kjharleycorner
Kat Harley: The Writer
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kjharleycorner · 7 years ago
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Suckers: Afterlife
Esto es lo que oficialmente consideraré el primer intento realmente serio de escribir una novela propia. La primera fue de un corte muy distinto y murió luego de que me fuera robada la libreta con el manuscrito original -sí, no existía archivo digital alguno-. Aunque aún cuento con la idea en mi mente, honestamente ya no la siento tan buena, así que empecé esto, de lo que después del capítulo 1 les daré contexto y luego les daré el 2.
I.
Esa noche, R. estaba tan decepcionado con el mismo Dios y la misma vida que él creía habían sido tan amables con él. Tenía una esposa hermosa, a quien había amado después de un largo tiempo sin sentir emoción alguna, la oportunidad de tener un hijo y la oportunidad de dejar ir a la mujer que hizo su vida un infierno. Esa misma noche, toda esa ilusión desapareció. Esa misma noche, él entendió que nunca me había dejado ir realmente. Esa misma noche lo observé morir por dentro, dejando ir todas las cosas que lo hacían humano en este mundo. Las cosas a las que tanto se aferraba. Lo vi llorar, en la tristeza de esa habitación obscura y vacía del hospital. Lloró por su esposa y su hijo. Ambos muertos. Me sentí tan triste. Lloré, aunque por supuesto que no me vio. No podía aún. Ahora, o más bien, en ese momento, su esposa y el niño no nacido estaban en una morgue. Durmiendo el sueño interminable. Cuando finalmente me mostré ante él, R. me miraba como si fuera una especie de fantasma. ¿Realmente me veo así? Sigo siendo hermosa. Más hermosa de lo que jamás imaginó que sería alguna vez. Por eso estaba tan asustado, tan indefenso.
- ¿Cómo pudiste entrar aquí? - Por la puerta, cariño. Como todas las personas. - ¿Por qué estás aquí? Esto es privado. Es mi vida. Es el momento más difícil de mi vida - Y afirmó eso mientras se levantaba de la cama vacía de asépticas sábanas azul claro. - Me necesitas. Y estoy aquí para decirte que ... Puedo ayudar. ... Lo siento por el pasado. Por todo. Te amé ... Yo ...- Pero él me detuvo con un pequeño gesto de su mano, como descartando siquiera que lo que acabo de decir, importe en algo. Supongo que al ver mi rostro, casi inexpresivo, no debió creerme. - Ya pasó. No me importa. No se trata de ti. Nunca fue sobre tí. Es sobre mi esposa. Sobre mi hijo. Por favor, vete.
En otro momento en el tiempo, años atrás, aquella frase me habría roto el corazón. Un corazón perfecto y palpitante aunque hipotético y más emocional que real. 
Lo miré fijamente. 
No sentí dolor, ni tristeza, ni siquiera una punzada mínima de celos. En ese momento seguía absurdamente enganchado a la idea de los maravillosos años con su esposa muerta, y de los maravillosos años luego del nacimiento de su primogénito, un bebé que nunca llegó a ver la luz del sol.
- No puedo irme. Necesito tu ayuda. Y tú necesitas de mí. - No puedes hacer nada. Y no hay una sola razón por la que debas estar aquí. - Estás muy cansado - dije por fin - Hoy fue un día agotador, lo sé. Ve a casa a ver la sorpresa que te he preparado. La gente del hospital hará todo por ti respecto al traslado para el funeral y otros se encargarán de todo. Y si necesitas respuestas ... Es suficiente si piensas en ello y yo estaré allí.
R. casi se desmayó en el segundo que desaparecí frente a sus ojos.
Es gracioso. Toda la gente reacciona de la misma manera después, cuando me ven desaparecer. Cuando no pueden explicar cómo estuve allí, cómo sé que me necesitan.
R. lo hizo. Lo último que vi de él antes de desaparecer, fue como caía sentado en el suelo, incrédulo, tomándose la cabeza entre las manos, intensamente aterrado.
Todos los días me recuerda eso. Ahora lo dice como si fuera divertido para él, con su rostro sin ninguna expresión, pero siempre con la mirada ligeramente triste.
La muchacha delgada, algo hinchada por el reciente parto, pero bonita, de grandes ojos cafés que sobresalían más de la cuenta de sus cuencas, de piel aperlada y tersa, mecía entre sus brazos a un bebé que parecía muy pequeño incluso para ser un recién nacido. Pero ambos estaban vivos.
Nuevamente, R. los miró a ambos, incrédulo, sintiendo que era una locura.
La habitación que tanto habían preparado juntos, resplandecía. Él estaba seguro que era de noche y sin embargo la habitación no estaba a media luz siquiera. Parecían las diez de la mañana.
El bebé resopló y dio un respingo antes de soltar un gemido ahogado, que la chica apagó arrullándole y meciéndole de nuevo, suavemente, mientras R. continuaba impávido en el umbral de la puerta. Se sentía una especie de espectador de un espectáculo enfermo y macabro de alguien que no podía ser más que la ridícula aparición de su ex novia de la juventud que ante su propia vista anonadada, había desaparecido diciéndole que si necesitaba respuestas, pensara en ello. Dijo entonces el nombre de su esposa, pero ésta pareció ni siquiera darse cuenta de que estaba allí. En ese momento, en la mecedora frente a la ventana, lo que parecía ser la mujer de la que nunca pudo deshacerse del todo, le dedicó una mirada inescrutable y luego, sonrió.
  Pero no era una sonrisa como las que él había conocido en ella antes de aquella noche. No era una sonrisa feliz, ni complacida, ni dulce en absoluto. No era tranquilizadora. Lo hizo sentir indefenso, mínimo e inútil, y entonces entendió la magnitud de la petición implícita de la joven que parecía atemporal, que por entonces debía tener cuarenta años, pero que cuando mucho, se veía de veinticinco.
La vista de R. entonces se quedó fija en el cabello, ondulado y larguísimo, lustroso a contraluz con rojos reflejos pero obscuro como un hoyo negro que parecía no tener fin. Trató de no mirar sus ojos, pero no pudo evadirla.
Su sonrisa parecía más una mueca pegada sobre el rostro, antaño trigueño, y que ahora era blanquísimo como alabastro.
Si no fuese por los rasgos de su rostro que no habían cambiado un ápice, diría que era otra mujer, muy diferente de la que había conocido, a quien había enamorado, de quien pensó sería el amor de su vida, con quien había pensado tener una decena de hijos... A quien había enviado una última carta diciendo que sentía que nada hubiera salido bien. Que si alguna vez tenía hijos, les dijera que él habría querido ser su padre aunque fueran hijos de alguien más.
La joven en la mecedora asintió y luego bajó la vista a sus uñas, extrañamente largas en sus manos para ser la chica que él había conocido en la adolescencia, evadiendo mirarlo. Habló y R. hubiera preferido que no lo hiciera.
- Si aceptas venir conmigo, ella se quedará así y tu bebé crecerá y será un hombre. Podrás verlo a la cara un día. Podrás verla a ella siempre que quieras. Si aceptas ayudarme, te doy esto. Es sencillo - concluyó cruzándose las manos en el regazo y meciéndose despacio.
- ¿Como puedes hacer tal cosa? Esto debe ser algún truco como el que hiciste en el hospital. 
- ¿Truco? - y soltó una risita cargante - No es ningún truco. ¿Quieres asegurarte que está viva ahora mismo? Llama al hospital. Te ofrezco la oportunidad de dejarla vivir. Y a él. ¿Has visto lo pequeño y hermoso que es? - dijo refiriéndose al bebé, con un ligero dejo manipulador en su voz modulada.
- Tratas de manipularme. - Trato de darles una segunda oportunidad que sé que te haría feliz. Tu parte es no dejar que sepan que tienes algo que ver con ellos. De hecho, es posible que aunque quisieras decírselos, al pactar conmigo, ya no podrías.
- ¿Qué eres? - Y por primera vez, se acercó, casi furioso.
- Soy... Como un mago. 
- Vaya... Entonces no es la ciencia lo que te importa. Quieres convencerme a cualquier precio, pero sólo veo trucos y no me convencen.
- Es la única forma, R., si te quedaras con ella, lo que te prometo que no puedo conceder, sé que serías más feliz pero no tendría sentido haberla traído de vuelta - y fijó su vista en sus ojos - Si decides seguirme, protegerme y estar conmigo y mi grupo, yo les dejaré vivir. Pero no podrás volver a comunicarte con ellos porque estará vetado para tí. Si me sigues, renuncias a ellos.
La chica con el bebé dio la vuelta y tomó un biberón tibio de un blanca repisa y lo puso entre los labios del pequeño bebé, que sorbió con energía. Ella sonreía, con emoción, absorbida por la imagen preciosa y perfecta del hijo que siempre había soñado, en una escena digna de una teleserie donde sólo puede pasar lo mejor.
R. tomó rápida y concisamente su decisión, repasando en su cabeza cuántas veces había hablado con su esposa de tener un hijo de ambos.
- Te sigo.
Y en ese instante, cayó muerto sobre las baldosas, con la joven de cabello ondulado inclinada, mirándole con interés.
La idea básica de la historia no es hacer una protagonista, sino un grupo de protagonistas, donde ella no es sino un enlace para ligar ciertas historias donde ella tuvo participación, no necesariamente la más importante. 
R. es el número uno de ese grupo, aún cuando en éste capítulo ella ya le ha hablado del grupo como si éste ya existiera. 
Cronológicamente hablando, R. es la primer persona ligada amorosamente a la mujer “atemporal” de la que he hablado y la historia se basa precisamente en cómo la cronología de los eventos ligados a cada uno de estos personajes tiene una vital importancia en su principio y fin en este grupo.
Gracias por leer, sabrán más en el siguiente.
Kat.
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kjharleycorner · 7 years ago
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This is why we need to stay away. The sun is for days when clouds doesn't exist.
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