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Reseña de Juan Carlos Fangacio
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Entrevista de Katherine Medina Rondón para Vista Libre (Arequipa)
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STUART FLORES: “El lenguaje ordena la realidad”
¿Cómo fue el proceso creativo de tu novela La velocidad del pánico?
Fue muy tradicional. Tenía la historia en la cabeza y muchos apuntes en un cuaderno desde hacía un año. Solo fue cuestión de sentarme y escribir. Eso habrá durado menos de dos meses (aparte de las necesidades fisiológicas, solo me dediqué a la novela). Fui bastante obsesivo y metódico.
 Ciertamente nadie que esté conforme con la realidad se detiene a escribir. ¿Qué es lo que te impulsa a este ejercicio?
 Si escribo, más que todo, es por una cuestión de salud mental. El lenguaje ordena la realidad. Y a mí me gusta habitar en el orden. Quizá soy muy susceptible al caos y necesito limpiarme la mente escribiendo.
¿Tus personajes también habitan en ese caos?
 Sí, todos viven su propio caos. El protagonista no puede organizarse para escribir. Lila lo ayuda, aunque ella busca a su padre de una manera poco convencional. Jansen parece no encajar en su centro de labores. Los enfermos del psiquiátrico son la excepción, porque para ellos su caos es la norma.
Algo particular de tu novela es que no hay muchas luces sobre el universo ficcional donde se sitúan tus personajes…
 Sí. Me gusta que la gente perciba eso. Creo que mi «planteamiento estético» tiene resultados. Es algo que ya había experimentado en un cuento de mi primer libro. Opté por borrar todo rastro de espacio y tiempo. No hay ningún nombre que remita a una zona geográfica en particular (incluso en la manera de hablar que tienen los personajes). Tampoco puede intuirse en qué época sucede la novela. No usan celulares.
¿Qué opinión te merece este nuevo género que está en boga: la autoficción?
Me gustan las modas literarias cuando están bien hechas. Tal vez tengo problemas con la mala autoficción (la de Gamboa, por ejemplo). Muchos grandes pintores han hecho autorretratos. En la autoficción el problema empieza cuando distorsionas tanto tu imagen que llegas a parecer un macho alfa y no el ser insignificante que en realidad eres.
En tu novela mencionas el suicidio, pese a que no es un tema central. ¿Conoces a alguien que sufrió algún trastorno mental?
He crecido con ese tema y no he podido huir de él. Por parte de padre tenemos en la familia una larga tradición de suicidas. Muchos de ellos padecieron trastornos mentales de diversos tipos. Los conocí antes de la locura y también cuando la enfermedad ya habitaba en ellos (o en lugar de ellos).
Para finalizar, ¿te parece que la narrativa peruana contemporánea está en decadencia, que solo piensan en satisfacer al mercado editorial y esto deviene en una inevitable carencia de calidad?
La novela es un producto y, como tal, obedece a un mercado. Sin embargo, separando el trigo de la paja, se sabe que hay novelas de calidad (Sol de Tokio, de Francisco Joaquín Marro) y también novelas que desde su concepción están hechas para vender (la última novela de Raúl Tola y todo lo que escribe y escribirá Alonso Cueto hasta el fin de sus días). Eso es algo que todo mundo sabe o sospecha. El problema no es el escritor, sino el lector complaciente.
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Reseña de Dante Trujillo en Revista Somos
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Reseña en Alternativa Correcta
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(Fuente: Alternativa Correcta)
La velocidad del pánico ha llegado a mis manos gracias a La Independiente, a la editorial n a r r a r, y al mismo Stuart que ha firmado el libro…
Para xxxxx con enorme aprecio
Espero que esta novela no te defraude
El autor me ha dado otro gran personaje al cual no podré olvidar… y esperaré con fe que se anime a continuar… por cierto, hablo de Tonino. Me gusta los malos que no solo se mueven por venganza u odio, me gusta que tengan sentimientos tan fuertes y enfermos como el amor.
Me agrada la portada <3El libro contiene varias voces y cada una tiene su desorden, su velocidad, su caos. Stuart te hace girar con sus personajes, pensamientos, narraciones y lugares. El principio del libro no es realmente el principio de la historia y el autor te hace retroceder y avanzar, te da detalles que luego toman sentido. Más de una vez, y más de un personaje te harán sentir un déjà vu; pero serán lo mismo desde otros ojos.
Y por momentos nos deja disfrutar de chispazos que iluminan las carillas por completo, como me sucede con el cap. 6.
Y allí se fue gestando aquella atracción sosegada y tierna, una atracción que me atravesaba los intestinos de forma callada y la vez tenaz, como quien va cavando un fino agujero de escape sin el menor apuro.
Quizás esas 4 páginas definieron todo el libro. Me enamoro ese personaje, ese amor, ese caos, esas paredes, esos sentimientos. ME GUSTA.
Pero el autor no les da la misma voz a todos, y creo que Lila no termina de ser un personaje, si bien al final te deja disfrutar un poco más de ella no la suelta por completo y solo nos deja observarla, pero no sentirla. Lila (para mí) es un personaje disparador, despertando emociones y razones en S y, por ende –sin querer- en Tonino.
S es un enfermo, un caótico, un sin sentido, un preguntón, un sin razón, un caos. S es quizás el observador más lento; más de una ocasión me sacaba de quicio, pero era raro… no hacía nada para hacerlo, sin embargo, lo hacía. No me agrada S, su pesimismo y debilidad hicieron que lo odiara.
Jansen me agrada. Solo con unas páginas me transmitía paz, la paz que S también necesitaba. Herbert me perturbaba, en muchos sentidos me recuerda a la gente que se dedica a observar y señalar cosas obvias, era un fastidio. Kazbek, me agradaba, todo de él me agradaba, me agrada incluso ahora.
Reseña
S es un periodista que sufre la presión de Herbert (su jefe) y otros trastornos mentales; mientras intenta trabajar en una comisión conoce a Lila, una pintora no tan famosa, pero respetable, con la cual se enreda en una relación “sana” y que le dará más de una calada de paz que tanto necesita.
Pero S también tiene como amigo al escritor Tonino con quien disfruta salir a tomar. Ahora Tonino ha decidido reeditar su libro –no le fue tan bien la vez anterior- con una nueva editorial y espera con ansias que funcione. S desea leer el libro y poder escribir una crítica de él, pero como la vida es juguetona, se confabula para que el libro no caiga en sus manos, pero si en las manos de otro jugador.
S ha terminado en un hospital psiquiátrico y no tiene ni la más mínima intención de salir y mientras sus días avanzan, iremos conociendo la mente de todos, a su velocidad. El autor, con su caos, nos termina de mostrar lo que realmente sucedió, sin darnos razones y sin responder todas las preguntas, nos permite conocer la mente de S, los sentimientos de Tonino, la escasez de Lila, y el talento de Kazbek. Nadie en este libro se salva, nadie está sano.
Personajes
S
Es un periodista que necesita (y lo sabe) visitar a un doctor, pero no lo hace. Tiene un profundo sentimiento que lo acosa, luego de un “accidente” en la playa parece empeorar. Él sabe qué es, conoce sus debilidades, pero no parece entenderlas del todo.
Lila
Una pintora que también tiene un problema, que nunca deja en claro. Es una pintora conocida, pero no reconocida. Se entiende con S y sabe que la relación que mantiene lo ayuda en muchos sentidos a S y a ella misma, incluso sus pinturas han comenzado a tomar un sentido.
Tonino
Escritor y amigo de S. Guarda sentimientos evidentes. Siente gran presión por la crítica literaria y hace lo que sea para que su próximo libro sea un gran éxito. Está enamorado de un ángel decadente.
Manfredo Kazbek
Escritor cuajado y sin una pierna. Los años le han permitido desarrollar su talento y olfato para encontrar buenos libros, pero también para comenzar un trastorno en su cabeza, parte de la edad, parte de su profesión.
Herbert
Jefe de S. Sabe su “secreto” y siempre se lo recuerda, siempre lo presiona. Él, como todo crítico literario, tiene gran poder en su columna.
Jansen
Enfermero del “castillo” (un hospital psiquiátrico).
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Reseña de José Carlos Yrigoyen
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(Fuente: El Dominical)
"El infierno del pánico", por José Carlos Yrigoyen
En su columna, "Columna vertebral", José Carlos Yrigoyen opina sobre "La velocidad del pánico", primera novela de Stuart Flores.
“Estoy podrido de literatura”, declaró alguna vez Borges entre la sorna y el lamento. Lo mismo podrían decir los personajes de La velocidad del pánico, primera novela de Stuart Flores (Huancayo, 1986), aunque sin la menor pizca de ironía. En la realidad donde ellos habitan, los libros son pórticos hacia el delirio y la pesadilla; los escritores, seres turbios enclaustrados en una locura infernal, y los críticos literarios, lampreas despreciables que es menester filetear.
Flores ha escrito una novela extraña, riesgosa y que huye de toda convención como de la peste. Ya desde el argumento se trasluce su urgencia por deslindar con las tendencias en boga en nuestras letras: un periodista cultural con alteraciones mentales y obsesionado con Tonino, “el escritor más alto que tenemos”, es acusado de asesinar a un crítico y desde su habitación en un sanatorio abisal relata, entre la floresta del delirio, su historia trágica y la de todos aquellos que de una u otra manera contribuyeron a su perdición. Tomando esta trama como punto de partida, Flores nos quiere demostrar que es capaz de entregarnos un artefacto óptimo y singular confeccionado desde los márgenes. ¿Lo consigue? La respuesta es compleja.
Debo reconocer que este joven autor no va desprovisto de recursos a la batalla a la que él mismo se ha sometido: posee una ponderable capacidad para elaborar atmósferas turbias, minuciosas y convincentes; es diestro para el apunte agudo e inteligente que le permite redondear perfiles psicológicos en pocas frases; es innegable su esfuerzo por enhebrar una estructura intrincada y a la vez funcional que dota de vigor a la historia mientras se avanza la lectura. No son pocas las virtudes que se evidencian en La velocidad del pánico. Podría añadir una más: el buen trazo con el que se construyen los personajes secundarios, que, a diferencia de lo que sucede con muchas de las novelas peruanas que aterrizan en mi escritorio, no son meras comparsas utilitarias y esquemáticas, sino seres autónomos, vivos y con una personalidad definida, como es el caso del prolífico y maniático Manfredo. Hay, además, un quirúrgico trabajo con el lenguaje muy poco común entre nosotros que, en algunos episodios —especialmente los que transcurren en los muros de la clínica psiquiátrica—, adquiere un angustioso brillo. Decir todo lo que estoy diciendo de una primera novela no resulta poca cosa: es el logro de un autor que asume con seriedad de orfebre la tarea que tiene frente a él.
.Pero, así como existen méritos que no se le pueden retacear a Flores, hay también algunas fallas imposibles de pasar por alto. Es cierto que el libro goza de notables picos expresivos, pero también padece de algunos tramos en los que la pretensión por alcanzar una prosa implacable le juega en contra. Esto sucede especialmente en la primera parte: varios capítulos están dañados por una ampulosidad que entorpece el desarrollo de lo narrado, torna morosas las acciones y complota contra ese persuasivo proyecto de encarar la realidad desde una visión enajenada y alucinada. Este problema se atenúa al ritmo en el que el misterio se desbroza; pero, de todos modos, el regusto de la irregularidad formal permanece cuando cerramos el libro. Por otra parte, la historia sentimental entre Lila y el protagonista no termina de cuajar, quizá por ser demasiado dilatada a pesar de su escasa sustancia, tal vez por la manera tan cerebral y desapasionada con la que está escrita. La línea basal de esta ficción pudo sobrevivir perfectamente sin esa trama subsidiaria.
Stuart Flores escribe desde la insatisfacción y la rabia, esos fuegos creadores que en tantas otras ocasiones y en distintos ámbitos han dado curso a obras disruptivas, sólidas en su originalidad y que han abierto nuevos senderos donde solo había terrenos eriazos y oscuridad. Todavía no llega a esas metas tan sublimes, pero La velocidad del pánico es un buen comienzo. Espero, de corazón, que no quede solo en eso.
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Entrevista en «El canal de Varu»
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Fuente: Libros a mí.
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La Independiente.
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Entrevista de Carlos M. Sotomayor en Letra Capital
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Fuente: Letra Capital
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Entrevista en el Diario Correo
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(Fuente: Correo)
El escritor Stuart Flores presenta hoy, a las 6:00 p.m., su primera novela La velocidad del pánico (Narrar, 2018), durante el primer día de la segunda edición de la feria La Independiente, en el Ministerio de Cultura, con los comentarios del crítico literario Alonso Rabí.
Flores conversó con Correo sobre el proceso de escritura de su obra basada en la locura, la obsesión por la literatura y el poder de las palabras para transformar realidades.
¿Cuál fue el disparador de la novela?
Como la recuerdo al inicio, la novela empieza con un hombre siendo encerrado en un centro psiquiátrico. Ese era mi disparador. O una escena en la que alguien llegaba a uno de esos centros por algún motivo que todavía no podía imaginar. Pero, más que disparador, tenía la idea principal, de que había un hombre cuya demencia tenía que empeorar, y el final, al que debía llegar a como dé lugar.
¿Cuánto cambió la novela desde quedar finalista del Premio Novela Breve(2016) de la Cámara Popular del Libro hasta su publicación?
No ha cambiado mucho. Terminé la novela en unos tres o cuatro meses, y la mandé de inmediato al concurso. En realidad, no había mucho que corregir. Yo estaba seguro de que iba a ganar; no sé por qué. Por eso la mandé. Y no gané el concurso: fui finalista, que también es una manera de ganar algo. Desde esa fecha hasta ahora, la novela no ha cambiado mucho; pero sí la afiné más. Hay ciertos detalles que había descuidado por completo y que con una visión más lejana -porque la dejé descansar buena cantidad de tiempo- pude reparar en ellos.
"Como la novela aborda el tema de la locura, también había que darle esa locura al lenguaje"
¿La novela la pensaste en ese tiempo o la idea ya venía de antes?
Ya la tenía pensada. Seis meses llenos de apuntes,pero no me sentaba a escribirla porque tenía que trabajar. Estaba de profesor. Apenas acabó mi contrato docente, me puse a escribir de manera total: ya no leía, no tenía mucha vida social. Me obsesioné con la novela y la llegué a acabar.
¿Cómo ha sido la experiencia de contar una historia acerca de la locura?
El proceso de la novela, la construcción de los personajes, me demandó bastante esfuerzo; porque cada uno tiene una voz distinta, y encontrar la tonalidad distinta a cada uno fue lo más angustioso para mí. El personaje principal no diría que me causó mucha dificultad, ya que al final tiene similitudes conmigo. Su inicial es la misma que mi nombre, es periodista, se supone que hay un alter ego por ahí. Pero no considero que haya sido una dificultad tan enorme. Tal vez sí la hubo al desarrollar el personaje hasta llegar a la parte final. Es un personaje -no digamos que evoluciona- que traza un arco narrativo en el cual hay un cambio, un trastorno que se va dibujando en la novela.
Se nota que hay un esfuerzo en el trabajo del lenguaje...
El trabajo del lenguaje ha sido lo más complicado: es lo que más reescribí. A pesar de que es una novela corta, que uno la podría escribir tranquilamente en dos semanas, me tomé el trabajo extra de reescribir partes que no me sonaban al oído. Además, intenté jugar con el lenguaje en ciertos momentos que la novela lo merecía. Como la novela aborda el tema de la locura, también había que darle esa locura al lenguaje.
Una locura que en la nove- la se desencadenada, en parte, por unos versos que lee el protagonista.¿Las palabras todavía tienen ese poder en una actualidad donde predomina la imagen?
Los que escribimos tenemos la buena creencia de que las palabras todavía pueden cambiar, modificar o alterar una realidad. Y en esa persistencia entendemos que la palabra también puede hacer mucho más daño que imágenes, hechos. Digamos que la palabra -para nosotros y también para muchos lectores- no ha perdido vigencia en absoluto.
¿Cuál es es tu formación literaria en cuanto a autores?
No estudié literatura. Así que mi formación, para empezar, se basa mucho en autores que nos brindaban la carrera de Periodismo, como Truman Capote, Ryszard Kapuscinski, Francisco Umbral y Rodolfo Walsh. Esa fue la materia prima con la que contaba para armar mis primeras narraciones. Pero luego vinieron William Faulkner, Cormac McCarthy.
EL PERFIL
Escritor peruano. Nació en Huancayo en 1986. Estudió Comunicación Social en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ejerció el periodismo y la docencia. Publicó La muerte es una sombra (2013).
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