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Lennón es el zorro rojo de Leuna, fue concebido para servirle de cuna y abrigo. Durante las noches largas y frías, en las que ella prefiere o padece la soledad, es Lennón quien mantiene su sangre tibia, de ahí el rojo de su pelaje. Lennón existe mientras Leuna duerme, en las vigilias de ella, él es parte de su piel, se disfraza de lunares, todos admiran a Lennón constelar el cielo de la piel de Leuna, ella siempre sonríe presumiendo sus lunares y les dibuja animalitos al rededor para acompañar a Lennón y agradecerle que hermosee su piel.
Leuno es quien más admira y sabe distinguir a Lennón (aunque no más que Leuna), lo mira incluso a la distancia y también se contagia de su calor, no por nada fue Leuno quien ideó la existencia de Lennón, siempre preocupado por mantener el calor de Leuna en el centro de su corazón. Cuando Leuna sueña con Leuno, y viceversa, están los tres juntos, Lennón es quien permite que se junten sus auras. A veces ellos creen que no se sueñan pero es porque Lennón esconde debajo de la memoria de ambos sus experiencias, para que se busquen en la vigilia, se extrañen y se amen.
(Audio: Fragmento de “Te llevo para que me lleves” de Gustavo Cerati)
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La Luna es el cielo
"Es que te has impreso
en mí como la luz"
No hay cielo que se precie de ser hermoso sin la luna. Ciertamente hay cielos sin luna, hay felicidad sin que el amor sea protagonista, hay amor incluso sin estar propiamente, en términos poéticos o románticos, amando… Pero aún en los cielos sin luna, tácita permanece su presencia, y saberla existente es pábulo suficiente para mitigar su ausencia y el cielo, por lo tanto, sigue hermoseando gracias a esa magia de la memoria.
Leuno sabe que Leuna es el cielo gracias a que entiende esto, mira al cielo tanto porque cada noche, con el llegar de la calma, se erige un puente que conecta su alma con su amor y, en su afán de encontrarlo, mira al cielo para saberlo existente. Haya luna o no, se dejen mirar el rostro los astros o las nubes protagonicen la escena, Leuno intuye a Leuna, que es la luna del cielo que él prefiere; por supuesto él alcanza otros cielos y conoce la felicidad y sus matices, que se despliegan en torno suyo; pero es con ella que ese cielo del universo consciente se precia de de ser hermoso como ninguno.
Leuno realiza un ritual que se sabe puente: cada noche mira el cielo y se conecta con su luna antes de dormir. A saber: le habla, le cuenta cosas que pasaron durante su día, unas bellas y otras no tanto, pero que a fin de cuentas justifican el equilibrio del universo. Luego se va a su cama, con los ojos bien cerrados para que el cielo no se le escape y, gracias a esto, la sueña (a su Leuna) y con ella vive, entre sueños, las aventuras que quizá los esperan detrás de la espera y la ausencia o, quizá, hayan vivido en otros ámbitos sensoriales o vivan ahora mismo en realidades paralelas a las que le es lícito asomarse al dormir... Todo lo hermoso que percibe Leuno durante el día y en sus sueños le hace sentir que no puede no amarla en cada detalle de su existencia, aún si todo eso que a él le sucede es de ella la ausencia y el silencio.
(Audio y epígrafe: Fragmento de "Fuji" - Luis Alberto Spinetta)
11:11
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Cuándo están distantes, Leuno y Leuna, cierran los ojos para mirarse mutuamente, "como si el amor fuera un brevísimo túnel y ellos se contemplaran por dentro de ese amor" (1), a veces incluso se miran en los signos del día. A Leuno lo visita un colibrí todas las mañanas y le cuenta sobre el huerto donde Leuna piensa en él mirando los guaduales. Leuna escucha boleros y los canta y mientras toma duchas de agua tibia lo recuerda y lo piensa. Él recuerda sus gestos cuando ella canta, tocando el ukelele, a viva voz. Recuerda su voz de jilguero amarillo y sus gestos y piensa que no hay pajarito que cante más lindo ni humano que exprese mejor la música sentida con el corazón.
Leuno también la siente cuando duerme, como si ella estuviera a su lado, la siente en lugares que ella antes lo ha tocado y se alegra de sus visitas entre sueños. Todas las noches Leuno la busca en el espacio astral, la ve sonriente y maquillándole la cara para ambos reírse y hacer reír a su hermana Diana que hace vestidos lindos de mujer y le quedan bien a Leuno, según dicen ambas.
Una noche Leuno soñó a Leuna vista desde los ojos del colibrí, como si el colibrí le prestará sus ojos, ella miraba unos tomates y su hermana sembraba el candelabro que tanto querían, su madre araba la tierra y su padre recogía caña cortada y la llevaba hacia el tributo para las hormigas. Una vecina, desde una ventana, exclamó: "¡Gracias por eso tan lindo que hacen como familia!" dirigiéndose a la mamá de Leuna, ella entonces sonrió y miró a sus hijas que eran el motor de su labor hermosa. Leuno despertó agradecido de haber presenciado la sonrisa de Leuna y de saberla hermoseando la vida a pesar de los pesares. Cuando Leuno mira el cielo piensa en ella y la siente posarse en su cuerpo como un pensamiento tangible, como una mariposa del río sobre la piel, como un suspiro del cielo que acaricia un rostro que ha llorado.
Audio: Fragmento de “Cactus” de Gustavo Cerati.
(1) A la izquierda del roble (Mario Benedetti)
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Un día Leuna y Leuno decidieron irse a vivir al río, estaban cansados de paredes y tejados y de pregones de vendedores y aviones rugiendo por el cielo. En el río habían duendes que sabían los nombres de todos los perros y si, por fortuna había un perro cerca, el duende lo nombraba para salirse con la suya: “ese es Choco (un labrador café), ese es Sky (un lobito blanco)” al nombrarlos los delataba y quien escuchaba sus nombres podía sonreír y recordar lo que pasara en el río por siempre. Leuna escuchó "Choco" y Leuno "Sky", y ambos sonrieron y nunca pudieron olvidar.
En el río habían piedras lindas que Leuna sabía seleccionar -“con estas construiré un recuerdo”- cantaba ella en susurros que Leuno no escuchaba pero sabía. Entre los dos luego las escogían y sorteaban las que no servían para que volvieran al río. Después se quitaron sus disfraces de civilizados y se vistieron con el agua, el frío de la corriente les puso roja la piel y ellos se miraban asombrados de ser ambos tan hermosos. El río cantaba con voces percutidas y las mariposas los rodeaban para tomar el agua de río que había en sus pieles y poder así hablar entre ellas de lo que hicieron los Leunos y ser parte de sus aventuras cuando ellos las contaran.
Luego, por el frío que les bailaba en la piel, se juntaron y cantaron canciones secretas con las que se comunicaban su amor y se miraban enamorados. Después de comer semillas de frijol cocinadas y varios vegetales hervidos más, se abrazaron, besaron y se amaron; luego, con el cielo por tejado, sin paredes y con el río por canción de cuna, durmieron un sueño tan lindo como sus cuerpos de piel y carne. Las nubes tuvieron celos de que el cielo fuera testigo de algo más hermoso que ellas y empezaron a acariciar sus rostros dormidos con un rocío lindo para sacarlos de la eternidad del sueño. Se despertaron pensando que habían pasado muchas vidas entre ellos y que ya no eran estatuas de dioses protegidas por el tiempo.
Vistieron sus hermosos cuerpos y se fueron pensando que aún soñaban, regresaron a tener otras aventuras en la ciudad, que sin ellos lloraba y con las calles humedecidas de llanto los esperaba. En la noche Leuna se durmió entre los brazos de Leuno mientras él leía:
“Te ruego que acerques tu oído a mi boca, por lejos que estés de mí, ahora o siempre. de otro modo no puedo hacerme entender por ti. Y, aunque te avengas a satisfacer mi ruego, quedarán bastantes secretos que tendrás que desvelar por tu cuenta. Necesito tu voz donde la mía falla…” (1)
y, entonces, él la miró ¡tanto, tanto! Y pensó que no podía ser más hermosa, agradeció al duende y a las mariposas por permitirle ser parte del paisaje y por regalarle tanta memoria como para recordar eternamente el rostro de la niña que dormía a su lado, que era mejor paisaje que todos los que había visto, aún en sus sueños, porque con ella el mundo sí que valía la pena ser recorrido.
(1) Michael Ende, El espejo en el espejo (Hor)
(Audio: Fragmento de “Canción para los días de la vida” de Luis Alberto Spinetta)
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Leuna tiene un gato negro, negro, negro. Un menino que huele mal como debe oler el diablo mismo. Ella no sabe si es por lo que come o si es por lo que no come; si es por donde anda o donde se echa a apestar; tal vez sea un parentesco lejano con las mofetas negras de lomo blanco que tanto se le parecen. No importa cuán apestoso sea el Negro, Leuna lo ama y disfruta su compañía. Al negro no le importa si lo quieren o no; tampoco si Miri y Balú se pelean en las habitaciones o la cocina; mucho menos si pelean en el jardín o entre los cajones de la ropa.
Al negro sólo le interesa ser hermoso y equilibrar su belleza visual y presencia elegante con su particular olor a ardilla descompuesta. También le importa que le pongan comida cuando siente hambre y sabe vocalizar palabras de auxilio para que los humanos entiendan que ¡dios mío! ya era hora o que "señor pofavó no se le olvide que tengo hambre siempre"... Es una vida linda la del Negro, su pestilencia, en contraste con los zorrillos, no es impedimento para ser amado. Leuna lo sabe bien e intenta siempre demostrarle su amor, al cual él, con indiferencia, sólo responde apestando y hermoseando la compañía que ambos se proveen.
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Cuándo están distantes, Leuno y Leuna, cierran los ojos para mirarse mutuamente, "como si el amor fuera un brevísimo túnel y ellos se contemplaran por dentro de ese amor" (1), a veces incluso se miran en los signos del día. A Leuno lo visita un colibrí todas las mañanas y le cuenta sobre el huerto donde Leuna piensa en él mirando los guaduales. Leuna escucha boleros y los canta y mientras toma duchas de agua tibia lo recuerda y lo piensa. Él recuerda sus gestos cuando ella canta, tocando el ukelele, a viva voz. Recuerda su voz de jilguero amarillo y sus gestos y piensa que no hay pajarito que cante más lindo ni humano que exprese mejor la música sentida con el corazón.
Leuno también la siente cuando duerme, como si ella estuviera a su lado, la siente en lugares que ella antes lo ha tocado y se alegra de sus visitas entre sueños. Todas las noches Leuno la busca en el espacio astral, la ve sonriente y maquillándole la cara para ambos reírse y hacer reír a su hermana Diana que hace vestidos lindos de mujer y le quedan bien a Leuno, según dicen ambas.
Una noche Leuno soñó a Leuna vista desde los ojos del colibrí, como si el colibrí le prestará sus ojos, ella miraba unos tomates y su hermana sembraba el candelabro que tanto querían, su madre araba la tierra y su padre recogía caña cortada y la llevaba hacia el tributo para las hormigas. Una vecina, desde una ventana, exclamó: "¡Gracias por eso tan lindo que hacen como familia!" dirigiéndose a la mamá de Leuna, ella entonces sonrió y miró a sus hijas que eran el motor de su labor hermosa. Leuno despertó agradecido de haber presenciado la sonrisa de Leuna y de saberla hermoseando la vida a pesar de los pesares. Cuando Leuno mira el cielo piensa en ella y la siente posarse en su cuerpo como un pensamiento tangible, como una mariposa del río sobre la piel, como un suspiro del cielo que acaricia un rostro que ha llorado.
(1) A la izquierda del roble - Mario Benedetti.
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Lennón es el zorro rojo de Leuna, fue concebido para servirle de cuna y abrigo. Durante las noches largas y frías, en las que ella prefiere o padece la soledad, es Lennón quien mantiene su sangre tibia, de ahí el rojo de su pelaje. Lennón existe mientras Leuna duerme, en las vigilias de ella, él es parte de su piel, se disfraza de lunares, todos admiran a Lennón constelar el cielo de la piel de Leuna, ella siempre sonríe presumiendo sus lunares y les dibuja animalitos al rededor para acompañar a Lennón y agradecerle que hermosee su piel.
Leuno es quien más admira y sabe distinguir a Lennón (aunque no más que Leuna), lo mira incluso a la distancia y también se contagia de su calor, no por nada fue Leuno quien ideó la existencia de Lennón, siempre preocupado por mantener el calor de Leuna en el centro de su corazón. Cuando Leuna sueña con Leuno, y viceversa, están los tres juntos, Lennón es quien permite que se junten sus auras. A veces ellos creen que no se sueñan pero es porque Lennón esconde debajo de la memoria de ambos sus experiencias, para que se busquen en la vigilia, se extrañen y se amen.
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