Periodista caraqueña. Crónicas, historias, reportajes y fotos.
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La mudanza
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El fin y el comienzo- Tercera entrega
00:08. Madrugada de viernes para sábado. Ni el rebote del balón de baloncesto contra el piso, o la pelota de fútbol contra la pared, me dejan dormir. Las risas de un par de niños de 8, máximo 10 años, impiden que descanse así que escribo. Estamos en agosto y siento como el calor se apodera de la parte de atrás de mi cuello, abraza mi espalda y se transforma en sudor más arriba, en la frente. Tengo la tentación de echarme un baño pero recuerdo que hace apenas unas horas la casera me recordó que apagara la luz para evitar facturas con recargo. Lo descarto. Tampoco me atrevo a desnudarme, y eso que estoy sola como nunca antes.
Hace unos días les prometí tres entregas de un viaje. Sin embargo esta última se transformó en otra cosa. Creo que va más por una nueva reflexión de emigrante, porque ciertamente hace pocos días visité ciudades fantásticas, pero lo que se movió dentro de mí esta última semana no deja de ser motivo de reflexión. Intentaré describir ambas cosas, espero no defraudar a nadie.
Vuelvo con esta noche. Cumplo una semana en Madrid y las risitas de los pequeños me inquietan. Me asomo a la ventana y veo como el que supongo es su padre, les dice que se acerquen más hacia la mesa. La familia está tomando cañas en uno de los mil bares que hay en la ciudad y no puedo dejar de pensar en esto: ¿Desde hace cuánto un niño no puede jugar en la calle con tranquilidad en Venezuela? Me da escalofríos.
Hoy he leído terribles cosas sobre el hambre en Venezuela y hace pocos días vi el documental ViviendoAlMínimo. El hambre ya es una realidad, horrible, que hace cuatro meses cuando me fui tan solo estaba empezando. Me asomo de nuevo por la ventana y vuelven los escalofríos porque desde allí solo veo tranquilidad. El cotilleo que viene de afuera se hace cada más fuerte, empiezo a notar incluso el sonido de los vasos contra los vasos y el de los cubiertos contra los platos. Tal vez esto no signifique mucho pero para mí es la simple muestra de que los contrastes cada día se harán más radicales. A la 1:15 am ya no se escucha nada y en calma me pongo a recordar.
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París, Ámsterdam, Copenhagen y Londres son, dicho a lo venezolano, tronco´e ciudades. Por más veces que las haya visto en películas y fotos, finalmente las viví por algunos días y créanme, son mucho más de lo que yo pudiese recrear con palabras. Cada una de ellas me transmitió su belleza, en el sentido más clásico del término, su atmósfera de riqueza, desarrollo y multiculturalidad. Mamá y yo intentamos hacer rankings pero desistimos porque cuando hay tanta competencia la tarea es muy dura y amerita mucho tiempo. Mejor disfrutar a secas y eso fue lo que hice.
París es bella desde donde la mires y su arquitectura es alucinante. La trillada Torre Eiffel es imponente y subirse hasta el último piso es algo que jamás olvidaré. Desde allá arriba ver las cuadraturas perfectas que hacen los edificios, los árboles que bordean algunas calles, los verdes jardines y el Sena que atraviesa todo impetuoso y grande, es muy emocionante. El frío, que me pegó en todas las ciudades a pesar de estar en pleno verano, en la puntica de la torre se multiplica, pero no importa porque ese aire tiene algo mágico.
Al bajar, volver a la ciudad y compartir con los turistas las bellezas de París, noté la verdadera diversidad cultural que hay allí. En el metro, agrupados en los vagones, hay muestras de cada raza y aproveché para ver cómo se comportaban entre ellos. Con respeto. No cariño, ni hermandad, solo respeto.
Los malos olores se repitieron una y otra vez, incluso desde el tren que nos llevó a Francia. Esa costumbre venezolana de bañarse a diario, enjabonarse bien (así sea con jabón azul), colocarse desodorante (incluso Mum bolita) y colonia o perfume, dista mucho de la realidad de los franceses. Ni se inmutan ante el repentino olor a óxido, por decirlo de forma educada, que surja de algún nuevo pasajero. Pero no hay que enfrascarse en ello, el queso es igual de maloliente y sabe muy bien.
En cambio, si hablamos de cosas sublimes, el arte que se agrupa en París no es poca cosa. Obviamente me refiero a los museos. Luego de dejar todo en el hotel fuimos al de Orsay y disfrutamos muchísimo. Mamá es fanática de Los Impresionistas y allí están todos, incluso una sala entera para Van Gogh. El cuadro que me robó la mirada fue este:
Se titula “Los acuchilladores de parqué” (1875) de Gustave Caillebotte. En un primer momento me llamó la atención porque días antes, en Milán, una empresa de pisos tenía esa imagen como logotipo. Luego de escuchar un análisis que se detenía no solo en la técnica pictórica sino en el contenido, tres trabajadores de la urbe como representación de un proletariado ignorado que empieza ser representado por los artistas, me atrapó.
En Louvre estuve varias horas caminando y me pareció demasiado. Es demasiado. Hay que ir dos días mínimo para poder apreciarlo bien, pero el reloj iba rápido. Estuve más tiempo viendo las tres pirámides que están afuera que cualquiera de sus obras y cuando llegué a la Gioconda, preferí verle la cara a los turistas que se agolpaban con cámaras y teléfonos en mano para llevarse una partesita de ella. Cuando estuve allí me perdí en la conversación de dos de los cuatro cuidadores de la obra, después me despedí de ella como si fuera una persona, no sin antes comprobar que realmente te sigue con la mirada.
París merece más días pero pronto nos íbamos a Ámsterdam, la ciudad del pecado. Así le dicen pero yo la vi con otros ojos. Tan solo al llegar vi al menos tres jóvenes desmayados de la borrachera, aunque debo decirles que esto no la representa. Ámsterdam es mucho más. Uno de los sitios más hermosos es Musemplein donde comparten un jardín tres de los museos más importantes de la ciudad (Stedelijk, Van Gogh, Rijks) y donde actualmente están las famosas letras de I Amsterdam. De no ser por mi bendita fobia a las aves todos los días hubiese almorzado allí, porque sobre todo en las tardes hay una atmósfera muy linda.
Las bicicletas también son parte de Ámsterdam. Las hay por montón, ciclovías casi tan transitadas como las aceras o calles y los estacionamientos para las bicis son sagrados. El más impresionante está en la estación central de trenes, debe guardar miles. La tentación de montar bici es tan grande que se me ocurrió dar una vueltica en una de esas un día, salí con raspones. Poco a poco. Si en cambio prefieres trasladarte de la forma clásica el sistema de transporte es una maravilla. Cuenta con tranvías y buses que te llevan a cualquier parte de la ciudad y si vas pocos días aprovecha el pasaje de 24 horas que le puedes sacar mucho provecho.
Otra de las cosas que me hizo entender de qué va eso del primer mundo es la atención que se le dio a un hombre que había sufrido un infarto. Ambulancias, bomberos y policías, más de 4 vehículos y 10 personas entre los tres cuerpos de seguridad, se acercaron al lugar del hecho y por la ventana lo sacaron en una camilla. No quiero ni pensar qué pasaría en Venezuela si uno llama a una ambulancia.
Al igual que París, Ámsterdam está plagada de personas de todas las razas y también es común ver por ejemplo, a una chica con velo que te atienda en el supermercado o parejas interraciales con niños morenos con los ojos verdes. Creo que en comparación a la ciudad anterior, el holandés se toma todo con más calma y aunque distante, es tolerante.
Lo más esperado de ese viaje fue la visita al Museo de Van Gogh y es una experiencia sin igual. Para nosotras que le seguimos la pista al holandés desde hace muchos años ver en vivo y directo sus famosos cuadros fue emocionante. Los paisajes, retratos y figuras que Vincent Van Gogh alumbró a través de sus pinceladas son hermosos, y el boom que hay en la actualidad lo resumió mi madre con esta idea: “La naturaleza inspiración y esencia de la obra de Van Gogh es hoy en día la inquietud primordial del hombre moderno” La tiendita del museo es para pasar un día entero viendo sus cositas
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-No te creo – me repiten las chicas del piso que comparto en Madrid cada vez que les comento alguna generalidad de Venezuela. Con los ojos bien abiertos y atentas, escuchan cómo es normal que alguien se alegre demasiado por conseguir una harina de maíz, o que busque sustitutos al desodorante y al champú porque tienen tiempo sin conseguir. Se lamentan y siento como su lástima me permea el caparazón de fortaleza que me puse antes de salir. Me dicen que esperan que más venezolanos puedan salir de esto y yo asiento pero me pregunto si eso significará que los rojitos permanezcan más tiempo en el poder.
La rumana que vino de visita dijo que son cosas que pasan en los países corruptos y recordó cómo en su país se sufrió algo parecido. “Se hacía cola para comprar as�� sea medio pan. La gente tenía su trabajo, su dinero, pero no había nada que comprar. Si querían, por ejemplo, comprarse unas bragas pues tenían que hacer amistad con las de las tiendas para que le dieran preferencia”, relataba mientras yo hacía la comparación inmediatamente.
Ella lo decía con naturalidad, como leyendo un libro de historia y yo temblaba porque no es historia es realidad en Venezuela. Además lo que no tiene comparación en nuestra crisis es la inseguridad que nos mantiene a raya, con miedo. Y la policía, ni hablar.
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Copenhagen es la ciudad más hermosa que he visto y ni en mis sueños hubiese podido estar en un sitio más grandioso. Allí se mezcla el futuro con lo clásico, la belleza con la cultura, los habitantes felices con los turistas que se portan a la altura. El bienestar de los hogares daneses es casi palpable.
Me di cuenta porque nos quedamos en las afueras de la ciudad, en Orestad para ser precisos, y vi como las zonas periféricas al centro estaban ideadas como ciudades futuristas. Hacía frío, muchísimo, pero desde el metro los ventanales de pared a pared permitían ver dentro de esas viviendas y solo observé bienestar. Intenté buscar cifras recientes en vano, pero encontré que en 2008 la revista británica especializada en estilos de vida, 'Monocle', le dio el primer puesto a Copenhague en como la mejor ciudad para vivir del mundo. La educación es gratuita incluso para los extranjeros y la avanzada arquitectura también la resaltan en esa lista.
Para llegar allí, el tren se metió en un ferry y en determinado momento nos dijeron desde los altavoces que saliéramos. No entendíamos y finalmente subimos a la terraza del barco y vimos como se iba apagando el sol. La brisa helada nos agarró por sorpresa, así como ese corto viaje en barco. Con ese baño de viento de mar volvimos al tren y llegamos a una peculiar estación, que en de madrugada da un poco de miedo.
Bajo la luz del sol, es una ciudad bonita, incluso la estación es preciosa. Uno de los lugares más turísticos de Copenhague es Nyhavn, el canal con las casas de colores. Está lleno de pequeños locales y hay cientos de barcas que te pasean por el río. Solo darle la vuelta es suficiente para sentirse bien, todo es bonito. Otro sitio para visitar es Rundetarn, o la torre redonda, desde donde se puede tener bella vista panorámica de toda la ciudad. Su historia es bastante peculiar fue construida como observatorio astronómico en 1642 y en vez de escalones tiene una rampa redonda que va subiendo en círculos hasta la punta. Además hay café y salas de exposición y un cuarto protegido por un vidrio en el que permanecen las mismas estructuras del Medioevo.
En Copenhagen cumplí los 24 años y para celebrar me compré una cerveza y un pastel. Di un largo paseo, mientras llegaban emotivos mensajes de esa gente que me tiene presente a pesar de la distancia y en la noche me preparé para la siguiente aventura: Londres.
Quise ir para aprovechar un pasaje de tren que me quedaba y porque tenía dónde llegar, pero el viaje se hizo más complicado. Perdí las conexiones de los trenes porque hubo un problema técnico en el primero y llegué casi una hora más tarde a Hamburgo, donde tomaría el segundo. Doce horas más tarde de lo esperado allí estaba, en St. Pancras.
El gentío, exagerado, me abrumó. Iba con dos maletas y un bolso grande caminando pausada pero allí nadie anda lento. Todos caminan rápido, hablan por celular, te tropiezan, dicen “sorry” y continúan.
Me pude quedar en un sitio envidiable, con una terraza con vista a toda la ciudad a pocos metros del Big Ben y del London Eye. Es decir en el mero centro. En mi ignorancia pensaba que Londres no me iba a atrapar y la verdad es que tardé dos días en hacerme una idea de la ciudad y el gentilicio. Es linda, realmente linda.
La caminé mucho, visité los museos, fui a ver qué tal las adyacencias de Bukinham Palace. Todo en orden. El metro es impresionante, llega a todos lados y si no pues los famosos buses rojos de dos pisos te acercan a tu destino. El inglés inglés resultó ser más simpático de lo que creí, siempre distante, siempre respetuoso y amable.
En Londres, a diferencia del resto de Inglaterra según los reportes, es muy raro ver xenofobia porque realmente hay un mar de gente de todos los lugares que sería como ir en contra de su propia idiosincrasia. La velocidad de la ciudad se me pareció a la de mi Caracas y solo eso. No hay más nada que se le compare.
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Mientras camino por Madrid con una vieja amiga venezolana, capto los acentos de inmediato. “¿Quieren probar?”, fue suficiente para que ambas volteáramos a preguntarle de dónde era. La experiencia de María, mi tocaya y mi paisana, es la de cualquier emigrante que vino a España con una carrera y con ganas de trabajar en lo que sea. Ahora está cocinando, una delicia de patatas con trufas que nos encantó, contenta por recuperar la calidad de vida que había perdido y tranquila por este trabajo que después de una ardua búsqueda, halló.
Aquí en Madrid hay muchos latinoamericanos, barrios enteros de peruanos, ecuatorianos y la más reciente inmigración venezolana hace sencillo sentir que por lo menos perteneces. A ver, no es que me sienta española ni mucho menos… simplemente me siento acorde, en sintonía con esta gente, cosa que en las cuatro ciudades que les mencioné antes no ocurría.
El hecho de tomar la decisión de venirme para acá por la cantidad de coterráneos que había también me dejó otros aprendizajes. Cuando emigras puedes creer que tendrás el apoyo de los tuyos, pero no siempre será así. Puede que tengas su palabra, su experiencia, pero de facto estás solo (si lo haces solo, obviamente) frente al mundo. Así fue como empecé averiguar y una semana después, alquile habitación en un piso, adquirí el abono de transporte para jóvenes y tengo pautada una entrevista de trabajo. ¿Que si alguien me ayudó? No lo creo ¿Que si alguien me apoyó? Sí que lo hicieron.
Así que con honestidad le digo a todo el que está pensando en emigrar, deben armarse de valor y buscar la fortaleza desde adentro porque es difícil y se necesita para afrontarlo. Sé que las semanas sucesivas seguirán siendo un reto, día a día, y que cuando por fin encuentre trabajo, serán ahora nuevos retos, pero nunca descanso.
La soledad no solo te permite replantearte tus valores, tus necesidades más entrañables, sino que hace apreciar cada momento con tus seres queridos y esa añoranza tiene doble filo: o te motiva a seguir o te hunde. Intento que solo sea lo primero y cuando esté más triste, siempre puedo recordar el viaje de mi vida, cortesía de mi madre, la mejor compañía.
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Ciao bella –Segunda entrega
Roma, Avezzano, Venecia, Verona, Florencia, Milán, Nápoles – y alrededores-, Livorno –la isla de Elba-, Cerdeña –Alghero-, Aosta,Torino y Pisa. Éstas, en orden aleatorio, fueron las ciudades italianas que visité junto a mi mamá en este viaje. Solo enumerarlas me cuesta. Imagínense recordar todo lo que allí viví. Pero vamos poco a poco.
Como ya les mencioné en la primera entrega, no era la primera vez que iba a Italia. Hace seis años mis compañeros del colegio y yo, realizamos un viaje por nuestra graduación a las principales ciudades del país y en su momento pensé que ya había visto todo. ¡Qué equivocada estaba!
Es que como Heráclito intentó enseñarnos, uno no puede bañarse dos veces en el mismo río. Con unos nuevos ojos, después de cosechar otros saberes, ya como periodista y con ese entusiasmo de conocer algunos familiares, adentrarme en la vida del italiano y hacer turismo del bueno, este segundo encuentro con mis raíces se cargó de un nuevo significado.
Estando allí me dejé llevar fácilmente por sus costumbres, sus colores, sus aromas, los gestos de su gente y su belleza en general. Italia no solo cuenta con hermosuras naturales, sino con una historia milenaria que la hace digna de visitar. En mi estancia allí aprendí un nuevo idioma, peculiaridades de una nueva cultura, consentí al paladar y reviví parte de un árbol genealógico desconocido por mí hasta estos días. Es un país hermoso, colorido, amigable y aunque cada región tiene sus aspectos diferenciadores, buenos y malos, busqué quedarme con lo mejor de cada una sin obviar sus defectos.
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Lo primero que les aconsejo antes de tener tamaña aventura es la preparación. Dos meses antes, desde Caracas, mamá y yo pasábamos noches enteras viendo hoteles en Booking, Trivago y TripAdvisor. Cada una tenía sus condiciones mínimas para los albergues, pero como solo éramos dos las decisiones no fueron tan difíciles. Hay que establecer un presupuesto de gastos y con base en eso, prenotar en los sitios que se ajusten a tus expectativas y a tu bolsillo.
Puedo asegurarles que todos los hospedajes en los que estuvimos fueron de primera línea y no precisamente porque pagamos mucho. Es decir, a pesar de ser hoteles económicos (dentro de lo que cabe) eran muy cuidadosos con sus clientes e intentaban funcionar lo mejor posible. Es aquí donde está el primer punto, una nación cuyos ingresos por turismo son tan altos (en 2015 fueron 45.5 billones de dólares –no sé ni cómo se escribe ese número-) no puede permitir que los hoteles espanten a sus presas.
Nos encontramos siempre con lugares limpios en los que es casi imprescindible tener baños funcionales y modernos, camas más o menos cómodas y un personal con la capacidad de ayudar al turista en lo que esté en sus manos. Solo imaginar una política parecida en las bellezas de Venezuela me hace pensar que el “motor turismo” nos podría generar tantísimos ingresos.
Justamente este jueves 18 de agosto, Valentina Qintero, la experimentada viajera de Venezuela, publicó algunos tuits reclamándole sobre las condiciones en las que se encuentra el sector a la ministra Marleni Contreras. Tras de sí una fuerte crítica por el planteamiento del Arco Minero. En fin, como casi todo en Venezuela, es una materia pendiente. Nadie se ha decidido a hacer políticas que impulsen al turismo y eso que tenemos la tierra más bella de este planeta. En Italia, y otros países de Europa, hay todo un movimiento económico que gira en torno a esta actividad y eso se nota a pasar de que la zona no atraviese su mejor momento.
Italia tiene sus problemas, no es un paraíso. Sobre todo sus habitantes me lo repetían en cada sitio al que fui. Lo que les comenté en la primera entrega de la inmigración y el desempleo realmente les preocupa y no ven una solución ni a corto ni a mediano plazo. De hecho me atrevo a decir que ven con desgano, callados, dóciles, cómo llegan estas personas a rebuscarse en lo que sea -literalmente lo que sea- sin saber muy bien cómo actuar ante esto. La falta o ineficacia de políticas públicas para atender a esta gente se resiente.
El primer encontronazo que presencié con uno de ellos –inmigrante- lo viví en el autobús que tomaba del hotel al centro de Roma. Un hombre de mediana edad, con evidentes rasgos indios, se descalzó y colocó sus pies desnudos sobre el asiento que tenía en frente. Las doñas italianas lo veían con desprecio hasta que una le hizo el gesto de “sale pa´llá”- expresión para espantar a un animal utilizada sobre todo en el llano venezolano- y procedió a bajarlos para así darle el puesto a ella.
15 minutos más tarde ver la Fontana di Trevi me hizo olvidar el impase. Ya se lo escribí yo a alguien, “el hecho de que estemos en el 2016 y esas estructuras se encuentren erguidas allí ante tus ojos te dan una descarga de emociones indescriptible”. Así es Roma. A cada paso un monumento, una pared, un balcón, una edificación bella, un museo histórico, pero, hay que decirlo: como capital, es decadente. El gentío, el desorden, la basura, el descuido de las líneas de transporte, le dan un poco de caos que para nosotros los caraqueños no es más que sazón. Me divierte la gente, ver a la gente y Roma está llena de gente. Ver el Coliseo de noche, iluminado con colores especiales, es una de las postales que me llevo con especial cariño.
Otra de las cosas que aprecié allí fue la primera comida “veramente italiana” que nos invitaron nuestros familiares. El almuerzo- pranzo en italiano- se dio en un rincón de la ciudad, muy pequeño y acogedor. Allí van a diario trabajadores y familias, es un lugar de tradición. Esa tarde comimos delicias y descubrí mi amor por el pimentón.
En Italia se puede estar en la mesa 2 o 3 horas sin que esto inquiete a nadie y realmente se disfruta. Barriga llena y corazón contento, no hay más que agregar. El italiano tiene tiempo para hablar, para bromear, para discutir sobre el fútbol, cine, teatro, arte, también para quejarse de la corrupción o las injusticias y, como no, dar su opinión sobre los problemas que los aquejan, al tiempo que muerde un bocado de mozarela o enrolla la pasta en el tenedor. Los aromas son indescriptibles.
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Si Venecia fuera un objeto sería una joya hermosa y costosa. Cuando llegamos, el frío de la primavera estaba desatado, el viento y el cielo nublado le daban una atmósfera dramática a aquel sitio que realmente es como de fantasía. Sus calles, angostas, sus vías de agua, sus colores. Es tan fotogénica como encantadora. En cualquier momento te vas, te transportas en tiempo a otras épocas y solo queda respirar. Cuando fui con mis compañeros disfruté mucho perderme entre sus vías, esta vez fue igual.
Los turistas son de todas las calañas y hay millones. No exagero, hay reportes que aseguran que a diario llegan 20 mil personas de todo el mundo a ver con sus propios ojos esto que les cuento. Pero paradójicamente, ellos que mueven la economía, también están cavando la tumba de tan emblemática ciudad. En este reportaje de El País, hay muchos datos interesantes de lo que está pasando en Venecia y explica más a fondo esta idea que les dejo por aquí como suelta. Lo cierto es que es una experiencia que hay que vivir mientras se pueda. Advierto a los que comparten mi fobia a las aves, hay restricciones para nosotros. Esta vez no pude ir a la plaza San Marco por la cantidad de palomas que había ¡qué terror sentí!
Verona es tierna y dulce. Pasear en ella es recrear una historia de amor desde que sales del "albergo" - en italiano albergo es cualquier sitio donde te hospedas- hasta que llegas a la antiquísima Arena donde confluyen dos mundos, el de Shakespeare y el de la antigüedad romana. Da igual, cuando vas a la pastelería te ofrecen "Baci di Giulietta- Besos de Julieta" en vez de bombones y cuando pides una pizza que sea con un toque de Romeo.
Entrar en la casa de Julieta es emocionante. Las paredes del pasillo que se encuentra antes del famoso balcón están escritas hasta el tope con dedicatorias y mensajes de amor. No podía sino pensar en mi propia historia romántica. Todo me conmovió mucho, en especial ver a una joven pareja con su bebé en el coche. Lucían tan enamorados: él escribía en el muro y ella lo fotografiaba con orgullo. Al final se tomaron una selfie y se marcharon. Luego, ver a dos parejas casarse en el museo donde se encuentra la tumba de Julieta, terminó de moverme las fibras. Tal vez no es tan descabellado el casamiento.
En contraparte Milano es una digna y regia ciudad, que en opinión de muchos -y la comparto-, debería ser la capital de Italia. La economía se mueve como en las grandes metrópolis, la gente es correcta, antipática, pero es que no hay tiempo que perder. Pese a ello, hay turismo y cosas que ver, un río de viajeros se pasean por sus calles y se concentran en los locales cuando oscurece. Me gustó como se mezcla una cultura milenaria con una modernidad elegante. Todo gira en torno al Duomo. El museo 900 fue una experiencia sinigual, así como encontrarme a un viejo amigo y conocer a sus compinches.
Florencia es cultura y su paleta de colores es una sola: del amarillo al naranja. Es muy bella, muy genuina y tiene también una historia tras sus muros muy interesante. Aprecié leer sobre ella y caminar por sus calles y museos es bañarte en historia. La Toscana tiene sus cosas hermosas.
Por ejemplo la isla de Elba. No fui justo después de visitar Florencia, pero la pondré aquí porque Livorno es parte de la Toscana. Elba es una isla donde los italianos del norte van a hacer la vacación. Tiene playas hermosas, es grande y aunque está bien dotada turísticamente, aun prevalece ese toque de tierra virgen que tanto gusta al visitante. La tranquilidad y belleza de sus playas no tienen comparación. Las aguas de Lacona, Cavoli o Fetovaia, entre el verde y el azul, hipnotizan y solo queda bañarse y observar.
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Luego de esta primera parte del viaje fuimos a Avezzano, el pueblo de unos familiares ubicado a pocos kilómetros de Roma. En primavera tiene varios paisajes que te envuelven, pero realmente el turismo allí explota en invierno porque cuando empieza el frío la nieve cubre cada montaña que adorna el lugar. Para esta fecha las más altas tienen todavía vestigios blanquecinos. Se respira paz.
La vida en los pueblo italianos es tranquila, la gente es un amor y te llena de comida deliciosa porque aquí el cariño se transmite de esa forma. Uno de los episodios que disfruté allí fue el de una corta visita a la casa de una familia. Agradecidos con el primo de mamá, que durante muchos años fue el médico del hospital del lugar, lo miman con cualquier clase de alimentos. En son de broma, el primo les dijo que mi mamá quería probar los huevos de sus gallinas y así fue como regresamos a la casa con tres huevos frescos envueltos en una servilleta.
En Avezzano también comí la carne más sabrosa en un restaurant metido entre las montañas. Para acompañarla metieron una bola de queso a las llamas y lo comí derretido como si se tratara de la gloria. ¿Ven por qué insisto que este viaje es toda una experiencia gastronómica? Pero así es, desde la punta de la bota hasta Los Alpes se come DIVINO.
La siguiente parada fue Nápoles. Allí estuve más tiempo que en cualquier otro lado porque mi familia es originaria de allá. Aluciné con los colores del mar, los colores de las casas, los colores del paisaje ¿Mi lugar favorito allí? El lungomare de vía Caracciolo. La caminería se extiende por todo el borde de la ciudad y la separa del mar. Para trotar es una delicia y ver a la gente pasear allí también lo es.
Nápoles es una ciudad cálida, su gente también es cálida e incluso cuando cae la noche el azul que cubre las calles es celeste y vivo. Las historias de mi familia me divierten y disfruto ver la emoción de mi mamá. Pese a que hablan de las mafias y la inseguridad, la conseguí mucho mejor de la última vez que vine. El desorden, las motos y ese caos del sur de Italiana no es nada que una caraqueña no pueda aceptar, pero es un tema serio.
En los Quartieri Spagnoli, una zona populosa en pleno centro histórico de Nápoles, niños – 5 años o más- van en moto como si de una bicicleta se tratara. La imagen de una madre con su pequeña de unos 7 años en el vehículo y que haya sido la niña quien las guiaba no se borra tan fácil de mi recuerdo. Es impactante incluso para nosotros los caraqueños que de motos hemos visto bastante. Pero allí no es un tabú. Todos andan en moto porque el transporte público no es eficiente y las vías son pequeñas y pocas para la cantidad de gente.
De Napoli me llevo el Vesubio desde la ventana del apartamento en el que me quedé. Es mágico.
Muy cerca de allí está la costa amalfitana, famosísima por sus playas. Mamá y yo nos quedamos en Minori y de allí fuimos a Amalfi y Positano. La carretera que conecta cada pueblito es fatal, vas en zigzag y de un lado tienes el cerro y del otro el vacío con un mar hermoso. Está la opción de moverse por mar, más costosa pero también más agradable. Cuando fuimos aún había frío, de hecho en Positano no pude ni entrar al agua porque llovió y congelaba. Pero el paisaje lo vale.
Estando en Napoli también fuimos a Isquia, la Margarita de esos lares. Es otra isla además de Capri, mucho más grande y menos costosa. Allí hay aguas termales y varios clubes que tras pagar una entrada te dan acceso a piscinas de aguas de todas las temperaturas posibles. La experiencia es relajante. Allí también está Nitrodi, que según la leyenda es el primer spa del que se tiene reporte histórico. En ese sitio hay agua milagrosa. Regaderas y llaves con agua natural cargada de minerales que le hacen un bien mágico a la salud de la piel.
De vuelta a Napoli debo destacar que en Italia se siente mucho el regionalismo. Escuchar a un napolitano decir que no le va a Italia en la Eurocopa porque la azurra (selección de fútbol del país) no le llena como el celeste (del equipo de fútbol de Napoli) no necesariamente es una excepción.
Sobre las disputas entre los italianos debo decir que los del sur critican a los del norte por su seriedad y les encanta que reconozcan sus bellos paisajes. Los del norte critican a los del sur por su desorden y poco empeño en el trabajo, y les encanta que reconozcan que la economía se mueve en su zona.
Sin embargo, los problemas son comunes a todo el país. Un padre de familia, por ejemplo, nos dijo que le parecía una juventud muy vacía la que debían atravesar las nuevas generaciones. El señor decía que ya las anteriores habían trabajado tanto para hacerles el camino fácil que ahora, teniéndolo todo tan fácil, los niños y jóvenes puede llegar a atrofiarse. Ponía como ejemplo qué teléfono móvil le iba a comprar a su hija adolescente. Ella quería uno costoso, de los más modernos y con todas las nuevas tecnologías pero para ganarlo ella no tendría que hacer nada. Es decir, sin esfuerzo tenía su recompensa.
La guerra trajo consigo mucha hambre y es por ello que estas personas se sienten afortunadas de evitar esos males y no solo eso, de poder asegurarles la mejor calidad de vida pero, ¿qué pasa cuando crías hijos que no ven el valor del trabajo? No esforzarse para obtener un futuro y vivir la juventud consentidos es lo que le preocupaba a este hombre y quise compartir su reflexión.
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Las últimas dos paradas del gran viaje por Italia fueron Alghero y Champoluc, poblados de Cerdeña y Aosta respectivamente. En una la vida de playa y en otra la de montaña. Emocionante.
Cerdeña es famosa. Es muy famosa y tiene razón de serlo. Vi playas hermosas, realmente bellas con aguas cristalinas con arenas claras y a su vez un lungomare con un mar azul, tan azul que cuando pienso en Alghero me lo imagino escrito con letra azulada. Este pueblo tiene historia y en el centro hay edificaciones antiguas que lo hacen interesante. Para ir a Stintino o Le Bombarde, por ejemplo, hay que tomar bus. Es un sistema de transporte muy bueno. Alghero me dio un feeling distinto a cualquier otro sitio de playa. Es familiar y bonito.
Pero, aunque yo pensaba que era una chica de playa y de mar, más emociones viví en Champoluc. Ir a este pueblo dell Valle de Aosta ubicado a los pies del Monterosa que forma parte de Los Alpes fue una experiencia increíble. Con el sonido de las campanas de las vacas me despertaba en las mañanas, el olor a estiércol se acompasaba con el de la vegetación tan frondosa que cubre cada montaña y a lo lejos, viéndome, la punta blanca del Monterosa.
Allí no hay mucho que hacer, solo caminar y hacer expediciones. El frío para esta época es rico. Subir las montañas, ya sea en teleférico o a pie, te llena de oxígeno y dicen que eso es vida. Así lo sentí cuando finalmente llegué al Lago Blu. Un inmenso lago que está ahí abajito de la cordillera, cuya agua gélida y escarlata me encantó. Toda la expedición fue de grandeza porque ese río te va guiando y desde los distintos puntos, paisajes hermosos por doquier. Estás inmerso en la naturaleza y de vez en cuando te volteas a ver lo pequeñito que se ve todo desde arriba. El frío va haciéndose más fuerte, pero por suerte en verano hay sol que lo tranquiliza. Al llegar al punto final, exhausta, me descalcé y metí mis pies rojos en el agua helada. Paz.
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No tienen idea de cuán difícil fue para mí resumir mi viaje por Italia en este texto. Lo hice como ejercicio y para refrescar mi memoria cuando esté más vieja y empiece a olvidar aún más de lo que ya lo hago. Obviamente no están todos los detalles, ni todas las aventuras. No mencioné a ni una sola persona que hizo de mi viaje mucho mejor, porque temía dejar alguno por fuera. Pero en fin, creo que si se toman el tiempo para leerlo todo les dará una idea de qué estuve haciendo en Italia y finalmente, viajar conmigo así sea a otro tiempo y desde lejos. Les recomiendo revisen mi cuenta en instagram @marilachang, para darle forma a mis palabras.
P.D: Sé que les prometí el tercer y último texto para el fin de semana, pero puede que me tome unos días más porque además es el texto de conclusión. Espero sus comentarios siempre que quieran y sus preguntas también.
María Laura Chang
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Contraste - Primera entrega
Uno no es feliz a secas, ni la meta de la vida puede ser la búsqueda de la felicidad. De hecho todos somos distintos y aquello que nos hace felices varía de acuerdo a nuestra esencia. Tan solo con ver un poco a la gente se puede observar cómo unos tienden a la alegría, mientras otros a la melancolía. Hay buenos y malos, bellos y feos, activos y sedentarios. Políticos, médicos, deportistas, artistas. El punto es sentirse bien y si el bien de uno es vivir cómodo, no hay razón para criticarlo. Tampoco si la dicha de alguien es, por ejemplo, preservar la naturaleza, o conseguir la grandeza profesional. Incluso hay quien tiene como meta de vida criar hombres y mujeres de bien, y allí está nuestra diversidad que impide encontrar aquello que nos llene a todos por igual.
Lo cierto es que eso que hemos escuchado de que la felicidad viene de a raticos lo vivo y lo comparto. Al que no se ha percatado le aconsejo: apréciela así como llega, no la persiga.
Sobre persecuciones debo confesar que cuando embarqué ese avión sabía que estaba en la búsqueda de algo. Aunque por el momento sea incapaz de describirlo sé que no puedo caer en esa generalidad de decir que ansiaba la felicidad y por eso aquel preámbulo.
Si me conocen sabrán que no me considero aventurera, pero también creo haber dejado claro que me siento libre de perseguir aquello que me llene el alma y es allí donde radica la diferencia. Encontrarse en un estado de plenitud, no te colorea los cachetes ni te suelta sonrisas. Creo que todo lo contrario, te estabiliza las emociones y por fin puedes ser tú mismo. Por allí dirijo mi caza del tesoro.
Hace tres meses y medio partí de Caracas con una idea vaga de lo que me esperaba. Pisé por primera vez el suelo norteamericano y me tomé un primer baño de mar mayamero expectante a lo que seguiría. Ese día llegamos muy temprano al hotel, atravesamos la ciudad con un tren, luego nos montamos en un taxi, y finalmente caminé unos pocos metros hasta llegar a la playa. Allí vi cómo terminaba de amanecer. El sol, aún tenue, iluminaba una larga y hermosa costa de arena suave, que justo a esa hora era limpiada de desechos humanos con una máquina ruidosa. Sonreí al ver que el conductor de aquel vehículo me saludaba desde lejos, como excusándose porque aquel sonido no estaba acorde con la paz que yo parecía buscar.
Al entrar en el agua la emoción me hizo gritar y poco me importó la estruendosa jornada de limpieza. Nadé lo que las olas me dejaron y sentí que esa era la temperatura perfecta. Me preguntaba por qué nadie se echaba un baño, por qué los corredores preferían el cemento que la arena, por qué la pareja que fotografiaba el amanecer no se aventuraba a meterse al agua como yo. Esta especie de ritual estuvo a la vista de un hombre que confesó minutos más tarde haberse reído de mi nado. Lo que no supo él es que aquello fue como un bautizo íntimo, el agua salada en vez de la bendita, me purificó y me limpió de todos los tormentos. Ese baño dio pie a un comienzo y por algunos minutos me regaló felicidad. “No, there is not cold”, le respondí a una mujer que se inquietó al verme con el cabello mojado.
Recomenzar
Días más tarde volé hasta Roma e hice escala en Londres. En el primer aereopuerto –London Gatwick- un gran retrato de la Reina Isabel hecho con minifotos de miles de niños ingleses me dio la bienvenida. El frío y moderno lugar, con su atmósfera de primerísimo primer mundo, me acogió por unas horas. Aeromozas estilizadas y elegantes nos echaron de una salita donde ya habíamos dormido la siesta y tuve que esperar el avión que venía con un retraso de par de horas. “Qué extraña esta perfección”, pensé.
Al día siguiente la noticia era la elección de quien se convertiría en primer alcalde musulmán de la metrópoli inglesa, cosa que me causó simpatía. Zadic Khan será recordado como el primer musulmán en dirigir una ciudad occidental.
Debo decir que en ese momento ni por casualidad me pasó por la mente que los británicos harían un referéndum para salir de la Unión Europea, ni mucho menos que la mayoría votaría OUT. Pero de esa historia, del Brexit y sus consecuencias, ustedes conocen más que yo solo queria destacar la paradoja. Otra cosa que jamás pensé es que volvería a Gatwik este mismo año. A tres meses de haber estado allí, de todos los puertos y aereopuertos, de todas las estaciones de tren que hay en los 27 países de la Unión Europea, fue precisamente en Londres donde mi viaje terminó. La vida da unas vueltas tan curiosas, que podrían confundirse con casualidades pero no lo son. Creo que no lo son.
Vuelvo con el viaje. 6 de mayo, aereopuerto de Fiumicino, Roma. El aire italiano no olía a pizza, pero casi. Hace 6 años también rodaba por esa larga autopista que atraviesa la nación, pero ahora me sentía distinta. La emoción de la primera vez ya había pasado. Relajada vi por la ventana durante todo el trayecto y al llegar al hotel me di ánimos: aquí empieza el verdadero viaje.
No es mi intención contarles en detalle cada una mis aventuras en Italia, han sido miles, bellas, divinas. De cada rincón intenté llevarme algo. Sintetizando me adentré a una cultura diversa, rica, y milenaria; pero también a una naturaleza sin igual. (Podrán leer más en la segunda entrega) De todo aprendí mucho pero, sin que me quepa duda, la enseñanza más grande me la dio el hecho de alejarme de Venezuela.
El contraste es implacable, fuerte y hasta doloroso. En Italia –Europa en general- uno de los problemas más grandes es la inmigración ilegal. Gente de África y de otras partes del mundo llega escapando de la guerra, de la violencia o de la mala fortuna y empieza de cero. Un porcentaje se decanta por los malos pasos, no lo voy a negar. También hay ejemplos de éxito y perseverancia como el de una mujer del Congo, graduada de Medicina en Roma, que fue nombrada ministra en Italia hace tres años y tiene tras su espalda el peso de ser la primera negra que lleva las riendas de uno de estos despachos. Cécile Kyenge (Lean este perfil publicado en El País si les interesa su historia) ahora es diputada en el parlamento europeo y, por ende, viaja muchísimo.
Por cierto, si de casualidades hablamos, una de las hijas de la congolesa es mejor amiga de una compañera con la que coincidí en la Escuela de Comunicación Social en la Universidad Central de Venezuela ¿qué tal? Además, viven en Londres.
En fin, los casos como el de Cécile y las casualidades como la que les añado son excepciones, lo sé. Volviendo al tema social quiero exponer que el grueso de ese montón que está allí arañando a ver qué saca es lo que más asombra. El desempleo y la desocupación de los propios italianos-y españoles, y portugeses- también angustia. Las escasas oportunidades que un joven profesional consigue en su propia tierra me hizo sentir incluso identificada, pero a lo que voy: hasta el más pobre mendigo, sea de la nacionalidad que sea, con dos monedas puede comer un pedazo de pizza, con cuatro hacer un mercado y con cinco alimentar a toda una familia y no exagero. Además, todo es “Made in Italy”, producción nacional. Qué diferente suena la independencia ahora.
No voy a evaluar las políticas italianas porque eso merece mucho más tiempo, investigación y background, pero sí puedo expresarle lo fuerte que es concebir que mientras esto ocurre, al otro lado del océano, mi país, aquel que fue el más rico del continente sudamericano, aquel que tiene las reservas de petróleo más grandes del mundo, aquel cuya tierra es bendita, cuyos paisajes no tienen competencia, aquel que en un pasado cercano se jactaba de tener a la gente más feliz del mundo, hoy sufre y hay gente allí que tiene hambre. Eso me entristece, porque no hay guerra económica que deba culminar en esto, porque no hay excusa alguna para desmentir que esto es culpa de un Gobierno incapaz. Si hubo guerra, no supieron combatirla, si se la inventaron, peor aún, son los únicos culpables.
Más allá de despotricar contra quien lleva las riendas de Venezuela, o criticar a quienes se les oponen pretendo darles una mirada intimista de un gran problema. De hecho, a modo de anécdota les confieso que cuando arrancó el avión Caracas-Miami pretendí desentenderme de las noticias de Venezuela. No quise leerlas pero a los pocos días entendí que así no iba a funcionar. Ojeaba Efecto Cocuyo y otro medios para ver cómo seguían las cosas y todos los días pasaba algo peor que el día anterior. ¿Hasta cuándo?, me preguntaba a menudo.
Con los días un sentimiento de culpa se empezaba a asomar y a las semanas se planteó como una realidad. Recorría Italia de atrás pa´lante y le daba la espalda a mi patria ¿Es que soy egoísta? ¿Es que todo el que se fue es egoísta? A ese sentir se le sumó poco a poco la impotencia. “Tengo que ocuparme”, pensaba.
Me costó entender que aunque sienta un amor incondicional por mi tierra, la única opción para llenar aquel vacío que me apretujó el corazón estos últimos años, es la lejanía. Esta distancia me pesa como venezolana y como periodista. Esto último porque no hay otro sitio donde quisiera ejercer más mi carrera que en Venezuela. No hay gente a la que quisiera ayudar más que a la de mi país. No hay huequito o barriada que me conmueva más que las de la ciudad que me vio nacer y crecer. Entonces, verme en un futuro dando noticias de tierras lejanas empezó a darme vértigo.
Aquí en Europa cada vez que una persona me preguntaba por Venezuela temblaba porque eso ameritaba un ejercicio de reflexión en el que debía ver que ver qué coño decir ¿Por dónde empezar? “No está bien, pero ni en un mes te terminaría de explicar las razones”, pienso y suelto alguna generalidad. Chávez murió, petróleo bajó, Maduro es un incompetente e incapaz, la gente tiene hambre y muere por falta de medicamentos. La delincuencia está desatada, el gobierno reprime y tracalea las vías legales para salir del poder, la gente sufre. Esa es Venezuela pero ¿y yo?
Con los días el bienestar comenzó a gustarme. Sentirme segura y tener casi la certeza de que nada malo me pasaría era algo nuevo. En Venezuela nunca me sentí así desde que tengo uso de razón y entender que para obtener esto debía dejar aquello se hizo mi tarea. Debía desprenderme.
A veces coqueteo con la idea de volver, de vivir en primera persona la historia de Venezuela como vine haciendo desde que nací; pero vuelvo a mi nueva realidad, la de un mundo lleno de oportunidades cuyas fronteras se desdibujan mucho más cuando tienes pasaporte europeo y donde el límite lo pone tu imaginación. Desisto.
Una de las cosas que más temía estando en Venezuela es que un día me levantara y las posibilidades de salir del país se hubiesen extinguido y obligatoriamente tuviese que quedarme. No exagero, lo han venido haciendo de tal forma que los únicos que pueden darse el lujo de viajar son aquellos con ahorritos en dólares. Esa sensación de claustrofobia me invadía justo cuando se abrió la oportunidad de irme y así lo hice.
Para todo el que me lo pregunta, y por si aún cabe la duda, no me planteo volver pronto. Entre otras cosas, porque ya no soportaba la idea de que me volvieran a robar subiendo a mi casa; ya no quería pensar que llegar a a mi destino es estar a salvo; ya no aguantaba el tormento que era conseguir algún insumo básico o ver que mi mamá no consiguiera algún medicamento. Contemplar el facto de que años y años de trabajo con ganancia en bolívares era casi como hacerlo de gratis, y estar allí refugiada en mi casa materna de por vida dejaban de ser una opción. Adiós.
Y es que el sentimiento de impotencia, de desolación, de culpabilidad por preferir ser testigo de lejos me invade a veces, y por ello he dejado de disfrutar algunas cosas durante el viaje, pero me prometí perseguir un sueño y cuando se abrió el mundo a preguntarme ¿con qué sueñas? empecé a titubear. La única certeza era que cualquier cosa era posible pero lejos, donde mi vida valiera algo.
Amigos, lectores, no voy a caer en la inocencia de decir que busco la felicidad, porque primero entendí que esta viene de a ratos y segundo, porque su estado natural sería en una Venezuela utópica. Entonces, quiero dejarles claro que sí, estoy bien, estoy en una búsqueda, estoy viajando, estoy creciendo y estoy siendo mucho más libre de lo que he sido en mi país.
En mi corazón, y valga el sentimentalismo, atesoro a cada una de las personas que tuve la suerte de conocer en Venezuela, así como las experiencias y saberes que allí absorbí. También tengo presente la lucha que se está dando en ese suelo y los acompaño desde donde esté. Ahora tengo los ojos abiertos a ver otra clase de problemas sociales, muy distintos, pero problemas al fin, y a continuar echándole pichón, como diríamos nosotros.
En la próxima entrega titulada “Ciao Bella”, les hablaré sobre Italia. Por favor no olviden comentar, criticar, debatir, lo que quieran. Si tienen preguntas prometo responderlas pronto,
María Laura Chang
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Las tres entregas de un viaje
Desde que salí de Caracas he publicado fotos en mi cuenta de instagram (@marilachang) de los paisajes y las cosas bellas o peculiares que he visto en un viaje que empezó en mayo y terminó a mediados de agosto. El giro, principalmente por Italia, pero también por otros países, evidentemente me dejó innumerables aprendizajes, experiencias y saberes que no he tenido tiempo de compartir con ustedes tal como me gustaría. Es decir, por escrito, digerido y bien descrito.
Me animé a empezar a hacer un ejercicio de memoria, de síntesis y de reflexión para presentarles en tres entregas- o post - las cosas más resaltantes. De esta forma aquellos que me regañaron por haber dejado de escribir, o los curiosos que esperaban más detalles tendrán la posibilidad de saber un poco más de lo que he estado haciendo.
Les adelanto un poco de qué va esto. El primer capítulo se llama Contraste y es la comparación entre esa imagen que tuve las primeras semanas de la aventura y la Venezuela que acababa de dejar. La segunda parte mezcla un poco de la vida en Italia, sus propios contrastes, las diferencias entre sus regiones, sus paisajes, su cultura; y el proceso de la toma de decisiones de un venezolano fuera de su país. Y finalmente les hablaré de la vuelta que hice por París, Ámsterdam, Copenhagen y Londres, cuatro ciudades de alto impacto, que coincidió además con mi preparación para el gran paso de empezar una nueva vida como emigrante.
Espero que puedan aprovechar estos textos, sobre todo aquellos a los que le hace falta un empujón para hacer lo que les pide su corazón. Advierto que esta idea no nace para convertirse en una guía de viajes (no tiene un fin turístico- para eso sigan a @stefaniraguso -) así como tampoco es un texto periodístico (aunque siempre tendrá un toque). Son textos personales en donde mezclo experiencias, percepciones y aprendizajes. Espero sus comentarios, críticas, observaciones y likes y concluyo agradeciéndole a mi mamá, @mariallombardi, por todo lo que me ha permitido disfrutar.
P.D. Las entregas serán publicadas los días Martes 16-08 ; Jueves 18-08 y Domingo 20-08
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¡Feliz cumple @efecto.cocuyo! El primero de muchos años iluminando
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2015
El año pasado, queridos amigos y lectores, les deseé voluntad para hacer lo que quisieran. Este año me di cuenta de que también hace falta voluntad para tomar las decisiones que nos hagan felices, aunque no siempre sean las que preferimos. En fin, 2015 fue un año sin igual. Me gradué de licenciada en mi amaba Universidad Central de Venezuela y me inicié en el mundo del periodismo. Lo hice en un proyecto fabuloso, de la mano de tres grandes maestras que me han enseñado un montón. Hicimos un equipo de trabajo estupendo del que me siento orgullosísima de pertenecer y basta con visitar nuestra página para ver que día a día hacemos periodismo del bueno. Esto no quiere decir que mis viejos amigos hayan quedado a un lado. De hecho siento que no vernos tan a menudo nos unió en pensamiento. Cada conversa o cada salida que compartimos, dependiendo del caso, fue necesaria y una gozadera genuina. Por todas esas bromas, todos esos planes, todas esas cosas, doy gracias a ustedes. Durante todo el año recibí mucho cariño por parte de ambos grupos y de mi familia. Ese cariño pudo ser en forma de café, de arepa, de desvelo, de consejo, de corrección, de almuerzo, de cerveza, de charla, de película, de compañía, de mensajito, de regaño, de Skype, de Whatsapp, de chocolate, de brindis, de fotos, de sonrisas y basta ya, que hasta me pongo cursi. No puedo recordar cada gesto que me animó y me alegró durante este año, pero sí de cada una de las personas que contribuyó para hacerme más grande y es por ello que aprovecho estas últimas horas del año para tomarme un ratico y agradecerles de todo corazón. A estas alturas no tengo claro lo que espero para este 2016, pero sí mis deseos para ustedes, que hacen que mi vida sea mucho mejor. Un baño de salud, un ramazo de amor, otro de pasión por su labor y un beso de perdón. La esperanza y la voluntad ténganlas allí siempre. A mi Venezuela, que cada día quiero más y a mi Caracas, les deseo cambio para bien. De esta crisis saldremos adelante y aunque hace exactamente un año veía todo con una pegajosa desilusión, hoy esa se transformó en esperanza. Para que esto ocurra es imprescindible que cada uno aporte a su modo. Sean siempre su mejor versión, les juro que no se arrepentirán. Les deseo un ¡Feliz 2016!
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José Gregorio Hernández en el JM de los Ríos #Venezuela #Caracas (en Hospital De Niños J. M. De Los Ríos)
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Así son mis pautas en la calle. Esto fue ayer lunes 7 de diciembre. Estaba distraída viendo por la ventana del bus las Santamarías cerradas de algunos locales de Chacao y alguien se sienta a mi lado. Es una mujer. La detallo y mi mirada se posa sobre su meñique, que no tiene vestigios de haber pasado por tinta. Me lamento y me levanto. Me cambio de puesto hacia uno en la otra fila. El cuero de mi nuevo asiento estaba ardiente pero lo percibo solo cuando este señor me lo dice. Entonces me invita a movernos a la otra fila. Mucho más cómodos empezamos a hablar. Le pregunto sobre el 6D y me dice que sí, que votó por su familia, por sus hijos y por sus nietos. Él quiere algo distinto para Venezuela porque "esto no se aguanta". Trabajó más de una vida en Conferry y la pensión no le alcanza ni para comprar su comida. Es por ello que a pesar de su edad sigue laborando en una pequeña empresa agropecuaria. Antes de bajarme del autobús le pido un selfie porque ayer la vibra era fraternal. Arrima su bastón para dejarme salir y me dice a manera de despedida: "feliz día y felicitaciones por tu trabajo" Aquí nuestro retrato.
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