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diciembre 2012
nos detuvimos frente al aparador
de una mueblería de recién apertura
absortos ante el estruendo
que arrojaba un muro de televisores
cada uno repetía
en sincronizado tormento
la imagen de la más reciente infamia
en la historia de este maltrecho país
y compartí tu impotencia
mientras le ofrecías el dorso de tu mano a tus ojos
después seguimos caminando
colmaban la calle pedigüeños
gente con sus apresuradas compras navideñas
y en la plaza principal por las fechas
habían instalado un vistoso carrusel
con sus paseos circulares
su colorido y delicado volver al mismo punto todo el tiempo
qué más podíamos hacer
sino esperar un año más con el mismo recelo
con el que se mira a un desconocido
agazapado en un rincón
y con presumible navaja en mano
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Piraña en tienda de mascotas
en honor a JEP
la piraña despliega
un torvo gesto
a quienes con azoro
miramos ese ojo que nos mira
pozo donde pernocta la muerte
su carroñera vehemencia es
inversamente proporcional
al sosiego
con que el agua
circula por sus branquias
rendijas
de mortuorio alcantarillado
yace dentro del afable vientre de las aguas
una víscera de supuraciones violentas
(se sueña devorándose a sí misma
paseando su amarga carne
en esa prominente mandíbula)
y
sin percibirlo
las paredes traslúcidas
de su claustro
se vuelven espejo
y su dentellado recluso
nuestra más húmeda
y fidedigna
estampa
[hace ya varios años escribí este poema en homenaje/imitación a José Emilio Pacheco, no estoy del todo seguro pero creo que nunca lo compartí en ningún lado. Hoy, aniversario luctuoso del autor de El principio del placer, recordé y encontré entre mis archivos este texto.]
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A veces viene la vida y te mueres
Ni tú ni yo nos morimos aquella mañana que se volcó la cuatrimoto. Paseábamos en aquel bamboleante vehículo y en algún momento me dejaste conducirlo. Sujeté el manubrio y, entre confiado y emocionado, incrementé la velocidad, di una vuelta muy cerrada y en seguida estábamos rodando. Las cuatrimotos, por mucha diversión que proporcionen, son muy inestables y requieren de conductores hábiles para operarlas. Las cuatrimotos se parecen, quien lo diría, un poco a la vida.
Pero aquella mañana —las cuatro ruedas negras vueltas arriba, la ligera brisa refrescando nuestros cuerpos, el rancio olor de la laguna— no nos morimos. En aquellos días, cuando yo tenía doce y tú diecisiete, la muerte todavía permanecía lejana, como las luces de los cohetes con los que encendíamos el cielo en las noches de navidad.
Recuperado del percance, me descubrí una raspadura en el codo, y un hilillo carmesí, contagiado de velocidad, recorría con dramatismo mi antebrazo. Ni te pasó nada, dijiste tras sopesar la herida y sonreíste con la satisfacción de quien se sale con la suya, porque siempre estabas buscando que hiciera cosas más intrépidas, que me atreviera más, y todo eso bien valía un poco de sangre imprudente. Y bueno, decía que en esa ocasión no nos morimos. Pero ni yo, y mucho menos tú, sabíamos que, después, casi una década más tarde, te ibas a morir.
Pienso en esto y me apena mucho darme cuenta que no alcanzamos a tomarnos una cerveza juntos, ni fuimos a ese bar roñoso al que eras asiduo por su rocola (ya nadie escucha rocanrol, ¿tú crees?). Creo que alguna vez hablamos de mujeres y recuerdo ciertos fanfarroneos de sospechosa credibilidad (pero recuerdo también el librero de tu cuarto y aquella foto donde aparecen abrazados tú y la chica que se volvería la madre de tus hijos, veían -desafiantes y bellos- a la cámara mientras sostenía, cada uno, una cerveza en la mano. Más de una vez quise robarte esa foto por la fascinación que me generaba la amorosa trasgresión que capturaba imagen).
Eso sí, jugamos videojuegos. Muchos. En la consola que tú tenías, en la que yo tuve, o en las maquinitas (otra pieza de arqueología). Más de una vez, mientras caminábamos rumbo a los ruidosos y coloridos salones de maquinitas del centro, me contaste uno que otro chisme familiar que yo escuché con azoro, y que quizá yo no estaba en edad de saber, pero, caray, no hay amor que no contenga huellas de crueldad.
Conservo todavía una de tus cintas de karate, un aparato de ejercicios ya desvencijado, un par de discos que me regalaste (no discriminabas entre Madonna, Metallica, o los Enanitos Verdes, y hacías bien).
Unos meses después de tu funeral, de asistir a tu entierro, de llorarte lo que había que llorar, un día, pasada la ceremonia pero no el duelo, estaba convencido de haber visto en la calle. Andabas afable por las calles del centro y yo juraría que, desde la ventana del camión en donde regresaba a casa, te vi pasar.
Hay quienes piensan de los que mueren de muerte violenta, de mala muerte, que sus espíritus permanecen rondando los sitios que más amaron. Cuando te vi, me pregunté si estabas buscando maquinitas (qué pena decirte, que todos cerraron, pero abundan los minicasinos, donde la gente gusta de sentarse a quemar unos pesos y matar sus tardes). Con algo de vergüenza me deshice de ese torpe pensamiento. No me atreví a imaginarte rasgando el solemne silencio del cementerio, sacudirte el polvo de la tumba, quitarte las trazas verdes de hierba de encima. Y entonces te me moriste por segunda ocasión.
Porque la primera vez sucedió en julio de 2006. Te dirigías a tu trabajo, avanzabas por la avenida principal de la ciudad, el semáforo marcó un alto y detuviste el coche en una esquina. Entonces alguien disparó dos, tres veces, hacia tu vehículo. Después de eso, la confusión.
(Esa confusión de la que está hecha la vida, ese caos primigenio, tan abrasador que a veces viene la vida y simplemente te mueres).
Alguna vez leí que sólo una mente obtusa podría ser capaz de hacer daño, que la empatía supone un ejercicio de imaginación. Agregaría que justo imaginación fue lo que escaseó en las averiguaciones de tu muerte, porque nadie supo dar con los responsables.
Y sigue y sigue dando vueltas y vueltas la loca rueda de la vida, dice una tonta canción de las que te gustaban. Cuatro ruedas negras vueltas arriba. Has de saber que aunque no he vuelto a manejar una cuatrimoto, aprendí a avanzar entre la incertidumbre. Sé más intrépido, atrévete más.
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Me acuerdo
(En lánguida imitación de Glantz, Perec, Brainard)
Me acuerdo que una vez lloré mientras caminaba sobre Miguel Ángel de Quevedo.
Me acuerdo que en esa ocasión anduve en sentido contrario al rumbo de mi casa. Lo supe cuando llegué a la central del sur.
Me acuerdo que me regresé, de nuevo a pie, por la dirección correcta.
Me acuerdo que sobre MAdQ hay un Dunkin Donuts que, cuando lo veo, siempre digo que voy a ir pero nunca voy.
Me acuerdo que también hay una librería de viejo donde en algún momento quise trabajar.
Me acuerdo de una cafetería donde hacen muchas lecturas y presentaciones de libros a las que nunca voy.
Me acuerdo que un diciembre de hace algunos años, platicamos muy seriamente acerca de abrir una cafetería donde hubiera lecturas y presentaciones de libros.
Me acuerdo que igualmente se habló de un cineclub.
Me acuerdo que hasta buscamos local y llamamos a un par de lugares.
Me acuerdo que todos tomamos otras decisiones y esa cafetería, al menos de momento, se ve poco factible.
Me acuerdo que siempre me da pudor hablar de mí, o de mis amigos.
Me acuerdo que, en realidad, siempre lo hago, veladamente. O no.
Me acuerdo de esa anécdota de Truman Capote. Sus amigos le reclamaron por la manera en que quedaron retratados en el libro Plegarias atendidas. El respondió: ¿Creían que yo sólo estaba allí para entretenerlos?
Me acuerdo que, a pesar de todo, yo no soy tan cínico. Y que tampoco estoy haciendo ningún favor.
Me acuerdo que no hace mucho, fui a la presentación de un libro donde la autora habló sobre un texto a futuro que partía de la experiencia de una relación amorosa frustrada.
Me acuerdo que envidié un tanto ese poco pudor.
Me acuerdo que tengo pendiente escribir un cuento de autoficción.
Me acuerdo que otro pendiente es escribir un cuento donde todo sea ficción, es decir, donde la anécdota y personajes no estén tomados de mi entorno cotidiano.
Me acuerdo que tampoco estaría mal escribir un cuento cómico.
Me acuerdo que siempre afirmo poseer buen sentido del humor, pero la verdad tengo mal carácter.
Me acuerdo que hace poco discutí con S, por lo mismo.
Me acuerdo que me dije que, por esa ocasión, me iba a dar la razón.
Me acuerdo de alguien que me dijo que en el eneagrama, yo sería un tipo afable. Como Capulina. Me encabroné y le dije que no estaba de acuerdo con su apreciación.
Me acuerdo que no me gustan los chistes que hacen mofa de indígenas, madres solteras, gente pobre.
Me acuerdo que cuando tenía ¿12,13? Vi una película llamada La Fiesta Inolvidable, de Blake Edwards y que me dio mucha risa.
Me acuerdo que el protagonista, Peter Sellers, hace un estereotipo de indio.
Me acuerdo de Hanna Gadsby, quien dice que deberíamos replantearnos las cosas que nos dan risa.
Me acuerdo que considero geniales a Michelle Wolf, a Ricky Gervais, a Louis CK.
Me acuerdo de la película Bruno, que vi con una muchacha a la que le estaba tirando la onda.
Me acuerdo que la película era sumamente grotesca y soez.
Me acuerdo que pensé que la chica se sentiría incómoda, pero estaba doblada de la risa, igual que yo.
Me acuerdo que con R reía mucho.
Me acuerdo cuando fuimos juntos a Coyoacán. La idea era regresar en camión pero nos fuimos caminando por todo MAdQ.
Me acuerdo que los dos nos sacamos de onda cuando descubrimos que habíamos llegado a Plaza Oasis, mientras platicábamos y reíamos de todo y nada.
Me acuerdo de R mandándome mensaje para decirme que Alex no andaba bien de salud.
Me acuerdo que no soy el mejor de los amigos.
Me acuerdo de Mario, quien murió adolescente el año pasado.
Me acuerdo de Regina divertida exclamando: ¡Se ríe Bob!
Me acuerdo que en el taller de dibujo un wey me decía Elmo Cosquillas.
Me acuerdo que a ese wey le decían Barney, por aquel dino morado.
Me acuerdo que ese wey trabajaba en el Club Samoa, uno de los centros de artes marciales más reconocidos del puerto. O eso decían.
Me acuerdo que Adrián me regaló su cinta blanca, y que todavía conservo.
Me acuerdo que Adrián va a cumplir catorce años de muerto.
Me acuerdo que nunca he sido muy bueno para los deportes y que siempre digo en burla que si el billar es deporte, en ese sí soy bueno.
Me acuerdo que en realidad no lo soy tanto.
Me acuerdo que una vez raspé el fieltro de una mesa y me quemé un dedo haciendo un tiro.
Me acuerdo que Efraín rompió el foco de una lámpara por hacerse el chisto al pasar una bola.
Me acuerdo que tuvimos que cooperar entre todos para pagar el chistecito.
Me acuerdo que en la prepa iba mucho al billar.
Me acuerdo que cuando me gustaba alguien siempre quería llevarla al billar.
Me acuerdo que siempre he sido muy torpe en los asuntos amorosos.
Me acuerdo de ese poema de Pessoa que dice que todas las cartas de amor son ridículas, si no, no serían cartas de amor.
Me acuerdo que Jonathan era muy bueno para el billar.
Me acuerdo que Jonathan una vez se ofreció a llevar un regalo al trabajo de una muchacha que me gustaba.
Me acuerdo que al final, yo fui y le llevé una caja de chocolates.
Me acuerdo que cuando llegué, ella estaba afuera, platicando con otro man.
Me acuerdo que después me escribió y me dijo que gracias y que los chocolates estaban un poco fuertes.
Me acuerdo que una vez no quise comer un caldo que hizo mi tía N porque tenía patas de pollo y me pareció lo más desagradable del mundo.
Me acuerdo que mamá me regañó y me dijo que tenía que comérmelo porque no me quedaba de otra.
Me acuerdo que me gustaban muchos los frijoles que preparaba mi abuela A.
Me acuerdo de unos bocoles que preparó mi abuela O.
Me acuerdo que a mi mamá no le gusta que le ayudemos en la cocina.
Me acuerdo que todos esperamos los platillos navideños que ella prepara, porque le quedan muy sabrosos.
Me acuerdo que me gustan los pambazos, las quesadillas con queso de flor de calabaza, los tacos de carnitas.
Me acuerdo de una muchacha que me habló de los tacos de tronco de oreja.
Me acuerdo que esa muchacha y yo nos besamos afuera de un bar, mientras su taxi esperaba impaciente a que se subiera.
Me acuerdo cuando salía a la medianoche del periódico y siempre regresaba en taxi a casa.
Me acuerdo que siempre me han desagradado las pláticas soeces de los taxistas. Porque todos son los campeones del sexo.
Me acuerdo que, no hace mucho, soñé con Wally, quien presumía que a los 15 ya había tenido sexo.
Me acuerdo que mi primo Adrián también me presumió que a los 14 había perdido su virginidad (así lo dijo).
Me acuerdo que la primera vez que yo tuve sexo fue a los 19.
Me acuerdo cuando lo conté a unos amigos. V exclamó, aliviada: Ah, entonces ya no me siento tan presionada.
Me acuerdo que siempre he disfrutado más el faje que el acto de coger en sí.
Me acuerdo que cuando me bajé del Superman le dije a V que eso había sido peor que el sexo. V, entre alarmada y extrañada, me preguntó que qué había querido decir con eso. A la fecha no sé.
Me acuerdo que Noé tenía una revista Playboy.
Me acuerdo que Noé nos contó que su papá lo había descubierto y que tuvieron La Plática.
Me acuerdo que en casa, escondida, había una revista con fotos de Marilyn Monroe.
Me acuerdo que he visto casi todas las películas de MM.
Me acuerdo que me gusta mucho The misfits, la última película que hicieron en su vida MM, Clark Gable y Montgomery Clift.
Me acuerdo de Zizek, al hablar de la película Sunrise -donde una muchacha ve lo que está comiendo la gente desde las ventanas del tren que pasa-. Z dice que el cine nos enseña a desear.
Me acuerdo de la escena erótica-verbal de Persona, de Bergman.
Me acuerdo de Mónica Bellucci y las vampiras en el Drácula de Ford Coppola.
Me acuerdo que la gente siempre se ríe cuando revelo que tengo un crush con Michelle Vieth.
Me acuerdo que, hablando de Kundera, un colega escritural dijo que ese había sido su primer acercamiento con lo erótico.
Me acuerdo que le comenté esto a S, y me dijo que lo primero que le venía a la mente era Carne trémula, de Almodóvar.
Me acuerdo que he visto poco cine de Almodóvar, pero recuerdo esa escena de Penélope Cruz en Los abrazos rotos.
Me acuerdo que T, nuestro maestro de teatro que se volvió pastor, decía que el sexo era un pacto de sangre.
Me acuerdo que nunca entendí del todo esa frase de T, pero la imagen me persiguió un tiempo durante mi adolescencia.
Me acuerdo que una vez T me dijo que yo le recordaba a él de joven.
Me acuerdo que Juan Jesús Aguilar me dijo que yo le recordaba a él de joven.
Me acuerdo que ACA me dijo que yo le recordaba a él de joven.
Me acuerdo de otro colega escritural me reclamó que porqué leía puros autores mexicanos, si todos escribían igual.
Me acuerdo que este colega salió exhibido en el #MeToo.
Me acuerdo de otro colega que también salió exhibido en el #MeToo.
Me acuerdo que conocí a Armando Vega Gil en Espacio, el evento de Televisa.
Me acuerdo de un profesor de la une que fue acusado por sus alumnas de acoso.
Me acuerdo que conocí a ese wey hace más de diez años, en una borrachera, él recitaba versos de la Carmina Burana.
Me acuerdo que me pendejeó por no saber admirar la belleza de esos versos.
Me acuerdo que fui a una plática sobre deconstrucción de masculinidades.
Me acuerdo que de un momento a otro, la charla se volvió un mea culpa muy extraño. No volví.
Me acuerdo que Virgine Despentes dice que los escritores escribimos sobre mujeres para no tener que hablar sobre nuestras individualidades y conciencias.
Me acuerdo que Lorena me enseñó a pronunciar el apellido Despentes. Depont.
Me acuerdo que en el Francés tenía una profesor que cada curso se cambiaba de nombre. Siempre me agradó el de Monsieur Dodó.
Me acuerdo de un trabalenguas que había que recitar. Yo lo hice sin mucho problema y una compañera me dijo: Tu es une éponge!
Me acuerdo que esta compañera se me recargaba y me tocaba el antebrazo y una vez, al terminar la clase, sentí que se quedó esperando a que la invitara un café. Nunca lo hice.
Me acuerdo que el trabalenguas aquel decía: Les chuassetes de l’archiduchesse sont-elles seches? Archi-seches?
Me acuerdo que siempre me ha parecido muy mamón que Carlos Fuentes ponga frases en francés sin traducción en sus textos.
Me acuerdo que me gusta mucho su primer libro, Los días enmascarados.
Me acuerdo que cuando pasamos por Ruan me quedé con ganas de ver la estatua de Flaubert.
Me acuerdo que allá compré una edición de bolsillo de Bouvard e Pécuchet.
Me acuerdo, como todo el que la haya leído, de esa escena en el carruaje, de Madame Bovary.
Me acuerdo que me encanta el final blasfemo de Un coeur simple.
Me acuerdo que me encanta todo lo que sea blasfemo.
Me acuerdo que Taylor Swift tiene una canción que se llama False God.
Me acuerdo del Satán encarnado en Silvia Pinal enseñándole las piernas al beato Simón.
Me acuerdo de Margarita subiéndose la falda del jumper a la altura de los muslos, frente a nosotros, los no tan beatos.
Me acuerdo de un poema de JEP que dice: ¿Recuerdas que querías ser/no una/ Margarita Gautier/sino una Rosa Luxemburgo?
Me acuerdo de escuchar el primer disco de Molotov a escondidas, con audífonos.
Me acuerdo que, aunque quise, nunca pude convulsionarme como toda esa gente que iba a la cofradía de T.
Me acuerdo que esos fantasmas me acosan de repente. Pero ya cada vez menos.
Me acuerdo que tuve mucho miedo al leer El evangelio según Jesucristo de Saramago. Quizá por eso no he leído más de él.
Me acuerdo que cuando lo leí, recién había ocurrido el tsunami de Indonesia.
Me acuerdo que yo podría ser budista, pero no tolero la idea de la reencarnación.
Me acuerdo que mi papá me tomó una foto afuera del café La Paix.
Me acuerdo que A también tiene una foto igual. Esto siempre me causó ruido.
Me acuerdo de finales 2014 y principios de 2015, estaba tan triste que apenas y me podía levantar de la cama.
Me acuerdo que tanta tristeza se debió a que yo amé mucho a A. Hasta que ya no.
Me acuerdo que más joven me enredaba en pleitos y enojos que, a la distancia, resultaron bastante pueriles. Y por eso me perdí ciertas experiencias, salidas, pláticas con amigos.
Me acuerdo de una foto donde estamos Adrián, Cynthia y yo. Mis pantalones están meados.
Me acuerdo de Cynthia, muerta de pena en el entierro de Adrián.
Me acuerdo que no conozco el jardín escultórico de Edward James, a pesar de que he ido un par de veces a Xilitla.
Me acuerdo que me impresionó mucho el sitio arqueológico de Tamtoc.
Me acuerdo que me impresionó mucho el museo del Templo Mayor.
Me acuerdo que me impresionaron mucho los murales de San Ildefonso, especialmente los murales de Orozco.
Me acuerdo de los burgueses riéndose de los pleitos de la clase obrera.
Me acuerdo, muy vagamente, maldito alcohol, de aquel festival de huapango en Pánuco.
Me acuerdo de las estrujadas de Poza Rica y los molotes de Papantla.
Me acuerdo que en Valles vive una maestra de yoga que me gusta mucho.
Me acuerdo que en El Cielo me dio un como ataque de pánico.
Me acuerdo que la mayor parte del tiempo la pasamos mojados.
Me acuerdo que en la noche oscura vimos brillar los ojos de un ocelote.
Me acuerdo del cielo estrellado y de nosotros riéndonos entre alegres y nerviosos.
Me acuerdo que, por la noche, unos puercos tiraron nuestra casa de campaña buscando comida.
Me acuerdo de un amanecer en Miramar. El cielo tan azul y Venus en lo alto.
Me acuerdo de otro amanecer en Miramar. Pestañeé y ya estábamos frente al mar. Y yo, enamorado.
Me acuerdo que la primera vez que fui a Amatlán me enfermé del estómago.
Me acuerdo que cuando fui a visitar a Carlos y a Fa a Xalapa no me quería ir.
Me acuerdo, naturalmente, del café de Coatepec.
Me acuerdo que no me gustaron las cemitas de Puebla. E dice que no he comido las chidas.
Me acuerdo del pescado zarandeado de Sinaloa.
Me acuerdo que, conforme pasa el tiempo, olvido más a Los Mochis.
Me acuerdo de un viaje de regreso de Reynosa con MAC, comiendo los restos de botana que compramos para un evento culturoso.
Me acuerdo que Lorena me invitó a ir a Oaxaca.
Me acuerdo que Anaid me invitó a ir a Chihuahua.
Me acuerdo que Romario me invitó a ir a Sonora.
Me acuerdo que Lacolz me invitó a ir a Coahuila.
Me acuerdo que Cecilia me invitó a Brownsville.
Me acuerdo que B me invita siempre a la FIL de Guadalajara.
Me acuerdo que Any y Marco me invitaron a ir a Acapulco.
Me acuerdo que la Dra. Silvia nos invitó a comer a un club muy fifí en Xochimilco.
Me acuerdo que ACA me invitó a una fiesta de cumpleaños. Y no lleves a nadie más, ni a mujeres, me advirtió.
Me acuerdo que cené lasaña en casa de Carlos Acosta, allá en Mante.
Me acuerdo de Carlos Sens, en su estudio, riendo con Young Frankestein.
Me acuerdo que en Tampico ya no existe la sala Jorge Yapur.
Me acuerdo de GGG siempre que voy al HEB.
Me acuerdo que Jaime me invitó a ir a Ecuador.
Me acuerdo que recién conocí a Jaime me dijo, sin que viniera mucho al caso, yo soy reputo, tú disculparás.
Me acuerdo que me pidió disculpas, sin que viniera mucho al caso, por los hombres desconocidos que circulaban por nuestra área común.
Me acuerdo que, sin que viniera mucho al caso, me explicó: Es sólo un tire, nada serio.
Me acuerdo de una amiga muy simpática de Jaime, que venía de Puerto Rico.
Me acuerdo que una vez salimos los tres a un bar. En algún momento Jaime dijo esto está muy aburrido, hablemos de sexo.
Me acuerdo que la muchacha mencionó algo que le gustaba la limpieza en sus parejas. Yo, extrañado y tonto, le pregunté ¿Parejas? ¿Tienes más de una? La muchacha se rio mucho.
Me acuerdo que la chica se apellida Arguedas, como el escritor peruano.
Me acuerdo que en el encuentro literario de Monterrey el menú era pollo frito o hamburguesas.
Me acuerdo de Mario Bojórquez diciéndome, mientras cruzábamos por un puente peatonal, tienes que salir un rato, tienes que ir más lejos.
Me acuerdo que regalé Hologramas, y un colega dijo que qué bonito fanzine, y que lo de bonito le llamaba la atención porque casi siempre los fanzines visualmente son feos.
Me acuerdo que, en ese encuentro, yo casi me quedaba sin leer porque no podía descargar mi documento.
Me acuerdo que el colega, futuro #MeToo, me ayudó y pude finalmente descargar el documento.
Me acuerdo que, desde entonces, siempre hago copias de respaldo de todo.
Me acuerdo que en la borrachera del encuentro, me preguntaron que si tenía novia y dije “si, algo así” y todos se rieron.
Me acuerdo que me adueñé de una laptop y puse Latch y una colega dijo esa es una gran rola.
Me acuerdo que después puse Do I wanna know y esta misma colega exclamó: Ay, si yo fuera teibolera esa sería mi canción.
Me acuerdo que esta colega es talentosa. Tiene una novela con un recurso donde los hechos van hacia atrás -como en esa famosa obra de Harold Pinter, o ese famoso capítulo de Seinfeld-.
Me acuerdo que me pareció muy interesante el recurso y me lo apropié -de manera no muy afortunada, me parece- para un segmento de mi novela.
Me acuerdo que el encuentro literario coincidió con una feria del libro. Allí compré dos títulos que no he vuelto a ver en otro lado: Éramos unos niños, de Patti Smith, y Némesis, de Roth.
Me acuerdo que el de Patti Smith se lo regalé a B cuando andaba quedando con ella.
Me acuerdo que por B pude leer conocer a muchos autores, entre ellos a Inés Arredondo.
Me acuerdo que ella me animó a leer a Bolaño. Comencé con Una novelita lumpen. Pero no me gustó.
Me acuerdo que después leí Nocturno de Chile y ese sí me encantó.
Me acuerdo que NdCh recurre al párrafo de largo aliento. Sin puntos ni apartes. Como en Otoño del patriarca.
Me acuerdo que en La reina de María Luisa Puga y en Temporada de huracanes de Fernanda Melchor emplean el mismo recurso.
Me acuerdo que Temporada de huracanes no es tan bueno como dicen.
Me acuerdo que en las veces que he dicho lo anterior en voz alta me han mirado con desaprobación.
Me acuerdo que le pregunté a Gerardo Piña que si para su más reciente novela había leído NdCh y me dijo que no.
Me acuerdo que me dijo que había leído El agua grande, de Hiriart, y Kaddish por el hijo no nacido de Kertesz.
Me acuerdo que el de Roth se lo presenté a una ex compañera de trabajo y nunca me lo devolvió.
Me acuerdo que nunca me ha gustado quedarme con libros ajenos. Por la simple razón que no me gusta que se queden con los míos.
Me acuerdo que conservo un Ibargüengoitia de Carlos, un Fonseca de Alicia, un Kleist de Rafael, y por mucho tiempo tuve un Kafka de J.
Me acuerdo que cuando le quise devolver su Keret a S me dijo, es tuyo te lo regalo.
Me acuerdo que a O le regalé un libro de Amparo Dávila.
Me acuerdo que a O le decía Mon ange, pero dejé de hacerlo al poco tiempo.
Me acuerdo que detesto la película Amelié.
Me acuerdo que detesto 500 days of summer y su contraparte, Scott Pilgrim.
Me acuerdo que detesto la película Her.
Me acuerdo que la de Her la recordé no hace mucho cuando S dijo que yo no había sido el único amigo que había conocido en Tinder.
Me acuerdo que decidí escribir esto porque M, mi psicóloga, sugirió adentrarme a hacer algo autobiográfico.
Me acuerdo del té que bebía mi primer psicólogo.
Me acuerdo que siempre llevaba un pequeño cuaderno, pero nunca lo vi tomando notas.
Me acuerdo que M nunca toma notas.
Me acuerdo que los dos miran, con regularidad, el reloj.
Me acuerdo que casi no me gusta Margo Glantz, pero me encanta su libro Yo también me acuerdo.
Me acuerdo que siempre me ha gustado su actitud de take no prisoners.
Me acuerdo que esta frase tiene como símil en español no dejar títere con cabeza, que siempre me ha parecido graciosa.
Me acuerdo que en la biblioteca central me encontré veinte pesos dentro de las páginas de un libro. Creo que fue en uno de Thoreau.
Me acuerdo que me conmoví mucho, porque en ese momento fue un gran paro.
Me acuerdo que una vez J vino con sus compañeros a la Feria del Libro de Minería.
Me acuerdo que me presentó a sus amigos y después me señaló a E, y me dijo ella es de Puebla, cuando quieras ir allá nos quedamos en su casa. A mí me causó mucha gracia el comentario y E sonrió divertida.
Me acuerdo que después supe que J y E eran novios. Siempre que puedo les recuerdo esta anécdota.
Me acuerdo que tengo pésima memoria y siempre estoy contando las mismas cosas.
Me acuerdo que, por esto, siempre me da la impresión que aburro a la gente.
Me acuerdo que M me dijo que a veces le parece que hablábamos en espiral. Al menos no es en círculos.
Me acuerdo que una vez M abrió la puerta y se veía muy guapa y yo titubeé y ella se percató de mi azoro.
Me acuerdo que MR me dijo que yo estaba enamorado de M. Le respondí que quizá solo era atracción que nace de la admiración. Que no es amor ni infatuación.
Me acuerdo que he pensado que después de lo de R posiblemente no me vuelva a enamorar de nuevo.
Me acuerdo, al escribir lo anterior, de una muchacha experta en arte moderno latinoamericano.
Me acuerdo que cuando estaba en el diplomado del Villaurrutia me gustaba una muchacha brillante.
Me acuerdo que perdí contacto con ella, dejó de responder mensajes. Decidí que escribiría un cuento sobre una muchacha que desaparecía. Y lo hice.
Y me acordé de Despentes.
Me acuerdo que vi Burning, una película coreana sobre una chica que desaparece, y la detesté.
Me acuerdo que tiene una escena muy bonita donde los tres protagonistas fuman y la chica en cuestión se pone a bailar frente a los dos manes.
Me acuerdo que siempre que leo que los libra vivimos para el amor, me da cierto repelús, porque tal vez sea verdad.
Me acuerdo, otra vez, de Zizek, quien dice que para él la forma de libertad más alta es el amor, puesto que es un patético viejo romántico.
Me acuerdo que a mis amigos les da risa que yo tenga interés en la astrología.
Me acuerdo que Yanis Varoufakis dice que la finanzas, como ciencia, están más cerca de la astrología que de la astronomía.
Me acuerdo que ¿Panofsky o Gombrich? decían algo similar acerca de la interpretación de las obras de arte.
Me acuerdo que aprendí a leer el I Ching, y de vez en vez lo consulto.
Me acuerdo que me han leído el tarot un par de ocasiones. La experiencia es como una sesión no muy afortunada de psicoanálisis.
Me acuerdo que muchas veces digo cosas por el mero gusto de hacer enojar a la gente a mi alrededor.
Me acuerdo que siempre me dan ganas de escribir cuando más trabajo tengo. Una forma de procrastinación que no lo es del todo.
Me acuerdo que Milhouse llora cuando no le salen las divisiones largas.
Me acuerdo que yo siempre creí que no era bueno para las matemáticas. Pero más bien sólo soy flojo.
Me acuerdo de aquella maestra que me ayudó a resolver un trabajo final de Geometría analítica. Me advirtió que no le pasara la tarea a mis amigos, que era mejor que dijeran que yo era un culero a que dijeran que yo era un pendejo.
Me acuerdo que, en general, siempre he sido malo para la escuela, aun cuando sacaba nueves y dieces.
Me acuerdo que, en general, siempre he sido malo para casi todo.
Me acuerdo que sólo he sido excepcional al mentir. Y eso en contadas ocasiones.
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Un comentario sobre la novela “El oro y la vergüenza”
Más allá de la trama novelesca, pienso que El oro y la vergüenza sostiene un discurso en defensa de la mugre y el cochinero, como dirían los correctos y bien portados, de los cuales el alcalde Torres, el de la novela, es buen ejemplo: un respetable hombre que está obsesionado con el control, la limpieza, la pulcritud, el orden y la apariencia de progreso -¿qué es más importante para el típico político mexicano que la apariencia?-.
Basándose en prejuicios, el alcalde mete en el mismo costal a las plagas -los mapaches, las palomas, las ratas-, a los que disienten de su gobierno -los comerciantes, los defensores de animales, los jóvenes, los manifestantes-, y en general a todos los que no son como él y su familia -los mugrosos, los pelados, los locos, los marihuanos, los maricones, los chisqueados…-. […].
A través de estos personajes, de los raros, de los que son distintos porque es necesario ser así, Roberto ofrece una especie de fanfarria para el tampiqueño común. ¿Quién no se ha sentido alguna vez el marginado de su casa, el extraño de la colonia o el raro de su grupo? ¿O a poco todos ustedes son muy normalitos?
Josue Picazo
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Episodio 08: El cine y la década privilegiada
En los últimos diez años, el desarrollo tecnológico en el cine favoreció la implantación de una industria de superproducciones, pero a la vez dio paso a la exposición de otras narrativas, más intimistas y provenientes de todo el mundo.
En esta ocasión, conversamos con el documentalista Emmanuel Martínez Zamorano respecto al cine de la última década (y, spoiler, también mencionamos nuestros fílmes favoritos de este periodo de historias muy diversas y enriquecedoras ).
Escena de Leviathan (2012), documental dirigido por Lucien Castaing Taylor y Véréna Paravel
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Episodio 07: Arte y política (A propósito de Toledo y Mexiac)
En diferentes contexto y momentos históricos, los artistas han manifestado la urgencia de crear obras que salgan a la calle, que se involucren con el trabajo de las comunidades y retomar y exponer sus demandas sociales. ¿Qué tan pertinente resulta el arte político en pleno siglo XXI? ¿Cuáles son sus repercusiones reales del arte activista?
Tania Bruguera - Movimiento Inmigrante Internacional (2010)
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Episodio 06: No es copia, no es plagio, es apropiación
La apropiación es un recurso del arte en que imágenes conocidas son reubicadas en contextos distintos a aquellos en donde fueron pensadas, con el fin de generar nuevos significados. Esta acción pone en conflicto conceptos que tenemos muy arraigados como el de autoría y el de creatividad.
En esta ocasión, comentamos sobre cómo, cuándo y porqué surge la apropiación.
Sherrie Levine - Black Newborn (al modo de Brancusi) (1994)
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Episodio 05: Arte y estética descolonial
La teoría decolonial plantea desarticular una idea construida por siglos: el que existe un Uno y después los otros, resultado del proceso de invasión y conquista ocurrido en el continente Americano.
Las expresiones artísticas que adoptan el giro descolonial buscan visualizar esta construcción que de tan asimilada la pasamos desapercibida. Reflejan que podemos pensar y habitar otro mundo fuera de las dañinas dicotomías occidental/no-occidental, civilización/ barbarie, desarrollado/subdesarrollado.
Alfredo Márquez. "Katatay" (2002)
[Buen viaje a Francisco Toledo, artista de poderosísima imaginación, quien no cesó en su convicción de trabajar por un país más fraterno, más unido]
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Episodio 04: Violencia política y arte de América Latina
Actualmente en América Latina atravesamos por una construcción violenta del espacio en la que participan el Estado, corporaciones trasnacionales y grupos de la economía criminal. Por la complejidad de la situación, el tema ha sido de interés y preocupación para diversos artistas que han intentado hacer una aproximación al dolor social desde diferentes plataformas.
Pero ¿Cómo evidenciar lo “irrepresentable”? Como sería el caso de una desaparición física a manos de una dictadura o del narcotráfico, ¿Cómo confrontar y transformar la visión del entorno social en el que nos desenvolvemos? Aquí planteamos algunas reflexiones respecto a la representación artística de la violencia política en Latinoamérica.
Regina José Galindo - Tierra (2013)
[Este episodio es una adaptación del artículo que escribí para el libro Interculturalidad crítica sentipensante (CEPE/UNAM-UMBC, 2019), y que pueden descargar en este enlace. atte. rjge86]
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Episodio 03 - Tablada: El bonzo del arte
José Juan Tablada fue una de las figuras más relevantes de la cultura de nuestro país durante la primera mitad del siglo XX. Conocido por introducir el tema de Oriente a México, también fue poeta, periodista, pintor, coleccionista y figura fundamental para el nacimiento de la historiografía del arte mexicano. Aquí platicamos por qué.
Detalle de ex libris de José Juan Tablada (tomado de: tablada.unam.mx)
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Episodio 02: La posmodernidad
Al hablar de arte contemporáneo es casi inevitable referirse a un concepto que lo rodea de forma ineludible: la posmodernidad.
Mucho se ha dicho tratando de definir en qué consiste este complejo fenómeno que abarca tanto lo artístico como lo social y político, y pocos han logrado ofrecer una respuesta clara...aquí no es la excepción, pero compartimos algunas ideas que nos parecen importantes tomar en cuenta al referirnos a la posmodernidad.
Santiago Sierra. Muro de una galería arrancado, inclinado a 60 grados del suelo y sostenido por cinco personas (2000).
(Muchas gracias a Fa, por prestar la voz para las cortinillas)
[este es un podcast en constante construcción...así que ustedes comprenderán los martillazos del fondo. atte. @rjge]
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Episodio 01: La densidad de lo ligero: Sobre Koons y Duchamp
Coloridos globos metálicos, aspiradoras y balones encerrados en vitrinas, urinarios invertidos, ¿qué hay alrededor de estos objetos? ¿Por qué nos llaman tanto la atención? Y, lo más importante, ¿Ya te tomaste tu foto con la montaña de Play Doh? En este episodio de “La raya en la pared”, compartimos algunos comentarios alrededor de la exposición “La apariencia desnuda: Koons y Duchamp”.
Escucha "Episodio 01 - La densidad de lo ligero: Sobre Koons y Duchamp" en Spreaker.
Jeff Koons - Play-Doh (Aluminio policromado, 1994)
Duchamp - Why not Sneeze, Rose Sélavy? (Readymade, 1921)
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La raya en la pared, ahora en podcast
Me da mucho gusto comenzar estar proyecto de contenido de audio por internet, para platicar sobre eso a lo que le seguimos llamando arte y cultural. Les dejo aquí el episodio cero:
Escucha "Episodio 0 - El arte y la cultura de los años sesenta (Bienvenida)" en Spreaker.
Art Workers' Coalition protesta frente al Guernica (1970) Este colectivo se manifestó contra la guerra de Vietnam en el MoMA de NY. Al mostrar fotografías de niños muertos tras los ataques de EU. buscaron vincular la violencia del cuadro de Picasso con las imágenes bélicas.
Documental de Adam Curtis “El siglo del yo”
vimeo
El siglo del yo 3 from Tyrel Nexus on Vimeo.
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Donde se habla de una tertulia que acabó muy mal (Venezuela on my mind)
Estábamos hablando de política, una riña entre izquierdas y derechas; palabras como venenosas flechas surcaban nuestra plática analítica.
Ni con las propiedades ansiolíticas de la bebida se calmaron mechas: "¡Viva Guaidó!", profirió satisfecha una voz con actitud monolítica.
"¡Fuerza neoliberalismo! ¡Viva la mano incorpórea del mercado! ¡Muera RT, Telesur y la nociva
idea de un marxismo trasnochado!", mientras lágrimas obesas y altivas le cruzaban por el rostro afectado.
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“Miedo”, de Raymond Carver
Miedo de ver una patrulla policial detenerse frente a la casa. Miedo de quedarme dormido durante la noche. Miedo de no poder dormir. Miedo de que el pasado regrese. Miedo de que el presente tome vuelo. Miedo del teléfono que suena en el silencio de la noche muerta. Miedo a las tormentas eléctricas. Miedo de la mujer de servicio que tiene una cicatriz en la mejilla. Miedo a los perros aunque me digan que no muerden. ¡Miedo a la ansiedad! Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto. Miedo de quedarme sin dinero. Miedo de tener mucho, aunque sea difícil de creer. Miedo a los perfiles psicológicos. Miedo a llegar tarde y de llegar antes que cualquiera. Miedo a ver la escritura de mis hijos en la cubierta de un sobre. Miedo a verlos morir antes que yo, y me sienta culpable. Miedo a tener que vivir con mi madre durante su vejez, y la mía. Miedo a la confusión. Miedo a que este día termine con una nota triste. Miedo a despertarme y ver que te has ido. Miedo a no amar y miedo a no amar demasiado. Miedo a que lo que ame sea letal para aquellos que amo. Miedo a la muerte. Miedo a vivir demasiado tiempo. Miedo a la muerte. Ya dije eso.
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