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La vida despues del parto
En el vientre de una madre habían dos bebés. Uno de ellos preguntó al otro.
-¿Crees en la vida después del parto?
El otro le respondió.
-¿Por qué? Por supuesto que sí. Tiene que haber algo después del parto. Tal vez estamos aquí para prepararnos para lo que seremos más tarde.
-Tonterías, dijo el primero. No hay vida después del parto. ¿Qué clase de vida sería?
El segundo dijo.
-Yo no lo sé, pero habrá más luz que aquí. Tal vez caminaremos con las piernas y podremos comer de nuestras bocas. Tal vez tendremos otros sentidos que no podemos entender ahora.
El primero respondió.
-Eso es absurdo. Caminar es imposible. ¿Y comer con la boca? ¡Ridículo! El cordón umbilical nos nutre y nos da todo lo que necesitamos. Sin embargo, el cordón umbilical es muy corto. La vida después del parto significa desaparecer, lógicamente.
El segundo insistió.
-Bueno, yo creo que hay algo y tal vez es diferente de lo que tenemos aquí. Tal vez no necesitaremos este cordón físico nunca más.
-Tonterías , repitió el primero,
-Y además, si hay vida, entonces ¿por qué nadie vuelve de allí? El parto es el final de la vida y después no hay nada más que oscuridad, silencio y el olvido. No nos lleva a ninguna parte.
-Bueno, no lo sé, , dijo el segundo, -Pero, sin duda, nos reuniremos con nuestra Madre y ella se encargara de nosotros.
El primero respondió.
-¿Madre? ¿Realmente crees en la Madre? Eso es ridículo. Entonces, si la madre existe, ¿dónde está ahora?
El segundo dijo.
-Ella es todo lo que nos rodea. Nosotros somos de ella. Es en ella que vivimos. Sin ella no podría existir este mundo.
-Bueno, yo no la veo, así que es lógico que ella no existe. Afirmó el primero.
A lo que el segundo respondió.
-A veces, cuando estás en silencio, te concentras y realmente escuchas, se puede percibir su presencia y se puede oír su amorosa voz llamando desde arriba.
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El Libro de Manuel Julio Cortazar
Podíamos seguir así, prolongar el ritual, la tristeza y el deseo trocaban poco a poco sus guantes y sus nieblas, hacer el amor con Francine era más que abolir las diferencias, establecer un territorio fugitivo de contacto, porque entonces Francine no solamente se despojaba de todo lo que la erguía contra mí sino que entraba por su cuenta, de la mano de un río de cobre, en una zona de tormentas increíbles, y cómo decirlo de otro modo, me llamaba con una voz deshecha, se daba como un diluvio de címbalos y uñas.
Era siempre la primera en llevar la mano hacía ese conmutador que apagaba un tiempo de figuras afrontadas, de palabras enemigas, para abrirnos a otra luz donde un vocabulario hecho de pocas, intensísimas cosas creaba su lenguaje sábana, su murmullo almohada, allí donde un tubo de crema o un mechón de pelo eran claves o signos, Francine dejándose desnudar al borde de la cama, los ojos cerrados, el pelo rojizo y casi crespo contra mi cara, estremeciéndose a cada movimiento de mis dedos en los botones y los cierres, resbalando hasta sentarse para que le quitara las medias y le bajara el slip, sin mirarme, tacto puro incluso cuando la dejaba abandonada por un momento para quitarme la ropa en ese silencio de cuerda tendida entre los amantes que se esperan, que cumplen movimientos previos, Francine resbalando hasta quedar de espaldas, los pies apoyados en la alfombra, quejándose ya con un murmullo ansioso y entrecortado, música de la piel, respondiendo desde su gemido a la boca que subía por sus muslos, a las manos que los apartaban para ese primer beso profundo, el grito ahogado cuando mí lengua alcanzaba el clitoris y nacía esa succión y ese coito diminuto y localizado, yo sentía su mano entrándome en el pelo, tironeándome sin piedad, llamándome a lo alto y obligándome a la vez a demorarme hasta el límite, darle un placer que no era aún el mío, el esclavo de rodillas sobre la alfombra, sujeto por el pelo, obligado a prolongar la libación salada y tibia, mis dedos buscaban más adentro el doble pétalo del sexo retraído, el índice resbalaba hacia atrás, buscaba la otra entrada dura y firme, sabiendo que Francine murmuraría: «No, no», resistiéndose a una doble caricia simultánea, concentrada casi salvajemente en su placer frontal llamándome ahora con las dos manos aferradas a mi pelo, y que cuando resbalara arrastrándola conmigo hacía arriba para tenderla de espaldas en lo hondo de la cama, se enderezaría volcándose sobre mí para envolverme el sexo con una mano y poseerlo con la boca reseca y áspera que poco a poco se llenaba de espuma y saliva, apretando los labios hasta hacerme daño, empalándose en un jadear interminable del que me era preciso arrancarla por que no quería que me bebiera, la necesitaba más profundamente, en la marea de su vientre que me devoraba y me devolvía mientras las bocas manchadas se juntaban y yo le ceñía los hombros, le quemaba los senos con una presión que ella buscaba y acrecía, perdida ahora en un grito ahogado y continuo,una llamada en la que había casi un rechazo y a la vez la voluntad de ser violada, poseída con cada músculo y cada gesto, la boca entreabierta y los ojos en blanco, el mentón hundiéndose en mi garganta, las manos corriendo por mi espalda, metiéndose en mis nalgas, empujándome todavía más contra ella hasta que una convulsión empezaba a arquearla, o era yo el primero en sumirme hasta el límite cuando el fuego líquido me ganaba los muslos, nos conjugábamos en el mismo quejido, en la liberación de esa fuerza indestructible que una vez más era chorro y lágrimas y sollozo, latigazo lentísimo de un instante que desplomaba el mundo en un rodar hacia la almohada, el sueño, el murmullo de reconocimiento entre caricias inciertas y sudor caliente.
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https://nationalpost.com/news/canada/theyre-not-human-how-19th-century-inuit-coped-with-a-real-life-invasion-of-the-walking-dead
Indigenous groups across the Americas had all encountered Europeans differently. But where other coastal groups such as the Haida or the Mi’kmaq had met white men who were well-fed and well-dressed, the Inuit frequently encountered their future colonizers as small parties on the edge of death.
“I’m sure it terrified people,” said Eber, 91, speaking to the National Post by phone from her Toronto home.
And it’s why, as many as six generations after the events of the Franklin Expedition, Eber was meeting Inuit still raised on stories of the two giant ships that came to the Arctic and discharged columns of death onto the ice.
Inuit nomads had come across streams of men that “didn’t seem to be right.” Maddened by scurvy, botulism or desperation, they were raving in a language the Inuit couldn’t understand. In one case, hunters came across two Franklin Expedition survivors who had been sleeping for days in the hollowed-out corpses of seals.
“They were unrecognizable they were so dirty,” Lena Kingmiatook, a resident of Taloyoak, told Eber.
Mark Tootiak, a stepson of Nicholas Qayutinuaq, related a story to Eber of a group of Inuit who had an early encounter with a small and “hairy” group of Franklin Expedition men evacuating south.
“Later … these Inuit heard that people had seen more white people, a lot more white people, dying,” he said. “They were seen carrying human meat.”
Even Eber’s translator, the late Tommy Anguttitauruq, recounted a goose hunting trip in which he had stumbled upon a Franklin Expedition skeleton still carrying a clay pipe.
By 1850, coves and beaches around King William Island were littered with the disturbing remnants of their advance: Scraps of clothing and camps still littered with their dead occupants. Decades later, researchers would confirm the Inuit accounts of cannibalism when they found bleached human bones with their flesh hacked clean.
“I’ve never in all my life seen any kind of spirit — I’ve heard the sounds they make, but I’ve never seen them with my own eyes,” said the old man who had gone out to investigate the Franklin survivors who had straggled into his camp that day on King William Island.
The figures’ skin was cold but it was not “cold as a fish,” concluded the man. Therefore, he reasoned, they were probably alive.
“They were beings but not Inuit,” he said, according to the account by shaman Nicholas Qayutinuaq.
The figures were too weak to be dangerous, so Inuit women tried to comfort the strangers by inviting them into their igloo.
But close contact only increased their alienness: The men were timid, untalkative and — despite their obvious starvation — they refused to eat.
The men spit out pieces of cooked seal offered to them. They rejected offers of soup. They grabbed jealous hold of their belongings when the Inuit offered to trade.
When the Inuit men returned to the camp from their hunt, they constructed an igloo for the strangers, built them a fire and even outfitted the shelter with three whole seals.
Then, after the white men had gone to sleep, the Inuit quickly packed up their belongings and fled by moonlight.
Whether the pale-skinned visitors were qallunaat or “Indians” — the group determined that staying too long around these “strange people” with iron knives could get them all killed.
“That night they got all their belongings together and took off towards the southwest,” Qayutinuaq told Dorothy Eber.
But the true horror of the encounter wouldn’t be revealed until several months later.
The Inuit had left in such a hurry that they had abandoned several belongings. When a small party went back to the camp to retrieve them, they found an igloo filled with corpses.
The seals were untouched. Instead, the men had eaten each other.
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Quien cuenta dibuja sobre el aire.
La dulce espina de la palabra es su herramienta. Esto que contaron dibujado en el aire, después se hizo letra y dibujo. Fue objeto de papel. Lejos de esas páginas, regreso al sonido. Hoy me toca contar. Hay algo antes que las primeras palabras: Un valle alto, escondido. Montañas. Cactus.
Poco después de que el tiempo empezara, hubo quienes cruzaron aguas desconocidas para abrir una historia ya conocida. Mis palabras husmearon un recodo barroso, ajeno a las crónicas.
Un grupo de hombres blancos buscaban el agua de la vida eterna, en el comienzo de la América. Circunstancialmente eran guiados por el primer mestizo, que se llamaba Alvar y se llamaba Mayor. Sobrevivía cobrando por su paso de guía; no era feliz, pero sus ojos estaban limpios.
Los hombres tenían datos más antiguos que el barro abrazado a sus calzados. Y él, que ignoraba muchas cosas, sabía mirar.
Todos corrieron peligros para alcanzar el valle. Llegaron cansados y eufóricos. La fuente es taba allí, existía. Pero se había secado. Y junto a la vertiente muerta, sobre mansa piedra, un indio sin años resguardaba la última gota, suficiente para que un corazón atravesara el latido de los soles por venir. Sólo una gota. Suficiente.
Una gota. ¿De quién?
Entonces ésta se hizo presente naciendo de sus manos. El deseo siempre ha sido más largo que la vida. Y más ciego. El mestizo no se sumó a la lucha. Fuera del círculo de cadáveres frescos, el guía y el indio compartieron el silencio sabiéndose, de extraña forma, hermanos. Para estar de acuerdo, precisaron menos palabras que las que estoy usando ahora. Dieron la última gota a quien lo merecía: Una pequeña flor de cactus.
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Haciendome el lindo
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Quizas, la mayor paradoja radica en descubrir que nuestras prisiones están edificadas con los mismos elementos que conforman nuestros sueños.
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Habitantes
Estas compuesto de 84 minerales, 23 elementos, y 30 litros de agua repartidos entre 38 billones de células.
Has sido construido de la nada por las piezas de repuesto de la tierra que has consumido, de acuerdo a un set de instrucciones ocultos en una doble hélice y lo suficientemente pequeña para ser cargada por un espermatozoide y un ovulo
Sos mariposas recicladas, plantas, rocas, arroyos, leña, pieles de lobo y dientes de tiburón descompuestas en sus partes más pequeñas y reconstruidas en el ser vivo más complejo de nuestro planeta.
No estás viviendo en la tierra, SOS la tierra".
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Cuatro nobles verdades
Las Cuatro Nobles Verdades son el fundamento central de las enseñanzas de Buda y se consideran como la piedra angular del budismo. Estas verdades fueron expuestas por Buda en su primer sermón después de alcanzar la Iluminación bajo el árbol Bodhi en Bodh Gaya, India.
Las Cuatro Nobles Verdades son:
1. La verdad del sufrimiento (dukkha):
Esta verdad establece que el sufrimiento es una realidad universal e inevitable en la vida. Se manifiesta en diversas formas, como el dolor físico, la insatisfacción emocional, la pérdida, la enfermedad y la muerte.
2. La verdad del origen del sufrimiento (samudaya):
Esta verdad explica que el origen del sufrimiento es el deseo o apego (tanha) por cosas impermanentes e insatisfactorias. Este deseo nos lleva a aferrarnos a experiencias agradables y a tratar de evitar las desagradables, creando un ciclo interminable de sufrimiento.
3. La verdad del cese del sufrimiento (nirodha):
Esta verdad ofrece la esperanza de la liberación del sufrimiento. Afirma que es posible extinguir el deseo y, por lo tanto, eliminar la causa principal del sufrimiento.
4. La verdad del camino que conduce al cese del sufrimiento (magga):
Esta verdad describe el camino que conduce a la liberación del sufrimiento, conocido como el Noble Óctuple Sendero. Este sendero consiste en ocho principios éticos y prácticas de meditación que nos guían hacia la liberación del sufrimiento y la consecución de la Iluminación.
Las Cuatro Nobles Verdades no son dogmas o creencias impuestas, sino que son verdades que se descubren a través de la propia experiencia y práctica. Al comprender y aplicar estas verdades en nuestra vida, podemos liberarnos del sufrimiento y alcanzar la verdadera paz y felicidad.
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"Los hombres quieren volar, pero temen al vacío.
No pueden vivir sin certezas.
Por eso cambian el vuelo por jaulas. Las jaulas son el lugar donde viven las certezas".
Dostoyevski . . .
Por un 2024 sin jaulas, menos certezas y mas Libertad
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J.L.B.
Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire. El que agradece que en la tierra haya música. El que descubre con placer una etimología. Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez. El ceramista que premedita un color y una forma. Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada. Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto. El que acaricia a un animal dormido. El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. El que agradece que en la tierra haya Stevenson. El que prefiere que los otros tengan razón. Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
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youtube
25 de mayo
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