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Condenada S*ledad
CrecĂ inmersa en aquel tumulto de caos y ruido, me percato de que no pertenezco. Innumerables son las veces en las que intentĂ© engañarme a mi misma de que las cosas mejoran con el tiempo, que a veces soy yo el problema, que a veces los demás lo son. La soledad me invade todos los dĂas, se hace un espacio en el borde de mi cama, me consume cada vez que despierto y hasta pienso en ponerle un sobrenombre para no aborrecerla demasiado. No. No. Es parte de mĂ, lo sĂ©. IntentĂ© todo lo que se debe hacer, y lo que no tambiĂ©n. IntentĂ© socavar aquel vacĂo emocional que me acompaña  en el bolsillo derecho del pantalĂłn cada vez que decido salir de casa. Pero siempre estás ahĂ. A veces más callada, inmutable, por segundos pienso que te suprimĂ por completo. Otras veces estás saltando por los recovecos de mi habitaciĂłn, escabullĂ©ndote entre mis sabanas, haciendo peso muerto en el medio de mi colchĂłn, implorando que me hunda en aquellos pliegues generados por mi acolchado. No es fácil convivir asĂ.
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