Tumgik
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Juan Mezquite
“Otra vez solo por aquí, ¿eh?”, se dejó caer en el banquillo a un lado del hombre en la barra a quien le hablaba, ”¿Hasta cuando aprenderás? Me sorprende que no te hayas matado ya. A cómo están las cosas, es un milagro que sigas rondando estas calles. Bueno, creo que sólo tus cosas podrían estar peor.” Se podía escuchar como golpeaba su hombro derecho con la punta del dedo índice. Cada palabra que salía de su boca hacia él estaba a compañado de uno de esos golpecitos, un golpe, que aun pequeñito, lograba poner nerviosos a todos en el bar aquella calurosa tarde de agosto. El odio que aquél hombre dejaba caer en su dedo sobre el hombro de Juan Mezquite podía ser sentido por cualquier otro hombre que se encontrara presente. El pobre Juan se límitaba a sorber el último caballito que el cantinero le había permitido. Fue el trago más amargo y ahogado que ha hecho jamás. Se empinaba las últimas gotas de aquél tequila añejado. Apesar de ser el único bar en el pueblo, gozaba de cierta fama por los lícores que escondía en su viejo álmacen. Todos databan de un viejo tren que fue asaltado hace un par de décadas, y de alguna forma el pequeño negocio se las ha arreglado para no quedarse sin suministros de todos aquellos elixires.
Una vez vaciado su pequeño vaso de cristal, el hombre sentado a su derecha no dejaba de menear su cabeza de derecha a izquierda, en señal de total desapruebo, odio y vergüenza, todo eso y más, en una mirada que con cada meneo, cambiaba su significado a uno más decepcionante. Inmutado del a existencia de este hombre, Juan se levanta de su banquillo sobre la barra, buscando su cartera en alguno de sus bolsillos. Primero se revisó los bolsillos laterales del pantalón. Él sabía que no encontraría nada ahí, pero nada perdería con intentarlo, era optimista, aun en aquella deplorable situación. El siguiente bolsillo en revisar fue el bolsillo de su camisa de franela. Era a cuadros, color roja con lineas blancas. Camisa clásica en su estilo. Al parecer, hasta él había olvidado el contenido de aquél pequeño bolsillo. El hombre que estaba sentado junto pudo notar que se trataba de una fotografía, algo vieja y dañada por el  desgaste del tiempo y probablemente también por el pequeño espacio del bolsillo en la camisa de Mezquite, quien todo alcoholizado, con las barbas y los bigotes mojados, se tambaleaba hacia enfrente y hacia atrás, absorto, por un momento olvidó que aun estaba vivo. Si no hubiera sido por el ruido molesto del ventilador de techo que oscilaba dentro de su cabeza, jamás hacía espabilado. Dudó un momento si guardarse o no la fotografía tamaño infantil de la cuál había olvidado completamente su existencia. La guardó de nuevo y siguió en su búsqueda de la cartera. Se palpó con ambas manoslos bolsillos traseros de su pantalón, sonrió y se dijo estúpido a sí mismo una vez más en toda su vida. Vamos, era un error común que cualquier otra persona pudo haber cometido, pero para él, fue el colmo. Totalmente resignado, sacó su billetera, la abrió y empezó a contar los billetes a ver si tenía la cantidad necesaria. Hubo una vez sacado el dinero, pudo notar que el cantinero había retirado su copa y su botella, incluso había servido a nuevos clientes.
“La casa invita”, dijo éste, con su pequeño bigote italiano y con el seño fruncido, todo el tiempo evitando hacer contacto ojo a ojo con Mezquite, quien por su parte, sólo se limitó a dejar el dinero sobre la barra, fue entonces que dejó el bar.
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