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Resumen mundial noviembre (cosecha del día)
MUNDIAL DÍA1 (las camas por las que pasé)
La de mis papás: cuando había tormenta me pasaba a la cama de mis viejos porque me daba pánico. Seguía despierta y con miedo. Me apretaba fuerte los oídos para no escuchar el estruendo de los rayos. Primero venía la luz y unos segundos después temblaba todo. También apretaba las mandíbulas para crear un zumbido que no me dejara escuchar. Odiaba las tormentas. Mi abuela Maman siempre las odió, nos han contado de muchas veces que en las tormentas de campo se encerraba en el baño con los siete hijos. Yo prefería pasarme a la cama de mis viejos. Al día de hoy me dan un poco de miedo, sobre todo el viento me pone nerviosa.
También iba a la cama de mis papás si me sentía mal. Una vez vomité en la cama y salió algo pastoso. Mi mamá lo tocó, lo probó y dijo "es papa".
La de mi hermano: yo tendría 8 y el 6, quise darle un beso en la boca para saber como se sentía. Él me empujaba.
La de los abuelos de Tomás: se fueron una semana de viaje y aprovechamos para acostarnos por primera vez. En realidad él ya había estado con otra chica, unos meses antes de conocerme a mí. Yo no había estado con nadie. Estaba muy nerviosa, creo que él más. No fue la gran cosa pero nos reímos mucho. Al día siguiente tenía que coordinar Infancia Misionera a la mañana, me tomé el tren a las 8 de la mañana desde el centro y llegué antes a la misión para que no se enterara nadie. Con el tiempo dejé de ir a misa, antes de eso me daba culpa coger y por un tiempo (un mes como mucho) Pedro me bancó que no pasara nada. Después dije ya fue.
La cama que me compré con un groupon, primera cama doble y es la que todavía tengo. Con el sueldo de mi primer laburo serio, en la escribanía de la familia de una amiga. Ahora no existe más groupon me parece.
La cama de mi abuela Guagua: a la hora de la siesta me iba a su cuarto/casa adentro de nuestra casa, me acostaba en su cama y charlábamos. Me contaba cosas de cuando era chica, vivió con unas tías españolas porque cuando su madre enviudó no podían cuidarla. Eso algo debe haber perdurado en nuestra herida de abandono familiar.
La cama del Señor: cogimos, charlamos, me pegó, le pegué, hice pis. No se si voy a volver a ir.
El sillón/cama que usaba mi mamá cuando se enfermó. Tenía cáncer en la pleura, y le dolía más cuando se acostaba. Entonces compraron ese sillón como el de Joey de Friends, mamá se acostaba ahí y un poco descansaba. Tenía un coso que hacía masajes y otro que tiraba calor. Lo desarmaron y lo llevaron a José Ignacio cuando fuimos a que mamá se muriera. Después lo donaron a un lugar en Maldonado. Yo quería quedármelo pero papá dijo que no lo quería ver más.
El colchón finito que me daba Maggie cuando me quedaba a dormir en su casa. Era tan finito que me despertaba a mitad de la noche con dolor de cadera y de rodillas. Después ella cocinaba cosas ricas para el desayuno y me olvidaba. Más todavía si aparecía Manuel que vivía cerca.
MUNDIAL DÍA 4 (debe y haber)
Los nombres de mis alumnas: Delfi, Tini, Martu (×2), Minu, Emma, Trini (x2), Chiara, Luli (x2), Hele (x2), Oli, Morita (x2), Lara. Creo que nadie más.
Gasté dos lucas en una agenda. Estoy sin obra social porque debo treinta mil pesos. Bah, sin prepaga. El otro día gasté siete lucas o más en la medicación. Necesito cobrar el aguinaldo.
MUNDIAL DÍA 5 (tiro likes)
Hace dieciocho días que no hablo con el Señor, los conté recién en el calendario. Me acuerdo porque fue dos días después del sábado de mi cumpleaños. Me escribió al mediodía, no sabía que era mi cumple. Se lo recordé y le conté de la fiesta y le dije que no lo invitaba porque sabía que no quería venir. Me dijo que tenía un asado y que hablábamos otro día. Lo vi el lunes, no me regaló nada. Cuando él cumplió yo quise regalarle un tacho de basura porque se acababa de mudar y él no quiso.
Abrí, una vez más, happn. No hay nadie interesante, tiro likes pero no matcheo, con el que sí matcheo me termina clavando el visto.
A veces me tienta entrar a sus redes para saber en qué anda, pero no lo hago porque si él quisiera que yo supiera algo de él me escribiría. La realidad es que no me escribe. Seguramente con el tiempo aparezca y como siempre sea sólo para coger, no sé si voy a aceptar o no. Ya no charlamos como antes, aunque me sigue abrazando para dormir a pesar de mis ronquidos.
Recién revisé mis últimos whatsapps con él y veo que hablamos hace unos diez días. Estaba angustiado el lunes ése que lo vi y le escribí unos días después para ver como seguía. Me contestó que estaba mejor, no podía hablar mucho, pero que gracias por escribir. Amiga date cuenta.
Si no es sobre él no sé sobre qué escribir. Quiero que deje de ser un tema, así como hice cuando me recibí y cuando cumplí años: que no gire alrededor de él. Me pongo en modo autoayuda de revista noventosa y trato de concentrarme en mí, fake it till you make it, sí se puede. Hago dieta dos días y al tercero me como un kilo de helado. Soy más interesante que un mal de amores.
MUNDIAL DÍA 6 (dónde es la fiesta)
Otra amiga está embarazada. Es una excelente noticia, lo re buscaron y me pone re contenta por ella y el marido, ambos son un amor. Así y todo este hecho me hace acordar a mi fracaso, lo trae más cerca. Vos estás sola y no vas a tener hijos, es lo que dice. No quiero reducirlo a envidia porque sí, es eso, pero también me alegro muchísimo por mi amiga pero a la vez siento tristeza. No puedo sacarme del centro del acontecimiento, preguntar "y yo?" como una chiquita.
Hace unos años cuando se casó otra amiga sentí lo mismo. En el medio de la fiesta me dieron ganas de llorar porque de repente me sentí muy sola. Una especie de necesidad de llamar la atención, de nuevo me sentí como una nenita. Me vio Sole y me abrazó sin preguntarme nada, yo no quería decirle que sentía celos porque me daba vergüenza.
Siento celos de mis amigas porque son más lindas, están casadas, tienen trabajos exitosos, tienen plata, tienen hijos. Yo estoy feliz por ellas pero también me sale preguntarme cuándo voy a tener yo una fiesta de algo.
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Algo en la vida está bien
Lo peor que nos pueden decir es que nadie nos va a amar. Vivir con esa sensación es una tortura.
En una semana cumplo 35 años y lo voy a festejar en el estudio de danza de una amiga. También organicé un asado con mi familia en la quinta de unos tíos. No tengo suficiente plata para ninguno de los dos eventos, pero la psicóloga me dijo que está bien endeudarme para festejar. A ella le debo diez lucas.
¿Cómo hablar de la tormenta después de que pasó? No quiero ser solemne ni cursi, pero quiero decir que pasó.
Ya no me importa el Señor. O sí, me importa, pero no quiero llorar más. La semana que me recibí sólo me escribió “felicitaciones”; yo me fui a festejar con unas amigas. La tormenta no era él.
Tengo miedo de terminar afirmando que para salir de la depresión sólo hay que tener voluntad.
Esta semana fui a trabajar todos los días, también la saqué a Talita. Más que nada porque si no la saco no me deja dormir y después tengo que limpiar el balcón. Le escribí a mi hermano para ver como estaba, tuvo un ataque de pánico hace dos semanas porque estuvo diez días sin dormir (entre otras cosas). Es familiar.
Me fui una semana a la playa con amigas y nos puteamos y nos reímos y nos reímos de que nos puteamos. Un chiquito me da la mano cuando me ve en el cole. Me dan ganas de llorar si me acuerdo de mis hermanos y de mí cuando éramos chicos. Talita se acurruca contra mi panza cuando dormimos, así como yo me acurruco en la panza del señor cuando duermo con él. No puedo encontrar el ritmo para escribir, pero algo en la vida está bien.
Hice un flyer para la fiesta con una foto de los simpson, primero pienso que no va a venir nadie, después pienso que no vamos a entrar y nos vamos a contagiar todos de covid. Me llegó el turno de la segunda dosis y me puso contenta. Voy a tener que pedir que traigan bebidas y hielo porque en el lugar no hay heladera. Me divierte pensar cómo lo voy a decorar.
Me salen frases hechas y lugares comunes para expresar que estoy bien, como una canción de Cris Morena orfandad incluída. No se si quiero que mis papás estén, no sería la persona que soy. Más o menos me gusto.
Ahora se supone que tengo que hacer algo con esto.
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Le decían Apo
Lo primero que se escuchaba era el colchón crujir, después unas pantuflas arrastrándose. La puerta del baño, un chorro de pis y la cadena del inodoro. Las pantuflas de nuevo arrastrándose, ahora iban a la escalera. Desde abajo se escuchaba la puerta del microondas. A los tres minutos un encendedor y enseguida el olor a cigarrillo. Tos. Se prendía la radio, fuertísimo, sonaba el informativo de Continental. Media hora después, se escuchaba de nuevo la puerta del microondas y las bandejas claqueaban. Las pantuflas subiendo la escalera. El olor a cigarrillo se hacía más fuerte y se mezclaba con café con leche.
- Despiértese, Chu. La lámpara de la mesa de luz de mi mamá se encendía a la vez que mi papá apoyaba el café con leche. Las pantuflas se acercaban, la mezcla del olor a cigarrillo con café con leche también.
- Arriba la reina. Entraba mi papá y prendía la luz del techo, yo me tapaba la cara con las frazadas. Apoyaba la taza y yo lo espiaba: el robe de chambre blanco, el cigarrillo colgando de la boca: un parisienne intenso que me hacía picar la nariz, al rato me daba dolor de cabeza. Iba a los cuartos de mis hermanos, más luces se iban prendiendo.
- Vamos chicos, arriba. El olor a parisiennes iba recorriendo la planta alta. Volvía a entrar a mi cuarto y como tenía la cabeza todavía tapada y la taza seguía intacta, me destapaba los pies y me agarraba los dedos gordos.
- Floripondia Bruna a levantarse. Se iba dejándome destapada, yo me quedaba dura de frío pero sin fuerza para moverme. La radio seguía prendida y se escuchaba desde la planta baja.
Tres años más tarde, se sigue escuchando el colchón crujir, pero mucho más temprano. Es noche cerrada. Las pantuflas que se arrastran, la puerta del baño que se cierra. Se escucha el encendedor adentro del baño. La cadena, las pantuflas que van a la escalera. El olor del cigarrillo, permanente. La puerta del microondas que se abre y se cierra. A los diez minutos otra vez el encendedor. Tos, ahora más profunda y carrasposa, termina húmeda. Se mezcla con un llanto sofocado. Pasan otros diez minutos y las pantuflas vuelven a subir por la escalera. Otra vez al cuarto, el colchón que vuelve a crujir, un nuevo llanto sofocado.
Dos horas después se repetirá el ritual de las pantuflas, la radio, la bandeja claqueante. En vez de dos tazas de café con leche ahora hay solamente una, que deja en mi mesa de luz. No saluda cuando entra, prende la luz y se va.
***
Nos cambió a todos. Ya estábamos alejados, pero después de eso se construyeron barreras de hielo entre cada uno de nosotros y no sabíamos cómo cruzarlas.
Yo volví de José Ignacio con una mezcla de desamparo, curiosidad y emoción por toda la atención que de pronto recibía. Tenía que rendir ocho materias en marzo, de las cuales me tomaron dos o tres exámenes reales; el resto las aprobé por compasión. Matías me dio un abrazo cuando rendí Matemática y fue lo único que me importó ese día. Después llegué a casa y mi hermano más chico estaba llorando y Papá encerrado en su cuarto. Terminé quinto año como pude. Fui a comprarme sola el vestido de fin de curso, di mi primer beso y no hizo falta ocultárselo a mamá. Me llevé dos materias y tardé un año en rendirlas. En ese año de ocio hice un curso de comedia musical y trabajé como secretaria en el catering de una amiga de mi vieja que le había prometido que me iba a cuidar. Esa amiga se murió el año pasado sola en el baño de su departamento, la encontraron al día siguiente.
Papá fue el que peor la pasó. Se quedó con cuatro chicos a los que apenas conocía y no sabía cómo manejar. Eligió consumirse paulatinamente, en silencio, mientras la tristeza lo iba cubriendo todo de a poco.
Al año siguiente volvimos a José Ignacio. Fue el viaje más deprimente de nuestras vidas. Llovió toda la semana, un día visitamos el cementerio y retiramos las cenizas. Un día fuimos a comer al único restaurant que estaba abierto, la comida se notaba que estaba vieja.
Mi hermano mayor se fue a vivir a Nueva Zelanda tres años.
Los otros dos no pude registrar lo que hicieron.
En el medio me puse de novia y tiré sobre Pedro todas las carencias afectivas que no sabía elaborar. Por supuesto la relación no duró. Tardé cinco años en olvidarme, tuvo que aparecer el Señor para que pensara en otro tipo. Durante esos cinco años me emborraché y estuve con cualquiera que me diera pelota, no me hizo bien y me sentí cada vez más sola.
También volví a escribir, tratando de entenderme y de descubrir algo.
Quedaron libros, discos, fotos, cuadros, películas, sábanas, ropa, su camisa del secundario firmada por todas sus compañeras. Le decían Apo.
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Malo
Dentro de poco me voy a rendir le voy a volver a escribir. Aunque no piense en mí con cualquier excusa, ni tenga charlas imaginarias en las que nos reímos y es un poco malo como siempre, pero sólo un poco.
Le quedan bien las palabras infantiles: advierte “hoy estoy malo”. No dice que está de mal humor o enojado por algo. No está triste ni preocupado ni con bronca. “Hoy estoy malo” dice y es como un chiquito y esa es su explicación para todo.
A la vez es un señor grande que juega al golf, tiene canas en la barba y en el pecho. Puede manipularme y sabe qué decir para hacerme sentir menos importante menos linda menos querible, más sola.
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Vocación desde la carencia
Llovió todo el día. Cené quince aceitunas y dos barritas de chocolate águila. Leí dos veces el cuento del Capitán Tifón en el colegio y después les hice dibujar un mapa del tesoro. Dormí siesta. Paseé una hora con Talita cuando dejó de llover. En San Isidro no me cruzo a los linyeras de siempre como en San Fernando. Pero en frente de la estación hay siempre personas que llevan comida, nunca veo a los mismos.
Dos de mis hermanos están muy peleados. Se dijeron de todo en el grupo de whatsapp. En el fondo creo que se extrañan. Extrañamos a nuestros padres. No lo podemos decir porque desde chicos aprendimos solapadamente que el amor es ridículo y mostrarse vulnerable está mal. No hay que llamar la atención.
Hace poco me di cuenta que no voy a tener hijos pero voy a trabajar siempre con chicos chiquitos. Les cuento cuentos y los ayudo a escribir. Me gusta que me quieran. Es una forma de vocación desde la carencia, una metáfora de la maternidad.
Cuando era chica me gustaban muy pocas comidas y siempre hacía un escándalo si había algo que no quería comer. Un sábado de lluvia había buñuelos para almorzar, de arroz y de acelga. A mi hermano Segundo y a mí no nos gustaban. Nos quedamos últimos en la mesa, frente a dos buñuelos, uno blanco y uno verde. No nos podíamos mover hasta que alguien se los comiera. El verde me daba arcadas, el blanco tenía un gusto más tolerable. Pero al lado mío estaba Segundo llorando, más chico, más sensible que yo. Fui valiente y dije que yo me comería el buñuelo de acelga. Mis papás sorprendidos preguntaron por qué y yo expliqué que Segundo era mi hermano y yo lo quería, a lo que respondieron con una carcajada. Sobre todo me acuerdo de la risa de mamá. Nunca más dije en público que quería a mis hermanos.
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Sin cambiar demasiado
A veces fantaseo con que al fin derrapo del todo y me voy a vivir abajo de un puente. Me veo con la ropa sucia, el pelo y la piel grasosos. Me da miedo el hambre. En la plaza de la catedral duermen varios linyeras, y a la noche un grupo de gente les lleva comida. Creo que podría ser uno de ellos sin cambiar demasiado. Talita le robó la comida a uno, una noche que les llevaron piezas de pollo. El tipo dejó su bandejita de plástico apoyada en un banco de la plaza mientras hablaba a unos metros con otra gente. Talita en menos de cinco segundos cruzó media plaza y se robó la pechuga ante mi mirada atónita. Acto seguido el linyera volvió al banco y al ver que no estaba su comida empezó a mirar con desesperación para todos lados. Yo estaba dura de la vergüenza. Cuando vio a la perra comiéndose el pollo se le transformó la cara. Fui corriendo hasta donde estaba y le pedí cuarenta veces perdón y le dije que si esperaba le iba a comprar comida. Por supuesto había salido sin la billetera, tuve que ir a casa a buscarla y volver a la plaza. Enfrente le compré una pizza de jamón y morrones y se la llevé. Todos los otros linyeras me miraban. El sonreía con la mitad que le había quedado de la dentadura y me agradeció. Me lo crucé varias veces más, la última estaba borracho, sentado en uno de los bancos del medio. Tomaba de una botella de vino, con la mirada torva sin objetivo. Hay una señora, me la crucé ya varias veces, es chiquita pero ancha, con el pelo negro y canoso atado en un rodete. Tiene la piel oscura y en verano no usa zapatos. Siempre tiene muchas bolsas donde me imagino lleva todas sus pertenencias: mudas de ropa y frazadas. Murmura en un soliloquio permanente, a veces levantando la voz. Odia a Talita. Cada vez que la perra se le acerca empieza a gritarle “perra de mierda, pulgosa, va a cagar en todos lados y van a poner rejas, ya pusieron rejas en Carupá y ahora van a poner rejas acá, por la perra de mierda” y otras cosas que no llego a entender. Me da vergüenza que Talita la moleste, pero no se qué decirle para disculparme, y no se si me va a entender. No me veo muy lejos de ellos, nos separa una línea muy fina de plata y estabilidad. Me agarro de esa línea con toda la fuerza, trato de mantener una higiene diaria, un trabajo, darle de comer a Talita para que no robe comida, sacarla a pasear para que no se estrese y se automutile. No defraudar a la gente que me ayuda, eso es lo más difícil.
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Kuti kuti kuti
Se me atrasó diez días y me asusté. Flasheé tener un pibe con alguien que no me quiere. Yo también quiero un bebé, como mis amigas. Como un suéter nuevo.
Llueve y empieza a salir el sol. Si esto fuera un tuit diría que se casa una vieja y no soy yo. Tengo 33 años y soy vieja.
Por el balcón entra un olor podrido, pero me hace acordar a los días de lluvia en la playa. Los mejillones acumulados debajo de las piedras se mueven por la tormenta, y después sale el olor.
De fondo tengo una serie finlandesa, no entiendo si no la miro todo el tiempo pero alguna palabra suelta aprendí. Kato significa mirá acá. Sí se debe escribir ja pero se pronuncia jió.
Después de la lluvia, en la playa, íbamos a caminar por las rocas y juntar los caracolitos que había dejado el mar. Eran blancos y beige, del tamaño de una almendra. Lo que yo más quería era encontrar uno grande como veía en las películas o en las revistas de decoración (eran los noventa y la extravagancia era furor). Mamá para que no hinchara me explicó que esos sólo estaban en el Caribe. Los juntábamos en baldes que quedaban atrás de la casa, echando peste, hasta el día que volvíamos a Buenos Aires y los tirábamos de nuevo al mar.
En finlandés kuti significa fuckyou o algo parecido. Cuando putean dicen kuti kuti kuti muchas veces. No se dice eh.
Si de verdad me hubiera quedado embarazada, aunque sabía que no, todos hubieran querido que abortara. Tengo un círculo de gente alrededor haciendo fuerza por mí, para que me vaya bien, para que madure. Todos hubieran querido que aborte. Yo creo que no.
Me vino hace cuatro días y me sigue doliendo la panza. Me baja muchísimo y fantaseo que es el bebé que hubiera tenido si fuese una mina madura, centrada, si el padre me quisiera. El olor es salado y parecido al de los caracoles.
Hace unos años tuve que rendir un final difícil y una de mis primas grandes me ayudó a prepararlo. Cerca de la hora quise largar todo y me puse a llorar. Mi prima me explicó que ella también tuvo problemas, también estuvo mal y necesitó ayuda, por lo menos yo no había tenido hijos en el medio. Pero eso es fácil cuando nadie quiere tener hijos con vos.
En la playa siempre había amigos, tíos, gente conocida de mis papás, que también tenían hijos de mi edad. Yo no les preguntaba si eran de Argentina o de Uruguay, si no que preguntaba si eran de "acá" o de "allá". Una vez unos chicos un poco más grandes se rieron de eso. A mí me dio vergüenza y me puse a llorar. También estaba Tomás, un amigo de mi hermano más grande que me encantaba. Uno de los últimos veranos que fuimos con mi mamá, Tomás nos invitó a los cuatro hermanos a la casa. Yo no quería ir. Mi vieja hizo un escándalo y yo traté de clavarme una lima en la muñeca enfrente de ella. Gritó muchísimo pero no se si me creyó.
El cielo está cada vez más claro, hay luz en el balcón y las cosas ya hacen sombra. Por la música ominosa me doy cuenta de que la serie está en un momento tenso. Cinco departamentos más arriba está mi tía madrina acompañante terapéutica, me pregunta por mensaje si lavé lo del almuerzo e hice la cama.
Dos o tres veranos después fuimos toda la familia a la playa porque mamá se estaba muriendo. Nos obligaron a cada hermano a llevar a un amigo. Maggie, la amiga que llevé yo, gustaba de Tomás y él de ella. Una noche hicimos un fogón y ellos dos se fueron a hablar solos a unas rocas más lejos. La noche olía a algas y sal.
Cuando volvimos, de día, nos enteramos que mamá ya se había muerto.
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Instrucciones para sobrevivir una fiesta de casamiento estando soltera
I) Elegí un look que te guste, que sepas que te queda bien y sea canchero. Priorizar comodidad por sobre sensualidad. No obstante, si tenés más de 25, no lleves zapatos más cómodos para bailar, una mujer hecha y derecha se banca los tacos hasta la foto de fin de fiesta. La clave es elegir unos que tengan un poco de altura pero que puedas caminar. Preparate con tiempo. Nada transmite que no tenés control de tu vida como llegar a las corridas, con el pelo mojado y las uñas mal pintadas. Estos pasos son importantes para no estar insegura y no pensar que estás fea cada cinco minutos. Vas a ver mucha gente de punta en blanco y si sos como yo automáticamente te vas a comparar. II) No esperes conocer a nadie nuevo. Eso de que en los casamientos se conocen tipos pasa sólo en las películas. No va a haber amigos solteros de tu edad, o si hay están solos, como vos. No va a dar para una charla casual en la que peguen onda. Obviamente sé divina con todos, pero sabé que la búsqueda se huele. III) Identificá de antemano qué conocidos van a ir, de tus amigos quiénes van a ir solos. Los que van con pareja no cuentan. Si te confiás de ellos, vas a charlar durante la recepción y el resto de la noche te clavás sola. Un truco es hacer contacto antes del día, cosa de tener ya el hielo roto para cuando los veas. Un chat de facebook o un whatsappito diciendo “hola pirulo, cómo estás? che nos vemos el sábado en el casamiento de fulano y fulana?” claro que tenés que tener la confianza suficiente como para tener su contacto, no se pide. El objetivo es tener junado con quiénes vas a estar. IV) De nuevo, las parejas no cuentan. Un casamiento es la versión femenina del partido solteros vs. casados. Las parejas forman una unidad en sí y sólo se relacionan con otras parejas. Vas a ver que hasta se sientan y bailan entre ellos. El objetivo es no quedar colgada toda la noche, si eso pasa tu cabeza empieza a maquinar y terminás llorando en el baño por lo sola que estás y lo fea que te sentís. Buscá gente con quien charlar y bailar. V) No te emborraches (tanto). Dependiendo de tu grado de amistad con los novios, podés estar más o menos desatada. Pero bajo ningún punto de vista te pongas a hacer papelones o desmayarte. No por el qué dirán, sino porque la borrachera eufórifca puede estar a un paso del pedo triste. Querés evitar a toda costa la tristeza, aunque sea por esta noche. VI) Buscá pasarlo lo mejor posible. Vas a comer y chupar de arriba, eso ya es un plus (ojo al punto siguiente). Vas a ver gente que no ves hace mucho o que no conocés tanto, tratá de llevar las charlas hacia terrenos que no te hagan sentir insegura. Tomalo como algo que hacés por un amigo/familiar. Los casamientos son fiestas que giran alrededor de los novios, el resto acompaña. VII) Comé y tomá con gusto, ya dijimos que es gratis y hay que aprovechar. Pero no te quedes instalada al lado de la mesa de postres ni tomes hasta que no puedas ver. Los papelones te acercan al baño a llorar.
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Amorosa, linda, flaca
Había una fila de autos desde el portón de entrada, al costado del camino de piedras, hasta la casa. Mujeres y hombres elegantes se bajaban, se saludaban en voz baja y entraban con cara de circunstancia. Entramos a la casa y busqué a mi mamá, cuando me di cuenta de que estaba en el cuarto de Mamama se me fueron las ganas de verla. La gente se amuchaba y hablaba en voz baja. Intenté dar una vuelta, pero en el camino me encontré con mi papá: andá a darle un beso a tu mamá y despedirte de Mamama, me dijo, mientras me llevaba ahí. Nunca había entrado al cuarto de mi abuela, lo teníamos prohibido. Me sorprendí porque era mucho más claro de lo que había imaginado. Había un estar con dos sillones y una mesa ratona, un vestidor con olor a naftalina, y al fondo, la cama con el cuerpo de Mamama. Mamá estaba sentada de un lado, del otro dos de sus hermanas. Fui a darle un abrazo a mamá y me escondí unos segundos en su hombro, sin querer mirar a la cama. Mamá se separó y me dijo al oído: dale un beso para despedirte. Pero yo me quedé dura. Bueno, dijo, andá a buscar a los chicos y deciles que vengan a darme un beso a mí y despedirse. Cuando salí al mar de gente vi que mis hermanos estaban en el jardín jugando con los primos. Corrí hacia ellos y les dije llena de furia: - ¿No se dan cuenta que hoy no se puede correr? Vayan a darle un beso a mamá y despedirse, está en el cuarto. - ¿Podemos entrar? - Sí nene, Mamama ya no está. - Sí que está, si hoy la van a enterrar. - Bueno pero es como si no estuviera. Vayan. - Ahora vamos a poder tomar agua - dijo Lucas, el más chico, mientras se alejaban. Hace un par de veranos habíamos pasado los cuatro hermanos unos días en la casa de Mamama en Uruguay. Había que portarse bien todo el tiempo, no decir malas palabras, no sentarse si los grandes estaban parados, y un montón de reglas más. En la mesa no nos dejaba tomar más de un vaso de agua. Yo me iba a escondidas después de comer al baño, y tomaba agua de la canilla. En esas vacaciones vi cómo levantaba a mi hermano más grande de la oreja porque estaba sentado en un sillón charlando con unas visitas, y ella no tenía lugar. Vi la rabia en los ojos de Matías, pero él no dijo nada. Volví a entrar al living y vi a mis primas más grandes. Todas altas y flacas, vestidas cancherísimas. Me resonó la descripción que hacía Mamama para elogiar a cualquier chica: “es amorosa, linda, flaca”. A mí no me dejaba comer más de un fudge cuando preparaba. Una de mis primas lloraba desconsolada, había vivido unos años con Mamama pero después volvió a la casa de sus papás porque discutieron. Según logré reconstruir, a Mamama no le gustaba el novio de Catalina, y un día que él fue a tomar el té para caerle bien ella no le dirigió la palabra. Catalina y nuestra abuela no se hablaron por tres años. De pronto se hizo un silencio y salió de la cocina hacia el comedor un sacerdote. El padre Santiago, eterno confesor y confidente de Mamama. Yo me sentía mal, pero no podía llorar. Me angustiaba ver tanta gente triste y no sentirme así. Mi mamá me saludó con la mano cerca del altar improvisado en la mesa del comedor. Mamá tenía una relación ambivalente con su madre. La llamaba día por medio, íbamos todos los fines de semana a comer a su casa, las vacaciones siempre eran en su casa de Uruguay. Todos los domingos terminaban discutiendo porque Mamama hacía algún comentario diciendo que yo estaba engordando, Matías muy maleducado o los chicos muy caprichosos. Una vez le dijo a mi papá que no convenía decirnos muchos elogios porque después nos podíamos volver soberbios. Mamá leyó una carta. Hablaba de lo buena que fue, cuánto quería a sus hijos, nietos y bisnietos, cuánto le gustaba recibirnos todos los veranos en la casa de Uruguay. También dijo que fue una suerte que el acv la ataque allá, su lugar favorito. Me acordé de esa tarde: Mi abuela no había bajado a la playa. Nosotros volvimos cuando empezaba a caer el sol. Mamá me pidió que vaya a preguntarle a Mamama si le parecía bien la ensalada que iba a preparar para la noche. Entré al cuarto de mi abuela pero no la encontré. Escuché un quejido que venía desde el baño. - Mamama? - Llamá a tu mamá, no me siento bien, querida, contestó. Salí del cuarto, crucé el living, y me senté en el jardín del frente. Desde ahí se veía el mar azul oscuro, contrastando con el celeste límpido del cielo. El sol caía por detrás de la casa. Mamá vino a buscarme. - ¿Y? ¿La viste a Mamama? - No estaba en su cuarto, dije mientras arrancaba unos pastos.
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Hombres malos
En Oliver Twist, William Sikes era el más violento de los malos, pertenecientes al hampa londinense. Pero tenía un perro. Un perro violento como su dueño, lleno de marcas por los golpes que le daba Sikes. Como todo perro fue fiel a su amo hasta el final y cuando Sikes se lanza desde lo alto de una torre el perro lo sigue. Esa escena es la que más me impactó en todo el libro. El perro ama a su dueño y no puede abandonarlo, a pesar de los infinitos maltratos, necesita su aprobación, su atención.
Las relaciones de Sikes son violentas y posesivas. Antes de saltar al vacío huyendo de la policía que lo persigue, mata a Anita, una chica de la calle de la quien se considera dueño, porque se entera de que lo traicionó. Anita es una de las pocas que ayudan a Oliver y termina entregando a Fagin, socio de Sikes. También ella está subyugada por él y no puede alejarse. El paralelismo es obvio y burdo.
Siempre me atrajeron los malos de las historias. Fantaseaba que de alguna manera los conocía, y lograba que conmigo fueran cariñosos, sanos. De alguna manera los ayudaba. Los transformaba. En el dibujito de X-Men que pasaban en Magic Kids, había un personaje malísimo, se llamaba Apocalipsis, y era el summum de la maldad. Los otros villanos le tenían miedo. Yo quería ser parte del dibujito y ser buena con él, que viera que no era necesaria tanta maldad. O que conmigo no era necesaria. Quería que me quisiera. Algo en mí me hacía pensar que los malos tenían que quererme. Es decir, siempre busco que los malos me quieran.
No necesariamente tenían que ser malos, podía ser John McClane, el recio ex policía de Die Hard. Ese tipo de personajes cerrados, que se llevan mal con todos, conmigo se iban a llevar bien. O robots, conmigo iban a aprender a sentir. Ahora que pienso, debe ser algo relacionado con los protagonistas masculinos de las hermanas Bronte y Jane Austen: Heathcliff, Mr Rochester, Mr Darcy. Todos recios transformados por el amor de una mujer.
Otros malos que me gustaría que me quieran:
Denzel Washington en Training Day.
Terminator, en todas las Terminator.
El T1000 de Terminator 2.
Van Damme en Universal Soldier.
Magneto de X-Men.
El que me gusta.
Tomás, el chico que trataba mal a todos en el colegio.
Mi primo Joaquín cuando era insoportable.
Los Kobra Kai de Karate Kid.
Skar del Rey León.
Jaffar de Aladdín.
Caín.
Hannibal Lecter.
Darth Vader.
La Bestia de La Bella y La Bestia.
El Guasón (el de Heath Ledger).
Voldemort de Harry Potter (a mi ex por mucho tiempo con mis amigas lo nombrábamos también Voldemort, aunque era todo lo opuesto a él).
Nelson Muntz de Los Simpson.
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Mujeres hermosas y letales
Pulp Fiction. Historias editadas en masa para las clases populares, llenas de sensacionalismo, denostadas intelectualmente. El folletín. Lo que escribía Jo March para ganar unos dólares y que le valió el reto del profesor Baher. Mia Wallace. Una Uma Thurman tentadora mira desde el póster de la película, las letras amarillas contrastan con el fondo rojo y el morocho renegrido de su peluca. Uma es una rubia infernal, verla con pelo negro sólo provoca más. El famoso baile con John Travolta, antes de esa escena era imposible creer que dos drogados bailando un rock viejo podían ser sexies. Toda la película es sexy. La violencia imparable, la sangre, el odio, son hipnotizantes y atractivos. Más tarde vino la cancelación de Quentin Tarantino. No me acuerdo bien el motivo, creo que era amigo de Harvey Weinstein, o fue violento con sus actrices, o algo así. Cosas de Hollywood. Va a volver a hacer películas violentas que vamos a interpretar como geniales porque vamos a ver la belleza en esa violencia. Qué son si no los ballets de kung fu coreografiado de Kill Bill, las balaceras de Pulp Fiction, el teatro en llamas de Inglorious Basterds, el baile de Mickey Rourke mientras le corta la oreja al traidor en Reservoir Dogs. ¿Está mal hacer la violencia estética? ¿Está mal hacer del sufrimiento, aunque sea ficticio, un objeto de consumo? Lo que siento cuando veo las películas de Tarantino, sobre todo Kill Bill, porque la protagonista es una mujer (Uma Thurman de nuevo, ahora rubia e inigualable, cien veces letal) es que tengo ganas de ser una heroína, una aprendiz de kung fu, una asesina de hombres malos, implacable. Después veo videos en Instagram de chicas fit que llevan a su cuerpo a los límites de la perfección, cada vez más marcado, más fuerte, más eficiente. Quisiera tener esa relación con mi cuerpo. El dominio de una ballerina, la concentración de un sensei, la belleza de una supermodelo. Otra rubia letal de Tarantino es Shoshanna, la judía asesina de Inglorious Basterds. La escena con la canción de David Bowie, Cat People, cuando se prepara para la premiere de la película nazi, con un vestido rojo fatal, despliega toda su ira y fuego vengativo. Sobrevive al terrible coronel Landa, y esa fuerza de odio se transforma en el sentido de su vida. Ojalá yo sintiera algo tan potente que me mantuviera con vida, una vida plena, aunque sea plena de odio. Otra mujer letal y hermosa es Sarah Connor, la heroína de Terminator. Ayer vi Terminator 2 que es la mejor de la saga. No se el nombre de la actriz pero es muy sexy, con el cuerpo fibroso, una boca carnosa y ojos azules penetrantes. Sarah no conoce el miedo, sabe que el futuro de la humanidad depende de cómo ella críe a su hijo, entonces lo familiariza con las armas, con la defensa personal, con todo lo que lo pueda transformar en un líder. El líder de los hombres contra las máquinas. Sarah sobrevivió al ataque de las máquinas una vez y no teme enfrentarlas de nuevo. Quiero ser de esas mujeres autosuficientes, que no necesitan un hombre o saben cómo obtener de ellos lo que quieren. Todo esto es para decir que yo veía las películas de Quentin Tarantino con mi primer novio, y extraño tener alguien para compartir algo.
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Sobre Talita
La adoptamos con mi hermano Luis, un tiempo después de que se muera papá. Antes se había muerto nuestra perra anterior, Lulú. Por suerte no me inspiró la grasada para ponerle nombre como a la anterior. Talita surge porque el día que la trajeron a casa, yo estaba en un cumpleaños. Luis me avisó que la habían traído (una amiga suya tenía un vecino con cachorritos para regalar) y que quería ponerle “Vaca” porque tenía manchas blancas y negras. A mí ese nombre no me gustaba así que me puse a pensar mientras comía esas galletitas tipo grisines, largas y chatas. Talitas. Y quedó Talita.
Era como un paquete de pan lactal, gordo y compacto, con la pancita rosa y el pupo saliente que tienen todos los cachorros. El olor era lisérgico. Esa primer noche me la llevé a dormir conmigo, no paró de llorar hasta que la subí a la cama. Era tan chiquita que no llegaba a subirse sola. Una vez arriba se metió entre las sábanas y a mí me dio miedo que se asfixiara, pero confié en su instinto. Todavía estoy aprendiendo a confiar en lo instintivo, lo primordial. A veces pienso que ella es un espejo mío, o viceversa.
Desde cachorra fue demandante e histérica. Con ladridos agudos pide que le hagan mimos, que la saquen a pasear, que no la dejen sola. Cuando venían amigas a casa se subía al banco de la cocina, en medio de todas, y daba un ladrido bajo con sonido de u, como si quisiera conversar con nosotras. Pedía participar y ser el centro de atención. Ahora que vivo en un departamento y la limpieza depende de mí ya no vienen mis amigas. No las invito, me da vergüenza que vean cómo vivo. Talita es el origen del 60% de la mugre del departamento pero es 100% mi responsabilidad limpiarlo. No me llevo bien con la responsabilidad.
El Negro llegó al año de Talita, un día de lluvia. Se instaló abajo del auto (en ese momento teníamos auto) y no salió de ahí hasta que Luis lo hizo entrar. Le buscamos dueño durante dos días pero fue obvio que se iba a quedar con nosotros. Pensábamos que iba a ser una influencia positiva para la perra, un perro más grande, macho alfa, que la hiciera bajar los humos. Fue todo lo contrario. Talita lo tenía cagando al negro y él se contagió el hábito de ladrar por todo y exigir mimos las 24 horas. El negro era más cachorro y quería jugar todo el tiempo. Talita, acostumbrada a hacer la suya, a veces jugaba pero se cansaba al rato y lo espantaba a tarascones. Dentro de todo reinaba la paz en el caos cotidiano de pelos, pises y cacas.
Al año siguiente vino la mudanza. Luis se hartó de mantener a la casa y a mí y empezó a buscarse un departamento para vivir solo, por lo tanto yo tuve que hacer lo mismo. Lo primero fue ubicar a los perros. El negro fue más fácil porque era más soportable. Se lo impuse a la familia de una amiga, la madre estaba en pleno proceso de quimioterapia y a mí se me ocurre pedirle que acepte un perro de treinta kilos en un ph con un jardín de dos por dos. Aceptaron. A Talita quise regalarla, porque pensaba que no iba a ser feliz encerrada todo el día en el departamento. Había crecido en un jardín grande, siempre con gente, me parecía cruel el cambio. Nadie la quiso. Hace cuatro años que estamos viviendo acá, seis desde que estamos juntas. Hago lo que puedo con y por ella. Me acuerdo cuando estaba en la casa de Villa Adelina con los dos perros y había días que no podía salir de la cama por la tristeza. Ellos me ladraban desde el piso de abajo. Talita se me subía a la cama (ahora lo podía hacer de un salto) y me empujaba las manos con el hocico.
A veces la responsabilidad de cuidarla me ahoga. Hay días en que la quiero regalar de nuevo pero después me acuerdo de que somos lo único que la otra tiene.
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Todas estas cosas me pasan
Estuve todo el día esperando que pase algo pero no tenía que pasar nada Me duele el plexo solar Talita pide salir y ya es de noche pero ella no tiene la culpa está desesperada Caminamos pisando hojas secas de este lado de la vía no hay nadie La perra va con la punta de la nariz pegada al piso un olor la llama y ella lo persigue rastrea rastrea rastrea pero no lo encuentra Siento el aire más frío que hace una semana me pega en la cara y es un alivio se me desnubla la mente, como quien barre un piso muy sucio Llegamos a la vía cruzamos al otro lado todo es distinto pero igual apuro el paso porque hay dos banditas son los borrachos de siempre creo no me alejo de la vía hay que seguirla por el costado no meterse Nos cruzamos con la linyera que la odia a Talita siempre mascullando algo lleva sus bolsas a cuestas murmura: perra de mierda Cuando cruzamos la plaza busco a los que duermen en la estación tendrán frazadas En un banco hay un hombre acostado sobre cartones no lo reconozco me imagino un escenario posible en el que me ataca pero pienso que está bien si me muero ahora Lo que quiero decir es que estoy bien que hoy hubo sol y limpié el living pero me olvidé de sacar la basura Varias veces se apagó el calefón me recordó que soy frágil que no hay que dar por sentada el agua caliente Y a pesar de todo fue un buen día porque lo sentí lo sentí mientras caminaba con la perra lo siento cerca ahora que escribo y es madrugada y el de arriba hace quilombo y Talita duerme en el sillón permitido y escucho su respiración, lo siento pero se me escapa Vuelvo a leer los mails que escribió mi vieja me los pasaron esta semana fue volver a escuchar su voz su escritura acelerada pero no lloré no es ni bueno ni malo Todas estas cosas me pasan a la vez a veces es demasiado intenso pero miro por el balcón con un café con leche en la mano
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Hicimos lo que pudimos
Bueno mamá, ayer soñé de nuevo con vos. Siempre son variaciones de la misma situación: uno o dos años después de tu muerte, nos enteramos que en realidad no estabas muerta si no que te habías ido de casa. Papá (que también vive) no sabe bien cómo explicarlo. Yo no puedo creer que hayan elegido engañarnos y dejarnos creer tanto tiempo que estabas muerta. Es una mezcla de alivio por saber que estás y de ira por la mentira, la maldad.
Me da furia que te hayas permitido morir. Tenés cuatro hijos mamá, cómo se te ocurre morirte? Nos dejaste solos, a papá, a la abuela, a nosotros. Te cansaste de ser el sostén? La que llevaba la casa, la que más trabajaba, la que me escuchaba cuando yo estaba triste, la que se preocupaba por todos. Era demasiado. Así y todo, es una guachada que te hayas muerto. Vos elegiste no cuidarte, sabiendo mejor que nadie las consecuencias. Elegiste irte.
Pero hay algo más, algo primigenio que viene de vos y también de papá. Un dolor intrínseco. No es culpa de ustedes, racionalmente lo entiendo. De vos aprendí que todos hacemos lo que podemos. Venimos de un linaje de pena casi imposible de abandonar. Siempre estuve enojada, y creo que esta herencia triste es parte de eso. Vos también luchabas contra ella, como te salía, con las armas que pudiste lograr.
Estoy tratando de perdonarnos, mamá.
***
Yo puedo mamá, estoy pudiendo. Puedo sin vos. Creo que no te gustaría mi vida. Me hubieras puteado mil veces. No se si hubiera conocido a los tipos que conocí, para bien o para mal. Quiero decir, me está empezando a gustar ser yo. Y soy yo sin vos. Pensé que no iba a poder, y durante mucho tiempo fue así.
Terminé el colegio sin ir a comprar un vestido con vos para la entrega de diplomas. Fui a anotarme a la facultad sin que me acompañes. Me anoté en Medicina siguiendo una sombra tuya, ese deseo de ser queridas que tan arraigado tenemos. Me acuerdo que ese día lloré toda la tarde, paralizada por el miedo. Me daba pánico la elección y no estabas para hacerme sentir segura.
Me convertí en mujer sin tu compañía pero también si tu vigilancia. No creo que hubieras sido una madre vigilante, igual. Pero como dije, nos hubiéramos peleado muchísimo. A veces me pregunto qué habría pasado si vos hubieras estado todas las veces que volví borracha a las seis de la mañana.
Me acerqué sola a los hombres mamá, hice lo que pude. Durante mucho tiempo busqué en ellos algo que me faltaba, la validación que te llevaste.
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Es el vértigo
Es la luz del día que se filtra por la persiana del telo ilumina tu espalda terrible
La firmeza de tus manos grandes según tu humor me acercan o me tiran al piso
Es la puerta golpeada El viaje en taxi que pagás los insultos intercambiados y mi insistencia
Es el fastidio la mueca de tu boca que cáustica explica las circunstancias a tu favor
Es el vértigo El abismo cuando tu voz grave burlona me nombra
Es el instinto el ansia Es tu piel de animal dormido
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Piezas
Escribo en rompecabezas. No se que quiero decir pero sé que quiero hablar de mí. Soy mi tópico favorito. Quiero sacar estas imágenes que tengo en la mente, extenderlas en la mesa para ver si se forma algo. Tienen color ocre y la liviandad de una cortina que se mueve por el viento una tarde de verano. A veces el color es celeste intenso y fresco, como el cielo en invierno cuando hay sol. Son cosas de mi infancia, mis papás y mis hermanos, algo sobre la soledad y sobre no saber bien quién soy.
También escribo mucho sobre perros. Como en las películas yanquis, los necesito de intermediarios para elaborar las cosas tristes de la vida. Es menos íntimo hablar de la muerte de un perro que sobre la muerte de una madre.
***
Esto ya lo escribí muchas veces. Siempre estamos escribiendo, y viviendo, lo mismo. El tiempo es mentira.
***
En la estación de San Fernando vive, o por lo menos duerme, una pareja: hombre y mujer. Están todos los días ahí. Los vecinos los conocen y los saludan, algunas mujeres les traen comida. A veces tienen para comprarse.También a veces tienen para comprar vino o fernet. Cada tanto se acerca gente del municipio para convencerlos de que vayan a un refugio. Eso me imagino yo, sólo los veo hablar con los del municipio y explicar que no se quieren ir de ahí.
Cuando él no está borracho, trabaja lavando autos y haciendo de trapito. Todo en la misma cuadra de la estación, enfrente a la plaza. Si toma se pasa medio día sentado, recostado en una silla de plástico que tiene en la entrada de la estación. Es petiso y de piel oscura. Su pelo también es oscuro pero de un tono indescifrable, no se si es canoso o si sólo está sucio. Tiene labios grandes y mandíbula fuerte. Su voz es grave pero suave y a la vez medio gangosa, como la de los borrachos o la gente que no come bien.
Ella parece ser menos estable, si es que hay cierta estabilidad en el alcoholismo. Es robusta y de cara grande. Se ata el pelo negro bien tirante con una cola en la coronilla, y esa cola después la trenza. A veces habla sola. La he visto escuchando música evangelista a todo volumen en un grabadorcito a pilas, murmurando las letras. Cuando su pareja se emborracha ella se acuesta en el colchón que tienen en la entrada de la estación y se tapa hasta la cabeza. Una vez los vi discutir a los gritos en la plaza, creo que ella lo estaba echando. Nunca logro entender bien qué dice.
Charlé con ambos, siempre algo relacionado a Talita. Les pedía disculpas si se acercaba a husmearlos o se peleaba con sus perros. En realidad no son sus perros, son dos vagabundos medio ovejeros alemanes, que viven en esa plaza y en la de la catedral. Había un tercer perro más retacón, grueso y negro, pero hace tiempo que no lo veo. Tengo miedo de que se haya muerto.
Me encuentro varias veces al día pensando en la pareja de linyeras. Pensé en ellos esta semana cuando la psicóloga me prestó mil quinientos pesos para comprar mi medicación. Pensé en ellos cuando puteé por no tener paraguas mientras subía al uber porque estaba llegando tarde a trabajar. Pensé en el olor de la comida caliente que les llevaron anoche, y yo no cené porque no tenía ganas de cocinar.
De alguna manera siento culpa burguesa por estar triste siendo que tengo las necesidades básicas cubiertas, y un círculo a mi alrededor que me ayuda si no puedo cubrirlas. La depresión es un white people problem.
***
Estoy saliendo con otras personas. Bueno, salí con tres. De una de esas apps para conocer gente, ya se que te parecen de loser. Dos fracasos y uno que más o menos. No fue un fracaso pero no eras vos. Se llama Manuel, lo vi tres veces, las tres veces cogimos. Ojalá te pudiera contar esto para darte celos pero se que no te importa. Vino a casa y le hizo mimos a Talita. Me hizo mimos a mí, y vos al final casi ni me abrazabas. Es todo lo que vos no sos. Es tímido y humilde, o quizás es que no le gusto tanto. Por las dudas él no me gusta tanto a mí.
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No se si mi vecina se llama Gilda o Hilda. Yo le digo Gilda.
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Para sentirme menos sola, me emborrachaba y buscaba a cualquiera para acostarme. En un auto, en la calle contra una pared, en la escalera de un boliche, en los médanos. Pero tenía que estar borracha, porque necesitaba valor para dar el primer paso. Siempre doy yo el primer paso.
Desde la tarde sabía lo que iba a pasar. Planeaba la previa con mis amigas, si alguna estaba con un chongo era peor, tomaba hasta marearme y buscaba al primer varón que me diera bola. A veces salía mal y terminaba llorando a los gritos en la calle. Mis amigas me tenían que llevar a casa y acostar. Otras veces salía bien, pero tampoco era bueno.
Como esa vez que salimos todas. Hicimos una previa divertidísima en casa, había gente de todos lados, había varones que no sé de donde salieron y fuimos en el auto de uno de ellos al boliche. Yo ya sabía lo que iba a pasar. No se después de cuánto tiempo lo vi mientras yo bailaba con dos amigas. Sólo me acuerdo que era morocho y tenía camisa blanca. Nos subimos al asiento de atrás de un auto. Al rato él dijo algo de los amigos y se bajó, creo que yo me dormí. De pronto se hizo de día y había otro chico subido al volante, me dijo que me baje. Yo le pedí que me llevara a mi casa y él no quiso. Encendió el auto, yo seguía en el asiento de atrás, y salió del estacionamiento del boliche. Me dejó en el centro de San Isidro, yo sabía que había una remisería cerca. Mientras caminaba, se me empezaba a aclarar la mente y se me hacía patente el peligro al que me expuse. Lloraba a chorros y se me caían los mocos. Me caí en la calle y escuché cómo unos chicos atrás mío se reían. Por fin llegué a la remisería, fui llorando a los gritos todo el camino a casa. El chofer me preguntó si estaba bien, no se que le contesté. Cuando llegué a casa quise acostarme abrazada a Talita pero no me dio pelota.
***
Con vos conocí varias canciones y ahora no puedo escucharlas porque me ponen triste:
The ballad of Ira Hayes, de Townes Van Zandt.
Querido Coronel Pringles, de Celeste Carballo.
Romeo & Juliet, de Dire Straits.
A whiter shade of pale, de Procol Harum. Pero a mí me gusta más la versión de Annie Lenox
Otras ya las conocía pero las cantamos juntos y me hacen sentir lo mismo:
Redemption Song, de Bob Marley.
You’re so vain, de Carly Simon.
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El viernes el jefe menos malo trajo chupetines para todas por era el día del abuelo. Estaba contento porque a la tarde llevaba a sus nietos al cine. Cuando está así quisiera que fuera mi tío o mi papá.
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En happn me crucé una persona peligrosa. Estuve muy tentada de darle like. Conozco gente que lo conoce. Tiene cierto poder. Con mi psicóloga llegamos a la conclusión de que me atrae el poder. Ese poder y el hecho de que es un psicópata lo hacen peligroso. El Señor lo conoce, y el Señor me dijo que era un psicópata y que no me acercara. Él debe saber, entre locos se reconocen. El Señor mismo dijo que atraía la locura y por eso yo y otras locas lo orbitábamos. Ahora está de novio con una cuerda y le puso un apodo gracioso. Al peligroso al final le puse cruz.
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Lila o rosa
Era el cumpleaños de Clarita Martínez. Había invitado a todas las nenas del curso e iban a hacer un spa day para todas. Esa tarde los varones vieron con envidia cómo las diez chiquitas se bajaban de la camioneta del pool en la casa de Clari. Las recibieron dos animadoras disfrazadas de princesas con trajes comprados afuera en una tienda oficial de Disney. Habían preparado en el jardín varios stands con distintas actividades: esmaltes para las uñas, maquillaje para nenas, aerosoles de colores lavables para el pelo, disfraces y hasta un fondo de castillo para que las mamás les saquen fotos.
Adentro estaba la mesa de comedor para las madres que no trabajaban y tenían ganas de quedarse. La empleada de la casa preparó té y scones, llevaron la cafetera de cápsulas importadas al comedor, y Magda, la dueña de casa, había preparado el budín de limón por el que era famosa. Además de la comida para las chicas.
Clarita Martínez estaba entusiasmada porque además de sus compañeras de grado iba a ir Trini Becco, su mejor amiga que ese año se había cambiado de colegio. Para ellas fue un golpe durísimo separarse: eran amigas desde que tenían memoria. Siempre habían vivido en el mismo barrio cerrado, sus padres eran amigos, jugaban en el mismo club y hubo años que se fueron las dos familias juntas de vacaciones. Pero el año pasado la familia de Trini se mudó a un barrio en el otro ramal de panamericana, que es lo mismo que decir en otro país. Fueron muy estrictos: no las dejaron quedarse a vivir las dos con una de las familias, ni que la mucama de Clari adopte a Trini, ni pudieron escaparse a vivir al colegio como habían planeado. A pesar de que ahora se veían pocas veces en el año, ni siquiera en el club, se seguían adorando.
Trini no fue en el pool sino que la llevó su mamá. Entraron de la mano directamente al jardín, apenas vio a su amiga Trini soltó la mano de la madre y se fue corriendo a abrazarla. La mamá volvió al auto sin pasar por el comedor donde estaba su amiga, ni miró hacia el ventanal donde estaban paradas tres mamás del colegio de Clarita mirándola fijamente.
- Hola Clari! Ya vine! Tomá el regalo. Es un juego de mesa de las princesas.
Trini hablaba mientras su amiga rompía el papel lila y verde.
- A Clarita no le gusta más el lila, ahora le gusta el rosa. -se metió una compañerita.
- Mentira, le gusta el lila porque es el color favorito de las dos.
- Ahora me gusta el rosa también.
- Y ahora me gusta el celeste a mí -retrucó Trini
- No podés, porque el celeste es color de varón! -la amiguita nueva era implacable.
- Mi mamá dice que no hay colores de varones o de mujeres.
- Tu mamá no es más amiga de la mamá de Clarita -Trini se quedó callada. Poco después de la mudanza había escuchado a su madre hablar por teléfono y llorar mucho. La niñera le había dicho que estaba hablando con la mamá de Clari.
- Vengan a pintarse el pelo, hay muchos colores! -intervino una de las animadoras.
En el comedor las madres charlaban y veían cómo jugaban sus hijas. Ya habían hablado de bebés, del trabajo de sus maridos, de las madres que trabajaban, de los viajes que querían hacer y se estaban quedando sin excusas para no mencionar el tema. En eso vieron que las chicas, disfrazadas de princesas, se pusieron a jugar al fútbol. Las animadoras se encogieron de hombros y empezaron a dirigir el partido.
En medio de una jugada, quedaron enfrentadas Trini y la amiguita de los colores. Trabaron la pelota como pudieron con sus piernitas y entre las polleras de los vestidos. Trini tuvo más fuerza y pudo destrabar la pelota, y también aprovechó para pegarle en la canilla.
Salió corriendo una mamá al mismo instante que la chiquita gritó y empezó a llorar. Trini se quedó dura y miró instintivamente a Clarita. Ella también estaba dura y haciendo pucheros. La mamá de Clari dejó la mesa y también salió al jardín, quería llamarle la atención a las animadoras para que cambien de juego. “Te dije que no tenían que jugar con ella” dijo la madre de la golpeada mientras se iba con la chiquita a su auto. Mientras tanto el resto de las mamás había salido a la galería y comentaban por lo bajo, aprovechando que la dueña de casa seguía retando a las animadoras.
- Tampoco da para irse así, re exagerada.
- Sí pero Trini está re violenta, es obvio que percibe que algo pasa.
- Y sí pobre gorda, el cambio de colegio, la distancia con las amigas, encima los padres que hacen como si nada.
- Rarísimo todo.
- Sh, ahí vuelve Magda.
La mamá de Clara volvió con sus amigas, las miró con ojos fulminantes y volvieron a entrar.
Las animadoras sacaron una tela enorme de muchos colores e hicieron a las chicas agarrarla para subirla y bajarla, mientras hacían volar decenas de pelotas también de colores. Con eso se distrajeron de la pelea, pero Trini quedó de un lado del círculo y Clarita del otro. Después con un montón de maquillajes empezaron a pintarles las caras como si fueran distintos animales. Las nenas hicieron una fila con cada animadora, y cada una esperaba su turno. Todo lo tenían que pautar las animadoras con justicia salomónica, porque si no empezaban las peleas. Clarita se pintó de mariposa y fue a la mesa que estaba puesta en el jardín con snacks saludables y de los otros. Las otras nenas iban llegando, Trini fue una de las últimas. Se había pintado de mariposa color lila.
- ¿O no Clari que te gusta este color? -aprovechó que ya no estaba su enemiga.
- Sí, pero también me gusta el rosa. Me pueden gustar muchos colores.
- El mío favorito sigue siendo el lila. Y también me gusta el celeste, y el verde, y el rosa un poco.
- El rosa es el favorito de mi mamá. -intervino una de las chicas.
- A la mamá de Trini le gusta el azul -dijo otra, y varias se rieron. Clarita miró a Trini y dijo:
- ¿Y qué? No hay colores de nena o de varón.
Adentro las mamás estaban en un silencio incómodo. Cada tanto alguna hacía un comentario genérico del tipo qué caro está todo o qué ricos están los scones. Magda había ido al baño un par de veces, siempre volviendo con los ojos llorosos. Una de las amigas preguntó si estaba segura de que no quería contarles qué le pasaba. Todas se morían de ganas de charlar sobre el tema.
- No chicas, en serio. Fue el verano pasado y no me volvió a hablar del tema. Ni de nada bah, no nos vimos nunca más. Dejaron el club, se mudaron, hasta cambiaron a Trini de colegio. Y el marido ni mu, ni sé si está enterado del todo. Le quise explicar a ella de mil maneras que no me importaba y que el vínculo de amistad para mí no se rompió, pero no hubo caso.
- Hoy ni te saludó.
- Vino solo por Trini y Clarita, no quiere que las chiquitas paguen sus culpas -dijo una tercera mamá.
Magda se fastidió y dijo: cambiemos de tema.
Al rato pincharon la piñata y cantaron el feliz cumpleaños. La torta estaba decorada de rosa. Las invitadas empezaron a irse con sus mamás, las que se habían quedado a tomar el té y las que fueron al final. En la calle estaba el auto de la mamá de Trini, que no se bajó pero miraba cómo se despedían todas. No pudo mirar a Magda, apenas cruzaron una mirada y desvió la vista para otro lado. Clarita repartía bolsitas con souvenirs y caramelos, abrazó muy fuerte a Trini cuando le dio la de ella. La mamá de Trini sonrió. Vio que Magda también abrazaba a su hija y le decía algo al oído. Por fin la soltó y Trini fue para el auto.
- Gorda que te dijo Magda recién?
Trini se quedó callada mirando por la ventanilla mientras pasaban por su vieja casa.
- Mirá mamá, pintaron nuestra casa.
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