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EL CUARTO DE BAÑO DE CASA DE MIS PADRES
Todos tenemos una ciudad en la que hemos nacido
como todos tenemos una opinión
y un culo.
Yo tengo un culo, así que también tengo una
pero me piré hace tiempo
porque…
porque…
¿Por qué me fui?
No me acuerdo bien,
pero sería porque debía aprender
a hacerme yo mismo
los huevos fritos.
Mola volver unos días
y dormir en casa de tus padres,
donde, al menos los míos,
están todo el rato entrando en mi cuarto
y preguntando:
¿Qué haces?
Es un poco desesperante,
pero la cara de felicidad que ponen al verme
es algo tan sobrado
que hace que incluso eso
merezca la pena.
Me flipa pulular por las calles
fijándome en las tiendas que han cerrado
y en cómo, aun cambiando algunas cosas,
todo sigue bastante igual.
Es como mirar una partida del Monopoly
a intervalos de media hora.
¡Sí, sí!
Allí había una tienda de ropa interior
y ahora hay un Dentix.
Esa calle estaba llena de zapaterías
pero ahora hay tiendas rollo:
la casa de las carcasas
o
un Gastro Culi Bar
que se llama Tasca Txondo,
o
¡Ufff! ¡Menos mal!
El bar donde me molaba tomar el menú del día
sigue resistiendo,
está exactamente igual
que cuando me fui,
aunque el menú cuesta un poco más.
Me mola venir aquí de vez en cuando.
Me mola ver a mis colegas
y flipar con cómo mi familia aumenta.
Me mola salir contigo y contigo
y ver que pese a que la vida cambia
siempre
hay cosas que no mueren
y que
todavía nos podemos pillar una buena juntos
y que todavía seguís brillando,
cabrones.
Recuerdo que cuando era crío
solía encerrarme en el baño de casa
y que, al cerrar el pestillo,
algo flipante ocurría
porque sentía como si ese espacio fuera mío
y solo mío.
Ahí nada podía alcanzarme
y todo era como yo quería,
todo era mío y solo mío.
No había fechas de entrega de trabajos,
ni exámenes,
ni madrugones,
ni sorpresas.
Solía encerrarme ahí
y vaciaba el vaso de los cepillos
para meter en él todos los champús,
suavizantes,
pastas de dientes,
colonias,
cremas solares,
y más movidas
como si fuera el maldito Dr. Bacterio
para después lavarme el pelo
con el mejunje ese.
¿Quién sabe?
Igual por eso aun mantengo el pelo.
Me mola venir de vez en cuando aquí.
Supongo que esta ciudad
es ahora para mí
una especie de cuarto de baño
con el pestillo puesto.
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CONOCE A TUS VECINOS
La del primero tiene una nieta choni
que la visita los viernes
y mil veces me la encuentro,
a la del primero,
limpiando los buzones
con un trapo blanco
que siempre esta lleno de mierda.
La del segundo usa muletas,
sube las escalera por partes
y siempre bromea diciendo
que ya está para el arrastre.
El del tercero tiene un patín eléctrico
de esos con asiento y todo.
Una vez lo vi entrar en su casa
con una prostituta,
y él me guiñó el ojo como diciendo:
tú me entiendes tron.
El del cuarto es el encargado del bloque.
Le debe molar jugar al parchís o así,
porque siempre que paso por su puerta
se oyen unos dados cayendo sobre un tablero.
El del quinto curra en un bar
y todas las noches vuelve casa
a eso de las tres
haciendo sonar las llaves
que lleva colgadas en el cinturón.
La del sexto pinta cuadros.
Es profesora de esgrima
y a veces practica en casa
usando una aguja de tejer
como espada.
La del primero nunca me saluda
por la escalera,
pero no me importa,
yo siempre la saludo y la saludaré.
La del segundo se lleva guay
con el del tercero,
y suelen juntarse para contarse la vida
casi cada día.
El del tercero habla gritando
y me suelo enterar de sus movidas
a través de mi ventana del patio interior.
Además estornuda como loco,
y cuando lo hace siempre dice lo mismo:
¡Aaaaachiaiaiaiaiaiuaaaaa!
El del cuarto es gay
y le va el rollo de pasar notitas
por debajo de la puerta
cuando quiere quejarse de algo.
El del quinto lleva bigote.
Tiene 33 tacos,
pero aparenta algunos menos
porque tiene cara de crío.
La del sexto no tiene internet
y a veces baja a mi casa
para utilizar el W.I.F.I.
Nunca está más de media hora,
y antes de irse
me suele contar lo que ha buscado y porqué.
La del primero tiene mala leche
y está casada con un tío
que arrastra los pies al caminar
y al que nunca le he oído decir ni mu.
La del segundo tiene un jarrón
con flores de plástico en la entrada
y suele pedir que le lleven la compra a casa.
El del tercero vive con su madre
y se hablan como si fueran colegas
que han estudiado juntos
en la universidad.
El del cuarto llora a veces.
Le gusta el reggaetón,
la música tecno
y canta mal, muy mal.
El del quinto es reservado,
pero si le das palique
se abre bastante y te cuenta movidas.
La del sexto está muy muy flaca.
Habla cuatro lenguas
y todavía está en la universidad
aunque como poco tiene 40 tacos.
La del primero nunca abre al cartero
y sospecho que me vigila por la mirilla
al pasar.
La del segundo me cae guay
porque no desconfía
cuando le digo si quiere que la ayude
a subir las bolsas de la compra.
El del tercero tiene un gato blanco
que una vez se escapó
y apareció a los dos días
hecho un asco
y lleno de manchas de grasa.
El del cuarto a veces chilla
y por lo que grita parece que odia a alguien
como odiaba Kafka a su padre.
El del quinto es a veces majo
y a veces creo que se la flipa un poco,
pero es buen chaval
aunque eso,
a veces se la flipa un poco.
La del sexto una vez perdió a alguien
y se le nota en cómo habla
y en la cara que pone cuando le dices
que el mundo es bonito y feo
a la vez.
Sí, el del quinto soy yo,
y los demás son mis vecinos.
Conócelos.
¿A quiénes?
A tus vecinos.
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A NADIE LE IMPORTA LO QUE TE GUSTA
La flipo bastante
con los pedazo trozos de tomate
que te ponen en las ensaladas de menú,
pero me mola pedirlas
y meterme uno en la boca
y hacer como Marlon Brando en El Padrino
cuando se mete las naranjas en la boca
antes de morir.
No me va eso de leer en los bares
aunque me gusta ver a peña leyendo en ellos
mientras espero ese momento en el que piensan
que es la hora de darle otro trago
a su trago.
Me gusta estar viendo un amanecer
cerca del mar
con la brisa soplando suave,
con un cigarrillo en la boca
y no sentir nada
porque en realidad pasa todos los días
y bueno…que sí, que es bonito
pero sois un poco pesaditos a veces con ellos.
Es bastante full de Estambul
sacar una foto de tu comida
antes de tocarla, pero seamos serios,
la cara que pones al sacar la foto
es peor todavía.
Es genial ver el bigotillo de un adolescente
moverse por el viento
en una habitación cerrada a cal y canto,
pero a ver�� imagínate tenerlo tú así siempre.
Un bajón ¿no?
¿Cómo te llamarían tus amigos? ¿Terciopelín?
Es chungo defender una idea
y salir a la calle
y que te siga muuuuucha peña
y luego verte en la tele
con todas esas personas detrás
y que pasen los días
y que al tiempo te mueras
sin ver la luz
al
final
del
túnel.
Y ahora piensas
que quieres dejar tu curro
porque en realidad no te motiva,
pero necesitas la pasta,
así que vuelves,
y la misma persona de siempre
te hace la misma pregunta de siempre:
¿Qué tal? ¿Cómo te va tío?
Y tú no sabes qué contestar,
pero quieres decir algo,
porque tampoco te cae tan mal,
y entonces dices alguna chorrada
como “aquí ando”
y por unos segundos piensas:
¿Quién coño soy
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LOS MIL Y UN SABORES DEL HELADO
Entras en el bus urbano
y te sientas en el asiento del pasillo.
Vas a un bar y pides una copa helada.
Te da miedo pensar en las vacaciones.
Ves a alguien gritando desesperado por la calle
y piensas que tendría futuro
como cantante de Death Metal.
Puedes disfrutar con tus treinta y pico años
del balanceo de un columpio.xq
Te gusta la buena música
pero puedes bailar mierda en las discotecas
sin sentirte avergonzado.
Tienes tu carrera y tu post grado
y adoras Bob Esponja y Doraemon.
Tienes fotos de tu cara
en más de quince países distintos,
y reconócelo,
muchas de ellas varias veces repetidas.
Sigues llevando la compra del súper
en los brazos
aunque haya carritos libres.
No sabes qué sabor de helado elegir
porque todos parecen deliciosos
y cuando comes en casa
terminas tu comida antes de decidir
qué peli te apetece ver en la tele.
Conoces a mucha gente
pero cuando tienes un problema importante
no sabes a quién acudir.
Te gusta probar cosas nuevas
pero siempre acabas en los mismos sitios.
Pones tu nombre en google
dos o tres veces al mes
rezando porque alguien haya descubierto
algo nuevo en ti.
No pretendo decirte quién eres compadre
pero tú lo has oído ya por ahí,
compañero Millenial.
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UN DÍA ENTRE SEMANA
Te has despertado hacia las ocho de la mañana
y te has duchado antes de desayunar.
Has ido a currar
y digamos que trabajas en una oficina
a siete paradas de metro de tu casa.
Has pasado un día normal en la ofi
y después de cinco horas
has tenido tu descanso para comer.
No habías tenido tiempo
para hacerte el tupper
y has bajado al restaurante
en donde te has comido un menú del día
por diez con cincuenta que no estaba mal.
Has tenido una charla con un compañero
junto a la máquina de café
y os habéis puesto al día
antes de entrar al segundo turno.
Por la tarde ha habido dos o tres problemas
con cosas del curro
pero has conseguido solucionarlas
porque se te da bien tu curro
y piensas que ¡joder!
hay gente que es una puta incompetente.
Antes de salir habéis tenido una reunión,
un feedback sobre el día,
una puesta en común sobre lo que os preocupa
y uno no paraba de hablar y hablar
por lo que has salido media hora tarde,
media hora en la que te has cagado
siete mil trescientas cuarenta veces en él.
Mientras cogías el metro has mirado el móvil
y has visto que tus colegas quedaban
para tomar algo en el bar donde soléis quedar.
Te has bebido un par de cervezas con ellos
y te has ido de los primeros
porque estabas cansado
y tenías ganas de ver un par de capítulos
de la serie que estás viendo.
Has cocinado la cena rodeada de tus compañeros de piso
y has hecho comida de más para así tener mañana
un tupper que llevar.
Habéis cenado cada uno en vuestra habitación
tumbados en la cama junto a vuestros ordenadores
y tú has dejado que el gato se te ponga encima
porque ya está llegando el invierno y hace frío.
Hacia las once has notado que te pesaban los párpados
y te ha dado pereza lavarte los dientes
porque dentro del edredón se está caliente
y tus zapatillas de casa están muy lejos de la cama
y además lavarte los dientes te desvela.
Has mirado el libro que tienes en la mesilla
pero no lo has abierto
y has pensado que porqué leches
la peña que escribe se pone a veces tan intensita.
Has mirado el móvil por si acaso había alguna novedad
pero no la había
porque ya lo habías mirado ciento treinta y tres veces.
Entonces has notado el sueño de nuevo y te has dejado llevar
pensando que no era día para leer,
que ya tenías demasiadas cosas en la cabeza.
Y yo te digo, así a bote pronto,
que durante tu día,
que ha sido un día bastante corriente,
un día que tardarás poco en olvidar,
así de media,
te has comido unos cuarenta y siete pedos
de otras personas
y siete u ocho
tuyos.
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QUÉ SUERTE TIENES
Nunca me ha importado demasiado
que mi cocina sea vieja
y que esté agujereada
por el anterior inquilino,
o que sus muebles estén descatalogados
desde los 90,
o que las puertas de los armarios
cierren mal
y no tengan eso
que las frena antes de golpear,
ese muelle raro que no le deja hacer:
¡pam!
Nunca he sido mucho de tener
esos sofás guapos
que dan ganas de invitar a amigos
a casa,
ni tampoco de montar barbacoas
en la terraza que no tengo
y así pensar que mi vida
es tan bonita como la de los demás,
y así pensar que la envidia
que sentiré al ver el story de un colega
celebrando una fiesta en su casa
será menor.
Nunca me han importado demasiado
estas cosas
porque puedo entrar cuando quiera
a mi cuarto
y ver cómo te cae el pelo sobre los hombros
mientras trabajas desde la cama,
mientras finjo buscar algo,
mientras te ríes porque soy un poco payaso,
mientras te descalzas y me dejas ver tus pies
enfundados en esas medias
que te acompañé un día a comprar.
Nunca me han importado, no…
aunque muchas veces piense
que la suerte se ha pillado vacaciones,
pero es mentira…
porque cada vez que entro
por la noche
a mi cuarto,
después de escribir un rato,
estás en tu lado de la cama
esperando a que yo me tumbe en el mío,
y lo hago
mientras pienso:
¡qué suerte tienes, cabrón!
Supongo que es imposible
morir de alivio,
pero si alguien está cerca todas las noches
soy yo.
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LOS REYES DEL CINE QUINQUI
¡Por eso, porque me la has comido!
¡Por eso, porque me la has comido!
¡Por eso, porque me la has comido!
No paro de darle vueltas
a esta joya
que le ha soltado mi vecina de abajo
a su novio.
Tienen un rollo muy raro estos dos.
Llevan menos de un mes viviendo aquí
y los he visto pocas veces,
pero estoy seguro de que encajarían de lujo
en cualquier película de cine quinqui
de Eloy de la Iglesia
o José Antonio de la Loma.
Yo estaba fumando un cigarro
en la ventana de mi cuarto
como hago tantas veces.
Tengo la suerte
de tener un paisaje cojonudo delante,
y no hablo de montes o playas,
no hablo de atardeceres tan naranjas
como el subrayador de Stabilo, no…
hablo de mis vecinos
que como están metidos en sus casas
se sienten seguros
y piensan que nadie los oye o los observa.
A veces he calculado
la cantidad de viviendas
que hay en todo el patio interior
y creo que son como treinta y algo.
Flipante, ¿no?.
Están los que hacen fiestas los domingos
y ponen salsa, merengue, bachata
y alguna vez rancheras.
Están los rusos
que suelen liarla de vez en cuando
y se ponen a hablar de drogas
a todo trapo.
Están los de enfrente
que tienen una bandera del Barça en la ventana
en lugar de cortinas.
Están las del segundo
que son madre e hija
y que me sé su vida al dedillo
porque a la hija le da por hablar por teléfono
en la ventana.
El caso es que los de abajo
estaban de bronca.
Él le recriminaba a ella
que no hacía las tareas de casa
y que lo justo hoy en día
era repartirlas entre los dos,
que él era muy “fémino”, decía.
Ella se rio y ahí es cuando empezó la magia:
-Pero ¿cómo voy a hacer nada? ¡Estoy enferma, joder!
-Tú estás enferma para lo que quieres.
-¡No me vegas con esas, idiota!
-¡No me llames idiota!
-¿Por qué no? Es que eres idiota.
-¡Que no me llames idiota!
-¡Idiota!
-¡Idiota, tú!
-¡Me vas a comer toda la polla! ¾dijo ella.
-¿Cómo te la voy a comer si no tienes?
-¡Por eso! ¡Porque me la has comido!
No había forma de responder nada mejor.
No hay duda de que Eloy y José Antonio
se perdieron dos joyas.
No se puede negar
que estos reyes del cine quinqui
hay veces que la clavan.
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EL HOMBRE INVISIBLE
Alguien con un patinete eléctrico
se acerca hacia a mí
y no pienso apartarme,
estoy harto de ser siempre yo
el que se desvía de estos vagos
que desechan una de las cosas
más bellas que hay:
caminar.
De hecho
pienso chocarme con él a lo suicida,
sé que él no se va a apartar.
Ya ves,
toda la vida teniendo cuidado
para acabar así,
atropellado por uno de esos
inventos horribles.
Bueno… no es que vaya a morir,
ni siquiera pueden hacer eso,
pero de una buena hostia no me libro.
No pasa mi vida por delante.
No me arrepiento de nada.
No digo eso de: ¡vaaa, venga! Lo dejo para mañana.
Lo sé, lo sé…
no voy a morir, solo un buen golpe,
puede que algún hueso roto.
El tío se acerca y se acerca,
no va a dar su brazo a torcer,
es un caballero medieval
batiéndose en duelo
por…
¿por qué?
Lleva casco, gafas de sol
y mascarilla,
va bien protegido.
Me recuerda a la imagen que tenemos
del hombre invisible,
y es raro que tengamos esa imagen suya
porque es invisible, ¿no?
Acelero el paso,
igual si voy más deprisa las fuerzas se igualan.
Meto las manos en los bolsillos
para ser más duro
y noto algo en la mano derecha,
tengo algo ahí, sí… lo puedo palpar.
Es un papel, mejor dicho,
es el ticket de compra
del último libro que me he comprado:
El Idiota de Dostoievski.
Sé que debería habérmelo leído ya,
por lo que sea no lo he hecho,
pero es el siguiente en la lista.
Acelero aun más el paso y casi estoy corriendo.
El golpe es ya, es enseguida,
ni él ni yo cedemos un milímetro,
y a esta velocidad igual sí que palmo.
Puede que al chocar con este pavo invisible
la caída sea chunga y al otro barrio,
no sería el primero en morir así,
mira las noticias, hay muchos que palman
por chorradas más grandes.
Cuando ya noto
que el hombre invisible este
ha comido un Kebab mixto hace poco
me lo pienso mejor
a la vez que arrugo el papel de mi bolsillo
y doy un paso hacia la derecha
para esquivar el golpe.
El hombre invisible pasa como una flecha
y me da tiempo a lanzarle la pelota que he hecho
con el ticket
que le da de lleno en el casco
y sale como un cañonazo hacia algún sitio
que no consigo ver.
Sí, me he achantado,
pero es que
morir sin haber leído El Idiota
hubiera sido
una muerte idiota,
hubiera sido dejarle ganar
por goleada.
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EL BOTÓN
A todos nos molaría
tener un botón
que al pulsarlo
todo el miedo a no poder,
la ansiedad que te dice que estás loco
o que estás cerca de volverte tarumba,
el hastío que te hace ser un fósil,
el horror rollo El corazón de las tinieblas
y el cansancio de no hacer nada
desparecieran como por arte
de Gandalf.
Todos hemos tenido una resaca
en la que el corazón nos va a mil,
y tenemos que ponernos boca abajo
con las manos en el pecho
para controlar
que no se nos vaya la olla,
para controlar
que el pum pum pum pille un ritmo normal,
aunque siempre he creído
que no se vuelve nunca a lo de antes,
siempre he creído
que solo se tira para adelante.
La vida nos pone a prueba a veces
(okey boomer)
y nos golpea
dejándonos vuelta al aire
y con pocas ganas
de levantarnos de la cama,
con pocas ganas
de atarnos los cordones de las zapas
por muy bonitas que sean,
por muy último modelo que sean.
Muchos optan por la priva,
las pastis,
el espichu,
un Diazepam,
las compras,
una foto semi en bolas en las redes,
ponerse doblados de burguers gourmet,
ver pelis de fumado para no darle al tarro
de más.
Lo tenemos jodido, es verdad.
El botón es complicado de encontrar,
está bien escondido,
más escondido que Mewtwo
en el Pokemon rojo,
más escondido que
esa peña que paga la cuenta
sin preguntar:
¿se puede pagar por separado?
Yo tengo el mío, mi botón,
mi tranqui, colega, todo va guay:
es mi gato cuando se pone a ronronear
en forma de zepelín
encima de mi pecho
con los ojos entornados
mientras le doy vueltas
a este poema
que al final no me ha quedado
tan mal.
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UNOS CINCO MINUTOS ANTES
Hay una página en internet
(bueno… supongo que habrá mil)
en la que puedes colgar fotos
de cosas que quieres regalar:
una nevera, una lavadora,
un armario, toallas… cosas así.
Desde hace mil que tengo un ventilador
que no utilizo nunca
y he pensado que estaría bien
colgarlo ahí por si alguien puede
darle mejor uso.
Me han escrito como diez personas
y como soy un tío justo
le he dado prioridad a la primera,
a la más rápida,
que por su foto de perfil he visto
que es una chica de unos cuarenta años
con dos hijos
y un marido pelo pincho.
He quedado con ella para el día siguiente
a las cinco,
pero unos minutos antes de la hora
me ha escrito diciéndome
que si podía ser al día siguiente.
Le he dicho que sin problema,
pero me ha vuelto a escribir,
unos cinco minutos antes,
para decirme de nuevo lo mismo.
Le he dicho que okey otra vez,
ya un poco mosca,
pero bueno… la vida es complicada,
y recoger un ventilador
no suele ser una gran prioridad.
Hoy es el tercer día que espero.
Quedan unos cinco minutos para las cinco
y miro el móvil con la sensación
de que la excusa está por venir.
Suena el móvil y es ella
que me escribe lo siguiente:
Hola. Por motivos de fuerza mayor
no podré ir por el ventilador.
Mi madre acaba de fallecer
y yo no tengo fuerzas para nada ahora.
Perdóname que te lo cuente
pero es para que entiendas
que si falto al compromiso pactado
es porque el motivo lo merece.
Al principio me quedo un poco como:
¡hostia puta!,
pero enseguida empiezo a darle al coco.
¿Será una trola?
No, no… cómo va a mentir con estas cosas.
Pero ¿por qué me lo cuenta entonces?
Ella dice que para que entienda
la razón de que no venga,
pero ¡joder!,
si la ha palmado tu madre te inventas
cualquier cosa,
o es más,
pasas totalmente del pringado ese
con el que has quedado para pillar
un puto ventilador.
¡El motivo lo merece dice la muy hija de puta!
¿Es que mientras sentía el dolor
de la muerte de su madre
se ha acordado de mí y ha dicho:
voy a avisar al chaval del ventilador?
Imposible, imposible,
tiene que ser una trola.
Entonces ¿por qué la muerte de la madre?
¡Cualquier otra cosa hubiera bastando!
Se me ocurren como ciento cincuenta mil
trescientas cuarenta y tres excusas.
¿Cuántas veces ha matado esta tía
a su madre?
Tengo resaca: mi madre la ha palmado, jefe.
Ponen una peli que me mola en la tele:
oye, tío, que no te puedo ayudar con la mudanza,
que mi madre la ha palmado.
¡Qué pereza sacar al perro!
Oye, Pluto, que mi madre la ha palmado.
No sé muy bien qué contestarle.
Podría decirle que lo siento,
que no se preocupe,
que le acompaño en el sentimiento…
pero estoy casi convencido
de que se lo ha inventado.
Me dan ganas de preguntárselo,
pero es obvio que no me va a decir la verdad.
Podría decirle que ya que se toma
tantas confianzas
que me invite al entierro
y que ya de paso le doy el ventilador
después del abrazo del consolación.
Tal vez eso haga su vida más agradable
porque, aunque su madre está bajo tierra,
habrá conseguido un ventilador gratis
y ni siquiera habrá tenido que ir a por él.
¿Quién sabe? Puede que ese sea su plan.
Cosas más raras se han visto.
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UN MUNDO PRÁCTICO
He salido a hacer la compra
pero he cambiado de idea
mientras iba hacia allí
al escuchar a un chaval
con una cinta en la cabeza,
el pelo así a lo punki,
y unos pantalones petados de pintura
que decía que ser artista hoy en día
es más una cuestión práctica
que otra cosa.
Me ha pasado como cuando lees
a alguno de estos filósofos indescifrables
y no entiendes nada,
y te sientes estúpido
porque conoces todos los significados de las palabras
que están en la frase,
pero no hay manera de entender
qué coño están diciendo.
Pues eso, con el chaval este de la cinta
me ha pasado algo parecido
y me he puesto a caminar
intentando entender,
intentando saber qué leches quería decir.
No he llegado a gran cosa,
lo único que he pensado
es que más vale que no soy artista,
que más vale que soy escritor
y que he conseguido esquivar esa bala.
He seguido caminando
con las manos en los bolsillos
porque hacía rasca,
tanta que aunque me moría por fumar
he preferido no hacerlo.
Además, llevo unos cuantos días
con una tos bastante chunga
y es mejor darme una tregua con el humo,
bueno, en general una tregua siempre viene bien,
nunca te pongas normas demasiado duras.
Al llegar a un plaza he visto
junto a los contendores
un montón de pinos amontonados
entre unas vallas de madera.
Estaban todos tirados,
solo dos se mantenían en pie.
Me he acercado y he notado enseguida
ese olor de los pinos
que,
al menos a mí,
me trae unos recuerdos cojonudos.
Encima de la valla había un cartel
que decía:
pinos de navidad para recoger.
¡Claro! Ya estábamos a mediados de Enero
y los pinos que tanto han dado
descansan abandonados y olvidados
en los centros de las plazas
esperando al camión de la basura,
a las manos de los currelas enfundadas en guantes
que los manosearían y los lanzarían sin sentir nada
para llevarlos a una muerte segura.
Ha sido triste verlos ahí
sin un trozo de tierra al que agarrarse
en varios kilómetros
con de meadas y japos
como lo más parecido al agua
a su alrededor.
Esos pinos habían tenido su momento
pero no su oportunidad,
habían muerto en el esplendor de la vida,
dejaron un bonito cadáver,
pero a nadie, nadie,
le importaba más que lo nos importa
una bolsa de basura cerrada con doble nudo.
Por eso me he acercado a ellos
y los he olido con fuerza mientras los acariciaba
sabiendo que yo también
me he sentido así alguna vez,
pero no… yo no soy esos pinos,
yo soy de los malos
y esos pinos son
el mundo.
Me han dado ganas de llevarme uno a casa
pero…
¿quién soy yo para ponerme en el camino
del progreso?
He vuelto a casa con la idea de que
el mundo no avanza ni retrocede,
sino que solo cambia.
He vuelto a casa
y he escrito esto
con la esperanza
de que al menos tú
puedas sentir el olor de esos pinos
llenos de vida
que seguro que todavía esperan
a que alguien les de
otra oportunidad.
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ESO SON CHORRADAS
De todas las conversaciones
que hay ahora
en este momento
en el mundo,
¿cuántas serán?:
-¿Qué tal?
-Bien, ¿y tú?
-Bien, bien. Y ¿qué tal todo?
-Bien, la verdad que bien.
Todo está bien,
está cachi, cojonudo y de puta madre
aunque llores por dentro.
Todo está de lujo
aunque sientas asco,
ira
y miedo
al ver a dos personas enamoradas.
Todo va como la seda
aunque tengas que apagar y encender
treinta veces la luz
antes de irte a la cama.
Esto no es otro poema
sobre hacia dónde avanza el mundo
porque eso son choradas,
porque no avanza,
porque solo cambia,
como todo:
tu vecino del cuarto,
el gato de tu jefe,
los rollitos de primavera,
el pichichi de la liga,
el porno,
tú.
Solo piensa en cuando llegas a casa
de ayudar a un colega con la mudanza.
Piensa en tus manos doloridas,
en cuándo volverán a estar bien,
en cuándo volverán a acariciar a alguien,
en cuándo dejarán de temblar
después de una buena resaca,
en cuándo desparecerá
esa picadura de mosquito
y en qué estará haciendo ese cabrón
que te picó mientras dormías.
Puede que hoy no agarres el pitillo
como lo agarrabas a ayer
cuando aspirabas el humo
mientras el sol se escondía
detrás de los edificios.
De hecho es bastante probable
que el sol no vuelva a salir mañana
y que todo eso que pensaste
que podías terminar
otro día
se quede a medias.
Todos estamos bien,
estamos cojonudos
incluso cuando tenemos que ir al dentista
para que nos hagan una revisión.
No hay nada que pueda con nosotros
o al menos no hay nadie que sepa
qué es eso que nos hace ser tan raros
cuando nos ponemos pedo.
Nadie quiere que le sueltes
que estás jodido
y que llevas días y días y días
con un miedo sobrado a salir de casa
por si el pesado de turno te pregunta
que qué tal estás
y tengas que hacer uso
de todo tu talento interpretativo
para salir del paso,
y aún y todo al despedirte,
repetirás la conversación en tu cabeza
estando seguro de que la has cagado
y que se te ha visto el plumero.
Es como si tuviésemos que molar
una cantidad determinada,
al menos a ojos de los demás,
para ser meritorios
de seguir con vida.
Si os parece que exagero
haced la prueba la próxima vez
que alguien os suelte el mítico: ¿qué tal?
Entonces veréis en su cara el pánico
mientras mira el reloj
y os dice
que ya quedaréis otro día,
que ahora va con prisa,
que ha quedado con no sé quién
para no sé qué.
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