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Bianca Mera
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Seminario-taller de escritura a través de proyectos
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seminariotallerescritura · 7 years ago
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Ensayo - Máquina de escribir
Oda a la tradición  
Cuidado con las computadoras. Todo se ve tan prolijo que parece estar bien escrito.
—Abelardo Castillo
Sumergidas en la inexorable oscuridad de la obsolescencia, hoy en día son consideradas “una antigüedad” o “una reliquia familiar”. Por este motivo, suelen encontrarse en mercados de pulgas, museos, en la casa de coleccionistas, abuelos y jóvenes cool que las usan de decoración. A pesar de que han sido indispensables desde finales del siglo XIX y casi todo el siglo XX para cualquier actividad que requiriera escribir, en la actualidad, estos objetos suelen estar cubiertos por el polvo del desuso, el doloroso polvo del olvido.
La máquina de escribir fue inventada en 1868 por el editor Christopher Latham Sholes. El invento fue patentado dos años después e incluyó al teclado QWERTY, que aún hoy utilizamos en nuestros celulares y computadoras. En 1873 salió la primera máquina al mercado, montada sobre el modelo de una máquina de coser. No es casualidad que las palabras se hilvanen entre sí como aguja e hilo. Sin embargo, no fueron los escritores los primeros grandes usuarios de las máquinas de escribir sino los oficinistas. El romance con la literatura fue posterior.
El arte mecanicista de hilvanar palabras
Para la mayoría de los escritores, la introducción de un intermediario que impidiera el contacto directo con el papel era sinónimo de frialdad y lejanía. Escribir a través de una máquina ruidosa y pesada no estaba asociado a la evolución sino al retroceso, al mecanicismo indiferente y antinatural. Sin embargo, uno a uno, los artistas se fueron lanzando a la aventura tecnológica.
Escritores, periodistas, dramaturgos y cineastas cedieron ante la maquinaria rítmica que les permitía escribir de forma más rápida e eficiente. Pero no era solo la velocidad adquirida lo que les atraía de la máquina de escribir. Alrededor de ella se ha ido construyendo un universo simbólico asociado a la pureza y a lo genuino. Escribir en una máquina de escribir, para muchos, significa vivenciar un momento aurático. La mayoría ha descrito la experiencia como un trance, musicalizado por el sonido hipnótico de las teclas. Detrás del velo místico que esconden estas declaraciones, lo que sí podemos afirmar es que, sin lugar a dudas, dichas máquinas han dado como resultado muchas de las grandes obras de la literatura universal.
Uno de los principales factores que contribuyen a generar una experiencia tan inmersiva y presencial es, como ya se ha mencionado, la musicalidad de las teclas. Como el pulso de una melodía o la base de un rap, el constante martilleo de los dedos contra las teclas produce un sonido relajante que nos recuerda en todo momento que estamos allí, escribiendo en ese preciso instante. De hecho, el sonido característico de las máquinas de escribir es tan placentero que se han grabado canciones que las utilizan como instrumento musical. Las máquinas han sido incluidas en prestigiosas orquestas sinfónicas, bandas de jazz e, incluso, existe una banda llamada The Typewriter Orchestra que hace canciones exclusivamente utilizando máquinas de escribir.
A su vez, como argumento a favor de su poder inmersivo, podemos afirmar que Tom Hanks, el famoso actor televisivo, ha lanzado una aplicación para dispositivos móviles que le permite a los usuarios recrear la experiencia de tipear con una antigua máquina de escribir, y ha sido un éxito rotundo. La aplicación intenta mezclar lo mejor de dos mundos: el estilo retro y el clásico sonido al presionar las teclas con todas las ventajas que genera escribir en los dispositivos actuales; la posibilidad de borrar, activar el autocorrector, enviar el documento por email o imprimirlo. En pocos días, se convirtió en una de las aplicaciones más descargadas en la tienda de Apple.
Estamos efectivamente vivenciando el resurgimiento de la materialidad, la revalorización de la labor manual. Como el regreso del tocadiscos y de la fotografía analógica, la máquina de escribir está experimentando su resurrección (aunque en realidad nunca se fueron, pero se están popularizado más allá de los coleccionistas). Esta postura, validada por el famoso axioma de que “todo pasado fue mejor” y el bálsamo tibio de la nostalgia, aumenta su número de simpatizantes conforme pasan los días.
De hecho, Don DeLillo, célebre escritor norteamericano, reconoce necesitar la vieja y confiable máquina de escribir: “Necesito el ruido de las teclas, de las teclas de la máquina de escribir manual. La materialidad de un tecleo tiene un peso, es como si usara martillos para esculpir las páginas. Es como si labrara el mármol, solo que mis trabajos son bidimensionales: me gusta ver las palabras y las frases cuando van tomando forma”. La musicalidad y el peso físico parecieran ser ingredientes imprescindibles en la elaboración de una buena obra, que se han perdido con el advenimiento de la tecnología.
En relación con el peso del objeto, muchos son los que se preguntan si se podrían escribir obras maestras con la contundencia que poseen aquellas creadas en las máquinas de escribir (como Pedro Páramo, Rayuela o el guión de la película Citizen Kane) en las delgadas y volátiles computadoras que se utilizan hoy en día. La diferencia entre una y otra supera los diez kilogramos. Existe una creencia que el peso físico contribuye a consolidar el peso simbólico del texto resultante. Se ha revalorizado la labor técnica que implica hundir los dedos en el metal y tomar consciencia de cada una de las teclas que se presiona. Análogo a un artesano, el escritor labra su obra golpe a golpe, error a error, en pleno ritual aurático.
La influencia del soporte
¿Podríamos deducir, entonces, que el soporte efectivamente influye en la forma en la que uno escribe? Walter Benjamin, en su texto “La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica”, teorizó sobre la pérdida del aura. ¿Se podría decir que, en algún sentido, la obra literaria pierde su aura al ser escrita en un soporte tan lábil como la computadora? Las palabras son tan frágiles en la pantalla… Estas mismas, las de este ensayo, pesan, mientras escribo, menos que el aire: podrían borrarse de un zarpazo, desvanecerse, convertirse en una página en blanco, en nada.
Sin embargo, debemos reconocer que su carácter digital las hace, al mismo tiempo, más resistentes: en cuestión de segundos, es posible compartirlas a través de plataformas veloces y de gran alcance como las redes sociales. De hecho, salvo casos muy particulares (descuidos que desembocan en tragedias) ya no hay originales perdidos. En la actualidad, ya no es un problema que se coma la tarea el perro porque basta con imprimir otra copia para solucionarlo.
Sin embargo, una paradoja le da una vuelta de tuerca a esta historia y revela que los textos que mejor resisten el paso del tiempo son los impresos en soportes físicos. Las pinturas rupestres y la piedra de Rosetta son ejemplos de que los soportes materiales son los únicos posibles de ganar la batalla contra la obsolescencia programada, que ya se ha cobrado a los disquetes, los cassettes y, muy pronto, los DVDs.
Es evidente que las computadoras poseen numerosas ventajas frente a las máquinas de escribir. No es lo mismo escribir en una máquina pesada y tosca que hacerlo en una laptop conectada a internet con la ayuda de un procesador de textos. Sin embargo, las máquinas de escribir y la escritura manual son las únicas capaces de eliminar la levedad casi insoportable que producen las palabras escritas en la computadora. Las palabras, o mejor dicho, los píxeles en la pantalla pueden ser fácilmente seleccionados y eliminados con tan solo dos clicks. Dicha ligereza, me pregunto, ¿nos vuelve más perfeccionistas, más exigentes con nosotros mismos? ¿Borramos, ya que es tan fácil, una y otra vez lo que escribimos hasta dar con la palabra o la combinación perfecta? “Hay un problema con la computadora, y es que los dedos van demasiado rápido en el teclado”, opina el escritor argentino Martín Kohan. La velocidad, en este caso, implica pérdida de consciencia, pérdida de presentismo, pérdida irremediable del aura.  
Pedro Páramo 2.0
Toda nueva era tecnológica superpone o sustituye unos paradigmas por otros. Hoy en día, conviven distintos tipos de escritura: la manual (característica de los diarios íntimos), la de las máquinas de escribir (que se utilizan no solo por escritores tradicionalistas sino también, por ejemplo, por el gobierno ruso para proteger los secretos de estado) y la digital (la más extendida en la actualidad).
Si volvemos, a modo de conclusión, a hacer hincapié en el peso físico de la máquina de escribir para preguntarnos si las grandes obras de la literatura universal pudiesen efectivamente haber sido escritas en una MacBookAir, la respuesta seguramente sería no. Tomemos, por ejemplo, el caso de Juan Rulfo y su novela revolucionaria, Pedro Páramo (1955). Para poder escribir en una laptop, Rulfo tendría que haber nacido al menos medio siglo después de cuando lo hizo, y en ese caso tal vez ya no necesitara, o no quisiera, escribir esa novela. Quién sabe. Quizás, abrumado por los numerosos y constantes mensajes y “me gustas” que hubiese recibido de sus seguidores a través de las redes sociales por el éxito de su primer obra, El llano en llamas (1953), hubiese desistido. Posiblemente Juan Rulfo jamás hubiese escrito Pedro Páramo en otro soporte que no fuese la máquina de escribir, por ser precisamente dicho objeto el órgano que bombea las ideas maestras.  
Bibliografía:
Albarrán, Claudia, Cómo escriben los que escriben: la cocina del escritor, México, Fondo de Cultura Económica, 2011
Benjamin, Walter, “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, en Discursos interrumpidos I, Buenos Aires, Taurus, 1989
Sabato, Ernesto, El escritor y sus fantasmas, Buenos Aires, Seix Barral, 2006
Sitios web consultados:
https://elpais.com/diario/2010/07/17/babelia/1279325556_850215.html
http://lapiedradesisifo.com/2013/04/21/escritores-y-m%C3%A1quinas-de-escribir-historia-de-un-romance/
https://elpais.com/diario/1982/07/07/opinion/394840813_850215.html
https://www.letraslibres.com/mexico-espana/maquinas-escribir
https://www.clarin.com/sociedad/Dejan-fabricar-maquinas-escribir_0_H18KIwaivme.html
https://www.bbc.com/mundo/noticias/2013/07/130712_internaciona_rusia_espionaje_maquinas_escribir_nc
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seminariotallerescritura · 7 years ago
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Ficcionalización
El Sena, mi Cielo
Al principio, fueron solo sospechas. Y darse el lujo de sospechar ya era mucho decir. Se respiraba un aire de encierro, como si viviésemos dentro de un paréntesis. Escuchábamos que Maradona triunfaba mientras nosotros nos pudríamos. Ya ni siquiera era seguro jugar en la vereda. A Manuel, el hijo de la almacenera, lo habían encontrado jugando a la rayuela con una piedrita gris plata y pronto llegaron ellos, con las armas gris plomo. La piedrita gris quedó brillando sobre el número ocho, casualmente los años que tenía Manuel cuando se lo llevaron. A él y a toda su familia. No supimos nunca más nada.
Tierra.
Uno,
dos,
tres, cuatro,
cinco,
seis, siete,
ocho,
/gris plomo/
nueve,
Cielo.
Querido Manuel, ¿podrás algún día terminar tu juego?
¿Llegar al Cielo?
Yo no quería arrojar mi piedrita al cielo gris oscuro de Buenos Aires. Mi piedrita apuntaba a París: ese era mi Cielo. Ya no era seguro para nosotros, los cronopios, estar en esta ciudad. Los cronopios no nos llevamos bien con los famas militares, eso es asunto sabido.
Mi esposa, sin embargo, creía que teníamos que resistir, resistir por amor a la patria. Pero los cronopios no somos buenos para eso. Somos frágiles y flotantes, no servimos para aguantar. Mucho menos si lo que hay que aguantar es un capricho de los famas militares. Yo necesitaba irme; y eso no necesariamente implicaba «abandono» o «huida». ¿O sí? Sabía que no contaba con el apoyo de mi esposa, pero mis amigos cronopios escritores me repetían que era la única salida. Poco a poco, cada vez más, París se manifestaba como un refugio, como mi propia meca personal.  
Querido Manuel:
Mi supuesta «huida» de la Argentina me hizo vulnerable a un frecuente cuestionamiento por parte de los que se quedaron en la madre patria. ¿Qué significa «lealtad nacional»? Ya han pasado tres años desde que llegué a París y todavía veo a Buenos Aires en cada esquina, en cada adoquín. Aún escribo como si estuviese allá, ¿es que acaso no lo estoy? ¿Dónde estoy? Ay, Manuel, no hay fronteras infranqueables. Te escribo a vos porque, donde quiera que estés, sé que vos no me vas a juzgar.
Camino en paralelo al Sena y ruego que no te hayan arrojado a las aguas frías y malditas del Río de la Plata. Ruego, Manuel, que hayas llegado al Cielo. Te faltaban tan solo dos pasos para alcanzarlo, estabas tan cerca: nueve, diez, Cielo. ¿Cuál sería tu Cielo? ¿Mirar televisión sin límite horario?, ¿comer facturas todas las tardes?, ¿jugar una rayuela infinita? Solo espero que hayas llegado, que ahora mismo estés donde quieras estar. Que los crueles famas no te hayan arrebatado la chispa de juego que todo niño posee.
Por mi parte, no tuve otra opción que irme. Esa fue la forma que encontré para preservar mi chispa personal. Para sobrevivir. Estoy seguro de que, en mi lugar, vos también lo hubieses hecho. Creo que, en gran parte, elegí París porque es extremadamente parecida a mi amada Buenos Aires. Es como estar allá, pero con un vidrio antibalas de por medio. Solo espero que el vidrio no intercepte mi visión de la realidad. Aunque creo que eso es imposible. Pero los cronopios nos caracterizamos por eso, ¿verdad? Somos seres utópicos.
Lo que más extrañaba eran los amigos, los cronopios necesitamos compañía. No alcanza con la seguridad empírica, también hace falta un refugio emocional. ¿Dónde estaba el mío? Si ya no era de allá, pero tampoco de acá, ¿entonces qué? Mi endeble solución consistía en escuchar jazz y acariciar al gato. Me sentía tan solo como mi gato, acaso más porque yo lo sabía y él no.
Pasaba las horas vagando por las calles, buscando un incentivo para vivir un día más: me bastaba con el vuelo de un ave, el abrazo entre dos amigos, el dibujo de un artista callejero. Solía escribir muchas cartas, a veces incluso a personas que ya no existían en la misma dimensión que yo. O tal vez, justamente, estábamos en la misma; desligados del plano físico. Le escribía a Manuel, le escribía a Alejandra. Pensaba en que, por suerte, tan sabia como siempre supo ser, Alejandra no tuvo que presenciar las atrocidades del golpe. Suficientes impactos había recibido ya en su corta vida. Evitaba leer sus cartas, siempre moribundas, para mantenerme relativamente firme. Prefería, en cambio, escribirle nuevas explicándole cuánto la extrañaba.
No me interesaba pertenecer al boom latinoamericano. No quería saber nada con ningún boom, nada que tuviese que ver con estallidos. Mi guerra personal consistía en sobrevivir y, a fuerza de ello, escribía lo que fuera que mi cuerpo me pidiese. Me había convertido en mis propios personajes. Oliveira me observaba debajo de cada adoquín. Supongo que es cierto el axioma de que todo escrito es, en un punto, autobiográfico. No podía escapar de mi propia realidad. Aunque escribiese sobre mitología griega, estaba escribiendo también sobre mí, sobre Buenos Aires, sobre el golpe. Podía escuchar a Oliveira reírse de mi propia desgracia.
Pensaba en que, si había encontrado a Oliveira, quizás también tendría la oportunidad de cruzarme a la Maga. Al fin y al cabo, ella vivía en París. ¿Sería como yo la había imaginado? ¿Había sido resultado exclusivo de mi imaginación o es que alguna vez la había visto? A menudo confundía realidad con ficción. De haber vivido en otra época, seguramente me hubiesen tildado de loco y encerrado en un manicomio. Pero eran justamente los universos ficcionales entrelazados con la realidad los que convertían a este mundo en un sitio habitable. Ellos eran mi verdadero refugio.
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seminariotallerescritura · 7 years ago
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Ekphrasis
No se distingue al astro que genera tanta luz, no se explica de dónde sale tanta incandescencia sino de ellos. Como estrellas con luz propia, el hombre y la mujer parecen ser la fuente que irradia fulgor. De hecho, el brillo más intenso del cuadro, sin lugar a dudas, es el halo que los abraza por fuera de los límites de sus cuerpos. Como un nimbo, el destello celestial chorrea y baña al pasto con un rocío dorado que cae en forma de raíces. ¿Será por eso que las flores crecen tan sanas y fuertes, tan coloridas y diversas? Como si el beso fuese una explosión en la que confluye todo lo necesario: la savia, el amor, los nutrientes, el afecto.
Tampoco se distingue si es de día o de noche. Cielos como este solo suceden en un intervalo intergaláctico, en el espacio entre un latido y el siguiente. Sí se distinguen, en cambio, puntos más brillantes que otros en el cielo. Quizás el grado de luminosidad dependa de la cantidad de años de las estrellas. ¿Cuáles brillan más, las viejas, por su sabiduría, o las nuevas, por su juventud?
Rectángulos y círculos, que componen los mantos que hacen las veces de ropaje, señalan la diferencia entre el hombre y la mujer. Sus cabellos, ensortijados y llenos de flores, son un indicio de su profunda conexión con el entorno silvestre. La expresión del rostro de la mujer manifiesta una entrega absoluta. Como en la mayoría de las situaciones placenteras, la mujer cierra los ojos como acto reflejo, como respuesta al estímulo del beso. No parece ser la primera vez que se besan, parecieran saber los gustos del otro: la mano detrás del cuello, las dos manos sujetando su cara, rozando la espalda y su pelo. La elección de que sea un beso en la mejilla expande el horizonte de expectativas y no nos circunscribe a los términos normativos de pareja heterosexual. Hermanos, amantes, primos, compañeros, las posibilidades son infinitas. De lo que no hay dudas, en cambio, es del disfrute mutuo de los cuerpos, del entrelazamiento de chispas.
La pradera sobre la que están apoyados no ocupa toda la base. De hecho, termina abruptamente. Están al borde del precipicio. La planta del pie de ella, incluso, flota en el vacío. Besarse se parece a estar al borde de un precipicio de sensaciones. Anclada en los sentimientos y en el abrazo, ella parece disfrutar del vaivén entre la vida y la muerte, que está ahí, siempre expectante, al costado del camino, abrupta quizás. Es un segundo, un tropiezo y la caída podría ser fatal. Pero ¿sería realmente penoso caer en esa inmensidad infinita? Así deberíamos recibir a la muerte: como un lento tropiezo hacia el todo dorado.  
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seminariotallerescritura · 7 years ago
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Perfil Flavia Calise
Flavia se levanta con el maquillaje corrido. El vaso sobre su mesa de luz tiene la marca del labial rojo oscuro que usó ayer, al igual que la almohada. Sus manos con las uñas pintadas (de rojo, claro) son las primeras que toman contacto con sus pestañas rígidas y sus ojeras grisáceas. Ayer tuvo lugar uno de los ciclos de poesía organizados por ella, y las cosas no podrían haber salido mejor. Se levanta con resaca, pero con una sonrisa. Se siente satisfecha, acogida por la estela de luz que dejó la poesía de anoche. Prepara café en una cafetera moka que heredó de su abuelo paterno a la vez que recita versos sueltos que le quedaron adheridos al cuerpo desde ayer. En voz alta, con la boca bien abierta, repite incluso estrofas enteras. La poesía es contagiosa, piensa. A Flavia le encanta ver subir el café como por arte de magia, primero el olor y después ese sonido inconfundible de la burbujeante felicidad ascendente. Con una tostada, se sienta a mirar las fotos de ayer desde su celular. Sonríe mientras desliza el pulgar de derecha a izquierda sobre la pantalla, mientras observa la evolución de la noche.
Los ciclos organizados por Flavia, joven poeta argentina, contemplan hasta el más mínimo detalle. Desde la ambientación hasta regalos para los poetas invitados, a ella no se le escapa nada. El ciclo de ayer, ¿¡querés que llore?!, surgió porque le ofrecieron Espacio Qi, en Villa Crespo. Con el gen autogestivo en su interior, Flavia rápidamente le dió forma a una temática personal y expansiva al mismo tiempo. Decidió que el tópico sea el agua en todas sus formas: sangre, vino, mar, océano, etc. Por este motivo, el centro cultural se vistió de azul y rojo para la ocasión. Flavia, a su vez, en sintonía con la temática, usó un vestido azul marino, antiparras de buceo como vincha y glitter celeste en los pómulos. Como pez en el agua de la poesía, Flavia logró una vez más que su ciclo fuese perfecto tanto para los poetas invitados como para los espectadores. La atmósfera acuática embebió a los participantes y, sumergidos en la marea hipnótica, fueron conducidos por los flujos de los versos.
Como con el café a la mañana, ella vivencia los acontecimientos cotidianos con la inocencia de un niño. Su sentimiento preferido es el asombro, y contempla boquiabierta el vuelo de los pájaros, el cuerpo del vino tinto, los puestos de flores, entre otras cosas. Todos los meses con el pelo de un color distinto, Flavia se reinventa constantemente. De hecho, ha empezado y abandonado infinidad de actividades como boxeo, tejido, clases de italiano, de danza y de cocina crudivegana. Confiesa ser inconsistente y huidiza, pero, por alguna razón sobrenatural, nunca abandona la poesía. O, mejor dicho, la poesía nunca la abandona.
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seminariotallerescritura · 7 years ago
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Maqueta de la doble página en el suplemento LAS12 de Página12 de la entrevista a Flavia Calise. 
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seminariotallerescritura · 7 years ago
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Entrevista a Flavia Calise  en el suplemento LAS12 de Página12
El suplemento, que consta de 16 páginas, tiene una sección “Entrevista” en la que podría publicarse la entrevista realizada a Flavia. La estructura que propone la sección es una doble página completa con un encabezado en el cual se incluye el título y una breve introducción. El cuerpo de la entrevista tiene la estructura de pregunta-respuesta. Las entrevistas publicadas en dicha sección poseen, aproximadamente, 2000 palabras. 
Título La poesía como forma de vida
Introducción
LAS12 habló con Flavia Calise, poeta incipiente nacida en Florencio Varela y autora de Diario en carmesí (Letra viva, 2012), Las canciones que les gustan a los muertos (Dunken, 2015) y El incendio que hicimos en tu casa (Textos intrusos, 2018). La autora contó cómo es vivir la vida a través de la poesía, de qué manera utiliza distintos soportes para expandirla al límite y, además, dió su visión respecto a la edición independiente y al trabajo en conjunto sobre los textos. 
Cuerpo
En una entrevista reciente contaste que la pasión de tu papá por la música te acercó a la literatura. ¿Qué nos podés decir de la relación entre ellas? ¿Hay musicalidad en la poesía?
De chica le prestaba mucha atención a la letra de la música que escuchaba. Ese fue el primer indicio de que me iba a dedicar a la escritura. Ya de más grande vino el tema del ritmo. En la poesía, el ritmo lo encontrás cuando escribís, no antes. Sobre todo cuando empezás a leer en vivo y te das cuenta la importancia que tiene.  
Cuando escribís, ¿encontrás ese ritmo y esa musicalidad leyendo en voz alta?
Sí. Primero escribo, después, cuando creo que más o menos el texto está armado, es decir, que ya hay un esqueleto, lo empiezo a leer repetidas veces en voz alta. Luego intento leerlo delante de alguien que pueda darme una crítica y ser honesto. Hasta que no leés en voz alta no encontrás el verdadero ritmo, es ahí donde el poema cobra vida.
Sabemos que estás involucrada activamente con el movimiento feminista. ¿Cómo se refleja eso en tu escritura? ¿Creés en la poesía como una herramienta de acción política?  
La poesía es una expresión política. Lo entendí en el 2014, cuando empecé a organizar y asistir a ciclos. Si bien escribo desde chica, empecé a escribir poemas con mayor conciencia política en ese momento. No pude disociar lo que me sucedía a mí con la actualidad. Eran cosas que pasaban en la calle y que me pasaban a mí. Fue la época en la que el movimiento feminista se empezó a hacer visible, por suerte. Después me di cuenta de que también estaba bueno relajarse  –no a nivel político ni personal porque “lo personal es político”–, pero sí darle un poco de aire para que cuando se escriba sobre eso tenga el peso necesario. No creo que la poesía sea catarsis pura, es un trabajo.
Leímos que Rilke, Storni y Baudelaire fueron autores fundantes para vos. ¿Qué otros autores descubriste en el último tiempo?
Sí, esos fueron más el comienzo, cuando arranqué. Lo último que descubrí es Ana Cristina César, una poeta, ensayista y escritora brasileña. Me invitaron a organizar un evento en la Embajada de Brasil, era una comparación entre Alejandra Pizarnik y ella. La empecé a leer y me voló la cabeza. Es una poeta super rica y es como Alejandra, a la que siempre volvés. Como las canciones y los discos buenos a los que siempre volvés en algún momento por necesidad. Es cíclico.
¿Escribís y leés narrativa además de poesía?
No escribo narrativa. He intentado y me pareció un asco lo que hacía. En la facultad hice un taller de narrativa y, dentro de todo, me sentí bien haciéndolo, pero no tengo mucho interés. No digo que en un momento no lo haga. Leer sí, cuando era mas chica leía un montón de narrativa. Ahora también, pero no escribo.
Subtítulo Producir algo propio
Contanos un poco sobre los ciclos de poesía organizados por vos
Los ciclos me abrieron el camino a algo que no conocía, el de ser productora de algo propio. La Leyenda del Vampiro Floral empezó en 2015 porque en esa época empecé a ir a leer a otros ciclos y me di cuenta de que quería hacer algo propio: convocar a los poetas que me gustasen y crear un estilo propio. Al principio mezclé gente con estilos distintos de escritura y eso fue loquísimo porque las veces que sucedi��, quedó bien. Los poetas que venían no podían creer lo bien que salía todo. Siempre que hice el ciclo me fui muy contenta. La gente a la que invito es gente que me gusta. Alguna vez he invitado a poetas que no conocía en profundidad pero que por alguna razón quería que vayan y los quería conocer.
Algo que me interesa, sobre todo, es crear la ambientación, porque me fascina la estética. Esto puede verse ya en el nombre del ciclo. Quise hacer algo medio mostra, nocturno y contradictorio (vampiro-floral). En mis ciclos nunca falta un ramo de flores, soy fanática de las flores. Es importante crear una escena medio teatral. En los ciclos siempre hay una introducción donde yo leo algo que haya escrito puntualmente para ese encuentro.
Mi otro ciclo, ¿¡querés que llore?!, surgió porque me ofrecieron Espacio Qi, en Villa Crespo. En cuanto me puse a pensar, la primera temática que se me ocurrió es la del agua. Decidí que se llame ¿¡querés que llore?! y que el tópico sea el agua en todas sus formas: sangre, vino, mar, océano, etc. Quise hacer algo personal porque cuando hacés algo así es más fácil de producirlo porque le ponés más ganas.
¿Cómo te llevás con los ciclos que no organizás? ¿Te frustra cuando las cosas no son como vos querés?
Me encanta que los poetas que invito la pasen bien, que se sientan cómodos y que disfruten de haber ido. Por ejemplo, siempre les hago algún regalo, porque siento que están invirtiendo su tiempo y de algún modo les tengo que pagar su presencia y, como no cobro entrada, no les puedo pagar con dinero.
Lo que me pasó a partir de que yo empecé a producir los ciclos es que noto más desprolijidades que antes en las lecturas a las que voy. No me enoja ni juzgo a nadie, pero lo noto más. Pienso que si lo van a organizar más o menos, prefiero que no lo hagan. Porque siento que ahí sí a los poetas se los trata como si fuesen cualquier cosa. Son gente que estudia para eso o va a un taller y está hablando de cosas muy personales y si vos no le dás el lugar necesario, mejor no lo hagas. Yo no me pongo a juzgar, pero lo veo.
Subtítulo La mirada del otro
Has hecho videopoemas, fanzines, libros, recitales de poesía, publicás poemas en Instagram, ¿le das la misma importancia a todos los soportes?
No, para mí lo virtual y lo material no es lo mismo. Le doy otro valor porque en el medio hay bocha de laburo –sea mío o de otro– y eso lo valoro. Sí son importantes las redes, soy una descreída total de ese esnobismo que dice “¿por qué subís esto a Instagram?”, “el poema tiene que estar en ciertos lados”: yo no sé dónde tiene que estar el poema. Para mí lo importante es que esté. He leído cosas en las redes que me gustó leer, he descubierto autoras y autores, pero la publicación en papel es otra cosa. Sí, en lo instantáneo estás escribiendo pero no es laburo, no estás poniendo guita, no estás con un editor, es decir, no hay gente laburando en tus textos.
Cuando subís algo a Instagram que hayas escrito, ¿le tenés miedo al plagio? ¿tenés miedo que alguien robe tus poemas?
No, no me importa.
O sea, ¿estarías de acuerdo con las licencias Creative Commons?
En relación al plagio, si alguien quiere tomar un poema que escribí y decir que es de él, no me interesa, significa que le gusta lo que hago. Me interesa más que se difunda lo que escribo y que circule. Por otro lado, en relación con los derechos de autor, todos los que escribimos sabemos que nos estamos robando ideas todo el tiempo.
Tu segundo libro lo publicaste con una empresa de servicios editoriales, ¿por qué elegiste publicarlo ahí? ¿Qué opinas de la autoedición? ¿Creés que el vínculo autor-editor es enriquecedor?
Tenía muchas ganas de publicar y no tenía mucho criterio, no sabía que esa editorial publicaba todo lo que le paguen por publicar. Mis dos primeros libros los tuve que pagar, la mayoría de la gente paga para que la publiquen.
Si bien yo apoyo la autoedición, pienso que la relación con las editoriales es super necesaria por un montón de cuestiones. Es muy importante que haya un ida y vuelta y un laburo en conjunto entre autor-editor y, muchas veces, entre autores.
De eso te íbamos a preguntar. ¿Cómo fue la experiencia de trabajar tus textos en conjunto en el espacio de un taller?
Trabajar mis poemas en un taller fue lo mejor que pude haber hecho. Es fundamental en la poesía y en la literatura que haya un otro, una escucha, y también escuchar a otros. Una de las cosas esenciales del taller es que sea una vez por semana, porque colabora a que la escritura sea un ejercicio. Por otro lado, cada una, cuando leemos, tiene el texto de la otra y es posible ir haciendo correcciones; eso hace que en la clase se aprendan un montón de cosas que llevarían mucho tiempo más en forma solitaria. En el taller trabajé mi último libro; sin mis profes, el libro no hubiera sido el mismo.
¿Darías un taller vos?
Sí, pero no ahora porque siento que no tengo los conocimientos y no lo haría así nomás. No sé si será en un año o dentro de diez pero, cuando lo haga, lo voy a hacer segura. Y si la seguridad nunca llega, lo daré cuando tenga más herramientas, camino y experiencia.
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seminariotallerescritura · 7 years ago
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Escribiendo un autorretrato
¿Qué se necesita? 
Antes que nada, decir su nombre y apellido. 
En este punto, muchos aclaran que no les gusta y por qué no les gusta. 
Ya empiezan con las quejas. No saben lo que hacen. 
Después, hay que mencionar la edad
y esperar a que la gente se sorprenda para bien. 
No suele pasar. Los años rara vez coinciden con nuestro aspecto. 
Como mi altura de jardín de infantes y mi inexorable vejez. 
Inmediatamente, sin permitirles un escrutinio detallado de nuestras arrugas,
hay que mencionar nuestros logros. 
Si es que los hay. 
De no tenerlos, elabore una lista larga y confusa de su recorrido académico. 
Así parecerá que hizo muchas cosas y que es una persona perseverante. 
A la gente le encanta que se cumpla el axioma “querer es poder”. 
Si cambió muchas veces de carrera, como yo, refuerce la idea 
de que fue por exceso de curiosidades y no por falta de vocación. 
Recuerde que las carreras de humanidades
como Edición, Comunicación, Letras y Educación 
(todas las que alguna vez me interesaron)
suelen estar asociadas a la pobreza, la suciedad y la vagancia. 
Para evitar esa asociación, 
diga que realizó algún curso de marketing, photoshop o coaching. 
Las palabras en inglés siempre funcionan. 
Si no sabe inglés, ni siquiera lo intente. Está fuera de juego. 
Mencione también viajes al extranjero, en especial a Europa. 
Verá cómo la expresión de la gente cambia completamente al hacerlo. 
Europa es sinónimo de ilustración, cultura y selfies con la Mona Lisa. 
Otro factor fundamental en un autorretrato es parecer una buena persona. 
Esto es muy fácil de lograr, 
basta con incluir la palabra “voluntario”, “ONG” o, directamente, “África”. 
La pobreza está bien si es ajena a nosotros. 
Por último, haga hincapié en sus aptitudes personales. 
Es decir, mienta. A nadie le gusta trabajar en grupo, 
pero diga que sí. También mencione su gran capacidad creativa 
y, en especial, su aspiración por el crecimiento profesional. 
Los eufemismos nunca fallan. 
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