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La Lagunilla
Diana y Gustavo salieron del Metro Bellas Artes por uno de sus accesos de falso aspecto francés. Rodearon el Palacio por su parte posterior y cruzaron Hidalgo corriendo entre los automovilistas que les tocaron varias veces el claxon. Continuaron caminando sobre eje central. Gustavo se quejó de lo incómodo que sería atravesar por Garibaldi, así que Diana sugirió continuar por República de Cuba, con su aspecto más “tradicional” del centro histórico.
En República de Chile, Diana sacó tranquilamente su cámara y comenzó a fotografiar las fachadas viejas, los aparadores llenos de vestidos de XV años, muestra artística de crinolinas y lentejuelas, las bicicletas oxidadas olvidadas en los balcones, las heladerías solitarias. Gustavo, un poco nervioso la llevaba del brazo, conocía muy bien a su amiga y sabía que estaba de más aconsejarle que escondiera su cámara, pero no pudo evitar perder la paciencia al llegar a Eje 1.
- ¿Por qué la lagunilla? ¿No podríamos haber ido por una cigarrera a Sanborns?
- ¡Gus, me sorprendes! ¿Desde cuándo te da miedo el centro?
- Pues que yo sepa la Lagunilla ya no es parte del centro
- ¿Vamos a discutir de urbanismo?
- No, pero explícame porqué a fuerzas tenemos que comprar el regalo a tu papá en la Lagunilla
- Porque a mi papá le gustan las antigüedades de verdad, no las mentiritas que vende don Slim a precio de oro.
Lo que Diana no dijo, es que parte de volver a la Lagunilla, era el deseo de regresar a su infancia, de recorrer con la vista la mercancía puesta sobre telas y cartones en el piso, cómo cuando buscaba cajitas de cerillos, que era usualmente lo único que le alcanzaba para comprar. Incluso hasta las revistas solían tener un precio disparatado para lo poco que le daba sus papás. Durante mucho tiempo hizo berrinche pensando en eso, en lo "codos" que eran, llevándola a los bazares y mercadillos y dándole apenas dinero para gastar. Cuando era tan fácil entender que no le iban a dar dinero a una niña para que cayera en la compra de algo ridículo y caro.
¿Por qué fue que sus padres dejaron de ir? Diana recordaba que aun después del divorcio, su padre seguía yendo, e incluso un par de veces fueron con su abuela, su hermano también. Sería el discurso de la inseguridad, la falta de un cómplice, luego la muerte de la abuela. Muchos silencios se habían instalado entre Diana y su padre.
- ¿Venimos por algo en específico? – preguntó Gustavo
- Pues... no sé, había pensado en uno de esos posters viejos de película, pero no me termina de convencer.
- Tratemos de buscar rápido ¿sí?
- Oooookeeeeey
El mercadillo seguía siendo tal cual lo recordaba. Lienzos rojos sobre el asfalto y la banqueta llenos de cosas que en conjunto hacían vibrantes collages que al acercarse tenían elementos más o menos interesantes según el ojo del observador. Muñecos de Memin Pinguin, Topo Gigio, Yoda y los pitufos, una caja metálica con la cara de un bebé sobre una rosa roja, muñequitas con vestidos azul claro, de flores, y hasta con hábitos de monja. Botellas de soda con sifones de varios colores, juegos de vasos de vidrio verde, miniaturas de cajas de Coca Colas, cajas de metal y madera de diferentes colores, decoradas con flores, figuras geométricas y verduras, corazones de aluminio. Por allá, otro puesto repleto de vajillas incompletas, muñequitas de cerámica y bandejas de Pepsi. Diana se maravilló con dos sillas muy rococó, ambas tapizadas en una tela dorada con flores de Liz, el respaldo, en forma de cojín circular le daban cierto aspecto art decó, de inmediato las visualizó en la sala, complementado la sala de terciopelo rojo de la abuela. La abuela también amaba las antigüedades.
Incluso la presión de Gustavo sonaba como un eco apenas audible en su cabeza, si ya había visto tal o cual cosa que pudieran llevarse rápido, no era difícil ignorarlo. Diana seguía paseando con la mirada cada puesto.
Entonces, en una mezclilla que apenas y se mantenía lisa sobre las fracturas del asfalto encontró entre banderitas nazis de tela y condecoraciones militares, varios exvotos pintados en tablas de madera. Agradecimientos de accidentes, enfermedades y ausencias. Los dibujos, aunque caricaturescos y de colores brillantes hacían composiciones de los más complicadas: camas con enfermos en un segundo plano, con algún santo o un ángel flotando en una esquina, y la figura del primer plano usualmente eran tan pequeña que todo parecía una perspectiva a la inversa. El mejor de todos era una imagen de un hombre bajo el mar, atrapado entre dos sirenas de cabello y cola verde, nadaban entre ellos pequeños pececillos grises, en el extremo superior derecho un ángel vestido de verde y café, que sin saber por qué, le recordó a Santiago Apóstol observaba la escena, abajo, en color negro y una letra muy fina, contaban como Gregorio se había caído de su lancha pesquera y gracias a la intervención de San Rafael Arcángel que lo había salvado de las sirenas es que estaba vivo. Era ella, ella era Gregorio, que se había caído cabeza abajo en una gripe mortal, donde sirenas le habían dado vueltas sobre sus miedos y sus sueños. Hasta que despertó para poder reconciliarse con su padre y su historia, por eso había salido a buscar antigüedades. Se llevaría el exvoto, tal vez no sería el regalo más apropiado, seguramente su padre reconocería el paralelismo, pero lo llevaría. Ni siquiera regateó el precio, doscientos pesos luego se preguntó si eso fue caro o barato.
Gustavo, mientras tanto, se habría por fin distraído al encontrar unos tenis Jordan a precio irrisorio, que casualmente eran de su talla y que no pudo evitar comprar. Ya más relajado gracias a la emoción de su adquisición fue tras su amiga que se había adelantado varios puestos. Entonces, le tomaron por el hombro izquierdo y en el lado derecho de la espalda sintió algo que le punzaba, pero no habría podido decir si era un cúter, una navaja o un trozo de plástico. El repugnante aliento ácido del asaltante le recorría desde la nuca hasta las fosas nasales haciéndole sentir un doble mareo: primero, por el olor asqueroso y luego, porque sería la primera vez que le asaltaban.
- Calladito güerito... no la vayas a hacer de pedo o aquí te quedas...
- Sí... si - habría querido decir que no le hicieran nada, pero el miedo le impidió hablar.
- Suelta la bolsa, tranquilito - Gustavo soltó la bolsa, no la escuchó caer, seguro alguien la habría tomado, pera imposible que fuera el mismo que le sostenía - ahora, la cartera, suavecito, sin hacerla de pedo güerito... eso nomás... ahora, te vas a seguir calladito, caminando de frente, ni voltees o entonces sí, vales madre.
Gustavo caminó con pasos apretados, le temblaban las rodillas, ni remotamente se animó a voltear, caminó tras Diana, sintiendo vértigo, como si cayera en un pozo donde solo al final encontraría oxígeno para respirar.
Alcanzó a Diana y la tomó fuertemente del brazo - Vámonos ya...
- ¡Auch! ¡me lastimas! Gus ¿qué te pasa? Estas todo pálido
- Me acaban de asaltar, camina
- ¡¿Cómo que te acaban de asaltar?!
- Sssshhh.... cállate antes de que vengan a madrearnos
- ¡¿Pero ¡¿quién fue?!
- Seguro mis primos, Diana no mames, cállate y camina - Gustavo habló tan enojado que Diana solo pudo obedecer.
Casi corriendo llegaron a Eje Central, y siguiendo el paso como si los persiguiera el diablo llegaron hasta la explanada del palacio de bellas artes. Por fin, a la sombra del acceso, entre varios turistas que se refugiaban de la combinación de sol y mármol blanco del piso, Gustavo se dejó caer, y abrazo sus rodillas contra su frente mientras resoplaba; Diana temió que su amigo empezara a llorar o fuera a tener algún tipo de crisis, le acarició la espalda a modo de consuelo y sin ninguna lógica Gustavo empezó a reír, no una risa histérica, pero tampoco una risa suave, era la risa de cuando alguien se caía y se imaginaba a sí mismo en cámara lenta haciendo el ridículo. Diana habría querido sonreír también, pero la impresión de que hayan asaltado a su amigo, el modo brusco en el que le habló y ahora esta escena, la tenían perpleja.
- Diana, ni la ciudad ni nosotros, somos los mismos ya... - dijo Gustavo, tomando aliento y dejando de reír, dejando sin embargo en su cara, una sonrisa aliviada.
- No amigo, ya no somos los mismos.
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Basorexia
Tus ojos castaños y ligeros Tus pequeños ojos negros y tus pestañas larguísimas
Tus dientes perfectos Tus dientes casi perfectos
Tu sonrisa honesta y perfecta Tu sonrisa mal disimulada
Tus labios morenos y delgados, que muerdes mientras piensas Tus gruesos labios con el labial a punto de desaparecer
Tu andar inmutable Tu caminar apresurado
Tus piernas delgadas y fuertes Tus caderas curvilíneas y generosas
Tus brazos magros pero musculosos Tus brazos tatuados y tus muñecas llenas de pulseras
Tu gesto al levantar la quijada y mirarme satisfecho ¿de qué? Tu manera de fingir que no me ves por el rabillo del ojo
Tus labios Tus labios
Tus manos recorriendo mi espalda desnuda Tus dientes en mis hombros
Tus dedos enredándose en los míos Tu gemidos en mis oídos
La punta de tu lengua recorriendo mis senos Tus manos inseguras en la hebilla de mi cinturón
Tus sonoros besos en mi mejilla para despedirte Tu sonrisa mientras te beso en la mejilla al despedirme
Tus manos reteniendo mi rostro Tus labios esperando mis labios
Tus ojos castaños y ligeros Tus ojos que me miran a través de pestañas larguísimas
Tus ojos castaños y ligeros Tus ojos
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Tarambana
Lo besé apenas entré por la puerta. Sus labios tenían un sabor familiar ¿tal vez café?. Me desabroché la blusa y el se quitó la sudadera, no llevaba nada debajo. Su piel era mas suave de lo que había imaginado. Me quitó la blusa y el sostén y me abrazó, sus manos en mi espalda, era evidente que quería sentirnos piel con piel.
Mis manos paseaban entre sus hombros y sus brazos. Él me besaba intensamente, apenas deteniéndose para mirarme a los ojos. Bajé mis manos y desabroché su pantalón, metí la mano derecha sin bajar el cierre, este cedió solo. Sorteé la tela de sus boxers, su pene estaba completamente duro, no pude evitar gemir cuando lo toqué. Interrumpí los besos para mirarlo, ambos bajamos la vista. Era una erección completa, un pene grande y bastante ancho, la piel un poco mas rojiza que el resto de su cuerpo, el glande, cubierto por una ligera capa de piel.
Intenté masturbarlo, pero me sujetó el rostro con su mano izquierda y continuó besándome. Me llevó caminando hasta el sofá de formas vintage que contrastaban con el acabado negro que simulaba ser piel. Creo que quería que me sentara, pero en lugar de eso, me arrodillé al mismo tiempo que bajaba sus pantalones, me metí los dedos de la mano derecha a la boca para lubricarlos y comencé a acariciarlo, suavemente, para bajar su prepucio. Luego, lo lamí un par de veces desde la base hasta la punta y lo introduje en mi boca, aunque era bastante grande no tuve problemas para metérmelo hasta la garganta . El gemía, me detenía la nuca y acariciaba mi cabello, pero hubo un momento en el que bajó ambas manos... no entendía si se había abandonado al placer o si algo malo ocurría. Miré hacia arriba y me hizo levantarme lo suficiente para quedar sentada, se sentó junto a mi y regresó a los besos. Me bajó los pantalones hasta las rodillas y me preguntó ¿traes botas?, "si", "pues quitatelas" respondió risueño y sin dejar de besarme.
Entre besos nos deshicimos cada quien de sus pantalones y zapatos, y cuando estuve totalmente desnuda, se arrodilló en el piso, separando mi piernas y comenzó a lamer mi vulva de forma tal, que sentí que todo se volvía borroso a mi alrededor. Me dejé caer sobre el sofá, mientras él me comía ansiosamente. Me sentía empapada entre su saliva y mi lubricación, dejé de sentirlo... abrí los ojos y al instante ya estaban sus labios otra vez a un milímetro de los míos. No soy tonta, baje la vista y ya estaba listo para penetrarme. "No tienes puesto el condón", "lo siento, pero necesitaba sentirte" cerró lo ojos y me abrazó. Traté de incorporarme y tardé dos embestidas más en sacarlo de mi cuerpo, "Llevame a tu cama".
Nos levantamos y le di la mano, el me hizo girar, abrazándome con mi brazo también y me guió hasta su recámara. Su departamento me pareció oscuro y desordenado, pero totalmente suyo, cada cosa en la pared te contaba algo de él.
Entramos a su habitación, pintada en azul. Recuerdo vagamente algo que dijo sobre el frío y reparé en el calentador encendido cercano a la cama. Se acostó a mi lado y continuó besándome. Era dulce. No coincidía con los apasionados primeros besos de las semanas previas. Alcancé a ver la envoltura negra del condón sobre su escritorio, junto a la cama. Lo tomé sin decirle nada y lo abrí. Él tampoco dijo nada. Me gusta usar el truco de colocar el condón con la boca, pero era tan ancho... no quería cometer un error y rasgarlo o hacer el ridículo, se lo coloqué con un poco de trabajo, preguntándome si no necesitaba condones mas grandes. Me monté sobe él, cerré los ojos y me dejé llevar. Delicioso. Usé diferentes ritmos y movimientos mientras sus manos recorrían mis piernas, mis caderas, mis pechos. Llegó mi primer orgasmo y me incliné para besarle. Sin sacarlo de mi, lo hice sentarse, él llevó sus manos a mi nalgas y mantenía los ojos cerrados. Con el segundo orgasmo, volví a besarlo.
Con bastante agilidad y casi sin salir de mi, nos hizo cambiar de posición, el arriba de mi, sentí que me golpearía contra la pared, mi mano izquierda golpeo el muro de lleno con la palma abierta, pero mi cabeza quedo cómodamente en la almohada. Me besó de una forma que solo podría definir como plena... abrí los ojos, me miraba intensamente; él había dicho "quiero hacerte el amor", nunca habló de coger. Cambió de posición, mis tobillos sobre sus hombros y sus manos en mis senos y me penetró con rapidez y fuerza. Lo mejor eran sus manos presionándome. Se dejó caer sobre mi, separando mis piernas, que luego volvieron a envolverlo. Gimió bajo y profundo su orgasmo, con sus labios junto a mi oído, busque su mano... quería entrelazar mis dedos con los suyos, pero el sujetaba con fuerza el cobertor. Estaba totalmente dentro de mi, y podía sentir sus espasmos. Le besé la mejilla y él, sin recuperar el aire, me devolvió el beso en los labios.
Estuvimos bastante rato así, acariciándonos el rostro, hablando de cuánto nos gustábamos. Yo aún me sentía llena de él, pero supongo que sintió que perdía la erección y se separó de mi, se retiró el preservativo y bromeamos un par de cosas. Puedo decir, sin temor a equivocarme que en este instante los dos estábamos cien por ciento cómodos. Besos, risas, abrazos, caricias, "¿donde sientes mas cosquillas?".
Me alegro de que no haya puesto música, pues en mi mente sonaba Passionfruit. Los besos retomaron intensidad y las palabras disminuyeron, estando yo boca abajo. Sus labios recorrieron mi espalda hasta mis nalgas. Comenzó a masturbarme, primero con ambas manos y sus labios sobre mi piel. Luego solo una, mientras que con la otra trataba de revivir su erección. ¿Estaba gozando? Si, mucho. Pero quería volver a sentirlo a ÉL.
Me incorporé y me ofrecí a ayudarle, introduje todo su pene a mi boca, poco a poco la erección fue creciendo. Me tomó del brazo con firmeza colocándome boca abajo. Aún presionando con su mano la base para no perder la erección me penetró y comenzó a cogerme con fuerza. Le pedí que se pusiera preservativo y respondió entre jadeos y frases inconexas que ese era el último, que tenía mas pero que su hija se los había robado y que se dio cuenta en ese instante. La peor mentira del siglo. En veintiún años de vida sexual activa, era la segunda vez que lo hacía sin protección. La sensación ya era deliciosa. Mi mente sabía que tenía que quitarme y reclamarle, en cambio, bajé la cabeza, levanté mas mis nalgas y me dejé hacer, "no te vengas dentro, no uso ningún método anticonceptivo". Pensé en todas esas anécdotas, donde los demás se excusaban de no cuidarse porque la lujuria les bloqueaba el juicio. Ni un solo segundo dejé de pensar en que lo que hacíamos estaba mal. Que era peligroso, que estaba siendo irresponsable. Y aún así, sentirlo bien dentro, y como sus manos presionaban fuerte mi cadera y como pegaba su vientre contra mis nalgas fue increíblemente satisfactorio. Me hizo gritar cuando me vine, y me embistió con aún mas fuerza. No recuerdo si le pedí que se detuviera o él se retiró cansado.
Se acostó, agitado. yo me quedé boca abajo, disfrutando mi ultimo orgasmo, que recorría mis piernas y aún me regalaba pequeños espasmos.
Cuando se giró para abrazarme, busque su rostro con mi mano derecha y dejé caer una cachetada. Se sobresaltó y antes de que terminara de preguntar por qué, le dije "dijiste que tenías condones". Empezó a tartamudear y lo besé. Sé que debería haber estado enojada, pero no lo estaba.
Otro rato mas de besos ya en silencio. Su forma de mirarme y abrazarme me estaba intimidando. Rompí el silencio preguntando tonterías. Creo que fueron tres segundos: se sentó en la cama, cruzando las piernas en flor de loto y sus brazos cruzados sobre el pecho, sus manos cubriendo sus hombros. Fue extraño, ver su estupendo cuerpo y su gesto tan vulnerable, ¿porque sentía que tenía que protegerse? Me hipnotizaron sus brazos, musculosos y llenos de figuras hermosas. Su mirada buscando algo en el cobertor. Justo cuando yo decía mas tonterías sobre las diferencias entre dibujar perros y gatos, se abalanzó sonriente sobre mi, acostándose de nuevo sobre mi cuerpo. Mas besos, mas caricias. Su pene, ya dormido, entre mis piernas ¿fuera de peligro?.
Lo abracé con brazos y piernas y respiraba su aliento. Absurda comodidad. Sonó su teléfono y tuve que dejarlo levantarse. Mensaje. "Ya está mi hija en camino", dijo con gesto duro. Me levanté para ir al baño.
Mientras me aseaba con papel, pensé en si habría tiempo aún para darnos un baño. Mi primera fantasía con él. Verlo bajo el chorro de agua, su cabello, su rostro, sus ojos entrecerrados, su abdomen como camino para el agua y para mis dedos. Cuando salí el ya estaba terminando de vestirse. Fantasía descartada. Me ayudó a recuperar todas mis prendas "¿traías tanta ropa puesta?". Se sentó en su famoso sillón (individual) de color gris a mirarme con escrutinio mientras terminaba de vestirme. Extrañamente, no me puse nerviosa. Pero pedí un uber antes de ponerme la blusa, no quería esperar tanto ¿sería una despedida incomoda?.
Cuando me puse la chamarra me acerqué a el, que no quitaba la vista de mis senos y mi cintura, "me gustas mucho" dijo con el tono de lujuria que conocía bien de sus llamadas y de sus mensajes de voz, el cual, no había utilizado en esas dos horas que estuvimos juntos. Buena sincronización: mensaje de alerta, el uber ya había llegado. Me acompañó pisos abajo y como todo un caballero, me abrió la puerta del auto y tomándome el rostro con ambas manos, me beso vivamente, despidiéndose.
Pensé que, de acuerdo a lo habitual en cuanto a sexo casual, seguiría un período de silencio. Al contrario, mensaje tras mensaje, corazones, besos, recuerdos... al día siguiente, en el gimnasio, me llegó la llamada que me me puso los pelos de punta. "¿Si viste la cámara de seguridad de la sala, verdad?".
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El Sapo. Una fábula para oficinistas
I
Lunes 9. La luz del sol aún no entraba por la ventana, pero Lucy ya estaba en la oficina organizando su agenda del día. Cada nueva semana era una oportunidad para hacer las cosas mejor y ella, optimista por naturaleza, lo sabía bien. La formica de los muebles reflejaba las luces de las lámparas del techo y las ventanas, lo que daba un aspecto húmedo y fresco al lugar. El olor del café y el burbujeo de la cafetera dominaban el olor del limpiador del piso y los ruidos de la calle.
Tres horas más tarde llegó Bibi, de mal humor y cansada. Odiaba los lunes, miró de reojo a su compañera que hablaba animadamente por teléfono “¿Cómo diablos hacía para llegar siempre temprano, impecablemente arreglada y además, feliz? Pensó. Con sus opacos zapatos de mala imitación de piel de serpiente dio pasos tristes hacia su escritorio de melamina ya oscurecida por la falta de limpieza. Prendió su computadora, esperaría al menos unos diez minutos antes de escaparse a la tienda para comprar donas.
Lucy se levantó de su lugar y al pasar frente al escritorio de Bibi la saludó alegre. Su vestido azul entallado y los zapatos de ante del mismo color, enmarcaban su feliz belleza.
Esa mañana era como todas: Bibi trabajando en su computadora, con sus inseparables audífonos y sin levantarse de su silla durante horas. Lucy entraba y salía, el sonido de sus tacones era una melodía de presteza y seguridad: una junta con clientes en la planta baja, luego una reunión con los jefes en el segundo piso.
A la hora de la comida, Bibi y otros compañeros se organizaban para ir a la fonda de costumbre; alguien le preguntó a Lucy si esta vez los acompañaría, “gracias, pero ya quedé con mi novio para ir a comer” fue la respuesta. Bibi le envidiaba todo a Lucy: su cuerpo esbelto, su evidente juventud, su relación que parecía la ideal. Le disgustaba que siempre tuviera flores en su escritorio y que cada año la ascendieran de puesto. Y cada vez que mencionaba a su pareja, sus amigos o cualquier detalle de su vida, Bibi lo interpretaba como presunción.
Cuando la manecilla del reloj señaló las seis, Bibi apagó su computadora y tomó su bolsa. Por primera vez en el día se movía rápidamente. Estaba a punto de salir por la puerta cuando entró su jefe con cara de pocos amigos.
- ¿Ya te vas Bibi? ¿SÍ terminaste los reportes y la lista de documentos que te encargué?
La ceja del jefe, cuando hacía preguntas cuya respuesta ya sabía se elevaba como arco de catedral gótica.
-Ay jefe… esteeee, no… pero ya casi los termino, mañana a las diez se los tengo listos.
-No. Te regresas ahorita y los acabas de una vez, ya sabes que las juntas de avance son a las nueve de la mañana y me gusta tener todo listo un día antes… además con tu costumbre de llegar siempre tarde, no confiaría en tenerlos para mañana temprano.
Bibi podría haber pateado su escritorio por el enojo pero se contuvo. Con apatía, volvió a prender su computadora. A las seis y media, Lucy pasó corriendo frente a ella.
-Besito amiga, chauu… me voy a mi clase de inglés.
Esa noche, Bibi salió hasta después de las diez. El camión que la llevaba a su casa tardaba en pasar y para colmo, empezaba a llover. Maldijo su suerte, se preguntó qué era lo que le faltaba para tener una vida como la de Lucy, en la que todo era alegre y glamoroso. ¿Cómo era que la vida echaba la suerte para cada persona? Ella no tenía novio desde hacía varios años, no lograba independizarse, no tenía ni siquiera la libertad en su casa para comprar una mascota. Sus padres la hastiaban todos los días con comentarios sobre su soltería, su poco brillo en el trabajo y ni hablar de las constantes críticas de su madre sobre su peso y forma de vestir. En cambio, Lucy parecía siempre feliz y satisfecha, planeando nuevos cambios para su departamento, proponiendo proyectos a los jefes, usando siempre ropa nueva. Era imposible no envidiarla.
II
Martes 10. Bibi volvió a llegar tarde. Arrastró con pereza su pesada anatomía hasta su escritorio. Mientras veía el logo de la banderita de colores mecerse en el fondo negro de su pantalla, entró Lucy, vestida con pantalones negros, rojos tacones altísimos y aretes carmesí. Su cabello se veía como un comercial de champú: cuidadosamente alaciado y brillante. Traía una gorda carpeta de documentos en una mano y en la otra un vaso del café de la sirena, con su nombre y una carita feliz.
- ¿Cómo estás amiga? Te veo un poco amarilla hoy ¿te sientes bien? –Bibi sintió que eso era el colmo, saludo acompañado de crítica- ¿quieres que te traiga un vaso de agua? ¿un té?
- ¡¿Me veo amarilla?! –Ni siquiera reparo en ser cortés con Lucy, se levantó y salió disparada al baño, debía comprobar lo que le dijo su compañera. El espejo le confirmó que su piel estaba cambiando de color. Asustada, se acercó a su reflejo y alcanzó a ver como sus ojos también tomaban un tono ocre. “Lo que me faltaba” pensó “una infección”. Ese día, todos los compañeros le preguntaron si estaba enferma. No era el tipo de atención que le gustaba atraer, así que cuando vio a Lucy salir a comer junto con los jefes, tuvo una idea para distraer a los demás de su aspecto.
- ¿No les llama la atención que Lucy es la consentida del jefe de departamento? -los demás compañeros la miraron incrédulos.
-Pues es la consentida de todos. Hasta el director general la trata muy bien -dijo una compañera muy flaquita y de cabello chino.
-Pues claro, es una lamebotas–decidida a pelear contra la buena reputación de Lucy, agregó: me enteré que ella le pasó el chisme al jefe el día que metimos cervezas.
Bibi odiaba la rutina de su trabajo, su cuerpo, su poca vida social. Sabía que nunca podría estar a la altura de Lucy, con su belleza, su gracia, su capacidad de reírse y de que sus errores nunca fueran aparatosos. Si no podía cambiar su vida, al menos demostraría que la vida de Lucy tampoco era perfecta.
III
Lunes 16. Después de una semana, la piel de Bibi no recuperaba su tono normal. Había ido al doctor para descartar ictericia o alguna infección de hígado. A falta de diagnóstico, tendría que hacerse varios análisis para saber que le sucedía.
Ese lunes, aunque llegó pasado el mediodía, aprovechó la tarde para contarles a varios de los compañeros detalles que consideraba escabrosos de la relación de Lucy con su novio. Claro que todo era ficticio, Lucy nunca había hablado con ella acerca de su relación, pero Bibi no tuvo problemas para inventar una historia. Aseguró que Lucy era celada y muy controlada por su pareja. Que no podía hacer nada sin permiso de él. Las demás compañeras, incluida la flaca de cabello chino y otra muy bajita, no resistieron la tentación de dejarse llevar por la corriente del chisme. La más bajita agregó: es cierto, en una de las fiestas de navidad, el tipo llegó muy temprano por ella, apenas estábamos terminando de comer.
Su dosis de calumnias había dejado de muy buen humor a Bibi. Pero el buen ánimo le duró hasta que vio entrar al gerente de recursos humanos con un vaso de café con el logo de la sirenita y el nombre de Lucy. No quería creer que el guapo licenciado estaba enamorado de esa maldita afortunada. Sin querer, eructó muy bajito y se quedó con una rara sensación en el cuello. Pensó que tal vez solo era acidez y que bastaría con algo de medicamento. Sacó un antiácido del cajón donde había montado una farmacia. “De esto se van a enterar todos”, se prometió mientras masticaba una pastilla rosa.
IV
Martes 17. Bibi se despertó con una sensación de malestar bajo la mandíbula “seguro es el estrés”, pensó. Aunque ella sabía que la tensión se le manifestaba en la nuca no bajo la barbilla. Pasó todo el camino a la oficina eructando bajito. Se sintió incomoda cuando un niño en el camión dijo en voz muy alta: “¿escuchaste mami? Hay una rana croando”.
Llegó, otra vez tarde a la oficina y se encontró en el patio de la entrada a la chica flaca de cabello chino hablando con el sujeto que el día anterior le llevaba café a Lucy. Ella jugueteaba nerviosa con sus manos, sonreía y coqueteaba muy sutilmente. “¡Pero qué zorra!” susurró Bibi “todas sobre el gerente”. Sintió rabia de ver que el tipo no solo coqueteaba con Lucy, también con la flaca y seguro con otras más ¿Por qué a ella no le tiraban la onda? Sabía que estaba gorda, pero no demasiado “además las gorditas también somos lindas” trató de consolarse.
Cuando la flaca de chinos regresó a su escritorio ya la esperaba un post-it sobre la pantalla que decía “¿a que no adivinas con quien más coquetea el de R.H.?”
V
Miércoles 18. Los intentos de Bibi por disimular su papada fueron inútiles. Buscó la bufanda más larga que había en su casa y le había dado varias vueltas sobre su cuello. “Parece que me quiero estrangular”, pensó. Pasó todo el camino en el autobús cuidando su respiración y los movimientos de su garganta, no fuera a ser que se le escapara otro “croac”. Al llegar y saludar, nadie en la oficina quiso hacerle un comentario, excepto Lucy, que siempre se preocupaba por todos.
-AY Bibi ¡ve que inflamación traes! ¿Te sientes bien? Estás verde y pálida, ya fuiste al doctor, ¿verdad? ¿Te dijeron que tienes?
-Esteeeee no –Bibi apenas dejaba salir las palabras entre sus dientes apretados por la sonrisa fingida.
- ¿Quieres que te prepare un té? Una amiga me trajo de la India unos tés depurativos, te voy a preparar uno, te hará bien.
“Pero que maldita fijación tiene esta estúpida con el té, y siempre presumiendo, ¡caramba!”, Pensó Bibi que manteniendo la mandíbula tensa le indicaba con la mano un no al ofrecimiento.
VI
Viernes 20. Inexplicablemente Bibi había ganado cerca de ocho kilos de peso. Sus ojos pajizos resaltaban en su cara hinchada. Su piel poco a poco se coloreaba de verde. Su papada ahora ocupaba el lugar donde antes estaba la curva del cuello, sus labios estaban afinándose y perdían su tono rosado. El doctor le había dicho que podría ser un problema de tiroides, y le mandó además de los análisis, unas radiografías. Sin embargo, no le quiso firmar el permiso de incapacidad para el trabajo.
No le quedó más remedio que ir a la oficina, triste y cansada. Llegó bañada en sudor y en la puerta de entrada se topó a Lucy, que llegaba sonriente con un vestido negro ceñido que le llegaba a la mitad de los muslos.
- ¿A ti también se te hizo tarde Lucy? –preguntó Bibi con una sonrisa falsa y un tono que no logró disimular la fingida cordialidad.
-No amiga, fui a una reunión con un posible cliente, ¿tu como sigues? ¿Por qué no pides permiso para faltar?
El odio hacia su compañera se incrementaba. Lucy llegaba perfecta y bien vestida, convivía con clientes mientras que, pobre de ella, se pasaba los días tras su computadora, sin mover su trasero que
cada día se hacía más grande, ni de chiste podría ponerse un vestido como aquél.
Por la tarde, la compañera bajita se acercó a Bibi con ánimos de platicar, evidentemente había quedado enganchada al chisme.
-Me gustó el vestido de Lucy ¿pero no te parece que es muy corto para la oficina?
- ¿Pues qué te digo? Ella se cree experta en moda ¿te conté de la vez que se burló del gorrito blanco que trajiste?
Bibi ni siquiera pudo gozar la cara de desagradable sorpresa que hizo su compañera, ya que un dolor insoportable atacó repentinamente sus rodillas.
VII
Lunes 23. Gracias al dolor en las rodillas le dieron incapacidad a Bibi, quién por fin se quedó en casa para sufrir su extraña enfermedad. Seguía engordando, la barriga le crecía justo en la zona del pubis, la frontera entre sus senos y su vientre había desaparecido, el dolor en la papada le impedía enderezar la espalda. Ya no quería ni mirarse al espejo, pero veía cómo sus manos empezaban a tomar un tono verde rojizo que la asustaba. Cada vez eran más frecuentes los eructos y no se olvidaba del comentario del niño del camión. “Croar”, que grosería.
Para empeorar las cosas, sentía un hambre atroz y no paraba de salivar. Para evitar sentarse a comer frente al refrigerador se enfrascó en el Facebook tratando de encontrar algo que le distrajera. Recordó que Lucy la había agregado hacía bastante tiempo así que se dio gusto navegando entre sus fotos. Encontró varias de ella con otros compañeros de trabajo, pero quién contaba más apariciones era el jefe de departamento. Activo el chat, y para su buena suerte, su compañera, la flaca de chinos estaba conectada. Le escribió: “¿has notado lo cariñosos que son entre ellos el jefe y Lucy?”.
VIII
Viernes 27. Bibi estaba al borde de la crisis. No solamente estaba jorobada y verde, ahora su piel se estaba llenando de verrugas. Unas más grandes, como frijoles, otras más pequeñas, pero igual de desagradables,
y que cubrían grandes áreas de su piel. Por la mañana sus padres la habían llevado de emergencia al médico y éste los había mandado a ver a otros especialistas. Nadie entendía sus síntomas, le dieron analgésicos para el dolor y del dieron cita con un infectólogo.
Su jefe le llamó ese día, para preguntarle como estaba, y disculpándose de tener que pedirle ayuda con unos reportes que tenía pendientes.
-Yo sé que estás enferma y que deberías descansar, pero es que esto urge para el lunes y estoy atorado, Lucy y todos los compañeros están de viaje o en trabajo de sitio.
Con que Lucy no podía ir… esta era su oportunidad para quedar bien y quemar a su detestada compañera frente al jefe.
-Si quiere puedo ir esta tarde a ayudarlo, licenciado.
-Bibi, de verdad me da mucha pena, pero si no te sientes muy mal por favor date una vuelta por la oficina.
-No se preocupe, no tengo fiebre ni nada. Solo es un poco de malestar físico. Además, estoy aburrida de estar encerrada.
Se abrigó muy bien, no es que hiciera frío, es que quería disfrazar su aceitunado aspecto. Cuando llegó a la oficina, el jefe ya no estaba. “¡rayos!” exclamó para si. Pero le había dejado una lista de documentos por imprimir para que ella pudiera armarle los reportes. Sola en la oficina… al menos nadie vería lo mal que estaba. Poco a poco la luz del atardecer pintó de naranja las blancas paredes, El ruido del tráfico que se colaba muy discreto a través de la ventana se perdía entre el monótono ruido de las impresoras. Y a cada tanto tiempo el garrafón del agua dejaba salir el sonido ahogado de grandes burbujas de aire.
Parada frente a la impresora le regresó el dolor en las rodillas, estar de pie la estaba lastimando. Se sentó en el piso, primero estirando las piernas, pero sentía que los calambres se aproximaban, así que probó con cruzando las piernas en flor de loto, aunque el dolor se aliviaba, no disminuía la presión. Al final, se puso en cuclillas, no podía creer que a pesar de su gordura pudiera sostenerse encogida sin despegar los pies del piso, dejo caer el peso de su barriga hacia adelante lo cual le eliminó también el dolor de la nuca y la espalda.
“¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?” Empezó a llorar, se preguntaba por qué no le sucedía eso a Lucy, o a la compañera de los chinos. Sería la tristeza, pero empezó a sentir un hambre incontrolable. Y así, medio arrastrándose por el piso recorrió los escritorios de todos sus compañeros buscando dulces, tuppers abandonados y cualquier otra cosa que pudiera llevarse a la boca. Llegó al escritorio de Lucy y sin ninguna delicadeza revolvió sus cajones. Encontró un paquete cerrado de chocolates americanos con una nota “with love to Lucy”. “Claro… los pinches clientes gringos que fingían no darse cuenta de su pésimo inglés” pensó Bibi mientras los engullía con desesperación. No podía detenerse, las lágrimas llegaron como torrentes a sus ojos, y entre los resoplidos del llanto aparecieron los eructos que cada vez sonaban más como un groar. Cuando terminó con los dulces continuó con las gomas y los lápices de colores. Entonces vio las fotos en alegres marcos sobre la mesa: Lucy con su novio, con los jefes en una cena de gala, recibiendo un diploma. Se las llevó a la boca y las masticó para escupirlas después en una cascada de saliva que escurría por su barbilla, descendía por su barriga y que en el piso se mezclaba con el sudor que le corría por los brazos.
IX
Lunes 30. Todos en la oficina decían que Lucy era afortunada: tenía belleza, inteligencia, pasión por su trabajo. Siempre le reconocían que se esforzaba más que todos por ser la primera en llegar. Tal vez, si no hubiera sido la primera en entrar a la oficina ese día, no se le habría terminado la buena suerte.
Le extrañó llegar y encontrar la puerta abierta y las impresoras prendidas. Cuando vio los escritorios revueltos lo primero que pensó fue que habían entrado ladrones, lo cual descartó cuando notó que estaban todas las computadoras y equipos. Sin prender las luces atravesó muy cuidadosamente entre los cubículos, se dirigió a hacia el suyo al final del piso. Nadie escuchó el grito de terror cuando encontró al sapo gigante.
El sapo despertó. Era inmenso, más alto que su silla y tan gordo que el escritorio no le cubría ni la tercera parte. Tenía piel verdinegra, llena de verrugas y excrecencias rojas. Miró a su alrededor, tenía un aspecto tranquilo, casi feliz, se restregaba contra el piso como si le gustara la sensación fresca bajo su barriga, con movimientos torpes se giró hacia Lucy que estaba congelada por el miedo. Pero el sapo no veía a Lucy, veía una hermosa luz que lucía tentadora y deliciosa: como una mariposa o una luciérnaga.
De Bibi ya no quedaba nada, donde estaba su cabello había apenas una mata de grasoso pelo que se confundía con las manchas y la textura nudosa de su espalda. Donde alguna vez hubo labios había ahora una enorme boca de color nácar en su interior que despedía un olor pestilente, entonces, lanzó su larga y gris lengua hacia la cara de Lucy.
X
También el lunes 30, un par de horas después, llegaron ambulancias, la policía e incluso los bomberos. El director general hacía llamadas, los jefes y gerentes discutían a gritos y exigían a los oficiales que hicieran algo. El de recursos humanos vomitaba sin parar en uno de los botes de basura, mientras que la flaca de los chinos y la bajita, que también tenían la piel amarilla y la papada inflamada, lloraban horrorizadas. Encontraron al repugnante sapo gigante, muerto. Despedía un fétido olor y sus fluidos insistían en extenderse por el piso laminado de toda la oficina. Lo único que encontraron de Lucy fueron los zapatitos de ante azul.
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En direcciones contrarias
Nos topamos en la recepción, íbamos en direcciones contrarias, tú rumbo a los sanitarios y yo hacia la salida. Pero me tomaste de la mano y no la soltaste. “Me debes algo”.
Esa frase me resultó tan insoportable como tú. Era tu especialidad: ser insoportable, hablar en voz muy alta, con tus conversaciones vacías que trataban de ser graciosas, y tu risa bastante falsa. Y yo, siempre con mis audífonos con aislante de sonido, tratando de ignorarte.
��Tú me debes algo”. Yo no te debía un carajo, sin embargo, di dos pasos hacia ti y te besé. Un buen beso, no como los tuyos, breves. Mordí tu labio inferior y acaricié tu nuca. Respondiste al beso, no sin sorpresa. Y volteaste a todos lados, preocupado. Ambos sabíamos que era uno de esos momentos de ahora o nunca. Y en menos de dos segundos ya estábamos encerrados en uno de los sanitarios.
Me quité el suéter negro mientras tus manos acariciaban mis muslos bajo la falda. Desabroché algunos botones de tu camisa y tus manos subieron hasta el resorte de mis medias. Me di la espalda para que sintieras mis nalgas contra tu erección y tu mano pudiera acariciarme sin dificultad. Sigo pensando que no esperabas encontrar solo piel, porque pareció que cuando tus dedos me conocieron, perdiste el poco control que te quedaba. No sé que como fue que me quitaste uno de los botines y me enredaste las medias hasta los tobillos… solo recuerdo tus dedos dentro de mi y tu lengua en mi clítoris. Mis piernas temblaban y mi pecho vibraba mitad emocionado por la excitación y mitad por el miedo a ser descubiertos.
¿Podría alguien escucharnos? Tensé los muslos ante el orgasmo que se anunciaba. Y te detuviste, pensé que lo habías hecho a propósito, planeando alargar el momento. Te levantaste no sin esfuerzo e intuí que querías que te devolviera el favor. Te desabrochaste el pantalón y creo que yo tampoco esperaba que fueras así. Tu cuerpo delgado no me hizo imaginar nunca que pudieras ser de ESE tamaño, nada despreciable. Tomé tu pene con mi mano derecha, masajeé suavemente y lo recorrí con la lengua antes de introducirlo en mi boca, pero acabaste de inmediato, sin que hubiera podido hacer nada más. Contuviste tu orgasmo con ambas manos, en un gesto muy torpe, murmurando que tratabas “de no manchar nada”.
Nos aseamos nerviosos, serios. Un poco asustados. Saliste del sanitario antes que yo, nadie nos vio.
Desde entonces, nos saludamos siempre con cortesía, pero sin tocarnos. No hemos vuelto a hablar al respecto, y si volvemos a conversar, solo es de trabajo.
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Al oído
Si quieres besarme…..besa -yo comparto tus antojos-. Mas no hagas mi boca presa.. bésame quedo en los ojos. No me hables de los hechizos de tus besos en el cuello… están celosos mis rizos, acaríciame el cabello. Para tu mimo oportuno, si tus ojos son palabras, me darán, uno por uno, los pensamientos que labras. Pon tu mano entre las mías… temblarán como un canario y oiremos las sinfonías de algún amor milenario. Esta es una noche muerta bajo la techumbre astral. Está callada la huerta como en un sueño letal. Tiene un matiz de alabastro y un misterio de pagoda. ¡Mira la luz de aquel astro! ¡la tengo en el alma toda! Silencio…silencio…¡calla! Hasta el agua corre apenas, bajo su verde pantalla se aquieta casi la arena… ¡Oh! ¡qué perfume tan fino! ¡No beses mis labios rojos! En la noche de platino bésame quedo en los ojos…
Alfonsina Storni
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Una breve historia de (no) amor
Podría escribir cien versiones de nuestra (no) historia de amor, pero todas coincidirian en un sólo momento, el que fue definitorio: el instante en que nos acercamos para despedirnos, que nos detuvimos antes de besarnos y creamos un circuito electrico entre los labios.
Mi mano en tu pecho, la chispa, tus ojos.
No me habría gustado que supieras que soy muy despistada, que voy al supermercado con audifonosy trato de hacerlo todo lo más rápido posible. Habría tomado, por error, tu carrito mientras tu de espaldas, tomabas un paquete de papel de baño. Habrias tenido que correr unos pasos tras de mi, llamandome en vano porque Barry White me cantaba a todo volumen. Habrías intentado tomarme del brazo pero tu mano resbalaría hacia mi espalda. Yo me asustaría y voltearía. Te habría hecho gracia mi risa nerviosa. Me habrían gustado tus ojos y tu sonrisa. La chispa, despedirnos y sentir la electricidad.
Me habría gustado que supieras que soy empática y me gusta ayudar. Mientras tu caminabas por la calle y dejabas caer algo, de una mochila, tal vez, distraído mientras hablabas teléfono. Habría ido tras de ti para devolverte lo que se te hubiera caído. Chispa, tu sonrisa, el hueco sobre tus labios, mis ojos, mis labios, despedirnos... sentir la electricidad.
Podría haberme gustado también, encontrarte en el parque mientras paseabas a tu perro. Yo estaría intentando en vano correr 5 km en menos de media hora, pero me habría distraído con tu perro. Mirada, chispa... hablar, sentir la electricidad.
Una madrugada en la farmacia, la fila en la tintorería el domingo, coincidir en Starbucks una tarde...
La chispa, tus ojos, mi sonrisa.
Nuestra (no) historia de amor, habría sido una gran historia si hubiéramos dejado que la casualidad hiciera lo suyo.
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Habitarte
Me gusta cuando estamos acostados, abrazados después de haber hecho el amor. Porque abro un poco mis ojos y percibo tu cuerpo con un maravilloso paisaje, con pequeños montes y algunos valles... y vuelvo a recorrer tu cuerpo, pero ahora chiquitita, deteniéndome a descansar en tus lunares y revolcarme en tu vello.
Y me siento feliz, de poder habitarte al menos de esa manera, imaginaria.
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— Admito que no fue accidental ese beso
El brillo infantil de sus ojos contrastaba con la barba a medio crecer, pero combinaba perfecto con sus casi rojos y gruesos labios.
El beso en la mejilla que acompañaba su abrazo de felicitación, fue mas bien un beso firme y cadencioso en los labios y estoy segura que no pudo haber pasado desapercibido para nuestros compañeros, a su espalda. Y si no notaron el beso, debieron notar entonces algo en mi expresión. La tímida alegría que me provocaba saludarlo se convirtió en una mirada anhelante de que continuara besándome.
Siguieron más besos hasta que nos encontramos solos en la habitación del hotel. La decoración colonial y la doble altura alcanzarían bien para contener todo lo que deseaba que a continuación sucediera.
Me levantó en brazos, mis piernas apenas alcanzaban a rodear su cuerpo. Sus dedos se enterraban con fuerza en mis muslos para mantenerme en el aire. Sus labios aceptaban encantados mi lengua. Se acercó hacia uno de los dos sofás grises de la habitación. Cuando mis nalgas sintieron la aterciopelada tela todo mi cuerpo vibró deseando sentir su peso sobre mi. Pero en lugar de eso, se retiro y se sentó, muy serio en el sofá que estaba en escuadra. “Desnúdate”. Su gesto casi adusto me hizo dudar entre levantarme o congelarme: era el tono que usaba para darme órdenes frente a los demás, como su empleada. “Desnúdate para mi” insistió inclinado su cuerpo hacia mi, cruzando sus dedos, recargando varonilmente sus antebrazos en sus piernas.
Lamenté que mi vestido no tuviera cierre o botones que me permitieran desvestirme seductoramente. Pero lo intentaría. Comencé a levantar la tela negra acariciando muslos con ella, al llegar a mi cadera, traté de tomar toda la tela que podía y cómo sin fuera una camiseta, me saqué el vestido. Exhaló satisfecho, recargándose en el respaldo, descansando sus manos sobre sus muslos. Sus ojos fueron hábiles para reconocerme. Juro que mis senos se sintieron apresados, la caricia que continuó por mi cintura y cadera me hicieron estremecer. Trate de mantener el equilibrio al quitarme los botines negros. Todo lo que me cubría era encaje negro… el sostén casi transparente que mostraba mesuradamente mis pezones, la tanga y hasta los pequeños calcetines al tobillo. Podía ver sin mucho esfuerzo mis uñas de los pies pintadas en vino y mi pubis depilado.
Sus labios se abrieron un poco… pero no dijo nada. Entonces, me desabroche el sostén.
De algún modo, siempre me había sentido desnuda frente a él. Y eso me intimidaba. Pero por primera vez, estaba realmente desnuda, y al contrario, por fin me sentí poderosa.
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Uno nunca se deshace del todo de sus recuerdos de infancia. Te persiguen como fantasmas, acosándote sin parar en tu vida adulta. En traje, con bata de científico o disfrazado de payaso, el niño que has sido permanece siempre dentro de ti
Marc Levy
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In 2007, the near-perfectly preserved Neolithic-era remains of two humans were found locked in an embrace. Studies show that the pair, one male and one female, were between 18 and 20 years at the time of their death. The unusual double burial and tender positioning caused a stir when the discovery was made. The archaeologists who uncovered the remains did not want to separate the two, and the skeletons were excavated and preserved along with the block of earth around them. The eternal lovers locked in a hug, can be seen at the Archaeological Museum in Mantua, near where they were found. 📸: Photo by Dagmar Hollmann
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El futuro es lo de menos...
Me hace gracia ver/escuchar a tantas personas, diciendo que problemas como el machismo, la violencia o la contaminación se resolverán a través de la educación de los más pequeños. Y así, se siguen reproduciendo, sin pretender mejorar las condiciones del mundo para esos nuevos seres humanos. Y ni educan a los niños para que cambien el mundo, y éstos crecen, asimilando un mundo descompuesto e inseguro.
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Un escritor no escoge sus temas, son los temas quienes lo escogen.
Mario Vargas Llosa (via olgaceciliamartinezrojas)
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