Miguel con ese cabello azabache, entonces el chico lo vio por sobre el hombro y supo que no era que le recordara a él, era Miguel.
"Ayyyyy santa madre del amor hermoso" pensó para sus adentros.
―Pancho, buenos días, pucha sorry por aplastarte pero esta llenecita esta vaina ―se disculpó y saludó Miguel con una sonrisa.
―Buenos días, n-no te preocupes que estoy bien.
Miguel le sonrió, volvió a ver al frente y Francisco sintió como si su día se iluminara con solo verlo sonreír, trato de no ponerse nervioso al estar tan cerca de él, no vaya a ser que quizás note que se le desbocaba el corazón. Miró el cabello de Migue y al acercarse un poquito más aspiro lentamente su aroma.
"¿Lo habrá notado?, espero que no, huele tan bien, quiero tocarlo.... Tal vez nadie se dé cuenta, está demasiado lleno".
Y así el hilo fino que separaba pensamientos de acciones se rompió y sin siquiera pensarlo su mano derecha se posó sobre las caderas de Miguel, quien dio un pequeño saltito al sentir el contacto. Pancho sintió como su propio corazón retumbaba en su pecho como si tuviera vida propia y pudiera salir explotando de su tórax, entonces Miguel lo miró de reojo por sobre su hombro.
"¡MALDITA SEA LO NOTÓ!" Gritaba Pancho para sus adentros, desesperado.
―Pancho, oye ―Susurró Miguel entonces ―. ¿Por qué tu corazón late tan fuerte?
Francisco quería morirse ahí mismo, que la tierra lo tragara y que nadie supiera que existió. Pero era tarde, Miguel había notado sus latidos descontrolados.
―B-bueno... corrí mucho para poder subir a tiempo al ascensor ―mintió descaradamente mientras miraba a un lado tratando de disimular su vergüenza.
―Ahh ya ―respondió Miguel, volviendo a mirar al frente.
Francisco soltó un suspiro de alivio, entonces el ascensor detuvo su subida en el piso 5 y tres personas más subieron entre quejas y reclamos de los que tuvieron que apretarse aún más en la ya repleta cabina.
―Mierda, ¿cómo suben como si nada no? ―reclamó Miguel mientras volteaba su cuerpo entero y se pegaba al pecho de Francisco ―ya nada, tendremos que pegarnos nomás pes.
Si a Francisco ya le costaba controlar sus latidos, ahora sentía que moriría por tener a Miguel pegado a él de esa forma.
―¿Oe Pancho estás bien?¿te estás sofocando? Estás todo rojo como un tomate ―cuestionó Miguel al ver a su amigo en esas condiciones.
― E-estoy bien.... muy bien ―Respondió el castaño sudoroso y rojo cual ají colorado y tratando de calmar su ser por todo lo que Miguel le estaba provocando con su extrema cercanía.
Intentó respirar profundo, pensar en animalitos muertos y toda clase de cosas feas... pero fracasó miserablemente en el intento. La presencia de Miguel volvía a sus pensamientos, lo tenía más cerca que nunca en su vida, podía oler claramente la colonia que llevaba puesta esa mañana, su pecho contra el suyo al compás de sus respiraciones, y su mirada color ocre viéndolo cada cuanto con una sonrisa. Entonces simplemente dejó caer su rostro sobre el hombro de Miguel.
"Es inútil, lo quiero tanto, no puedo solo ocultarlo"
―Oye Pancho, ¿estás bien? ―preguntó Miguel al ver como su amigo se apoyaba en su hombro.
―Estoy perfectamente ―respondió Francisco.
―Si te sientes mal podemos bajarnos del ascensor.
"Por favor no, no quiero que bajemos nunca...solo quiero que nos quedemos así"
―Estoy bien, no te preocupes... Solo déjame quedarme así un ratito.
―Bueno.
"Te amo, te amo Miguel si tan solo pudiera decirlo... Siento que podría morir de felicidad justo ahora".
El ascensor se detuvo y la gente que bajaba en aquel piso descendió, dejando al par dentro.
Al quedarse solos Pancho se sintió morir, trató de ocultar cierto pequeño "asunto" con el maletín que llevaba, sonrojado, con el corazón y emociones aún descontroladas y dirigió la vista al lado para ver al peruano quién lo vio de vuelta.
―Oe causa, me estás preocupando, ¿de verdad estás bien? ―preguntó con preocupación Miguel.
―Miguel quería decirte que... Yo.... ―Francisco estuvo a punto de decirle todo cuando el ascensor indicó que habían llegado a su piso.
Ambos bajaron.
―¿Qué decías Pancho? ―preguntó Miguel mientras ambos caminaban rumbo a sus oficinas.
―...Eh, que yo... Yo.... Tengo que ir al baño ―dijo Francisco y salió corriendo a los servicios higiénicos.
"Cobarde, eres un cobarde Francisco Burgos", se recriminaba mientras corría.
Al llegar entró a uno de los cubículos a tratar de calmarse y bajar la erección que tenía, pero acabó llorando. Se sentía un inútil, miserable y extrañamente triste, ¿por qué se había enamorado profundamente de alguien que sentía tan lejano? Si le decía sobre sus sentimientos podía arruinar la relación que ya tenían, si Miguel lo odiara alguna vez Francisco no podría con ello.
Salió del cubículo con el ánimo por el suelo, se lavó la cara, las manos y se vio al espejo un rato.
"Si tan solo fuera mujer, todo sería más fácil" Ese ligero pensamiento lo hizo sentir mal de nuevo, se río de sí mismo y salió del baño.
No pudo evitar sorprenderse al ver a Miguel parado afuera.
―Me tenías preocupado, así que vine a ver que te había pasado.
"Quiero llorar".
―Estoy bien, solo me sentí mal un rato ―sonrió falsamente esperando que funcionara, pero al parecer Miguel no se lo tragó.
―¿Tienes algo Pancho? ―preguntó con expresión preocupada otra vez.
―Miguel... Yo..... Lo que quería decirte es que... ―vio hacia abajo tratando de ocultar su mirada acuosa al tiempo que trataba de encontrar la fuerza para decirlo de una vez.
Dio un respiro hondo, Miguel lo miraba contrariado y un poco asustado.
― Yo.... Estoy enamorado de ti Miguel, no sé decir exactamente desde cuándo, creo que desde el día en que te conocí. No quería decírtelo porque temo que me odies, sé que tus sentimientos no son los mismos pero está bien, solo no dejes de verme como tu amigo ―Francisco vio la expresión de sorpresa en su rostro, tal vez esperando una respuesta que no llegó y luego salió directo a su oficina.
En el camino se encontró a Manuel, este viendo la expresión de su mejor amigo, lo detuvo.
―Francisco, ¿estai bien?
―Manuel, se lo dije, le confesé a Miguel lo que siento.
―¡WEÓN!¡¿Y QUE TE DIJO?!
―No me dijo nada...aún.
Manuel vio la expresión decaía en el rostro de su amigo y lo acompañó hasta su oficina, en el fondo esperando que todo saliera bien para Francisco.
Estar sentado en una oficina frente a tu computador y que el resto de tus compañeros de oficina hicieran notar lo raro que estabas ese día después de una confesión fallida es horrible, al menos para Francisco fue un martirio. Esperó que Miguel pudiera entrar en cualquier momento, alterándose con cada persona o sombra que pasaba por su puerta y con un ligero gesto de decepción en el rostro luego de ver que no era quien él pensaba.
"¿Por qué hice tal tontería? de seguro Miguel me odia... Debí quedarme callado carajo", se decía mientras trataba de concentrarse en el trabajo.
Al final de la jornada Francisco trató de quedarse lo más que pudo en la oficina, no quería toparse con Miguel de casualidad, estaba seguro de que si veía su cara moriría de vergüenza y se pondría a llorar después, así que decidió quedarse hasta que todos se fueran, lo que eventualmente sucedió.
―Pancho, ¿aún no sales? ―preguntó Manuel desde la puerta.
―No, aún tengo cosas que hacer ―mintió.
El chileno solo vio como su amigo bajaba la mirada y sintió un estrujoncito en el corazón al verlo así de abatido, tenía unas enormes ganas de ir con Miguel y darle el sermón de su vida... Pero solo dio un suspiro y se despidió de él, sabiendo que dejarlo solo tal vez fuera lo mejor que podría hacer.
Después de esperar un largo tiempo a que todo se vaciara Pancho cubrió su rostro con las manos, vio la hora y decidió marcharse a casa. Sabe dios que haría el día de mañana para evitar a Miguel a toda costa pero algo se le ocurriría.
Se colocó su saco, tomó su maletín y salió de la oficina, le pareció ver algo por el rabillo del ojo a su derecha así que mientras cerraba la puerta dio un vistazo y luego quedó paralizado. Era Miguel que lo esperaba sentado en el piso mientras veía como terminaba de cerrar la oficina.
―A la hora que se te ocurre salir ―dijo el peruano mientras se levantaba y se sacudía.
―¿D- desde cuando estás ahí? ―preguntó Francisco mientras volteaba el rostro.
―Hace como hora y media.
"Dios, soy un idiota... de todo lo que me tenía que pasar...".
Francisco no dijo nada, solo se quedó en silencio, era incómodo pero Miguel no parecía sentirse así.
―Vámonos ya, está haciendo frío ―dijo Miguel .
―Si ―respondió Francisco y ambos caminaron hacia el ascensor.
La espera fue larga, al menos así la sintió el ecuatoriano mientras trataba de no ver a Miguel, fue interrumpido por el sonido del ascensor al llegar y luego una mano que lo tomó del brazo para adentrarlo en la vacía cabina. Uno al lado del otro, aún sin decir palabra.
―Sabes... ya lo sospechaba ―oyó decir a Miguel, lo que le hizo voltear a verle.
―¿Cómo? ―preguntó.
―Que te gusto... de cierta forma ya lo sabía.
La expresión tranquila de Miguel hizo que un poco de la tensión que tenía se fuera.
―¿Fui muy obvio? ―preguntó volteando el rostro sonrojado para que Miguel no lo viera.
―No tanto así, más bien... sé que soy un cuerazo y nadie se me puede resistir ―Pancho echó a reír ante la afirmación.
―Si claro, por eso Cata no te hizo caso cuando te la intentaste ligar ―recriminó y luego volvió a reír.
―Ese asunto es distinto ―se defendió el peruano abochornado. ―es distinto contigo.
La última frase acompañada del leve rubor de Miguel hicieron a Francisco tener algo de esperanzas.
―¿Distinto por qué? ―preguntó. Miguel volteo la mirada y respondió.
―Porque yo también estoy enamorado de ti.
Silencio y luego la voz pregrabada del ascensor anunciando que habían llegado a la primera planta del edificio.
―Es mentira ―dijo Francisco completamente sorprendido.
―¡No es mentira! ―gritó Miguel volviendo a ver a Francisco.
Ambos se vieron un largo rato, como si con verse fijamente pudieran leer sus pensamientos en ese par de cabezas de chorlito que tenían.
―Ya vámonos ―dijo Miguel rompiendo aquella tensión y volvió a tomar a Francisco del brazo jalándolo fuera del ascensor.
―¿¡Por qué no me dijiste nada cuando me confesé?! ―preguntó algo enojado Francisco, debido a la sorpresa y a lo mal que lo había pasado todo el día.
―¡Porque estaba sorprendido!... yo no sabía que tú, ósea, creí que ni cagando tú podías estar enamorado de mí.
―¿Cómo estás tan seguro de que te gusto? ―volvió a preguntar.
―¿Cómo preguntas eso?... obviamente lo sé porque me pongo todo imbécil a tu lado, a veces hasta me olvido como hablar.
Francisco sentía como su corazón golpeteaba su pecho sin parar y sentía sus mejillas arder ante la confesión, entonces simplemente tomó a Miguel del rostro y le dio un beso que fue ampliamente correspondido.
―Si me engañas alguna vez te castro huevón ―le dijo Miguel.
―A ver si puedes ―le respondió Francisco volviéndolo a besar.
"Ahh, si se puede morir de felicidad..." Pensó.
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