#DYN ╱  kim daeyeol.
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ma6e · 5 years ago
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PERSONAJES: KIM DAEYEOL (principal), KIM CHORONG, KIM MIRAN, KIM MISUN, KIM MIKYUNG.  MENCIONES: AKIRA (@madcitv​), ABUELA, MADRE. STATS: 5 historias cortas • 1579 palabras • 7250 caracteres 
Le rehuye la mirada como un animal que teme ser atrapado por su depredador, pero no es miedo lo que carga en el brillo de sus ojos. Un roce de sus miradas basta para entregar el mensaje, fuerte y claro, y entonces su progenitora desaparece por el umbral de la puerta del dormitorio. Segundos más tarde, se oye la máquina de cocer. Daeyeol suspira.
“¿Ya es hora de comer?‌ Oppa, muerimos de hambre, por favor. ¡Apúrateeeee! Seguro sólo piensas en tu novio ¿No? Chorong dice que ya deja prendas en el dormitorio. También dice que tú—” 
“Dile a Chorong que deje de meterse en mis cosas. Y es morimos, no muerimos. Vas a tener que dejar una moneda en el jarro,” alza una ceja, y la niña entiende. Aunque no por eso va a dejar de quejarse todo el camino hasta su pieza (y más).
Le toca cuestionarse entonces qué tanto ha hurgado esa chiquilla entre sus cosas, y si se ha encontrado con algunas fuera del tono que una chica de su edad debería estar viendo con relación a su hermano mayor.
Como si la llamaran, la mayor de sus hermanas aparece con una sonrisa de oreja a oreja.
“¿Viene oppa a casa hoy día? Quiero invitarlo a mi recital.”
“¿Para qué va a venir? Yo puedo invitarlo por ti.”
“Ella no quiere que tú lo invites. Ella quiere invitarlo por sí misma. Digo, NOSOTRAS queremos invitarlo,” interviene otra de las más chicas, Mikyung, sentándose sobre el mesón para probar algunas de las cosas que ya tenía preparadas. Daeyeol le aparta la mano con la cuchara de palo.
“No me han invitado a mi,” le toca quejarse, y para su sorpresa, los celos se sienten muy reales. “Ni siquiera me han mencionado qué tienen. ¿Por qué quieren invitar a Akira?” Las chicas se callan, y cuando la más chica de todas, Mijung, entra en la cocina (posiblemente también mueriendo de hambre), el tema y el silencio muere entre voces femeninas, unas sobre otras, sobre muertes por inanición y posibles desmayos por hambre fatales.
Daeyeol puede entender porqué su progenitora no lo va a ver cantar. La dulce voz de Chorong se oye sin micrófono por el pequeño teatro, endulzando los oídos de todos, y él se dedica a estudiar las facciones de una mujer que en los años donde por primera vez fue mamá, vestía una sonrisa tan encantadora como la de la muchacha sobre el escenario. Y muy parecida, también.
“Presta atención,” lo regaña su abuela, con un suave apretón en la rodilla. “Ya sabes que no oirás más que quejas si no lo haces. Esa chiquilla se entera de todo.” Ambos comparten una risa, y Daeyeol le hace caso. Pasa un brazo por sobre sus hombros, y con las cabezas juntas, se entregan a la melodía, y a los sentimientos que le entrega.
Daeyeol entiende, pero no desea hacerlo. Por lo que resiente, en silencio, el puesto en el público que siempre queda vacío cuando es su turno frente al micrófono. Al menos, a sus hermanas nunca les faltaría eso. Y si alguna vez llegara a pasar, él sería el primero en hacer algo al respecto para que pasara desapercibido.
Cuando van a buscar a Chorong, horas más tarde, a Daeyeol lo reciben con un puñetazo en el brazo y quejas que debió imaginar antes que llegarían.
“¿Tú crees que alguien alguna vez me ame?”
La pregunta le produce un escalofrío, que incluso con el calor que desprende el caldo frente a sí y el horno prendido, siente recorrerle la columna. Ha aprendido a no esperar cosas de sus hermanas, porque siempre le salían con sorpresas, pero nunca se imaginó que las sorpresas en algún punto se volvieran así de profundas y serias.
“¿De qué hablas, exactamente?” cuestiona con cautela, enfocándose todavía en la olla, que estaba a punto de hervir.
“Es que… no sé… Tal vez hay personas que no tienen a alguien que los ame en el mundo.”
“Yo te amo,” responde, y siente como Chorong finge la arcada antes de lograr oírla, robándole una pequeña carcajada.
“¡Ya sabes que no me refiero a eso!” se queja, pataleando contra el piso como si fuera una de sus hermanas menores. “Me refiero a romance, Daeyeol. Ro-man-ce.”
“Espero que no te estés basando en películas románticas o dramas para hacerte esta clase de preguntas, Kim Chorong. Ya sabes que esas cosas no son reales, y nunca lo serán. El romance de la vida real es diferente, no es sólo días rosas y felicidad. A veces te trae llanto, rabia, resentimiento, celos, y un montón de cosas más que no son deseables, mucho menos ideales.”
Chorong guarda silencio, y a él le cuesta discernir si es porque ha dejado de escucharlo en la primera oración o si se lo está pensando, pero espera que la segunda opción sea la correcta. No quiere que sus hermanas se dejen llevar por sus activas imaginaciones en situaciones que puedan dañarlas. No soportaría verlas rotas y con la esperanza perdida, robada.
Cuando corta el fuego y tapa la olla, es que se da cuenta de que la menor está metida navegando en el celular. Más específicamente, su celular.
“Chorong.”
“Qué. ¡Estaba sobre el mesón! Olvidado…”
“Chorong.” Con un suspiro, la muchacha se lo devuelve, y con eso abandona la cocina, recriminando contra el viento sobre lo pesado que es su hermano, y lo mezquino. ¡Si él ni siquiera lo estaba usando! Daeyeol no la detiene.
Antes de volver a bloquear el aparato (que ahora necesitaba una nueva contraseña), se da cuenta que su hermana ha alcanzado a navegar por algunas de las fotos que comparte con Akira. Todos sonrisas, cercanía, afecto. Daeyeol no sabe si fue algo en su celular lo que la hizo pensar más de la cuenta, pero lo piensa, y se cuestiona si es que la chiquilla lo ha malinterpretado todo.
¿Romance? ¿Amor?‌ ¿De verdad su relación con Akira podía clasificarse con esas etiquetas?
No tiene una respuesta.
Daeyeol quiere al chico japonés de la sonrisa preciosa y mirada cálida. De verdad que sí. Pero cuando su hermana más chica se rehúsa a contarle porque ha estado llorando sólo porque desea que Akira esté presente para hablarlo, lo odia con cada fibra de su ser.
“¿En qué te puede ayudar él que no pueda yo, dime?” cuestiona firme, neutro, tratando de ocultar la mezquindad en su tono de voz. “Te recuerdo que yo he estado contigo desde el día uno. Día uno,” alza el índice, en énfasis.  
“¡Es que tú no sabes! Yo le conté a él. Sólo él me puede ayudar.”
Daeyeol se aguanta el bufido que quiere escapar sus narices, el rodar de sus ojos, y la infinita irritación que siente en ese minuto. Similar a sus primeros días con el mencionado, ahora que recordaba. Antes de los besos, los momentos. Antes del minuto en que accidentalmente sus hermanas lo descubrieron y conocieron… (Ese último, en especial).
“Bueno, como quieras. Pero él no viene hoy, así que enjúgate esas lágrimas o estarás llorando por tres días enteros y se te hincharán los ojos como un sapo.”
“¡Entonces lloraré por esos tres días!‌ ¡No me importa! ¡No me importa nada!”
Paciencia, paciencia, paciencia. Suspira, teléfono en mano. ¿Realmente le estaba marcando a las nueve de la noche para algo más que sexo, en un día en el que se sentía perfectamente normal y no estaba bajo la influencia de ninguna sustancia?
“Sé que esto sonará extraño, pero mi hermana quiere verte. Y no, esto no es código para nada.”
Las niñas se ríen divertidas desde el umbral de la puerta de la pieza de Daeyeol mientras lo ven caminar, descalzo, por sobre el suelo mojado, en busca de un peluche accidentalmente olvidado sobre el sofá. La lluvia azota contra el apartamento, recordándoles que seguía ahí, y la más pequeña pega un gritito.
Por la ventana de la pieza de las chicas ha entrado una rama, contribuyendo a que el agua se apodere de parte de su vivienda, y despojando a las tres más chicas del calor de sus colchones y mantas. Daeyeol, mientras, las aloja en su dormitorio, usando lo salvado de las camas de sus hermanas como un gran colchón sobre el suelo donde pueden fingir que están teniendo una pijamada mientras el hermano arregla algunas cosas para que no se queden sin hogar.
El peluche, por supuesto, era lo más importante –en la lista de prioridades de las trillizas– y las chicas celebran cuando Daeyeol regresa con el salvado en manos.
Y no. No lo hacen después de que se ha expuesto al diluvio con el solo propósito de parchar parcialmente la ventana para que no siga entrando agua, y luego hacer los arreglos necesarios para que no vivan en una poza de agua. De hecho, cuando entra, pidiendo una toalla, lo primero que dice una de las trillizas es:
“¿Me harías trenzas?”
“¿Huh?”
“Es que Chorong se demora mucho, y a Mijung le quedan muy mal.”
Mijung le mira entonces, luego de mirar a su hermana, con el dedo en la boca y sus ojos de cachorro que parecen pedirle que ella también quiere trenzas, por favor. Y entonces Daeyeol no tiene otra opción más que dejarse arrastrar. Diez minutos más tarde acaba con los dedos en el cabello Miran, trenzándolo habilidosamente con la práctica que se esperaría de un hermano mayor de cuatro niñas con un rol de figura paterna en sus vidas.
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