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Para Benito:

Probablemente sea extraño para ti el hecho de que te escriba esta carta, por un lado, porque quizás la gente no relacione un prodigioso compositor de música clásica, como lo soy yo, con un “burdo” cantante de música urbana, pero, además de eso, puede ser sorprendente por el simple hecho de que ya estoy muerto. Sin embargo, aquí estamos los dos, tú leyendo y yo escribiendo esta carta desde mi pequeño hogar en Heiligenstadt, un pintoresco pueblo en Viena.

Actualmente, me encuentro retirado de mi familia y de la sociedad que me vio crecer como un maestro de la música y la composición puesto que poco a poco los achaques de salud me han quitado casi todo en mi vida, incluso la posibilidad de escuchar. Así que ahora soy un prodigio de la música, alguien a quien la historia recordará por sus melodías, pero que no puede escuchar sus composiciones.

Estos y otros dolores, no sólo físicos, sino también del alma, me han llevado a refugiarme en la soledad de este pequeño hogar, a pesar de ello. También me hicieron descubrir tu música, tus canciones, que lastimosamente no puedo escuchar, pero que he podido sentir con sólo ver sus partituras, tus letras que podrían ser más bellas que cualquier poesía recitada en las grandes cortes burguesas.

Siendo así, he de admitir que a lo mejor la compañía de tu música se ha convertido en un bálsamo para mis heridas y un gran motivo de admiración, hasta un punto en el que, si se diera la oportunidad, sería muy feliz participando en la composición de alguna de tus futuras pistas.

Para no extenderme más, quiero agradecerte por lo que haces, por atreverte a ser diferente, por ser como yo, de una manera distinta, pero igual de importante.

Heiligenstadt, 1 de febrero de 1802.