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Prólogo
Escribo ésto angustiada. Lloro al revivir una y otra vez esas secuencias que tanto me marcaron en la vida, aquellas que me decían “te lo merecés, por mujer” mientras deseaba morir. No sé hace cuánto empecé a escribirlo, pero pasó un largo tiempo.
Hurgar en la herida duele, duele casi tanto como dolió cuando te la hicieron. No podía con tanto dolor, tenía que escribir un poquito cada tanto.
Hoy, finalmente, junto el valor para darlo por terminado y publicarlo. Llena de vergüenza y dolor, pero sabiendo que es lo que debo hacer.
Lo tengo que hacer porque mi historia no es excepcional, particular ni fuera de lo usual. Mi historia es exactamente la misma que la de cualquiera. Estés en mi lugar, por ser mujer, o estés en el de alguno – o algunos – de todos los niños y hombres – sanos hijos del patriarcado – que menciono. Y así como yo pude tener un registro y hacer un análisis respecto de mi historia, la comparto para que vos también puedas hacerlo.
Despertate. Date cuenta.
Se va a caer.
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I
Besé a mi amiga. Fugazmente, entre medio de risas pícaras. En los labios. Una, otra y otra vez.
Tendría no más de ocho años, y no menos de seis. Estábamos encerradas en un cubículo del baño, a veces con audiencia y a veces sin. No estaba segura si lo hacía porque – muy en el fondo – realmente me gustaba. Sí, ella me parecía linda y la quería. Sí, quizás lo estaba disfrutando. Pero la verdadera razón era que me gustaba llamar la atención.
Todos comentando al respecto, viniendo a vernos. Pidiéndonos un beso tras otro. Finalmente alguien por un instante notaba mi existencia y disfrutaba de la misma. Sentía curiosidad hacia mí y mis acciones. Pero no duró más que ese recreo.
Durante el primario fui totalmente invisible. Ese momento habría sido la única vez que mis compañeros se dieron por aludidos de que yo estaba ahí. Formé un grupo junto con otras chicas igualmente rechazadas por la comunidad que conformaban los niños de nuestra edad en esa entidad educativa, en el cual a veces incluso había internas ¿Por qué se pelearían amigas igualmente desapercibidas para el ojo de afuera? Justamente por eso. A veces alguna conseguía hacerse ver, aunque fuera un poco, y trataba de hacer todo lo posible por dejar de formar parte de nuestro grupo y “pertenecer socialmente”. Eso nos volvía violentas, no podía ser vista solo una, teníamos que permanecer todas hundidas en el barro de la exclusión.
Gustar de un chico era una completa pérdida del tiempo, porque claramente no había chances de nada con nadie. Solo podía admirarlos a la distancia, como si fueran algo divino e inalcanzable. Tener amigas que no fueran pertenecientes a mi grupo era imposible. Estaban aquellas chicas que llamábamos “Las Divinas” – haciendo referencia a la serie televisiva Patito Feo – y aquellas otras de las cuales nos burlábamos, en un absurdo intento de sentirnos mejor con nosotras mismas.
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II
Me vino.
A los once - casi doce - años de edad me “hice señorita”. Eso marcó un antes y un después en mi vida, dado que luego de ese suceso mi cuerpo comenzó a cambiar. Me creció el busto, y ni hablar de mi culo. Pasó de ser algo considerablemente normal, a ser gigante. En esas épocas no era muy usual que una chica se desarrollara a tan temprana edad, al menos no entre las que me rodeaban.
“Qué buen culo que tiene Carla, che”. Primera vez que un chico hacía una referencia ‘positiva’ hacia mí. Una amiga me comentó – súper entusiasmada – que uno de nuestros compañeros hizo ese comentario cuando le di la espalda en una clase de gimnasia. Y, como es de suponer, me puse contenta. Me sentía totalmente halagada, extasiada de alegría. No solo un niño me notaba, sino que le gustaba lo que veía.
Volvía del colegio a mi casa, sola, tomando un helado. Un grupo de tres jóvenes – que parecieran ser veinteañeros – camina en sentido contrario, viniendo hacia mí. Uno de ellos me sonríe y comienza a acercarse mientras me dice “hola”, otro lo agarra alejándolo de mí y le dice “no ves que es chica, violín”. Nuevamente, me sentí halagada. Le había gustado no solo a un chico, sino que a un chico más grande.
Pero ese tipo de secuencias se siguieron sucediendo, cada vez más y peores. Miradas penetrantes que me incomodaban, roces – me tocaban en el transporte o vía pública completos extraños, haciendo de cuenta que no era su intención -, “piropos”, frases vulgares, halagos degenerados, gritos, silbidos, hombres masturbándose en la vía pública mientras me seguían con la mirada. Sí, hombres masturbándose. Con ese tipo de situaciones - y más - tenía que lidiar siendo una niña de doce años. Pero ¿Lo más lamentable? Con el tiempo me fui acostumbrando. Se volvió algo usual, cotidiano, que le pasaba a toda chica ¿Mi solución? No salir a la calle sin auriculares y música al máximo para no poder escuchar nada, y la mirada siempre perdida, sin prestar atención a lo que me rodeara – costumbre que hoy en día sigo manteniendo-.
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III
Empecé el secundario. Nuevo colegio, nuevos compañeros. Ambiente totalmente desconocido con individuos que eran tan solo una incógnita. Estaba contenta de tener un nuevo comienzo, quizás las cosas podían cambiar y ya no sería tan solo una niña invisible. Pero, tal como dicen, hay que tener cuidado con lo que uno desea.
No, no pasaba desapercibida entre las sombras. Al menos no el primer año. Sino que, por el contrario, las personas comenzaron a saber mi nombre y quién era sin que yo supiera siquiera de su existencia. Se hablaba de que era linda y del ‘buen culo’ que tenía. Al principio – obviamente – me sentía bien, eso me hizo tener mucha confianza en mí misma y sentirme “una diva”. Pero como siempre, las cosas comenzaron a irse de las manos.
Comenzaron a escribir cosas vulgares respecto a mí en los bancos, a sacarme fotos cuando estaba de espaldas y no me daba cuenta – y a veces hasta incluso las subían en las redes sociales-, a hacer referencia a mi culo constantemente de forma muy llamativa, a decirme groserías, a tocarme sin mi consentimiento y más. Un día durante el recreo un compañero pasó por mi lado y sin dudarlo *PAM*, me encajó una tremenda nalgada. Hizo ruido, dolió, varias personas presentes fueron testigos. Nadie hizo ni dijo nada. Solo una amiga, con la cual en ese momento estaba charlando, se rió y dijo “yo que vos le pego”. Lo pensé. Él se había detenido junto a mí y me miraba mientras se reía – a modo de burla de “qué vas a hacer vos al respecto”-. Dudé durante unos segundos, pero mi brazo se decidió por sí mismo y *PLAF*. Le di una bofetada. Él se agarró el rostro, sorprendido, luego me miró con odio. Y por ese día, ahí quedó todo.
A partir del día siguiente todo seguía igual, solo que a los acontecimientos y sucesos cotidianos anteriores, se les sumaron algunos más… una denigración psicológica más directa. A cada cosa que yo hiciera o dijera, se me respondía de mala manera y haciéndome sentir la menos, la tonta, la loca, la inútil, la inservible. Un día no pude tolerarlo más, estallé. Mientras un compañero me tiraba mierda tras mierda, pegué un grito de desahogo al mismo tiempo que lo agarraba y tironeaba de los pelos. Mi violencia no duró mucho, en seguida me detuve y la reprimí, pero me eché a llorar en el banco mientras él me bardeaba por “loca de mierda” y todos me observaban. La preceptora se percató de que algo sucedía, me tomó del brazo y me sacó del aula. Me interrogó insistentemente hasta que finalmente me animé – porque los abusos que sufría de parte de mis compañeros me avergonzaban – a contarle la serie de acontecimientos que venía sufriendo a lo largo del año. Ella se quedó anonadada, no podía creer lo que le contaba y mucho menos de parte de los responsables. Después de ese día dejaron de acosarme, al menos de forma tan directa y masiva. No sé qué habrán hecho los directivos, pero al parecer fue suficiente como para calmar las aguas.
Ese mismo día la preceptora nos dio una mínima charla a las mujeres de la división - una charla que deberíamos de haber tenido mucho antes - explicándonos que nuestros cuerpos son nuestros y nadie debe tocarlos sin nuestro consentimiento.
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IV
Segundo año. Mismo colegio, mismos compañeros. Mis padres me ofrecieron cambiarme de turno para que pudiera estar en la división de mi mejor amiga de la primaria, ya que a pesar de no saber todo lo que sufrí en mi primer año con mi curso, estaban al tanto de que era bastante miserable y no tenía amigos. Lo consideré, pero tuve la mala fortuna de que justo ese año varios compañeros me dieran la falsa esperanza de que todo estaba mejorando.
Tuve mi primer viaje de estudio, fuimos a Entre Ríos. Esa semana uno de los chicos más lindos del curso me estuvo constantemente encima, tocándome los muslos, acariciándome la cola, sentándome en su regazo, abrazándome, tirándome a la cama con él en su habitación. Yo ya estaba flasheando relación, amor, mi primer “chape”. Pero un día cuando estábamos en el micro y estaba sentada sobre él, escabulló su mano por debajo de mi ropa y comenzó a amasarme una teta. Me sentí incómoda y le pedí que parase, a lo cual se sorprendió y me hizo caso. Pero ¿Adivinen qué? Después de eso, no volvió a acercarse, sino que comenzó a ignorarme.
En ese mismo viaje me acerqué bastante a otro compañero, el cual creí mi amigo. Parecía ir todo bien, nos reíamos un montón y no parábamos de charlar, nos volvimos súper compinches, hasta lo ayudaba con la chica de nuestro curso que a él le gustaba. Pero esa amistad tampoco duró mucho. Cuando le comenté que me gustaba un amigo de él y quería ver si podía aunque sea averiguarme qué pensaba el chico de mí, me dijo que no me hiciera ilusiones, y que tenía que apuntar a algo más “bajo” dado que su amigo estaba fuera de mi alcance. Llegó al punto de reírse en mi cara por haberme quedado sorprendida después de que me dijera eso.
Ese año tuve varias fiestas de quince. Algunas horribles en las cuales trataba de hacerme amiga de chicos con los que usualmente no me hablaba pero siempre terminaba con ellos tocándome por debajo del vestido y yo pretendiendo que nada estaba sucediendo mientras quería llorar por dentro, y otras como la de fines de ese año que fue en el patio de una casa y conocí a mi primer “chico de mis sueños” - un muchacho que medía 1.80mts o más, morocho, de ojos verdes y las facciones más perfectas jamás vistas se quedó embobadísimo conmigo esa noche y todo culminó en mi primer beso con lengua y prolongado -.
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V
Ese verano llegó un chico nuevo a la colonia a la cual iba, recientemente mudado de Entre Ríos. Era muy distinto al resto de los chicos de nuestra edad, y muy bonito. Todas las chicas le estaban encima, embobadísimas. Por mi parte, me acerqué muy disimulada y progresivamente, entablando una amistad. Empezó como algo re banal, pero terminamos haciéndonos muy unidos. Cuando el verano había terminado hasta incluso una vez salimos y la pasamos increíble, luego nos pasábamos día y noche hablando por chat.
En una fiesta de quince de una amiga que teníamos en común sentí que él estaba interesado en mí de un modo más profundo, pero me convencí a mí misma de que solo era invento mío. Un tiempo después, me planteó que estaba enamorado de mí y no podía seguir siendo solo mi amigo. En un principio no quise saber nada, porque si tratábamos de tener una relación y ésta fracasaba, íbamos a perder esa amistad tan linda que teníamos. Pero insistió e insistió e insistió, hasta que cedí.
Mientras duró fue perfecto, estábamos enamoradísimos. Pero él vivía en la provincia y yo en capital, y dado que hace poco se había mudado a Buenos Aires no sabía manejarse por su cuenta para viajar, nuestra relación parecía ser “a distancia” por momentos. Entre eso y que él fuera demasiado “codiciado”, mis inseguridades hicieron nacer unos celos irracionales que con el tiempo arruinaron toda la magia y el cariño que nos teníamos. Pasó de ser el chico hermoso que me amaba con locura, a ser el pibito ganador que se rumoreaba que andaba con un montón de minitas de su colegio y le encantaba. Le corté en medio de mi viaje de estudio a Puerto Madryn de tercer año, dado que no soportaba más la situación – me había vuelto una persona muy tóxica a causa de los celos - y sabía que en cualquier momento él me iba a cortar.
A los pocos meses me llamó la atención un nuevo individuo que conocí en donde estudiaba comedia musical. Lo agregué a facebook, no tenía nada que perder, aceptó mi solicitud en seguida y comenzó a hablarme por chat. Me halagaba un montón, y me pedía hacer videollamadas en las cuales se quedaba embobado apreciándome. A los pocos días me invitó a salir, en esa ‘cita’ me dijo “te amo” y a la siguiente me pidió que fuera la novia. Rápido ¿No? Pero yo no tenía punto de comparación, no mucho, y el sentirme querida y apreciada me embriagaba de confianza. A las dos semanas de habernos puesto de novios, fui a su casa y perdí la virginidad. El sexo con él era extraño, era una persona que realmente me excitaba, pero una vez que manteníamos relaciones no lo disfrutaba y a veces incluso terminaba lastimada.
Tuve un período de tiempo en el cual dudé seriamente de mi sexualidad. Desde pequeña reconocía que me gustaban las chicas, aunque lo reprimiera bastante, y ahora que finalmente tenía relaciones sexuales con un hombre no lo disfrutaba ¿Acaso sería lesbiana? Lloré. Lloré muchísimo. Fui criada con la idea de que ser homosexual era anti-natural, era malo, iba a ser una sufrida discriminada toda mi vida. Agregué un problema más a todas las preguntas cotidianas que inundaban mi cabeza y me asfixiaban constantemente.
Con el tiempo empecé a darme cuenta de que mi entonces novio tenía muchos aspectos de su persona que no me gustaban e incluso comenzaba a no tolerar. Por ello comencé a ser más “fría” y él a hacerme escenas manipuladoras ¿A qué me refiero? Se ponía a llorar porque decía que yo no lo amaba, a lo cual yo terminaba abrazándolo y diciéndole que sí lo amaba – cuando en realidad no era cierto -. También recurría a ese tipo de técnica cuando se mandaba cagadas, como ser que yo me enojara porque me enteraba que “le gustaba otra chica” y él empezara a decir que quería matarse por haberme hecho sufrir y nuevamente yo terminase abrazándolo y consolándolo. Situaciones así se sucedían todo el tiempo, constantemente. En eso comenzó a basarse nuestra relación.
Finalmente cortamos luego de que tuviera mi primer ataque de pánico del cual le conté – porque lo había causado una de sus manipulaciones – y él dijera que yo estaba mejor sin él – lo cual fue otra actitud manipuladora, dado que más adelante siguió atormentándome diciendo que yo era miserable sin él y etcéteras -.
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VI
Paréntesis.
A mis catorce años conocí a un primo de una prima mía – que no tiene ningún tipo de relación ni política ni de sangre conmigo – en un cumpleaños de mi tía. Me di cuenta de que le gusté, lo cual me agradaba, e hizo que naciera en mí un interés hacia su persona por el simple hecho de que me sentía halagada por gustarle a un chico mayor de edad. Me empezó a hablar – no recuerdo si le pasé mi número o fue por alguna red social – y me dijo de vernos. Al principio estaba decidida a hacerlo, pero luego su invitación era exclusivamente para coger. No me sentí segura, para nada, así que dejé de hablarle. En la fiesta de quince de mi prima – o sea, un año y unos meses después – lo volví a ver y nuevamente me estuvo encima en modo chamuyo, por lo cual nuevamente me sentí halagada – había terminado hacía poco con mi primer novio – y consideré darle otra oportunidad. Por suerte al poco tiempo conocí al que luego sería mi novio y dejé de darle cabida a éste individuo. En fin, la historia con éste ser culmina en que a mis diecisiete años volvió a aparecer, escribiéndome cosas súper sexuales – y aclarándome que desde que me conocía que las pensaba – en un “chat anónimo” - luego me dijo que era él -. A éstas alturas de mi vida seguía sintiéndome halagada, pero estaba saliendo con alguien más así que – por suerte – otra vez no llegué a nada con él.
Paréntesis segundo.
Desde primer año tenía un compañero que me gustaba un poco, el cual fue mi único “amigo” hombre en mi curso del secundario. Ésta persona me tocaba el culo cada vez que podía, a lo cual yo se lo permitía y me “cagaba de risa” porque me gustaba, y si le decía algo se iba a molestar y no iba a tener ninguna chance con él. Ésta misma persona, cuando a veces estábamos tirados en algún lado y pensaba que yo estaba dormida, me agarraba la mano y me hacía caricias en distintas partes – es decir, aprovechaba los momentos en los que suponía que yo estaba inconsciente para establecer un contacto físico sin mi consentimiento -. Éstos sucesos se sucedieron desde el primer hasta el último año de secundaria.
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VII
Yo ya tenía dieciséis años. Viajé con una amiga hasta Longchamps para ir a la fiesta de cumpleaños de un amigo de su novio, al cual claramente no conocíamos – pero iba a haber barra libre y era de disfraces, obviamente no podíamos perdérnoslo -. Allí tuve que fumarme al cumpleañero que era un individuo muy desagradable y en su estado de ebriedad no me dejaba tranquila con sus chamuyos berretas, y terminé besándome con un chico ocho años mayor que yo y que ni siquiera era muy agraciado, sino que tan solo yo estaba ebria y aburrida. Pero también conocí a un chico que me pareció increíblemente lindo e interesante – tenía rasgos relativamente femeninos y mi homosexualidad latente no se podía resistir -, al cual al tiempo agregué a Facebook y comenzó a hablarme.
Empezamos a salir y nuevamente me sentí querida y apreciada. Nos decíamos “te amo” y cada vez que nos veíamos teníamos una electricidad entre nosotros que nos volvía locos. Pero se cansó de tener que viajar tantas horas para verme y me cortó con la excusa de que “no estaba para una relación en ese momento”, para que yo luego me enterara de que básicamente se aburrió de mí porque no podía cogerme – en mi casa no hay privacidad, yo era menor de edad como para ir a un telo, y mis padres no me dejaban irme hasta su casa en Longchamps -.
Ese año comencé a cortarme el pelo “como un chico” y a vestirme de manera que me sintiera más cómoda - ¿En resumen? “no femenina” -. Empecé a tener problemas con mis padres – medio homofóbicos en su momento – y a salir a fiestas gay para ponerme ebria y besar chicas. Fue una época gloriosa, tenía mucho levante y me sentía confiada. Pero una noche en una de esas fiestas, nuevamente se rompió una parte de mí.
Estaba muy ebria, un poco bajoneada porque esa noche no había estado con muchas personas – lo cual atribuía a que había ido en pollera en lugar de jean – y un muchacho muy alto y corpulento, pálido y de anteojos hipster me agarró brutamente y comenzó a besarme. Le seguí el juego por diversión, se emocionó demasiado y hasta terminó alzándome con mis piernas abrazando su cintura. En un momento se detuvo y me dijo de llevarme a su camioneta, a lo cual dije que no con rapidez - ¿Algo más turbio y sospechoso que eso? Imposible -, pero luego me dijo de ir al baño, a lo cual no respondí y me quedé pensando. No llegué a emitir respuesta que me tomó del brazo y me llevó rápidamente al baño de hombres, me metió en un cubículo y cerró la puerta tras él. Me quedé mirándolo, en estado de shock, me agarró y me puso de espaldas, me estampó contra una de las paredes y me levantó la pollera. Cuando me di cuenta de lo que estaba sucediendo, me di vuelta y traté de empujarlo, pero no conseguí mucho y él volvió a girarme y golpearme contra la pared. No, no podía permitir que me penetrara. Me giré nuevamente y lo empujé con todas mis fuerzas, pero no era suficiente. Me agarró con fuerza y me sentó forzadamente en el inodoro. Me coló los dedos brutalmente y me agarró la cabeza para obligarme a hacerle sexo oral. Lloraba. Él me susurra “apretadita, como me gusta”. No podía parar de llorar. Alguien golpea a la puerta, él se aparta, se sube el pantalón y la abre a duras penas. Aprovecho el momento para ponerme de pie y comenzar a gritar “¡Quiero salir! ¡Por favor déjenme salir!” y luego escucho de afuera “chicos todo bien si quieren usar el baño, pero avisen” y me largo a llorar nuevamente al ver cómo mi abusador le pasa un billete al muchacho de seguridad que se nos había acercado y luego éste se va sin decir nada. Él se da la vuelta y me mira con una sonrisa perversa, esto no se había terminado. No me iba a dejar irme hasta que no lo hiciera acabar, lo cual conseguí y me obligó a observarlo mientras narraba de manera “artística” lo bello que era su esperma saliendo de su pene. Una vez que me dejó salir comencé a caminar rápido para alejarme lo más posible del lugar del terror, cuando iba por la mitad de la pista de baile alguien me agarra del hombro y un frío me dejó paralizada. Me di la vuelta y vi a mi amigo con el cual había ido esa noche, de repente una tranquilidad y relajación invadió mi cuerpo y lo abracé con fuerzas, sintiéndome finalmente a salvo.
Le pedí de irnos con urgencia, no me sentía bien. Cuando estoy esperando que él retire su mochila del guardarropas, veo a mi abusador “chamuyándose” a otra chica que claramente estaba muy muy ebria. Me puse a llorar. Quería meterme y alejarlo de ella, quería protegerla, que no le hiciera lo mismo que a mí. Pero pensé en que iba a tratarme de loca, de histérica, de celosa, de que quería alejarlo porque me daba bronca que estuviese con otra más aparte de mí. Así que no lo hice, no me acerqué, me fui lo más rápido posible de ahí. El día de hoy sigo pensando en que quizás lastimó a esa chica y yo podría haberlo detenido, y nunca me lo voy a perdonar.
Éste suceso en su momento se lo conté solo a dicho amigo y a otra amiga muy cercana, pero sacando el término “violación” y tratando de verle el lado copado – “ay, alguien me re quiso coger y no se aguantó y lo hicimos en el baño de la Eyeliner, qué copado” -. Porque eso pasa, eso nos pasa. No aceptamos que fuimos violadas, no queremos aceptar que fuimos violadas. Pero sí. Me violaron.
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VIII
A mis diecisiete años tenía el autoestima hecha pedazos.
El año anterior había atravesado épocas de no comer y épocas de darme atracones para luego inducirme el vómito, pero éste año ya había perdido ese reflejo, no podía vomitar todo lo que engullía. Engordé y fui miserable por eso. Porque creía - porque me hicieron creer - que ser gorda era algo malo y era fea y desagradable por ello.
Cursaba quinto año en el Pellegrini – con mis compañeros horribles y con los cuales tenía relación nula desde que decidí invisibilizarme – al mismo tiempo que cursaba 2do año de adultos de la carrera de comedia musical en la Fundación Julio Bocca.
En la carrera sufrí denigración junto con mis otras compañeras adolescentes por parte de los adultos resentidos que no podían aceptar que tuviéramos el mismo – o mejor – nivel que ellos. Al punto de por ejemplo enterarme que una compañera de 27 años hacía burla de mi forma de cantar cuando yo no estaba. Así de infelices. Así de inmaduros.
Pero eso no es todo. En ese curso de la carrera conocí a Tomás.
Tomás era un engreído, se creía un Don Juan y algunas adolescentes embobadas también lo creíamos. Me gustaba – no sé por qué -, pero nos hicimos amigos y mantuvimos una relación de amistad bastante tóxica. Me hacía comentarios denigrantes constantemente, se burlaba de las mujeres por su aspecto físico todo el tiempo y yo tenía que callarme la boca – y si le decía algo tratando de resaltar que estaba muy equivocado, me la refutaba diciendo que yo “las defendía porque yo también era fea/gorda”-, era muy insistente con que lo ayude a que una amiga mía le de bola – con la cual estaba obsesionado porque justamente no le daba bola -, todo el tiempo me invitaba a juntadas y/o salidas pero poniéndome la condición de que lleve amigas, etc. Un machirulo más.
Una noche salimos a un bar con amigos suyos, en el cual según él “no había ninguna mina linda” y se cagaba de risa mientras me decía “¿Qué se siente ser la más linda de acá?” – aclaración: no, no fue un comentario halagador de un pajero, fue otro de sus comentarios denigrantes dado que nunca me consideró “atractiva” -. Cuando nos fuimos yo me quedé a dormir a su casa, lo cual era relativamente usual. Pero esa noche no fue como las demás.
Nos acostamos ambos en su cama. Dado que a mí él me gustaba, al notar que estaba con segundas intenciones no tuve problema en seguirle el juego. Se me acercaba, me acariciaba. Trató de meterme la mano en el pantalón pero no lo dejé porque no me había dado ni un beso – y obviamente, yo el escenario lo veía desde un aspecto más romántico, no quería que solo “me cogieran” -, presupongo que se dio cuenta de mi actitud y por ello me empezó a besar. Al principio todo iba normal, nos besábamos, él me tocaba, me desnudó por completo, etc. El problema empezó cuando se puso encima de mí y trató de penetrarme sin preservativo, a lo cual yo lo empujaba suavemente - para que no lo hiciera -. Trató de hacerlo tres veces. Consecutivas. Literal - como si no entendiera por qué lo sacaba de encima -. A lo cual desistió y me dijo “Uf, no, qué estamos flasheando… somos amigos”. Me ofendí, por supuesto, pero no dije ni hice nada. Me tapé con las sábanas y la frazada y me dispuse a dormir, respetando su decisión.
Al rato Tomás me agarra la mano y empieza a bajarla para llegar a su pene. La saco ni bien me doy cuenta de qué era lo que estaba haciendo. Se ríe. Me vuelve a agarrar la mano. La vuelvo a sacar. Se sigue riendo. Me vuelve a agarrar la mano. Le digo “basta” y la vuelvo a sacar, poniéndola debajo de mi cabeza para que no pueda volverla a agarrar. Unos segundos después me golpea en la cara de una manera extraña. Al principio me reí porque estaba en modo “qué hacés” pero cuando abrí los ojos y me di cuenta de que estaba golpeando su miembro contra mi cara, me enojé y le dije que pare. Trató de seguir haciéndolo, mientras se reía, como esperando a que yo afloje. Pero permanecí firme con mi rechazo, a lo cual se fue al baño y al rato volvió para finalmente dormirse.
Concebí el sueño, no estoy segura de cómo. Creo que me ayudó el no haber registrado bien toda la situación que acababa de suceder. Pero ni bien salió el sol, me vestí silenciosamente y me fui.
Luego de esa noche Tomás dejó de ser mi amigo – por el momento -. Ni siquiera fue porque yo me alejé – lo cual tendría que haber hecho – sino que él empezó a tratarme aún peor que cuando éramos amigos – me recordaba al trato de mis compañeros en primer año, luego de defenderme por primera vez de sus acosos -. Pero pasó el tiempo, así como se ve que se le pasó el resentimiento, y se amigó nuevamente conmigo.
Un día discutí fuerte con mi mamá – no recuerdo bien por qué, ese año apenas dormía y estaba de acá para allá y me rateaba mucho del colegio -, tenía que rendir un final para el cual no había estudiado y en lugar de ir a rendir me fui a un shopping a hacer tiempo. Le escribí a Tomás preguntándole si podía ir a pasar el día en su casa – dado que era adulto y vivía solo – y me dijo que sí.
Fui a la tarde allá, él estaba viendo una película tirado en su cama y yo me senté en la punta más lejana. Me insistía con que me acostara, que no fuera boba quedándome re incómoda ahí sentada y me relajara. De a poquito me iba acercando más y poniéndome más cómoda, él no dejaba de insistir pero yo tenía miedo de que él tuviera otras intenciones – después de la otra noche, yo ya había perdido mi interés en su persona, claramente -. Creo que llegué a acostarme en un momento, pero teniendo en cuenta cierta distancia entre mi cuerpo y el suyo.
De golpe se apaga el televisor. Se me paró el corazón. Sí, él lo había apagado. Sí, otra vez lo tenía encima mío. Empecé a empujarlo suave, riéndome de los nervios. Él también se reía, pero porque lo veía como un juego. Me agarró de las muñecas para tenerme con los brazos abiertos y hacia atrás, para no poder empujarlo. Dejé de reírme. Sus rodillas me lastimaban, estaban sobre mí mientras él hacía una posición extraña para tratar de poner su pene en mi boca. Yo seguía forcejeando, asustada. Él seguía riendo.
“Si seguís así voy a tener que atarte, eh” me dijo, aún riendo. Seguía tratando de meterme el pene en mi boca. Quería llorar. Iba a llorar. Seguí forcejeando, tenía que hacerlo parar.
Cuando traté de hablar y no salía bien el sonido de mi voz porque él me estaba aplastando seriamente, fue cuando – supongo que – se dio cuenta de la violencia que estaba ejerciendo y paró, haciéndose a un lado.
Nunca más hablamos de eso. Nunca más fui a su casa – aunque me siguió invitando de vez en cuando aún con el pasar de los años -. Al otro año perdí mi beca en la Fundación Julio Bocca y empecé la misma carrera en otro estudio al cual también asistía Tomás. Al poco tiempo tuve que dejarla porque – entre otras cosas – no toleraba seguir cruzándomelo y teniendo que interactuar con él haciendo de cuenta que estaba todo bien.
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IX
Faltaba un mes para que cumpla dieciocho.
Me llega una solicitud de amistad de un tal Roberto en Facebook, siendo para mí un total desconocido. En mi ignorancia, acepté su solicitud y me empezó a hablar. No respondí a sus primeros intentos, pero después decidí darle una chance - sin tener en mente la idea de que llegara a mucho más -. Yo venía de un año súper difícil en el cual me sucedieron muchísimas cosas que me llevaron a tener el autoestima increíblemente baja, lo cual influyó al momento de seguirle el hilo a éste individuo y aceptar - aunque con cierto temor - una salida con él - habiendo ya conversado nuestras edades, teniendo él 23 años y siendo yo aún menor de edad -.
En ésta primer salida no hubo muchas cosas fuera de lo usual, tan solo noté en sus actitudes y expresiones que yo le estaba pareciendo una persona “tonta” - lo cual obviamente disminuyó aún más mi autoestima - y luego de acompañarme a casa quiso pasar al pasillo - vivo un en edificio de mucha antigüedad cuyo formato es similar a un PH - y trató de tener relaciones conmigo ahí mismo. Por mucho que me negara, seguía insistiendo – léase: besándome exageradamente y tratando de meterme la mano por debajo de la pollera-. Después de un buen rato desistió y se reía al decirme que jamás le había pasado y le resultaba peculiar que hubiera podido “resistirme a sus encantos”.
Y, por más estúpido que esto suene, después de esa noche… empezamos a salir - y más adelante hasta incluso nos pusimos de novios -.
A lo largo de la relación se sucedieron muchas cosas, básicamente era un vínculo que me hacía mal constantemente. Pero eso era normal ¿No? Yo era la tonta, él siempre tenía razón, tenía su derecho a enojarse conmigo constantemente ¿No es así? En fin, reprimí casi todo, pero hay cosas o sucesos particulares que aún no puedo borrar.
En primera instancia, él mandaba. Yo era como una nena estúpida para él, siempre tenía que seguirlo y hacerle caso. Me ha hecho tener salidas y fiestas con sus amistades que yo sufría muchísimo - padezco de ansiedad social, lo cual en su momento no tenía reconocido pero aún así me daba cuenta cuando ciertas situaciones me hacían mal - y que si me quejaba o decía que no quería ir me hacía sentir como la mismísima mierda porque “él solo quería que me relacione con sus amigos” y yo “tenía que poner un poco de mi parte” - todo esto, como siempre, lleno de ira y a los gritos - y obvio siempre terminábamos yendo. Me ha hecho ir al cine con su mejor amiga - la cual me detestaba sin motivo y me ignoraba por completo aunque me tuviera en frente suyo -, me ha llevado a fiestas llenas de gente muy mayor – treintañeros, cuarentones y más - y ebria en las cuales él también se ponía ebrio y me hacía pasar situaciones muy de mierda.
En una de éstas fiestas se cruzó a una chica con la cual salía, ni bien la vio me agarró bruscamente y comenzó a besarme exageradamente - obviamente yo la estaba pasando horrible y fue peor cuando abrí los ojos y ví a ésta chica mirándonos, dándome cuenta de por qué estaba él haciendo eso -, en otra me puse a hablar con un amigo suyo y le conté que a veces él era violento y tenía actitudes de la mierda para que éste me diga “No, no puede ser, estás flasheando, ese no es Rober, no estamos hablando del mismo Rober, él jamás haría eso” – ahí me di cuenta de que su entorno no es consciente y desconoce su faceta de abusador y violento -, en otra un amigo suyo nos ofreció marihuana y él mezcló - porque ya había tomado bastante alcohol - lo cual le pegó aún peor… vomitó y todo, y cuando quiso seguir fumando y le sugerí que no lo hiciera se volvió loco. Me gritó y se violentó al punto en que salí corriendo y me encerré en el baño porque estaba empezando a tener un ataque de pánico.
En otra de estas fiestas yo estaba muy cansada y quería irme, pero no quería volverme sola a mi casa - estábamos en Barracas, yo vivo en Almagro y era de madrugada - sino que sugería que él se volviera conmigo y fuéramos a la suya - vivía a pocas cuadras de donde estábamos -, como no me hacía caso comencé a hacerme la dormida. La dueña de la casa en la que era la fiesta me acompañó a su habitación y me acostó en su cama - le seguí el hilo porque pensé que mínimo Roberto me iba a hacer compañía en el cuarto y ahí sin carpa podía exigirle irnos -, pero cuando cerraron la puerta y abrí los ojos me di cuenta de que estaba completamente sola y él se había desentendido por completo de mí. Me enfurecí muchísimo, tuve un ataque de pánico y para cuando finalmente pude recomponerme salí del cuarto y fui directo a él diciéndole que me quería ir - lo más firme posible -. Todos me miraban mal, él se levantó y se decidió por acompañarme a la parada del colectivo con todo el desgano que podía demostrar. Caminando a la parada, de la nada misma me agarra de una teta, me empieza a besar bruscamente y tratar de ponerme contra una pared. Yo estaba tan enojada que pude cortarle el chorro y resistirme firmemente, por lo cual seguimos caminando pero ésta vez estando él enfurecido. Cuando llegamos a la parada tuvimos una conversación la cual no recuerdo, pero lo que sí recuerdo - porque me es imposible no recordarlo - es que nuevamente comenzó a besarme bruscamente, me apoyó contra la pared de plástico de la parada, me metió la mano por debajo de la pollera - dejándome súper vulnerable en público - y de golpe se detuvo, me agarró y me empujó hacia la calle ¿Por qué? Porque había llegado el colectivo - que yo no había visto venir ni tampoco termino de entender cómo se dio cuenta él de que había venido -. No me saludó, no dijo ni hizo nada, tan solo me empujó hacia el colectivo. Quedé en shock, al borde de las lágrimas. Me subí al colectivo y de golpe algo me tira fuertemente hacia atrás, casi haciéndome caer del transporte. Era él arrancándome bruscamente una campera que me había prestado porque hacía frío, nuevamente sin decir o hacer nada más. La puerta se cierra y el colectivo arranca, pago mi boleto y me largo a llorar.
En segunda instancia, me hacía vivir con un miedo constante. Él no paraba de hacer y decir cosas que a mí me hacían sentir mal, y tenía dos opciones: plantearle que lo que hacía no me parecía bien, que él se enojara y tener que lidiar con sus problemas de ira; o no plantearle nada, pero que se diera cuenta de que algo me pasaba y se enojara porque no le decía las cosas y tener que lidiar con sus problemas de ira. En síntesis: no importaba lo que hiciera, iba a tener que padecer sus enojos y violencia.
En tercera instancia, me mentía en la cara. Me mentía respecto a lugares a los que iba y gente con la cual se veía - porque implicaban a su mejor amiga del horror o mujeres con las cuales él había salido y/o tenido relaciones sexuales -. A pesar de que en ese momento sí me molestaba si tenía planes con esos individuos, jamás manifesté ser el tipo de novia que hace un berrinche o “prohíbe” ese tipo de cosas… por ello que me mintiera me parecía el doble de doloroso - lo más triste es que me daba cuenta porque 1.era malo mintiendo 2.charlando con otros en frente mío terminaba incriminándose -.
En cuarta instancia, no paraba de refregarme por la cara sus relaciones anteriores incluso después de que le dijera que por favor dejara de hacerlo porque me hacía mal. Era muy insistente con traer a la conversación situaciones sexuales específicas que había tenido - lo peor es que muchas de esas mujeres yo tenía que verlas seguido en las fiestas y juntadas a las que me hacía ir - o chicas con las que había salido y quedó resentido - en su propio cumpleaños invitó a un par sin decirme nada, y después hasta me ha llevado al cumpleaños de una, también sin haberme comentado su relación previamente -.
En quinta instancia, contaba cosas que sucedían en la relación a sus amistades pero tergiversando todo y haciéndome quedar mal a mí. Venía re enojado a decirme que sus amigos quedaron mal conmigo y ya no sabían si invitarme a sus juntadas por lo que yo había dicho/hecho en X ocasión. Así como también al parecer en su hogar se burlaban de mí - su padre me “imitaba” por mi forma de hablar y de saludar para sacarme el cuero - y él venía a contármelo cagándose de risa y estallándose.
En sexta instancia, tenía actitudes de controlador y violento para conmigo aún en mi propia casa y frente a mi familia y amigos - razón por la cual me habían tratado ya de advertir que me alejara porque era peligroso, pero yo ya estaba tan acostumbrada a su trato de mierda que creía que era lo normal y que estaban exagerando -, así como también si algo le molestaba de parte de mis padres o mi hermana después se la agarraba conmigo en la privacidad. Siempre su reacción a todo era el enojo, aún cuando yo solo estaba sufriendo: hemos tenido salidas en las cuales yo me sentía mal porque estaba enferma y en lugar de ser un apoyo se convertía en una molestia más enojándose y bardeándome por sentirme mal; me ha visto auto-lesiones en el brazo y en lugar de tratar de comprender o acompañarme emocionalmente reaccionó de forma violenta; me he encerrado en el baño estando con él muchísimas veces porque me agarraban ataques de pánico causados por sus actitudes y lo único que hacía era criticarme y juzgarme por hacerlo.
En séptima instancia, nuestra vida sexual era un asco. Parece gracioso y patético que lo mencione ¿No? Ya lo sé, el punto es el por qué. Si queríamos coger - que como mucho era una vez a la semana - “teníamos que” ir a un telo - tranquilamente podíamos ir a su casa, pero él evitaba llevarme sin explicarme el por qué - y encima pagar ambos - yo a esa edad aún no tenía trabajo ni tampoco un ingreso por parte de mis padres, solo contaba con ahorros de mi adolescencia, él no solo sí tenía trabajo sino que lo tenía gracias a mi papá - y para qué ¿No? Pagaba todas las semanas para pasarla mal. Entrábamos al cuarto, se sacaba la ropa y posaba frente al espejo admirándose en distintas poses - era un wanna be de fisicoculturista -, haciendo comentarios respecto a en qué aspectos estaba mejorando y en cuáles tenía que trabajar más y hasta pidiéndome opinión a mí. Cuando finalmente se cansaba de auto-admirarse, se tiraba a la cama a mirar la tele en calzoncillos, olvidándose por completo de mi existencia. Las únicas veces que sí me cogía con “ganas” era cuando antes habíamos ido a alguna fiesta/juntada y él había estado tomando alcohol, y encima era en esas ocasiones que trataba de penetrarme sin preservativo o trataba de hacerme cosas a la fuerza que le había dicho explícitamente que no quería que me hiciera, fue en uno de estos casos que incluso empecé a gritar y llorar del dolor que me estaba produciendo y no solo no se detuvo sino que eso lo excitó más y siguió haciéndomelo incluso aún más fuerte hasta acabar. Obviamente después de éstas secuencias lo más usual era que cuando él se quedaba dormido yo no pudiera conciliar el sueño y terminara teniendo ataques de pánico encerrada en el baño. En esto se basaba nuestra vida sexual.
En octava instancia, no solo terminó lavándome la cabeza para que me obsesione con mi cuerpo y entrenar y hacer dieta, sino que no paraba de tratar de convencerme de que los anabólicos eran algo bueno y de que consumiera distintas cosas que me ayudaran a perder más peso - por esto durante un tiempo tomé unas pastillas que él compró, y después yo le pagué, que me causaban mareos y migraña fuertes y muchísimos malestares más -.
A lo largo de la relación se sucedieron muchísimas cosas, viví con un miedo constante mientras estuviera a su lado. Demostró ser tanto un violento, abusivo y controlador como un macho y un facho. Me alejó de amistades y me ha puesto en contra de mi familia. Fueron 8 meses que reprimí todo lo que pude, por eso al momento de hablar no puedo recordar absolutamente todo lo horrible que aportó a mi vida.
Otra cosa que considero relevante mencionar, aunque sucedió tiempo después de que terminara la relación, es lo que sucedió con el trabajo que tenía gracias a mi papá. Él estaba como socio de un amigo de mi progenitor, trabajando en un gimnasio. Al parecer venían teniendo discusiones por algunas diferencias y Roberto fue así de violento e impulsivo como siempre: se quedó con toda la plata, se llevó los cuadernos de contaduría y nunca más apareció.
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Hoy tengo veintiún años (a pocos días ya de cumplir los veintidós).
Sufro depresión, ansiedad y ataques de pánico.
Me cuesta estar sola con un hombre. Vivo con el temor constante de que se propasen, no sé qué es tener la cabeza en silencio sin decirme a mí misma que en cualquier momento voy a ser abusada.
Por mucho que alguien me interese, si dicha persona demuestra interés sexual en mí ya empiezo a tener miedo de lo que pueda llegar a hacerme.
Me cuesta tocar a mi pareja en la intimidad. Me da ganas de llorar no poder desarrollarme sexualmente con normalidad con una persona a la cual amo.
No tengo autoestima. Detesto cada parte de mi cuerpo, de mi cara, de mi personalidad y de mi vida.
Me siento destrozada. Me fueron rompiendo de a poco.
Pero aún hecha pedazos, aprendí.
Aprendí que no tengo que guardarme las cosas, que aquellos que me quieren no van a dudar de mi palabra y no van a culparme de nada que me hayan hecho. Porque no es mi culpa, porque yo no lo quería, no lo busqué, ni lo merecía. Aprendí que no soy débil por estar rota, y que merezco apoyo y contención.
Aprendí que mi valor no depende de qué tan deseada sea, y que mi propósito en la vida no es ser linda, sexy ni provocativa. Que lo importante es ser yo misma y gustarme tan solo a mí, sin que la opinión de nadie me influya.
Aprendí que vivo en un mundo machista y patriarcal, y que cada día que pasa tengo que luchar y aportar mi granito de arena para que las mujeres dejemos de ser condenadas por nuestra condición de mujer.
Aprendí que mis sueños, mis opiniones, mis comentarios, mis decisiones, mi forma de pensar, mi palabra y mi arte tienen valor.
Aprendí que soy persona, y no un objeto.
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