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lancezimmermann · 1 year
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❙ 𝐖𝐀𝐑 𝐏𝐈𝐆𝐒 𝐕𝐈: 𝐄𝐥 𝐩𝐫𝐨𝐜𝐞𝐬𝐨.
En primer lugar, debo decir una única cosa: estoy loco. Desconozco si los lectores habrán leído "El proceso" de Kafka o si, por ende, habrán visto la película homónima de Orson Welles del año 62 con caras tan conocidas como las de Anthony Perkins (Psicosis) y Romy Schneider (Sissi y todos sus derivados). Dejando a un lado la obra cinematográfica de uno de los titanes del cine más experimental, pregunto porque es importante para la siguiente afirmación: estar loco es como vivir atrapado en un constante Proceso.
La angustiosa historia sigue un día en la vida de Josef K, el protagonista, quien es llamado a juicio por un crimen que desconoce y del que además, es inocente. Le suceden toda una cadena de imágenes de hombres enfundados en traje sin rostro, pasillos tan oscuros como angulosos, hileras de mesas donde trabajadores parecen haberse convertido en hormigas de un sistema que mantiene el yugo a fuerza de garrote vil y además, miradas inquietantes que llevaran a Josef a sentir que se ha vuelto completamente loco. Ante unos jueces enigmáticos que aparentemente ignoran los detalles del caso, acaba repasando su vida, momento por momento, en busca de algún hecho que haya podido merecer la denuncia y su detención. La inaccesibilidad de las altas instancias de la justicia y del Estado lo atrapa en un laberinto desmoralizante.
En la obra, el proceso en sí mismo es inexistente; sólo se le nombra, se hace mención a que hay un juicio; ni K ni el lector conocen su contenido, ni la acusación; tampoco los hechos que se le imputan; simplemente se sabe que se le persigue, que está arrestado y sometido a la vigilancia constante de las autoridades. A Leon, mi abuelo, le agradaba enormemente esta película, imagino que porque le recordaba a las circunstancias bajo las que había sido arrestado por las SS en Polonia para ser llevado finalmente a un campo de concetración.
Años más tarde, al volver de la guerra, releí el libro y volví a ver la película y fue como ser engullido por la boca, esófago y estómago de la enfermedad mental, la neurosis y en definitiva, la locura. ¿Hay algo más nefasto que ser deglutido por uno mismo? "El proceso" está basado en hechos reales ya que Kafka, en su vida, también fue acusado induciéndole a un continuo estado de angustia, soledad y desasosiego al no tener posibilidad alguna de defenderse, pues al no comprender de qué se le acusaba, jamás alcanzaría a dar con los argumentos para salvarse. El limbo: un estado anímico y psicológico en el que se tiene la certeza de que algo sucederá, que se intuye que será terrible pero que no se sabe cuándo ni cómo va a llegar.
Estar loco es vivir en constante alerta y movido por una paranoia tan frecuente que uno llega a necesitar una medicación más fuerte para no acabar deseando arrancarse los ojos, o asomarse al precipicio con el fin de realizar la pirueta final, como muchos de los personajes de Kafka. O Hitchcock. "¿Y si?" "¿Y por qué?" "¿Y cómo?" "¿Y de qué forma?" "¿Y después?" Reconozco que a lo largo de los años, como Josef K, he aprendido a simplemente camuflarme entre las miradas indiscretas hasta llegar a convertirme en uno más. Pero al igual que él, al igual que Kafka, y al igual que Anthony Perkins, aguardo impaciente y conscientemente a la llamada para ser procesado. Momento en el que acabará el proceso de deglución, digestión y finalmente, deyección. Como ha ocurrido a tantos otros locos como yo.
- 𝙻.𝚛.
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lancezimmermann · 1 year
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❙ 𝐖𝐀𝐑 𝐏𝐈𝐆𝐒 𝐕𝐈𝐈: 𝐀𝐜𝐞𝐫𝐜𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐜𝐮𝐞𝐬𝐭𝐢𝐨́𝐧 𝐢𝐧𝐦𝐨𝐫𝐚𝐥 𝐝𝐞 𝐦𝐚𝐭𝐚𝐫 𝐚 𝐮𝐧 𝐡𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞.
Somos hipócritas en lo que respecta a matar a una persona. Es así. Empleamos nuestros juicios morales en función a lo que nos beneficia, en una ocasión u otra. Somos unos absolutos hipócritas. Cualquier persona os dirá que matar esta "mal". "Incorrecto", "vileza". El contrario en esta dicotomía moral sería "bien". "Correcto", "bueno". Esta dicotomía es una construcción (como tantas otras cosas) social muy extendida a causa del dogma religioso principalmente. No sólo en occidente, sino también en oriente, donde el perfecto balance entre las fuerzas opuestas es necesario para el funcionamiento del cosmos. Sin embargo, no todas las sociedades condenan la muerte de una forma tan radical y hay algunas quienes la consideran (así como el sacrificio y por ende, el asesinato), una 𝑛𝑒𝑐𝑒𝑠𝑖𝑑𝑎𝑑 en sí misma.
Tomemos lo que llamaremos "Caso práctico 1" en el que un hombre ha decidido cometer un asesinato. A ojos de la ley, dicho acto se considera ilegal y está penado hasta con la cadena perpetua. Se han analizado los hechos, el jurado lo ha declarado culpable y la sentencia ha sido dictada. Cualquier persona a la que preguntemos si dicha sentencia ha sido "correcta" nos asentirá con la cabeza en señal afirmativa. Pero, ¿qué ocurre a la hora de actuar en defensa propia? ¿O a la hora de llevar a cabo una venganza por repetidos abusos durante décadas? O mejor aún: ¿qué libra de toda culpa a un 𝐬𝐨𝐥𝐝𝐚𝐝𝐨? ¿Qué le diferencia de un asesino en serie? ¿La deliberación? ¿La preparación del crimen? Un soldado (contemporáneo, me temo que los tiempos han cambiado en su gran mayoría) es un asesino encubierto. Como lo son el tabaco y el alcohol, socialmente aceptados, es un asesino socialmente aceptado. Moral y legalmente protegido por sus institituciones. Prostituído por el Estado para llevar a cabo crímenes de guerra y salir impune. Ha firmado, se ha enfrentado a unas pruebas, ha empuñado el arma, ha cruzado el charco y ha apretado el gatillo más de lo Dahmer, Bundy o Manson, quien, de hecho, se ha llegado a decir que jamás mató a nadie en su vida.
La escalofriante pero inminente realidad es que he matado a más personas que todos ellos juntos. El discurso moral de "hacerlo por trabajo" o "hacerlo porque me habían contratado para hacerlo", no me exime de culpa. De hecho, me hace incluso más culpable que alguien que tomó la decisión deliberada de llevar a cabo un asesinato. La ignorancia del soldado, convertido la viva imagen del "Hombre masa" de Ortega y Gasset, sólo confirma la hipocresía moral de la sociedad en la que vivimos. Por eso, yo y tantos como yo jamás nos sentiremos merecedores de la vida posterior que se nos ha sido regalada. No la aceptamos ni aceptaremos plenamente porque reconocemos el conflicto moral y ético que supone vivir en un mundo donde estamos más cerca de ser John Wayne Gacy o Harold Shipman que un ciudadano medio. Los crímenes de guerra sólo son penados a aquellos lo suficientemente altos y con un nombre propio lo suficientemente sonoro como para pasar por la horca o suicidarse en un búnker. Al resto simplemente (que no es poco) se nos condena con el anonimato, el insomnio, los episodios de locura transitoria y la incapacidad de olvidar que, en algún momento, aceptamos que matar a un hombre no era una cuestión inmoral. Era lo correcto.
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lancezimmermann · 1 year
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lancezimmermann · 1 year
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lancezimmermann · 1 year
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Cumpleaños.
No vino nadie a la fiesta de mi séptimo cumpleaños. Había una mesa llena de flanes de gelatina y de chucherías, con un sombrero de fiesta en cada sitio, y una tarta de cumpleaños con siete velas en el centro de la mesa. La tarta tenía un dibujo en forma de libro. Mudd (como yo llamaba a mi madre), que se había encargado de organizar la fiesta, me contó que la pastelera le había dicho que era la primera vez que dibujaba un libro en una tarta de cumpleaños, y que normalmente los niños preferían una nave espacial o un balón de fútbol. Aquel había sido su primer libro.
Cuando resultó evidente que no iba a venir nadie, mi madre encendió las velas de la tarta y yo las apagué. Comí un trozo de tarta, y ella comió otro. Mudd había preparado varios juegos para la fiesta que según había leído en una revista en la peluquería de los Hoffman (también judíos), serían perfectos para una perfecta fiesta de cumpleaños. Pero, como allí no había nadie a excepción de ella y yo no pudimos jugar, y yo mismo desenvolví el premio que tenía reservado para el que ganara el juego de la patata caliente, un cromo de Wade Boggs de los Yankees. Estaba triste porque nadie había venido a mi fiesta, pero al mismo tiempo me alegraba de poder quedarme con el cromo. Después desenvolví mi último regalo de cumpleaños que mi madre había comprado en secreto (supe años más tarde) en una librería de Paterson: La isla del tesoro del escocés Robert Louis Stevenson. La organización del cumpleaños (tarta, cromo y libro incluídos) le había costado en total treinta dólares. Cuando mi padre se enteró, castigó a mi madre y no volvimos a celebrar mi cumpleaños.
Me tumbé en la cama y me enfrasqué en las historias. Me encantaba leer. Me sentía más seguro en compañía de un libro que de las personas. Primero pensaron que no hablaba porque no podía. Y después se dieron cuenta de que era tartamudo (en ocasiones lo sigo siendo, cosa que nunca ha parecido avergonzar a mi mujer), así que me llevaron a un logopeda (el Dr. Levi, también judío) para que me enseñase a pronunciar palabras como "preocuparse" u "homogéneo". Me resultaba tan vergonzoso no poder hablar como lo harían los personajes de Robert Louis Stevenson que opté por no hacerlo y mi padre, de nuevo, castigó a mi madre por hacerles perder dinero con un especialista. No volví al logopeda.
El libro era fascinante y fue una buena compañía para alguien cuya fiesta de cumpleaños había consistido en una mesa llena de pastas glaseadas, pudin de almendra, una tarta con siete velas y quince sillas plegables vacías. No recuerdo haberle preguntado nunca a ninguno de mis compañeros de clase por qué no había venido a mi fiesta. No me hacía falta preguntar. Después de todo, ni siquiera eran mis amigos. Solo eran mis compañeros de clase.
Tardaba en hacer amigos, cuando los hacía. Mudd me decía que debía "ser yo mismo" y me daba de vez en cuando algunos consejos que a su vez, su madre le había dado cuando ella era pequeña. Me decía que "era bueno, y válido", y que tenía unos "ojos deslumbrantes". Yo no sabía pronunciar deslumbrantes. Tampoco entendía por qué mi madre me vestía con corbata si nadie llevaba corbata. "Los de nuestro pueblo somos elegantes". No entendía a qué se refería con "pueblo", si Paterson era una ciudad. Teníamos muchas celebridades: Rubin "El huracán" Carter, Larry Doby o el poeta Allen Gingsberg, William Carlos Williams (otro poeta). Se refería a que éramos judíos, y sus palabras, como su cumpleaños compuesto por una tarta, un libro y quince sillas plegables, eran una forma amable de protegerme de la horrible y trágica realidad: estábamos solos.
No fui un niño feliz, aunque en ocasiones estaba contento. Vivía en los libros más que en cualquier otra parte. A menudo mi mujer me pregunta "¿y te sentiste contento?" cuando algo de especial relevancia ocurre en mi día a día, y yo no puedo evitar encogerme de hombros. Hemos llegado a la conclusión de que me siento "neutral". No creo que sea incapaz de alegrarme. Sin embargo, cuando estoy contento aún tartamudeo y creo que en el fondo me preocupa que me vean "siendo yo mismo", con unos ojos que no puedo describir por no saber pronunciar. Me pregunto qué sintió mi madre no volviendo a buscar nunca "quince ideas para un perfecto cumpleaños" y no comprándome nunca más un libro y un cromo. No era tartamuda, pero creo que simplemente, dejó de "ser ella misma". Y prefirió vivir la realidad de estar solos de una forma más austera. Sin corbatas. Ni cumpleaños.
Referencias: El océano al final del camino, Neil Gaiman (2013).
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lancezimmermann · 1 year
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