Tumgik
sujetorandom · 4 years
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FAHRENHEIT 451
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“ Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, pues le preocuparas; enséñale solo uno. O, mejor aún, no le muestres ninguno. Has que olvide que existe una cosa llamada guerra. Si el gobierno es poco eficiente, excesivamente intelectual o aficionado a aumentar los impuestos, que lo sea pero sobre todo que la gente no se preocupe por ello. Paz, Montag. Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de estado o cuanto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórrala de datos no combustibles, lánzales encima tantos ‘hechos’ que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan, de que se mueven sin moverse, y serán felices, porque los hechos de esta naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como filosofía o sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino se llega a la melancolía. (…) Así pues, adelante con los clubes y las fiestas, los acróbatas y los prestidigitadores, los coches de reacción, las motocicletas, helicópteros, el sexo y las drogas, y más de todo aquello que esté relacionado con los reflejos automáticos. Si el drama es malo, si la película no dice nada, si la comedia carece de sentido, dame una inyección de teramina. Me parecerá que reacciono ante la obra, cuando únicamente se trata de una reacción táctil a las vibraciones. Pero no me importa; tan solo quiero distraerme.” (1953, pag.74)
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sujetorandom · 4 years
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LA CAJITA
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Me encontré ahí, tirado en el sillón rojo después de una mini maratón en Netflix. Habían pasado un montón de sucesos en la serie que no podía terminar de digerir, y me decidí por dejar los últimos dos capítulos para después, así es como uno se siente en auto control estos días. Afuera la lluvia era torrencial y adentro el sentimiento era de nostalgia, ganas de hundirme en un cigarro con la tormenta de fondo, una escena casi hollywoodense. Cargué el vaso con dos cubos de hielo y manoteé el encendedor de la cocina.
Tenía el Johnnie rojo a la mitad encanutado abajo del escritorio, y los puchos en una de las cajas de zapatos, ahí donde van las cosas que uno no quiere que vean. Me costó prender el primero, causa del poco gas y la intención de no hacer ruido al chasquear. El resultado fue todo lo contrario. Tenía esa maldita necesidad propia del humano de revolcarme en mi propio estado emocional, entrarle de lleno. Activé el bluetooth al mini parlante que agarré prestado sin pedírselo a mi viejo. La lista oscilaba entre Frank Ocean, Chance the Rapper, Ntvg, y algunas melosas de Bruno Mars, entre otras. A ella le gustaba “Versace on the floor”, a mí me gustaba más el verla disfrutar con la canción que la canción en sí misma. 
Busqué las fotos mientras el pucho empezaba a consumirse. No las encontraba, y me entró un poco de ansiedad. Donde mierda las deje? Pausé la canción, quería escucharla ya habiéndome sentado, sin dejarla en segundo plano. Las fotos aparecieron y me senté en el suelo, ahí donde hacía no tanto hablaba con mi perro, abrí unos pocos centímetros la corrediza.
Escribile cagón. Era algo que paseaba por mi cabeza hacia un tiempo, buscaba un momento ideal porque inconscientemente sabía que nunca iba a llegar. Amagué abriendo y cerrando el chat un par de veces. La lluvia se hacía más intensa, Juke Jam sonaba de fondo. Me serví el segundo vaso, lo suficiente para el empujón, para que me importara un poco menos. Di las últimas dos pitadas antes de que llegase al filtro, mientras el agua seguía cayendo, impoluta. El silencio de la madrugada es muy particular en relación con otros. Es un silencio cómplice, sabe de acompañar y guardar secretos, y las consecuencias casi nunca son inmediatas.
Escribile cagón. Me hallé desnudo por no saber que esperarme. Que estaba pensando? Tirarme de un puente sin saber la profundidad ni la temperatura del agua - si es que eso es lo que había abajo - eran las razones que me hacían dudar, y las mismas que llevaban a querer tirarme. Pensé que al final todo esto podía ser por eso, quería hacerlo por la acción, ver qué y cómo era allí abajo. Pensé que a partir de ahí lo mejor iba a ser dejar de pensar.
La noche siguió su curso sin preguntas ni esperas, le agradecí su espacio. Volví a encanutar los puchos en una de las cajitas de zapatos, sin tener una puta idea de lo que había pasado.
Mañana veré.
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sujetorandom · 4 years
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MITI MITI PORTEZUELO
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Mediodía. Todavía era temprano cuando bajé del quinientos veintidós. Me gustaba ese ómnibus. Arriba siempre me encontraba con alguien de mi clase, y no daba tanta vuelta como el trescientos, que hacía tour por el parque y te dejaba más lejos, en Bulevar Artigas. La luz se puso en verde y crucé Veintiuno de Setiembre.
El kiosco estaba lleno. Para nosotros era un lugar especial, algo así como nuestros dealers por excelencia. Comprábamos felicidad en forma de figuritas del mundial, bolsitas de jugo Kapo, Sugus de cincuenta centésimos y tiras ácidas de Fizz. El de uva era el mas ácido y el que dolía menos compartir.
No pude avanzar más allá de unos pocos pasos de la puerta. Mangas de tela blanca de entre ocho y once años se amontonaban contra el mostrador mientras los kiosqueros iban agarrando el dinero destinado a la merienda. En ese momento los alfajores miti miti Portezuelo arrasaban con todo, una moda temporal como la promo de Pepsi&Lays o los tazos de Pokémon; la promesa de juntar una mitad con otra y ganar los premios que promocionaban en el canal doce mientras miraba Recreo. Mi obsesión era tal, que llegaba a comprar el alfajor únicamente por el envoltorio, no por el alfajor. No me culpaba, que era eso comparado con sacar las dos mitades de la PlayStation 2 portátil!
Los tenía a mi izquierda, un poco mas arriba del nivel del piso. Varios de la escuela contaban que se habían afanado algo del kiosco; los populares, los que parecían tener más calle. ¿Por qué yo no? Titubeé y volví a relojear. Ellos seguían a mil, detrás del mostrador atendiendo la jungla de niños, en ningún momento hicieron contacto visual conmigo. Volví a mirar a la izquierda. Ansiedad y adrenalina corrían por igual sin ser consciente de ello. Me acerqué aún más. “los de chocolate” me dije. Fue un movimiento ágil. O eso creí.
Me encontré afuera, mis pies se apresuraban sin que yo lo supiese mientras el miti miti se movía al fondo del bolsillo de la túnica. Alcancé a ver las camionetas escolares que dejaban en la puerta a los mas chicos, una etapa que había superado hacia menos de un año. El timbre estaba por sonar. Nunca supe cuánto tiempo pasé en ese kiosco.
Y entonces me freno de golpe. O me frenan.
Sentí todo el peso de una mano sobre mi hombro derecho, casi como si me pudiese levantar en el aire de un simple movimiento. Tenía el pelo cortado en forma de taza y los lentes le colgaban del cuello. Era grande, o quizás yo era muy chico.
- “Guacho, no vengas más al kiosco.”
Regalé mi alfajor en el recreo, y la oportunidad de ganar el PlayStation 2 portátil. Nunca fui bueno para afanar.
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sujetorandom · 4 years
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AL OESTE
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El silencio a la ida. Afuera es mas domingo que nunca siendo sábado. El sol iba bajando, y empiezo no solo a ver, sino a mirar, y en consecuencia a observar. Pedaleando veo asomándose la vieja estructura del gasómetro, queriendo ser algo otra vez. Viviendas en bloque, retiradas de la primera linea del mar hacen que la vista sea mas horizontal, mas amplia, genera comodidad y alivio. Ventanas y terrazas juegan a las mil situaciones, cada una con vista privilegiada al infinito.
La calle se corta llegando al puerto y tomo el desvío, se escuchan de pasada las diferentes charlas que suceden sobre la rambla. El cambio es brusco, y la escala se achicó. A la izquierda un paisaje de grúas y contenedores de colores puestos como legos. Una vereda de ancho mínimo acompaña. A la derecha se intercalan plazas nuevas y otras en desuso con edificios antiguos, enormes y con detalles llamativos, calles angostas que bajan como cascadas de la ciudad vieja a puerto. La puja entre lo industrial y lo patrimonial.
La calle vuelve a cortarse y voy a contramano, vuelvo mi mirada al río, un rascacielos en horizontal flotando en el agua entre edificios de menor talla, la diferencia de escala es brutal.
Giro la bici y empiezo a pedalear la vuelta a casa. Voy repasando con mas detenimiento los lugares que me llamaron en la ida, los que me gustaría dibujar, escribir y fotografiar, o simplemente sentarme. Entre grúas y contenedores alcanzo a ver apenas el cerro y me sorprende lo cerca que está, casi como si pudiese ir nadando. Poca gente jugando en la plaza, cada uno con su pelota respetando la distancia de estos tiempos. Siempre lamento los aros sin red, como si faltara algo esencial. Termina el puerto y con ello se agranda la escala.
Me llama el pasaje a la escollera, del que sabía su existencia pero nunca había bajado. Paso entre varios pescadores, muchos de ellos con sus hijos, acá la pandemia no llegó. La zona enrejada termina y se abre un muelle al mar. Abunda el olor a pescado y residuos que rechaza el mar. Me siento contra el borde y miro al oeste, aquel paisaje del cerro que nunca había llegado a ver desde ese punto. Escucho el agua contra las rocas, el astro rey desapareciendo y el cielo queda de un violeta pálido y claro. En segundo plano las gaviotas, se mezclan sus tonos agudos con la alarma de un auto que suena religiosamente cada seis minutos. “Los peces hacen caca?” fue la pregunta del hijo de una pareja que tenia al fondo, la madre se ríe y le contesta que si, en el agua. Me dejo pensando, seguramente lo termine googleando. Necesito volver a pedalear, por lo que dejo a mi espalda los planos de luces y sonidos.
Ya estoy en la rambla, mi mirada se pierde en los edificios, cada una de sus ventanas reflejan el atardecer consumado, las de abajo mas claras y amarillentas, las de arriba azuladas y oscuras. Noto un edificio nuevo que parece mas un render hecho a escala real al sur del Teatro Solís, y más adelante, asoma la linterna del Palacio Salvo que tintinea, de verde a violeta, de violeta al azul, en un compás lento. Mi última atención va a hacia la torre de reloj del dique Mauá, dejado ahí sin mas, al igual que lo iba a hacer yo.
Llego al barrio vecino, es la orientación de las torres de ladrillo lo que me sorprende, mirando hacia el oeste y no hacia el agua, casi como una suerte de dominós. La estación de Ancap me avisa de golpe que el recorrido llego a su fin. Subo por Ejido, bajo por la Cumparsita y nuevamente a la izquierda, por la del Disco.
Llegue a casa.
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