Tampoco te vayas a creer que todo lo que pone aquí es real, a ver.
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II. Stephano
‘Perdóname, Señor, porque he pecado’
El sacerdote hizo amago de posar su pulgar en mi frente, pero disparé antes de que pudiese hacerlo. Si existiese un dios, sería yo quien tuviese que perdonarle, no él a mi.
Llegué a La Boheme y me senté sola en la barra. El camarero puso un vaso delante de mi al verme, no preguntó qué quería.
-Te está esperando-me dijo.
Asentí. No me moví. Podía esperar un poco más. Observé a una pareja de hombres que se besaba apasionadamente junto al baño. Uno de ellos de me recordó a Pablo. Dejé de mirar, bebí el vaso de un trago, y pasé a los reservados.
-Aquí estás-exclamó Stephano abriendo los brazos al verme. Me senté en el sofá más alejado que pude, y él ordenó al resto de sus acompañantes salir de la habitación-Agradezco mucho que hayas sacrificado tu día libre.
Escupí a sus pies.
-Quiero verla.
-Claro que sí.
Como cada año, me dejé vendar los ojos antes de entrar a la parte trasera del Cayenne que me llevaría a La Mansión. Como cada año, no pude evitar que mis piernas temblasen al bajar del coche.
-Disfrútalo-me sonrió Stephano desde el interior, y como siempre, me contuve por no golpear su dentadura perfecta.
Seguí a las dos mujeres que habían salido a recibirnos y atravesamos la casa para salir a un patio trasero que en realidad era una puerta al mar. Cuando la vi estaba jugando en la playa, saltando las olas.
-Marchad-le dije a las mujeres.
Y me quedé de pié, contemplándola. No tardó en percatarse de mi presencia y en venir corriendo hacia mi. Cuando me agaché a abrazarla el océano desapareció de mi horizonte, y comenzó a brotar de mis ojos.
-Feliz cumpleaños, bebé-le susurré.
Como cada año, cuando volví a sentarme en los asientos de cuero con los ojos vendados, una parte de mí se arrepintió de no habernos ahogado a las dos entre las olas.
Durante el camino de vuelta, lloré de rabia al recordar el día que había acabado mi (segunda) vida.
*
Fue el dia del aniversario de la muerte de Tom. Hacía tiempo que había decidido no volver a un cementerio, pero volví a sentarme frente al portal de mi antigua casa, como si la nostalgia pudiese acercarme al pasado de entonces.
Cuando volví de llorar la muerte de mi protector, empezó el verdadero duelo de mi vida.
Stephano estaba esperándome. Pablo amordazado y sangrando a sus pies, nuestra hija llorando aferrada a su osito, en brazos de un hombre que tenía el bíceps casi más grande que el cráneo.
-Cuanto tiempo he esperado para conocer a la Barbie-fue lo primero que dijo.
Yo le arrojé un jarrón a la cabeza como respuesta. Que él esquivó, por supuesto. Las flores amarillas se esparcieron por el suelo.
-Ni se te ocurra volver a llamarme así.
-Tenían razón sobre tu genio-comentó calmado.
No lo ví venir. Me esperaba la amenaza, pero no hubo. No se molestó en hacerme suplicar. Disparó a Pablo en la cabeza, tan rápido que no me dió tiempo ni a gritar.
-¿Te acuerdas de Jhon? -me dijo, pero yo estaba tan conmocionada que no pude responder- No queremos que le pase lo mismo a tu pequeña, ¿verdad?
*
Desde aquél día había visto a mi hija tres veces, cada año por su cumpleaños. El primero intenté escapar con ella y Stephano le rajó la mejilla izquierda. La segunda vez resistí la tentación de ahogarnos en el agua, igual que esta.
Cuando bajé del coche me prometí que no habría una cuarta.
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III. Jeremy
Los dos primeros señores de aquella guerra de mercenarios habían venido a buscarme a las puertas de la desesperación. Sin embargo, acercarme a Jeremy fue más complicado de lo que imaginaba, sobre todo teniendo en cuenta que Stephano no se fiaba de mi (con razón).
Me recibió en su sala del trono particular, una pequeña iglesia de París de la que se había apoderado.
Se sentó conmigo en la escalinata de mármol que antes habría guiado al altar.
-He de decir que durante un tiempo pensé que jamás vendrías.
-Durante mucho tiempo intenté encontrar una solución alternativa para no venir -le dije.
-Ah, ¿jamás vas a perdonarme?
-¿Que tus hombres matasen a Jack? ¿Que os aprovechaseis del fin de Tom como buitres?
-Lo de Jack fue un accidente laboral, Barbie. Y Tom... los negocios son los negocios.
-No me llames Barbie.
Se rió desagradablemente.
-Eres un pierro fiel, dulceatà. Pero tu amo no va a volver de entre los muertos.
-Y aún así quizás preferiría haberle seguido a la tumba.
Suspiró.
-He de reconocer que si en algo admiraba a Tom era en la capacidad para crear lealtad entre sus perros. Siempre me disgustó que el estúpido de Stephano le sucediese.
-Le usurpó -enfaticé- No sucedió.
-Pero no por mucho tiempo, ¿verdad dulceatà?
Una vez dentro no me fue dificil convertirme en su favorita. Jeremy era quizás el más joven y más astuto de los tres, había sido criado con el propósito de heredar aquél imperio. Pero precisamente porque había llegado al poder con apenas veinte años, el tiempo le había tornado, en el auge de aquella guerra ahora de dos, demasiado vanidoso.
Aproveché aquella vanidad para ofrecerle algo que no podía no desear: la protegida de Tom, la cautiva de Stephano, y su enemiga declarada. Ahora me arrojaba a sus pies. Tragado el orgullo, hincada de rodillas, suplicando para entregarle la cabeza de Stephano en bandeja de plata.
Mi desesperación por recuperar a mi hija le ponía cachondo. Y saber que Pablo y Jack estaban muertos le daba la seguridad de saber que no tenía con quién refugiarme.
Una noche llegó a proponerme engendrar un heredero.
Y yo, que había perdido los escrúpulos y la dignidad hacia demasiado tiempo, me abandoné a mis instintos más primarios. Y he de decir, que durante aquél tiempo en el que me dediqué exclusivamente a follar y matar, sentí una libertad de espíritu que no sentía desde que Stephano apareciese en mi casa en aquél rojizo aniversario. Hasta podría decir que en algún momento me sentí feliz.
Podría haberme convertido en la señora de aquel imperio, Jeremy lo había dispuesto todo para recuperar a mi pequeña. Hacia meses que ninguna mujer que no fuese yo rondaba su cama. Hasta había dejado de acompañarse de prostitutas en los clubs.
Durante una fracción de segundo de la noche más calurosa de agosto, dudé en cambiar el plan que con tanto cuidado había desarrollado aquel último año. Pero era demasiado vieja en alguna parte de mi alma como para dejar de jugar sobre seguro en el momento más importante.
El dolor de la traición en los ojos de Jeremy fue tan real que mi antigua yo, la que había llorado durante meses la muerte de Jack, la misma que se había enamorado de Pablo, o la que había llevado flores cada día al hospital hasta la muerte de Tom, habría sentido cómo se le rompía el corazón. Pero yo ya no existía más que en mis recuerdos. Ahora era solo una leona herida luchando por salvar a su cría.
No disfruté con su caída sin embargo. Solo acudí porque Stephano me obligó, haciendo alarde de su infinita crueldad. En el fondo creo que porque esperaba en mi alguna reacción.
-¿Y si me hubieses traicionado a mi? -me dijo- ¿no lo pensaste en ningún momento?
-Nunca lo sabrás, Stephano.
-¿Has incluido algo en tus condiciones?
Negué.
Dos dias después abrazaba a mi hija, arodillada en la orilla. Y por primera vez sentí miedo de que se la pudiese llevar el mar.
-Deberías haberme traicionado.
Y se alejó, pero arrojó la llave de un coche sobre la arena antes de irse.
-Eres libre.
FIN
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I just wanted you to know, that baby u’re the best 💘
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El Cadillac
Me ha(s) vuelto a pasar.
La primera vez no lo vi venir. A pesar de haberte estado pensando toda la semana haber estado toda la semana masturbándome pensando en ti. Era un viernes feo, en mitad del marzo mas frío y lluvioso de los últimos años. Comí con P, que insistía en convencerme para bajar a Vallecas a la noche, pero yo solo podía pensar en ir al gimnasio, a la ducha, y a la cama. Noche de abuela de la que pretendía levantarme orgullosa el sábado, hasta que R me convenció para ir a Siroco. (tampoco es que le fuese difícil, había dejado de llover, y yo quería dejar de pensar en ti) Y lo cierto es que lo conseguí. Estuve a punto de mencionarte a G, pero me contuve y luego se me olvidó. Y no volví a pensar en ti en toda la noche. Me dejé mimar por I, escribí de madrugada a H, respondí a los mensajes de B, pero no volví a pensar en ti. Hasta las ocho de la mañana, cuando me vi en casa del amigo de I, abrazando su cuerpo... y pensando en el tuyo sin querer.
Quise odiarte, pero no pude. La semana siguiente evité acostarme con I porque tenía miedo de volver a pensarte.
Y anoche me pasó(aste) de nuevo. Algo me decía que no debía quedar con él, pero necesitaba probarme a mi misma, demostrarme que podía follarme a cualquiera sin pensar en ti. Como siempre. Pero sin querer me encontré perdida en una conversación que apenas me interesaba, perdiendo la cuenta de las cervezas que bebí y pensando que aunque era más guapo que tú, no me ponía ni la mitad de cachonda que tu recuerdo. Y por suerte, descubrí que podía no acordarme de ti, pero te pensé, en el polvo más triste de la historia, para correrme cuanto antes y marcharme de allí victoriosa con mi descubrimiento. (en realidad no conseguí correrme, pero no me importó)
Y hoy me cuenta E que te vió hace poco. Que te has hecho a la costa, y a ella. Finjo que no me intereso demasiado, pero reúno los detalles y lo añado a lo que dicen en el pueblo. Me entero de que ahora paseas por la playa a las tardes con ella, que conduces un ranchera, que ya no llevas tu mi el séptum , que bebes gin-tonic. Y pienso en todas las noches que follamos en la arena, en cuando volábamos en tu moto porque mi Coupé no te parecía lo suficiente rebelde, en el tatuaje que te dibujé y los piercing que nos hicimos borrachos de madrugada, en los Plateados que compartíamos después de tus whiskeys con hielo y mis vodka-redbull. Y sin darme cuenta me encuentro en tu barrio. E se ha marchado hace un raro y tu su vaso de whiskey sigue aquí. Va a amanecer y podría pensar que he viajado al pasado, pero no estás tú. Y pienso en lo que dice la gente, me pregunto qué te dirán de mi. Canta Loquillo y me río sola en el baño mientras a la chica del espejo se le caen las lágrimas por mi. Canto con él.
‘Y dice la gente que ahora eres formal, y yo aquí borrachoa en El Cadillac’
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The world is mine, there's nobody here, just us together Keepin' me hot like July forever
Te canto aunque no me puedas oir, y maldigo nuestra suerte, joder
It hurts to love you, but I still love you. It's just the way I feel, and I'd be lying If I kept hiding the fact that I can't deal And that I've been dying for something real
Y no sé si te quiero, pero no me lo planteo porque sé que ahora siento, y es suficiente verdad. Porque juntos somos tempestad, dos locos que no necesitan cordura dura se le pone a Homero al pensar nuestro final. Y que puta la mar, que nos quiere tragar pero te juro por mis piernas que yo aguanto aquí clavada, que le jodan a los dioses, tú y yo somos ateos, yo tormenta y tú huracán, impasibles hasta el final. Julio eterno en mi cuerpo contigo, sé que tienes sueños húmedos conmigo. Febrero de follar otros cuerpos pensando en ti, pensando que en esta ausencia ya se avecina el fin.
Y juntos lloveremos océanos.
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He sings: -'Tell me I’m your National Anthem’ -Who else? He puts a necklace over her naked body. -Now you’re dressed. She smiles. -Ummmm.... diamonds. -I’m gonna get you made a crown with those. For the wedding. -But I like them this way. -Then you will have both. -But I don’t need the crown. -You do. A crown for a queen. -Queen of perversion? haha -Queen of my kingdom.
The house is empty. Thirty rooms full of loneliness. But it won’t be for long. The wedding is happening in five days, and our guests will fill everycorner of this little palace. I watch her in perspective. I see her smile. I feel the diamonds in her hands. My yesternight hands. I take the crown from the bed. Her bed, my bed. Her crown, my crown.
How did I make it here? I wonder.
They say the probabilities to intimace with someone are defined by the conditions given in the time that you meet that person. I had no money when I met Leo. Neither did he. That was our condition. We both worked for Louie. We both had runned away from wild London. We both had nobody to trust. Louie was the lord of “Dark and Dirty” Birmingham. The one and only. He owned the night in the City. Leo was his favourite dealer. I was his tester. I tried everything. All the liquors. All the drugs. Louie promised quality to his clients. I tried the quality of everything, including Sarah. His daughter.
Louie loved Leo. Leo loved me. I loved Sarah.
We lived in a hierarchical broken-hearts situation that ended when Louie found out about me and Sarah and accidentally killed her, high on his anger. After Sarah passed away, I had the blue and Leo took care of me. At some point there I felt in love with him.
We poisoned Louie. Just the two of us, alone. I have never, ever, felt guilty about that. Furthermore, when Louie died, we discovered that he wanted Leo to inherit his legacy. I always thought it was the way God thanked us for erradicating Louie’s evil soul. I’ve been cleaned and sober everyday since then.
We’re getting married in five days, and Leo is the only person I can trust. He asked me this morning if I had any regrets. -I wished Louie knew you betrayed him. With me. I wished he suffered. -It was too risky.
I know.
I’m keeping a secret from Leo. I will tell him after the wedding: I’m pregnant.
It’s going to be a baby-girl. I can feel that. And we’re going to name her Sarah.
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La Madre
-Está cerrado.
Lena apareció en aquella ciudad también ante mi puerta (la de mi tienda), también un día de lluvia.
Ignoró mi aviso y caminó hasta el mostrador en silencio. Alcé la cabeza malhumorado y dispuesto a deshacerme de mi persistente visitante, cuando el aire se congeló en mi garganta, los billetes que contaba temblaron en mis manos, y las pupilas se me dilataron ante la inesperada visión.
Ella sonrió.
-Que desconsiderado es mi sobrino -dijo señalando mi brazo izquierdo, coloreado en tonos cálidos.
(Se refería a mi aversión a las agujas)
La llamaban La Madre. Pasaba de los cuarenta, pero apenas aparentaba treinta y pocos. Reapareció ante mi con el pelo blanco cortado a la altura de los hombros, los ojos tristes, y alrededor de quince kilos más que la última vez que nos vimos.
-Has engordado -volvió a decir, fijándose también en mis músculos. Aún sonreía.
Le devolví la sonrisa.
-Me alegro mucho de verte.
Salí del mostrador para abrazarla. Ella me correspondió al abrazo, aferrándome con fuerza.
-Quiero un corazón en la mejilla derecha -respondió.
Sentí una punzada en el pecho, pero no dije nada. No quise estropear el momento.
La llamaban La Madre porque ella había criado a sus sobrinos, huérfanos de madre desde niños, y los había enseñado y entrenado en las artes de la familia mientras su padre combatía en la Guerra. La llamaban La Madre porque se encargaba de adiestrar a los recién llegados, y era firme y dura con ellos hasta que aprendían, pero también dulce y compresiva cuando se equivocaban. La llamaban La Madre porque era la única hermana de la familia, y había dado a luz a tres vástagos. Pero para mi, más allá de todo, era mucho más que aquello. Aunque me doliese cada febrero, sabía que no lloraba por mi propia madre lo amargo que lloraría la muerte de aquella mujer.
Tomé su cara entre mis manos, con temor al principio, pero me tranquilizó sentir musculo bajo sus mejillas. En silencio deslicé la aguja como ella había pedido, recordando que jamás habría sostenido una con pulso tan firme tiempo atrás.
Cuando terminé me pidió un vaso de whiskey. La invité a casa.
-No. No debo saber donde vives.
Comprendí que había venido para quedarse.
-Y yo tampoco debo saberlo entonces.
Asintió.
-Mi sobrino tiene un pálpito con esta ciudad.
-Que está llena de ratas -comenté.
Cerré del todo y traje una botella y dos vasos de la trastienda.
Aquél día lejano volvió a mi mente con más nitidez de la que me hubiese gustado admitir.
Estaban entre nosotros. Se habían infiltrado y expandido como ratas. Habíamos fallado una vez tras otra y aprovecharon para derribarnos. Ví caer a los gemelos de Lena en el mismo suelo al que acababa de caer su padre intentando protegerlos. La sangre de ambos bandos se mezclaba en el suelo del salón. Él me gritaba que corriese. Mi costado ardía.
-Ojalá nos dejase cazarlas -dijo apretando los dientes.
Victor, el pequeño de Lena, estaba acurrucado bajo el mueble bar. Lo tomé en brazos y lo saqué de allí como pude.
-Vendrás aquí por mercancía, supongo.
Asintió.
-Venderé en La Boheme. Sólo deberíamos vernos allí o aquí. Date la vuelta si me ves por la ciudad.
-¿Hasta cuando?
-Hasta que cambien las órdenes.
Bebimos en silencio. Observé cinco anillos adornando sus dedos. Las piernas, cruzadas, se adivinaban fibrosas bajo la tela. Él había esperado seis años a reunirnos de nuevo. Me preguntaba por qué. Fue al final ella quien resolvió mis dudas, con otra pregunta.
-¿Se lo has contado a alguien?
Negué.
-¿Tú?
Levantó la mano de su vaso vacío.
-A mi sobrino.
Asentí, pasando la vista de sus anillos a sus dedos, que yo recordaba largos y lánguidos. Me estremecí un poco al recordar su tacto sobre mis pómulos, desagradablemente marcados entonces.
-Lo siento -le dije- Intenté salvar a Victor, pero no lo conseguí.
Ella movió la cabeza, airada.
-Ni se te ocurra sentirte mal por ello.
-¿Quieres más whiskey?
A los cuatro días nos quedamos sin comida. Al noveno Victor ya no tenía fuerzas para llorar. Ella lo acunaba en sus brazos y le susurraba con voz rota que todo iba a ir bien. Yo no me atrevía a interrumpirlos. Durante una semana permanecí callado, un testigo mudo a distancia. Al octavo día Victor perdió las fuerzas, pero ella no dejó de abrazarlo.
Aquella noche me desperté con sus sollozos, pero fingí estar dormido. Por la mañana me sobresaltó su mirada enrojecida a un palmo de mi rostro.
-Come.
-Eres mi hijo, Aitor -ignoró mi pregunta. Dejó el vaso, me arrebató el mío, y se inclinó hacia mi- aunque no hayas salido de mi vientre, ni haya elegido tu nombre. Eres mi hijo. No lo olvides nunca, Aitor.
Me dió la espalda y rellenó los dos vasos.
-Come.
Manchas oscuras resbalaban por la barbilla y descendían por el cuello hasta su pecho. Los labios brillaban rojizos.
Lo comprendí pero no lo quise pensar. Llevábamos nueve días sin comer.
-Nunca, madre.
A pesar de Victor, aún pasamos otros veinteycinco días sin probar bocado. Dos días antes de que nos rescatasen empecé a perder la conciencia. Me desmayaba cada pocas horas y me despertaba en brazos de La Madre. Sentí que a acunarme una parte de ella recuperaba el fantasma de Victor.
Sonrió satisfecha ante mi declaración.
-Vi caer al amor de mi vida y a mis hijos uno tras otro delante de mis ojos -me dijo- pero, ¿sabes qué?
Negué.
Se tocó la mejilla que acababa de tatuarle.
-Llevo a Victor conmigo, para siempre.
Cuando terminé de comer me atrevi a mirarla por primera vez desde la noche anterior. Sus ojos relampagueaban nerviosos. Me cogió la cara entre sus manos.
-Me he comido su corazón.
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I. Él (El Poeta)
Cuando la conoció Ella era una fotógrafa primeriza, a punto de exponer en solitario.
Él acababa de publicar su primer poemario, y aunque hubiese preferido emborracharse re-leyendo sus versos para evitar llamar a la mujer a la que estaban dedicados, preguntándose si los llegaría leer, se dejó convencer para salir a celebrarlo.
Cuando la vio supo que al único sitio al que iba salir aquella noche eran sus sábanas. Y así, Ella acabó en su cama deshecha unas horas y ciertas copas de vino después. Y aunque dudó, aceptó a la súplica ahogada de sus ojos, cuando le dijo que aquella noche no quería dormir solo.
A la mañana siguiente, la descubrió escribiendo una nota de despedida justo antes de intentar escabullirse. Dos noches atrás habría sonreído aliviado, dispuesto a regocijarse en el dolor de que la mujer con la que había dormido no era a la que escribía. Esta vez sonrió por un motivo distinto, e interceptó a la fugitiva. La convenció para desayunar en su terraza, solo a cambio de hacerle el desayuno mientras ella fotografiaba las privilegiadas vistas.
Descubrió que, mientras dormía, había leído sus versos.
-¿Y qué te parecen?
-Dolorosos. Me parece que sufres demasiado, como todo buen poeta.
-Y aún así pensabas abandonarme esta mañana, para hacerme sufrir más.
-Oh-se rió-no creo. Creo que sólo escribes a una musa.
-Hace largo tiempo perdida.
Y tímidamente le pidió algo que Él no esperaba, uno de sus versos para encabezar la joya maestra de su exposición.
No volvieron a follar hasta el día de la inauguración, dos meses después.
Tomaron por costumbre trabajar juntos. Los poemarios de Él se fundieron con el portfolio de Ella, y publicaron tres libros, cada poema ilustrado con una foto que le había conmovido, a veces inspirado, a Él. Y a lo largo de tres años expusieron tres colecciones distintas en ocho ciudades, cada foto adornada con una frase suyo bajo el nombre, elegida por Ella.
II. Ellos (Tormenta)
Pero si ser un artista era tormentoso de por sí, amar a uno podía ser terrible.
Por aquella época Ella trabajaba en una serie analógica dedicada a los hombres, y pasaba los finesdesemana fotografiando a sus amigos en los excesos de la noche.
Él, mientras, había abandonado los bares. Vaciaba una tras otra las botellas del salón, y plasmaba sus tormentos en dolorosas acusaciones en forma de versos. A veces contra Ella, a veces contra musas pasadas, amargos sentimientos mezclados.
A Ella le roían los celos de que Él escribiese sobre otras.
A Él le desquiciaban las noches de Ella y las fotografías que tomaba a los otros.
III. Él (El Pintor)
Sabía que habían sido amantes. Y que habían expuesto juntos más veces de las que a Él le hubiese gustado contar. Los lienzos de Él con las fotografías de Ella.
Y aunque jamás le había visto en ninguna inauguración, sabía que tenía dedicados los tres libros.
El comisario de su última exposición le aconsejó una contraposición femenina, a modo de firma. Un autorretrato, sugirió. Pero entonces Ella recordó sus bocetos de mujeres. Un boceto de si misma en particular, y le comentó pedírselo prestado.
Pero Él no se lo prestó. Le hizo uno nuevo, a juego con las fotografías. La joya de la colección.
Después del éxito de la colaboración, el comisario vio todos los bocetos y le recomendó hacer de nuevo una exposición conjunta. Él los re pintó todos de nuevo, creando una mujer de lienzo ideal para cada hombre capturado a través de la lente.
Ella no hizo nada, pero no hizo falta para que Él imaginase que, cada tarde, después de pintarla, follaban en su estudio.
Y llegó el día de la inauguración.
Allí estaban sus versos, ahora dolorosamente reales. Y ahí estaban Ellos, sonriendo a sus invitados, recibiendo halagos, del mismo modo que antes había sido con Él.
Aquella noche dejó la galería antes de que terminase el evento.
Resistió la tentación de beber. La esperó sentado a los pies de la cama.
IV. Ellos (Explosión)
Volvió antes de lo previsto.
-Esperaba encontrarte borracho-le dijo con voz triste.
-Y yo no sabía si esperar que volvieses-le respondió con la misma tristeza.
Se sentó en el suelo junto a Él, y apoyó la cabeza en su hombro.
-Sólo esperaba que te alegrases por mi-le dijo entre lágrimas al cabo de un rato.
-¿Te has acostado con él?
-No.
Y la creyó, porque nunca le había mentido.
-Lo siento, haberme ido antes hoy.
V. Ella (La musa)
Unos meses después recibió un paquete acompañado de un ramo de mimosas amarillas.
‘Para Ella’, rezaba la tinta escrita a mano en la primera página, ‘aunque ya haya leído estos versos a escondidas... aún no conoce el final’.
Colocó las flores en un jarrón, junto a un ramo de tulipanes (amarillos) que había comprado Él el día anterior.
Se sentó en la terraza a desayunar y, casi con miedo, abrió el libro por el último capítulo.
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Les presentaron en La Boheme.
La conoció en La Boheme.
(Les presentaron en una fiesta en casa de J un día que ninguno de los dos fué a La Boheme)
Ella había quedado con J en encontrarse allí aquella noche, pero Él la vio antes de que ellos se encontrasen, la reconoció de espaldas, al ver la trenza larga con las puntas blancas sobre el vestido negro. Se escabulló con L mientras J la saludaba y Ella le presentaba a los dos chicos que la acompañaban.
En algún momento le mencionó algo sobre el tatuaje que llevaba en la nuca, y cuando Ella preguntó le dijo que J le había hablado de él, aunque se lo había visto al recogerse el pelo en casa de J.
El sábado siguiente J le escribió ‘fiesta en mi casa/esta noche Boheme’. J y Ella eran devotos por aquella época, se reunían cada sábado y acudían a perderse en otro mundo hasta el día siguiente con quien les quisiese acompañar.
Estuvo tentado de no ir aquél sábado, pero J fue bastante insistente. Más tarde sabría que Ella le había pedido que lo llevase.
Aquella noche Él le ofreció quedarse a dormir pero Ella se fué. Se quedó la gorra que llevaba como excusa para que se creyese que quería volver a verle. ‘Pero no vale que se la des a J para que me la devuelva’, le dijo Él.
Se la devolvió Ella, en una mañana soleada. Y se les hizo de noche en la cama.
Un martes con J se alargaron las cervezas para Él. Ella estaba en casa y aceptó su autoinvitación. La mañana siguiente los dos llegaron tarde.
Unas semanas después, Él le comentó que aquél sábado estuvo a punto de no ir. ‘Como si eso nos hubiese impedido seguir buscándonos’ le dijo Ella.
Eran las 8:02 del domingo. Amanecía en la terraza de La Boheme.
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‘I told you that no matter what you did I’ll be by your side’, me canta. Le miro con lágrimas en los ojos. Aún arrodillada, las manos manchadas de sangre. -¿Ahora también? -Ahora más que nunca-me dice mientras me coge en brazos. No miro hacia abajo, no quiero verlo. -Siempre supe que vendrías a salvarme. Él vuelve a cantar. 'I will love you till the end of times’
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U cannot go back to the City,
u bring the City back to u.
And that's what I did.
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Los jueves eran los nuevos viernes. Y los viernes se convertían en domingos. Pero nosotros sólo vivíamos para los sábados, semana tras semana. Estábamos desamparados en una ciudad ajena y hostil, y lo único que nos salvaba era perdernos cada sábado en aquél lugar.
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Y de todos los lugares que he visitado,
sólo dos me han despertado el anhelo de llamarlos Hogar 💛.
(por ahora)
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Marzo
Y me muero de ganas por preguntarte, si tú también te has dado cuenta de que nos buscamos sin encontrarnos, o si es cosa mía sentir tu mirada en la espalda y divisar tus rizos sin quererlo en la multitud.
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‘If I get a little prettier, can I be your baby?’
Esta noche se me antoja eterna. Faltan un par de horas para nuestro encuentro y debería estar lavando las heridas recientes, siento escocer los codos y la mejilla izquierda. Pero está aquí.
‘This is Heaven, what I truly want���
Finjo que desconozco su presencia y limito mi espera a bailar descalza en el salón, copa de vino en la mano, cantando una y otra vez esa canción que odia tanto. Sabe que lo hago aposta. Mañana haré recuento de magulladuras, si llega.
Se marcha a las cuatro en punto. Fin de la Tregua.
Una hora después me detengo frente al escaparate de Ikea, donde las luces silenciosas alumbran un salón de cuento desde el que los fantasmas de los maniquís vigilan la Gran Avenida día y noche, sin descanso. Sacudo de mi cabeza un recuerdo lejano de dos cabezas apoyadas en el mismo cristal y entro a la tienda vacía. Se ha asegurado de no reactivar la alarma, todo un caballero.
Está esperando. Siempre le ha gustado ser el primero, en todo.
Recorro lo que me parece una sección infinita de estanterías y sofás, retazos de salones que se convertirán en el hogar de alguien algún día. Hasta que le encuentro. Ha elegido un sillón uniplaza, dándome la espalda. No le veo, pero le percibo.
-Me alegro de que hayas decidido quedar aquí.
No responde. Quiere decirme que él también sabe jugar, hasta el final.
-¿Sabes por qué tiene tanto éxito? -espero una respuesta que sé no va a llegar- Porque saben que todo el mundo quiere sentirse en casa, allá donde vaya.
Noto un cambio en su respiración. Agarro suavemente un martillo apoyado a los pies del sillón.
‘If I get a little prettier, can I be your baby?’
Alzo el martillo y dejo que mis manos lo guíen violentamente hacia su cabeza. Apenas noto la eficacia del choque cuando algo duro me golpea a mí también y pierdo el equilibrio. Desde el suelo, algo aturdida, contemplo a un adolescente encapuchado ensañarse con él, bate de beisbol como arma. Cuando se gira a mirarme reconozco un rostro extrañamente familiar.
‘It’s innocence lost’.
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