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ABIERTA LA VEDA DEL CONEJILLO DE INDIAS
Cada año la Administración nos provee a los de mi departamento de un conejillo de Indias para que hagamos con él lo que nos parezca: formarlo, no formarlo, o incluso deformarlo; a voluntad. Lo cierto es que a la Administración le preocupa poco lo que resulte de ese período de prácticas, más allá de mantener al conejillo entretenido y de paso cubrir el expediente.
Antes los especímenes solían ser poco menos que imberbes de mirada limpia, o casi vacía, según se mire por el lado del optimismo desmesurado o por el del cinismo recalcitrante. Pero de un tiempo a esta parte vengo notando que la edad aumenta hasta casi ofrecer canas, y sin embargo esa mirada suya sigue siendo la misma. Tal desajuste entre edad cronológica y peso específico la verdad es que asusta un poco y mueve, o debería, a reflexión. Pero claro, nos encontramos con el problema de que la Administración no ha instalado aún el buzón de sugerencias, y por otro lado una es madre, y no quisiera liarse a tiros con animalillos indefensos.
La variable que permanece bastante estable es el sexo de los ejemplares, mayormente hembras, que en mi gremio somos mayoría; será por aquello de nuestro superior dominio del lenguaje y de las técnicas de manipulación, puestos a malpensar.
No obstante para todo hay honrosas excepciones, y en esta ocasión a mí me han adjudicado dos, el niño y la niña, que os lo cuento por si os animáis a prepararme la canastilla. Y oye, yo no sé si no estaremos exagerando, que me siento esponja algo reseca, que no creo acumular tanto saber como para repartir a tantos. Pero amigo Sancho, con la Administración hemos topado.
El caso es que me enfrento a ello, una vez más, con un ánimo que fluctúa entre el “qué he hecho yo para merecer esto” y el “bravo muchachos, los del 56” (aunque en realidad soy cosecha del 68). Todo esto de los practicantes es una lata, y tal vez una pérdida de tiempo, pero mira, también es una obligación moral: la de intentar devolver lo que te ha sido dado. Porque hay verdades inapelables, como que a todo cerdo le llega su San Martín y que todos hemos sido el conejillo de Indias de alguien.
Hoy ha sido el primer día del niño Ramiro. Ha llegado más puntual que yo y peinado, que no es poco. Por lo pronto nos hemos pasado la mañana haciendo un tour por nuestras hermosas instalaciones y presentando un esquema de la función que desempeño, la que un día desempeñará él, si tiene la suerte que yo tuve. Y fue un acierto lo de hacerle un esquema, que Ramiro es algo inquieto. En el improbable caso de que la Administración me pregunte más adelante qué fue del conejillo que me adjudicó, creo que resaltaré en primer lugar su inquietud, que siempre podrá parecer que hablo de inquietud intelectual.
En fin, no hay más detalles por ahora. Seguiremos informando, o no. Pero ya os digo que esta relación promete, Ramiro y yo acabaremos tomándonos cariño.
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Siempre voy a las exposiciones con mi paragüitas rosa y mi foulard de pierrot.
Model in fashion shot with paintings (c.1943). Photograph by John Rawlings.
Standing model wearing black wool jersey dress, silk crepe harlequin stole, and pink parasol, in front of paintings by Marcel Vertès (French, 1895-1961), a costume designer and illustrator. He won two Academy Awards (Best Art Direction and Best Costume Design) for his work on the 1952 film Moulin Rouge.
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Miracle on 34th Street. Valentine Davies. New York: Harcourt, Brace and Company, 1947. Stated first edition. Original dust jacket.
“Faith is believing in things when common sense tells you not to,” he replied. “And you’ve just got too much common sense.” ― Valentine Davies, Miracle on 34th Street
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Yo no soy muy de esperar mirando ansiosa por la ventana, soy más de salir a la calle.
Woman in White at the Window (1907). H. Pasquier (French, active early 20th century). Pastel on paper.
The woman has been reading a book. Perhaps something outside has drawn her attention. She rises to look out the window while marking her place in the book with her fingers.
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Conozco a una.
Tragique Histoire d'Hamlet, Prince de Danemark (1899). Alphonse Mucha (Czech, 1860-1939). Poster. F. Champenois, Paris.
Sarah Bernhardt played the male hero in Shakespeare’s Hamlet. Mucha stresses Hamlet’s relationship with the ghost of his murdered father, whose figure looms in the background, stalking the ramparts of Elsinore. Hamlet’s obsession with death is emphasised by the inclusion of the drowned Ophelia in the poster who lies decorated with flowers, in the coffin-like panel at Hamlet’s feet.
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Model with sculpture (1952). Photograph by André Ostier-Heil.
Model is wearing a silk dress by Pierre Balmain for the summer 1952 collection. Known for sophistication and elegance, Balmain described the art of dressmaking as “the architecture of movement.”
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