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¡Oh, queridos seguidores de este rincón de sabiduría y reflexión! Me veo compelido a compartir una experiencia reciente que ha agitado mi pluma y mi corazón, una experiencia que nos recuerda que incluso los más sabios pueden caer en la trampa de la pasión.
Hoy, mientras transitaba por los callejones empedrados de Salamanca, me encontré con un grupo de mujeres cuya elocuencia rivalizaba con la de los ángeles celestiales. Con gracia y astucia, defendían sus ideas con una ferocidad que no podía ser ignorada.
Sin embargo, un desacuerdo insignificante, una palabra mal interpretada, encendió la llama de la discordia entre nosotros. Las palabras afiladas se lanzaron como dardos, y pronto nos encontramos inmersos en un debate tan acalorado como el infierno mismo.
La razón se desvaneció ante la furia, y lo que comenzó como un intercambio de ideas se convirtió en un enfrentamiento de egos. Mis palabras se volvieron ásperas, mis argumentos se empañaron por el orgullo y la vanidad.
En la tormenta de la contienda, olvidé la lección más importante: que el verdadero conocimiento no reside en la victoria sobre los demás, sino en la búsqueda conjunta de la verdad. En mi arrogancia, perdí de vista la belleza de la diversidad de opiniones y la riqueza del diálogo.
Así, con el corazón humilde y la mente en calma, pido perdón por mi falta de discernimiento. Que esta experiencia sirva como recordatorio de que, en la búsqueda del conocimiento, la verdadera grandeza radica en la humildad y el respeto mutuo.
Que la paz y la sabiduría guíen nuestros pasos hacia un entendimiento más profundo.
Fray Luis de León
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