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De rodillas
Disclaimer: Los personajes de YOI no me pertenecen. He hecho esta historia con muchos MUCHOS trabajos. La pareja no me gusta xD, más que nada porque no entiendo la chispa y pues, bueno, entré a un evento e intenté hacer lo mejor posible... espero que las fans lo consideren al menos presentable.
Saludos!
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De rodillas y bajo su cuerpo la duela le pareció absolutamente helada. Se quedó sin aire. La visión se nubló, más de lo normal, y poco a poco el sudor que escurría a delgados canales desde su cien fue empapándole el cuello. Estaba aterrado, lo reconocía; nunca fue un hombre valiente pero hoy, frente al borde del precipicio -por componer una metáfora- sintió más miedo que nunca. Fue como si un precipicio abriese el boquete frente a si, uno hondo, sin fondo, oscuro, las manos le temblaron y sintió una roca en el cogote que lo mismo se negó a descender que permitirle respirar adecuadamente… quizá el mareo se debía a eso: la falta de aire… quizá.
Abrió los labios para decir algo, su interlocutor hablaba sin prestar atención a su estado patético, dándole la espalda de tanto en tanto mientras, tras él, podía muy bien escuchar el cuchicheo de los espectadores. Definitivamente no veía con claridad, frente a si todo comenzaba a convertirse en un batidillo; incluso creyó que le habían quitado los anteojos sin que se diera cuenta. No podía escuchar nada, a nadie, a su alrededor la atmósfera se tornaba espesa y de pronto todos los remordimientos, memorias, anhelos y pendientes venían a él como diapositivas en sepia.
Su infancia insuficiente, sueños rotos, las pérdidas, los fracasos, cada malentendido y los sucesos que, apelmazados en su litúrgico auto-relato, le llevaron a aquél último punto. Donde no había vuelta atrás y tras del que nada sería nunca igual. Vio a sus padres, su hermana, Vichan y Pichit. Mientras la histeria muda subía acelerada desde las pantorrillas hasta el cuello se pasearon frente a él todos los rostros que confabularon para este momento o, por el contrario, intentaron evitarlo. Algunos queridos, otros antagónicos, pero todos con una huella profunda en su vida y ahora… ahora… frente a él el precipicio simbólico, un mareo que llevó el tono de su piel a un pálido escandaloso y el pánico in crescendo.
Intentó halar aire, lo consiguió, pero ardió en su garganta árida, reseca. De pronto sentía los ojos inundados y cuando las lágrimas brotaron en dos ríos por sus mejillas no supo si era cobarde o el hombre más valiente del mundo. Un loco, eso sí. Tragó pesado mientras la letanía frente a él parecía cesar, a su alrededor, de hecho, todo había caído en un silencio profundo y sintió las miradas penetrándole desde la espalda, por el costado y en frente… como esperando algo… como…
Entonces lo notó. Le había hablado…
― Yo… no…
El pánico atacó de nuevo, había construido aquél momento mil y un veces la noche anterior, justamente para evitar aquello. Se presionó durante todo el camino para recordar uno a uno los pasos del ritual, mirándose en el espejo construyó por días muros para su frágil autoestima, lo suficientemente sólidos para proteger su resolución de la depresión autodestructiva… estaba seguro de sí, de la decisión, de Viktor, pero en algún punto del camino tapizado con pétalos de la puerta ojival al altar olvidó algo de aquello y sucumbió al pánico.
Ahora se hallaba con los ojos abiertos a un límite insoportable, labios y dedos temblando mientras buscaba en algún sitio del cerebro reptiliano la pregunta que le hubieran hecho.
― Yuuri. ―El acento rompió el silencio―. Yuuri… ―la voz de Viktor se dulcificó e incluso una risilla escapó de sus labios.
Viktor estiró una mano para atrapar la de Yuuri y sostenerla fuerte, distrayéndole así de la paranoia, obligándole a romper de tajo con la espiral de tensión y a verle directo a los ojos. Tras ellos hubo una exclamación general, en frente el ministro enarcó una ceja por la situación.
― Todo va a estar bien.
Viktor sonrió con suavidad, la misma que poseía su voz aterciolepada, presionó los dedos de Yuuri con sutileza y con la otra mano acarició su mejilla, el contacto de sus miradas fue total, sedante, perfecto; los írises de Viktor poseían la pasión desmesurada de todo el hielo del mundo. El roce fue lo que hacía falta para calmar su brote. Viktor poseía en su expresión toda la contundencia que Yuuri necesitaba, toda la seguridad que a él se le escapaba… era el dique en su marea incontrolable y tormentosa… un faro…
― Lo siento ―musitó con una sonrisa apenada―. No escuché.
― Que conveniente… ¿eh?
― Yo no…
― Te preguntaron si aceptas ser mío para siempre, unirte a mis arranques, renunciar a la seguridad de tu monotonía, sumarte a la locura que es mi vida… la pregunta fue si aceptabas amarme pese a la colosal pila de defectos que… todos aquí me conocen. Si tú…
Si, definitivamente aquello que fluía era llanto. ¿Cuánto llevaba llorando? Poco importó porque sus lágrimas en este momento eran cálidas, suaves. Los labios de Yuuri temblaron, frente a él el gesto de Viktor se consternó, las manos del ruso le cogieron por el rostro acunando sus mejillas mientras él buscaba sacar la voz de alguna manera…
Estaba sin aire, Yuuri no tenía Aire en aquél momento decisivo y lo único que pudo hacer fue sonreír debajo de su llanto emocionado. Despegó la mirada de Viktor un segundo para enfocar el techo, aquella hermosa bóveda donde los ángeles parecían precipitarse sin remedio al suelo, señalándole iracundos. Seguramente celosos porque era él, Yuuri Katsuki el único dueño de Viktor Nikiforov, el mundo podía caer, reconstruirse y descomponerse. El hecho no cambiaría.
― ¡¡SI!! ―respondió estridente, con toda la emoción que estuvo aplastando desde el momento que su carácter comenzó a sabotearlo.
― Yuuri…
Y se le aventó encima. Rodeó su cuello con ambos brazos y atacó sus labios con una emoción desaforada. El equilibrio de ambos falló pese a estar hincados y terminaron rodando por los dos ridículos escalones hasta terminar en el suelo. El beso pasó de un necesitado desorden a algo totalmente voraz y apasionado, los cuchicheos se multiplicaron, pudo escuchar el disparo de varios flashazos, risas y exclamaciones de sorpresa…
― ¡¡Jovencito!! ―fue el ministro quien rompió con todo, intentando no tropesar con la sotana les alcanzó en el suelo― ¡Hágame favor de permitir que termine la misa! ¡¡Esta es la casa de Dios, no un hotel!!
Yuuri separó el rostro con una sonrisa total, libre. Vitalizada… escuchaba los regaños del ministro a sus espaldas, las increpaciones del público… pero él sólo rio, rio para Viktor, para sus ojos y la sonrisa que le devolvía. Ambos divertidos como niños que han hecho una travesura.
Ni siquiera importaba terminar el ritual, la sonrisa de Viktor, el dulce recorrido de sus manos por la luna del rostro era total confirmación. No había vuelta atrás, se pertenecían, y era perfecto.
FIN
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Borrador sin tinta.
La idea se atrapó en el bolígrafo, antes de la punta, en el tubo de la tinta donde se vio obligado a recordar que no era un escritor, menos un orador; apenas un deportista. Emil soltó un suspiro tan hondo como el pozo de un castillo antiguo, en la nota podía entreverse su desánimo, apachurrado, hecho pila con un montón de emociones discontinuas y encontradas entre arritmias de discurso mal echado… una metáfora del caos, no, cual metáfora ¡las metáforas eran para intelectuales y eruditos! Un reflejo, vaya, la burda representación de lo absurdo que puede llegar a ser el ser.
―Y patético… ―soltó, con la risa cínica que tendría Jarry―… Emil Nekola, lo tuyo es patetismo en su máxima expresión.
Se echó las manos a la cara, en seguida se arrepintió, una punzada aguda recorrió los nervios alrededor del ojo amoratado. Se quejó con un bufido ronco y más bien desesperanzado… reír o llorar… de sí mismo, de toda la situación…
―Reír Y llorar ―era más adecuado.
Le dolía el puñetazo, Micky tenía nudillos sólidos, luego estaba la pluma tirada al lado del papel virgen… ya la odiaba… habría querido soltar el punto, echarse una carta digna de publicación con cuartillas y cuartillas dedicadas a una declaración simple y a la vez profunda, párrafos llenos de parábolas, símiles y confesiones… algo que atrapase al lector en una duda perpetua, dejarle al punto del clímax al recitar lo mucho le excitaba, cuánto le enloquecía. Pero, al lado del destinatario, junto a los puntos sólo pudo emitir un escueto, parco y simple: “Me gustas”
Te amo, sueño contigo, me robas la respiración, eres mi persona favorita. Sufro y desfallezco cada que me ignoras. Me he aprendido tus sonrisas, tus silencios…
―¡Cada maldita expresión! ―bufó irritado―. Sé cuándo quieres reír y cuando partir la cara, cuando estás que te lleva el diablo… cuando…
Tantas ideas que querría plasmar con más fuerza que: “Me gustas” -trazó la palabra con una mueca infantil-. Pero la maldita se rebelaba, se negaba al dominio de sus dedos y quedaba en la línea de lo simple y seguro que resultan dos pinches palabras tan comunes. ¿Gustarle…? El durazno le gustaba… Michele no le gustaba, no, ¡le volvía loco! Le provocaba las acciones más impulsivas y arriesgadas.
La suya era una historia de malentendidos que a cualquier espectador podría parecer cómica, pero para él ya era desesperante. ¿Qué podía decir? Era torpe, que le dieran, Emil Nekola era un tipo absurdo y torpe, incapaz de hilar dos palabras directas cuando lo tenía enfrente… pero… ¿Micky? ¿Qué dispensa podría tener el italiano cuando era tan evidente su fascinación? No podía pensar en qué momento todo se enredó al punto de terminar liados a golpes… “Porque has hecho llorar a Sala…” -Emil echó una sonrisa irritada a la nada-. No tenía idea del motivo que la italiana tuviese para echarse al drama, pero estaba seguro que no llevaba su firma; tampoco creía que ella lo hubiese inferido… era Michele y su manía por armar y terminar los cuentos a su modo. ¿Miedo o aversión? Los últimos años paseaba entre las palabras bastante seguro de que ni él mismo lo sabía. Un perro distraído olfateando a un gato huraño.
Emil se enderezó otra vez arrastrándose como un costal al escritorio donde las pelotas de papel arrugado habían armado nido, resbaló la pluma al lado del ya odiado “Me gustas”, pero lo único que consiguió fue un garabato pornográfico. Rió tan travieso como un infante. El pómulo ya dolía y estaba seguro que quedaría inflamado, cruzó los brazos y puso la cabeza encima de la forma más perezosa posible, miraba por la ventana el paisaje ocre de media tarde que pintaba los techos de Barcelona… hizo aquella hoja un nuevo bolón y lo echó al cesto anotando como un basquetbolista experto.
―Al menos atinas a algo Emil…
Torció la boca, suspiró desganado, echó la cabeza atrás y se estiró con un quejido aparatoso. Mañana era la final femenil, pensaba apoyar a Sala y aprovechar para abrazarlo de nuevo… ¿y ahora? ¿cómo iba a aparecerse luego de aquella escena tan patética? Su pinche viaje a Barcelona carecía de sentido y ahora mismo parecía absurdo.
―Me vas a volver loco…
Sonrió. Se sentía bien estar loco por él. ¿Para qué negarlo? Ya se sentía adormilado, seguro por el analgésico que se embutió para parar lo que prometía ser una jaqueca, así que entre maldiciones, risas y frustraciones, echado sin la más mínima elegancia sobre una silla acojinada, comenzó a dormitar… no fue sino hasta que los golpes contra su puerta fueron una guerra furiosa que amenazaba con tirarla que despertó de golpe.
―¡¡¡EMIL!!!
Reconocería aquellos gritos en cualquier parte…
―¡Con una mierda imbécil! ¡¡ABRE!!
Se paró de golpe en una pantomima aparatosa y francamente cómica, resbaló de la silla, se golpeó con la base de la cama, se arrastró para ponerse de pie y apenas sobó su rodilla antes de correr a la perilla y abrir al punto, esquivando -apenas- el siguiente golpe fatal contra la madera…
―Te ves… terrible…
Ambos lucían terribles, que más que la verdad, pero Micky se notaba alterado a un punto alarmante, los ojos arrasados por un llanto furioso y los puños cerrados hasta mostrar los nudillos del color del hueso.
―¡Eh! Que si vas a seguir golpean…
Y se le aventó encima. Al principio temió que soltaría otro puñetazo, terminaron en el suelo, Micky soltó una palabra altisonante en italiano que para Emil fue inentendible, las palmas del latino se azotaron a sus costados y mientras Emil dudaba si pedir piedad, reír o defenderse, Michele lo besó.
Los borradores cayeron.
La puerta estaba abierta.
Emil apretó su cuerpo.
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<3 in love with #pliroy
Hehe, flashbacks scene coming soon. P:
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Pp. 1 | 2 | 3 | 4
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Oro Barcelona
Apretó los labios. Fuerte. Tan fuerte que sintió la piel quejar debajo de sus dientes o… ¿fueron los nervios? Una corriente acelerada que traspasó hasta los huesos bajando como proyectil al fondo del estómago donde explotó en mariposas… no… avispas… aquello no era un revoloteó divertido y pueril, era un enjambre endemoniado… tenía miedo, dolía y todo era evidente en los ojos aguados que desafiaban con la última liga de orgullo al estoico hermetismo de su amante. ¿Acaso no sufría? ¿no se deshacía? ¿era capaz de devorarle con aquella enjundia sin sentir que el mundo entero se prendía en llamas…?
Enterró sus uñas en aquellos hombros, dejó diez líneas visibles al bajar hasta los músculos. Su espalda marcó un arco voluptuoso, casi obsceno, cuando aquél mástil se clavó de nuevo hasta el fondo de sus entrañas con una embestida brutal… iba a matarle… lo sabía… le partiría la cadera, no, ¡todo el cuerpo! Lo partiría a la mitad, y ni sus gemidos sordos -su garganta estaba seca de tanto jadear- le detendrían en aquella masacre deliciosa que llaman sexo. Quizá no fue un buen día para comenzar… quizá la medalla no era suficiente aval de madurez; debió esperar un año, dos, una vida, dos encarnaciones… pero ¿cómo resistirse a la precipitación que supuso aquél cuerpo contra el suyo en una pared durante la fiesta…? La felicitación sincera, tensa, gruesa… firme… dicha con aliento de fuego sobre su nuca mientras las manos aferraban su cintura… ¿y él? Tantas emociones anudadas que estaba por gritar o echarse del balcón.
Cierto que fue un triunfo agridulce, como todo fue desde que tomó aquél avión a Japón; confundido entre la admiración y la competencia, la idolatría y el desprecio, la fraternidad y el fastidio, el orgullo y la desesperación, el platonismo y el rencor… confundido… con tantos rostros, metas, deseos y nombres a medio pronunciar que las sonrisas se habían apelmazado con los rictus tensos.
Hasta aquél día en que la moto se detuvo para salvarle y permitir que la velocidad limpiase sus pensamientos… le salvó. La huida. La vista de Barcelona en dorados trágicos y una descripción nostálgica le devolvieron su propio rostro, su nombre… su misión… no habría obtenido la victoria, pero aun más importante, no habría sido capaz de recordar por qué la deseaba en primer lugar así que. Sí. Otabek Altín llegó para reencausar, revolucionar y confundir aún más su caótica vida…
Ahora hacía lo propio con su cuerpo, sus nervios, su piel y su cordura. Con sus labios y sus límites. Con sus malditos sentimientos.
Yuri Plisetsky abrió los ojos en una circunferencia imposible cuando una marea cálida le embargó desde el fondo del vientre hasta el centro del corazón. Gritó.
Lo supo por el dolor de su garganta mientras él mismo alcanzaba el clímax aferrándose en un abrazo a aquél cuerpo. Quería oler su cuello, esconderse en sus músculos y recobrar el aliento…
— Te amo… —Jadeó Otabek. alcanzando los labios de Yuri en un arranque que impidió responder.
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