Ferviente colonizadora de rincones inexplorados del subconsciente. Doctorante extraoficial y peculiar del comportamiento humano. Oficialmente ingeniera repatriada hace unos meses voluntariamente, integrada en la sociedad española. Mujer independiente de día, niña indefensa de noche. Pero ante todo, amante impulsiva de la palabra escrita.
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Un pequeño cuento que no podía no compartir.
Cuenta la leyenda que en cierta ocasión una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga. Ésta huía rápida de la feroz depredadora, pero el reptil no desistía.
Huyó un día y ella la seguía, dos días, y la seguía... Al tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga paró y le dijo:
-¿Puedo hacerte tres preguntas?
-No acostumbro a darle ese privilegio a nadie pero, como te voy a devorar, puedes hacerlo -contestó la serpiente.
-¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?
-No.
-¿Te hice algún mal?
-No
-Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo?
-¡Porque no soporto verte BRILLAR!
Muchos de nosotros nos hemos visto envueltos en situaciones difíciles, en las que nos sentimos acosados sin motivo (el tan famoso bullying que existió siempre pero que parece un problema social de los últimos años) y nos preguntamos: "¿Por qué me pasa esto, si no he hecho nada malo ni he dañado a nadie?” Es sencillo de responder... ¡Porque no soportan verte brillar! Cuando esto pase, no dejes de brillar, continua siendo tú mismo. Sigue haciendo lo mejor, no permitas que te lastimen, que te hieran: Sigue brillando y no podrán tocarte... porque tu luz seguirá intacta. Tu esencia permanecerá pase lo que pase.
Sé siempre auténtico, aunque tu luz moleste a los depredadores.
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Y heme aquí, en plena Nochevieja, escribiendo una pequeña entrada de este proyecto que ha estado dando tumbos todo ese año que acabamos de dejar atrás. Creo que la mejor manera de empezar otros doce meses englobados en una sola cifra es re-estrenando mi blog, dando señales de vida y bueno, agradecer a toda esa gente que tanto dentro como fuera de la pantalla ha decidido acompañarme en un 2014 demasiado tormentoso que me ha hecho replantearme demasiados aspectos de mi vida que estoy intentando corregir ya.
Porque nunca es tarde para cambiar aquello que no nos gusta.
Porque nunca es tarde para rectificar en tu camino para conseguir lo que quieres.
Porque siempre se puede cambiar de opinión con respecto a tus sueños.
Porque no es ningún pecado equivocarse para corregir a tiempo.
Y, porque, señores, señoras, acomodados e hiperactivos, lo peor de todo en esta vida es darse por vencido.
Puedo contar que en estos últimos doce meses que dejamos atrás, lo he pensado innumerables veces. La vida que llevaba me sobrepasó. La gente que me rodeaba pasó de largo. Me sentí pequeña y todo me venía grande. Me derrumbé. Me perdí. Busqué ayuda en los demás y no conseguía encontrarla. O, al menos, no me sentía yo ayudada como yo quería, porque apoyo nunca me faltó, de una manera u otra.
No obstante, para encontrarse a sí mismo, siempre hay que perderse primero. Y casi podría decir que es indescriptible la sensación que te produce ese click en tu cabeza cuando sientes que has tocado fondo y sacas, de donde sea que aparezcan, unas fuerzas que creías tan perdidas como tú para empezar un ascenso que te ayudará a recuperarte, a rodearte de gente que sí merece la pena y re-emprender ese camino -que pausaste por fatiga- hacia los nuevos deseos. Un fruto que yo tengo asegurado en este año nuevo. Lo sé. Lo noto. Lo intuyo.
Optimismo.
Lo mejor que yo puedo desearte, a ti que lees estas líneas. Que esperabas una entrada así, después de haber leído tanto sentimiento lastimero por mi parte. Pero, la vida es así: una inmensa montaña rusa de emociones, buenas, malas, intensas, desgarradoras... humanas. Una montaña rusa que nos forma como personas, pues cuando termina, tienes claro que no eres fiel a quien eras cuando te montaste en ella. Experiencias, desengaños, sueños cumplidos, golpes que te marcan de por vida. Una increíble travesía a través de los años, lugares y compañías.
Esto no es un rincón que cuenta viajes, refleja quejas sociales o despotrica de personas anónimas.
Esto es un blog que describe esos sentimientos que todos hemos sentido o sentiremos alguna vez.
Y aún queda mucho por leer.
¡Felices fiestas!
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"Hoy te pasaste por mis sueños. El único lugar donde podré verte a partir de ahora. Tan sólo fue un instante. Una décima de segundo, hecha horas en el mundo inconsciente. Me sonreíste, incitándome a que te abrazara. Y así lo hice. No podía no hacerlo después de llevar tantísimos días echándote de menos.
Y me quedé ahí, en tus brazos, ese lugar que era sólo mío, escuchando esa canción que emitías, que sólo yo podía escuchar. Me dijiste que lo sentías, que no lo habías podido evitar. Yo alcé mi rostro, busqué tus ojos y contesté, con sonrisa amarga, que... te iba a querer toda mi vida, antes de romper a llorar, de notar esa presión en el pecho otra vez, de sentir esa angustia, de tener miedo a un simple parpadeo por no querer dejar de verte. Porque me duele que no estés. Porque te llevaste contigo la parte de mi ser que hiciste feliz. Porque ese dolor que aún siento me presiona contra el frío muro de tu ausencia y los días pasan tan despacio que no veo el momento de volver a respirar. Necesito tiempo, dicen. Y no paraba de preguntarme si lo estoy haciendo bien, si te doy motivos para que estés orgulloso o si llegaré a superar esto algún día. Son preguntas de respuesta tácita y obvia para muchos pero, en este momento, no para mí. Quería romper ese silencio y decirte que, a pesar de todo, te necesitaba en mi vida. Que sigue siendo injusto, que te sigo queriendo como no recordaba haberlo hecho. Y de todas las cosas que quería decirte, no me sale nada. Ese torrente de sensaciones sólo me dejaba sollozar sin descanso. Me agota incluso en sueños y me desespera por gastar ese tiempo juntos sin emitir sonido.
Y entonces, acunaste mi rostro entre tus manos y me besaste sin previa palabra. Secaste mis lágrimas dulcemente y te despediste con el susurro de que siempre estarías conmigo, que velarías por mí, repitiéndome que yo soy más fuerte de lo que siempre pienso.
Y tal como viniste, desapareciste. Otra vez. Caminando de espaldas hacia un halo resplandeciente con esa sonrisa que no podré olvidar nunca. Fue ahí cuando desperté, con húmedos surcos en mis mejillas pero un esbozo de sonrisa, en respuesta a la tuya.
Aún ahora, sigues siendo capaz de hacerme sonreír."
Estas palabras llevan meses escritas, prácticamente el año que llevas desaparecido, pero no he tenido valor para publicarlas hasta ahora. Porque dolía demasiado siquiera leerlas. Y aún lo hacen. Porque por mucho mejor que me encuentre, hay momentos en los que sigo sin saber por dónde seguir, o qué hacer. Y en todos ellos sigues faltándome tú. Y así lo harás el resto de mi vida, D. Pero ahora, ya sí puedo decirte que cumpliré esa promesa que te hice de seguir adelante. De retomar las riendas de mi vida, mientras tú me observas desde donde quiera que estés.
Hasta que nos volvamos a ver.
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¡Buenos días, Vietnam!
Ha pasado una semana ya y yo aún no me quito la sorpresa de la cara, la conmoción del pecho y un atisbo de tristeza de la mirada. Me he tomado estos siete días para recapacitar la idea y animarme a hacer mi propio pequeño homenaje a esa figura del cine que dejó de brillar el lunes pasado. Su carrera le hace merecedor de, al menos, una mención por mi parte.
Pero, ¿qué puedo decir que no se haya dicho ya de Robin Williams? 'Pobrecito'. 'Qué cobarde'. 'Ya le vale'. 'Fue uno de los grandes'... He leído y escuchado de todo. Ese actor del que yo me pensaba que seguiría sorprendiéndonos por unos cuantos años más, porque crecí con sus películas, física como psicológicamente. Adoraba todas sus expresiones, las cómicas y las melancólicas, y siempre me sacaba la sonrisa en algún punto de su largometraje. En muchos, en más de una ocasión. Daban ganas de achucharlo por muy malvado que fuese. Ese hombre de las mil caras que lo dio todo por una sonrisa. Un actorazo que daba por sentado que seguiría brillando, que seguiría obsequiándonos con sus muecas. Aún le quedaba mucho que ofrecer. Yo no voy a juzgarle por lo que hizo, sus razones tendría, y tal desesperación me llega a abrumar, a veces, porque me recuerda que hasta la más alta, agradable y -en apariencia- feliz de las estrellas, es frágil como cualquiera de los anónimos que pasean por la Tierra todos los días.
Yo estaba enamorada de ese hombre. Vale, llamadme exagerada, si queréis, pero sus películas me han acompañado toda mi vida y, ¿quién no ha tenido a un amor platónico en un personaje de una serie, película o en el mismo intérprete? Ah, ¿verdad? No sé, supongo que era ese don de gentes, esa familiaridad, esa simpatía o mismamente, lo expresivo que era. Yo quiero un hombre con un humor así en mi vida. Todo el mundo lo necesita. Y él lo fue para muchos de nosotros durante toda su carrera. Luchó por las sonrisas de los demás, pero no por la suya. No sé qué motivos le llevaron a tomar la decisión de terminar así. Y puede que haya muchísima gente que lo 'castigue' por ello, pero yo no. Castigarle, criticarlo o tacharlo por cobarde no nos lo va a devolver. Era un gran intérprete pero también era un hombre quebradizo como cualquiera de nosotros. Tuvo problemas que superó y otros que no pudo ni plantearse el bordearlos. No por eso desmerece mérito, porque seguirá sacando sonrisas, la mía al menos, cada vez que vea una película en la que él participó.
Se ha ido un hombre que, entre muchas cosas, fue un niño. Un marido. Un padre. Peter pan. Un locutor de radio en Vietnam. Un médico. Un científico chiflado. Un asesino. Un profesor revolucionario en una escuela conservadora. Una mujer. Un alma en el paraiso. Un robot bicentenario. Un genio azul perfecto. Un ganador del tan codiciado Oscar. Y siempre será una magnífica historia de una sonrisa que se apagó antes de tiempo. Una leyenda.
Hasta siempre, oh, capitán. Mi capitán.
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Un saludo desde la entrada de mi cueva
En realidad, ni sé cómo empezar a escribir esto. Supongo que es mejor dejarme llevar por mis caóticos pensamientos que, curiosamente, tienden a ordenarse en el instante antes de ser plasmados en el teclado y aquí, consecuentemente.
Antes de nada, considero oportuno una pequeña disculpa por prometer algo a ese grupito de gente que me lee que no he llegado a cumplir: mantener esto más activo. Podría excusarme diciendo que han sido unos meses duros, que he tenido mucho trabajo o falta de tiempo, pero no estaría siendo del todo sincera que, después de todo, es lo que vengo a ser aquí, ¿no?
El caso es que, por decisiones propias -e impropias- que se toman en la vida, la que correspondía a este blog me llevó a aparcarlo indefinidamente. No es que me olvidase por completo de él, porque algo publiqué, pero puedo asegurar que según estaba en algún que otro sitio, de un golpe al teclado del móvil plasmaba en el bloc de notas de éste, entradas inacabadas de experiencias, situaciones, sentimientos o reflexiones. Andan por ahí, no están perdidas, sólo están sin pulir, sólo son una tormenta de pensamientos a ordenar y espero que con el tiempo -y a destiempo- poder compartirlas con los que aún seguís al pie del cañón preguntándoos cuando me quitaré la pereza de encima y me decida a escribir de una buena vez. Mi intención con esto es darme el pistoletazo de salida del estado de hibernación en el que he estado, y sin prometer entradas diarias, proponerme tener esto algo más al día de lo que ha estado en los últimos meses.
Sin más palabrería, animaros a seguir pendientes -ya sé, ya sé, si lo habéis estado hasta ahora es poco probable que cambiéis de parecer justo ahora- y recordaros que si tenéis alguna sugerencia o duda podéis poneros en contacto conmigo cuando queráis (:
¡Nos leemos!
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Simplemente, a ti.
Podía haber titulado esta entrada como 'carta a una madre' pero no terminaba de gustarme porque no es a una madre de cualquier otra hija, es a mi madre. Sí, a ti, mamá, el apoyo más incondicional e insustituible que podré tener en esta vida.
Y hoy por ser tu día mundialmente reconocido, donde todo el mundo cubre de flores, bombones, regalos y utensilios de cocina a sus madres, yo te dedico estas líneas cargadas de cariño y que seguramente te acaben emocionando al leerlas tanto como a mí escribirlas.
Ni sé por dónde empezar. Las palabras se me escapan de entre los dedos antes de que pueda registrarlas, siquiera. Son tantas las cosas que te debo... aunque tú me digas que no, que es lo que haría una madre por su hija. Sea cierto o no -porque cada una es como es-, yo no puedo considerarme más afortunada por tenerte a ti,como madre. Porque para mí no hay persona más importante en mi vida. Por muchos amigos, amigas, parejas o más familiares que tenga.
Ambas sabemos que he tenido mis pataletas, y hemos tenido broncas de las gordas, y hasta en alguna ocasión dije palabras que fueron filosas dagas para ti, pero tú siempre has seguido ahí. Al pie del cañón. Porque esa tozudez de madre no te la quitará nadie. Aunque siempre estuviste limitada, porque yo elegí crecer como persona lejos de tu abrigo, lanzarme a la piscina y exponerme al mundo como si nadie pudiese hacerme daño -que lo hicieron, tú lo sabes-, y lo que más puedo valorar ahora mismo es que, siempre me animaste a seguir, a cumplir aquellos sueños que pudiese tener, aunque eso implicase alejarme más de tu lado. Porque antepusiste mis sueños a tus deseos. Me permitiste crecer como persona, disfrutando de mis logros y sufriendo con mis derrotas. Y aún sigues, aunque ahora esté en un kitkat de mi vida y me tengas en casa. Y seguirás haciéndolo, porque te nace hacerlo. Ojalá llegue yo a ser tan entregada como madre como tú lo eres con nosotros tres (con alguna que otra modificación cofcof pero pequeñiiita, pequeñiiita).
Nunca te creíste perfecta pero para mí siempre lo fuiste. Te quiero muchísimo, mamá.
Sé que, dada la carga emocional que puedan tener mis palabras, quizás te quedes con ganas de más. Te diré lo que me dijeron una vez a mí: la cantidad no siempre es igual a la calidad. O, si lo prefieres, lo bueno si breve, dos veces bueno. Así que, Si necesitas algo más, estaré a menos de cinco metros, sentada en el sofá, dispuesta a culminar todo esto con un abrazo.
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Verás, sigo tu blog desde hace bastante tiempo, desde navidades más o menos, y me gustaría hacerte saber, que sería genial que volvieras. Tu manera de ver las cosas es tan única y especial, que siempre me ha cautivado con tus palabras. Espero que leas este mensaje en algún momento, y consideres mi petición. Mucho ánimo. -Nerea.
Muchísimas gracias por tus palabras, Nerea. Es muy agradable saber que te gusta lo que escribo :) Tengo la buena noticia de que estoy intentando volver a escribir en el blog. Últimamente, he tenido demasiados cambios en mi vida personal que me quitaban, aparte de tiempo, la inspiración necesaria para escribir más de dos líneas seguidas en una reflexión. Ahora ya tengo una razón más para ponerme con más ahínco en ese intento ;) ¡Saludos!
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No levantes la voz, mejora tu argumento
Desmond Tutu
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.Mi regalo de Navidades.
Bueno, habiendo terminado y haciendo recuento de estas dulces y tradicionales vacaciones rodeada por los míos, podría hacer retrospectiva del año que cerramos -sigo estando a tiempo- pero creo que no estoy preparada para remover esa tierra. Aún no está en el punto de fertilidad idóneo para plantar nuevas metas... Tiene que barbechar un poco más.
Sin embargo, vengo toda ilusionada por ese regalo -también tradicional- de estas fechas y que vengo disfrutando desde entonces: una tablet. Pero no, no es la que te acaba de venir a la cabeza con bordes blancos, pantalla de 7 ó 10 -o más- pulgadas y que al simple desliz de la yema de tus dedos, obedece tus deseos.
No, esta tablet es muchísimo más especial... y distinta. Con una vida útil mucho mayor que las que ahora no paran de venderse y que, además, no acepta devolución alguna. Diría que en esta vida es hasta indispensable tener una de ellas: sin detector de wifi incorporada, aunque sepa perfectamente donde te encuentras siempre. Una tablet donde no puedas leer libros pero que tiene mil y una historias que contarte o, incluso, te lea libros a petición, eso depende de cuánto la cuides. Una tablet con la que no puedas hacer fotos de 8 megapíxeles, pero te haga recordar todos esos momentos que vives con ella. Una tablet que no tiene juegos de pago y los que tiene en su haber son mucho más interactivos, antiguos y entretenidos, además de gratuitos. Una tablet de procesador lento a veces o que se bloquea, que le encanta estar en standby, pero que si recurres a ella, se enciende y se entrega al 200%. Una tablet personalizada de fabrica, única, que tiene las prestaciones de saber escuchar, aconsejar, sonreír y la más importante y complicada de encontrar: hacerte sonreír a ti.
Aunque no te lo creas, a pesar de su rareza, es muy fácil encontrarse con una. Sólo hay que mirar un poco más allá de los intereses de uno mísmo y darse cuenta de una realidad indiscutible: cada persona que hay en tu vida puede ser la tablet más especial. Cada madre, cada herman@, cada padre, cada tí@, cada compañer@ de colegio, de universidad, cada persona que conozcas mañana o que hayas conocido ayer.
Eso sí que es un regalo estrella.
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Tradiciones, tradiciones
El otro día, mi hermana publicó un vídeo en mi muro del caralibro que, por empatía, tuve que dejar de ver a mitad. Y aún estoy aunando fuerzas para poder seguir viéndolo.
Trata sobre dos chavales que, como yo, han salido 'con lo puesto' a seguir la moda de emigrar de tu propio país. Un país estancado, lleno de corruptos que se aprovechan públicamente, de protestas silenciosas, de trabajadores sufriendo cada vez más opresión, de una democracia pasiva, de una dictadura extraoficial en toda regla. Una bomba de relojería, vamos. Pero bueno, esa es otra historia. Como nos obsequió Paco Umbral con la más conocida de sus frases: 'Yo he venido aquí a hablar de mi libro'. Grande, permíteme parafrasearte y una pequeña libertad para cambiar tus páginas por unos cuantos fotogramas. El vídeo en cuestión, es su viaje de vuelta a casa, con sus horas de avión y bus, con la emotiva sorpresa a sus familias pero también, con su amarga despedida un tiempo después. Y ahí, es donde tuve que pulsar para pausar. Al final, acabé saltándome esa segunda mitad. Que no quería ver por ser parte del resumen de mi vida. Esos minutos agónicos en los que aguantas las lágrimas porque abandonas el hogar y a tu familia. Todo aquello con lo que creciste. Y te sientes inseguro por un momento, flaqueas, preguntándote a veces si merece la pena. Eso ya es decisión de cada uno. El apoyo de esas personas que dejas atrás y a las que nunca evitarás volver, es incondicional. Y unos pocos días con ellos, te recarga internamente de valor, de coraje, para seguir y romper con lo que sea necesario.
Pero, ¡llega diciembre! ¡Llega la nieve! ¡Y el frío -dito frío-! ¡Y las luces! Y no cabes en ti de alegría porque puedes volver a ese lugar que siempre será tu casa. Y empieza otra cuenta atrás, como siempre pasa cuando tienes un papelillo que reza 'Destino: Madrid (Terminal 1)'. Una miniescala para llegar a esa puerta blanca -sí, la puerta de la casa de mis padres es blanca- que te sonríe figuradamente, dándote la enésima bienvenida. Llegan esos días de vacaciones merecidas. De romper con tu rutina extranjera. De emocionarte al escuchar español por todos lados. De darte cuenta de lo ruidosos que se han vuelto todos mientras tú no estabas o... Espera, ¿cambiaron todos a la vez? o_o Y sí, hasta preguntarte si los barbudos reyes o el papá por excelencia se seguirán acordando de ti. Y te paras a pensar en los detalles que quieres tener tú con los tuyos. Y tampoco puedes evitar dedicarles el más sonoro bofetón -como mínimo- a todos esos personajes que con sus medidas públicas, regaron ese pensamiento de buscar algo mejor fuera del país, hasta que germinó, haciéndote tomar una de las decisiones más importantes de tu vida. Pero hasta ellos ¿se merecen? un respiro. Porque sí, llegó el tiempo de los villancicos, el aguinaldo, las uvas y la remolacha cocida en casa de mi abuela.
Y yo, señores, como el turrón y a mucha honra, vuelvo a casa por Navidad.
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Y, ¿por qué?
Es curioso darse cuenta de que después de ¿cuántas? ¿5 entradas? Aún no haya dicho mi malévolo propósito escondido en cascadas de nostálgicas palabras que llevo escribiendo por aquí desde hace unas semanas.
Lo lógico es preguntarse -o preguntarme, en todo caso- por qué lo hago. Por haber, hay infinidad de razones, como, por ejemplo:
¿Busco que el mundo me escuche? Carcajada asegurada. Nah, no es mi fuerte mover masas. Sobre todo, si no dispongo de mi propia cadena de televisión para poder llegar a cada casa y mostrar una distorsionada realidad. No vengo a quejarme de la situación de mi país. O del país en el que estoy. Aunque, alguna vez puede que no pueda evitarlo.
¿Busco desahogarme? Me parece una razón más plausible. Pero mi consuelo viene de mi propia vida, de mi pequeña bola de problemas, de cada día que hago retrospectiva e intento sacar algo positivo - que siempre lo hay-, de todo lo que puedo guardar entre pecho y espalda, y que tengo que exteriorizar de alguna forma. A algunos -muchos- les da por beber hasta el agua de los jarrones cada fin de semana, a otros por hacer deporte... Yo diré en mi defensa -aunque sé que no es válida en absoluto- que para hacer esto último, hace frío. De la primera opción paso olímpicamente. Así que, yo vengo y escribo. Libre es aquel que quiera leerlo. Eso seguro.
¿Acaso me gusta escribir? No, gustarme no. Me encanta. Y ya que material para un libro no tengo, ni imaginación para montarme alguna chaladura fantástica, romántica y/o ficticia que atraiga al público y me haga ser la próxima best-seller y consecuente millonaria de la década -por soñar...- soy más que feliz con este huequecito donde escribir mis paranoias y que me lea quien quiera sin ningún compromiso.
Hm, en realidad, aparte de esos ejemplos y de tantos más que me dejo, ¿hace falta una gran razón para ello? Pues bien, para los inconformistas, ahí va... Porque quiero.
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~Memorias de Octubre~
Hoy, por ser hoy, decido abrir mi diario de viajes que hace un mes me llevaron al hogar. A mi origen. A mi tierruca. Y en esas pocas páginas que no están en blanco pude leer lo siguiente:
Estoy en casa. Sólo una semana. Unas pequeñas vacaciones. Acompañada de la melodía aleatoria de las olas del frío atlántico mientras cubren mis maltrechos pies, extenuados por el duro clima de las montañas y el estrés laboral. Las gaviotas, contentas de volver a verme, revolotean con su cantar a mi alrededor, dándome la bienvenida. 'Estás en casa' me dicen. Sonrío. Estoy en casa, repito en un susurro.
Cuanto me hacía falta todo esto. La playa, la tranquilidad, la falta de rutina. Siete días para hacer lo que quiera, reencontrándome con todo lo que he sido durante diez años de mi vida. Cuanto echaba esto de menos. Mi vida de estudiante, un tercio de lo que soy, mi tierra. Esa que me vio crecer como persona en muchos aspectos mientras yo estudiaba. Que ha disfrutado de mis logros y compartido mis pequeñas derrotas. Alentándome con una discreción y una sutileza que, para el actual y frenético ritmo de vida que llevamos, muy pocos son los que se dan cuenta de esa voz escondida. Sabiduría natural oculta en cada ola de la playa del Sardinero, murmurando una nana increíblemente apaciguadora y renovando mis fuerzas para un segundo asalto. Un tercero. Un cuarto. Toda una vida de intentos. Porque, ¿qué es la vida si no un camino lleno de piedras con las que lidiar y a las que superar? Porque este pequeño rincón del planeta me enseñó curiosamente a disfrutar de esas pequeñas cosas que la naturaleza te ofrece para ayudarte en el camino.
¿Te detendrías tú a escucharla?
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Todo es difícil, hasta que se logra. Todo da miedo, hasta que se conoce. Todo importa poco, hasta que se pierde.
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Mi día iba bien. Iba, pasado simple. Hasta que me topé con Emeli Sandé y su ‘My kind of love’. De estas canciones que tienen ese noséqué, que te llegan, que hacen clic con algo que traes en lo más profundo de tu ser, por el ritmo, el timbre de la voz o la letra, y despiertan a esa niña interior, asustada y desamparada, que jurarías haber enterrado conforme pasaban los años. Y te derrumbas al instante. Porque, de repente, tienes 7 años, estás sola en un piso que no conoces, en una ciudad que no es la tuya y buscas con la mirada, desesperada, algo familiar. Cualquier atisbo que te conecte con tu infancia. Que te tranquilice. Que te devuelva la calma. Una foto. Un peluche. A tus hermanos. A tus padres. Pero no hay nada. Porque tomaste la decisión de labrarte un futuro lejos de todo lo que conocías. Incluso en un país cuya lengua no sabías. No de niña, al menos. Y entonces, echas de menos todo. Tu casa, esa cama que te recibía cada noche mientras ibas al colegio, ese juguete favorito que ya ni sabes donde está, a la pesada de tu hermana que quería todo aquello que fuese tuyo, el bigote de tu padre y como se hinchaba cuando se disgustaba o la sonrisa de tu madre, a la que inesperadamente echas en falta por encima de todo.
Al final, lo único a lo que puedes aferrarte es a esa persona que ahora eres, 20 años mayor que tú: tú yo adulta. Esa que se ha estado buscando la vida tanto tiempo que ya no la reconoces como tú misma. Y la frenas como puedes, para tirarle de la manga, y recordarla que sigues ahí. Viva. Quizás no de un modo evidente pero latente de alguna manera. Que estás ahí. Que te sientes desamparada y que ella es la única que puede ayudarte. Que puede consolarte.
Y es entonces, cuando ella se agacha a tu altura, te sonríe y deja que la abraces, disculpándose por haberte descuidado. La sonrisa aflora en la comisura de tus infantiles labios, la tranquilidad vuelve a tu pecho y es entonces cuando abres los ojos y vuelves a ser mayor, a estar sola, en el mismo sitio. No te has movido. Nada ha cambiado. ¿O quizás sí?
Estás tranquila. Sonríes. Y en tu mente aún late la imagen de una niña que te saluda con la mano, risueña. Una pequeña que conoces muy bien. Que vivió contigo mucho tiempo. Y que está contenta por haberte visto de nuevo. Feliz y satisfecha de ese abrazo que te ha dado instantes antes de volver a desaparecer en el inmenso espacio de tu mente, en el que hacía años que se había perdido.
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Tal día como hoy hace un año decidiste dormirte para no despertar más. Una siesta eterna que te separó de nosotros, privándonos de tu sonrisa. Del sonido de tu voz. De tu risa. De esa hastiada mirada, llena de dificultades superadas, de vivencias, de lecciones de una vida plena, trabajadora, conformista y anónima que te tocó vivir y que, pese a todo, era capaz de transmitir todo el cariño y calor para hacernos sentir en casa cuando estabas a nuestro lado. Otra vida humana que se apagó en este mundo.
Te fuiste. Y a día de hoy aún me cuesta admitir que ya no estás con nosotros. Conmigo. No pensé que pudieras faltarme tanto. Y seguirás haciéndolo el resto de mi vida. Ojalá pudiese asegurarme de que me escuchas decirte que sigues presente en mi rutina, de algún modo. Alguna de tus frases hechas que pronuncie, algún recuerdo vívido de tu persona que cruce mi mente, alguna lección que aprendí contigo que me ayude. Cualquier cosa en realidad.
Siempre escuché que las personas siguen vivas mientras se las recuerde. Pero no llegue a entenderlo hasta que tú ya no estabas. Y, por mi parte, vivirás todos los días que a mí me queden. Hasta que yo tampoco pueda acordarme de ti.
Quizás no pude demostrarte en vida cuanto me importabas. E igual, para muchos, este pequeño homenaje que te hago hoy, les parezca una chorrada, porque tú ya no puedes leerlo. Ya no puedes consolarme como antaño, como cuando me tendías la mano al caerme de pequeña. Ya no puedes volver a sonreírme y decirme que pronto pasará. Porque ya no estás. Puede que tengan razón. Puede que no. Pero no me importa. Yo te sigo sintiendo conmigo y sólo quería hacerte saber que, donde quiera que estés, te echo de menos, abuela.
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Todo tiene un comienzo
El sonido madrugador de las aves al alba me devuelve la consciencia. Decido abrir los ojos entonces, despacio, tomándome mi tiempo, recreándome en esta mañana de sábado que tendría por delante. Sin madrugones. Sin desayunos apresurados. Sin prisa alguna. Con apenas una tímida brizna de luz colándose por la ventana, vislumbro las líneas de tu cara, tu mandíbula relajada, escuchando tu respiración pausada, que desvela esa fase de inconsciencia en la que estás. Aún duermes, ofreciéndome la oportunidad de observarte en silencio, sin más miradas que la mía sobre tus facciones. Sin más palabras que las que se quemaban en mi garganta al darme cuenta de lo exiguas que se quedan para describir la imagen que tengo delante. Es como rozar el cielo con las yemas de mis dedos. Aún sin saberlo eres capaz de hacerme sentir que soy capaz de todo. De llevarme tan alto. De sentirme tan grande y tan pequeña al mismo tiempo.
Contemplar en la mortecina oscuridad esos ojos que, abiertos me ciegan con su luz cándida que me abraza al devolverte la mirada. Esa sonrisa oculta que al desperezarse me hace flaquear, me vuelve débil, lo justo para que puedas protegerme con tus brazos. Tu cuerpo, moviéndose al sereno vaivén de tu respiración, extendiendo tu adictivo aroma a tu alrededor, transportándome un poco más alto de lo que está permitido en este mundo. Todo un edén terrenal al alcance de mi mano. Ayer. Hoy. Mañana. Toda una vida.
Retengo con esfuerzo mi mano, presurosa por acariciarte mientras duermes, queriendo asegurarse que eres real. Que no estoy soñando. Pero no quiero despertarte. No. Quiero guardarme este momento para mí. Ser egoísta y admirar mi cielo particular una vez más.
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