Estas son las únicas fotos que tomé en Lima, su Plaza de Armas deLima, una de las más lindas que hay en Suramérica y por mucho la que más placer visual me ha generado, el sol resplandecía, las flores tenían colores irreales, y yo tenía un vestido que me hacía sentir especial, me sentía libre, pero eso tenía un precio, era el vacío.
Acepté esa visita dejándome llevar por el impulso, viajé 14 horas en bus (viernes), y la conversación que tuve con mi compañero de bus la última hora de recorrido fue más interesante, sin saber, que la de los dos días que conseguían.
Saludos y bienvenidas formales, conversaciones superficiales del clima, un abrazo fingido de la alegría que nos daba vernos, un debes estar agotada, pero un tenemos que aprovechar el tiempo como respuesta.
Con solo dos preguntas en Google ya teníamos nuestro itinerario programado.
No lleves la cámara, me han dicho que es inseguro, además no te deja disfrutar.
No lo dudé, amarré mi chaqueta de cuero a mi bolso, me puse labial. Tomamos Uber, fuimos a un parque donde había muchos gatos, en ese momento me sentí como ellos, libre. La siguiente parada fue asegurar nuestro cupo en un tour guiado, en bus de dos pisos y no sé cuantos lujos más, porque estoy acostumbrada a no prestar atención a los detalles que no me interesan. Aterricé cuando escuché la frase: Dos boletos por favor.
Estoy segura que lo miré y le dije con mis ojos, no tengo dinero para esto, él sonrió y me respondió a esa exclamación silenciosa, no te preocupes, no es un problema para mí.
Recorrimos calles, desde el segundo piso de un bus, pasé de cerca a muchos balcones, veía negocios caros y comunes, paredes de colores vivos, turistas por todas partes, recorrimos museos, sentimos el olor mágico y extraño a la vez de una biblioteca, cuyos libros no se abren hace mucho tiempo. Caminamos en medio de paredes viejas, las conversaciones cotidianas continuaban, ninguna trascendía, extrañé mi cámara, porque la arquitectura se veía maravillosa y la quería para mi colección.
Cayó la noche, todo se nubló, mi vestido ya no era suficiente para soportar el frio, regresamos.
Su actitud cambió un poco en un segundo, todo con mucha rapidez, se elevó, y por primera vez en Lima sentía que había conectado. Pero así como subió, bajó, y con la misma velocidad.
Quiero que te vayas hoy, prefiero estar solo.
El vacío ahora se sentía mayor, era profundo, oscuro, no me dejaba respirar bien. Mi tiquete de regreso era para el domingo en la noche.
Volvimos a conectar, sin máscaras, sin rodeos, problemas personales llegaron a la conversación, mi mente y yo repetíamos una y otra vez, no sé qué hacer. Caminaba en círculos, me interrumpe otra vez y me dice ¿Quieres comer?
Ahora mi color era blanco, lo vi con algo de paz, acepté, cenamos, de nuevo una conversación superficial, postre, no te preocupes yo pago.
Te puedes quedar esta noche conmigo.
El cuarto tenía dos camas grandes, cómodas, había un gran televisor, el escogió la que estaba frente a la ventana. No hablamos más.
6 am y la luz comenzaba a mostrarse en el cuarto, no dormí bien, me sentía incomoda en un lugar perfecto, el despertó y me pidió un abrazo, fui a él, sin palabra o remordimiento me abrazó, el silencio me hartó.
Me bañé, organicé mi maleta, la despedida fue rápida, varias gracias salieron con voz baja, no hubo respuesta.
Un día entero en Lima, era el día de la madre, hice las llamadas correspondientes, la respuesta siempre fue, estoy bien, Lima es hermoso, hoy voy a ir a algunos museos y parques, pero por dentro retumbaba silenciosamente.
Tomé el metro, estuve ahí por casi dos horas, no era la misma Lima que se veía en el bus de dos pisos, era gente real, con casas reales, con vidas reales. Gracias a Google ubiqué un centro comercial, era casi medio día, y como hace mucho tiempo no lo hacía, caminaba sin sentido cerca a la plazoleta de comidas, ubiqué una mesa desocupada, compré una hamburguesa horrible, tan simple como me sentía en ese momento.
Al lado estaba el cine, y una película de comedia barata comenzaba en 10 minutos, entré por primera vez sola a una sala, me di cuenta que no era la única, así que pude sentirme mínimamente orgullosa, pasó el día entre grasas y jugos de botella, regresé a mi terminal y volví a viajar 14 horas, que las sentí como más, nuevamente estuve lista para seguir mi rutina.
¿Qué pasó realmente ese fin de semana? ¿Qué quedó aparte de unas pocas historias en Instagram? Nada, no sirve de nada sentirse libre, si no estás conforme, si no estás en verdadera conexión, no sirve tener fotos donde solo sonríes para verte más agradable, no sirve una compañía falsa, no disfrutas verdaderamente si no tienes una verdadera alma que te acompañe.
Estas son las únicas fotos que tomé de la Plaza de Armas de Lima, una de las más lindas que hay en Suramérica y por mucho la que más placer visual me ha generado, el sol resplandecía, las flores tenían colores irreales, y yo tenía un vestido que me hacía sentir especial, me sentía libre, pero eso tenía un precio, era el vacío.
Acepté esa visita dejándome llevar por el impulso, viajé 14 horas en bus (viernes), y la conversación que tuve con mi compañero de bus la última hora de recorrido fue más interesante, sin saber, que la de los dos días que conseguían.
Saludos y bienvenidas formales, conversaciones superficiales del clima, un abrazo fingido de la alegría que nos daba vernos, un debes estar agotada, pero un tenemos que aprovechar el tiempo como respuesta.
Con solo dos preguntas en Google ya teníamos nuestro itinerario programado.
No lleves la cámara, me han dicho que es inseguro, además no te deja disfrutar.
No lo dude, amarré mi chaqueta de cuero a mi bolso, me puse labial. Tomamos Uber, fuimos a un parque donde había muchos gatos, en ese momento me sentí como ellos, libre. La siguiente parada fue asegurar nuestro cupo en un tour guiado, en bus de dos pisos y no sé cuantos lujos más, porque estoy acostumbrada a no prestar atención a los detalles que no me interesan. Aterricé cuando escuché la frase: Dos boletos por favor.
Estoy segura que lo miré y le dije con mis ojos, no tengo dinero para esto, él sonrió y me respondió a esa exclamación silenciosa, no te preocupes, no es un problema para mí.
Recorrimos calles, desde el segundo piso de un bus, pasé de cerca a muchos balcones, veía negocios caros y comunes, paredes de colores vivos, turistas por todas partes, recorrimos museos, sentimos el olor mágico y extraño a la vez de una biblioteca, cuyos libros no se abren hace mucho tiempo. Caminamos en medio de paredes viejas, las conversaciones cotidianas continuaban, ninguna trascendía, extrañé mi cámara, porque la arquitectura se veía maravillosa y la quería para mi colección.
Cayó la noche, todo se nubló, mi vestido ya no era suficiente para soportar el frio, regresamos.
Su actitud cambió un poco en un segundo, todo con mucha rapidez, se elevó, y por primera vez en Lima sentía que había conectado. Pero así como subió, bajó, y con la misma velocidad.
Quiero que te vayas hoy, prefiero estar solo.
El vacío ahora se sentía mayor, era profundo, oscuro, no me dejaba respirar bien. Mi tiquete de regreso era para el domingo en la noche.
Volvimos a conectar, sin máscaras, sin rodeos, problemas personales llegaron a la conversación, mi mente y yo repetíamos una y otra vez, no sé qué hacer. Caminaba en círculos, me interrumpe otra vez y me dice ¿Quieres comer?
Ahora mi color era blanco, lo vi con algo de paz, acepté, cenamos, de nuevo una conversación superficial, postre, no te preocupes yo pago.
Te puedes quedar esta noche conmigo.
El cuarto tenía dos camas grandes, cómodas, había un gran televisor, el escogió la que estaba frente a la ventana. No hablamos más.
6 am y la luz comenzaba a mostrarse en el cuarto, no dormí bien, me sentía incomoda en un lugar perfecto, el despertó y me pidió un abrazo, fui a él, sin palabra o remordimiento me abrazó, el silencio me hartó.
Me bañé, organicé mi maleta, la despedida fue rápida, varias gracias salieron con voz baja, no hubo respuesta.
Un día entero en Lima, era el día de la madre, hice las llamadas correspondientes, la respuesta siempre fue, estoy bien, Lima es hermoso, hoy voy a ir a algunos museos y parques, pero por dentro retumbaba silenciosamente.
Tomé el metro, estuve ahí por casi dos horas, no era la misma Lima que se veía en el bus de dos pisos, era gente real, con casas reales, con vidas reales. Gracias a Google ubiqué un centro comercial, era casi medio día, y como hace mucho tiempo no lo hacía, caminaba sin sentido cerca a la plazoleta de comidas, ubiqué una mesa desocupada, compré una hamburguesa horrible, tan simple como me sentía en ese momento.
Al lado estaba el cine, y una película de comedia barata comenzaba en 10 minutos, entré por primera vez sola a una sala, me di cuenta que no era la única, así que pude sentirme mínimamente orgullosa, paso el día entre grasas y jugos de botella, volví a mi terminal y volví a viajar 14 horas, que las sentí como más, nuevamente estuve lista para seguir mi rutina.
¿Qué paso realmente ese fin de semana? ¿Qué quedó aparte de unas pocas historias en Instagram? Nada, no sirve de nada sentirse libre, si no estás conforme, si no estás en verdadera conexión, no sirve tener fotos donde solo sonríes para verte más agradable, no sirve una compañía falsa, no disfrutas verdaderamente si no tienes una verdadera alma que te acompañe.
Un viaje no tiene valor si no te enseña algo, si no regresas sintiéndote diferente. Si no llegas a apreciar más lo que tenías, y le das un giro a tus prioridades. De lo contrario, será un viaje vacío.
AnaM.
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Estas son las únicas fotos que tomé en Lima, su Plaza de Armas, una de las más lindas que hay en Suramérica y por mucho la que más placer visual me ha generado, el sol resplandecía, las flores tenían colores irreales, y yo tenía un vestido que me hacía sentir especial, me sentía libre, pero eso tenía un precio, era el vacío.
Acepté esa visita dejándome llevar por el impulso, viajé 14 horas en bus (viernes), y la conversación que tuve con mi compañero de bus la última hora de recorrido fue más interesante, sin saber, que la de los dos días que conseguían.
Saludos y bienvenidas formales, conversaciones superficiales del clima, un abrazo fingido de la alegría que nos daba vernos, un debes estar agotada, pero un tenemos que aprovechar el tiempo como respuesta.
Con solo dos preguntas en Google ya teníamos nuestro itinerario programado.
No lleves la cámara, me han dicho que es inseguro, además no te deja disfrutar.
No lo dude, amarré mi chaqueta de cuero a mi bolso, me puse labial. Tomamos Uber, fuimos a un parque donde había muchos gatos, en ese momento me sentí como ellos, libre. La siguiente parada fue asegurar nuestro cupo en un tour guiado, en bus de dos pisos y no sé cuantos lujos más, porque estoy acostumbrada a no prestar atención a los detalles que no me interesan. Aterricé cuando escuché la frase: Dos boletos por favor.
Estoy segura que lo miré y le dije con mis ojos, no tengo dinero para esto, él sonrió y me respondió a esa exclamación silenciosa, no te preocupes, no es un problema para mí.
Recorrimos calles, desde el segundo piso de un bus, pasé de cerca a muchos balcones, veía negocios caros y comunes, paredes de colores vivos, turistas por todas partes, recorrimos museos, sentimos el olor mágico y extraño a la vez de una biblioteca, cuyos libros no se abren hace mucho tiempo. Caminamos en medio de paredes viejas, las conversaciones cotidianas continuaban, ninguna trascendía, extrañé mi cámara, porque la arquitectura se veía maravillosa y la quería para mi colección.
Cayó la noche, todo se nubló, mi vestido ya no era suficiente para soportar el frio, regresamos.
Su actitud cambió un poco en un segundo, todo con mucha rapidez, se elevó, y por primera vez en Lima sentía que había conectado. Pero así como subió, bajó, y con la misma velocidad.
Quiero que te vayas hoy, prefiero estar solo.
El vacío ahora se sentía mayor, era profundo, oscuro, no me dejaba respirar bien. Mi tiquete de regreso era para el domingo en la noche.
Volvimos a conectar, sin máscaras, sin rodeos, problemas personales llegaron a la conversación, mi mente y yo repetíamos una y otra vez, no sé qué hacer. Caminaba en círculos, me interrumpe otra vez y me dice ¿Quieres comer?
Ahora mi color era blanco, lo vi con algo de paz, acepté, cenamos, de nuevo una conversación superficial, postre, no te preocupes yo pago.
Te puedes quedar esta noche conmigo.
El cuarto tenía dos camas grandes, cómodas, había un gran televisor, el escogió la que estaba frente a la ventana. No hablamos más.
6 am y la luz comenzaba a mostrarse en el cuarto, no dormí bien, me sentía incomoda en un lugar perfecto, el despertó y me pidió un abrazo, fui a él, sin palabra o remordimiento me abrazó, el silencio me hartó.
Me bañé, organicé mi maleta, la despedida fue rápida, varias gracias salieron con voz baja, no hubo respuesta.
Un día entero en Lima, era el día de la madre, hice las llamadas correspondientes, la respuesta siempre fue, estoy bien, Lima es hermoso, hoy voy a ir a algunos museos y parques, pero por dentro retumbaba silenciosamente.
Tomé el metro, estuve ahí por casi dos horas, no era la misma Lima que se veía en el bus de dos pisos, era gente real, con casas reales, con vidas reales. Gracias a Google ubiqué un centro comercial, era casi medio día, y como hace mucho tiempo no lo hacía, caminaba sin sentido cerca a la plazoleta de comidas, ubiqué una mesa desocupada, compré una hamburguesa horrible, tan simple como me sentía en ese momento.
Al lado estaba el cine, y una película de comedia barata comenzaba en 10 minutos, entré por primera vez sola a una sala, me di cuenta que no era la única, así que pude sentirme mínimamente orgullosa, paso el día entre grasas y jugos de botella, volví a mi terminal y volví a viajar 14 horas, que las sentí como más, nuevamente estuve lista para seguir mi rutina.
¿Qué paso realmente ese fin de semana? ¿Qué quedó aparte de unas pocas historias en Instagram? Nada, no sirve de nada sentirse libre, si no estás conforme, si no estás en verdadera conexión, no sirve tener fotos donde solo sonríes para verte más agradable, no sirve una compañía falsa, no disfrutas verdaderamente si no tienes una verdadera alma que te acompañe.
Un viaje te transforma, te cambia, y requiere que no seas el mismo cuando regreses a casa, su trascendencia tiene que enseñarte algo a través de cada aventura, eso sólo fue una sesión que enseñó más de lo que debería.
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